El Descubrimiento de America en La Historia Del Pensamiento

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    MUNDO HISPNICO

    EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA EN LA

    HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLTICO

    11

    i \

    NTE

    la radical problematicidad que las cosas que le rodean

    ofrecen al hombre ste elabora unas ideas que son como interpre-

    taciones de esas cosas para tratar de entenderlas, y, en consecuen-

    cia, para poderse mover entre ellas y ordenarlas, disponerlas y

    trazar con sentido real su manera de vivir en el mundo. Esas ideas,

    o lo que es lo mismo, lo que el hombre cree que son las cosas, se

    articulan dndole una visin del mundo y hacindole inteligibles

    los hechos que en el mundo acontecen y con los cuales tiene que

    contar en su existir. En todos los rdenes de la vida el hombre

    posee una concepcin articulada de los hechos que en cada una

    de esas esferas tienen lugar, y que, por tanto, en uno u otro mo-

    mento puede esperar que se le presenten. En el aspecto poltico

    de su existencia el hombre sabe que puede aparecer otro que en

    determinada forma y con ciertas condiciones le mande y a quien

    tenga que obedecer, o surgir una guerra en la que haya de par-

    ticipar, o exigrsele y tener que pagar un tributo, o encontrarse

    con un semejante al que tiene que respetar, o que existen hom-

    bres de otro pas a los que por este hecho se les llama extranje-

    ros y que en su propia tierra no pueden conducirse y realizar los

    mismos actos que le son lcitos a l, cosa a la que llama, segn

    la interpretacin que de ello se le ha dado, tener o no tener unos

    derechos determinados. Todos estos trminos empleados mando,

    *) Este artculo ofrece el fundamento y el punto de partida de un prxi-

    mo libro del autor sobre La tradicin del pensamiento poltico y el descubri-

    miento de Amrica. Como no se trata ahora de dar el resultado de una inves-

    tigacin, sino de presentar su planteamiento como problema, se prescinde del

    aparato erudito que en otro caso fuera necesario. Dejaremos, sin embargo,

    algunas referencias imprescindibles.

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    MUNDO HISPNICO

    gobernante, tributo, guerra, nacional, extranjero, derechos son

    ideas que se articulan en su concepcin poltica del mundo en

    que vive.

    Pues bien, el hombre europeo en 1500 est recibiendo las pri-

    meras noticias de un nuevo continente cuya existencia antes des-

    conoca y de los indios, sus pobladores, con los que antes no con-

    taba y con los que en adelante un da ms o menos directamen-

    te puede relacionarse, vindose por ello obligado a construirse la

    idea con que ha de interpretar estos nuevos hechos. Ese hombre,

    colocado en la linde de la Edad Moderna, posea una visin po-

    ltica del mundo tal como hasta entonces era conocido; una con-

    cepcin poltica adecuada a la interpretacin de los hechos geo-

    grficos, econmicos, demogrficos, sociales, histricos que podan

    ofrecerse y se ofrecan en su mundo europeo, en su viejo mundo.

    Y he aqu que de pronto aparecen unos datos nuevos a los que

    no va a tener ms remedio que tomar en consideracin al pen-

    sar la estructura poltica del lodo y de las partes del espacio pla-

    netario en que ha comenzado a vivir. Ha de dar entrada en su sis-

    tema al hecho colosal del descubrimiento de Amrica y de su

    incorporacin efectiva al conjunto de cosas con las que poltica-

    mente ha de contar en su existencia.

    Cmo trata el europeo o concretamente el espaol del sigloXAI

    de entender la nueva situacin poltica en que vive? Cmo pien-

    sa incrustar o mejor articular en su vieja concepcin el hecho

    nuevo de la presencia en su mundo de las tierras y los pueblos

    de allende el Atlntico? De la lnea geogrfica de la Rbida par-

    ten unos viejos europeos provistos no slo de unos vestidos, unos

    alimentos, unos barcos, unos instrumentos tcnicos de navegacin

    que son los usados y conocidos en la civilizacin a que pertenecen,

    sino con una manera de concebir las cosas no menos propia le

    mbito cultural en que hasta entonces han vivido. Por ejemplo,

    basado en la concepcin geogrfica de los ms autorizados de su

    tiempo, Coln crey que la parte conocida del planeta, desde Es-

    paa al Cipango, comprenda las tres cuartas partes de los 360 gra-

    dos de la circunferencia terrestre. Si eso era lo que separaba am-

    bos puntos por la ruta oriental, es decir, sobre unos 270, no que-

    daban ms que alrededor de otros 90 por el camino de Occiden-

    te . Y esos hombres que posean la vieja visin cosmogrfica euro -

    pea parten creyendo que van a realizar su viaje al Oriente, que

    ser la cuarta parte del que hasta ellos se vena siguiendo. De qu

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    manera se vino abajo esa antigua concepcin cosmogrfica al sur-

    gir en medio de su ruta la barrera del continente americano e3

    cosa conocida (1).

    De la misma manera esos hombres se lanzan a su aventura con

    una no menos completa y sistemtica concepcin del mundo po-

    lticamente considerado. Europa les daba, como una idea de las

    longitudes planetarias, tambin unas formas jurdicopolticas de

    relacionarse con tierras y pueblos. En las Capitulaciones de Santa

    Fe, en cuya redaccin interviene un legista y poltico pertrecha-

    do de las ideas tradicionales sobre la materia, el secretario real

    Juan de Coloma, se traza la figura de esas relaciones. Pero el hecho

    sobrevenido en el viaje, el surgimiento de un nuevo continente,

    de razas nuevas, de sociedades polticas con las que en la vieja con-

    cepcin no se contaba, obligaron a hacerse cuestin de cmo orga-

    nizar ese hecho nuevo en las formas hasta entonces usuales.

    Cabe preguntar en relacin con lo anterior en qu medida las

    formas polticas de la tradicin doctrinal europea pudieron reci-

    bir y organizar dentro de s la nueva situacin aparecida, qu res-

    quicios se abrieron en la construccin poltica del mundo que

    aqulla haba edificado y en la que alberg su coexistencia social

    el europeo durante los siglos medios, qu nuevas formas de orga-

    nizacin poltica empezaron a dibujarse

    y

    a desarrollarse despus

    hasta arrinconar la vieja concepcin.

    En el repertorio (ie ideas polticas de que dispona el europeo

    en 1492 no haba ninguna suficiente para interpretar el hecho nue-

    vo que se iba a producir : un rey europeo que por va de descu-

    brimiento y conquista aumentase en proporciones tan extraordi-

    naria ; sus estados y seoros. La ms prxima idea aplicable a este

    nuevo caso es la que resolva al europeo cmo haba de habrse-

    las con una isla formada de nuevo. Y las Partidas, expresin de

    la cultura jurdico-poltica de Europa en los siglos anteriores al

    descubrimiento, resuelven el problema con la tcnica jurdica de

    la posesin. Con ello la interpretacin del hecho, la idea poltica

    que maneja el europeo ante ese caso excepcional es la de consti-

    tucin de un dominio, igual en Derecho a cualquier otro anterior,

    en favor del primer ocupante. Sabido es que los actos de Coln y

    de los primeros espaoles en Amrica responden a esta interpre-

    (1) Ver RKY

    PASTOR: Ciencia y tcnica en el descub rimiento de A mrica,

    Coleccin Austral, Buenos Aires; pg. 79. ^

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    tacin tradicional de la cuestin. Los primeros textos sobre e?

    hecho amer icano lo interpretan como el descubr imiento de una*

    islas,

    y Palacios Rubios escribe sobre ello su

    Libellus de Itisulis.

    como antes escribiera sobre la materia el propio Bartolo o cual-

    quier otro juris ta medieval, aparte las diferencias tericas que

    entre el los se den.

    Pero aunque las mismas Par t idas reconocieron la excepcional i -

    dad del caso en ellas previsto era mucho ms grandioso el que se

    tena ante s . Por eso result ms dif ci l de art icular en la con-

    cepcin usual, y el hecho haba de traer como consecuencia hon-

    das alteraciones en la estructura pol t ica universal , que haba s ido

    trazada contando slo con lo que desde entonces iba a quedar re-

    ducido a una par te del planeta .

    Aproximaadmenle la pregunta a la que habr a de darse respues-

    ta sera es t a: qu es pol t ica m ente el planeta recin inau gur ado

    para la Historia y, por ende, cmo debe organizarse en su totali-

    dad y en sus parte s? Y esta g rave cu estin de fondo sup ona otra

    ms reducida, pero decis iva para l legar a resolver la pr imera:

    qu forma pol t ica se piensa que asume o puede asumir la domi-

    nacin de los Reyes de Casti l la sobre las t ierras americanas y lo?

    indios que las pueblan? Claro est, no se trata de qu forma de

    gobierno, s ino de qu forma de Estado, s irvindonos de la dist in-

    cin aun hoy usual.

    El problema es dist into e inmediatamente l igado a la vez al de

    los justos t tulos. Segn qu e sea una u otra la forma pol t ica en qu e

    se consti tuya el Gobierno espaol en Amrica, se tendr o no t -

    tulo legt imo para ello, porque es muy diferente el t tulo que pue-

    de invocarse para una s imple relacin de t rueque comercial , ms

    o menos protegido, del que se necesita para establecer un dominio

    o seoro real . En esta medida, el sentido de la concepcin pol t i-

    ca de la presencia espaola en Amrica condiciona la resolucin

    del problema de los justos ttulos. Y viceversa, segn que se posea

    o no t tulo para el lo, tendr que ser una u otra forma pol t ica la

    que se instaure. Si no se t iene derecho a organizar un reino nuevo

    para la Corona de Casti l la, no se podr establecer de los indios al

    Rey espaol un vnculo de subordinacin real o monrquica. Y en

    este aspecto, la solucin al famoso problema de los justos t tulos

    repercutir en, y determinar incluso, la concepcin pol t ica de la

    conquista de Amrica por los espaoles.

    Si el problema de los ttulos legtimos, con el que tiene tan es-

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    t recha vinculacin el que nosotros planteamos, ha presentado a la

    investigacin tan graves escollos, siendo as que en la poca fue

    planteado con tan clara conciencia y habiendo sido entonces trata-

    do por telogos de mente luminosa y por jur istas de muy precisa

    tcnica, se comprender las dif icultades que presenta tratar de des-

    entraar las ideas polticas con que los espaoles del siglo xvi afron-

    tan la conquista y la organizacin del conjunto del dominio ame-

    ricano y se esfuerzan por formular las relaciones de su Rey con los

    nuevos subditos que con su accin heroica colocan bajo la Corona.

    Por de pronto no hemos descubier to n ingn pensador pol t ico ca-

    paz de dar una formulacin sistemtica y clara a los nuevos he-

    chos, es decir , que represente, respecto a la nueva si tuacin que en

    el Reino de Cast i l la se produce por la incorporacin de los domi-

    nios u l t ramar inos, a lgo as como lo que Maquiavelo representa

    respecto a la nueva forma europea del Estado, unos aos antes, o

    Locke, algunos ms despus, respecto a la Revolucin inglesa. Hay

    qne rast rear en las obras preferentemente de a lgunos h is tor iadores

    del xvi alguna frase aislada que nos d la pista del nuevo sistema

    pol t ico que conciben, a veces sin clara conciencia de el lo. Pero

    es ms; esa poca que por aproximacin l lamamos siglo XVI, es

    en Europa y especialmente en Espaa, una poca cr t ica que l iqui-

    da en su mayor par te la t radic in cul tura l y da nacimiento , ent re

    otras cosas, a un pensamiento pol t ico nuevo. Ese mismo estado

    vacilante y confuso del mbito europeo se revela en las ideas po-

    l t icas de los espaoles que se enfrentan con el tema americano.

    Y por eso, precisamente, se just if ica, a nuestro entender , esa pre-

    ferencia por los h is tor iadores . Po rqu e los jur is tas que han apren-

    dido expresamente , acadmicamente , la c iencia pol t ica hecha de

    atrs y conservada en las Facultades, si bien nos daran cuanti tat i-

    vamente ms datos y ms s is temt icamente organizados para nues-

    tro estudio, t ienen el inconveniente de lo mucho que en el los pesa

    la carga de la pura tradicin escolar , mientras que los histor iado-

    re s , ms l ibres por lo menos de esos r gidos moldes, nos dan, aun-

    que sea confusamente, y aun muy confusamente, un test imonio

    ms vivo y autnt ico sobre la in teresante aventura por la que la*

    ideas pol t icas pasan en aquel momento cr t ico . Es lo mismo que

    acontece en el orden de la ciencia geogrfica. A mediados del xvi,

    Mnster , hombre de ciencia tradicional , no recoge la presencia de

    Amrica en su exposicin geogrfica del orbe, porque el saber so-

    bre el la no es an un saber of icial , mientras que muchos aos

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    antes, Fernndez deEnciso, queescribe degeografa noparaes-

    colares

    y en

    tono acadmico, sino para navegantes,

    es el

    primero

    en tratar extensamentedel tema americano desdeel puntodevista

    que

    le es

    propio.

    Cmo pensaron losespaoles del xvi quehaba queconfigu-

    ra r

    el

    dominio poltico

    de sus

    Reyes sobre

    las

    tierras americanas?

    Es decir, cmo lo pensaron, no por obligacin escola r, sinopor

    necesidad vital,al modo como nosotros nospodemosver forzados

    hoy

    a

    formarnos nuestra creencia,

    y en

    cuanto

    tal de

    orden prc-

    tico, sobre laseguridad yventajas del transporte areo.

    En laempresa de losespaolesen Amrica est presente la Co-

    rona,

    no

    slo porque desde

    el

    primer momento participa

    en

    aqu-

    lla, sino porque

    los

    espaoles

    no van

    all como individuos movidos

    porunapur a tcnica lucrativa, regidosen susactospor unapura

    legalidad natural

    y

    apoltica

    de la

    economa, como sera propio

    de

    un homo oeconotnicus actuanteen uncomo vaco poltico, sinoque

    en cualquier momento y entodos susactos sonvasallos natura les

    de l

    Rey de

    Espaa, cuya parte

    en la

    empresa

    les

    preocupa

    y a la

    queno pueden dejar deatender. Por depronto, esaparte,en lo

    econmico, sabido

    es que,

    siguiendo nues tra tradicin med ieval,

    y aparte reservas singulares

    en

    casos concretos,

    se

    cifra

    en el

    quin-

    to. Pero, polticamente, cules la partedel Rey?, ques lo que

    hay

    que

    darle?

    En

    carta

    que el

    licenciado Gasea, conminndole

    a

    que deponga su actitud rebelde, escribe al insurrecto GonzaloPi-

    zarro que

    se ha

    alzado

    en

    armas contra

    S. M., le

    dice : Vuesamer-

    ced dllanamente a su Rey

    lo

    suyo, que es la obediencia,cum-

    pliendo entodolo que por l semanda. Puesnosloenesto cum-

    plir

    con la

    natural obligacin

    de

    fidelidad

    que

    como vasallo

    a

    su Rey tiene, pero auntambin con lo que debe a Dios,que en

    ley

    de

    natura

    y de

    escritura

    y de

    gracia siempre mand

    que se die-

    se a cadauno losuyo, especial a losreyes laobediencia, sopena

    de nopoderse salvarelque con este man damientonocumpliese(2).

    Segn esto,

    el

    vnculo

    de

    sujecin

    al Rey, la

    relacin

    de

    vasa-

    llaje y subordinacin poltica se ha trasladado a la tierra ameri-

    cana. Paralosespaolesque seencuentran all tienelamisma con-

    dicin

    y

    contenido,

    en

    principio,

    que

    para

    los que

    actan

    en te-

    (2) AGUSTN DEZARATE.Historia del descubrimiento y conquista del Per,

    B . A. E., vol. XXVI, pR. 548.

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    MUJTOO HISPNICO

    rr i torio peninsular . Por lo menos se define con la misma palabra :

    obediencia, como lazo natural de f idelidad. En ms de una ocasin

    a los indios se les considera atados de la misma manera a la Co-

    rona de Cas t i l la , y cuando se insubordinan se les juzga tambin

    como vasallos alzados contra su seor natural . As, Corts mismo,

    entre tantos ot ros , Jo declara rei teradamente en sus

    Cartas.

    Con esto tendramos resuelto nuestro problema si el concepto

    de obed iencia como vnculo de sub dito a rey nos fuera tran spa ren -

    te en su sentido y pudiramos definir lo con j>recisin y dist inta-

    mente en cualquier lugar y t iempo. Pero tanto el concepto de obe-

    diencia como los de vasal lo y seor natural , precisamente en el

    xvi,

    cuando en Europa es tn cambiando en su mutua pos icin los

    trminos de la relacin pol t ica, no son claros y se aplican a casos

    muy dispares en su signif icacin. El problema est entonces en ver

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    la que tienen en su relacin con los Imperios modernos. Ni en uno

    ni en otro extremo puede, sin duda, catalogarse el Imperio espa-

    ol en Amrica, y de ah precisamente su inters como fase decisi-

    va en el cambio.

    Con slo ello se advierte la fundamental influencia del Descu-

    brimiento y la Conquista en la Historia de las ideas polticas, por

    cuanto coadyuv a cambiar el esquema poltico del universo que

    llevaba en su mente el europeo de la Edad Media. Pero hay que

    valorar con exactitud esa influencia por cuanto, de un lado, aceler

    la evolucin que transformaba polticamente a Europa, al hacer

    imposible la subsistencia de la vieja estructura, y de otro lado, en

    algunos aspectos entorpeci la marcha hacia el sistema moderno,

    porque oblig a Espaa, que haba emprendido antes que nadie

    el camino recto hacia el Estado moderno, a separarse de esta direc-

    cin, tratando de hallar entre lo que poda salvarse de la construc-

    cin tradicional del Imperio la manera de configurar su singular

    posicin poltica.

    Es cierto que antes de surgir Ja tremenda novedad

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    cogiendo esta tradicin medieval, todava Las Casas dir en una

    ocasin, mencionando expresamente al autorizado romanista que

    hemos citado, que fuera de la Iglesia no hay Im pe rio: Brbaros

    son aquellos que estn fuera del imperio romano, conviene a saber,

    fuera de la universal Iglesia, porque fuera della no hay impe-

    rio (4).

    As se llegar a identificar la cristiandad con el mundo. Y el

    Emperador de aqulla ser llamado Emperador del mundo. Por eso,

    contemplando la Historia de la Iglesia, proyectada sobre la univer-

    salidad, todava en nuestro siglo xvi, Gonzalo de Illescas escribir

    su

    Historia pontifical

    y

    catlica,

    y movido del mismo afn e inspi-

    rado en una idea paralela, Pedro Mexa dar a luz su

    Historia im-

    perial y cesrea,

    pa ra trazar, sobre la totalidad del pasado del orbe,

    la gloriosa lnea de la otra cabeza mxima del mundo.

    Lo que quedaba ms all de las fronteras de la romanidad era

    llevamos dicho como inexistente. Y, efectivamente, en los al-

    tos siglos del agustinismo medieval, apenas si se daba relacin al-

    guna del orbe cristiano con los que se hallaban fuera. Pero en el

    momento en que las relaciones con esas gentes y tierras extraas

    se intensifican, el europeo se encuentra con que su Emperador no

    gobierna el mundo lodo, sino que existen otros pueblos aparte,

    cuyos seores, por aadidura, tienen tambin pretensiones de un

    dominio universal. Ms all de los lmites en que antes se ence-

    rraba, estn los griegos, los rabes, los trtaros, que no obedecen

    al Emperador, ni paralelamente acatan la autoridad del Pontfice.

    Sunt populi extranei, dir Bartolo. Graeci qui non credunt Im-

    peratorem romanum esse dominum universalem, sed dicunt Impe-

    ratorem Constantinopolitanum esse dominum universalem. Et Sa-

    rreceni, qui dicunt dominum eorum esse dominum totius orbis (5).

    Resulta, en consecuencia, que el mundo cristiano-romano no es

    el mundo geogrfico, desde luego; pero tampoco el mundo pol-

    tico.

    Hay otros espacios, con otros seores universales, por lo me-

    nos en la extensin que seorean. Y de esta manera aparece la

    idea de varios orbes, al frente de los cuales hay un seor de todo

    l. Cuando, algo ms tarde, se incorpore a la comunicacin con el

    Occidente europeo, la tierra de los etopes, se construir como un

    nuevo orbe poltico, a la cabeza del cual el preste Juan hace figura

    (4)

    Apolog tica historia de las Indias,

    N. B. A. E., pg. 692.

    (5) Citado por

    EKCOLE,

    Da Bartolo all Althuo, Florencia, 1932,

    pg.

    51.

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    tener en uno u otro caso delegacin tcita del Emperador, pres-

    cripcin por derecho de gentes, conquista del propio ttulo reaJ

    en lucha con el infiel, concesin papal, etc., etc.-. Lo cierto es que

    la idea de exencin no bastaba, porque la existencia de reinos exen-

    tos lleva consigo correlativamente la del Imperio del que se es

    libre. Y lo que en Europa empezaba a acontecer es que apareca

    una forma poltica incompatible con la subsistencia de la idea tra-

    dicional del Imperio. Esa forma era el Estado, para el cual lo que

    supone y exige el negocio de la gobernacin temporal de los hom-

    bres es cosa muy distinta de lo que se formulaba en las viejas ideas-

    del Imperio y de los Reinos exentos. No se trataba de un cambio

    en la distribucin geogrfica de la tarea de gobernar y de las fa-

    cultades a ella inherentes, sino de una alteracin profunda de lo

    que se poda entender por gobernar. Es decir, una transformacin

    profunda, aunque al pronto fuera difcil de precisar, de la concep-

    cin poh'tica total del hombre de la Edad Meda.

    La doctrina medieval exiga al gobernante, cualquiera que fuese

    su grado, estas dos cosas : justicia y paz. Como se sabe, son sta?

    el fin de todo gobierno en el agustinismo poltico. Desde luego,,

    cuando mucho despus de transcurrido el Medievo, muchos escri-

    tores traten de sealar al poderoso cul os su misin, seguir defi-

    nindosela con la misma frmula. Sols la pone en labios de Cor-

    ts para anunciar la accin espaola en Amrica : deshacer agra-

    vios, castigar violencias y ponerse de parte de la justicia y de la

    razn (7). Su uso entre los escritores de asuntos americanos, es

    muy frecuente. Y es curioso observar que es un franciscano, el

    P.

    Juan de Torquemada, el que, al emplearla una vez ms, no se

    siente satisfecho con ella y advierte que el gobernante est obliga-

    do tambin a luego aadir a estas cosas las que son de su (de los

    subditos) aprovechamiento (8).

    De hecho, el hombre del xvr, subdito de un Estado, pide mu-

    cho ms que la justicia y la paz entendidas al modo medieval. Pide

    un sistemtico y voluntario fomento de las riquezas que haga pros-

    perar a todos, pide seguridad en sus bienes y en su persona, comu-

    nicaciones con otras gentes, no menos seguras y amplias, manteni-

    (7) SOLS, Historia de la conquista de Mjico, Calpe, Buenos Aires; p-

    gina 103.

    (8) Los veinte

    libros rituales de Monarchia indiana,

    Sevilla, 1615; vol. I.

    pgina 679.

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    M U N D O H I S P N I C O

    miento de las leyes y del orden jurdico, fomento de la educacin,

    estimacin y proteccin del arte, del ornato, de la belleza; es de-

    cir, todo aquello que cree merecer el individuo por su valor moral

    y espiritual: bienestar, felicidad civil y temporal. Naturalmente,

    esto no se dice en los indigestos tratados de la poca

    De justitia et

    jure; pe ro s en historias, obras lite raria s, documentos vivos del

    espritu del tiempo. De todos modos, Rivadeneyra advierte a su

    Prncipe ideal que el fin de su gobierno es el felicidad temporal (9).

    Todo ello retrata al renacentista. Cuando en 1500 el espaol

    tiene que configurar su relacin poltica en Amrica, el europeo

    es un renace ntista. Lo es el espaol? Manifiestamente, s. Uno de

    los ms tristes casos que ofrece la ciencia histrica en Europa es

    el de haber discutido siquiera esto y aun haber credo en algn caso

    que no. Es el espaol en Amrica un renacentista impregnado del

    legado de los ltimos siglos medievales, un renacentista sobre pie

    gtico, como lo es el flamenco, el borgon, etc. La supervivencia

    de elemenos gticos en el arte espaol en Indias y, sobre todo, el

    nutrido catlogo de obras platerescas al otro lado del Atlntico,

    demuestran en forma sensible su estado de espritu (10).

    Los espaoles que desde las primeras dcadas del descubrimien-

    to marcharon a Amrica y los que desde aqu prestaron especial

    atencin al drama americano responden a un claro espritu rena-

    centista. Y esto hay que tenerlo en cuenta al ocuparnos de esta fase

    de nuestra historia.

    Menndez Pidal observaba en alguna ocasin que las figuras de

    nuestros conquistadores respondan en su magnfico temple perso-

    nal al bro, a la audacia, a la confianza en sus propios medios in-

    dividuales que caracteriza a los hombres del renacimiento italia-

    no (11). Son, sin duda, ejemplares insuperables del desarrollo de la

    9) Ver suTratado de la religin y virtudes del Prncipe cristiano B. A. E.,

    volumen LX, pg. 459.

    10) Pued e verse sobre este tema, aparte de la Historia del arte hispano-

    americano de

    NGULO,

    Ir monografa del mismo autor, El gtico y el Rena-

    cimiento en las Antillas, Anuario de Estudios Americanos vol. IV, 1947, y los

    artculos de MAC-GBECOR, Cien ejemplares de plateresco mejicano, y de

    TOUSSAI.NT,

    Supervivencias gticas en la arquitectura mejicana del siglo xvi,

    publicado? en Archivo Espaol de Arte y A rqueologa nm. 31, enero-abril

    de 1935.

    11) Ver su artculo aCodicia insaciable? Ilustres hazaas?, publicado

    en la revista Escorial Madrid, noviembre 1940.

    4

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    M U N D O H I S P N I C O

    individualidad alcanzado

    en

    aquella fase histrica. Aunque

    sea bre-

    vemente, observemos algunas

    de las

    cosas

    que

    caracterizan

    la

    acti-

    tud histrica de estos titnicos personajes y de los comentaristas

    de

    sus

    hechos.

    En primer lugar,

    su

    gusto

    y su

    inters

    por la

    naturaleza, cuyo

    descubrimiento y estimacin sobreviene paralelamente al del valor

    del individuo, segn el conocido cuadroque delRenacimientotra-

    z Burckhardt. La descripcin de determinados parajes naturales

    en la

    Crnica

    deCieza deLen o en la

    Cartas

    de Hernn Corts,

    la hallaremos en varias ocasiones ligada al gustopor la amenidad,

    belleza, fertilidad de vallesy huertas, a la extraeza y grandiosi-

    dad de lasmontaas.Ya no se trata delantiguo yaristotlicosen-

    tido

    de la suficientia vitae que

    aparece

    en los

    viejos loores

    de

    unas

    u otras tierras, sino del aspecto placentero, gozosoy rico del mun-

    do sublunar. Corts califica

    de muy

    hermosas

    las

    sierras

    de una

    gran cordillera (12), o de muygentil una ribera de agua, y gusta

    de los jardines muy frescos, con infinitos rboles y flores oloro-

    sas (13). Cieza siente especial contento por el agua quecorrepor

    ros yacequias, llenando debelleza y fecundidad la tierra que rie-

    ga, donde se cran grandes arboledas y hcense unos vallesmuy

    lindos

    y

    hermosos

    (14).

    Sobre

    la

    preparacin renacentista para

    estimar lanaturaleza que el espaol llevaba se aaden loscambios

    que advierte en el paisaje americano sobreel que le era habitual,

    sintindose obligado a observarlo para poderlo describir a los que

    en

    la

    vieja parte

    del

    mundo

    no

    pueden conocerlo

    por su

    propia

    vista. De aqu que la literatura americanista nosofrezca los pri-

    meros brillantes ejemplos del gnero descriptivo realista, cuando

    antes toda descripcin natural era puramente inventada y conven-

    cional. La descripcin que del Mjico de la poca hace Cervantes

    de Salazar

    en su

    Dilogos

    resu lta, segn G arca Icazbalceta,

    de una

    curiosa exactitud, segn comprueban excavaciones modernas.

    El entusiasmo por lasextraezas y por la hermosura del mun-

    do capta tambin elcoraznde los frailes espiritualistas quepasan

    a

    la

    parte

    de las

    Indias.

    Del

    m aravilloso

    P.

    Motolinia cuentan

    sus

    (12) Cartas de relacin sobre el descubrimiento y conquista de la Nueva

    l spaa,

    B. A. E., vol. XXII, pg. 9. La cita pertenece a la primera carta,

    enviada por el justicia y regimiento de la Vera-Cruz.

    (13) Ob. cit., carta tercera, pg. 66.

    (14) La crnica del Per, B. A. E., vol. XXVI, pg. 388.

    16

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    MUNDO HISPNI O

    compaeros que procuraba ver y escribir de cuantas maravillas na-

    turales alcanzaba noticia. Su genio, dice un escritor de sus andan-

    zas,

    era de saber e investigar ex lraezas de estas tierras, y de l

    se dijo que corri muchas leguas y pas a Nicaragua por ver un

    volcn de fuego que est en aquella tierra (15). Y en este caso se

    nos muestra una vez ms el franciscanismo como corriente que, lle-

    vado del amor de Dios al de sus criaturas, impulsa hacia el inte-

    rs por el mundo, propio del Renacimiento.

    Inters por el mundo: esto es lo que lleva dentro de s, como

    autntico hombre moderno, el espaol del xvi que pasa a Indias o

    que de ellas se ocupa. Es el mundo tan grande y hermoso, dice

    Lpez de Gomara, y tiene tanta diversidad de cosas tan diferentes

    unas de otras, que pone admiracin a quien bien lo piensa y con-

    templa (16). El viejo tema cristianomedieval de contemptu mun-

    di cede la vez a una alegra del mundo con referencia a la cual

    sera un error no advertir el hondo sentido cristiano que sigue con-

    servando.

    Y ese inters lleva a su estudio para conocerlo y para de ese

    conocimiento deducir una mejor utilizacin de sus recursos. Na-

    turalmente, hay ltimos secretos que el hombre no puede pene-

    trar ; pero no por eso le ser negada la penetracin en el saber de

    ese mundo, cuyos recursos Dios ha creado para que el hombre se

    sirva de ellos y por consiguiente no puede haberlos hecho inacce-

    sibles a su mente. Heno de confianza moderna en el conocimiento

    humaiiu que por entonces, y en gran parte merced al descubri-

    miento ha hecho tan grandes progresos, el mismo Gomara asegura

    que el hombre no es incapaz o indigno de entender al mundo v

    sus secretos, y exhorta a la gran conquista de su conocimiento :

    Pues Dios puso el mundo en nuestra disputa y nos hizo capaces

    y merecedores de lo poder entender, y nos dio inclinacin volun-

    taria y natural de saber, no perdamos nuestros privilegios y mer-

    cedes (17).

    Detrs de ello hay un inters prctico, como lo hay siempre en

    las ms puras tareas tericas del hombre moderno. El gusto y la

    (15) Ver

    prlogo

    a la

    Historia de os indios de la

    Aueru Espaa,

    reedi-

    cin

    de

    Mjico,

    1911,

    pgs.

    X I V y

    XXVII.

    (16)

    LPEZ

    DE

    GOMARA,

    Historia general

    de las

    Indias. Calpe, Madrid;

    vo -

    lumen I, pg. 7.

    17I O b. cit., vo l. I,

    pgs.

    7 y 8.

    4

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    MUNDO HIS PNICO

    observacin atenta al mundo natural llevarn al descubrimiento de

    especies vegetales y de minerales que enriquecern la qumica de

    la tintorera, la farmacopea, la industria de los metales, la agricul-

    tura. La curiosidad por un volcn, a cuyo reconocimiento enva

    Corts diez de sus compaeros para saber el secreto, nos dice,

    y hacer muy particular relacin como de cosa maravillosa al

    Rey, le servir despus para saber de dnde obtener el azufre con

    que seguir fabricando, en la propia tierra en que se encuentra, la

    plvora que necesita. Y hasta cuando ese inters por lo terreno

    prende en un alma tan pura como Ja de Fr. Toribio de Motolina,

    un ltim o inters pragm tico le gua, slo que en es le caso es ex-

    quisitamente espiritual. Todo ese afn suyo por penetrar en lo ex-

    trao de la tierra, por rastrear sus ritos y condiciones, tiene un

    fin : todo ello se orien ta al trato con los indios para mejor des-

    arraigar de sus corazones las espinas, para que el grano de la Di-

    vina Palabra se lograse (18). Hasta para el bien de la religin hace

    falta el estudio del mundo y esa necesidad de estudio lleva a su

    positiva estimacin.

    No menos que las cosas naturales importan las obras del hom-

    bre.

    Del artificio humano salen creaciones no menos admirables

    cuando estn hechas segn su poderosa capacidad racional. El des-

    cubrimiento del valor de la naturaleza va ligado al descubrimien-

    to del individuo en el Renacimiento, y con el del valor de su

    razn. Ya hemos visto la confianza de Gomara en el saber humano,

    y es evidente que el descubrimiento de Amrica haba de aumen-

    tar esa confianza. En las nuevas juntas de hombres eminentes para

    tratar de asuntos graves de gobierno no hay slo ya telogos y ju-

    ristas, sino cosmgrafos. La cosmografa tiene recursos para en-

    grandecer a prncipes y subditos en medida no esperada. Y la vida

    entera, con la ayuda del nuevo saber racional que puede el hom-

    bre alcanzar, se embellece y se hace ms rica. La mano del hom-

    bre puede mejorar y hacer ms deleitosa la existencia. Y de ah

    el inters por los buenos edificios, las ciudades buenas y bellas, el

    arte y, en general, la disposicin artificial de las cosas, con orden

    y razn, para la ms grata y prspera existencia humana. La des-

    cripcin y elogio de la ciudad de los Reyes por Cieza de Len,

    aunque breve, es interesante. No preocupan ya las viejas cuestiones

    medievales de lo que pudiramos llamar la suficiencia militar. En

    ( 1 8 ) O b . c i t . , l o e . c i t .

    243

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    M U N D O H I S P N I C O

    aquella ciudad Cieza estima que en ella hay muy buenas casas y

    algunas muy galanas con sus torres y terrados y la plaza es gran-

    de y las calles anchas y por todas las ms de las casas pasan ace-

    quias que es no poco contento; del agua dellas se sirven y riegan

    sus huertos y jardines que son muchos, frescos y deleitosos (19).

    Y no menor es la estima de los objetos del arte. El elogio de la

    capacidad de los nativos para oficios artsticos es frecuente en los

    escritos de nuestros conquistadores, y con este motivo, Daz del

    Castillo nos da noticia de su conocimiento y curiosa valoracin de

    algunos artistas del Renacimiento: habla de tres entalladores y

    pintores mejicanos tan primorosos que si fueran en tiempo de

    aquel antiguo o afamado Apeles y de Miguel ngel o Berruguete

    que son de nuestro tiempo les pusieran en el nmero dellos (20).

    Amrica ofrece a los espaoles las ms amplias posibilidades

    re fabricar un mundo cut arle y razn. Es la gran ilusin rena-

    centista a la que respondera aquel deseo del racionalista Descar-

    tes de que las ciudades sean construidas segn un orden geomtrico

    por un ingeniero y no que sus casas y calles se formen al capricho.

    Esto es lo que Fernndez de Oviedo elogia en Santo Domingo,

    mejor que todas las ciudades de la vieja Espaa, incluso que la

    gran Barcelona, porque, nos dice, como se ha fundado en nues-

    tros tiempos, dems de la oportunidad y aparejo de la disposicin

    para su fundamento, fue trazada con regla y comps y a una me-

    dida las calles todas, en lo cual tiene mucha ventaja a todas las

    poblaciones que he visto (21). Para Fernndez de Oviedo, lo pro-

    pio de lo que l llama nuestros tiempos son la regla y el com-

    ps,

    la medida. Creo que no es fcil hallar un testimonio ms claro

    de la relacin del espritu moderno con el significativo tema de la

    ciudad.

    Como hombre de la poca cuyo definitivo sentido formulara

    Bacn en la Historia del pensamiento, este espaol del xvi que

    pasa a Amrica, que posee, ante las nuevas cosas que presencia,

    tantos motivos para dudar del testimonio tradicional, para rebe-

    larse contra el principio de autoridad en la ciencia, para estimar

    (19) O b. oit . , p g. 421 .

    (20)

    V erdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva Es-

    paa,

    B . A . E . , vo l . X X VI , pgs . 88 y 310 .

    (21 Sumario

    ic li natural historia de las Indias.

    B . A . E . , vo l . X X M. p-

    gina 474.

    44

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    MUNDO HlSrNlCO

    su tiempo sobre los antiguos, proclama ya como principio del saber

    la experiencia. La experiencia supone no slo la autoridad de los

    hechos, sino la confianza en aquel que los contempla. Los escri-

    tores am ericanistas del XVI que cuentan al resto de los europeos

    lo que en aquellas nuevas tierras presencian, aducen con propio

    orgullo el ttulo de su experiencia personal : Dir, confiesa Mo-

    tolona, lo que yo vi y supe y pas en los pueblos que mor y an-

    duve y aunque yo diga o cuente alguna cosa de una provincia, ser

    del tiempo que en ella mor (22).

    Cieza de Len, que tantas, tan concretas y tan diversas noticias

    nos transmiti de las provincias del dominio incsico, repite una

    y otra v ez: lo cual yo anduve todo por tie rra y t rat , vi y supe

    las cosas que en esta historia trato (23). La propia experiencia,

    pues, contrastada y concorde con la de los expertos no porque stos

    estn ms all de la experiencia, sino porque en ellos va clasifica-

    da, entendida, explicada por razones : En la mayor parte de los

    puertos y ros que he declarado he yo estado y con mucho trabajo

    he procurado investigar la verdad de lo que cuento y lo he comu-

    nicado con pilotos diestros y expertos en la navegacin destas par-

    tes,

    y en mi presencia han tomado altura; y por ser cierto y ver-

    dadero escribo (24).

    La experiencia, para este grupo de escritores, es un ttulo uni-

    versal de certificar el conocimiento de las cosas. Ella es la que ha

    derrocado la vieja concepcin del mundo y en ella se basan la su-

    perioridad de su saber en la poca. Frente a una manera de en-

    tender el mundo que negaba la esfericidad del planeta, la habita-

    bilidad de la zona trrida, la existencia de los antpodas, Fr. Juan

    de Torquemada, como cuantos escriben con ideas cosmogrficas

    modernas, sostiene lo contrario, fundado no en especulaciones, sino

    en lo que llama el trato palpable de los ojos (25). Ya no se trata

    de buscar una corroboracin a lo que se alcanza especulativamen-

    te ,

    sino que de la experiencia deriva el verdadero saber y con ella

    hay que estar frente a la especulacin. Gomara advierte en la cues-

    lin de los antpodas que est la experiencia en contrario de la

    (22) Ob . c i t. , pg . X X VI I I .

    (23) Ob . c i t . , p g. 355.

    (24) O b. c i t . , p g. 358.

    (25) O b. cit . , vo l. I . p.'.p. 17.

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    M U N D O H I S P N I C O

    filosofa (26)

    y entre

    ma y otra se queda ron la primera. Para

    l, esa nueva fuente del saber nos certifica por entero de cuanto

    hay (27). Sobre ella podrn construirse las razones que expliquen

    los hechos vistos, pero nunca podrn aducirse aqullas contra el

    test imonio emprico. Ante los hechos concretos, Cie.za de Len lo

    describe y se reduce a el lo; luego vendr la explicacin, pero no

    la especulacin que co ntrad iga lo visto y pro ba do : Esto alcanzo

    por lo que he visto y notado dello: quien hallase razones natura-

    les, bien podr decir las , porque yo digo lo que vi (28).

    Todo ello demuestra un f irme apoyo en el mundo natural , de

    tono fuer temente renacent is ta . Pero a el lo hay que aadir , porque

    de lo contrario el exacto sentido cultural de nuestro xvi se nos es-

    capara, que esa naturaleza no ha perdido su sentido f inalis ta y,

    por consiguiente, que el pensamiento espaol sobre el orden natu-

    ral no se ha desviado hacia la tendencia meeanieista que se vislum-

    bra en Europa. Para Gomara la naturaleza acta s in quebrar el

    mandamiento y trmino que le fue dado (29). Cieza l lega a ver

    demostrado el gran poder y proveimiento de Dios en la existencia

    de cuevas a lo largo de un camino, que all estn naturalmente

    excavadas en la pea para servir de cobijo a hombres y animales

    contra la l luvia y la nieve.

    Esto indica la persistencia de un fondo de medievalismo en el

    pensamiento espaol y en ello est una de las caracters t icas del

    Renacimiento espaol, que ha dif icultado su comprensin : su nexo

    singular con la Edad Media, a la que no trata de eliminar, s ino a

    la que se une estrechamente superndola sin solucin de continui-

    dad (30).

    Ese medievalismo se observa n las formas jurdicas de la con-

    quista que Zavala estudi; en la estructura social de los nuevos

    grupos que all surgen, en los que la encomienda se inspira (como

    su propio nombre) en las formas del feudalismo agrario en Euro-

    pa ; en las relaciones econm icas qu e con ello surgen . Ta m bin en

    este aspecto aparecen, es cierto, ideas nuevas. La aportacin de las

    26) Ob . cit . , vo l. I , pg . 20 .

    27) Ob . cit . , vo l. I , pg. 16.

    28) Ob . cit . , pg . 413.

    29) Ob . cit . , vo l. I , pg. 11 .

    30) Ver mi articulo N aturaleza e Historia en el huma nismo espao l,

    publicado en la revista Arbor. abril 1951.

    246

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    MUNDO H SPAMCO

    experiencias americanas a las formas econmicas modernas es un

    fenmeno ampliamente estudiado. En las proximidades de nuestro

    tema es interesante observar la sobreestimacin de la actividad eco-

    nmica sobre la militar, en Cieza de Len : mi parecer es que los

    conquistadores y pobladores destas partes no se les vaya el tiempo

    en contar de batallas y alcances: entiendan en plantar y sembrar,

    que es lo que aprovechar ms (31). Pero normalmente subsiste

    la concepcin medieval que subordina el aspecto econmico al mi-

    litar y hace de la economa un campo regido en atencin a los m-

    Titos del herosmo. Esta es todava la posicin oficial en Espaa

    y la que se lleva a America incluso por un funcionario tan a la mo-

    derna y tan admirable en su nuevo sentido estatal de la funcin

    pblica como el licenciado Gasea Segn Zarate, La Gasea atien-

    de a remediar y emplear los espaoles a quien no se pudiesen dar

    repartimientos, envindolos a nuevo9 descubrimientos, que es el

    verdadero remedio con que no tuvieren de comer en lo descubierto

    lo tengan en lo que se descubriese y ganen honra y riqueza, como

    lo hicieron los conquistadores de lo descubierto y conquistado (32).

    Son stos los propios trminos de lo que pudiramos llamar una

    concepcin caballerescomedieval de la relacin entre las armas y

    la riqueza, la actividad militar y la econmica. Es decir, y esto es

    lo que nos interesa, que aparte de las nobles prdicas contra la

    codicia y aun contra los crmenes a que lleva la sed del oro, la po-

    sicin ante la posesin de los bienes y la manera de adquirirlos

    es ,

    dentro del pensamiento econmico, tpicamente medieval. La

    semejanza que Corts cree advertir reiteradamente entre los mer-

    cados mejicanos y los que l recuerda de Espaa, testimonio que

    se repite en otros muchos autores, asevera la subsistencia de las

    formas econmicas de la Edad Media en la Pennsula y con ello

    en la concepcin de los espaoles que pasaron a la otra costa del

    Atlntico.

    En el orden de la poltica, Espaa haba adelantado con los

    Reyes Catlicos y con el Cardenal Cisneros formas modernas, como

    ya dijimos, en las que, de todos modos, persistan como en todo

    el XVI europeo reservas importantes de la tradicin. En la nueva

    situacin poltica peninsular, con Carlos V se acenta esa dosis de

    medievalismo; pero el problema, sobre todo en relacin con Ani-

    (31) Ob. cit-, pg. 451.

    (32)

    Historia

    de la

    conquista

    del

    Per,

    B. A. E., vol.

    X X V I,

    pg. 548.

    4?

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    M U N D O H I S P N I C O

    r ica, es ms complicado. Hemos tratado de subrayar sus dos aspec-

    tos pr incipales que, para terminar , vamos a resumir .

    A) Jndudablemente, a l tener que interpretar pol t icamente la

    nueva situacin del Rey de Espaa, con sus extensos y mltiples

    dominios, la idea primera que poda venir a las mentes era la de

    un Imperio, y la tradicin medieval era lo suficientemente prxima

    y fuerte por todas partes para que esta idea imperial comenzara

    manifestndose en el sentido de la Edad Media, tanto ms cuanto

    que se aplicaba al t i tular de un poder que por otra parte era en

    Eu ropa el her ede ro m s directo