el carnaval de arlequín de miró

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El Carnaval de Arlequín de Miro

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El Carnaval de Arlequínde

Miro

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AUTOR: Joan Miró i Ferrà (1893-1983).

Fue un pintor catalán que comenzó a pintar a finales del siglo XIX dentro del fauvismo, para pasar posteriormente al cubismo, pasando también por el arte negro o el neocubismo, recalando luego en el surrealismo, bagaje que le sirvió para crear un lenguaje con un estilo curioso de un acusado candor. Dentro del surrealismo, representa la corriente abstracta del mismo.

Bajo un aparente aspecto de hombre ordenado y cuidadoso que llevó una vida metódica, pulcra y austera, se esconde y plantea un fondo rebelde contra el arte efectista e intelectual. Progresivamente Miró va a ir configurando un lenguaje depurado a base de signos que constituyen un sistema de lenguaje, que no se circunscribe solamente al movimiento surrealista, sino que va a ir progresando y complicándose, para hacerse después reiterativo y expresivo.

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CRONOLOGÍA:

1924-1925 La pintó en París durante el invierno de

1924-1925, en el estudio que el escultor Pablo Gargallo poseía en la calle Blomet y que éste le cedía durante sus ausencias.

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LOCALIZACIÓN:

Galería Albright-Knox de Buffalo, Nueva York.

(EEUU)

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Búfalo, Estado de Nueva York (EEUU)

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Galería Albright-Knox

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ESTILO:

Surrealismo (aunque es muy personal).

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DIMENSIONES:

66 x 93 cm.

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MATERIALES Y TÉCNICA:

Óleo sobre lienzo.

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TEMA: Miro intentó plasmar las alucinaciones que le

producían pasar hambre. No es que pintara lo que veía en sueños sino que el hambre le provocaba una especie de trance parecido al que experimentan los orientales. Entonces realizaba dibujos preparatorios del plan general de la obra, para saber en qué sitio debía colocar cada cosa. Después de haber meditado mucho lo que se proponía hacer comenzó a pintar y sobre la marcha introducía todos los cambios que creía convenientes.

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DESCRIPCIÓN: Un autómata que está tocando la guitarra y un arlequín con bigotes tienen los

papeles principales. A su alrededor aparecen gatos jugando con unas bolas de lanas, unos pájaros ponen huevos de donde salen mariposas o unos peces voladores se van a la búsqueda de los cometas. También se ve como un insecto se escapa de un dado o un mapamundi espera sobre la mesa, así como una escalera que tiene una oreja humana enorme proyecta un ojo minúsculo entre los barrotes.

El ojo, adoptado como emblema para señalar la presencia del hombre, será una constante en la producción artística de Miró y aquí aparece por toda la tela, pues se abren unos ojos sobre los cubos, los cilindros y los conos. A través de una ventana que se abre al exterior se advierte un azul del cielo con una pirámide de color negro, que Miró dijo ser la Torre Eiffel, una especie de llama roja, de compleja identificación, y un sol. En la obra se aprecia una clara tendencia por parte del pintor a llenar toda la superficie del cuadro con muchos elementos, con juguetes fabulosos, curiosos animales o criaturas semihumanas. Esta composición abigarrada, según el autor, se debe a las alucinaciones causadas por el hambre. Él mismo comentaba que en esta pintura "intentaba plasmar las alucinaciones que me producía el hambre que pasaba. No es que pintase lo que veía en los sueños como entonces propugnaban Bretón y los suyos, sino que el hambre me provocaba una especie de tránsito parecido al que experimentaban los orientales".

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En la tela se encuentran ya los signos predilectos del lenguaje mi-roniano que se repetirán en obras posteriores, como la escalera, símbolo de la huida y la evasión, pero también de la elevación; los animales y, sobre todo, los insectos, que siempre le interesaron mucho. O la esfera, a la derecha de la composición, una representación del globo terrestre; en palabras del artista: "ya entonces me obsesionaba una idea: ¡He de conquistar el mundo!". Asimismo, el ojo y la oreja provienen de Tierra labrada, su primera obra de transición del realismo a lo onírico e imaginario.

Esta obra supuso la plena aceptación del artista en el grupo surrealista de París, dirigido por André Bretón, que, incluso llegaría a afirmar que Joan Miró, con su gran imaginación, era el más surrealista de todos ellos, aunque el pintor catalán nunca se sintió como tal.

Un dibujo preparatorio conservado en La Fundación Miró de Barcelona pone de manifiesto la preocupación del artista por la composición de todos y cada uno de los motivos, aparentemente dispuestos de forma inconexa y arbitraria, pero que en cambio siguen una estructuración completamente tradicional. En este cuadro reelabora elementos figurativos aparecidos en obras de Pieter Bruegel y de El Bosco, donde se asiste también a esta invasión de criaturas simbólicas.

Como La masía, el Carnaval del Arlequín es una obra detallista que exige una lectura detenida. Los colores, sobre todo los primarios, obedecen también a esta lectura detallada y participan igualmente de la unidad armónica del cuadro aportando más dinamismo a la obra.

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SIMBOLISMO:Escalera: Simboliza la huída. Es un elemento que empieza a usar aquí pero que empleará

en muchas de sus obras.

Insectos: Otros elementos que se repiten en su obra son los insectos, que le interesaban mucho.

Globo: Es la representación del globo terráqueo, idea que le obsesionaba en ese momento a Miró.

Triángulo: El triángulo negro representa la Torre Eiffel.

Metamorfosis: Miró observa elementos de la naturaleza pero no los plasma en sus cuadros tal y como son, ni tan siquiera como los ve él. Lo que hace es un proceso de metamorfosis para crear formas diferentes. Por eso sus obras tienen siempre parecidos elementos, que se han convertido en el referente de su arte.

Arlequín: Aunque no encontramos una jerarquía establecida en el cuadro, por el título sabemos que Arlequín es el protagonista. Porta sombrero, bigote,...

Carnaval: La escena es un carnaval, donde las apariencias pueden transformarse para ver otra que hay debajo. Por eso, las formas tan extrañas tienen un simbolismo concreto. Este cuadro, según el propio Miró, fue realizado cuando sufría alucinaciones por el hambre.

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VALORACIÓN: Nos encontramos con un lenguaje poético de signos que sugieren ensoñación, ingenuidad,

fantasía y ambigüedad también. Este cuadro tan ambiguo, aparentemente comprensible y a la vez hermético, tiene cierta vivencia poética y un fondo inalcanzable. El propio Miró dijo, refiriéndose a los dibujos preparatorios de esta pintura, que le fueron inspirados por “los terribles delirios del hambre”.

Aparecen representados una serie de elementos que se van a repetir posteriormente en otras obras, como las escaleras que pueden servir tanto para reflejar la huída como para la ascensión, o los insectos (parecen fascinarle), su gato, la esfera oscura (el globo terráqueo), etc.

Este camino de libertad del ensueño, de lo onírico, lleva a la creación de un mundo fantasioso y característico. El propio André Bretón dijo de Miró que era el más surrealista de todos ellos. Entre sus signos mezcla miniaturas de objetos reales con signos inventados, como una guitarra o un dado que, a la vez se complementan perfectamente con grafismos convencionales. Aquí vemos en notaciones musicales, en un pentagrama, el reflejo del lenguaje de la guitarra junto a la que aparecen. Los objetos que se distribuyen por el espacio dan sensación de flotar al estar colocados no en una superficie, sino en una habitación en la que el suelo y la pared están realizados con perfecta perspectiva. Una ventana abierta al exterior nos muestra un paisaje típicamente mironiano.

Sus figuras alargadas, agusanadas y ameboides resbalan y flotan en este espacio irreal entre objetos y animales. Todo está lleno de vida en el movimiento de esta obra, trabajada con una técnica verdaderamente miniaturista y meticulosa creada con gran sensibilidad y un extraordinario gusto innato, que casa perfectamente con el ambiente festivo que debe acompañar al carnaval.

La fantasía de colores que aparece en esta obra es prácticamente insuperable, destacando siempre por su utilización de los colores primarios, el azul, el amarillo y el rojo, utilizando además el blanco y el negro. Precisamente son los colores los que nos mueven a través de las diferentes figuras del cuadro, pero sin una dirección marcada por el artista, sino por el propio espectador.

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