El Cristo de la Libertad

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El Cristo de la Libertad  Joaquín Balaguer. Padre de la Patria fue una conciencia seducida por la figura de Cristo y hecha a imagen de la de aquel sublime redentor de la familia humana. Duarte fue, como Jesús, eternamente niño, y conservó la pureza de su alma cubriéndola con una virginidad sagrada. Tuvo en su juventud una novia, a la que quiso con ternura, pero que murió soñando con su noche de bodas y suspirando por su guirnalda de azahares. Rico y de figura varonilmente hermosa, pudo haber sido amado de las mujeres y haber vivido feliz y adulado en medio de los hombres; pero como Jesús, hijo de Dios, que nunca llevó mantos de púrpura ni se cortó la cabellera, que no sentó a los poderosos a su mesa ni conoció a mujer alguna, Duarte huyó de los lugares donde la vida es alegría y festín para ofrecer a la· Patria su fortuna y para morir como el último de los mortales en medio de la desnudez y la pobreza. Para encontrar una austeridad comparable a la de Duarte, sería menester recurrir a la historia de los santos y de otras criaturas bienaventuradas. Si la santidad consiste en ser virtuoso, en despreciar las riquezas y en ser insensible a los honores, en ser superior al odio y superior a la maldad, en elevarse, en fin, sobre todo lo que se halle tocado con fango de la tierra, nadie fue entonces más santo que Duarte ni más digno que él de la corona de los predestinados. Su inocencia fue verdaderamente sacerdotal y su pulcritud sobrehumana. Entre los que codiciaron el mando, entre los que sostuvieron impávidos en sus manos los hierros de la venganza, y entre los que olvidaron la Patria para pensar únicamente en sí mismos, el fundador de la República pasa como una columna señera, empequeñeciendo a sus verdugos y desarmando a sus adversarios con la autoridad propia de la pureza. Lo que es grande en Duarte no es únicamente el patriota, el servidor abnegado de la República, sino también el hombre; y acaso es más digno de admiración que como prócer, como ser excepcional, como criatura de Dios, como figura humana. No fue un personaje común, no fue un varón

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El Cristo de la Libertad

 Joaquín Balaguer.

Padre de la Patria fue una conciencia seducida por la figura de Cristo y

hecha a imagen de la de aquel sublime redentor de la familia humana.

Duarte fue, como Jesús, eternamente niño, y conservó la pureza de su

alma cubriéndola con una virginidad sagrada.

Tuvo en su juventud una novia, a la que quiso con ternura, pero que

murió soñando con su noche de bodas y suspirando por su guirnalda de

azahares. Rico y de figura varonilmente hermosa, pudo haber sido amado

de las mujeres y haber vivido feliz y adulado en medio de los hombres;

pero como Jesús, hijo de Dios, que nunca llevó mantos de púrpura ni se

cortó la cabellera, que no sentó a los poderosos a su mesa ni conoció a

mujer alguna, Duarte huyó de los lugares donde la vida es alegría y festínpara ofrecer a la· Patria su fortuna y para morir como el último de los

mortales en medio de la desnudez y la pobreza.

Para encontrar una austeridad comparable a la de Duarte, sería menester

recurrir a la historia de los santos y de otras criaturas bienaventuradas. Si

la santidad consiste en ser virtuoso, en despreciar las riquezas y en ser

insensible a los honores, en ser superior al odio y superior a la maldad, en

elevarse, en fin, sobre todo lo que se halle tocado con fango de la tierra,

nadie fue entonces más santo que Duarte ni más digno que él de la

corona de los predestinados. Su inocencia fue verdaderamente sacerdotal

y su pulcritud sobrehumana. Entre los que codiciaron el mando, entre los

que sostuvieron impávidos en sus manos los hierros de la venganza, y

entre los que olvidaron la Patria para pensar únicamente en sí mismos, el

fundador de la República pasa como una columna señera,

empequeñeciendo a sus verdugos y desarmando a sus adversarios con la

autoridad propia de la pureza.

Lo que es grande en Duarte no es únicamente el patriota, el servidor

abnegado de la República, sino también el hombre; y acaso es más digno

de admiración que como prócer, como ser excepcional, como criatura de

Dios, como figura humana. No fue un personaje común, no fue un varón

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cualquiera, este hombre casi extraterreno que vivió como un santo, que

murió con la dignidad de un patriarca, y que entró en la política y salió

de ella como un copo de nieve. Para parecerse más a los santos, a aquellos

santos acartonados y secos que se retiraban al desierto para aislarse de

todo comercio con el mundo, Duarte huye durante más de diecisiete añosa las soledades del Río Negro, a un sitio casi inaccesible en donde se

interponían entre él y el resto de los hombres las fieras con sus aullidos y

las selvas de Venezuela y del Brasil con sus impenetrables pirámides de

verdura. Pero hasta allí llegó aquel hombre inocente precedido por la

fama de sus virtudes como llegaba Jesús a las aldeas de los pescadores

precedido por la fama de sus milagros.

Duarte hablaba algunas veces como Jesús y muchas de sus sentenciasparecen pronunciadas desde una montaña de la Biblia. En sus manifiestos

políticos, aunque llenos muchas veces de conceptos poco originales, surge

de improviso alguna frase con sabor a parábola, o asoma uno de aquellos

pensamientos que sólo suelen brotar de los labios de esos hombres

purísimos que llevan a Dios en las entrañas iluminadas. Todo lo que salió

de esa garganta semidivina, todo lo que vibró en esa voz semisagrada,

nos deja en el alma una impresión de albura y de limpieza. Así como

 Jesús había dicho a todos los hombres, a los pescadores humildes y a los

escribas mercenarios, «amaos los unos a los otros», el Padre de la Patria se

dirige a sus conciudadanos para hacerles esta exhortación angusti osa:

«Sed unidos, y así apagaréis la tea de la discordia.» Cuando habla a sus

compatriotas para pedirles que lo exoneren del mando que quieren

ofrecerle, les dice: «Sed justos lo primero, si queréis ser felices», y a sus

discípulos los envía a repartir la semilla de la libertad con las mismas

palabras con que Jesús encarecía a sus apóstoles que fueran a predicar la

nueva doctrina a las tierras dominadas por los infieles: «Os envío como

ovejas en medio de los lobos.» A sus hermanos y a su madre

valetudinana los invita con voz inexorable al sacrificio: «Entregad a la

patria todo lo que habéis heredado. » Y a los que quieren seguir su causa,

a sus discípulos más amados les habla con igual calor de la renuncia a los

bienes de fortuna: «Juro por mi honor y mi conciencia... cooperar con mis

bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano y a implantar una

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república libre.» Jesús también había pedido esa suprema renunciación a

los hombres: «Porque hay más dicha en dar que en recibir.»

Después de haberlo entregado todo, el almacén heredado y la casasolariega, el pan de los suyos y el vino y el agua de su propia mesa,

Duarte no abrió siquiera los labios para afear a quienes lo inmolaron su

ingratitud por haberle negado hasta el derecho de morir en la patria y de

recoger en su suelo una piedra donde reposar la cabeza. Su único

consuelo, si acaso hubo alguno para ese ser abnegado, fueron aquellas

palabras divinas leídas por él en las Escrituras, su libro de cabecera:

«Mas se te retribuirá en la resurrección de los justos.»

Si Duarte es grande como patriota capaz de todos los sacrificios, como

hombre capaz de todas las purezas, todavía es más grande como «varón

de dolores». Ninguna crueldad fue omitida por los tiranos sin entrañas

que prepararon la inmolación de este inocente. Nadie lo oyó, sin

embargo, emitir una protesta o exhalar una queja. Los fríos que padeció

como desterrado en Hamburgo, y las amarguras que devoró como

proscrito en las soledades de Río Negro, no fueron capaces de abatir su

fortaleza para el sufrimiento ni de hacer brotar el rencor o la cizaña en su

conciencia abnegada. Nada faltó, sin embargo, a su viacrucis, ni siquiera

la befa de sus enemigos que lo tildaron de «filorio», esto es, de tonto, de

cándido, de iluso. Aunque ese calificativo lo honra como honró a Jesús el

cartel que mandó poner Pilatos sobre el madero de la crucifixión (Jesús

Nazareno, Rey de los Judíos, J. 19-19), prueba por sí solo lo puro que era

aquel visionario cuando su idealismo fue considerado por sus detractores

como el único inri que podía estamparse sobre su frente sin pecado.

Si los verdugos de Duarte hubieran asistido a sus últimos instantes,

cuando el justo se tendió en el lecho para dormir al lado de la muerte,

esos verdugos sin entrañas hubieran podido escuchar en sus labios las

mismas palabras que un día oyeron aterrados los que pusieron a su Señor

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en un leño de ignominia y después se repartieron sus vestidos: «Padre,

perdónalos.»

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Crítica De La Obra: El Cristo De La Libertad de Joaquín Balaguer es un

libro de carácter biográfico en el que, Joaquín Balaguer expresa su ´´

admiración ´´ que siente por el Padre de la independencia dominicana.

En esta obra, Balaguer intenta reconstruir la vida de este personaje

basado en apuntes históricos, en momento le ganan los sentimientos,desahogándose en los y méritos de los cuales, aunque no le quedan muy

grande al padre de la patria, hace olvidar que Duarte fue ante todo un ser

humano, no un dios, ni un Jesucristo. La narrativa empleada suele

aparecer matizada de literaria, lo que, consideramos, le quita la fuerza de

objetividad que debe tener una biografía y en cambio la carga de

subjetividad. Por ejemplo: ´´ Sobre la cubierta de la frágil embarcación,

casi tan débil como las mismas en que algunos siglos antes entraron por

aquel río legendario los descubridores, se halla de pie un adolescente de

ojos azules y de finos cabellos ensortijados ´´. Analizado el fragmento dela obra donde el autor explica: ´´ Duarte sintió en toda su intensidad la

emoción de todo criollo que llega por primera vez a España. La tierra que

pisaba tenía derecho a ocupar en su corazón siquiera una mínima parte

del afecto reservado para su patria nativa. Su padre, en efecto, procedía

de legítima solera andaluza; y era, además, un ciudadano español de

finísimo espíritu y de abolengo distinguido ´´. Se deduce del autor el

aprecio que dice tiene duarte de España, lo cual estaba en su derecho,

pero un independentista también no se podía olvidar jamás ´´ que la

madre patria ´´ fue la exterminadora de los aborígenes de Quisqueya yaquí se describe a un ciudadano que parece pro español. En la obra se

pretende contextualizar la época, y se recurre, no con frecuencia, a citar

pasajes de esos tiempo, como: ´ ´ RESPUESTA DE LOS DUARTISTAS:

Preguntas por la cuadrilla de la loca independencia, ¿para después en su

audiencia ir a mendigar la silla? Tú sí que eres la polilla que con villano

aguijón, roe la nueva facción, la que después te engrandece, porque esto

siempre acontece al que no tiene opinión ´´. La obra, hay que admitirlo, es

interesante, porque no habíamos visto una obra que recogiera tan

ampliamente la vida de Juan Pablo Duarte, pero la consideramos viciada

de emotividad , admiración, y porque no, también de inventiva poética. S.

R. B.