El cuento más triste del mundo

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El cuento más triste del mundo Dicen que el cuento más triste del mundo es el que jamás llegará a ser escrito. Como yo escribo mis propias historias yo pienso que el cuento más triste que escribo es el mío. El que no se podrá escribir en mi mundo. Dicen también que para que un pensamiento llegue a Tierra es necesario escribirlo. Yo escribiré sobre mi tierra de papel el pensamiento que corroe la tristeza secreta de los días inventados. Hubo una vez una niña que se enamoró de un chico que sólo existía en sus sueños. Porque ahí fue justo donde lo conoció. De acuerdo a aquel sueño ella se le presentaba a él pues él dormía. Luego se reconocían las miradas, luego las sonrisas y después los silencios. Todo marchó muy bien hasta que se conocieron. En realidad fue ella la que lo reconoció al verlo una tarde con el sol frente a sus ojos iluminando el lejano otoño con un efecto de llamas en sus pupilas, todo eso y más descubrió al mirarlo. No corrió demasiado el tiempo en que comenzaron a ser amigos. De ese tipo de amigos que suelen hacer música con sólo hacerse compañía. O de esos que descubren significados ocultos hasta en el viento si caminan al mismo ritmo. Fueron buenos amigos, lo eran, hasta que la niña le quiso dar un beso. Pasaron diez años un día… no en un día, es decir, un día se dio cuenta que los años habían pasado y a pesar de que los dos olían muy bien el uno para el otro, de que sabían sonreír en el momento perfecto y hablar y caminar y dejar al tiempo de lado, ella jamás aprendió que robarle besos a

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a short story, a bit piece of my life... a kind of mythology for understandme... something like this, this morning.

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El cuento más triste del mundo

Dicen que el cuento más triste del mundo es el que jamás llegará a ser escrito.

Como yo escribo mis propias historias yo pienso que el cuento más triste que escribo es el mío.

El que no se podrá escribir en mi mundo.

Dicen también que para que un pensamiento llegue a Tierra es necesario escribirlo. Yo escribiré sobre mi tierra de papel el pensamiento que corroe la tristeza secreta de los días inventados.

Hubo una vez una niña que se enamoró de un chico que sólo existía en sus sueños. Porque ahí fue justo donde lo conoció. De acuerdo a aquel sueño ella se le presentaba a él pues él dormía. Luego se reconocían las miradas, luego las sonrisas y después los silencios.

Todo marchó muy bien hasta que se conocieron. En realidad fue ella la que lo reconoció al verlo una tarde con el sol frente a sus ojos iluminando el lejano otoño con un efecto de llamas en sus pupilas, todo eso y más descubrió al mirarlo.

No corrió demasiado el tiempo en que comenzaron a ser amigos. De ese tipo de amigos que suelen hacer música con sólo hacerse compañía. O de esos que descubren significados ocultos hasta en el viento si caminan al mismo ritmo. Fueron buenos amigos, lo eran, hasta que la niña le quiso dar un beso.

Pasaron diez años un día… no en un día, es decir, un día se dio cuenta que los años habían pasado y a pesar de que los dos olían muy bien el uno para el otro, de que sabían sonreír en el momento perfecto y hablar y caminar y dejar al tiempo de lado, ella jamás aprendió que robarle besos a ese chico no cambiaría nunca el hecho de que no se habían conocido para estar juntos.

Las lunas como la de esa noche siguieron brillando con la misma intensidad, pues lo único permanente en ciertas noches y para cierta clase de historias, son las lunas, que no son muchas, sólo es una y está sola.

Y cuando corre a alcanzar al sol. El sol ya se escondió.