EL CONCURSO - Xalapa

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EL CONCURSO de cuentos Patitas Unidas es una iniciativa del Departamento de Sa-lud Animal de la Subdirección de Salud del Ayuntamiento de Xalapa. Una de las activi-dades de este departamento es la promo-ción y difusión de la tenencia responsable de los animales de compañía. En el contex-to de la pandemia por el virus Covid-19, se buscó incentivar la creatividad, la recrea-ción y la reflexión sobre el cuidado de los animales durante la contingencia sanitaria. Las temáticas contempladas fueron las si-guientes: maltrato animal, mascotas adul-tas, perros o gatos atropellados, adopción responsable, voluntariado en pro de los animales, albergues caninos o felinos, expe-riencias de vida con algún animal de com-pañía o de otro tipo. La convocatoria estu-vo abierta del 4 al 22 de mayo del presente año y se recibieron un total de 41 cuentos. El entusiasmo y la solidaridad que caracte-rizan a los xalapeños trajo consigo cuentos sobre las experiencias de los rescatistas de

mirada atenta para sacar de la calle, curar, vacunar, esterilizar y adoptar o poner en adopción a los animales.

Las siguientes páginas despliegan los resultados del concurso que revelan el es-pléndido trabajo artístico de los ciudada-nos. La iniciativa fue exitosa y contó con el apoyo de la sindicatura y la regiduría no-vena del Ayuntamiento de Xalapa. Agra-decemos a las personas que participaron. Fue tal el éxito de este concurso que al término de él siguió el de video, después el de Tik Tok y finalmente el de stickers. Todos con el ánimo de inspirar y contagiar entre la población el respeto y el cuidado por los animales animales de compañía y de vida silvestre.

Deseamos que disfruten la lectura de estos cuentos y acompañen las iniciativas y actividades del Departamento de Salud Animal cuya página de Facebook es: https:// www.facebook.com/SaludXal

Ilustraciones de Mildred Barradas

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El día 27 de mayo se entregaron los premios a los ganadores. De derecha a izquierda: Alonso Irán Sánchez Hernández, Natividad Galán Pedraza, José Luis Ronzón, jefe del departamento de salud animal, Flor Patricia del Ángel, subdirectora de salud y Nelly Palafox del Ayuntamiento de Xalapa.

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RECUERDO DE MIS XV AÑOSPor Eduardo Monroy

Para Elia,Incansable luchadora

Hay momentos que se quedan grabados en nuestra memoria y corazón. El primer beso, el último, el momento en que pier-des tu inocencia, los golpes de mamá por haber llegado tarde y hasta la madre de borracha, sin duda, son cosas que no se olvidan. Recuerdo también el día de mis XV años: encontré a mi alma gemela, no lo esperaba y estoy segura de que ella tam-poco. Recuerdo haberme levantado muy temprano, estaba muy contenta, ese era mi día, en el que a todas mis compañeras de la escuela les quedaría claro quién soy, Clau-dia Canetti, como yo no hay dos. Bueno, ya lo había dejado claro desde que hice que corrieran al profe de Educación Física por

haberme tocado las nalgas. Claro, él jamás hizo tal cosa, pero ganas no le faltaban. Era un puerco, siempre viéndome, yo qué culpa tengo de que su esposa no lo pelara, ¡cómo! Si está feo, calvo y panzón, ¡asco!

Pero bueno, te contaba, la conocí en mi día. Todo iba perfecto. El cielo estaba des-pejado, había poco viento, tú sabes, de esos días que resplandecen. Eso sí, después de haber pasado horrorosos meses planean-do la fiesta, discutiendo con mamá sobre los arreglos florales, el banquete, la mú-sica, los chambelanes, siempre teniendo que escuchar su letanía sobre el dinero. ¡A mí me vale madres el dinero!, si siempre se la pasa trabajando pues que sirva de algo, veo más a la muchacha del quehacer que a ella. Ni siquiera fue conmigo por mi vestido, sólo me dio la tarjeta y dijo —te acompaña-rá tu abuela, no te pases con el costo que ya habíamos quedado porque lo descuen-to de otra cosa—. Obviamente me pasé por siete mil pesos, pero me aseguré de que la abuela creyera que era una oferta. ¡Dios! No quiero llegar a esa edad, pero no man-ches, tardé casi dos meses en encontrar el méndigo vestido. Todavía después de que lo hallé tuvieron que hacerle varios ajustes, pero valió la pena, era hermoso, de un color morado muy tenue, corte de princesa, mu-chos pliegues y glitter que destellaba con cada movimiento. El corsé era en forma de corazón, tenía una pedrería muy fina y de-tallada, permitía contrastar las líneas de mi espalda de una manera sexi pero sobria y elegante.

Tuve también que ir por el pastel, me acompañaron mi primo y mi tío, con mamá siempre trabajando tenía que asegurar-me de que todo estuviera perfecto, pero

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vaya, ¡qué pinche día para nacer! Yo con mis apuros y toda la gente con sus proce-siones por ser el día de la virgen. Siempre me he preguntado, ¿por qué hay tantos creyentes? ¿Será que encuentran un refu-gio ahí?, dedican tanto para ir a misa. Por sus templos y figuras hasta son capaces de sacrificar lo que más quieren, pero vaya, dijera mi abuela “cada quien su cola.” Re-cuerdo que llegamos muy retrasados por el maldito pastel. Yo sabía que tardaría-mos máximo una hora en regresar a casa, tomaría mi última comida de la dieta que seguí para ese día, me daría un buen baño con toda la calma del mundo, me harían el cabello y el maquillaje, estaría lista para subir al carro y llegar al salón en punto de las ocho de la noche, entrando con la can-ción “This is me” de Keala Settle. Mis ami-gos me verían deslumbrados, mis amigas estarían llorando de la emoción, mi abue trataría de abrazarme y las perras de la es-cuela muriéndose de la envidia. Las luces tenues y todos los reflectores sobre mí, entrando lentamente.

Pero algo era distinto, además del re-greso claro, pues nos habíamos demorado otra hora más de lo que esperaba, había algo… ¡El cielo!, el cielo había perdido su brillo, algunas nubes grises oscuras avan-zaban con gran rapidez sobre nosotros: un viento frío comenzaba a traspasar mi blusa. Esa sensación de bochorno que emana del suelo se hacía cada vez más presente. Mi tío y mi primo llevaron el pastel al salón y pasaron dejándome en la casa. Entré y con el primer paso sentía que algo andaba mal —son los nervios —me dije—. Todo está en orden, vamos, ¿qué puede salir mal?, ya tie-nes el pastel, todo el salón ya está arregla-

do, ayer probaron la música, anoche con-firmé todo con la banquetería, mi mamá llegará a las seis pero ya tiene su ropa lista, la camioneta está en orden —abrón Clau-dia, tranquila —dije—. Mi vestido lo dejé lis-to y colgado en el cuarto de la abuela, nada puede salir mal.

Recuerdo que la abuela hizo pan fran-cés con crema chantillí cubierto de fresas, jugo de naranja, omelette y un vasito de le-che con chocolate, sólo para mitigar el an-tojo. Mi abuela siempre sabía cómo recon-fortar al corazón con el estómago. Me metí a bañar, dejé que saliera el agua caliente hasta cuando el vapor cubrió todo el baño, puse en la bocina , “Take me to Church” de Hozier y noté que algunas gotas de lluvia comenzaban a caer afuera. Me quité la ropa, las gotas constantes de la regadera caye-ron primero por mis brazos, mi espalda, mi cadera, introduje mi cabeza hacia el agua. Comencé a recordar a Santi, lo conocí en el club de verano de la Normal Veracruza-na. Era sólo uno o dos años mayor que yo. Desde que lo vi supe que estaba enamora-da. Una tarde saliendo del club mientras él me acompañaba a la salida tomó fuerte mi mano y me abrazó. Todo mi cuerpo vibra-ba, sentía sus latidos fuertemente. Me alejé un poco y miré hacia sus ojos, eran de co-lor miel. Me di la vuelta y en ese momento me dio un tirón para regresarme, tomó mi cuello con su mano y me besó. En ese mo-mento me perdí, no supe el tiempo, olvidé el lugar en que estaba, reaccioné y corrí hasta el coche de mi tío. Lo bueno fue que los árboles de esta ciudad cubren muy bien las travesuras. Esos momentos son los más reales, sólo entonces soy humano, sólo en-tonces soy puro —dice la canción—.

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Salí del baño y ya estaba la maquillista y el estilista en casa. Me puse algo de ropa, ellos comenzaron a hacer su trabajo mien-tras la abuela me contaba que mamá nun-ca tuvo XV años, jamás lo había pensado, mamá también fue joven alguna vez, tuvo mi misma edad y debió haber pasado co-sas similares, ¿qué la hizo ser como es? ¿Yo seré igual? En fin, —corrige el delineado de ceja, lo quiero más delgado —le dije—. Estoy tan emocionada, Santi estará ahí, bailará conmigo y estoy segura de que du-rante un rato nos escaparemos hacia atrás del salón, sé que han pasado sólo unas se-manas pero no puedo evitar pensar en él. En ese momento llegó mamá y comenzó a gritar a todos que se apuraran, ¡es cierto!, ya son las siete, bueno, solo espero a que mamá se arregle, me pongo el vestido, las zapatillas y listo. Mientras mamá se cam-biaba quedó listo el peinado y el maquilla-je. Subí las escaleras hacia mi cuarto, me puse la faja, medias, licra, caminé hacia el cuarto de la abuela, abrí la puerta y enton-ces lo vi: en el rincón, colgado, mi vestido, mi hermoso vestido cubierto de cera pro-veniente de los cirios que tenía la abuela justo arriba en su altar a la virgen. No po-día creerlo, el corsé estaba repleto de cera color roja y amarillenta, los pliegues se habían derretido y retorcido por el calor, no había más brillos, estaba totalmente destruido. Comencé a gritar como loca, a llorar desenfrenadamente, mamá llegó al cuarto y comenzó a gritar también, a men-tar madres a todas, a la abuela, a la mu-chacha del quehacer y a mí.

En ese momento yo estaba en shock, mamá tuvo que arrastrarme hasta mi cuar-to, ponerme una blusa, pants, tenis. Yo no

podía hacer nada, no podía ni creerlo, me llevó hasta su camioneta y comenzó a con-ducir. Llovía demasiado fuerte, poco a poco reconocí el lugar, era la plaza comercial, cierto, ahí sería el único lugar para encon-trar un buen reemplazo. Súbitamente dio un volantazo y gritó —¡¡¡maldito perro, quí-tate!!!—, se estacionó donde pudo, creo que hasta en un lugar para personas con disca-pacidad. Bajamos del coche, yo seguía atur-dida, sentía las gotas de lluvia caer sobre mi cabeza, mi frente, mis manos. Por alguna razón caminaba lento, no me sentía en mí. Mamá corrió hacia el interior de la plaza, supongo que se adelantó para elegir más rápido algún vestido. Faltaban unos pasos para llegar a la banqueta y unos más para la entrada cuando la vi. Ese fue el momen-to en que nos conocimos, pero ¿qué hacía ahí? ¿Estaba perdida? Tenía un listón mo-rado en su cuello casi a punto de romper-se, sus patitas cubiertas de lodo, temblaba mucho por el viento frío, jamás olvidaré nuestro primer encuentro. Ella se acercó a mí y agachó su cabeza, mi primer impulso fue acariciarla. Apenas la toqué y comenzó a lamer mi mano. Se veía algo flaca, supuse que ya debían haber pasado días desde su última comida.

Tenía unos ojos tan oscuros que me po-día ver a mí en ellos, toda empapada igual que ella, su pelo era blanco y tenía unas manchas color crema, sus orejas eran muy cortas, más de lo normal. Pero lo más pe-culiar era la gran mancha en su nariz, pues la dividía en color crema y negro; comenzó a brincar y no pude resistirlo, le di mis bra-zos y ella saltó como un imán, con una ale-gría que jamás había conocido, era como si me reconociera, como si hubiera espera-

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do todo este tiempo por mí. Yo la abracé y sentí su calor, besó mi cuello, mi barbilla y hasta mis mejillas. Era una perrita muy efu-siva, tan alegre a pesar de todo lo malo que estaba viviendo. En ese momento mamá salió de la tienda, me pegó una cachetada y me dijo imbécil, que si no veía la hora y yo jugando con un perro de la calle. Me tomó del brazo y con su mano tiró a la perrita ha-cia un costado, me arrastró hasta la tienda, ya tenía dos vestidos preparados, mientras me los medía yo no dejaba de pensar en ella, ¿podía hacer algo?

Mamá decidió el vestido, pagó y co-menzamos a salir, abrió un paraguas que compró ahí mismo y caminamos hacia la camioneta. La perrita de nariz pinta seguía ahí toda empapada, esperándome, atenta, tan alegre que movía su cola sin parar; jalé

OJOS CELESTESPor Reyna López Salazar

“Hoy acabaré con mi vida”, pensé hace 5 años, antes de conocer a quien sería mi salvador,

aquel hermoso ser de ojos celestes.

16 de febrero de 2021

Caminaba nuevamente por las calles de mi ciudad rumbo a mi trabajo; podía oler el suave aroma del café matinal provenien-te de la casa de Carlos, mi mejor amigo, a quien pasé a saludar.

Toqué aquella gran puerta de roble. Del interior, se desprendía un agradable olor a roble que me traía muchos recuer-

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del brazo a mamá y le dije —quiero llevár-mela—, ella gritó que si estaba loca, que no estuviera con mis tonterías, se lo volví a pedir. Ella me jaló del brazo y me subió a la camioneta, se echó de reversa con un acelerón y fue ahí cuando escuché el au-llido más horrible de toda mi vida. Mamá se quedó petrificada, yo bajé y entonces la vi, desangrándose, con una pata rota y parte de su espalda abierta, ¡tenía que ha-cer algo! Comencé a gritar, mamá se bajó y la vio. Había mucha sangre, se quedó in-móvil. La puerta del coche estaba abierta, en el asiento, el vestido. Tenía que parar el sangrado, tenía que llevarla al médico, algo tenía que hacer, tomé el vestido y la envol-ví fuertemente. Sin duda, jamás olvidaré el día de mis XV años. ¤

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dos. Llegó a mí la memoria de aquel gato negro de hermosos ojos celeste que juga-ba con nosotros cuando éramos apenas unos niños. Nunca entendí el aura mística de ese animal, aparecía cuando teníamos problemas, era como si todo el tiempo hu-biera estado para nosotros. De pronto, mis pensamientos se vieron interrumpidos por el rechinar de la puerta y la gran figura de Carlos al abrir.

—“¡Zuri!” —exclamó Carlos por la in-esperada visita—, “me tenías preocupado, hace casi un mes no sabía de ti, ¿qué ha pa-sado?” —inquirió melancólico mientras me ofrecía un cálido abrazo.

—“He tenido muchos problemas, ne-cesitaba hablar con alguien así que … vine a verte, ¿puedo pasar?” —pregunté mien-tras en mi interior me desmoronaba lenta-mente.

—“¡Claro!, pasa”, accedió.Incómoda, me adentré por el largo pa-

sillo mientras oía el crujir del suelo de ma-dera y el rechinar de la puerta al ser cerra-da. En unos momentos llegamos a la sala y le conté mi pesar.

—“Mi madre murió hace ya tres sema-nas, tuve que trabajar para pagar todos los gastos funerarios, no pude presentar los exámenes y perdí el semestre”, —le expli-qué—. “No encuentro la manera de vivir sin mi madre, ella me aconsejaba y ahora no está, todo sucedió de repente, aún tengo muchas deudas y no puedo seguir con la escuela, no sé qué hacer.”

Así nos mantuvimos platicando duran-te horas. Aquel día, decidí faltar al trabajo. Carlos no me dio grandes consejos, pero pude llorar libremente, él sólo me abrazó y me cuidó. Esa tarde me ofreció quedarme

a vivir con él, acepté, pues el que era mi ho-gar quedó vacío y frío con tristes recuerdos. Al día siguiente me ayudó a llevar mis cosas hasta su casa, tomamos un café y mi áni-mo mejoró un poco, ya que siempre soñé con la idea de vivir con Carlos, pues desde hace tiempo atrás, estaba enamorada de él. Nunca se lo había dicho, tenía miedo de perder su amistad, él era lo único que tenía, no podía arriesgarme. Con el pasar de los días, volví a caer en esa tristeza que día con día se hacía más profunda. No le dije nada a Carlos, no quería causarle más problemas, así que guardé todo el dolor sólo para mí, todo se hizo terrible. Comencé a pensar en el suicidio, todos los días rondaba por mi cabeza la idea de acabar con mi vida, hasta que dejó de sonar mal.

Después de dos meses de los fatídicos acontecimientos, tomé la decisión de final-mente llevar a cabo mi suicidio. Dediqué toda una semana a buscar la manera más rápida de morir. Tomé la decisión de lan-zarme desde un puente, ya que era lo más viable para mi situación; lo haría al día si-guiente, así que cuando los últimos rayos del sol desaparecieron, me puse mis jeans favoritos y un suéter verde. Salí un martes a las 7 de la noche, caminaba escuchando en mis audífonos mi canción favorita, a la par que veía caer las flores de cerezo al ritmo de la música. Parecía una escena de película, bajé el volumen, comencé a apreciar la vis-ta desde el puente, subí al barandal cuan-do, sorpresivamente escuché un maullido. Volteé a todos lados, pero no vi nada, pensé que era mi imaginación. Cerré los ojos y de nuevo lo escuché, más insistente. Bajé del barandal y me dispuse a buscar al gato, has-ta que lo vi frente a mí, sentado.

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Reconocí al instante esos hermosos ojos celestes, supe que era él, aunque aho-ra no era negro sino gris. Lo cargué y como si fuera magia, mi tristeza desapareció. De-cidí posponer mi suicidio un día más, sentía la necesidad de mostrarle el gato a Carlos. Caminé de regreso mientras veía las luciér-nagas salir de los arbustos, nunca había vis-to la belleza de estas calles que tanto tiem-po me acompañaron. Al llegar a la puerta el gato saltó y se marchó, entonces pensé: “Quizá hoy no era un buen día para hacerlo, lo intentaré mañana nuevamente.” Esa no-che dormí plácidamente y tuve los mejores sueños.

A la mañana siguiente, desperté triste, como siempre, pero había una sensación diferente en el aire. Miré por la ventana y ahí estaba el gato, mirándome fijamente, lo saludé y lo cargué en mi regazo; en ese ins-tante entró Carlos.

—“¡Vaya!, hoy te noto feliz, me gusta verte así, te ves más hermosa”, —comentó coqueto.

—“G-Gracias”, —respondí algo nervio-sa—, “¡por cierto!, ¿no se te hace familiar este gato?, entró esta mañana por la ventana”, —añadí alegremente mientras lo cargaba.

—“¿Por la ventana? Es imposible, esta-mos en el tercer piso y no, no creo haber vis-to ese gato antes”, —respondió extrañado.

—“Quizá solo sean ideas mías, ¿baja-mos a comer?”, —pregunté.

—“Claro”, —aceptó.Por algún motivo extraño ese gato de-

cidió quedarse en casa y Carlos no tuvo problema con que estuviese ahí. Por la no-che, salí camino al puente nuevamente. Al llegar, noté que el pequeño gato me había seguido, intenté asustarlo, pero me ignoró.

Decidí seguir con lo mío, cuando escuché una voz infantil demasiado dulce:

—“¡Zuri!”, dijo la voz.Vi para todos lados, pero no encontré

a nadie, creí que me estaba volviendo loca. Volví la mirada a la autopista, cuando de nuevo escuché esa voz:

—“Zuri, es hora de que pague todo lo que hiciste por mis amigos, y por mí”.

Dirigí mi vista al suelo y por un momen-to pensé que había sido el gato quien me había hablado, así que burlonamente, le contesté.

—“Mmm, ¿tú eres el gato negro con quién hablaba de pequeña verdad?”

—“Sí, soy yo, es un gusto volver a ver-te”, —replicó moviendo suavemente la cola.

Al escuchar las palabras provenientes de un animal, me sobresalté y solté un grito para luego salir corriendo a la casa de Car-los. Al llegar, me encerré en mi cuarto y me puse a pensar en lo que había sucedido. En voz baja, dije:

“¿Un gato acaba de hablarme?, Recuer-do que cuando era niña hablaba con él, pero solo era mi imaginación, ¿no es así?, ¿y si en realidad estoy loca?”

De pronto vi interrumpidos mis pensa-mientos por la misma voz infantil.

—“No estás loca, ¡claro que puedo ha-blar! Sólo que…no lo hago con cualquiera, ¿sabes?”, dijo saltando a mi regazo.

Quedé anonadada, no sabía qué decir o qué pensar, lo único que hice fue intentar seguir la plática con el gato.

—“Entonces... ¿Qué haces aquí? Pre-gunté temerosa.

—“Ya te lo dije, vine a pagar todo lo que hiciste por mis amigos y por mí” —dijo abu-rrido mientras lamía su pata izquierda.

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—“¿Hacer por ti? ¿qué fue lo que hice por ti?” —pregunté confundida.

—“¡Ahhh!, de verdad que eres tonta,” —refunfuñó y se recostó sobre mis piernas. “¿Recuerdas que cuando eras niña salvaste a un perro de ser atropellado?

—“Sí”, —respondí. —“Y, ¿recuerdas cuando a los gatos de

la calle les dabas de comer?,” dijo mientras se acicalaba.

—“Sí, aún lo recuerdo, ¿por qué?,” con-testé.

—“Pues de no ser por ti, no hubiesen podido seguir con vida y tener un hogar, al-gunos no corrieron con mucha suerte, pero salvaste la vida de muchos, y ahora me toca salvar la tuya porque esa es mi misión”, —mencionó.

Ese día acabada la charla, se fue de nue-vo, yo no entendía nada. A partir de esa no-che, tuve la mejor de las suertes; me propu-sieron un trabajo de medio tiempo y mejor pagado, continúe con la escuela, comencé a toparme con viejos amigos, incluso uno de ellos era psicólogo y me ayudó a entender y superar la muerte de mi madre, a ver los detalles de las cosas y lo mágica que puede ser la vida. En todo ese tiempo no volví a ver al gato, hasta el día más feliz de mi vida. Mi mejor amigo me invitó a una cena para fe-licitarme por salir adelante. Me citó en un parque con un lindo lago y lo vi ahí junto al gato. El pequeño felino portaba en su hocico un hermoso ramo de flores. Carlos me pidió ser su novia y acepté. Esa misma noche, des-pués de la cita le conté a mi ahora novio lo que había sucedido con el gato. Como era de esperarse, no me creyó, no insistí más y fuimos a dormir a nuestras habitaciones. Minutos después, en la ventana vi al gato.

—“¡Hola!”, —dije efusivamente.—“¿Cómo te encuentras, Zuri?”, —pre-

guntó.—“Muy bien, estoy muy feliz, pero

¿cómo fue que me ayudaste?” —pregunté.—“Nada en la vida sucede por casuali-

dad, cada evento que te hizo feliz, lo hice yo, fue un poco difícil pero vale la pena el esfuerzo”, —mencionó arrogante.

“¿Cómo lo hiciste?”, —interrogué.“No todo lo puedes saber, Zuri. Noso-

tros los gatos tenemos nuestros secretos,” —respondió.

—“Una última pregunta, ¿cuál es tu nombre?, y ¿por qué ya no eres negro?,” cuestioné.

—“Esas fueron dos preguntas, niña tonta. Mi nombre es Adnachel, y no, no soy negro ahora puesto que como cual-quier ser, puedo morir y reencarnar cada vez que alguien necesita ayuda. Es por eso que ahora estoy aquí,” —replicó.

Desde ese día Adnachel desapareció, pero mi vida fue más feliz. Después de dos años de noviazgo, me casé con Carlos y un año más tarde tuvimos hijos, una linda niña a quien llamamos Génesis y un hermoso niño llamado Adnachel. Hay días donde veo que mi hijo habla con un pequeño gato blanco de ojos celestes, que en ocasiones le trae dulces y él le agradece con comida. Le ofrecí hogar al gato, pero como siempre, termina desapareciendo. Tal vez el peque-ño felino ahora vaga por el mundo, nadie sabe de dónde viene ni a dónde va, lo único que sabemos es que si tú ayudas a algún animal callejero puede que algún día veas un pequeño gato de ojos celestes esperan-do por ti, con una gran sorpresa. ¤

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MI PERRITO GUA GUAPor Luis Andrey Guerola Ibarra (8 años)

¡Hola! Me llamo Luisito, tengo 8 años y voy en el tercer año de primaria, la historia que les voy a contar a continuación es sobre mi perrito Gua Gua. Resulta que hace 3 años nació mi hermanita Lucianita. Mis papás y yo estábamos muy felices y contentos de que llegaría un bebé a la casa. Entonces, mis papás nos regalaron un cachorrito y me dijeron:

—“Este perrito deben cuidarlo y que-rerlo mucho, porque crecerá con ustedes como otro hermanito, pero aparte de que crecerán juntos, él va a jugar y a cuidarlos a los dos, siempre”.

Yo estaba doblemente feliz, porque iba a tener una hermanita y al perrito que tanto les había pedido a mis papás. Le pondría de nombre ¡Guau Guau!

Al principio no fue fácil tenerlo, ladra-ba mucho, supongo yo que era porque ex-trañaba a su mami. Por más que lo puse en una cajita, con ropa calientita para que no tuviera frío, nunca obedecía y se salía para dormirse a un lado de mis pies. Con el tiempo Gua Gua comenzó a crecer al igual que mi hermanita y recuerdo que tuvimos muchos momentos felices. Aunque a veces se hacía popis dentro de la casa, yo me mo-lestaba porque mi papá me decía que tenía que ser responsable y cuidar a mi perrito. Además de darle cariño, debía limpiarlo y bañarlo. Después de un rato, se me pasaba el enojo porque Gua Gua me miraba y me movía la colita, lo cual me hacía reír.

Gua Gua era un muy juguetón y listo, además de que nos quería mucho. Siempre jugábamos con él en las tardes, cuando yo llegaba de la escuela. Cuando escuchaba que llegaba y me bajaba de la camioneta; ladraba y me movía su colita. Muchas ve-ces tuve que esquivarlo para no pisarlo. Fueron tantos los momentos felices que vivimos, que aún los recuerdo.

Mi hermanita Lucianita quería mucho a Gua Gua y solía jugar con él a las prince-sas; lo quería peinar, ponerle su corona de princesa, pobre Gua Gua lo que tenía que aguantar, por jugar con mi hermanita. In-cluso, hubo veces en que bailaban juntos.

Mi hermanita siempre le hablaba como si él entendiera el idioma “bebé”, o qué sé yo porque mi hermanita apenas y sabía decir unas cuantas palabras.

Luciana: “Gua Gua incesa cuqui agua”.La verdad no sé qué le quería decir,

pero siempre se la pasaban genial jugando

3ER LUGAR A

GUAGUA

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en su cuarto con sus muñecas y con él. Recuerdo que Gua Gua la miraba con aten-ción y estaba siempre a su lado, él sabía perfectamente cuál era el juguete prefe-rido de mi hermanita. Cuando por alguna razón Lucianita lloraba o se ponía triste, Gua Gua corría al cuarto para traer a su muñeca, la vaquerita Jessy de Toy Story. Se la llevaba y de inmediato, Lucianita la tomaba y dejaba de llorar. Esto lo hacía Gua Gua cada vez que Lucianita lloraba. Era bonito ver cómo un perrito se preocu-paba y no quería ver a su amiguita llorar. Lucianita y Gua Gua pasaban muchas ho-ras de juego y de felicidad juntos.

Sin embargo, un día por desgracia, la puerta del patio se quedó abierta y mi perrito Gua Gua (sin estar acostumbrado a salir a la calle, solo y sin cadena), se salió a esperarme a que regresara de la escuela. Aún no sabemos si se extravió o se lo lleva-ron. Para mi hermana y para mí fue el día más triste que recuerdo. Cuando llegué de la escuela, muy contento y buscando a mi perrito, mis papás me dijeron:

—“Hijo creemos que se salió a la puer-ta para verte llegar y se perdió. Lo senti-mos mucho, tu mamá y yo salimos a bus-carlo toda la mañana”.

Recuerdo que mi papá hasta carteles de “Se busca” colocó en los árboles y en las tiendas. Cada vez que mi hermanita es-cucha a un perrito ladrar, corre a la venta-na y se asoma, para luego decirme

—“Gua Gua no ta.”Con lágrimas en los ojos le decía, “ya

volverá hermanita, ya volverá Gua Gua.”Ha pasado un año y medio y nada

sabemos de nuestro perrito, aunque mis papás y yo no perdemos la esperanza de

que un día lo encontremos. Mientras, mis papás le compraron un perrito de juguete a mi hermanita, para que no lo extrañara tanto. Sin embargo, aunque es chiquita sabe muy bien que no es su Gua Gua. Lo sé porque la he visto como le dice a su perrito de juguete:

—Luciana: “Gua Gua no ‘ta. Se perdió.”Tal vez ella le cuente que tuvo un ami-

guito con quien le gustaba jugar y que se llamaba Gua Gua. Hoy por la tarde, escu-ché a don Lalo, quien es un vecino amigo de mi papá, decirle:

—Don Lalo: “Hola vecino buenas tar-des, ¿cómo le va?

—Papá: Bien Lalo, y a ti, ¿cómo te va?(Don Lalo es un señor muy alto y se-

rio, de esos que te da miedo al verlo pasar. Tiene un bebé como de la edad de mi her-manita cuando jugaba con Gua Gua).

–Don Lalo: “Me va muy bien gracias, me estoy cambiando de casa, pero me pasó algo bien curioso, fíjese que ayer que estaba lloviendo, llegué con mi familia y en la ca-juela de la camioneta traíamos cosas de mi esposa y juguetes de la niña. Me bajé rápido del carro, para evitar que mi hija se mojara, cuando un perrito me comenzó a seguir hasta la entrada de mi casa. Después de un rato, regresé a cerrar mi camioneta y de ahí me fui caminando a la tienda de la esquina, para comprar unas cosas que necesitaba.

Nuevamente ese perrito me siguió hasta la tienda y me esperó afuera. Me asombré al ver lo fuerte de la lluvia y que ese perrito seguía esperándome afuera. Salí de la tienda y molesto de que me si-guiera lo ahuyenté con el paraguas para que se fuera. Qué grande fue mi sorpresa y qué mal me sentí. Aquel perrito insis-

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tente que no podía hablar, pero insistía en querer decirme algo, estaba sentando a la entrada de mi casa, con un muñeco de mi hija en el hocico, sólo esperando que yo lo tomara. A lo lejos escuche el llanto de mi hija que le pedía a su mamá su muñeco, entonces corrí para dárselo. Al tomarlo entre sus manos, de inmedia-to dejó de llorar y comenzó a sonreír. Bajé con un plato de comida y agua, como agradecimiento para ese perrito quien había regañado unos minutos antes, pero ya no estaba. No sé si fue un ángel, porque lo único que quería era que mi hi-jita no estuviera llorando y triste.

Papá: “Claro Lalo, te entiendo y com-prendo, a veces los perritos sienten lo mis-mo que los papás por sus hijos, no quie-ren verlos sufrir o llorar y son capaces de cosas increíbles. Esto que me cuentas me

AZABACHE Y TINOPor Alfonso Durán Hernández

El canto de las ranas, el murmullo del arro-yo, el salto de los grillos en el potrero y el intenso fulgor de la luna, todo ello creaba el escenario perfecto camino a la jornada diaria de Justino, y por supuesto su ami-go peludo. Sin duda alguna, un gran moti-vo para despertarse y disfrutar del trabajo que desde que era un chilpayate, su padre le había heredado, es decir, la pesca en río del pueblo. Justino realizaba esta actividad a diario, desde antes de que el sol saliera y hasta el momento en que más quemaba

3ER LUGAR B

recuerda a un perrito que tuvimos que se llamaba Gua Gua, porque justamente ha-cía eso para que Lucianita no llorara”.

Después de que Don Lalo se fue mi papá me dijo:

—Papá: “¿Escuchaste hijo, lo que don Lalo me platicó?”

—Luisito: “Sí papá, ese fue nuestro pe-rrito Gua Gua, sin duda, tal vez vio que la bebé tiró su muñeco y sólo quiso que no estuviera triste la bebé.”

Yo no sé si hay un cielo para los perri-tos, y si algún día volvamos a ver a nuestro querido Gua Gua, solo espero que no ter-mine esta historia aquí y poder seguir con-tando más anécdotas con nuestro perrito.

No perdemos la esperanza de que al-gún día volverás.

¡Te extrañamos! ¤

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durante el día. Al ocultarse, emprendía el mismo camino de regreso, contando a ese amigo que atentamente lo escuchaba, las hazañas que había tenido.

Una madrugada, el bochorno de la no-che sofocaba más de lo normal, no podía conciliar el sueño. Entre vuelta y vuelta en su sábana de retazos, solo conseguía envol-verse y acalorarse más, es por ello que ha-bía decidido sacar a viejo azabache —su fiel amigo— del jacal, aunque este se resistiera y tratara de una y otra forma de entrar por alguna de las rendijas. Por muchos años siempre habían dormido juntos, ¡parecían papá e hijo acurrucados! Lo cierto es que más que padre e hijo, el viejo Justino y aza-bache —un perro negro de pelaje brillan-te—, eran dos almas gemelas, quienes día a día compartían la misma tortilla, el mis-mo camino, el mismo tiempo y sobre todo cariño muy especial que los unía entraña-blemente. Esa noche, azabache se aferró a quedarse en la cama y por un largo rato se la pasó arañando la cerca que lo separaba de ese lugar especial, junto al corazón de ese viejo que le daba amor.

Días atrás, Justino comenzaba a mos-trar señales de pasos más lentos en su andar, pues para llegar al río, levantarse se volvía una labor más difícil. Aunque para él, parecía que 83 años habían sido apenas ayer, el tiempo le había cobrado ya la factura de sus años mozos. En días abrumadores, al final de su jornada, el cansancio le hacía balbucear palabras en voz alta como —¡Ya mero, ya merito!, ha-ciendo alusión a su partida al otro mundo. Cada tarde, cuando Justino volvía con su pesca, la gente del pueblo solía ver en su ya cansado rostro una sonrisa especial al

saludarlos. Sin embargo, el pequeño aza-bache de orejas y cola agachadas, quien lo conocía mejor que nadie, sabía que el corazón de su fiel compañero sufría, pues hacía muchos años que tuvo noticias de sus seres queridos, ellos le habían olvi-dado. Cada vez que la nostalgia invadía el pensamiento de aquel viejo solitario, azabache hacía lo que mejor sabía hacer, y eso era, inundar la vida de Justino con alegría. El encanto de ese perro negro, sus juegos y sus mimos podían hacer que el semblante de su viejo amigo cambiara al instante y su alma rejuveneciera cada vez que éste se le abalanzaba en su regazo, impregnando su magia y su amor a patitas llenas, ¡cuánta alegría! Por momentos así, el viejo Tino –como le decían de cariño en el pueblo–se iba felizmente a la cama, con una sonrisa interminable, pues solamente él comprendía la gran bendición que tenía al contar con el amor más sincero que en su vida había conocido, su fiel amigo.

Una tarde, al volver del río, Justino cargaba en sus hombros dos botes de agua limpia y clara, uno era para que ellos tomaran y el otro para dar a azabache un refrescante baño. El perrito ya sabía que esa noche dormiría fresco y limpio, no paró de mover su cola y dar de brincos durante el trayecto. Como siempre, des-pués de su baño tuvo una suculenta cena por haber sido, una vez más, el chico más bueno. Mientras lo bañaban y recibió miles de apapachos por largas horas. Después de un largo día de trabajo, los dos fueron a la cama; el rostro de Justino descansaba en la almohada, mientras que azabache dormía entre sus piernas, como el más fiel guardián de su viejo. Esa noche, la luz de la

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DON IGNACIO Y MENTOLADOHistoria de una hermosa amistad

Por Yasmin Liliana Díaz Zavaleta, Mimí

Un caso verídico de amor incondicional

Hola. Mi nombre es Mentolado, soy un her-moso perrito que todo Xalapa y alrededo-res conoce. Quiero que conozcan mi histo-ria y algunas aventuras con mi gran amigo “Don Ignacio” como todos le llaman.

Nuestra historia comienza en un lindo y tranquilo pueblito llamado El Palmar, el cual se encuentra ubicado cerca de Mira-dores. En ese lugar nació mi gran amigo y ahí vivió mucho tiempo. Aunque sucedió algo que marcó su vida de una manera te-rrible: el fallecimiento de su más grande amor, su madre. Ella se llamaba Marina, una mujer que era todo para Don Ignacio. Su pérdida fue muy dura para él, tanto que decidió salir de su casa para vivir su duelo, pues todo le recordaba a ella y estaba ca-yendo en una profunda depresión.

Unos días después llegué a su vida y es algo que él me cuenta una y otra vez

3ER LUGAR C

luna brillaba de una forma muy especial, se colaba entre las rendijas enmarcando dos rostros angelicales, uno con una son-risa llena de satisfacción y el otro mostran-do hacia su amo un agradecimiento infini-to. Al sonar el viejo despertador, azabache lamía la cara de su amigo, quien ya se ha-bía tardado en ponerse sus viejos zapatos y emprender el camino al río; Justino ha-bía partido al más allá. Su cansancio ha-

con una sonrisa de felicidad. Yo la escu-cho con atención parando mis orejitas y moviendo mi colita porque es algo muy lindo para mí. Él me dice que “una dami-ta” llegó conmigo y le pidió que me adop-tara, le dijo que ya no quería verlo triste, que mi presencia en su vida le iba a dar muchas alegrías y que desde ese momen-to él debía cuidarme mucho porque sería-mos grandes amigos y viviríamos muchas aventuras juntos. Yo era un cachorrito tra-vieso y juguetón, por eso no lo recuerdo,

bía terminado y estaría en un lugar donde ya no tendría que trabajar más. Azabache miraba el rostro tibio de su amigo, mien-tras en él se veían unas lágrimas bajar que rodaban por sus mejillas. El pequeño aza-bache no podía entender si éstas eran de alegría o de dolor, simplemente las lamía, pues Tino se había marchado dejando a la deriva a su amigo canino. ¤

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que la calle no era nuestra. En fin, yo esta-ba muy triste. No le hacíamos mal a nadie, solo queríamos descansar, nos fuimos de ahí desconsolados y con un frío en el cuer-po y en el alma, estábamos cansados, así que sólo caminamos unas cuadras y nos sentamos a pensar hasta que el cansancio nos hizo dormir, con el temor de que algo malo pudiera pasarnos. Al día siguiente tu-vimos una visita: una amiga llamada Mimí y su tía Mary. Ellas vivían por ahí y los vecinos les contaron lo sucedido, como ya nos co-nocíamos no dudaron en ir a vernos y entre las dos hicieron un llamado a las personas de buen corazón y a los amigos de siempre que de inmediato se hicieron presentes para apoyar. Ese día fue inolvidable pues nos sentimos queridos. Nuestros amigos llegaron con ropa, zapatos, cobijas, des-pensa y lo mejor de todo es que nos ofre-cieron un techo en donde dormir, pues una amiga muy querida que es la doctora Gra-ciela nos llevó a su clínica Zuckers para cui-dar de nosotros, la pasamos increíble, pues me consintió mucho. Ese día me vacunó, me llevó al Spa, me puso mi pipeta antipul-gas y salí súper fashion, con ropa nueva y oliendo rico. Nachito se reía mucho y decía que por poco no me reconocía. Al terminar de decirme eso mi amigo Jorge que trabaja ahí le dijo que era su turno, ¡ahora el sor-prendido era yo! Nacho salió bañado, ra-surado, con ropa y zapatos nuevos. En ese momento llegaron Mimí y Mary, nos dijeron que éramos unos galanes y nos tomaron fo-tos, nosotros posamos felices.

Ese día cominos muy rico, llegaron visitas: nuestra amiga querida Joe, que siempre nos ha tendido una mano, y la acompañaba otra buena amiga que tiene

pero me alegra escuchar cómo fue que llegué a su vida y muchas noches me acu-rruqué a su lado para que me lo contara, él disfrutaba hacerlo, la historia de mi adopción sin duda era nuestra favorita.

Desde el momento en que mi amigo Nachito decidió adoptarme fuimos inse-parables. Crecí con él y poco a poco fui acostumbrándome al tipo de vida que él decidió llevar: caminábamos mucho jun-tos, conocimos lugares hermosos, pero lo mejor de todo es que en nuestro andar tuvimos la oportunidad de hacer nuevos amigos, gente buena que siempre nos ten-dió una mano, ofreciéndonos comida, una buena charla, agua y varias cosas que agra-deceremos por siempre.

Poco a poco, sin darnos cuenta nos hicimos famosos, pues personas de buen corazón como el doctor Rafael Sánchez Casas, líder de la manada de “La Guaude-ría” y otros buenos amigos que rescatan animalitos nos tomaban fotos para subir-las a las redes sociales y como yo salía en todas guapísimo comencé a tener segui-dores, así es como varios de nuestros co-nocidos podían saber en dónde estába-mos y nos apoyaban si es que alguno de ellos se encontraba por nuestro andar. Eso fue muy bueno pues nos sentíamos queri-dos y muy agradecidos por ello.

Como bien sabemos no todas las perso-nas son buenas. Una noche fría de noviem-bre estábamos descansando en una calle muy tranquila, teníamos frío pero siempre juntos, y cuando apenas logramos conci-liar el sueño sentimos la maldad de una persona que nos corrió mojándonos, insul-tándonos y amenazándonos. Algunos veci-nos salieron a defendernos, otros decían

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un albergue de perritos. Ellas contaron muchas anécdotas y pasamos una tarde muy agradable, aunque Nachito se sentía un poco mal de salud, les dijo que no tenía fuerzas y sentía mucho frío, lo cual preo-cupó a todos y de inmediato llegó el doc-tor Rubén Mauricio, quien no cobró la con-sulta, pues también se unió para apoyar, yo como todo perro fiel y leal permanecí a su lado para cuidarlo.

Las amigas de Ignacio no sabían qué hacer, querían hacer más por él, se sentían impotentes, yo las veía preocupadas y de re-pente Mary que siempre tiene la solución a cada problema le propuso a Mimí que publi-cara en las redes sociales una búsqueda de los familiares de mi Nachito para que lo ayu-daran. Mimí hizo eso. Al día siguiente Mimí recibió un mensaje de un sobrino de Nacho, estaban dispuestos a ir por él y cuidarlo, así lo hicieron, fue un reencuentro emotivo y después de los abrazos les dimos las gra-cias a nuestras amigas y nos fuimos a casa.

Los días siguientes Nachito empeoró de su salud, su sobrino les avisó a sus ami-gas para que lo fueran a ver. Ellas hicieron una colecta y entre todos nos llevaron co-sas para ayudar en su recuperación, fueron días difíciles, pensé que tal vez teníamos que despedirnos pero mi amigo es fuerte y pronto se recuperó, eso me hizo feliz.

Unos días después nuestras amigas nos fueron a visitar a El Palmar. Nos lleva-ron algunas cosas como sábanas, pijama, croquetas, atún, collar, placa y correa. Nos prometieron que irían cada semana a ver-nos y ver cómo iba Nacho en su recupera-ción, él no les creyó pero sí cumplieron. Iban cada semana y también nos visitaron en Navidad, comimos pollito rostizado y

un refresquito. Mimí le enseñó las fotos que tenía en su teléfono a Nacho para que conociera a sus perritos Kyra (a quien Na-cho le cambió el nombre por Mentolada, quería que fuera mi tocaya), Doddy y Golfo, uno que ya cruzó el arcoíris y ella recuerda con mucho amor. Ese día aproveché para presentarles a dos amiguitos nuevos que llegaban a mi hogar y yo les compartía de mi alimento, me subía a la cama de Nacho para verlos comer tranquilos, eran buena onda esos peluditos, pues como ya saben soy muy amigable con otros perritos, la pa-samos muy bien.

Unos días después de esa visita Nacho les dijo a sus familiares que pronto se mar-charía. Ellos les avisaron a nuestas amigas y quedaron de ir a su visita de cada sema-na para convencerlo de que permaneciera en su casa, pero él ya lo había decidido y antes de que ellas llegaran se fue con su maleta, su escoba y desde luego conmigo. Regresamos a Xalapa, saludamos a vie-jos amigos, de repente visitábamos luga-res conocidos como El Chico, El Grande y Coatepec, pues como sabrán a mi amigo le encanta caminar, aunque es muy can-sado siempre lo acompañé. No importaba el clima: si hacía calor, si llovía, como sea siempre fiel a él.

Gracias a las redes sociales mis ami-gas podían dar con nosotros y nos visita-ban cada vez que podían. A Nacho esto le sorprendía, pues no comprende mucho de la tecnología y les preguntaba cómo nos seguían sin que nos diéramos cuenta. No le daba mucha importancia a eso y les demostraba el gusto de verlas. Ellas a su vez se sentían tranquilas de ver que siem-pre teníamos algo que comer, la gente es

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buena decía Nacho sonriendo. A veces nos metíamos en problemas sin querer, pues hay personas a las que no les gustan los animales y no se portaban muy bien, pero nunca faltó quien nos defendiera.

Una tarde nos visitaron Mimí y Mary, platicamos mucho de varias cosas, pero ellas notaron algo que yo ya sabía: mi ami-go ya no era el mismo, olvidaba darme agua, perdía mis collares y mis plaquitas, me dejaba solo y amarrado, eso no me gustaba pero siempre lo esperé, jamás lo juzgué, pues por su edad comenzó a fallar-le la memoria y su mente comenzó a ha-cerle malas jugadas, pero el amor hacía mí jamás cambió. Él hizo algo muy conmove-dor, les dijo que yo podía salir a pasear con ellas, pero solo un ratito, porque se preo-cupaba y así lo hacíamos cada vez que se podía. Creo que él estaba consciente de lo que le sucedía, porque una vez les dijo: “Si algo me pasa les encargo a mi Mento, acuérdense que le gusta mucho el quesito y el jamón”. Ese día se fueron preocupadas.

Desafortunadamente el día temido llegó: el 14 de mayo mi gran amigo me dejó en un poste amarrado, y se retiró, es-toy seguro que lo hizo porque no le gustan las despedidas, fue una forma de decirme: “Gracias mi querido Mentolado… Hasta Siempre”. Yo estaba triste porque toda mi vida estuve con él, pero lo entendí. Horas más tarde llegaron personas, me acaricia-ron, me tomaron fotos, y una de ellas les avisó a mis amigas incondicionales lo que había ocurrido, Mary y Mimí no dudaron ni un momento en ir por mí, me sentía con-fundido y dudé en seguir esperando a mi amigo o irme con ellas, sabía que me ayu-darían y las acompañé.

Hoy quiero compartirles a todos mis seguidores y fans que estoy bien, que no se preocupen por mí, estoy en un hogar maravilloso lleno de amor, cuidados, mu-cho espacio para jugar. Nada me falta, me consienten mucho, mis amigas están al pendiente de mí, y estoy seguro que lo ha-rán siempre.

Solo quiero pedir algo muy importan-te para mí, necesito de su ayuda para mi gran amigo Ignacio Rosales, quien sigue caminando sin rumbo. Él ya ha envejecido, está enfermo, cansado, su condición men-tal va empeorando. Sé que se siente solo y triste, merece tener una vida digna, por ser un gran ser humano, por darme tanto cariño el tiempo que estuve a su lado. Él ha contribuido a dar un gran ejemplo a la gente de Xalapa y de otros lugares en rela-ción al cuidado de los animales, pues hay casos de maltrato, abandono y lucro en la sociedad en que vivimos y no es justo. No hay pretextos para cometer actos de crueldad animal y no se puede ser indi-ferente, pues mi amigo Nacho a pesar de las condiciones extremas de pobreza, de no tener casa, de estar enfermo y de cual-quier dificultad siempre estuvo conmigo y en nuestros corazones nos llevamos el uno al otro por siempre.

Querido amigo, mi buen Ignacio, gra-cias por enseñarme que en la vida no hay mayor riqueza que una amistad sincera y llena de amor.

Te quiere por siempre tu mejor amigo, Mentolado. ¤

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CUARENTENA CON CHESTERPor Elena Guzmán Ramón

Luis “N” alias el “Güicho”, con unos 20 años de edad, delgado, desaliñado, parecía de 14 años y era una persona sin hogar. Tuvo que acudir a un refugio para resguardarse durante la pandemia. Un ser vulnerable quien huyó de un hogar donde los golpes y gritos altisonantes eran una constante en su vida, ya que tenía un padre alcohólico y desobligado que golpeaba a su madre, a él y a sus dos hermanas casi a diario.

Huyó para salvarse de una paliza, para buscar comida en la calle. Llegó a un barrio llamado Santa Cruz, donde hay mucha po-breza y casas hechas de lámina y cartón; un barrio pobre, marginal, en donde la gente hacía una gigantesca fila esperando ayuda en medio de las recomendaciones de confinamiento.

Algunas empresas llevan despensas; escaseaba el agua que consistía en una sola llave, donde hay una fuente comunal. Ahí Güicho, tuvo una familia, ahí estaban dos hombres grandes de edad avanzada, un grupo de 5 niños y un joven como de unos 36 años, vicioso de oler cemento.

Se organizaban para ir a los cruceros a limpiar parabrisas. Ahí, un hombre que pasaba diario a su trabajo le empezó a sa-ludar y comenzaron a conocerse mutua-mente. Siempre le daba unos centavos de más. Al señor lo conocían como “Don Manolo”. Ahora con la pandemia, dejó de pasar, pero Güicho recordaba siempre sus palabras de aliento:

—“Ése Güicho, procura estudiar y trabajar para salir de este lugar. Evita las malas compañías, aléjate de quienes quieran hacerte tomar o robar. Ten unos centavos más y guárdalos, para que al-gún día compres ropa y me vienes a ver. Aquí está mi tarjeta, ahí viene mi direc-ción y mi teléfono.”

En uno de esos días de mayor conta-gio, estaba la calle desierta. Caminando por las avenidas cada vez menos transita-das, en el camellón, se encontró una caja de cartón, se movió y se escuchó el chilli-do de un cachorro. Güicho se acercó con cuidado y efectivamente, encontró dentro de la caja, un perrito muy pequeño enco-gido y temblando de frío. Lo sacó de la caja y levantándolo con sumo cuidado lo tomó entre sus manos y lo arropó con su trapo seco que usualmente ocupaba para la limpieza de cristales.

MENCIÓN HONORÍFICA 1

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El perrito estaba lleno de pulgas y mucha mugre. Acudió a la esquina donde tenían los tambos de agua y jabón. Ahí, encendió una estufa de petróleo para en-tibiar agua y darle un baño. Después de bañarlo, un color blanco reluciente resur-gió del cuerpecito del animal rescatado por Güicho, parecía un lobezno. Le dio de comer atún y en un botecito le puso agua. Sus amigos y él, lo bautizaron como Ches-ter. Juan y Manu le preguntaron:

—“En la noche, ¿cómo le vas a hacer?, no te lo van a aceptar en el refugio.”

—“Pos ya veré”, respondió Güicho.Por la noche, llegó al refugio. Ahí, ce-

naba comida caliente y de buen sabor, un caldo de verduras con dos piezas de po-llo. Había dejado amarradito al cachorro. Apurado, comió y guardó en una servilleta parte del suculento platillo, (una pierna de pollo). El animalito comió vorazmente y en una botellita trozada a por mitad le dio agua, mientras con lengüetazos el pe-queño cachorro bebió el preciado líquido.

En eso, Don Manolo, quien llevaba su cubrebocas, iba pasando en su carro y lla-mó a Güicho:

—“Güicho, Güicho, ¿Qué haces afuera del refugio?, ¿ahí duermes?”

—“Don Manolo, ¿qué tal?, si, acá duer-mo, aunque no sé si me dejen entrar hoy pues traje este perrito que estaba tirado dentro de una caja.”

—“Ven, vamos a mi casa, ahí tengo un cuarto en la azotea para ti y tu mascota. Su entrada es independiente, ahí te daremos una cama, cobijas y cobertores”, le res-pondió Don Manolo.

A un lado de Don Manolo se encontra-ba su esposa. Una señora regordeta, ojos

grandes y cabello rizado como de unos 60 años. Al ver el ofrecimiento que Don Ma-nolo le hizo a Güicho, comentó:

—“Manolo, ¿cómo crees?, ¿quién es es-te muchacho?

—“Permíteme viejita, a Güicho le co-nozco desde hace mucho, digamos 5 años.”

—“Está bien”, replicó ella, “espero que no te equivoques.”

Güicho dio la vuelta al carro y subió. A unas cuadras más adelante, Don Manolo se estacionó junto a una vieja casa con re-jas sin pintar. Doña Marina abrió la reja del angosto garaje y rechinaron. Estacionaron el carro, (un viejo Renault), y el cachorrito comenzó a chillar, deseando bajarse cuan-to antes. Don Manolo le dijo a Güicho:

—“Bájate hijo.”Y el cachorrito en cuanto bajó orinó,

dejando un charco de agua en el piso del garaje.

—“Eso es lo que quería, bajarse a ori-nar, ahorita limpio”, dijo Güicho, y con su trapo rojo de limpiaparabrisas, limpió rá-pidamente.

—“Está bien, muchacho, déjame traer la jerga con limpiador”, comentó Doña Ma-rina y agregó: “Pasa hijo, por estas escale-ras que dan a la azotea, ahorita te subimos cobijas limpias.”

Ya en la azotea, Güicho dio bocanadas de aire, tranquilo y contento. Pensando para sus adentros, expresó:

“Sé que sólo es por un tiempo, o quizá ni un día que nos dejen vivir aquí.”

Bajando a su perrito, observó una ba-tea y una llave de agua y al lado en una ca-cerolita, jabón de pasta y una toalla. Allí se lavó sus manos y también lavó las patitas de Chester.

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—“Me trajiste buena suerte Chester, tenemos un hogar provisional.”

Don Manolo, al subir, escuchó al joven y le respondió:

—“Güicho, si tú respondes siendo ho-nesto, respetuoso y trabajador, será tu ho-gar por mucho tiempo, hasta que puedas independizarte e irte a vivir a tu propia casa, que es lo que más quisiera”.

—“Gracias, por darme la oportunidad, Don Manolo. Temprano saldré a limpiar parabrisas y también les traeré pan y tor-tillas”, respondió Güicho.

—Mira hijo abajo, del otro lado de la calle, tenemos otra salida. Allí, tenemos un pequeño negocio de frutas y verduras, pollo fresco y abarrotes, ha bajado la ven-ta y dejé de ir a la central de abastos y a la abarrotera de mañanita, cuando te veía en esa esquina en el semáforo. Hace 5 años desde que te ví ahí por primera vez. Ahora por ser de la tercera edad, ya nos cansa-mos. Mañana resurtiremos la tiendita.”

—“Don Manolo, ¿y sus hijos?”, pregun-tó Güicho.

—“No pudimos tener hijos. Mi esposa no se pudo embarazar. Tengo a mi herma-no y a mis sobrinas y mi esposa a sus her-manas, nos visitan una vez a la semana, nos reunimos para comer cada sábado, y ¿tu fa-milia?, preguntó Don Manolo a Güicho.

—“Mi familia, a mi familia la dejé hace 5 años, mi padre nos golpeaba y mi mamá se dejaba golpear, yo me enojé mucho. Tengo dos hermanas que a veces voy a ver cuando salen de la casa a comprar algo y les llevo pan y tortilla. Mi mamá me pide por medio de ellas que yo regrese, más yo les digo que no. Mi papá, recién me ente-ré, murió de tanto tomar alcohol, pero yo

no me hallo más con ellas, mi familia ya no la siento más mi familia, pues mi madre manda a mis hermanas a trabajar todos los días, ni nos mandó a la escuela, y les dice que si no regresan con algo de dinero o comida, ya no entrarán. Ya una de ellas la más chica, de 17 años, se fue con su no-vio, la mayor de 19, sigue con mi mamá. Voy a visitarlas de vez en cuando.”

—“¿Tienes algún vicio, hijo?,” le pre-guntó Don Manolo.

—“No, Don Manolo, porque yo vi tan de cerca al mayor monstruo en la casa, un enorme monstruo en el que se convertía mi papá por su vicio, y me dije jamás, jamás voy a ser como él.”

—“¿Quieres trabajar con nosotros?”, preguntó Don Manolo.

—“Sí, Don Manolo, yo quiero un traba-jo noble y honrado”.

—“Bien, ¿tienes hambre?—“No, muchas gracias, en el refugio

comimos.”Al día siguiente, el joven despertó a

las 5:30 de la mañana, escuchó el motor del carro en el garaje y se dio cuenta que Don Manolo revisaba el aceite para ir a la Central de Abastos, mientras se escuchaba el crujido de la reja que abría doña Marina. Chester, ligerito, bajó las escaleras yendo atrás de su dueño.

—“Doña Marina, deje yo abro”, le dijo Güicho.

Y así pasaron 7 meses y el joven ayu-daba a los señores. Cierto día, Chester atrapó a un asaltante, quien había actua-do de manera agresiva y traía un cuchillo en la mano. Pidió todo el dinero de la ca-jita. Atrás en la trastienda, Güicho estaba sacando los productos de unas cajas para

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colocarlos en la estantería de la tienda. En eso escuchó lo siguiente:

—“Dame todo el dinero,” dijo el asal-tante.

—“Calmado, hijo, calmado,” replicó nervioso Don Manolo.

—“No me digas hijo, ya te dije, dame todo el dinero.”

Blandiendo el cuchillo, se acercó al an-ciano y en eso le saltó Chester, mordiendo el brazo del asaltante, por lo que salió hu-yendo. Chester lo siguió y lo acuchilló. Se escuchó un chillido. Chester quedó tirado en el piso y aullaba de dolor. A su lado, estaba el dinero que el asaltante había querido llevarse. Güicho salió corriendo y alcanzó a ver al asaltante y se dio cuenta que era su antiguo compañero vicioso. Le gritó “nunca más vuelvas por acá, si no te va a pesar”. Levantó a su amigo perruno ya de enorme tamaño, aunque aún era un ca-chorro. Con él en sus brazos, lloró porque lo quería mucho.

—“No me dejes Chester, no te mueras. Dios, por favor, no te lo lleves, seré un hom-

ALMA CALLEJERAPor Nery Acosta Pérez

Dedicado a mi pequeña Mafalda

Es un día maravilloso y el sol brilla tanto que puedo sentir sus rayos en mi lomito, mi mamita está tan feliz conmigo y mis her-manitos porque tenemos una casa calienti-ta y comidita. Todos estamos jugando con

MENCIÓN HONORÍFICA 2

bre bueno cada día que pase, todos los días de mi vida, no seré rencoroso, saldré ade-lante y seré un hombre de bien, pero no te lo lleves,” imploraba Güicho.

Don Manolo le gritó mientras cerraba la tienda.

—“Hijo, tráelo, lo llevaremos a la Clíni-ca del Centro de Salud Animal Municipal”, dijo apresurado Don Manolo.

Pasados unos días Chester se recupe-ró de sus heridas y Güicho, agradecido, le contó a Don Manolo su promesa a Dios. El joven visitaba a su madre cada ocho días, iba a dejarle despensa. Su hermana ma-yor, quien vivía cerca de su mamá, se había casado ya también. También visitaba a los dos ancianos de la calle y a sus 5 pequeños amigos a quienes les llevaba algo de comer casi diario. Les dijo que les ayudaría para que fueran a la escuela, aconsejándoles que no se fueran del refugio hasta que cre-cieran. Chester, el ángel que llegó a la vida de Güicho, Don Manolo y Doña Marina, vi-vieron juntos muchos años más. ¤

mi mamita y mis hermanitos y reímos. Oh alguien llegó. Creo que es papá humano, qué felicidad, creo que algo le pasa, no me acarició y está molesto y está discutiendo con mamá humana. No sé qué hace, se está

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llevando a mi mamita y a mis hermanitos. No por favor, no lo hagas, con mis dientitos me agarro de su pantalón, pero soy muy chiquita y no puedo sujetarme, a mí tam-bién me lleva, y grito, pero no me escucha. Mamá humana llora, pero no puede hacer nada, nos subió a su auto y nos dejó en un lugar muy solo, junto a un árbol donde no había nada. Ya es de noche y estamos con mamita en un lugar oscuro y muy feo. No hay camita ni comidita, tengo mucho mie-do, y mis hermanitos tienen hambre y llo-ran. Yo soy fuerte y les doy muchos besitos para que no lloren.

Ya amaneció. Es un nuevo día. Mami-ta salió a buscar comidita para nosotros, mientras jugamos, pronto llegará mamita y vamos a comer muy rico. Ya pasó mucho rato y mamita no llega. La noche cae y mis hermanitos lloran y están asustados, ten-go miedo, dormiré un poco mientras llega mamita. Ya salió de nuevo el sol y mamita

no regresa, han pasado muchas noches y mamita no regresa. Mi hermanita Rosita no se mueve, algo tiene y le ladro fuerte pero no me escucha. Sus ojitos no se abren y no se mueve, me invade la tristeza de dejar a mi hermanita, pero tenemos que buscar a mi mamita. Caminamos junto con los de-más a buscar a mamita, mi hermanita se quedó ahí, solo la tapamos con unas rami-tas para que ya no tenga frío. Hemos cami-nado mucho, ya estamos muy cansados.

El pavimento está muy caliente y mis huellitas están muy lastimadas y las de mis hermanitos también, pero a lo lejos, a la orilla de la carretera veo algo y de in-mediato corremos hacia allá. Creo que es mamita, está dormida. Corran allá esta mamita. Al llegar, ella no se mueve, está muy fría y sus ojos están cerrados. Tampo-co se mueve. Pero su cuerpo todavía nos puede dar calor. Nos cobijamos con ella y ahí pasamos la oscura y fría noche. De pronto unas personas vienen y nos miran, dicen que mamita está muerta, dice po-bres perritos.

No entiendo qué pasa, agarraron a dos de mis hermanos. Ellos dijeron: estos servirán para entrenar al Rocco, se van y yo ladro muy fuerte. Mis hermanos lloran y no quieren irse con ellos. Pero no me hacen caso, solo siguen caminado y se pierden en el camino. Me siento muy triste porque no pude detener a esas personas y se llevaron a mis hermanos. No pude hacer nada. Ahora no sé dónde buscar-los. Tenemos mucha hambre y estamos muy cansados, hemos caminado mucho, necesitamos descansar, buscaremos un lugar para refugiarnos. Mientras dormía-mos afuera de un local de comida alguien

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nos echó agua fría y con una escoba nos dijo: ¡fuera perros mugrosos!, mis ojitos se llenaron de lagrimitas, pero seré fuerte y protegeré a mis hermanitos. Mi hermanito gordo está enfermo, ya no puede caminar. Está muy caliente y vomita sangre. No sé qué hacer, cómo lo puedo curar, ¿quién me puede ayudar? Se quedó dormido y no despierta. Yo le ladro fuerte: despierta gor-do, pero él no escucha. Sus ojitos se han cerrado y ya no se abren. Solo quedamos tres, ya no está mamita, estoy muy tris-te. Pero seguiremos caminado. A lo lejos veo una humana. Ella nos dio un pedazo de pan, yo le agradecí con un lengüetazo, gracias humana.

Al cruzar la avenida, los autos no se detuvieron. Un carro atropelló a Lunita. Ella está muy lastimada. Tiene rota una patita y llora de dolor. Pero viene un hu-mano y nos ve y dice que se la llevará para curarla. Pero yo quiero ir también. Sólo me acarició a mí y a mis hermanitos; dijo po-bres perritos, tan chiquitos y ya saben lo que es la crueldad de la calle. Mis lagrimi-tas rodaron por mi carita. Me duelen mu-cho mis patitas, hemos caminado mucho. Mi hermanita Lolita y yo estamos solitas. Tenemos mucha sed y hambre, han pasa-do 3 meses, Lolita y yo seguimos juntas, dormiremos aquí en un rinconcito.

Ya amaneció y hace mucho frío. Iré a buscar comidita, mi hermanita está dor-midita. Pronto regresaré, he caminado mucho, ya no sé en dónde está Lolita, no la encuentro. Ya han pasado muchos días y no sé dónde está mi hermanita. Hace dos meses que no sé nada de Lolita, ladro por las calles para que ella me escuche y venga corriendo. De pronto escucho un

ladrido muy fuerte y corro hacia donde escucho ese ladrido. Creo es Lolita, ¡cómo ha crecido! Pero está amarrada con una cadena muy pesada y no puedo soltarla. Muerdo muy fuerte pero no puedo. De re-pente sale un señor y me avienta un palo. Le pega a Lolita. Ella está muy flaquita y muy débil, apenas se puede sostener. El señor malo la golpea con el palo y yo le ladro fuerte. Él saca un balde y me lo va-cía en mi cuerpo. Me quema, me quema, tuve que irme pero no me rendiré y salva-ré a Lolita. Hoy llueve mucho. Estoy bus-cando un refugio. A lo lejos veo a Lolita caminar con pasos lentos, muy cansada. Está llena de sangre, sus patitas están las-timadas.

Su cuello tiene un profunda herida y tiene mucho dolor. Yo la besé mucho para que se fuera el dolor. Ella solo me veía y sus lagrimitas salían de sus ojitos. Me acos-té junto a ella. Un chico pasó y sólo movió la cabeza y acarició a Lolita y dijo: pobre perrita, quién te hizo eso. La levantó y se la llevó y dijo que iba a terminar con su su-frimiento. Yo corrí detrás de ellos. Pero no los puede alcanzar. Hace tres días que se llevaron a Lolita. Hoy caminado alguien dijo, ahí está el hermanito, y me sonrió. Me dijo, tu hermana ya descansa en paz. Ya no siente dolor, sigue tu camino, sólo lo miré y supe que ya nunca más vería a Lolita.

Hoy cumplo 7 meses. He caminado mucho, hace días no como. He tomado un poco de agua de un charquito que en-contré. Ayer hubo mucha lluvia y me mojé. Estoy muy cansada y tengo mucho frío. Ya han pasado muchos soles y lluvias, me duelen mis patitas. Una señora me rega-ló comidita. Pero me cuesta comer, algo

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tengo en mi carita y en mi boquita, que me impide comer. Ella me miró y me dijo que estoy enferma. Que soy una moles-tia y que voy a contagiar a los demás. No comprendo por qué me miran así. Me corren de todos lados. No quiero hacer daño a nadie. Solo quiero algo de comida.

Me está llamando, creo que me quiere llevar a su casita, ¡yupi! Tendré una fami-lia, me ha llevado a un parque y me rega-ló una pelota. Creo que vamos a jugar. Yo moví mi colita, estoy muy feliz. Hay mucho pasto y juegos. Hay unos niños. Iré a jugar con ellos, ya pasó un rato y cuando miré hacia todos lados me percaté que ya no estaba la señora. Quizás venga después, aquí esperaré. Han pasado muchas horas y aún no llega, pero hay muchos humanos con sus perritos. Yo me acerco para jugar, pero me dicen que me vaya. No quieren que me acerque, dicen que huelo feo y estoy enferma y voy a contagiar a sus pe-rritos. Pero yo sólo quiero jugar con ellos. Por favor no se vayan. Hoy es otro día y sigo aquí en este parque. Hay un señor que me acarició y me regaló unas croquetitas; me regaló una caricia y no me tuvo asco. Puedo sentir su alma bondadosa, me dijo que era muy hermosa y mis ojos volvieron a brillar de emoción. Tiene dos perritos, uno blanco y uno negro y son muy ama-bles conmigo. Estoy jugando con ellos, se llaman Locky y Nina, son mis amigos. Pero ellos ya se fueron, yo me quedé aquí, me acomodé en un cartón que alguien dejó ahí y me recosté. Miré hacia el cielo y ha-bían tantas estrellas y creo una de ellas era mi mamita y otras mis hermanitos.

Sueño que ellos están junto a mí y en mi sueño río y soy feliz de estar otra vez

con ellos. Ya desperté y mi tarea de hoy es jugar con mis nuevos amigos cuando los vea. Los espero con ansias. Mientras yo me di unas vueltas en el pasto vi a una señora pasar. Ella se me acercó, me acarició y me miró profundamente. Ella es alguien espe-cial. Nunca me habían mirado así. Ella vio mi alma a través de mis ojos, y no hicieron falta sonidos ni palabras, mi corazón y el suyo se conectaron. Unas lágrimas roda-ron en su cara, me dio unas croquetitas. Me dijo cosas muy dulces y me dijo que iba a estar bien, yo le creo. Le caigo bien y no tiene asco de mí, sólo soy un perro calle-jero. Nadie me quiere y todos me corren. Yo sólo quiero jugar y ser feliz y hacer feliz a alguien. Sentí tanta felicidad que le di un lengüetazo para agradecerle su aten-ción.

Tengo unas bolitas en mi carita y mi boquita. Me cuesta comer y ella se dio cuenta, me acarició y por primera vez al-guien no tuvo asco de tocarme, puso agua en las croquetas y así las pude comer. Mis patitas no son fuertes, pero aun así corro y soy feliz, ella me quiere. Me han llevado a curar, un doctor muy guapo y bueno me curó y me quitó mis bolitas y me dijo que ya estoy sana. Ella vino por mí, y no se ol-vidó de mí, yupi, me ha llevado a su casa. Hay una perrita que no me quiere, pero mi amiga ahora será mi mamá. Ella me ama y me abraza. Hacía mucho nadie me decía que me quería y me abrazaba. Sus brazos me hacen sentir segura y puedo escuchar su corazón: late muy fuerte. Creo que está feliz conmigo. Yo duermo con mi hermano humano.

Mi mamá humana me lleva a pasear todos los días y juega conmigo y puedo

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jugar con mis amigos. Pero me desespero, cuando ella sale, yo lloro mucho porque quiero estar con ella. No quiero que se vaya. No quiero estar sola otra vez. Hoy me llevó a una pasarela de adopciones, junto con mi hermanita Piccolina. Ella es pequeña y jugamos mucho. Hay payasos y muchos niños. Mi mamá camina con nosotras y to-dos nos miran y aplauden, pero nadie se interesó por nosotras y regresamos a casa otra vez. Mi mamá dice que no puedo que-darme aquí, porque lloro y me desespero.

Ella dice que necesito más espacio y jugar con otros amigos y me dijo que me llevará a un lugar muy bonito. Una amiga me cuidará mucho. Y llegué a ese lugar bello. Hay muchos perritos y la se-ñora me dice cosas bonitas. Mi nombre es Mafalda, Mafa para los cuates. Así me dice mi mamá; estoy muy feliz, todos me tratan muy bien y me acarician y tengo muchos amigos. Hay muchos juguetes y juego mucho con mis amigos: jalamos las ramas que el jardinero ha cortado. Ya han pasado unos días y hoy vino mi mamá por mí. Pero no me siento bien.

Me da tanto gusto ver a mamá, estoy feliz. Yo no quiero angustiarla y le sonrío y muevo mi colita para que ella no se dé cuenta que me siento mal. Me ha llevado a un lugar bonito, hay muchos humanos y muchos perritos, dicen que es una pasa-rela para encontrar una familia. Mi mamá quiere que yo tenga mi propia familia. Aunque yo soy feliz en donde estoy y con ella también. Ya nos toca a nosotras pa-sar. Subimos unas escaleras y caminamos mientras alguien decía mi nombre y yo sonreía. Todos me miraban y todos aplau-den pero yo estoy cansada y mis ojitos se

cierran. Me siento cansada, mi mamá me abraza y me dice que me ama y que ten-dré una familia que me ame igual que ella.

Hoy tampoco tuve suerte y nadie me adoptó. No le gusté a nadie. He conocido a Renato y él también es huérfano. Renato tiene 4 meses y busca un hogar como yo, tampoco él tuvo suerte. Quizás la próxima vez encontremos ese corazón que se ena-more de nosotros y nos pueda ver con el alma y nos ame mucho. He regresado con mis amigos, mi mamá se despidió de mí y ya se fue. Han pasado tres días y hoy des-perté un poco mal, algo le pasa a mi ca-becita, se va de lado. No sé qué pasa. No me siento bien. Mi amiga Ana llamó a mi mamá y me abraza y me besa y me dice: ¿qué te pasa Mafa? Y no sé qué me pasa solo sé que algo no anda bien. Me llevaron con el doctor y me han sacado sangre. Me dolió un poco y lloré. Mi cuerpo es muy frá-gil y estoy muy flaquita. Mi mamá me llevó a su casa. Estoy feliz de regresar y ver a mi hermano humano. Me han puesto suero y mi mamá está durmiendo junto a mí.

Mi mamá llora y no entiendo por qué. Quizás hice algo mal. Yo me acerco y le doy un lengüetazo y ella me abraza. Me carga y puedo escuchar los latidos de su cora-zón. Algo me pasa. No puedo controlar mi cuerpo y mi cabeza, estoy convulsionado y me siento muy mal. Mi mamá me llevó al doctor otra vez y dice que estoy muy en-fermita. Mi mamá me llevó con otro doc-tor porque necesitaba estar internada. Estamos esperando a que llegue. Ella me carga en sus brazos. Mientras llega el doc-tor. Mi cuerpo cada vez es más débil y las convulsiones más seguidas. Ya no tengo fuerzas, quiero decirle a mi mamá que la

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amo y que todo estará bien pero ella está muy triste y llora mucho. Qué he hecho, ya me hice pipí y popó. No puedo aguan-tar, perdón mamá. Ha llegado el doctor, me inyectó y me metió en una jaulita, le dijo a mi mamá que tiene que ser fuerte. Ya han pasado tres días y lloro porque siento mucho dolor y no dejo de convul-sionar, mi mamá está muy triste y llora mucho y le dijo al doctor que no quiere verme sufrir.

Es el tercer día que estoy aquí. Es 23 de diciembre y no habrá Navidad para mí. No habrá un mañana, un futuro, en este momento recuerdo toda mi corta vida. Todo lo que he vivido. En mis recuerdos está mamita y mis hermanitos, cuando estábamos juntos y éramos felices y a mi mamá, la llevaré en mi corazón. Junto a mí, está Canelo, él también fue rescata-do por mi mamá y por su amiga, Canelo ya está bien y me da mucho gusto. Hoy el doctor le habló a mi mamá y le dijo que ya no hay nada qué hacer. Él me dijo que ya no voy a sentir dolor y que todo estará bien, me ha sacado de la jaulita y me pon-drá una inyección. Ya no tengo ánimos de ladrar, estoy muy cansada y tengo mucho sueño.

Me estoy durmiendo, he suspirado por última vez, mis ojitos se van cerran-do poco a poco, y mis últimas lágrimas que derraman mis ojos antes de que se cierren para siempre, mientras el doctor me toma la patita y me dice todo está bien. Solo pienso en decir adiós a mamá y decirle que la amo. Que no llore por mí. Siempre estaré contigo, no puedo evitar que ella sienta mucha nostalgia. Su cora-zón está seco, está destrozado, se siente

culpable por no poder salvarme. Sien-te mucho dolor, pero aunque mi cuerpo está frío y ya no se mueve y mis ojos ya no la pueden mirar, mi alma sigue aquí con ella. He regresado al lugar donde en-contré a buenas personas y encontré a mi mamá. Conocí el amor y fui feliz mis úl-timos días. Mi amiga Ana me cuidó y me amó mucho. Le agradezco mucho y a mis amigos perrunos los extrañaré.

A mi mamá: algún día te volveré a ver y aquí te esperaré y te ladraré muy fuerte para que me escuches y te daré muchos lengüetazos. Mis ojos se mirarán con los tuyos y mi alma y la tuya volverán a sen-tir esa conexión. Aunque quizás no tenga el mismo rostro o aspecto, tú sabrás que soy yo. Ya han pasado muchos días des-de que me fui, algunas veces te veo pasar con algunos de mis hermanos perrunos. Veo que te detienes en ese lugar, en don-de se encuentra mi cuerpo descansan-do. Aunque mi alma y espíritu siempre te acompañan y aunque no me puedas ver. Yo sigo aquí cerca de ti, duele mucho, pero espero entiendas que ya cumplí mi misión en la tierra, que la tuya continúa, que mi tiempo ya se había terminado, pero tú tienes que seguir salvando más almas callejeras.

Te amo hasta el infinito y más allá. ¤

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mente ya no tenía hambre. Yo me quedé quieto por un momento y en cuanto dio la vuelta me abalancé sobre las golosinas, es-taba muy hambriento y esas golosinas me serían de gran ayuda. Pero en eso escuché un feroz gruñido sobre mi lomo.

Un escalofrío me recorrió desde mi ho-cico hasta mi colita y por primera vez tuve esa fea sensación de tener los pelitos del lomo erizados y mi colita se metió lo más que pudo entre mis piernas. Ni siquiera miré atrás, tomé en mi hocico lo más que pude y corrí, corrí, corrí hasta que dejé atrás todo aquello que me resultaba conocido. Por fin me detuve y engullí de prisa el con-tenido de mi hocico y sólo entonces me di cuenta: estaba solo, indefenso y perdido. Me quedé un rato mirando a mi alrededor, tratando de reconocer algo, pero aquella carrera me había llevado mucho más allá de “mi territorio”, sentí sequedad en el ho-cico y comencé a olfatear en busca de agua, dejándome guiar tan sólo por mi naricita.

LA BÚSQUEDAPor Gabriela García

¡Hola! No diré mi nombre aún, para ver si lo adivinas tú. Seguramente sabrás quién soy, por lo que sin más presentación comenzaré mi relato.

La verdad no recuerdo muy bien cuán-do nací, nunca me he fijado mucho en ese tema tan raro del tiempo, que parece tener a los humanos obsesionados. ¡Hasta lo mi-den! Yo no, no tengo necesidad, sé que es corto a tu lado y muy largo en tu ausencia. Esa es toda mi noción del tiempo. El caso es que nací, fui el segundo de mi camada, y tuve la dicha de conocer a mi mamita y a mis hermanitos por algún tiempo, gracias a que mi mamita, como estaba tan asusta-da nos llevó a nacer en un buen escondite. Digo buen escondite en prácticamente to-dos los sentidos: lejos del peligro, calientito y agradable. Mi mamita nos amó mucho, nos alimentó, nos mantuvo limpios y sanos y nos enseñó a ser perros: jugar, apapachar, lamer, etcétera. Ojalá no hubiera quedado tan flaquita después de alimentarnos, tal vez habría sobrevivido a “eso.”

Después de que mi mamita faltó, no fue fácil, al principio nos mantuvimos jun-tos, pero encontrar comida, agua, y refugio para todos era complicado. De modo que de uno en uno nos fuimos separando. Yo era muy cachorrito aún cuando comencé a vagar solito. Me acuerdo de esa vez que una señora dejó caer una bolsa de golosinas y para mi sorpresa no las recogió. No podía creer que las dejara ahí sin más, segura-

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En otra ocasión, estaba yo dormido en una sombra, soñaba con el amor de mi mamita y mis hermanitos, con los ruidos que hacíamos al comer, con la sensación de seguridad que había en nuestro escon-dite. De pronto sentí un dolor intenso en mi patita, abrí los ojos para ver a un gru-po de niños con piedras que gritaban y reían mientras lanzaban sus piedras hacia mí, no sé porqué lo harían, yo nunca los había visto y mucho menos les había he-cho daño alguno, pero algo era seguro, yo tenía que alejarme de ellos a toda prisa. Así fue como huyendo de tales creaturas crucé un camino y fui atropellado por algo que ni vi, sentí dolor, miedo, coraje, atur-dimiento y todo en un solo instante mien-tras era transportado por el aire hacia lo que yo suponía que sería mi final, después un golpe, después nada.

Desperté de nuevo, adolorido de todo el cuerpo, pero sorprendentemente nada era demasiado grave, pude caminar con dificultad y poco a poco recuperé la norma-lidad, seguía como siempre: solo, perdido, indefenso y hambriento. Así caminando solo, en busca de agua y comida, llegó a mí un aroma irresistible, algo que se apoderó de mi voluntad por completo y me hizo gi-rar y entonces lo vi, alguien como yo, pero limpio y hermoso, se veía tan feliz en los bra-zos de esa señora que me atreví a acercarme pensando que yo también quería irme con ellas. Cuál fue mi decepción cuando aquella angelical creatura me propinó un puntapié acompañado de gritos. “Esa señora,” así co-menzó mi búsqueda, así empecé a soñarte, a añorarte, a amarte a pesar del riesgo. “Si yo tuviera a alguien como esa señora.” Y mira que lo primero que me llamó la

atención fue el aroma de aquel otro como yo, pero esa señora.

Ya podría hacerte dormir cada una de tus noches con una historia diferente de cada vez que te busqué, y es que me pasó cada cosa en la búsqueda, sin em-bargo, ya no me sentía solo, ni indefenso ni perdido, mi vida tenía un sentido y era encontrarte, sin importar el costo, sin im-portar cuántas veces me equivocara y me llevara puntapiés.

Bien recuerdo la vez de la lluvia, no era nuevo para mí, pero los truenos eran otra historia, había tenido pesadillas con que me cayera uno en la cabeza. Así, aterroriza-do, me guarecí en unas cajas viejas afuera de una tienda, y al término de la tormenta y con todo aquel ruido, me sentí tan agotado que me quedé dormido, con una sensación cálida y agradable. Esa misma sensación se fue convirtiendo en movimiento y me despertó con sobresalto sólo para dar-me cuenta de que en aquella rústica gua-rida no estaba solo, éramos cuatro que al agazaparnos de reversa nos topamos por detrás sin darnos cuenta y así nos fuimos acurrucando. Yo solté dos o tres ladridos amenazantes, pero ellos sólo me miraban calmos, y somnolientos, no había peligro alguno, lancé miradas de advertencia y, recordando la calidez, volví a acurrucarme contra los otros tres cuerpos húmedos y apestosos igual que el mío.

Buenos amigos esos canijos, más in-teresados en todo aquello que tuviera que ver con la reproducción o la no reproduc-ción que en encontrase a alguien como “esa señora”: una de ellas decía haber teni-do una cirugía que la salvaría de persecu-ciones y peligros de la vida reproductiva,

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otro decía que queriéndose reproducir ha-bía adquirido un dolor terrible y que efec-tivamente le había deformado parte del cuerpo. Yo, tal vez por mi temprana edad, no encontraba mucho interés en el tema, especialmente cuando podía pensar en cómo encontrarte.

Mis nuevos amigos siempre me hacían burla por ser, cómo decirlo, menos corpu-lento que ellos, me ponían apodos como “el fresh pool” o “enanauzer” (ni sé qué es eso), pero bien que retrocedían cuando les armaba una de las mías, no había mane-ra de negar mi calidad de Alfa. Nunca las-timé a ninguno, ni ellos a mí, pero de vez en cuando nos gustaba jugar a la bronca, sobre todo si se trataba de comida. Eso fue así porque éramos buenos amigos, todos sabíamos que en otras manadas se asesi-naban unos a otros por motivos de lo más intrascendente, ya no digamos cuando ha-bía comida o alguien estaba en “celo”, en nuestra manada nadie estaba nunca “así”, lo que sea que signifique. Yo, por el con-trario, les tenía cariño, y aunque no lo pa-reciera por ser el más cachorro, me sentía responsable de cuidarlos a todos, sin que se dieran cuenta yo pasaba lista antes de dormir y al despertar. Durante el día a veces estábamos juntos y otras veces cada quien buscaba lo que más fuera de su interés, no necesito decir que tú eras mi búsqueda permanente, no sabía cómo, pero te en-contraría, ésa era mi única certeza.

Una tarde, y qué bueno que mis ami-gos no estaban conmigo, estaba bebiendo de un charco cuando comenzaron a correr varios perros ladrando y aullando con te-rror, yo quería ver más, quería encarar el peligro, aunque fuera para tener una gran

historia qué contarle a mi manada esa no-che, todos corrían huyendo de algo que yo no lograba ver…Hasta que vi, demasiado tarde, por cierto. Unas manos me alzaron por el aire y un objeto punzante se clavó en mi muslo, quise levantar la vista, pero para entonces aquellas manos ya me habían soltado y me estaban atando una medalla de plástico sin que yo pudiera voltear. Aún me tocó ver cómo otras personas hacían lo mismo con otros perros, la verdad no supe qué pasó, me soltaron de nuevo y pude vol-ver con mi manada, pero al día siguiente me sentía como aquella vez que me atrope-llaron. Mis amigos se rieron mucho de mí, dijeron que era normal, que las personas hacían eso de vez en vez, que pocos esca-paban de “la vacuna.”

Buscándote y buscándote fue que me encontré con Don Gaspar, un señor que al principio me estuvo dando algo de comida, y que pensé que tal vez podría ser mi “esa señora”, pero en cuanto le tomé confianza me amarró por el pescuezo con un alam-bre a una estaca cercana a la entrada de su casa, y al poco tiempo comenzó a maltra-tarme. Yo, que sabía para entonces que no era tan indefenso, respondía con gruñidos y tenazadas, ladridos y miradas fieras, y muy a pesar de que Don Gaspar era más grande y fuerte que yo, parecía quedar satisfecho y dejaba de molestarme. Yo extrañaba a mi manada, mis amigos, su calor en los días fríos, sus ocurrencias, qué sería de ellos sin mi protección. Don Gaspar tenía días malos y días peores, apestaba a quemado y a algo que lastimaba mi nariz, algo que bebía. Tal vez era mi suerte vivir a su lado pues, las personas las hay buenas y las hay malas, y a mí me tocó malo. Siempre me daba algo

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de comer, pero nunca suficiente, siempre estaba hambriento, de mal humor, me em-pezaba a parecer a Don Gaspar, si alguien se acercaba yo ladraba, gruñía y si podía hasta lo mordía.

Ese día fue el peor, Don Gaspar ha-bía bebido esa cosa que me ardía la na-riz, maldecía y golpeaba todo. Yo hacía mi parte, no paraba de ladrar emulando a Don Gaspar, y entonces fue que salió de su casa y sacó mi alambre de la estaca, lo cual fue ya de por sí muy doloroso porque el alambre ya se había clavado y cortado mi piel y mi cuello estaba en carne viva. A pesar de mis lamentos Don Gaspar me pa-teó, eso me enfureció e hizo que le ladrara, y entonces me sujetó con sus manazas y me apretó, me zarandeó y estrujó, y así me sostenía, yo pensé que me mataría, trata-ba de morderlo para zafarme y volver con mi manada, si es que los encontraba. En ese momento sólo eso podía pensar, ya no tenía esperanzas de encontrarte, mi “esa señora” había resultado ser un infierno.

Un automóvil se detuvo frente a noso-tros, yo mordí la mano de mi captor, quien me apretó con más fuerza, alguien desde el automóvil se dirigió a Don Gaspar, pidién-dole que no me lastimara, él respondió que era su perro y que hacía conmigo lo que le viniera en gana, y una de las perso-nas del automóvil le propuso darle dinero por mí, de inmediato cambió el rostro de Don Gaspar, un brillo de ambición cruzó su mirada y pidió una suma considerable, mientras alargaba sus brazos para entre-garme. Uno de los muchachos del auto me tomó en sus manos y el auto arrancó llevándome con ellos sin que Don Gaspar pudiera hacer nada al respecto.

Dulce (y hace un verdadero honor a su nombre), que venía con los otros mucha-chos, me llevó a su casa y me bañó, al día siguiente me llevó al Doctor para que me curara y para que me hiciera la cirugía esa para no reproducirme, y a pesar de que me clavaron varios de esos objetos punzantes, nunca me había sentido tan bien. Dulce me cuidó y me dejó dormir a su lado mientras me recuperaba de todo, me decía que no era suyo, que alguien más me esperaba. Me tomó fotografías y las subió a la red.

“¡Lo lograste!” me despertó una maña-na, alguien te quiere conocer. Me arregló mucho y hasta perfume me puso, yo esta-ba tan emocionado, tan aturdido, pero tan alegre que daba saltitos de aquí para allá sin poderme contener.

Nada, nada puede compararse ni hay manera de poder describir ese momento en que tú estabas frente a mi, tú, buscándome para amarme, tú, el final de mi búsqueda. Cada día desde entonces sólo respiro por oler tu aroma, no sé si lo notas, quiero que lo notes, por eso te brinco, por eso te lamo, por eso te miro como si estuvieras hecho de mantequilla de maní, no hay nada en el mundo como tu cercanía, te amaré mien-tras viva, y si se puede también después, haré lo que sea por llamar tu atención, por sentir tu amor, por verte feliz. Déjame saber qué quieres de mí, sólo quiero agradarte, tu aprobación es mi máxima felicidad…. Y claro, si tu aprobación puede venir con esa golosina, ¿qué podría ser mejor?

Estoy seguro de que a estas alturas ya sabes quién soy, y sí, soy yo, quien te mira con ojitos redonditos, que a veces hago travesuras, sólo entiéndeme, nunca tengo intención de molestarte, a veces me

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—Ay Toña, ya estamos grandecitas, ja-jajajaja.

—¡Chucha! Viejos los cerros y todavía echan pal…

—Ajajajaja. Lupita, atenta a la plática, espantaba

las moscas con una servilleta y acomodaba los muslos, pechugas, alas, rabadillas.

—Chuchita, Toñita, qué van a querer, es que tengo que ir a dejar los pellejos a doña Delia

—¿Usted también, Lupita? ¡No bueno, si la Delia es bendecida por todas! Nomás falto yo. A ver, deme diez patas, se las voy a pasar a dejar orita que voy por tomate y cebolla para la comida.

EL POLLO QUE APOYAPor Alonso Irán Sánchez Hernández

La cooperación, el apoyo desinteresado, el sentido de pertenencia a la colonia, la amis-tad, el reconocer la entrega para lo que se ama, son valores que todavía existen y, que a pesar de los problemas, siempre hay más gente buena que gente insensible. Esta es la historia de Toñita, Chuchita, Lupita, De-lia…y claro, el pollo.

—Ay Chucha, ¿te llevas los huesos pal’ caldo?

—No Toña, son para Delia, la de los pe-rros. Allí frente a la verdulería de don Moi.

—Ay Chucha, esa Delia, siempre de ca-ritativa con los animales, a veces ya choca con su escándalo de animales.

—¡Ya Toña! Nada te parece. Que no te acuerdas cuando éramos niñas, siempre Delia llegaba con su gatito a jugar con noso-tras. Ya se le veía el gusto por los animales desde entonces.

—Sí verdad, ¿cómo se llamaba su gato? ¿Frijolito?

—Chícharo, Toña, chícharo. ¿Qué ya se te olvidó que tú le pusiste el nombre?

—Ay Chucha, es que de eso ya pasaron cuarenta años.

MENCIÓN HONORÍFICA 4

pongo nervioso, no sé, con todo lo que pasé me da miedo perder lo que tengo o algo. Nunca te enojes conmigo, eres todo lo que tengo, todo mi mundo, toda mi vida, todo mi amor. Nunca me abandones, yo nunca lo haré sin importar las circunstan-cias, gracias por adoptarme, gracias por mi

comidita, por llevarme con el doctor, por cuidarme, por no maltratarme, por dejar-me estar cerca de ti, gracias, gracias, no sé cómo agradecerte, sólo sé que te amo, que te amo muchísimo, que quiero que estés a mi lado y me tomes de la pata antes de partir.

ESTERILIZA • ADOPTA • NO COMPRES

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—Pero es de todos los días, eh Toña, no no’mas de orita y ya. La cosa de cuidar ani-malitos es como a los hijos, hay que cuidar-los, darles de comer, bañarlos. A poco no ves que llegan a donarle periódicos, arroz, alimento; tú que siempre andas en la calle deberías darte cuenta.

—Ay Chucha, pues llevo desayuno y comida a mi marido, ya ves que entra bien temprano a la fábrica. Por eso ando en la calle llevando y trayendo.

—Pues así mero, Toña, lo mismo que haces con tu marido, así le hace la Delia con sus animalitos. Lástima que el hombre se le murió, en paz descanse el pobrecito, si no ahí estuviera con ella; ya ves que no tuvieron hijos, sepa dios por qué pero dicen que el Juan le salió malo de ahí, ya te ima-ginarás.

—No me digas, Chucha, a poco, ¡ay dios qué triste! Pero fíjate a mí me dijeron que…

—Toñita, Chuchita, ahí les encargo el puesto, orita vengo, voy a dejar los pellejos.

—Sí Lupita, ándele nosotras aquí esta-mos al pendiente, me la saluda y le dice que orita paso. Pues ya te digo, Chucha, el otro día llegó un muchachito a dejarle unos cos-tales de quién sabe qué cosas, creo arroz o croquetas.

—Ah pues ese muchacho siempre la ayuda con los animalitos, siempre está con ella, les limpia, les barre, ya hasta parece su hijo, debe ser huérfano, ¿no crees?

—Asu Chucha, ¡qué chismosa eres! Aja-jajaja.

—Pues tú no te quedas atrás, Toñita. Así como chismeas, así ayudaras a la colonia.

—Pues sí lo haré, fíjate ehh. Ya desde hoy le pasaré a dejar patas a la Delia. Es más hasta le diré a mis hijos que la ayude-

mos en las tardes. No que se la pasan en esa cosa del feis, ya ni salen a jugar como antes lo hacíamos nosotras.

—Eso está bien, Toña; así unas ayuda-mos de una forma, otras de otra forma. Fí-jate que haré una rifa de pintada de uñas, de a 5 pesitos el boleto y ya con lo que junte se lo daré a Delia para lo que se le ofrez-ca. Ora, cómprame un boleto, que tal que te sacas el premio y sorprendes al José un viernes por la noche.

—Ay ya Chucha, cómo crees, ya no es-toy para esas cosas. Pero se me verían boni-tas. Ándale pues, dame un boleto.

—Ya regresé Toñita, Chuchita, muchas gracias, híjole, corrí y corrí pero ya dejé el encargo. Dice doña Delia que gracias, que ahí la espera, Chuchita. Ora sí qué van a llevar.

—Yo, dos piernas, Lupita, un huacal y tres mollejas.

—Yo las diez patas, Lupita, cuatro alas, dos huacales y una pechuga.

—Listo Toñita, listo Chuchita, aquí tie-nen su pollo.

—¡Chucha! Es bien tarde, ya me voy para hacer la comida pero antes paso a ver a Delia para dejarle los huesos y decir-le que mis hijos y yo le ofrecemos ayuda en las tardes.

—Córrele Toña, yo también me apuro. Todavía voy a pasar a ofrecer boletos con doña Luisa y sus hijas; ya ves que siempre andan muy arregladas esas muchachas.

—Ay sí es cierto Chucha, dicen que cuando salen ahí andan dejando perfuma-das la calle y que el otro día.

—Ya me cuentas luego, manita, adiós adiós; ¡adiós Lupita!

—Adiós Toñita, adiós Chuchita.¤

32 Cuentos ganadores del concurso Patitas unidas

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Tardó alrededor de 6 a 7 horas en con-fesar dónde dio a luz, pues su comunica-ción verbal y corporal no se entendía. Se encontraron los cuerpos pequeños y con apariencia de ratas, dentro de una bolsa de peluches, cuerpos calientes que regis-traron signos vitales. Se les proporcionó un lugar estable, caliente y adecuado. La ma-dre dio pecho y se procedió con cuidados continuos. Tras 29 días de su desaparición y nacimiento, se encuentra el cuerpo frío y babeado sin vida de Futaba. Fue atacada por un grupo de machos de diferentes ra-zas no identificadas. Se cree que el ataque ocurrió alrededor de las 5 o 6 de la tarde. Fue perseguida, abusada y asesinada. Se cree que ella trató de huir, pero no recibió ayuda alguna. El arma homicida fueron unos colmillos afilados y el objetivo era sa-tisfacer un deseo sexual, que terminó con su inocente y corta vida. Dejó tres huérfa-nas a la disposición del gobierno. El gobier-no tenía planeado un hogar para cada una, al saber que Futaba había sido asesinada, reasignó la vida de las tres hermanas en un hogar seguro.

Mayo del 2020

Gorda, Maya y Patas, las tres huérfanas ahora con dos años de vida, están siendo protegidas de cualquier daño, alimenta-das, respetadas y sobre todo amadas por un ser humano consciente de su compañía.

MÉXICO EN UN DÍA CUALQUIERA, EN LA VIDA DE UNA HEMBRA

Por Natividad Galán Pedraza, mamá de Gorda, Maya y Patas

26 de abril del 2018

Futaba desaparece, no llegó a la casa. Co-mienza una búsqueda por toda la zona que frecuentaba. Futaba, una hembra adoles-cente embarazada, tal vez abusada. Se sos-pecha quién fue el abusador, pero no se en-contraron datos verídicos. Encontrada tras doce horas desaparecida, con la barriga va-cía, pero con vida.

MENCIÓN HONORÍFICA 5

GORDA

MAYA

PATAS

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