El Comodoro

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Este relato lo hice como ejercicio para un “encuentro literario” entre amigos en el que el reto era traer algo escrito con las seis palabras –escogidas al azar – que aparecen en negrita. Nunca llegamos a hacer ese encuentro, así que me quedé con las ganas de que el relato viera la luz... hasta hoy. EL COMODORO EL COMODORO EL COMODORO EL COMODORO Cuando su cuerpo le pedía relax, se iba al Dia% del pueblo y destapaba todos los botes de champú champú champú champú, gel o suavizante que pillaba y aspiraba su aroma presionando el envase levemente. Las chicas del súper ya la conocían, y no le decían nada, al menos a la cara, porque muy bien podía imaginárselas comentándolo entre ellas y con la gente que la conocía -Oye, ¿tú conoces bien a Lola, la del Instituto? Es que de vez en cuando viene, se queda un rato en la sección de droguería, huele los botes y se va… Que no es que a mí me importe, porque parece simpática, pero es muy raro, ¿no? No era capaz de decir el precio de nada de lo que compraba pero, en cambio, podía identificar los distintos aromas con las marcas y los dibujos de los botes. Si alguna vez alguien inventara un concurso en el que ganara el que más productos de droguería reconociera por el olor, ella podría ganar algo en su vida – aparte del sacapuntas amarillo que le tocó en una rifa que hizo la hermana Justa, cuando estaba en 2º de primaria, pero eso fue debido al azar azar azar azar, y no a su talento, así que no contaba. Trabajando en un instituto, cualquiera diría que necesitaría esta terapia muy a menudo, pero se equivocaría: ella era la administrativo, y aunque había épocas en las que el trabajo se volvía bastante apremiante, por lo general era algo muy relajado, y a ella le gustaba poder ser amable con las madres que solían venir a escuchar todo lo malo que ya sabían sobre sus criaturitas y que no les gustaba una pizca que les recordaran en el único rato que tenían libre de sus chiquillos.

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Este relato lo hice como ejercicio para un “encuentro literario” entre amigos en el que el reto era traer algo escrito con las seis palabras –escogidas al azar – que aparecen en negrita. Nunca llegamos a hacer ese encuentro, así que me quedé con las ganas de que el relato viera la luz... hasta hoy.

EL COMODOROEL COMODOROEL COMODOROEL COMODORO

Cuando su cuerpo le pedía relax, se iba al Dia% del pueblo y destapaba todos los botes de champúchampúchampúchampú, gel o suavizante que pillaba y aspiraba su aroma presionando el envase levemente. Las chicas del súper ya la conocían, y no le decían nada, al menos a la cara, porque muy bien podía imaginárselas comentándolo entre ellas y con la gente que la conocía

-Oye, ¿tú conoces bien a Lola, la del Instituto? Es que de vez en cuando viene, se queda un rato en la sección de droguería, huele los botes y se va… Que no es que a mí me importe, porque parece simpática, pero es muy raro, ¿no? No era capaz de decir el precio de nada de lo que compraba pero, en cambio, podía identificar los distintos aromas con las marcas y los dibujos de los botes. Si alguna vez alguien inventara un concurso en el que ganara el que más productos de droguería reconociera por el olor, ella podría ganar algo en su vida – aparte del sacapuntas amarillo que le tocó en una rifa que hizo la hermana Justa, cuando estaba en 2º de primaria, pero eso fue debido al azarazarazarazar, y no a su talento, así que no contaba. Trabajando en un instituto, cualquiera diría que necesitaría esta terapia muy a menudo, pero se equivocaría: ella era la administrativo, y aunque había épocas en las que el trabajo se volvía bastante apremiante, por lo general era algo muy relajado, y a ella le gustaba poder ser amable con las madres que solían venir a escuchar todo lo malo que ya sabían sobre sus criaturitas y que no les gustaba una pizca que les recordaran en el único rato que tenían libre de sus chiquillos.

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Pero su fuerte no eran las relaciones personales. Le costaba estar pendiente de ellas. Cualquiera de las personas que había coincidido con ella en algún momento de su vida habría dicho lo mismo:

-¿Lola? Sí, una chica maja, muy simpática, ¿no?

Pero no habría entrado en más detalles, porque los ignoraría. Lola pasaba desapercibida. Si su coartada para un supuesto crimen dependiera de que la gente se acordara de su presencia en un determinado sitio a una hora concreta, resultaría la principal sospechosa, sin lugar a dudas. Ella no era de esas personas que se hacen notar, bien porque sean molestas como un sarpullidosarpullidosarpullidosarpullido, bien porque todos quieran estar a su lado en todo momento. Su vestimenta nunca era llamativa, y siempre decía lo que se esperaba que dijera en cada situación. No, las amistades no eran su fuerte. En cambio, cuando tuvo que hacer su elecciónelecciónelecciónelección personal después del graduado, se dirigió más hacia el desarrollo de las sensaciones, y como ningún consejo orientador le indicó por aquel entonces una manera de explotar eso para ganarse la vida, optó por convertirlo en su hobby y opositar para poder ejercerlo. Porque era un hobby al que le podía dedicar gran parte de su tiempo, incluso en horas de trabajo, y que le reportaba más gratificaciones que cualquier tarea a la que se dedicara durante el día. Se había dado cuenta de que sólo tenía que centrar su atención durante los primeros segundos en que la sensación que andara flotando por el ambiente le asaltara. Luego sólo era cuestión de dejarse llevar durante uno o dos minutos, y eso lo podía hacer como el que disfruta de su hilo musical favorito mientras realiza alguna tarea monótona. Claro que no siempre eran sensaciones agradables… como aquella vez que entró en Secretaría el maestro de tallertallertallertaller pidiendo el listín de teléfonos del alumnado … Lo primero que percibió fue su timbre de voz, como de borracho cabezota, así que le sorprendió rápidamente que la habitación no se impregnara del amargo dulzor del aliento de un alcohólico; en cambio, sí le llegó un cierto tufo a perfume mezclado con grasa de motor que le levantó un poco el estómago. Eso le impidió dedicarle su habitual sonrisa cuando le indicó con la cabeza el estante donde se encontraba el listín. El maestro cogió el móvil del centro, buscó el número que quería, lo marcó y salió para poder hablar a solas, dejando en el despacho la desagradable estela del macho en celo, que ella se apresuró a hacer desaparecer abriendo la ventana. Al poco tiempo se enteró por casualidad de que una de las alumnas del ciclo de administrativo se había quejado al director por el acoso sexual de un maestro… No le sorprendió lo más mínimo. De todas formas, Lola había dedicado tanto tiempo ya a la observación de sensaciones, que era capaz de descartar las desagradables en un nanosegundo. Eso le permitía mecerse en las que más placer le proporcionaban, siempre y cuando se encontraran a mano y fueran más o menos puras. Es que era muy difícil detectar sensaciones uniformes. Lo más frecuente era que estuvieran mezcladas. Por ejemplo, el tiempo deslizándose

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suavemente de una hora a otra solía aportarle una sensación de relajo, pero rara era la vez que la entrada de algún personaje del centro no la interrumpía con alguna apremiante solicitud, cargada de crispación, de urgente necesidad o de simple indiferencia hacia la persona a la que se dirigían, o sea, ella. No era nada ostentoso, pues todos cuidaban mucho las formas y evitaban parecer superiores ante su presencia, pero era algo que transparentaban las sonrisas y los porfavores, y que a ella le resultaba tan evidente como si entraran con un látigo y dando voces. Sin embargo, no se lo tenía en cuenta: abría la ventana durante tres segundos y luego la volvía a cerrar, para que no se le escapara el dulce vaivén de los minutos en soledad. Pero la mañana en la que llegó el sustituto de Filosofía y atravesó la puerta del despacho, le vino de repente un intenso olor a mar adentro, a madera untada de brea y de excrementos de gaviotas, todo arrullado por canciones de marineros ingleses y el sonido del viento en las velas. El sustituto se presentó, y dijo su nombre, pero lo que ella percibió en realidad, fue ComodoroComodoroComodoroComodoro Keppel, a su servicio y listo para llevarla a los Mares del Sur. Rápidamente, se aseguró de que la ventana estuviera cerrada, y se dispuso a navegar.