El Club de lectura del final de tu vida

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    en lugar seguro

    El caf moca de la sala de espera del centro de atencin apacientes externos del hospital Memorial Sloan-Ketteringnos chiflaba. El caf solo no es muy bueno y el chocolatecaliente es peor. Pero si, como descubrimos mi madre y yo,pulsas el botn de moca, ves cmo dos cosas no muy bue-nas pueden combinarse para constituir algo delicioso. Lasgalletas integrales tampoco estn nada mal.

    El centro de atencin a pacientes externos est ubicadoen la muy agradable cuarta planta de un esplndido edificiode oficinas de acero negro y vidrio de Manhattan, en la con-fluencia de la calle Cincuenta y tres y la Tercera avenida.Quienes lo visitan tienen suerte de que sea tan agradable,porque pasan all muchas horas. Es en ese lugar donde lagente con cncer espera para ver al mdico, o a que la conec-ten a goteros para dispensarle dosis de ese veneno que pro-longa la vida y constituye una de las maravillas de la medici-na moderna. A finales del otoo de 2007 mi madre y yoempezamos a quedar all con regularidad.

    Nuestro club de lectura empez formalmente con un cafmoca y una de las preguntas ms despreocupadas que pue-den plantearse dos personas: Qu ests leyendo?. Es unapregunta peculiar hoy en da. En los interludios de una con-versacin, es ms habitual que la gente pregunte: Qu hasvisto en el cine? o Adnde vas a ir de vacaciones?. Yano se puede dar por sentado, tal como cuando yo era un

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    muchacho, que alguien est leyendo algo. Pero es una pre-gunta que mi madre y yo nos hacamos desde que alcanzo arecordar. As que un da de noviembre, mientras pasbamosel rato entre que le sacaran sangre y el momento de la visitaa la doctora (que preceda a la sesin de quimio), le planteesa pregunta. Mi madre respondi que estaba leyendo unlibro extraordinario, En lugar seguro, de Wallace Stegner.

    En lugar seguro, publicado en 1987, es uno de esos li-bros que yo siempre haba tenido intencin de leer, hasta elpunto de que pas aos fingiendo no solo que lo haba ledo,sino que saba ms sobre su autor que los simples datos deque naci a principios del siglo xx y escribi principalmenteacerca del Oeste americano. Trabaj en el mundo editorialdurante veintin aos y, en el transcurso de muchas conver-saciones, cog la costumbre de preguntar a la gente, sobretodo a los libreros, el ttulo de su libro preferido y por qu legustaba tanto. Uno de los libros que con ms frecuencia secitaban era, y sigue siendo, En lugar seguro.

    Hablar con entusiasmo de libros que no haba ledo anera parte de mi trabajo. Pero hay diferencias entre soltarleuna mentirijilla a un librero y mentirle a tu madre de setentay tres aos cuando la acompaas a su tratamiento para de-morar el crecimiento de un cncer que ya se haba extendidodel pncreas al hgado cuando le fue diagnosticado.

    Le confes que, en realidad, no haba ledo ese libro.Te pasar mi ejemplar cuando lo haya terminado me

    dijo mi madre, que siempre fue mucho ms ahorradoraque yo.

    No hace falta, ya lo tengo le contest, lo que, dehecho, era cierto. Hay ciertos libros que tengo intencin deleer y guardo apilados en la mesilla de noche. Incluso me losllevo de viaje. Algunos de esos libros han viajado tanto quedeberan hacerles descuento por acumulacin de millas detrayecto. Me llevo esos libros un vuelo tras otro con las me-

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    jores intenciones y luego acabo leyendo cualquier otra cosa(la revista de ofertas de la compaa area, una publicacinsobre golf!). He llevado En lugar seguro a tantos viajes y hevuelto a dejarlo en la mesilla tantas veces que ese volumenbien podra haberse sacado al menos un billete de primeraclase a Tokio en Japan Airlines.

    Pero esa vez iba a ser distinto. Ese fin de semana lo em-pec, y ms o menos cuando iba por la pgina veinte, ocu-rri ese milagro que se obra solo con los mejores libros: meensimism y me obsesion, y estuve todo el tiempo en planEs que no ves que estoy leyendo?. Para los que an nohabis ledo En lugar seguro (o los que segus fingiendo ha-berlo ledo), es una historia sobre la amistad de dos parejasdurante toda su vida: Sid y Charity, y Larry y Sally. Al prin-cipio de la novela, Charity se est muriendo de cncer. Asque cuando lo acab, sent la necesidad de hablar del temacon mi madre. La novela nos ofreci una manera de abordaralgunas cosas a las que se enfrentaba ella y algunas cosas alas que me enfrentaba yo.

    Crees que le ir bien? le pregunt, refirindome aSid, que al final se queda sumamente solo.

    Le resultar muy duro, claro, pero creo que saldrbien parado. Estoy segura. Igual no enseguida. Pero le irbien contest, refirindose a Sid, pero quiz tambin a mipadre.

    Los libros siempre haban sido para nosotros dos unamanera de sacar a colacin y explorar temas que nos preo-cupaban pero que nos resultaban incmodos, y tambin noshaban dado temas de conversacin cuando estbamos es-tresados o ansiosos. En los meses que siguieron al diagnsti-co de la enfermedad, empezamos a hablar de libros cada vezms. Pero fue con En lugar seguro cuando los dos comenza-mos a darnos cuenta de que nuestras charlas iban ms allde lo fortuito, que habamos puesto en marcha, sin nosotros

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    saberlo, un club de lectura de lo ms inslito, uno que solotena dos participantes. Como en muchos clubes de lectura,las conversaciones iban y venan de las vidas de los persona-jes a las nuestras. Unas veces tratbamos un libro en profun-didad; otras, nos encontrbamos absortos en una conversa-cin que tena muy poco que ver con el libro o el autor quela haba provocado.

    Yo quera averiguar ms acerca de la vida de mi madre ylas opciones que haba tomado a lo largo de la misma, asque a menudo llevaba la conversacin por ah. Pero ella te-na sus propios planes, como casi siempre. Me llev tiempoaveriguarlo, y necesit ayuda.

    Durante la enfermedad de mi madre, antes y despus deEn lugar seguro, ambos lemos docenas de libros de todaclase. No leamos nicamente grandes libros, leamos alazar, con promiscuidad y por capricho. (Como he dicho, mimadre era ahorradora; si le dabas un libro, se lo lea.) Nosiempre leamos los mismos ttulos al mismo tiempo; noquedbamos para comer, ni en das especficos, ni fijbamosuna serie de encuentros al mes. Pero nos veamos obligadosa volver una y otra vez a esa sala de espera a medida que lasalud de mi madre iba empeorando. Y hablbamos de libroscon la misma frecuencia que de cualquier otra cosa.

    Mi madre lea rpido. Ah!, y tengo que mencionar otracosa. Siempre lea el final del libro al principio porque eraincapaz de esperar a ver cmo terminaban las cosas. Cuandoempec a escribir este libro, ca en la cuenta de que, en ciertamanera, ella ya haba ledo el final del mismo: cuando tienesun cncer de pncreas que te ha sido diagnosticado despusde que se extendiera, no es muy probable que haya un finalsorprendente. Ya sabes casi con toda seguridad lo que te de-parar el destino.

    Podra decirse que la tertulia literaria se convirti ennuestra vida, pero sera ms preciso decir que nuestra vida se

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    convirti en una tertulia literaria. Tal vez siempre lo habasido y fue necesario que mi madre enfermase para que nosdiramos cuenta. No hablbamos mucho sobre el club delectura. Hablbamos de libros y hablbamos de nuestra vida.

    Todos tenemos mucho ms por leer de lo que podemosleer y mucho ms por hacer de lo que podemos hacer. Aunas, una de las cosas que aprend de mi madre es la siguiente:leer no es lo contrario de hacer; es lo contrario de morir.Nunca podr leer los libros preferidos de mi madre sin pen-sar en ella, y cuando los preste y los recomiende, sabr quecon ellos va parte de lo que la constituy; que una parte demi madre seguir viva en esos lectores, lectores que tal vez sesientan inspirados a amar tal como ella am y a abordar supropia versin de lo que ella hizo en el mundo.

    Pero me he adelantado. Dejadme que vuelva al principio,o ms bien al principio del fin, a antes de que le fuera diag-nosticada la enfermedad a mi madre, cuando empez a en-contrarse mal y no sabamos por qu.

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    cita en samarra

    A mi madre y a m nos encantaban los comienzos de las no-velas. Los chiquillos llegaron temprano para el ahorca-miento era uno de nuestros preferidos. Era el inicio de Lospilares de la tierra, de Ken Follett. Cmo no seguir leyen-do? Y la primera frase de Oracin por Owen, de John Ir-ving: Estoy condenado a recordar a un chico con la vozquebrada, no por su voz, ni porque fuera la persona mspequea que haba conocido en mi vida, ni siquiera porquefuese el instrumento de la muerte de mi madre, sino por-que es la razn de que crea en Dios; soy cristiano por causade Owen Meany. Y la primera lnea de E. M. Forster enRegreso a Howards End: Podramos comenzar con las car-tas de Helen a su hermana, verdad?. Es ese tono apelativolo que atrapa: resulta despreocupado, informal incluso, peroaun as provoca en el lector la sensacin de que queda mu-cha historia por delante.

    Hay novelistas que empiezan con frases que presagian elgrueso de la trama del libro; otros comienzan con insinua-ciones; otros, con palabras que sencillamente crean un am-biente o describen a un personaje, mostrando al lector unmundo antes del diluvio, sin indicio alguno de lo que est apunto de acontecer. Lo que no hay que escribir nunca es:Poco saba ella que su vida estaba a punto de cambiar parasiempre. Muchos autores optan por algo as cuando quie-ren crear suspense. Lo cierto es que la gente nunca sabe que

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    su vida est a punto de cambiar de un modo imprevisto; ahradica la naturaleza de lo imprevisto.

    Nosotros no ramos distintos.El ao 2007 empez con mi madre y mi padre pasando

    unas semanas en Vero Beach, Florida, un lugar que ella des-cubri entrada ya en aos y le encant. Ahora recuerdo, nosin cierto remordimiento, cmo le repeta una frase sobreFlorida que le o a algn humorista: All es donde los viejosvan a morirse y luego no se mueren.

    Todos tenamos previsto ir de visita en un momento uotro, pero cada miembro de la familia estaba, a la sazn,felizmente ocupado. Mi hermano Doug acababa de produciruna nueva versin cinematogrfica de Lassie vuelve a casa.Mi hermana Nina trabajaba para TB Alliance, combatiendoel contagio de la tuberculosis por el mundo. Yo preparaba ellibro de David Halberstam sobre la guerra de Corea para supublicacin y tambin me encargaba de la promocin de unlibro sobre el correo electrnico que haba escrito con un ami-go. Mi padre estaba ocupado con su negocio de representa-cin de msicos: directores, cantantes y grupos. Estbamosobsesionados con las ansiedades, los pequeos roces y losachaques menores (dolores de muelas, de cabeza, insom-nio...) que afectan a todo el mundo. Y tambin haba cum-pleaos que recordar, acontecimientos y viajes que planear,y calendarios que ajustar. Con mi familia, siempre haba unflujo incesante de peticiones que nos dirigamos los unos alos otros en nombre de nuestros amigos y de causas diversas:podamos asistir a una gala benfica? Podamos presentar-les a tal o cual persona? Recordbamos el nombre de lamujer que llevaba un vestido rojo en el concierto? Tambinnos bombardebamos con recomendaciones, a menudoplanteadas como mandamientos: tienes que ir..., tienes queleer..., tienes que ver... La mayor parte de estas venan delabios de mi madre.

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    De haber sido nuestra familia unas lneas areas, mi ma-dre hubiera sido el aeropuerto central, y los dems, los vue-los de origen o destino. Rara vez iba nadie a ningn sitio sinhacer escala; cada uno de nosotros pasaba por mi madre,que diriga el trfico areo y estableca prioridades: qumiembro de la familia tena autorizacin para despegar oaterrizar. Ni siquiera mi padre era inmune a la planificacinde mi madre, aunque tena ms libertad de movimiento quelos dems.

    La frustracin que sentamos sus hijos tena que ver conlo minuciosamente que todo deba estar planificado. De lamisma manera que un avin retrasado puede interferir en elfuncionamiento de todo un aeropuerto, haciendo que losvuelos se acumulen y la gente tenga que dormir por los pasi-llos, mi madre tena la impresin de que cualquier cambiopoda sumir nuestras vidas en el caos. De resultas de ello, ami hermano, a mi hermana y a m nos causaba cierto terroralterar, aunque solo fuera levemente, los planes una vez loshabamos cerrado con mi madre.

    Cuando la llam a Florida ese mes de febrero para decir-le que haba decidido tomar un vuelo vespertino desde Nue-va York en vez del vuelo matinal como habamos quedadopreviamente, se limit a decir: Ah, pero pude notar uninmenso deje de exasperacin en su voz. Despus aadi:Estaba pensando que si llegabas por la maana, podramosir a comer con la pareja de la casa de al lado; se van estatarde, as que si llegas en un vuelo posterior, no tendrs laoportunidad de conocerlos. Supongo que podramos pedir-les que se pasen a tomar un caf por la tarde, pero entoncesno podramos ir a Hertz a incluirte en el registro de alquilerdel coche, y me vera obligada a conducir hasta Orlandopara recoger a tu hermana. Pero no pasa nada. Seguro quelogramos que todo salga bien.

    Mi madre no se limitaba a coordinar nuestras vidas.

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    Tambin ayudaba a coordinar, casi siempre a peticin deotros, las vidas de cientos de personas ms: en su iglesia, enla Comisin de Mujeres en Apoyo de Mujeres y Nios Refu-giados (formaba parte de la junta directiva que la fund), enel Comit de Rescate Internacional (fue coordinadora de losmiembros del consejo y fund la seccin britnica del CRI)y en la infinidad de organizaciones en las que trabaj o decuyas juntas form parte. Fue directora de ingresos en Har-vard cuando yo era un muchacho, y luego asesora universi-taria en un centro de Nueva York y directora de un institutode secundaria, y segua en contacto con cientos de antiguosalumnos y colegas. Tambin estaban los refugiados que co-noca en sus viajes por todo el mundo, y con los que se man-tena en contacto. Sin olvidar tampoco el resto de amistades,que iban desde los amigos ntimos de la infancia hasta lagente que casualmente se sentaba a su lado en un avin o enun autobs que cruzaba la ciudad. Mi madre siempre se de-dicaba a presentar, planificar, sopesar, asesorar, aconsejar,consolar. A veces deca que todo eso la agotaba, pero saltabaa la vista que por lo general le encantaba.

    Una de las organizaciones que mantena ms ocupada ami madre era una fundacin que contribua a establecer bi-bliotecas en Afganistn. Se enamor de ese pas y de susgentes la primera vez que viaj all, en 1995, atravesando elpaso de Jaiber desde Pakistn para informar sobre la situa-cin de los refugiados. Regres a Afganistn nueve veces,siempre a fin de ayudar a la Comisin de Mujeres o al Co-mit de Rescate Internacional (que es la organizacin matrizde la Comisin de Mujeres), para seguir indagando en laevolucin del calvario de los refugiados en aquella zona. Susviajes en aras de los refugiados la llevaron no solo a Kabul,y no solo por todo Afganistn incluido Jost, donde hizonoche en una pensin ruinosa, la nica mujer entre veintitrsguerreros muyahidines, sino por el mundo entero, inclui-

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    da la mayora de los pases del sudeste asitico y frica occi-dental.

    Ese ao, mientras se encontraba en Florida, estaba encontacto permanente con un hombre llamado John Dixon,un profesional que llevaba mucho tiempo implicado enAfganistn, saba prcticamente ms que nadie sobre el pasy estaba ayudando a conformar la visin sobre el mismo deuna persona que saba ms incluso que l: una mujer de se-tenta y nueve aos llamada Nancy Hatch Dupree, que du-rante dcadas haba repartido su tiempo entre Kabul y Pes-hawar. Mi madre y John, que se haban encontrado muchasveces con Nancy en Pakistn y Afganistn, colaboraban afin de poner en marcha una fundacin estadounidense queayudara a Nancy a recaudar dinero destinado a una biblio-teca y un centro cultural nacional cosa que Afganistn notena, que se construira en la Universidad de Kabul, y afinanciar bibliotecas itinerantes para los pueblos de todo elpas, que llevaran libros escritos en dari y pastn a genteque rara vez vea un libro en su propio idioma, si es quealguna vez vea un libro. Nancy y su marido, que murien 1988, haban amasado una coleccin sin parangn de38.000 volmenes y documentos sobre los cruciales treintaltimos aos de la historia afgana. As que dispona de loslibros; lo que no tena era dinero y apoyo.

    En la primavera de 2007, a mi madre le dieron la opor-tunidad de sumarse a la delegacin del Comit de RescateInternacional en Pakistn y Afganistn, y todo pareca estartomando forma como era debido: en Peshawar y Kabul po-dra pasar mucho ms tiempo en compaa de Nancy conobjeto de concretar un plan de recaudacin para las biblio-tecas. Aunque en muchas familias sera una noticia impor-tante que uno de sus miembros fuera a visitar uno de loslugares ms peligrosos del mundo un lugar en el que yahaban disparado contra mi madre (aunque ella aseguraba

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    que dispararon a los neumticos, no a ella), donde se habareunido con el lder militar Ahmad Sha Masud (posterior-mente asesinado por dos terroristas suicidas), donde los tali-banes seguan controlando buena parte del pas y donde msde doscientos miembros de las fuerzas estadounidenses y dela coalicin moriran antes de terminar el ao, para nues-tra familia no era nada fuera de lo comn.

    As que no esperamos que nada fuese distinto cuando partide viaje esa vez; ni sospechamos que nada sera distintocuando regres enferma. No se encontraba peor de lo nor-mal despus de una visita a un pas arrasado por la guerra.Haba vuelto de la mayora de sus viajes de trabajo Libe-ria, Sudn, Timor Oriental, Gaza, Costa de Marfil, Laos...,por nombrar unos pocos con algn tipo de malestar: uncatarro, agotamiento, dolores de cabeza, fiebre. Pero en esasocasiones ella se limitaba a seguir adelante con su vida aje-treada hasta que los achaques pasaban.

    Desde luego, hubo veces en que mi madre volvi enfermade un viaje y sigui enferma una buena temporada. De Bos-nia regres con una tos que le dur unos dos aos, y lleg aformar parte de ella hasta tal punto que solo nos dimoscuenta cuando de pronto se le pas. Tambin tuvo proble-mas de piel diversos: manchas, hinchazones y sarpullidos.Pero en todos esos casos, su estado no se agrav. Volvi acasa enferma y sigui enferma hasta que se recuper o hastaque todos, incluida ella misma, olvidamos que alguna vezhaba estado mejor.

    Siempre insistamos en que fuera al mdico, e iba: a sumdico de cabecera, a diferentes expertos en enfermedadestropicales y, alguna vez, a otros especialistas. Pero salvo porun aterrador brote de cncer de mama, que le fue detectadocon la suficiente antelacin para que bastara con una opera-

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    cin quirrgica y no tuviera que someterse a quimioterapia,y una piedra en la vescula biliar que tuvieron que extirparle,nunca haba tenido problemas demasiado graves. Dbamospor sentado que a mi madre nunca le pasaba nada que nopudiera curarse bajando el ritmo de actividad.

    Cosa que no haca.Tambin estbamos convencidos de que si mi madre hu-

    biera seguido un tratamiento con antibiticos de principio afin de una vez por todas, se hubiera librado para siempre detodos aquellos achaques relacionados con los viajes. No s siera por frugalidad, terquedad o falta de confianza en los me-dicamentos, pero tras tomar la mitad de la dosis que se le ha-ba recetado, guardaba el resto para otra ocasin, lo cual eraexasperante. Ni siquiera serva de nada recordarle que podaestar contribuyendo al desarrollo de una superbacteria.

    En verano de 2007, no obstante, mi madre sigui enfer-ma. Con una rapidez considerable, todos los mdicos y espe-cialistas confirmaron lo que tena: hepatitis. Se estaba po-niendo amarilla; tena el blanco del ojo del mismo color quela yema de los huevos orgnicos; no del amarillo plido delos huevos de supermercado, sino de un color dorado conmatices sanguinolentos. Perda peso y no tena apetito. Y es-taba bastante claro dnde haba contrado la hepatitis, puesacababa de volver de Afganistn. Era algo que haba comi-do, tal vez. O el agua de alguna ducha que le haba entradoen la boca. Pero al principio los mdicos no atinaban a verqu clase de hepatitis era. Ni A, ni B ni C; ni siquiera D.Pensaron que igual era la hepatitis E, muy poco comn. Aunas, el que nadie estuviera plenamente seguro del tipo de he-patitis que padeca mi madre no nos preocup gran cosa. Sino podamos entender la complicada situacin poltica y re-ligiosa de Afganistn, cmo bamos a tener identificadostodos y cada uno de los extraos virus y enfermedades quese podan contraer all?

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    Sus mdicos no pecaron de incautos; desde el primer mo-mento hicieron pruebas para descartar otras posibilidades yquedaron prcticamente convencidos de que las haban des-cartado. Le hicieron recomendaciones: tendra que descan-sar y prescindir por completo del alcohol (no tena muchaimportancia para ella, aunque le gustaba tomar una copa devino con la cena y champn en las celebraciones). Nada ms.

    A medida que transcurra el verano, sin embargo, mi ma-dre se encontraba cada vez peor. Estaba cansada. Y le saca-ba de quicio estar cansada, y tener hepatitis, y no sentirsebien. No se quejaba, pero a veces nos lo comentaba a quienesms cerca estbamos de ella. Al volver la vista atrs, cadamencin que hizo de su hepatitis me resulta siniestra. A vecesdeca a mi padre, o a uno de nosotros, algo as como: No spor qu no consiguen averiguar qu me pasa. O: No hagoms que descansar y nunca estoy descansada. Aun as, seesforzaba por hacer prcticamente todo lo que quera.

    Alguna vez llegaba a descansar? No era fcil decirlo.Para ella, un da relajado era uno de los que dedicaba aponerse al da con los correos electrnicos o a atacar sumesa (siempre usaba esa palabra, como si fuera un mons-truo que escupa documentos contra el que haba que lucharpara que no tomara el poder y lo destruyera todo a su paso).Solo cuando lea estaba quieta de verdad.

    Ver a nuestra madre esforzarse por mantenerse a la altu-ra de las exigencias de su vida provoc que la tensin se in-crementara entre el resto de la familia. No podamos enfa-darnos con ella por no sentirse bien ni por su negativa atomarse las cosas con calma, as que nos molestbamos losunos con los otros mucho ms de lo habitual por cualquiertipo de pequeas ofensas: llegar temprano, llegar tarde, olvi-dar un cumpleaos, hacer un comentario sarcstico, com-prar helado del sabor que no tocaba... Procurbamos quenuestra madre no nos pillara en esas trifulcas, pero no siem-

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    pre lo logrbamos. Por lo general, era capaz de resolverlas,desestimarlas o arbitrar en ellas, lo que haca que los impli-cados nos sintiramos culpables por haber discutido.

    Ese verano fue ajetreado, y ni mi madre ni yo tuvimosoportunidad de leer como acostumbrbamos a hacer en ve-ranoes decir, buena parte del da, un da tras otro, de puer-tas adentro y a la intemperie, en casa o en las casas de vacacio-nes de nuestros amigos, de modo que optamos por librosms bien breves. Yo le Chesil Beach, de Ian McEwan, queincluso un lector lento puede empezar y terminar en unatarde. Mi madre lo tena en su lista de lecturas y me pregun-t qu pensaba.

    Ambos habamos ledo varias novelas de Ian McEwan alo largo de los aos. Las primeras obras de McEwan mues-tran todo un catlogo de crueldades, incluido el sadismo yla tortura. Mi madre haba pasado tanto tiempo en zonasde guerra, segn dijo, que se senta atrada por libros quelidiaban con temas oscuros, ya que la ayudaban a enten-der el mundo tal como es, no tal como nos gustara quefuera. A m me atraen los libros sobre temas oscuros sobretodo porque siempre hacen que vea mi vida con mejores ojos,por comparacin. En sus novelas ms recientes, en cambio,McEwan se ha vuelto menos radical, aunque no exactamen-te alegre. Chesil Beach era su libro ms reciente y acababade publicarse.

    En ciertos aspectos, Chesil Beach es un libro raro sobreel que hablar con tu madre de setenta y tres aos, teniendoen cuenta que gira en torno a una pareja recin casada, en1962, que est a punto de mantener relaciones sexuales porprimera vez, y describe su tentativa, desastrosamente torpe yenrevesada, con todo lujo de detalles. Esto no lo coment conella. En lugar de eso habl del fascinante y melanclico colo-fn del libro, que explica lo que les ocurrir a cada uno delos dos protagonistas. Chesil Beach me haba conmovido

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    tanto que durante una temporada no me apeteci empezarotro libro.

    Me pregunto si las cosas podran haberles ido de otramanera aad, despus de hablar de la suerte de la pareja.Lo maravilloso de saber que mi madre siempre empezaba loslibros por el final era que no tena que preocuparme por si selos destripaba.

    No lo s respondi ella. Igual no. Pero igual lospersonajes creen que las cosas podran haberles ido de otramanera. Igual por eso te ha parecido tan triste.

    Seguimos hablando un ratito del libro, sin atreverme yoa abordar la escena de sexo central, no porque mi madrefuera remilgada, sino porque me embargaba el clsico terrorinfantil a hablar de asuntos semejantes en presencia de mispadres. (Recuerdo con toda claridad el trauma que me causver la obra de teatro Equus, de Peter Shaffer, con mis padrescuando tena trece aos. En el momento en que el chico y lachica se desnudan por completo e intentan mantener relacio-nes, sent deseos de convertirme en un mero dibujo en el ta-pizado de la butaca.)

    Al final, nuestra charla de aquel da de julio pas de misopiniones sobre el libro de McEwan a la logstica familiar:dnde, cuando y qu hara cada cual. Luego, en algn mo-mento, como en la mayora de las conversaciones ese vera-no, mi madre dijo que segua sin poder librarse de la hepati-tis, que segua sin estar en plena forma, que no tena muchoapetito y que no se senta precisamente bien. Pero estaba se-gura, segura del todo, de que no tardara en encontrarse me-jor, en recuperar el apetito y en ponerse ms fuerte. Solo eracuestin de tiempo. Mientras tanto, haba demasiadas co-sas que hacer: por la familia, los amigos y las bibliotecas anpor construir en Afganistn. Todo requera su atencin, y aella le encantaba prestrsela. Aunque ojal se hubiera senti-do mejor.

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    En agosto, toda la familia (mi hermano y su esposa; mi her-mana y su pareja; yo y la ma; los cinco nietos) y variosamigos nos desplazamos a Maine para celebrar el ochentacumpleaos de mi padre. Mi madre haba organizado prc-ticamente todo y estuvo presente en casi todas las ocasiones:desayunos en grupo, un paseo en barco y una visita al Rocke-feller Garden en Seal Harbor.

    Mi padre estaba entonces, y sigue estando, fuerte. Tieneuna buena mata de pelo. Antao corpulento, ahora est msdelgado que muchos de sus amigos. Igual resopla un pococuando sube las escaleras, y no es en absoluto lo que la gen-te considera un deportista, pero le gustan la jardinera, loslargos paseos y el aire libre. No es quisquilloso prefiere losviejos restaurantes ms bien raros que han visto mejorestiempos a los elegantes pero s le gusta disfrutar de ciertacomodidad. Tambin disfruta con la msica barroca y laspelculas de accin, las cafeteras de carretera y el tiempo deocio para leer libros sobre el Imperio britnico en la India.No le interesan lo ms mnimo las universidades ni la pro-piedad inmobiliaria, que eran dos de los temas preferidos demi madre, y aunque es capaz de conversar haciendo gala degran encanto sobre asuntos que le divierten, tambin le gus-ta poner a otros en un aprieto cuando ha llegado a la conclu-sin de que estn diciendo paparruchas. Est ms feliz quenunca cuando hace un poco de fro y hay neblina. Y tambinle encantan la langosta y una buena merienda al aire libre,como a todos nosotros. As que Maine era el lugar perfectopara celebrar su cumpleaos.

    Pero entre todas las comidas en la playa, y los paseos enbarco, y los hermosos atardeceres de Maine con una copafirmemente asida, todos los adultos, sobre todo mi padre,nos dimos cuenta de lo apurada que iba mi madre, cosa queella estaba decidida a que nadie notara hasta que hubieraconcluido el fin de semana.

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    Cada vez estaba ms demacrada y exhausta. No tena lapiel ms amarillenta, pero estaba ms delgada y se aprecia-ban ms arrugas en su rostro; las mejillas le colgaban, lo quedaba a su sonrisa perpetua un aspecto levemente meditabun-do. Aun as, las arrugas parecan desaparecer cuando susnietos marchaban delante de ella dispuestos a cumplir algu-na misin. Durante esos das, mi madre se volvi hacia muna tarde y dijo que era difcil imaginarse o imaginarnosms afortunados.

    Lo que les haba ido terriblemente mal a los protagonis-tas de la novela de McEwan, Chesil Beach, pensaba uno delos personajes, era que nunca haban sentido amor o tenidopaciencia al mismo tiempo. Nosotros lo sentamos y la te-namos.

    La ltima maana de nuestra estancia en el amplsimohotel de estilo clsico con tejas de madera de Maine, baj yme encontr a mi madre en el porche con los cuatro nietosms pequeos a su alrededor. Les lea un cuento. Saqu eliPhone y les hice unas cuantas fotos apresuradamente. Re-cuerdo haber cado en la cuenta de que Nico, el nieto mayor,no apareca en las fotos. Bueno, por qu iba a aparecer? Alos diecisis aos, no iba a estar escuchando a su abuela leerun libro ilustrado.

    Fui corriendo a su habitacin y le dije que lo necesitaba,as que se desconect, dej el libro que estaba leyendo y mesigui.

    Salimos juntos al porche y Nico se sum al grupo paraque tomara la fotografa de mi madre con sus cinco nietos.No s por qu sent el impulso de hacerlo en ese momento.No saco nunca fotografas. Igual percib que estaba a puntode ocurrir algo que escapaba al control del amor, de la pa-ciencia o de cualquiera de nosotros, y era mi ltima oportu-nidad de fijar el tiempo.

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    El ltimo fin de semana del verano, a mediados de septiem-bre, mi pareja, David, y yo lo pasamos con un amigo quesiempre alquilaba la misma casa en la playa de Quogue, aunas dos horas de Manhattan, en Long Island.

    A mi madre le encant cuando le dije que iba a visitar aese amigo, porque la casa era propiedad de la hija de JohnOHara, Wylie, y lo haba sido del propio OHara antes deella. OHara era uno de los autores preferidos de mi madre.La casa era un desvencijado espacio situado en un risco ysometido a un rpido desmoronamiento con vistas a la playay el mar, y tena el porche perfecto para recostarse y leer. Lasestanteras, no es de extraar, estaban llenas de libros deJohn OHara. Durante esa visita decid serle infiel al libroque me haba llevado y leer en cambio a OHara.

    Primero, sin embargo, supuse que ms me vala indagarun poco acerca del escritor. Averig, gracias a los libros dela casa, que OHara naci en 1905 en Pottsville, Pensilvania.Su padre era un distinguido mdico irlands, y la familiapudo enviarlo a Yale. Pero su padre falleci mientras estabaen la universidad, y su madre no pudo seguir costendole losestudios, as que tuvo que renunciar a Yale. La experienciade tener que abandonar la carrera universitaria le provoc aOHara una obsesin de por vida por el dinero, la clase y laexclusin social. Empez a despuntar en 1928, durante lapoca de los padres de mi madre, escribiendo relatos sobreesos temas para The New Yorker, y luego, en 1934, a losveintinueve aos, escribi Cita en Samarra, ttulo con el quealcanz la fama. Mi madre deca que, al principio, OHarahaba sido un autor que le haban aconsejado leer, pero quepoco despus era un autor cuyos libros esperaba con ilusin.

    Cuando volv a la ciudad despus de mi fin de semana enQuogue, mi padre estaba ingresado en el hospital con bursi-tis sptica en el codo, tras haber dejado que se le hincharahasta alcanzar el tamao de un pomelo pequeo antes de

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    que mi madre lo obligara a ir a urgencias. Llam a mi madrepara que me pusiera al tanto de su estado. Mi padre detesta-ba estar ingresado, pero se encontraba mejor.

    Pues al final le Cita en Samarra le dije. Siemprehaba pensado que ese libro tena algo que ver con Irak.

    Cita en Samarra no transcurre en Samarra ni en ningnotro lugar de Oriente Medio, sino en la ciudad ficticia deGibbsville, Pensilvania, en la dcada de 1930. La novelacuenta la historia de Julian English, un joven vendedor decoches, casado, que considera que tiene la educacin y loscontactos adecuados, y que lanza impulsivamente una copaa la cara de un hombre ms rico y poderoso al que aborrecesin motivo aparente. Tres das despus, y tras dos actos im-pulsivos ms incluido tirarle los tejos a la novia de ungnster, Julian lo ha perdido literalmente todo.

    Es increble que no lo hubieras ledo. Y s que tieneque ver con Irak, aunque no es de eso de lo que trata. Es unlibro acerca de cmo a veces uno echa a rodar las cosas yluego es demasiado orgulloso y terco para pedir disculpasy cambiar de rumbo. Trata de que hay quien piensa que porhaber recibido una educacin determinada tiene derecho acomportarse mal. Por lo visto, Bush estaba destinado a im-plicarnos en una guerra en ese territorio pasara lo que pasa-se. Mi madre no era partidaria del que por aquel entoncesera nuestro presidente, y la escandaliz que se sirviera de AlQaeda y el 11 de septiembre como pretextos para invadirBagdad. Mi padre a veces haca de abogado del diablo fren-te a las opiniones ms liberales de mi madre, pero en eseasunto tena un punto de vista similar, y los dos haban em-pezado poco tiempo atrs a compartir libros en los que seanalizaba minuciosamente la poltica exterior norteameri-cana.

    A medida que profundizbamos en Cita en Samarra, nosencontramos hablando sobre el epgrafe del libro, que, de

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    hecho, forma parte del dilogo de una obra de teatro deW. Somerset Maugham, un autor con cuyos relatos nos da-ramos un festn ms adelante.

    Haba en Bagdad un mercader que envi a su criado al merca-do a comprar provisiones, y al poco rato el criado volvi plidoy tembloroso, y dijo: Seor, hace un momento, cuando estabaen la plaza del mercado, me ha empujado una mujer entre elgento y, al volverme, he visto que era la Muerte la que me em-pujaba. Me ha mirado y ha hecho un gesto amenazante; ahoraprsteme su caballo, y me ir de esta ciudad para eludir mi des-tino. Ir a Samarra y all no me hallar la Muerte. El mercaderle prest el caballo y el criado mont, le hinc las espuelas enlos flancos y huy tan aprisa como alcanzaba a galopar el ani-mal. Despus el mercader fue a la plaza y me vio entre la mul-titud, se me acerc y me dijo: Por qu has amenazado a micriado esta maana?. No era una amenaza dije, sino ungesto de sorpresa. Me ha sorprendido verlo aqu en Bagdad,pues esta noche tengo una cita con l en Samarra.

    Ms adelante tendramos tiempo y motivos para hablar deldestino y del papel que jugaba o no en el devenir de nuestrasvidas; en particular en lo que estaba a punto de ocurrir. Perodurante aquella conversacin telefnica en septiembre, mimadre y yo pasamos enseguida a otros asuntos. Cuando nosdio la impresin de que la charla iba tocando a su fin, mimadre quiso mencionarme otra cosa.

    Quera decirte que tu hermana insiste en que vaya aotro mdico y me someta a ms anlisis. La nueva doctoraiba a hacerle otro escner para determinar por qu no logra-ba superar la hepatitis.

    Me parece buena idea, mam.Luego volvimos a centrarnos en m.Y t, vas a descansar un poco?Tengo que hacer muchas cosas antes de marcharme.

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    Me zaf. No s cmo voy a hacerlas todas. En aquelmomento era editor jefe de una editorial, y tena que ir, comotodos los aos, a Alemania para asistir a la Feria del Libro deFrncfort que se celebra all la primera semana de octubre.

    Uno solo alcanza a hacer lo que puede, y lo que no sehace, pues no se hace. Mi madre siempre me daba conse-jos que ella nunca segua.

    Mam, prometo tomrmelo con ms tranquilidad si ttambin lo haces; vamos a hacer un trato. Aunque me pareceque, pase lo que pase, vas a pasar un par de das muy compli-cados, sobre todo teniendo en cuenta que an no ests bien.

    Todos los das, mi madre iba a pasar unas cuantas horasen el hospital con mi padre. Unos amigos a los que adorabahaban ido de visita desde Londres, as que tambin pasabatiempo con ellos. Tena previsto, asimismo, hacer un viaje devarias horas con ellos para visitar a otro amigo, al que lehaba sido diagnosticado un tumor cerebral y acababa derecibir la noticia de que le quedaban entre tres meses y dosaos de vida. Luego, a finales de semana, tena su cita con ladoctora nueva.

    Ahora me doy cuenta de que todos habamos adoptadoun ritmo de vida enloquecido, febril, durante los das quedesembocaron en el diagnstico de mi madre. Cenas, copas,visitas, galas benficas, reuniones, planificaciones, recoger,llevar, comprar entradas, yoga, ir a trabajar, entrenamientocardiovascular en el gimnasio... Nos aterraba detenernos, de-tener cualquier cosa, y reconocer que algo iba mal. Por lovisto, la actividad, la actividad frentica, era lo que todossentamos que necesitbamos. Solo mi padre baj el ritmo, yno lo hizo hasta que se vio atrapado en un hospital sometin-dose a un tratamiento con antibiticos por va intravenosa.Todo ira bien, todo sera posible, cualquier cosa podra recu-perarse o eludirse siempre y cuando todos siguiramos co-rriendo de aqu para all.

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    Mientras estaba en la Feria del Libro de Frncfort una se-mana despus, justo antes de ir a hacer de coanfitrin en unacena llena a rebosar de colegas del mundo editorial, mi madreme llam para decirme que era casi seguro que tena cncer. Lahepatitis no era vrica; estaba relacionada con un tumor en elconducto biliar. Sera una buena noticia que el cncer estuvierasolo all, pero era ms probable que se hubiese originado en elpncreas y se hubiera extendido al conducto biliar, lo que nosera una buena noticia en absoluto. Tambin haban detecta-do manchas en el hgado. Pero no deba preocuparme, dijo, ydesde luego no deba interrumpir mi viaje y volver a casa.

    No logro recordar buena parte de lo que dije, ni de loque ella contest. Pero cambi enseguida de tema: querahablar conmigo de mi trabajo. No haca mucho, le habadicho que haba empezado a cansarme de mi empleo, portodas esas aburridas razones que llevan a la gente privilegia-da a hartarse de su trabajo de oficina: demasiadas reuniones,demasiados correos electrnicos y demasiado papeleo. Mimadre me dijo que lo dejara. Avisa con un par de semanasde antelacin, sal por la puerta y luego ya vers lo que haces.Si eres lo bastante afortunado para tener la oportunidad dedejarlo, deberas hacerlo. La mayora de la gente no tiene esasuerte. No era un nuevo punto de vista derivado del cncer:era mi madre en estado puro. Pese a que se dedicaba a pla-near minuciosamente la vida diaria, entenda la importanciade seguir un impulso de vez en cuando a la hora de tomardecisiones de gran trascendencia. (Aunque tambin recono-ca que no todo el mundo tena las mismas oportunidades.Es mucho ms fcil dedicarse a perseguir la felicidad cuandose tiene suficiente dinero para pagar el alquiler.)

    Despus de colgar no saba si sera capaz de afrontar lacena. El restaurante quedaba a kilmetro y medio de mi ho-tel. Fui caminando para despejarme, pero no me despej. Lecont en confianza la noticia del cncer de mi madre a mi

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    coanfitrin, un buen amigo, pero a nadie ms. Tena unasensacin de vrtigo, casi de mareo. Quin era ese que be-ba cerveza, coma Schnitzel y rea? Me prohib pensar en mimadre: qu senta; si estaba asustada, triste, furiosa. Recuer-do que en aquella llamada me dijo que era una luchadora yque iba a combatir el cncer. Y recuerdo haberle respondidoque ya lo saba. No creo que le dijera que la quera en aquelmomento. Pens que hubiera sido muy dramtico, como sime estuviera despidiendo de ella.

    Cuando regres al hotel despus de la cena, ech un vis-tazo por la habitacin y luego mir por la ventana. El roMeno apenas se vea bajo las farolas; era una noche lluviosa,as que la calzada reluca de tal manera que las lneas de se-paracin entre el ro, la acera y la calle se difuminaban. Elpersonal de limpieza del hotel haba retirado el embozo deledredn, grande, mullido y blanco, formando un pulcro rec-tngulo. Al lado de mi cama haba una pila de libros y unasrevistas del hotel. Pero era una de esas noches en las que lapalabra impresa no surta efecto. Estaba muy borracho, muyconfuso, muy desorientado por la hora avanzada y por lacerteza de que la vida de mi familia estaba cambiando en esosinstantes, para siempre como para leer. As que hice lo quese suele hacer en una habitacin de hotel. Puse la tele y medediqu a cambiar de canal: desde la lustrosa cadena del ho-tel hasta el canal de facturacin (de veras era tan caro lo queme haba tomado del minibar la noche anterior?), pasandopor Eurosport y varias cadenas alemanas, antes de quedar-me con la CNN y las caras y voces familiares de ChristianeAmanpour y Larry King.

    Cuando mi madre y yo hablamos ms adelante de aque-lla noche, le sorprendi una parte de mi relato: que hubieravisto la televisin en vez de leer. A lo largo de toda su vida,cuando estaba triste, confusa o desorientada, era incapaz deconcentrarse en la televisin, segn deca, pero siempre bus-

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    caba refugio en un libro. Los libros la ayudaban a centrarse,la tranquilizaban, le permitan ausentarse de s misma; latelevisin la pona de los nervios.

    W. H. Auden tiene un poema titulado Muse des BeauxArts, que escribi en diciembre de 1938, justo despus de laNoche de los Cristales Rotos. Ese poema incluye la descrip-cin de un cuadro de Brueghel en el que el antiguo maestronos muestra a caro cayendo del cielo mientras todo el mun-do, cada uno ocupado en otros asuntos o sencillamente rea-cio a prestar atencin, dan la espalda / sosegadamente aldesastre y siguen con sus quehaceres cotidianos. Di muchasvueltas a ese poema en los siguientes das de la feria mientrashablaba de libros, acuda a citas y coma salchichas acompa-adas de galletas saladas del grosor de la cartulina. El poe-ma comienza: Acerca del sufrimiento nunca se equivoca-ron, / los Viejos Maestros: qu bien entendieron / su posicinhumana; cmo tiene lugar / mientras algn otro come o abreuna ventana o sencillamente pasea aburrido. Mientras es-taba en la feria, tena la sensacin de que ese algn otroera yo. Mi madre sufra; yo segua adelante con mi vida.

    Me las arregl, eso s, para hablar con mis hermanos, susparejas y mi padre (que ya haba salido del hospital y estabaplenamente recuperado), y con David. Todos nos dirigamospalabras de nimo: haba motivos para preocuparse pero nopara dejarse arrastrar por el pnico. Y sin embargo, las lla-madas eran exponenciales: cada conversacin se retransmi-ta a todos los dems, lo que provocaba ms llamadas an,unas llamadas sobre otras, llamadas acerca de llamadas. To-dos dedicamos tiempo a indagar en la red y lemos la mismainformacin desalentadora acerca de ese cncer especial-mente cruel. Pero haba que hacer ms anlisis. Segua sien-do pronto. Quedaba mucho por averiguar. Nadie deba sa-car conclusiones precipitadas.

    Seguro que no quieres que vuelva a casa de inmedia-

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    to, mam? le preguntaba cada vez que habl con ella du-rante ese viaje.

    No seas tonto responda. Psatelo bien.En una conversacin me explic, por fin, cmo le haban

    dado la noticia exactamente, y hablamos del primer onclo-go al que fue a ver, y a quien mi hermana y yo cogimos oje-riza de inmediato cuando le pregunt a mi madre si trabaja-ba fuera de casa. Mi madre me dijo: Crees que algnmdico le preguntara eso a un hombre?. Me coment queNina se haba portado estupendamente: organiz, dispuso,plante las preguntas acertadas. Mi hermana haba trabaja-do durante aos en la Rusia sovitica, donde aprendi amostrarse insistente cuando era necesario.

    La enseanza que se saca de todo esto... empez mimadre, y se interrumpi. Aguard. No alcanzaba a imaginarqu enseanza era esa. La enseanza es la siguiente con-tinu: Las organizaciones de ayuda a los damnificadostienen que advertir a quienes viajan a lugares como Afganis-tn que no den por sentado que si contraen una enfermedadmientras se encuentran all, tiene que estar necesariamenterelacionada con el viaje. Puede ser una simple coincidencia.Tenemos que asegurarnos de que la gente lo entienda.

    Era ese el resquicio de esperanza? Un nuevo protocolopara miembros de organizaciones humanitarias que regre-san de viajes a lugares exticos?

    Tambin tengo que pedirte un favor aadi mi ma-dre. Treme un libro maravilloso de la feria. Y a tu padretambin le vendra bien algn libro.

    Cog demasiados libros para llevrmelos todos a casa, eintent decidir qu ttulos meter en la maleta y cules enviarpor correo, pero solo poda pensar en si las cosas hubieranido de otra manera en el caso de que hubisemos obligado ami madre a ver antes a ms mdicos, o si, por el contrario,tena una cita en Samarra y nada lo habra podido cambiar.

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