El Buen Samaritano (2da. Parte) 14jul

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El buen samaritano (2da. Parte) Con la escritura correteando por mis venas, desde hace muchos años he añorado de mi autoría una pequeña historia como la parábola de EL BUEN SAMARITANO. Lucas nos la presenta en el capítulo 10, entre los versículos 25 al 37 de su Evangelio. Pero ¡qué va!... Es un relato irrepetible: corto, cortísimo; sencillo en su estilo, casi coloquial a base de gerundios y conjunciones; intenso y dramático, teatro primitivo; además ofrece un mensaje para la eternidad…, su enseñanza nunca pasará de moda: “La necesidad del amor solidario, la urgencia de la misericordia sin condiciones hacia los más necesitados frente a las actitudes despectivas, desconfiadas o egoístas de los que más pueden”. EL BUEN SAMARITANO, ¡diantre!, un texto literario, humano y pastoral hecho para la reflexión y la sana envidia. No me alcanza tanto con tan poco. Podría estar leyéndolo treinta y tres veces seguidas, sin cansarme aún en la treinta y cuatro: tantos detalles en tan pocas palabras. Y todo por la pregunta de un doctor especializado en la Torah judía: ¿quién es mi prójimo?

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Pequeño texto mitad comentario bíblico sobre el BS, mitad ficción literaria que alarga un poco más allá esa parábola en otros personajes como nosotros, por ejemplo...

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El buen samaritano (2da. Parte)

Con la escritura correteando por mis venas, desde hace muchos años he añorado de mi autoría una pequeña historia como la parábola de EL BUEN SAMARITANO. Lucas nos la presenta en el capítulo 10, entre los versículos 25 al 37 de su Evangelio.

Pero ¡qué va!... Es un relato irrepetible: corto, cortísimo; sencillo en su estilo, casi coloquial a base de gerundios y conjunciones; intenso y dramático, teatro primitivo; además ofrece un mensaje para la eternidad…, su enseñanza nunca pasará de moda: “La necesidad del amor solidario, la urgencia de la misericordia sin condiciones hacia los más necesitados frente a las actitudes despectivas, desconfiadas o egoístas de los que más pueden”.

EL BUEN SAMARITANO, ¡diantre!, un texto literario, humano y pastoral hecho para la reflexión y la sana envidia. No me alcanza tanto con tan poco.

Podría estar leyéndolo treinta y tres veces seguidas, sin cansarme aún en la treinta y cuatro: tantos detalles en tan pocas palabras.

Y todo por la pregunta de un doctor especializado en la Torah judía: ¿quién es mi prójimo?

Jesús no le responde directamente, no le explica nada; magnífico pedagogo, el maestro simplemente le cuenta una parábola:

«Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio lo vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verlo tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo:

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- Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.

Hasta aquí el mero relato. Ahora el diálogo de complemento; el maestro de Galilea le pregunta al preguntón:

-¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?

El doctor dijo:

- El que practicó la misericordia con él.

Díjole Jesús:

- Vete y haz tú lo mismo.»

“Vete y haz tú lo mismo”. Sencillo, claro y contundente. Sobran las explicaciones, pero…

… ¡Diantre! ¡Qué logrados esos personajes en su simbolismo, junto a ese final sin concesiones, sin medias tintas! Teatro puro, drama redondo, ciento cincuenta páginas redundantes en cualquier autor que vive de su oficio, aquí resumidas en una joya de quince líneas.

EL HIJO PRÓDIGO, un zarpazo contra el desamor, un canto a las almas compasivas… Ningún lector se queda impasible. Clásico relato oriental, vivo y fresco todavía después de veinte siglos de andadura…

¡Cómo me gustaría compartir siquiera las migajas de esa parábola irrepetible! Pero… ¿qué podría hacer para ello?

Sinceramente, siempre me ha llenado de curiosidad el Doctor de la Ley, tan inquisitivo o impertinente con Jesús. Después de recibir semejante mandato, ¿qué pudo acontecer con ese personaje especialista en La Torah judía? ¿Cómo fue su vida a partir de entonces?

Las respuestas pueden ser innumerables o ninguna; de mi parte me lo imagino interpretando una historia especial… De ahí ha nacido:

“La Segunda parte del Hijo Pródigo”

Resulta que no muchos días después del encuentro con el “sabio galileo”, a ese mismo doctor de la ley lo reclamaron con urgencia desde la ciudad de Jericó: asunto familiar inaplazable, muy grave, casi a vida o muerte.

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Poco le agradó semejante compromiso, pero la familia es la familia y no podía negarse aunque el trayecto fuera largo, sinuoso el camino y siempre peligroso por las abundantes zonas solitarias que lo atraviesa.

Bien de mañana y acompañado por un borriquillo, se puso en marcha en dirección a Jericó, la milenaria ciudad próxima al mar Muerto. Su hermano lo esperaba con mucha impaciencia.

Al ser un trayecto mayormente ondulante y en descenso, prefirió caminar todo el tiempo posible y guardar la ayuda del pollino para los tramos finales o en el viaje de retorno. Por lo menos llevaría su equipaje y los regalos para sus familiares.

Caminando y caminando, varios asuntos robaban la atención de su mente: entre todos, el asunto fraternal y… flotaba algo en su mente, no tenía rostro claro pero le inquietaba este viaje de Jerusalén a Jericó…

- ¡Curiosa coincidencia! –Se decía de vez en cuando, paso sobre paso- En algo se me ocurre a la parábola que me contó el Galileo: de Jerusalén a Jericó... ¿Será un real o falso presagio? ¡Huuummm!... Espero no me suceda nada por el camino. Mi obligación es ayudar a mi hermano.

Se cruzó con otros pasajeros en dirección a Jerusalén, pero el camino no resultaba nada agradable: subidas y bajadas, pedregoso, con mucho polvo, moscas y el sol a placer; las numerosas curvas lo convertían en una trampa ideal para asaltos de bandidos sobre los indefensos caminantes.

Con el paso de las horas, el trayecto comenzó a pesarle más a cada paso que daba, era demasiado largo para un hombre de la Capital dedicado al estudio de los libros sagrados; pero la animaba la idea de que Jericó estaba más cerca cada vez: entes que cayera la noche su cuerpo descansaría tranquilo en la fresca casa de su hermano.

El sol le daba en la espalda, sobre la lejanía del mar Muerto; el camino fue quedándose más solitario cada vez: él solo con su borriquillo como única compañía. Entonces la inquietud y un temor oscuro le hicieron apresurar el paso, lento después de tantas horas sin descanso. De repente, sobre un tramo recto de la pista entre dos lomas llenas de follaje, al fondo del mismo distinguió un objeto irreconocible en la distancia; se encontraba a la derecha de la ruta en dirección a Jericó.

- ¿Un bulto grande a la vera del sendero? ¿Qué podrá ser? –se preguntaba algo temeroso el doctor de la ley- Tal vez sea un animal descansando, herido o… muerto.

Sus pasos se ralentizaron un poco, caminaba con la vista fija en el bulto, más grande cada vez a cada paso nuevo en aquella dirección. Por necesidad tenía que pasar a su altura.

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- ¡Huuuummm!... Parece, parece… ¡una persona! –Del todo inquieto y desasosegado- ¿A estas horas una persona caída o echada a la vera de la vereda?

A unos treinta metros de distancia divisó mejor al personaje; se detuvo un momento: - ¡Es un hombre! Tiene la ropa revuelta, mas no rota; está caído sobre la cara y el pecho, se mueve un poco, pero…

Muy despacio avanzó unos cuantos metros y se detuvo a una corta distancia; era incapaz de mover un paso más. El sentido del peligro, del miedo o la responsabilidad pusieron en atención sus ojos:

- Es un hombre adulto, noto su respiración, no veo sangre en la cabeza o en sus manos.

Y le alcanzó la duda, el dilema real que le había inquietado desde la parábola del Galileo:

- Si me acerco a ayudarle y me ataca estoy perdido; muchos salteadores así lo hacen; por lo menos ahora puedo defenderme un poco.

El miedo y la responsabilidad luchaban entre sí:

- Y si paso de largo y se muere porque no lo he auxiliado, entonces ¿qué? Pero debo llegar hasta Jericó, mi hermano también necesita de mi ayuda. ¿Qué decisión tomo? Estaba paralizado entre el miedo a perder la vida por ayudar a ese hombre o a perder la vida de ese hombre por negarle su auxilio. Un gran dilema para un pequeño personaje bíblico.

Entonces, el narrador detiene el relato, lo piensa un poco y resuelve la cuestión con dos preguntas:

- ¿Se compadeció el Doctor de la ley por el hombre caído a la vera del sendero o siguió de largo temeroso por alguna trampa o urgido por su hermano en Jericó?

-A la hora de la verdad, ¿quién soy para decidir el desenlace en esta “Segunda Parte del Buen Samaritano”? Decidido:

Al Doctor de la Ley vamos a dejarlo de pie en medio del camino: todavía contempla indeciso el bulto de un hombre caído cuando va cayendo la noche…

Lo que él haga es cosa suya.

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Tal vez los lectores se animen a crear su propio desenlace; aunque lo más conveniente sería borrar de un plumazo esta historieta y quedarnos con el mensaje claro y contundente de Jesús en la parábola de EL BUEN SAMARITANO…

- ¿No les parece?

2 – EKAINA – 2014Almirante (Bocas del Toro)Asteazkena

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