el cuento

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Trabajo final de literatura. Universidad Nacional Abierta y a Distancia UNAD

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GRUPO 401127-12

MARIA FERNANDA CHAVARROLUZ MARINA RESTREPOGUSTAVO JAVIER PALACIOYOBANA ESTHER ROMERO

TUTOR: ALIRIO VALENCIA AGUDELO

Era muy temprano todavía. Llovía copiosa-mente. Me dispuse a salir y en ésas llegó una carta de mi hermana. Me in-vitaba para que la visitara en la Florida. Comencé a recordar los días de nues-tra infancia.

Iba tan distraída pensando en mis cosas y en las de mi hermana, que se me pasaron dos taxis. Al fin logro subir a uno. El conductor, joven todavía, simpáti-co, acata mi orden: “lléveme por favor al Edificio Antioquia”, “¿El edificio Antioquia?”, me interroga, le respondo “sí donde antes eran Rentas Departamentales”, “Bien”, me dice, pero siento que me mira fijamente por el espejo del carro. “¿Perdone señora, tiene algún problema?”. “No, es que estaba recordando el miedo que nos daba tanto a mi hermana como a mí, los historias de mi abuelo Juan”. “¿Eran muy crueles?”. “Ni tanto, solo que cuando éramos niñas nos daban mucho miedo, hoy comprendo que eran solo historias, pero que han dejado huellas”.”A mi también me llegan los recuerdos, ¿sabe?, interrumpe el muchacho; “mi madre me contaba muchas historias”, dice con nostalgia. “Ella cuando en las noches se me acostaba a la orilla de la cama, me contaba

Un día distinto

CAPÍTULO

historias de fantasmas”. Recuerdo que mi abuelo también nos hablaba de fantasmas. Siguió hablando. “¿Recuerda alguno en especial?”. “Sí, no hay nadie que no haya oído hablar del río Cauca, y de los espantos que aparecen en sus orillas y siembran el terror entre los pescadores. Decía mi abuelo Juan, hace mucho años apareció a todo lo largo del río, un hombre con un sombrero inmenso tragado hasta las cejas, a quien empezaron a llamar el sombrerón. Este hombre salía de noche envuelto en una capa negra, ne-grísima y corría por las orillas del río, como alma que se lleva el diablo.

Al sombrerón le salían gritos azules de la boca y de los

ojos le salían chispas amarillas. Al lado y lado del río, na-die pudo volver a dormir con tranquilidad. Los pescadores no volvieron a pescar de noche, y entre los vecinos de los ranchos se hablaba del Sombrerón, como de un castigo del cielo”. “Mi madre me decía”, interrumpe el muchacho. “el sombrerón se le robó una camisa nueva a mi tío Francisco y una noche se había llevado al más pequeño de los hijos de mi tío Pedro”. De repente mi mente viajó a un lugar apartado de verdad, a una casa muy grande, vieja, toda pintada de blanco, con puerta metálica amplia. Con mu-chas habitaciones, todo muy limpio. En todo el ambiente hay frondosos árboles que dan la sensación de calma, de tranquilidad, escucho los pájaros, veo un lago con tortugas y ranas, contrario a todo lo que hay en ese mundo adentro de cada persona. Me devolví al pasado.

Recordé la casa del pueblo, así, grande, poblada de ár-boles y nutrido jardín, cerca del viejo Toño, el viejo alegre que cantaba todas las noches con su acordeón todos esos ritmos alegres que nos hacían bailar, mez-clados entre el calor, las velas y el viento. Recordé también aquella tarde cuando estábamos dando un paseo y llegaron al parque esos personajes que tanto miedo le dieron a mi única hermana. Ella corría tras una pequeña moneda que se le había caído a ese viejo malhumorado y gruñón, el carnicero del pueblo, pero mi hermana quería tenerla, tal vez para comprar un dulce, y corrió y corrió tras la moneda. Travesuras de niña, sin duda.

Y se alejó tanto que se perdió en me-dio de la espesura del bosque y cuando la encontré asustada me dijo que se había encontrado con una mujer que vestía una

túnica raída y sucia, de rostro cadavérico, ojos rojos por el llanto, greñuda y con un niño muerto en sus brazos. Re-cordé que mi abuelo nos habló de la Llorona, que era una mulatica quinceañera despabilada y sabrosona ella... Ha-biendo tenido un hijo por artes conocidas de todo aquel que las supiere y no sabiendo que camino tomar para no desmerecer ante los ojos de los suyos, decidió ahogar la criaturita una noche de luna. Llegó a la orilla del río y, en un remanso, dejó caer al inocente hijo. Víctima de su remordimiento regresó al poco rato a buscar al hijo de sus entrañas. Y como loca recorría las orillas del río tratando en vano de encontrarlo. Desde entonces en las noches de luna se oye la voz de la llorona que grita y se lamenta bus-cando afanosamente a su hijo mientras dice: Aquí lo eché, aquí lo eché... ¿en dónde lo encontraré?. Era ese person-aje que mi hermana se había encontrado, sin duda.

Una voz fuerte me devuelve al presente, me dice, “Ya llegamos señora”. Hice esfuerzos para ubicarme. “¿Sí gracias, cuánto le debo por la carrera?”. El solo recorrido hacia el ascensor me puso tensa. Llegué a mi oficina. Me

sentía desorientada y triste. No me había pasado antes, esto de estar entre la realidad y la ilusión, entre el presente y la ausencia, duele, marea. ¿Qué hacer? ¿Quién me ayu-daría en mis miedos, en mis silencios, en mi tristeza?.

Me dirigí a mi escritorio. Recordé nuevamente lo sen-sible que soy, que me duele mucho el mundo, los niños, la injustica, el hambre, pero los combato con mi música, mis flores, mis escritos, mi esperanza. Siempre he sido muy sola, pero eso no riñe con mi alegría.

Decidí salir de mi oficina. Caminé un rato, como recono-ciendo el espacio; son los lugares comunes que uno com-parte día a día, nada de novedoso vi a mi alrededor. Las mismas cosas, rostros semejantes, variedad de colores que atraviesan lado a lado. ¿Será esta rutina la que me tiene tan desubicada?, ¿Por qué recordar esas historias me ponen mal?’. Entré a la cafetería que tanto me gusta. Don Jorge, saludable como siempre, preocupado por sus clientes, me reconoce. Vino enseguida a preguntarme qué me ocurría. “¿Se siente mal?”, me dice en voz baja, casi en susurro de un pecado, “qué le pasa, usted tan educada, tan bien puesta, sin problemas, con su buen trabajo”, se rasca la cabeza. “Pero así son las cosas, uno cree que las personas como usted no tienen problemas” Y luego me dice otro compañero de oficina que también tomaba café. “Yo entiendo la turbación suya. Pienso en tanta solemni-dad que manejamos en la vida”. Y, remata don Jorge: “es que nosotros la habíamos visto rara estos últimos días”.

Quedé en silencio degustando mi café y descansando un poco. Creí que me iba a levantar como nueva, después de este descanso, pero no, las emociones pesan y ayer fue un día de muchos contrastes, de mucho desgaste.

Regresé de nuevo a mi oficina, recorrí el largo y am-plio corredor. Un olor a sándalo se desprendía de su in-

terior, es la sensación de alivio. Esperé un buen rato. Comencé mis labores como de costumbre, seguí en mis investigaciones, manejando pruebas, un-tándome de hechos pasa-dos, y recuerdos frescos de los dolientes, sentados en un presente en ocasiones confuso para ellos, ese es mi trabajo: investigar, des-cubrir, escudriñar qué pasó con alguien, con rostro o sin él, dónde quedó per-dida su existencia, su me-moria, su huella.

En la noche al llegar a mi casa, me sentí extraña, un suave estremecimiento sacudió mi cuerpo, me puso alerta, percibí como si alguien me siguiera y, de pronto, pude observar delante de mí y con bru-tal contundencia un rostro viejo, cansado, de ojos azules, muy azules, de po-bladas cejas; me miraban, no dejaban de mirarme, colgados en una pared…

Las velas de cumpleaños se apagaron al fin y era oficial que había cumplido quince años; y como diría mi abuela “me había convertido en una jovencita”. Aunque le había rogado a mi mamá que no me celebrara los “quince”, porque no quería tener la típica fiesta de vals y ves-tido rosa; ella decidió sorprenderme con una reunión sorpresa a la que llegaron mis mejores amigos del colegio y de la cuadra. Con lo que no contaba ese día era que parte de la sorpresa la componía un vestido verde que mi progenitora le había encargado coser a su mejor amiga Ru-biela; cuando mi mamá me lo entregó estaba realmente emocionada, razón por la cual no me atreví a decirle que no lo usaría. Me armé de valentía y contra mi gusto usé aquel día tan especial un vestido de mangas globito en tono verde “aguita”, complementado con discretos boleros, ahora sé que esa es una de las razones por las que las fotos de ese cumpleaños están guardadas bajo triple llave; las otras razones están relacionadas con un corte de cabello ochentero que ni siquiera merece ser nombrado.

CAPÍTULO

Recuerdos de Juventud

A pesar del atuendo fue maravilloso obser-var ese día la sala de la casa, repleta de perso-nas con las que había compartido momentos tan especiales, lo que me hizo feliz de enfrentar nuevos retos y que todos fueran testigos de ello.

El dejar los catorce atrás me permitió inte-grar el grupo juvenil de mi barrio, algo que quería hacer desde tiempo atrás. Aquel grupo real-izaba muchas dinámicas a beneficio de los habi-tantes pobres del Distrito de Aguablanca lo cual me atraía mucho por el trabajo en comunidad, ellos también se encar-gaban de muchas activi-dades de la Parroquia; entre las que encontraba fascinante hacer parte del coro; Pero hacer parte de la coral no solo se lograba con buenas intenciones, se debía re-alizar una prueba la cual de tan solo pensarla me hacía doler el estómago de los nervios.

Recuerdo que fue un sábado soleado y caluroso, el día en que tuve la confianza suficiente para dejar salir de mi boca una canción en el tono en que la directora del coro me solicitó, en presencia de todos los integrantes. La manos me sudaban y tenía las piernas temblorosas cuando inicié la prueba, pero para mi sorpresa todo salió mejor de lo esperado y fui admitida sin problemas en el selecto grupo de cantantes. Desde ese día me convertí en la consentida de todos y comenzó así una de las mejores etapas de mi vida. Cantábamos en serenatas, matrimonios y claro en las misas de los domingos; en las cuales me atrevía a leer para la comunidad los pasajes del evangelio; con el tiempo descubrí que disfrutaba mucho hacerlo y curiosamente no me causaba temor alguno.

Fueron tres años de lindas y gratificantes aventuras que ahora concluyo me ayudaron a forjar el carácter y la per-sonalidad. Recuerdo frecuentemente y con especial cariño como cada diciembre organizábamos la celebración de navidad para los niños del Distrito, en compañía de las monjitas y el cura alemán que era muy buena gente pero cuyo mal olor se respiraba a cuadras de distancia; es im-posible olvidar a esos cuarenta loquitos que con sus sonri-sas nos hacían felices cada quince días cuando los visitá-bamos para hacer seguimiento de sus progresos en lectura y escritura; niños y niñas de pelo alborotado y piel negra como el carbón; muchos de ellos descalzos o sin ropa pero llenos de alegría y esperanza.

Para ellos reuníamos juguetes, ropa y útiles que tanto necesitaban; era realmente emocionante verlos disfrutar de cada cosa por más sencilla que fuese, era solo amor y ternura lo que se vivía junto a ellos, sobre todo cuando jugábamos a las rondas infantiles o hacíamos mingas para limpiar y pintar los pupitres de la diminuta escuela en la que recibían clase. Lamenté mucho tener que dejar a aquellos

amigos del grupo juvenil, con los que me divertí en el cine y en muchos paseos que compartimos con nuestros padres y aunque aún tengo contacto con algunos de ellos, las ru-tinas de la vida diaria como la universidad y el trabajo han hecho que la distancia sea cada vez mayor.

Así como aumentan los años, vienen con ellos más re-sponsabilidades. A los dieciocho trabajar era una de ellas y es que si quería estudiar debía repartir mi día entre la jornada laboral, las clases y los dispendiosos trabajos que conlleva estudiar Diseño Gráfico. Mi jornada iniciaba a las ocho de la mañana en un almacén en donde se vendían re-puestos para carros, allí debía organizar el llamado kardex, sí, ese endemoniado sistema de tarjetitas que llevaban la relación de lo que entraba y salía del almacén. Siempre he detestado los números e irónicamente mi fuente de susten-to era mi relación con sumar y restar entradas y salidas.

Trabajar y estudiar siempre ha resultado arduo pero la satisfacción de cumplir las metas era gratificante cada fin de semestre. Los días en el almacén transcurrían entre las visitas de los clientes y los chistes de mis compañeros, los primeros eran en su mayoría mensajeros y choferes que llegaban sudorosos y apresurados al mostrador para ser atendidos de forma inmediata y adquirir los productos que les solucionarían el no poder mover sus camiones y tractomulas. Mis compañeros, trabajaban arduamente por cortos períodos pero gran parte de su jornada consistía en escucharse mutuamente contar chistes muy malos de los cuales inexplicablemente hasta yo me reía. Poco tiempo pasó hasta que pude dejar las odiosas tarjetas verdes e iniciar mi trayecto en el mundo del diseño, es así como tuve la oportunidad aún sin graduarme de conformar el equipo de diseñadores de una empresa textil.

Grandes retos se me imponían como inexperta diseñado-ra entrada en los veinte, pero la mezcla entre nerviosismo y

ansiedad por hacer las cosas bien, me generó buenos resultados. Marquillas Niza fue un espacio fabuloso para iniciar mi experiencia diseñando, allí conocí a Da-vid, Marta y Rodrigo, con quienes conforma-mos un gran equipo de trabajo. El rolo David era nuestro jefe, un diseñador experimentado quien dominaba el computador con verdadera maestría; Marta al igual que yo representaba la inexperiencia total en el campo laboral del diseño y Rodrigo era un trabajador ya curtido y un poco lleno de resabios de los cuales nos reíamos mu-cho.

Trabajar juntos resultaba especial, acompañados de música de los Beatles desarrollábamos creaciones que satisfacían a nuestros clientes que no dejaban de pedir etiquetas y marquillas creadas por nosotros. Cada día Marta y yo adquiríamos más destrezas y lográbamos plasmar nuestras ideas en lindos dis-eños que nos llenaban de orgullo.

Resultó emocionante sentir como lo que había escogido estudiar se convertía en una realidad, dos años transcurrieron entre bocetos y la compañía de los empleados de una empresa en donde el ambiente de trabajo era ideal, un lugar en donde todos se conocían por sus nombres y almorzábamos jun-tos sin distinciones de rango o salario; es así como las operarias de los telares com-partían su mesa con el gerente y este sabía de sus familias y necesidades. Pero una vez más tuve que partir a una nueva aventura laboral que me seguiría formando cada vez más como persona.

Diseñadora y editora de periódicos? Bueno creo que jamás me lo hubiera imaginado, pero eso fue lo que me puso el destino por delante cuando crucé la puerta de la sede del Diario Occidente de Cali, creo que cuando asenté un pie en aquel edificio de la quinta con doce ubicado en el centro no alcanzaba a imaginar el giro que daría mi vida. La magia del corre-corre de la sala de redacción, el olor a tinta y papel de la rotativa, fue algo que me envolvió de pies a cabeza; transformó mi concepto de diseño y me creo una adicción absoluta por el diseño de piezas editoriales. Cinco años de mi vida transcurrieron entre las noticias y el tras-nocho de los cierres de edición, satisfacciones y desconci-ertos diarios acompañaban mis jornadas en las que el reto de crear un producto llamativo y mejor que la competencia eran mi motivación habitual. Hacer nuevos amigos e inclu-sive conocer al que se convirtió después de diez años en mi ex marido son cosas que le debo al haber aceptado el reto de trasegar en el ámbito periodístico.

Madurar y crecer ha sido parte del proceso natural que trae la vida y cada experiencia laboral y personal aporta de

todo un poco, creo que mi juventud transcurrió de forma excelente y no cambiaría nada de ella. Ahora que estoy en el llamado tercer piso miro hacia atrás no con nostalgia sino con alegría de los tiempos vividos.