El Descubrimiento de America en La Historia Del Pensamiento
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7/23/2019 El Descubrimiento de America en La Historia Del Pensamiento
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MUNDO HISPNICO
EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA EN LA
HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLTICO
11
i \
NTE
la radical problematicidad que las cosas que le rodean
ofrecen al hombre ste elabora unas ideas que son como interpre-
taciones de esas cosas para tratar de entenderlas, y, en consecuen-
cia, para poderse mover entre ellas y ordenarlas, disponerlas y
trazar con sentido real su manera de vivir en el mundo. Esas ideas,
o lo que es lo mismo, lo que el hombre cree que son las cosas, se
articulan dndole una visin del mundo y hacindole inteligibles
los hechos que en el mundo acontecen y con los cuales tiene que
contar en su existir. En todos los rdenes de la vida el hombre
posee una concepcin articulada de los hechos que en cada una
de esas esferas tienen lugar, y que, por tanto, en uno u otro mo-
mento puede esperar que se le presenten. En el aspecto poltico
de su existencia el hombre sabe que puede aparecer otro que en
determinada forma y con ciertas condiciones le mande y a quien
tenga que obedecer, o surgir una guerra en la que haya de par-
ticipar, o exigrsele y tener que pagar un tributo, o encontrarse
con un semejante al que tiene que respetar, o que existen hom-
bres de otro pas a los que por este hecho se les llama extranje-
ros y que en su propia tierra no pueden conducirse y realizar los
mismos actos que le son lcitos a l, cosa a la que llama, segn
la interpretacin que de ello se le ha dado, tener o no tener unos
derechos determinados. Todos estos trminos empleados mando,
*) Este artculo ofrece el fundamento y el punto de partida de un prxi-
mo libro del autor sobre La tradicin del pensamiento poltico y el descubri-
miento de Amrica. Como no se trata ahora de dar el resultado de una inves-
tigacin, sino de presentar su planteamiento como problema, se prescinde del
aparato erudito que en otro caso fuera necesario. Dejaremos, sin embargo,
algunas referencias imprescindibles.
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gobernante, tributo, guerra, nacional, extranjero, derechos son
ideas que se articulan en su concepcin poltica del mundo en
que vive.
Pues bien, el hombre europeo en 1500 est recibiendo las pri-
meras noticias de un nuevo continente cuya existencia antes des-
conoca y de los indios, sus pobladores, con los que antes no con-
taba y con los que en adelante un da ms o menos directamen-
te puede relacionarse, vindose por ello obligado a construirse la
idea con que ha de interpretar estos nuevos hechos. Ese hombre,
colocado en la linde de la Edad Moderna, posea una visin po-
ltica del mundo tal como hasta entonces era conocido; una con-
cepcin poltica adecuada a la interpretacin de los hechos geo-
grficos, econmicos, demogrficos, sociales, histricos que podan
ofrecerse y se ofrecan en su mundo europeo, en su viejo mundo.
Y he aqu que de pronto aparecen unos datos nuevos a los que
no va a tener ms remedio que tomar en consideracin al pen-
sar la estructura poltica del lodo y de las partes del espacio pla-
netario en que ha comenzado a vivir. Ha de dar entrada en su sis-
tema al hecho colosal del descubrimiento de Amrica y de su
incorporacin efectiva al conjunto de cosas con las que poltica-
mente ha de contar en su existencia.
Cmo trata el europeo o concretamente el espaol del sigloXAI
de entender la nueva situacin poltica en que vive? Cmo pien-
sa incrustar o mejor articular en su vieja concepcin el hecho
nuevo de la presencia en su mundo de las tierras y los pueblos
de allende el Atlntico? De la lnea geogrfica de la Rbida par-
ten unos viejos europeos provistos no slo de unos vestidos, unos
alimentos, unos barcos, unos instrumentos tcnicos de navegacin
que son los usados y conocidos en la civilizacin a que pertenecen,
sino con una manera de concebir las cosas no menos propia le
mbito cultural en que hasta entonces han vivido. Por ejemplo,
basado en la concepcin geogrfica de los ms autorizados de su
tiempo, Coln crey que la parte conocida del planeta, desde Es-
paa al Cipango, comprenda las tres cuartas partes de los 360 gra-
dos de la circunferencia terrestre. Si eso era lo que separaba am-
bos puntos por la ruta oriental, es decir, sobre unos 270, no que-
daban ms que alrededor de otros 90 por el camino de Occiden-
te . Y esos hombres que posean la vieja visin cosmogrfica euro -
pea parten creyendo que van a realizar su viaje al Oriente, que
ser la cuarta parte del que hasta ellos se vena siguiendo. De qu
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manera se vino abajo esa antigua concepcin cosmogrfica al sur-
gir en medio de su ruta la barrera del continente americano e3
cosa conocida (1).
De la misma manera esos hombres se lanzan a su aventura con
una no menos completa y sistemtica concepcin del mundo po-
lticamente considerado. Europa les daba, como una idea de las
longitudes planetarias, tambin unas formas jurdicopolticas de
relacionarse con tierras y pueblos. En las Capitulaciones de Santa
Fe, en cuya redaccin interviene un legista y poltico pertrecha-
do de las ideas tradicionales sobre la materia, el secretario real
Juan de Coloma, se traza la figura de esas relaciones. Pero el hecho
sobrevenido en el viaje, el surgimiento de un nuevo continente,
de razas nuevas, de sociedades polticas con las que en la vieja con-
cepcin no se contaba, obligaron a hacerse cuestin de cmo orga-
nizar ese hecho nuevo en las formas hasta entonces usuales.
Cabe preguntar en relacin con lo anterior en qu medida las
formas polticas de la tradicin doctrinal europea pudieron reci-
bir y organizar dentro de s la nueva situacin aparecida, qu res-
quicios se abrieron en la construccin poltica del mundo que
aqulla haba edificado y en la que alberg su coexistencia social
el europeo durante los siglos medios, qu nuevas formas de orga-
nizacin poltica empezaron a dibujarse
y
a desarrollarse despus
hasta arrinconar la vieja concepcin.
En el repertorio (ie ideas polticas de que dispona el europeo
en 1492 no haba ninguna suficiente para interpretar el hecho nue-
vo que se iba a producir : un rey europeo que por va de descu-
brimiento y conquista aumentase en proporciones tan extraordi-
naria ; sus estados y seoros. La ms prxima idea aplicable a este
nuevo caso es la que resolva al europeo cmo haba de habrse-
las con una isla formada de nuevo. Y las Partidas, expresin de
la cultura jurdico-poltica de Europa en los siglos anteriores al
descubrimiento, resuelven el problema con la tcnica jurdica de
la posesin. Con ello la interpretacin del hecho, la idea poltica
que maneja el europeo ante ese caso excepcional es la de consti-
tucin de un dominio, igual en Derecho a cualquier otro anterior,
en favor del primer ocupante. Sabido es que los actos de Coln y
de los primeros espaoles en Amrica responden a esta interpre-
(1) Ver RKY
PASTOR: Ciencia y tcnica en el descub rimiento de A mrica,
Coleccin Austral, Buenos Aires; pg. 79. ^
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tacin tradicional de la cuestin. Los primeros textos sobre e?
hecho amer icano lo interpretan como el descubr imiento de una*
islas,
y Palacios Rubios escribe sobre ello su
Libellus de Itisulis.
como antes escribiera sobre la materia el propio Bartolo o cual-
quier otro juris ta medieval, aparte las diferencias tericas que
entre el los se den.
Pero aunque las mismas Par t idas reconocieron la excepcional i -
dad del caso en ellas previsto era mucho ms grandioso el que se
tena ante s . Por eso result ms dif ci l de art icular en la con-
cepcin usual, y el hecho haba de traer como consecuencia hon-
das alteraciones en la estructura pol t ica universal , que haba s ido
trazada contando slo con lo que desde entonces iba a quedar re-
ducido a una par te del planeta .
Aproximaadmenle la pregunta a la que habr a de darse respues-
ta sera es t a: qu es pol t ica m ente el planeta recin inau gur ado
para la Historia y, por ende, cmo debe organizarse en su totali-
dad y en sus parte s? Y esta g rave cu estin de fondo sup ona otra
ms reducida, pero decis iva para l legar a resolver la pr imera:
qu forma pol t ica se piensa que asume o puede asumir la domi-
nacin de los Reyes de Casti l la sobre las t ierras americanas y lo?
indios que las pueblan? Claro est, no se trata de qu forma de
gobierno, s ino de qu forma de Estado, s irvindonos de la dist in-
cin aun hoy usual.
El problema es dist into e inmediatamente l igado a la vez al de
los justos t tulos. Segn qu e sea una u otra la forma pol t ica en qu e
se consti tuya el Gobierno espaol en Amrica, se tendr o no t -
tulo legt imo para ello, porque es muy diferente el t tulo que pue-
de invocarse para una s imple relacin de t rueque comercial , ms
o menos protegido, del que se necesita para establecer un dominio
o seoro real . En esta medida, el sentido de la concepcin pol t i-
ca de la presencia espaola en Amrica condiciona la resolucin
del problema de los justos ttulos. Y viceversa, segn que se posea
o no t tulo para el lo, tendr que ser una u otra forma pol t ica la
que se instaure. Si no se t iene derecho a organizar un reino nuevo
para la Corona de Casti l la, no se podr establecer de los indios al
Rey espaol un vnculo de subordinacin real o monrquica. Y en
este aspecto, la solucin al famoso problema de los justos t tulos
repercutir en, y determinar incluso, la concepcin pol t ica de la
conquista de Amrica por los espaoles.
Si el problema de los ttulos legtimos, con el que tiene tan es-
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t recha vinculacin el que nosotros planteamos, ha presentado a la
investigacin tan graves escollos, siendo as que en la poca fue
planteado con tan clara conciencia y habiendo sido entonces trata-
do por telogos de mente luminosa y por jur istas de muy precisa
tcnica, se comprender las dif icultades que presenta tratar de des-
entraar las ideas polticas con que los espaoles del siglo xvi afron-
tan la conquista y la organizacin del conjunto del dominio ame-
ricano y se esfuerzan por formular las relaciones de su Rey con los
nuevos subditos que con su accin heroica colocan bajo la Corona.
Por de pronto no hemos descubier to n ingn pensador pol t ico ca-
paz de dar una formulacin sistemtica y clara a los nuevos he-
chos, es decir , que represente, respecto a la nueva si tuacin que en
el Reino de Cast i l la se produce por la incorporacin de los domi-
nios u l t ramar inos, a lgo as como lo que Maquiavelo representa
respecto a la nueva forma europea del Estado, unos aos antes, o
Locke, algunos ms despus, respecto a la Revolucin inglesa. Hay
qne rast rear en las obras preferentemente de a lgunos h is tor iadores
del xvi alguna frase aislada que nos d la pista del nuevo sistema
pol t ico que conciben, a veces sin clara conciencia de el lo. Pero
es ms; esa poca que por aproximacin l lamamos siglo XVI, es
en Europa y especialmente en Espaa, una poca cr t ica que l iqui-
da en su mayor par te la t radic in cul tura l y da nacimiento , ent re
otras cosas, a un pensamiento pol t ico nuevo. Ese mismo estado
vacilante y confuso del mbito europeo se revela en las ideas po-
l t icas de los espaoles que se enfrentan con el tema americano.
Y por eso, precisamente, se just if ica, a nuestro entender , esa pre-
ferencia por los h is tor iadores . Po rqu e los jur is tas que han apren-
dido expresamente , acadmicamente , la c iencia pol t ica hecha de
atrs y conservada en las Facultades, si bien nos daran cuanti tat i-
vamente ms datos y ms s is temt icamente organizados para nues-
tro estudio, t ienen el inconveniente de lo mucho que en el los pesa
la carga de la pura tradicin escolar , mientras que los histor iado-
re s , ms l ibres por lo menos de esos r gidos moldes, nos dan, aun-
que sea confusamente, y aun muy confusamente, un test imonio
ms vivo y autnt ico sobre la in teresante aventura por la que la*
ideas pol t icas pasan en aquel momento cr t ico . Es lo mismo que
acontece en el orden de la ciencia geogrfica. A mediados del xvi,
Mnster , hombre de ciencia tradicional , no recoge la presencia de
Amrica en su exposicin geogrfica del orbe, porque el saber so-
bre el la no es an un saber of icial , mientras que muchos aos
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antes, Fernndez deEnciso, queescribe degeografa noparaes-
colares
y en
tono acadmico, sino para navegantes,
es el
primero
en tratar extensamentedel tema americano desdeel puntodevista
que
le es
propio.
Cmo pensaron losespaoles del xvi quehaba queconfigu-
ra r
el
dominio poltico
de sus
Reyes sobre
las
tierras americanas?
Es decir, cmo lo pensaron, no por obligacin escola r, sinopor
necesidad vital,al modo como nosotros nospodemosver forzados
hoy
a
formarnos nuestra creencia,
y en
cuanto
tal de
orden prc-
tico, sobre laseguridad yventajas del transporte areo.
En laempresa de losespaolesen Amrica est presente la Co-
rona,
no
slo porque desde
el
primer momento participa
en
aqu-
lla, sino porque
los
espaoles
no van
all como individuos movidos
porunapur a tcnica lucrativa, regidosen susactospor unapura
legalidad natural
y
apoltica
de la
economa, como sera propio
de
un homo oeconotnicus actuanteen uncomo vaco poltico, sinoque
en cualquier momento y entodos susactos sonvasallos natura les
de l
Rey de
Espaa, cuya parte
en la
empresa
les
preocupa
y a la
queno pueden dejar deatender. Por depronto, esaparte,en lo
econmico, sabido
es que,
siguiendo nues tra tradicin med ieval,
y aparte reservas singulares
en
casos concretos,
se
cifra
en el
quin-
to. Pero, polticamente, cules la partedel Rey?, ques lo que
hay
que
darle?
En
carta
que el
licenciado Gasea, conminndole
a
que deponga su actitud rebelde, escribe al insurrecto GonzaloPi-
zarro que
se ha
alzado
en
armas contra
S. M., le
dice : Vuesamer-
ced dllanamente a su Rey
lo
suyo, que es la obediencia,cum-
pliendo entodolo que por l semanda. Puesnosloenesto cum-
plir
con la
natural obligacin
de
fidelidad
que
como vasallo
a
su Rey tiene, pero auntambin con lo que debe a Dios,que en
ley
de
natura
y de
escritura
y de
gracia siempre mand
que se die-
se a cadauno losuyo, especial a losreyes laobediencia, sopena
de nopoderse salvarelque con este man damientonocumpliese(2).
Segn esto,
el
vnculo
de
sujecin
al Rey, la
relacin
de
vasa-
llaje y subordinacin poltica se ha trasladado a la tierra ameri-
cana. Paralosespaolesque seencuentran all tienelamisma con-
dicin
y
contenido,
en
principio,
que
para
los que
actan
en te-
(2) AGUSTN DEZARATE.Historia del descubrimiento y conquista del Per,
B . A. E., vol. XXVI, pR. 548.
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rr i torio peninsular . Por lo menos se define con la misma palabra :
obediencia, como lazo natural de f idelidad. En ms de una ocasin
a los indios se les considera atados de la misma manera a la Co-
rona de Cas t i l la , y cuando se insubordinan se les juzga tambin
como vasallos alzados contra su seor natural . As, Corts mismo,
entre tantos ot ros , Jo declara rei teradamente en sus
Cartas.
Con esto tendramos resuelto nuestro problema si el concepto
de obed iencia como vnculo de sub dito a rey nos fuera tran spa ren -
te en su sentido y pudiramos definir lo con j>recisin y dist inta-
mente en cualquier lugar y t iempo. Pero tanto el concepto de obe-
diencia como los de vasal lo y seor natural , precisamente en el
xvi,
cuando en Europa es tn cambiando en su mutua pos icin los
trminos de la relacin pol t ica, no son claros y se aplican a casos
muy dispares en su signif icacin. El problema est entonces en ver
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la que tienen en su relacin con los Imperios modernos. Ni en uno
ni en otro extremo puede, sin duda, catalogarse el Imperio espa-
ol en Amrica, y de ah precisamente su inters como fase decisi-
va en el cambio.
Con slo ello se advierte la fundamental influencia del Descu-
brimiento y la Conquista en la Historia de las ideas polticas, por
cuanto coadyuv a cambiar el esquema poltico del universo que
llevaba en su mente el europeo de la Edad Media. Pero hay que
valorar con exactitud esa influencia por cuanto, de un lado, aceler
la evolucin que transformaba polticamente a Europa, al hacer
imposible la subsistencia de la vieja estructura, y de otro lado, en
algunos aspectos entorpeci la marcha hacia el sistema moderno,
porque oblig a Espaa, que haba emprendido antes que nadie
el camino recto hacia el Estado moderno, a separarse de esta direc-
cin, tratando de hallar entre lo que poda salvarse de la construc-
cin tradicional del Imperio la manera de configurar su singular
posicin poltica.
Es cierto que antes de surgir Ja tremenda novedad
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cogiendo esta tradicin medieval, todava Las Casas dir en una
ocasin, mencionando expresamente al autorizado romanista que
hemos citado, que fuera de la Iglesia no hay Im pe rio: Brbaros
son aquellos que estn fuera del imperio romano, conviene a saber,
fuera de la universal Iglesia, porque fuera della no hay impe-
rio (4).
As se llegar a identificar la cristiandad con el mundo. Y el
Emperador de aqulla ser llamado Emperador del mundo. Por eso,
contemplando la Historia de la Iglesia, proyectada sobre la univer-
salidad, todava en nuestro siglo xvi, Gonzalo de Illescas escribir
su
Historia pontifical
y
catlica,
y movido del mismo afn e inspi-
rado en una idea paralela, Pedro Mexa dar a luz su
Historia im-
perial y cesrea,
pa ra trazar, sobre la totalidad del pasado del orbe,
la gloriosa lnea de la otra cabeza mxima del mundo.
Lo que quedaba ms all de las fronteras de la romanidad era
llevamos dicho como inexistente. Y, efectivamente, en los al-
tos siglos del agustinismo medieval, apenas si se daba relacin al-
guna del orbe cristiano con los que se hallaban fuera. Pero en el
momento en que las relaciones con esas gentes y tierras extraas
se intensifican, el europeo se encuentra con que su Emperador no
gobierna el mundo lodo, sino que existen otros pueblos aparte,
cuyos seores, por aadidura, tienen tambin pretensiones de un
dominio universal. Ms all de los lmites en que antes se ence-
rraba, estn los griegos, los rabes, los trtaros, que no obedecen
al Emperador, ni paralelamente acatan la autoridad del Pontfice.
Sunt populi extranei, dir Bartolo. Graeci qui non credunt Im-
peratorem romanum esse dominum universalem, sed dicunt Impe-
ratorem Constantinopolitanum esse dominum universalem. Et Sa-
rreceni, qui dicunt dominum eorum esse dominum totius orbis (5).
Resulta, en consecuencia, que el mundo cristiano-romano no es
el mundo geogrfico, desde luego; pero tampoco el mundo pol-
tico.
Hay otros espacios, con otros seores universales, por lo me-
nos en la extensin que seorean. Y de esta manera aparece la
idea de varios orbes, al frente de los cuales hay un seor de todo
l. Cuando, algo ms tarde, se incorpore a la comunicacin con el
Occidente europeo, la tierra de los etopes, se construir como un
nuevo orbe poltico, a la cabeza del cual el preste Juan hace figura
(4)
Apolog tica historia de las Indias,
N. B. A. E., pg. 692.
(5) Citado por
EKCOLE,
Da Bartolo all Althuo, Florencia, 1932,
pg.
51.
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tener en uno u otro caso delegacin tcita del Emperador, pres-
cripcin por derecho de gentes, conquista del propio ttulo reaJ
en lucha con el infiel, concesin papal, etc., etc.-. Lo cierto es que
la idea de exencin no bastaba, porque la existencia de reinos exen-
tos lleva consigo correlativamente la del Imperio del que se es
libre. Y lo que en Europa empezaba a acontecer es que apareca
una forma poltica incompatible con la subsistencia de la idea tra-
dicional del Imperio. Esa forma era el Estado, para el cual lo que
supone y exige el negocio de la gobernacin temporal de los hom-
bres es cosa muy distinta de lo que se formulaba en las viejas ideas-
del Imperio y de los Reinos exentos. No se trataba de un cambio
en la distribucin geogrfica de la tarea de gobernar y de las fa-
cultades a ella inherentes, sino de una alteracin profunda de lo
que se poda entender por gobernar. Es decir, una transformacin
profunda, aunque al pronto fuera difcil de precisar, de la concep-
cin poh'tica total del hombre de la Edad Meda.
La doctrina medieval exiga al gobernante, cualquiera que fuese
su grado, estas dos cosas : justicia y paz. Como se sabe, son sta?
el fin de todo gobierno en el agustinismo poltico. Desde luego,,
cuando mucho despus de transcurrido el Medievo, muchos escri-
tores traten de sealar al poderoso cul os su misin, seguir defi-
nindosela con la misma frmula. Sols la pone en labios de Cor-
ts para anunciar la accin espaola en Amrica : deshacer agra-
vios, castigar violencias y ponerse de parte de la justicia y de la
razn (7). Su uso entre los escritores de asuntos americanos, es
muy frecuente. Y es curioso observar que es un franciscano, el
P.
Juan de Torquemada, el que, al emplearla una vez ms, no se
siente satisfecho con ella y advierte que el gobernante est obliga-
do tambin a luego aadir a estas cosas las que son de su (de los
subditos) aprovechamiento (8).
De hecho, el hombre del xvr, subdito de un Estado, pide mu-
cho ms que la justicia y la paz entendidas al modo medieval. Pide
un sistemtico y voluntario fomento de las riquezas que haga pros-
perar a todos, pide seguridad en sus bienes y en su persona, comu-
nicaciones con otras gentes, no menos seguras y amplias, manteni-
(7) SOLS, Historia de la conquista de Mjico, Calpe, Buenos Aires; p-
gina 103.
(8) Los veinte
libros rituales de Monarchia indiana,
Sevilla, 1615; vol. I.
pgina 679.
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miento de las leyes y del orden jurdico, fomento de la educacin,
estimacin y proteccin del arte, del ornato, de la belleza; es de-
cir, todo aquello que cree merecer el individuo por su valor moral
y espiritual: bienestar, felicidad civil y temporal. Naturalmente,
esto no se dice en los indigestos tratados de la poca
De justitia et
jure; pe ro s en historias, obras lite raria s, documentos vivos del
espritu del tiempo. De todos modos, Rivadeneyra advierte a su
Prncipe ideal que el fin de su gobierno es el felicidad temporal (9).
Todo ello retrata al renacentista. Cuando en 1500 el espaol
tiene que configurar su relacin poltica en Amrica, el europeo
es un renace ntista. Lo es el espaol? Manifiestamente, s. Uno de
los ms tristes casos que ofrece la ciencia histrica en Europa es
el de haber discutido siquiera esto y aun haber credo en algn caso
que no. Es el espaol en Amrica un renacentista impregnado del
legado de los ltimos siglos medievales, un renacentista sobre pie
gtico, como lo es el flamenco, el borgon, etc. La supervivencia
de elemenos gticos en el arte espaol en Indias y, sobre todo, el
nutrido catlogo de obras platerescas al otro lado del Atlntico,
demuestran en forma sensible su estado de espritu (10).
Los espaoles que desde las primeras dcadas del descubrimien-
to marcharon a Amrica y los que desde aqu prestaron especial
atencin al drama americano responden a un claro espritu rena-
centista. Y esto hay que tenerlo en cuenta al ocuparnos de esta fase
de nuestra historia.
Menndez Pidal observaba en alguna ocasin que las figuras de
nuestros conquistadores respondan en su magnfico temple perso-
nal al bro, a la audacia, a la confianza en sus propios medios in-
dividuales que caracteriza a los hombres del renacimiento italia-
no (11). Son, sin duda, ejemplares insuperables del desarrollo de la
9) Ver suTratado de la religin y virtudes del Prncipe cristiano B. A. E.,
volumen LX, pg. 459.
10) Pued e verse sobre este tema, aparte de la Historia del arte hispano-
americano de
NGULO,
Ir monografa del mismo autor, El gtico y el Rena-
cimiento en las Antillas, Anuario de Estudios Americanos vol. IV, 1947, y los
artculos de MAC-GBECOR, Cien ejemplares de plateresco mejicano, y de
TOUSSAI.NT,
Supervivencias gticas en la arquitectura mejicana del siglo xvi,
publicado? en Archivo Espaol de Arte y A rqueologa nm. 31, enero-abril
de 1935.
11) Ver su artculo aCodicia insaciable? Ilustres hazaas?, publicado
en la revista Escorial Madrid, noviembre 1940.
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individualidad alcanzado
en
aquella fase histrica. Aunque
sea bre-
vemente, observemos algunas
de las
cosas
que
caracterizan
la
acti-
tud histrica de estos titnicos personajes y de los comentaristas
de
sus
hechos.
En primer lugar,
su
gusto
y su
inters
por la
naturaleza, cuyo
descubrimiento y estimacin sobreviene paralelamente al del valor
del individuo, segn el conocido cuadroque delRenacimientotra-
z Burckhardt. La descripcin de determinados parajes naturales
en la
Crnica
deCieza deLen o en la
Cartas
de Hernn Corts,
la hallaremos en varias ocasiones ligada al gustopor la amenidad,
belleza, fertilidad de vallesy huertas, a la extraeza y grandiosi-
dad de lasmontaas.Ya no se trata delantiguo yaristotlicosen-
tido
de la suficientia vitae que
aparece
en los
viejos loores
de
unas
u otras tierras, sino del aspecto placentero, gozosoy rico del mun-
do sublunar. Corts califica
de muy
hermosas
las
sierras
de una
gran cordillera (12), o de muygentil una ribera de agua, y gusta
de los jardines muy frescos, con infinitos rboles y flores oloro-
sas (13). Cieza siente especial contento por el agua quecorrepor
ros yacequias, llenando debelleza y fecundidad la tierra que rie-
ga, donde se cran grandes arboledas y hcense unos vallesmuy
lindos
y
hermosos
(14).
Sobre
la
preparacin renacentista para
estimar lanaturaleza que el espaol llevaba se aaden loscambios
que advierte en el paisaje americano sobreel que le era habitual,
sintindose obligado a observarlo para poderlo describir a los que
en
la
vieja parte
del
mundo
no
pueden conocerlo
por su
propia
vista. De aqu que la literatura americanista nosofrezca los pri-
meros brillantes ejemplos del gnero descriptivo realista, cuando
antes toda descripcin natural era puramente inventada y conven-
cional. La descripcin que del Mjico de la poca hace Cervantes
de Salazar
en su
Dilogos
resu lta, segn G arca Icazbalceta,
de una
curiosa exactitud, segn comprueban excavaciones modernas.
El entusiasmo por lasextraezas y por la hermosura del mun-
do capta tambin elcoraznde los frailes espiritualistas quepasan
a
la
parte
de las
Indias.
Del
m aravilloso
P.
Motolinia cuentan
sus
(12) Cartas de relacin sobre el descubrimiento y conquista de la Nueva
l spaa,
B. A. E., vol. XXII, pg. 9. La cita pertenece a la primera carta,
enviada por el justicia y regimiento de la Vera-Cruz.
(13) Ob. cit., carta tercera, pg. 66.
(14) La crnica del Per, B. A. E., vol. XXVI, pg. 388.
16
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MUNDO HISPNI O
compaeros que procuraba ver y escribir de cuantas maravillas na-
turales alcanzaba noticia. Su genio, dice un escritor de sus andan-
zas,
era de saber e investigar ex lraezas de estas tierras, y de l
se dijo que corri muchas leguas y pas a Nicaragua por ver un
volcn de fuego que est en aquella tierra (15). Y en este caso se
nos muestra una vez ms el franciscanismo como corriente que, lle-
vado del amor de Dios al de sus criaturas, impulsa hacia el inte-
rs por el mundo, propio del Renacimiento.
Inters por el mundo: esto es lo que lleva dentro de s, como
autntico hombre moderno, el espaol del xvi que pasa a Indias o
que de ellas se ocupa. Es el mundo tan grande y hermoso, dice
Lpez de Gomara, y tiene tanta diversidad de cosas tan diferentes
unas de otras, que pone admiracin a quien bien lo piensa y con-
templa (16). El viejo tema cristianomedieval de contemptu mun-
di cede la vez a una alegra del mundo con referencia a la cual
sera un error no advertir el hondo sentido cristiano que sigue con-
servando.
Y ese inters lleva a su estudio para conocerlo y para de ese
conocimiento deducir una mejor utilizacin de sus recursos. Na-
turalmente, hay ltimos secretos que el hombre no puede pene-
trar ; pero no por eso le ser negada la penetracin en el saber de
ese mundo, cuyos recursos Dios ha creado para que el hombre se
sirva de ellos y por consiguiente no puede haberlos hecho inacce-
sibles a su mente. Heno de confianza moderna en el conocimiento
humaiiu que por entonces, y en gran parte merced al descubri-
miento ha hecho tan grandes progresos, el mismo Gomara asegura
que el hombre no es incapaz o indigno de entender al mundo v
sus secretos, y exhorta a la gran conquista de su conocimiento :
Pues Dios puso el mundo en nuestra disputa y nos hizo capaces
y merecedores de lo poder entender, y nos dio inclinacin volun-
taria y natural de saber, no perdamos nuestros privilegios y mer-
cedes (17).
Detrs de ello hay un inters prctico, como lo hay siempre en
las ms puras tareas tericas del hombre moderno. El gusto y la
(15) Ver
prlogo
a la
Historia de os indios de la
Aueru Espaa,
reedi-
cin
de
Mjico,
1911,
pgs.
X I V y
XXVII.
(16)
LPEZ
DE
GOMARA,
Historia general
de las
Indias. Calpe, Madrid;
vo -
lumen I, pg. 7.
17I O b. cit., vo l. I,
pgs.
7 y 8.
4
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MUNDO HIS PNICO
observacin atenta al mundo natural llevarn al descubrimiento de
especies vegetales y de minerales que enriquecern la qumica de
la tintorera, la farmacopea, la industria de los metales, la agricul-
tura. La curiosidad por un volcn, a cuyo reconocimiento enva
Corts diez de sus compaeros para saber el secreto, nos dice,
y hacer muy particular relacin como de cosa maravillosa al
Rey, le servir despus para saber de dnde obtener el azufre con
que seguir fabricando, en la propia tierra en que se encuentra, la
plvora que necesita. Y hasta cuando ese inters por lo terreno
prende en un alma tan pura como Ja de Fr. Toribio de Motolina,
un ltim o inters pragm tico le gua, slo que en es le caso es ex-
quisitamente espiritual. Todo ese afn suyo por penetrar en lo ex-
trao de la tierra, por rastrear sus ritos y condiciones, tiene un
fin : todo ello se orien ta al trato con los indios para mejor des-
arraigar de sus corazones las espinas, para que el grano de la Di-
vina Palabra se lograse (18). Hasta para el bien de la religin hace
falta el estudio del mundo y esa necesidad de estudio lleva a su
positiva estimacin.
No menos que las cosas naturales importan las obras del hom-
bre.
Del artificio humano salen creaciones no menos admirables
cuando estn hechas segn su poderosa capacidad racional. El des-
cubrimiento del valor de la naturaleza va ligado al descubrimien-
to del individuo en el Renacimiento, y con el del valor de su
razn. Ya hemos visto la confianza de Gomara en el saber humano,
y es evidente que el descubrimiento de Amrica haba de aumen-
tar esa confianza. En las nuevas juntas de hombres eminentes para
tratar de asuntos graves de gobierno no hay slo ya telogos y ju-
ristas, sino cosmgrafos. La cosmografa tiene recursos para en-
grandecer a prncipes y subditos en medida no esperada. Y la vida
entera, con la ayuda del nuevo saber racional que puede el hom-
bre alcanzar, se embellece y se hace ms rica. La mano del hom-
bre puede mejorar y hacer ms deleitosa la existencia. Y de ah
el inters por los buenos edificios, las ciudades buenas y bellas, el
arte y, en general, la disposicin artificial de las cosas, con orden
y razn, para la ms grata y prspera existencia humana. La des-
cripcin y elogio de la ciudad de los Reyes por Cieza de Len,
aunque breve, es interesante. No preocupan ya las viejas cuestiones
medievales de lo que pudiramos llamar la suficiencia militar. En
( 1 8 ) O b . c i t . , l o e . c i t .
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aquella ciudad Cieza estima que en ella hay muy buenas casas y
algunas muy galanas con sus torres y terrados y la plaza es gran-
de y las calles anchas y por todas las ms de las casas pasan ace-
quias que es no poco contento; del agua dellas se sirven y riegan
sus huertos y jardines que son muchos, frescos y deleitosos (19).
Y no menor es la estima de los objetos del arte. El elogio de la
capacidad de los nativos para oficios artsticos es frecuente en los
escritos de nuestros conquistadores, y con este motivo, Daz del
Castillo nos da noticia de su conocimiento y curiosa valoracin de
algunos artistas del Renacimiento: habla de tres entalladores y
pintores mejicanos tan primorosos que si fueran en tiempo de
aquel antiguo o afamado Apeles y de Miguel ngel o Berruguete
que son de nuestro tiempo les pusieran en el nmero dellos (20).
Amrica ofrece a los espaoles las ms amplias posibilidades
re fabricar un mundo cut arle y razn. Es la gran ilusin rena-
centista a la que respondera aquel deseo del racionalista Descar-
tes de que las ciudades sean construidas segn un orden geomtrico
por un ingeniero y no que sus casas y calles se formen al capricho.
Esto es lo que Fernndez de Oviedo elogia en Santo Domingo,
mejor que todas las ciudades de la vieja Espaa, incluso que la
gran Barcelona, porque, nos dice, como se ha fundado en nues-
tros tiempos, dems de la oportunidad y aparejo de la disposicin
para su fundamento, fue trazada con regla y comps y a una me-
dida las calles todas, en lo cual tiene mucha ventaja a todas las
poblaciones que he visto (21). Para Fernndez de Oviedo, lo pro-
pio de lo que l llama nuestros tiempos son la regla y el com-
ps,
la medida. Creo que no es fcil hallar un testimonio ms claro
de la relacin del espritu moderno con el significativo tema de la
ciudad.
Como hombre de la poca cuyo definitivo sentido formulara
Bacn en la Historia del pensamiento, este espaol del xvi que
pasa a Amrica, que posee, ante las nuevas cosas que presencia,
tantos motivos para dudar del testimonio tradicional, para rebe-
larse contra el principio de autoridad en la ciencia, para estimar
(19) O b. oit . , p g. 421 .
(20)
V erdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva Es-
paa,
B . A . E . , vo l . X X VI , pgs . 88 y 310 .
(21 Sumario
ic li natural historia de las Indias.
B . A . E . , vo l . X X M. p-
gina 474.
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MUNDO HlSrNlCO
su tiempo sobre los antiguos, proclama ya como principio del saber
la experiencia. La experiencia supone no slo la autoridad de los
hechos, sino la confianza en aquel que los contempla. Los escri-
tores am ericanistas del XVI que cuentan al resto de los europeos
lo que en aquellas nuevas tierras presencian, aducen con propio
orgullo el ttulo de su experiencia personal : Dir, confiesa Mo-
tolona, lo que yo vi y supe y pas en los pueblos que mor y an-
duve y aunque yo diga o cuente alguna cosa de una provincia, ser
del tiempo que en ella mor (22).
Cieza de Len, que tantas, tan concretas y tan diversas noticias
nos transmiti de las provincias del dominio incsico, repite una
y otra v ez: lo cual yo anduve todo por tie rra y t rat , vi y supe
las cosas que en esta historia trato (23). La propia experiencia,
pues, contrastada y concorde con la de los expertos no porque stos
estn ms all de la experiencia, sino porque en ellos va clasifica-
da, entendida, explicada por razones : En la mayor parte de los
puertos y ros que he declarado he yo estado y con mucho trabajo
he procurado investigar la verdad de lo que cuento y lo he comu-
nicado con pilotos diestros y expertos en la navegacin destas par-
tes,
y en mi presencia han tomado altura; y por ser cierto y ver-
dadero escribo (24).
La experiencia, para este grupo de escritores, es un ttulo uni-
versal de certificar el conocimiento de las cosas. Ella es la que ha
derrocado la vieja concepcin del mundo y en ella se basan la su-
perioridad de su saber en la poca. Frente a una manera de en-
tender el mundo que negaba la esfericidad del planeta, la habita-
bilidad de la zona trrida, la existencia de los antpodas, Fr. Juan
de Torquemada, como cuantos escriben con ideas cosmogrficas
modernas, sostiene lo contrario, fundado no en especulaciones, sino
en lo que llama el trato palpable de los ojos (25). Ya no se trata
de buscar una corroboracin a lo que se alcanza especulativamen-
te ,
sino que de la experiencia deriva el verdadero saber y con ella
hay que estar frente a la especulacin. Gomara advierte en la cues-
lin de los antpodas que est la experiencia en contrario de la
(22) Ob . c i t. , pg . X X VI I I .
(23) Ob . c i t . , p g. 355.
(24) O b. c i t . , p g. 358.
(25) O b. cit . , vo l. I . p.'.p. 17.
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filosofa (26)
y entre
ma y otra se queda ron la primera. Para
l, esa nueva fuente del saber nos certifica por entero de cuanto
hay (27). Sobre ella podrn construirse las razones que expliquen
los hechos vistos, pero nunca podrn aducirse aqullas contra el
test imonio emprico. Ante los hechos concretos, Cie.za de Len lo
describe y se reduce a el lo; luego vendr la explicacin, pero no
la especulacin que co ntrad iga lo visto y pro ba do : Esto alcanzo
por lo que he visto y notado dello: quien hallase razones natura-
les, bien podr decir las , porque yo digo lo que vi (28).
Todo ello demuestra un f irme apoyo en el mundo natural , de
tono fuer temente renacent is ta . Pero a el lo hay que aadir , porque
de lo contrario el exacto sentido cultural de nuestro xvi se nos es-
capara, que esa naturaleza no ha perdido su sentido f inalis ta y,
por consiguiente, que el pensamiento espaol sobre el orden natu-
ral no se ha desviado hacia la tendencia meeanieista que se vislum-
bra en Europa. Para Gomara la naturaleza acta s in quebrar el
mandamiento y trmino que le fue dado (29). Cieza l lega a ver
demostrado el gran poder y proveimiento de Dios en la existencia
de cuevas a lo largo de un camino, que all estn naturalmente
excavadas en la pea para servir de cobijo a hombres y animales
contra la l luvia y la nieve.
Esto indica la persistencia de un fondo de medievalismo en el
pensamiento espaol y en ello est una de las caracters t icas del
Renacimiento espaol, que ha dif icultado su comprensin : su nexo
singular con la Edad Media, a la que no trata de eliminar, s ino a
la que se une estrechamente superndola sin solucin de continui-
dad (30).
Ese medievalismo se observa n las formas jurdicas de la con-
quista que Zavala estudi; en la estructura social de los nuevos
grupos que all surgen, en los que la encomienda se inspira (como
su propio nombre) en las formas del feudalismo agrario en Euro-
pa ; en las relaciones econm icas qu e con ello surgen . Ta m bin en
este aspecto aparecen, es cierto, ideas nuevas. La aportacin de las
26) Ob . cit . , vo l. I , pg . 20 .
27) Ob . cit . , vo l. I , pg. 16.
28) Ob . cit . , pg . 413.
29) Ob . cit . , vo l. I , pg. 11 .
30) Ver mi articulo N aturaleza e Historia en el huma nismo espao l,
publicado en la revista Arbor. abril 1951.
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MUNDO H SPAMCO
experiencias americanas a las formas econmicas modernas es un
fenmeno ampliamente estudiado. En las proximidades de nuestro
tema es interesante observar la sobreestimacin de la actividad eco-
nmica sobre la militar, en Cieza de Len : mi parecer es que los
conquistadores y pobladores destas partes no se les vaya el tiempo
en contar de batallas y alcances: entiendan en plantar y sembrar,
que es lo que aprovechar ms (31). Pero normalmente subsiste
la concepcin medieval que subordina el aspecto econmico al mi-
litar y hace de la economa un campo regido en atencin a los m-
Titos del herosmo. Esta es todava la posicin oficial en Espaa
y la que se lleva a America incluso por un funcionario tan a la mo-
derna y tan admirable en su nuevo sentido estatal de la funcin
pblica como el licenciado Gasea Segn Zarate, La Gasea atien-
de a remediar y emplear los espaoles a quien no se pudiesen dar
repartimientos, envindolos a nuevo9 descubrimientos, que es el
verdadero remedio con que no tuvieren de comer en lo descubierto
lo tengan en lo que se descubriese y ganen honra y riqueza, como
lo hicieron los conquistadores de lo descubierto y conquistado (32).
Son stos los propios trminos de lo que pudiramos llamar una
concepcin caballerescomedieval de la relacin entre las armas y
la riqueza, la actividad militar y la econmica. Es decir, y esto es
lo que nos interesa, que aparte de las nobles prdicas contra la
codicia y aun contra los crmenes a que lleva la sed del oro, la po-
sicin ante la posesin de los bienes y la manera de adquirirlos
es ,
dentro del pensamiento econmico, tpicamente medieval. La
semejanza que Corts cree advertir reiteradamente entre los mer-
cados mejicanos y los que l recuerda de Espaa, testimonio que
se repite en otros muchos autores, asevera la subsistencia de las
formas econmicas de la Edad Media en la Pennsula y con ello
en la concepcin de los espaoles que pasaron a la otra costa del
Atlntico.
En el orden de la poltica, Espaa haba adelantado con los
Reyes Catlicos y con el Cardenal Cisneros formas modernas, como
ya dijimos, en las que, de todos modos, persistan como en todo
el XVI europeo reservas importantes de la tradicin. En la nueva
situacin poltica peninsular, con Carlos V se acenta esa dosis de
medievalismo; pero el problema, sobre todo en relacin con Ani-
(31) Ob. cit-, pg. 451.
(32)
Historia
de la
conquista
del
Per,
B. A. E., vol.
X X V I,
pg. 548.
4?
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r ica, es ms complicado. Hemos tratado de subrayar sus dos aspec-
tos pr incipales que, para terminar , vamos a resumir .
A) Jndudablemente, a l tener que interpretar pol t icamente la
nueva situacin del Rey de Espaa, con sus extensos y mltiples
dominios, la idea primera que poda venir a las mentes era la de
un Imperio, y la tradicin medieval era lo suficientemente prxima
y fuerte por todas partes para que esta idea imperial comenzara
manifestndose en el sentido de la Edad Media, tanto ms cuanto
que se aplicaba al t i tular de un poder que por otra parte era en
Eu ropa el her ede ro m s directo