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RESEÑAS 315 sobre narrativa española que, sin duda, hubieran facilitado las primeras pesquisas, tales como el muy útil repertorio de Begoña Ripoll, o ediciones recientes de Salas Barbadillo y, sobre todo, de Zayas, cuya repercusión e imitaciones francesas han sido, además, muy bien analizadas por Yllera. Estas pequeñas omisiones, casi inevitables en una obra que exige tantas y tan variadas lecturas, no desmerecen en absoluto el valor y la utilidad del estudio. Patentes franco-espagnoles... no sólo recupera algunas obras de esa novela corta, ya no tan «marginada» como se lamentaba hace años Rodríguez-Cuadros; también nos acerca a esa nouvelle de segunda fila, al margen de los grandes títulos, en la que los imitadores dejan ver una larga herencia cultural. Ambas líneas se funden en este estudio de sólida base teórica, que conlleva un planteamiento distinto del habitual sobre la historia de la prosa de ficción francesa del siglo xvn. Por ello resulta estimulante para quienes deseen practicar un análisis literario riguroso en su profundidad, y amplio en su mirada multinacional. María Soledad ARREDONDO Universidad Complutense Miguel MARAÑÓN RIPOLL, El «Discurso de todos los diablos» de Quevedo. Estudio y edición. Madrid, Fundación Universitaria Española, 2005. 457 p. (ISBN: 84-7329-584-X; Tesis doctorales Cum Laude, serie «Literatura», 30.) A pesar de esfuerzos tan considerables como los de la Biblioteca de Autores Españoles, Clásicos Castellanos, Clásicos Castalia o Letras Hispánicas, no hace mucho a los hispanistas podían sacarnos los colores y herir nuestro orgullo al comentarnos en cuan lamentable estado se hallaban muchos de los textos en que leíamos a nuestros clásicos. Hemos de felicitarnos porque esa situación, de unos años a esta parte, podemos decir —España defendidaque está cambiando. Numerosos proyectos colectivos o individuales, públicos o privados, grupos de investigación financiados, centros como el CECE y entidades como la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, o iniciativas apoyadas desde ámbitos editoriales como la Biblioteca Clásica (que se sumaba con mayor ambición a las añejas colecciones) han aportado su esfuerzo y han venido a poner remedio. Y así se está editando con rigor filológico y resultados más que fiables una multitud de obras de nuestro Siglo de Oro: desde las comedias de Lope de Vega, Mira de Amescua, Francisco de Rojas, Agustín Moreto o Tirso hasta los autos de Calderón; desde la prosa de Quevedo hasta la de Gracián, pasando por los libros de caballerías, cancioneros, emblemas, pliegos sueltos, etc. Tanto los proyectos y grupos de investigación que afrontan varios corpora completos de diferentes autores o géneros, como quienes se ocupan de obras individuales se han beneficiado además de la reflexión que en torno a la edición de textos se ha llevado a cabo en diferentes congresos, seminarios o volúmenes, o los indiscutibles avances de la crítica textual y la bibliografía material. Resumiendo, podríamos decir, en un balance realista y por una vez también optimista, que en general se está editando más y mejor, afrontando lagunas y necesidades de modo sistemático, y que vamos a poder leer la obra de muchos de nuestros clásicos en buenos textos. Entre las iniciativas individuales hay que celebrar la que aquí se presenta, en su origen una tesis doctoral nacida en el mundo de la academia. Lo que acabo de decir puede ayudar a entender cómo en el lapso de una quincena de años han aparecido tres buenas ediciones de un texto que, a pesar de la importancia de su autor, hasta 1990 pasaba casi desapercibido y sólo podíamos leer con facilidad en la edición de Clásicos Castellanos debida a José María Salaverría, de 1924; éste copió el texto editado en 1852 por Aureliano Fernández Guerra para la BAE, quien a su vez había elegido como texto base una edición expurgada del Discurso de todos los diablos: El entremetido y la dueña y el soplón. En dicha

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sobre narrativa española que, sin duda, hubieran facilitado las primeras pesquisas, tales como el muy útil repertorio de Begoña Ripoll, o ediciones recientes de Salas Barbadillo y, sobre todo, de Zayas, cuya repercusión e imitaciones francesas han sido, además, muy bien analizadas por Yllera.

Estas pequeñas omisiones, casi inevitables en una obra que exige tantas y tan variadas lecturas, no desmerecen en absoluto el valor y la utilidad del estudio. Patentes franco-espagnoles... no sólo recupera algunas obras de esa novela corta, ya no tan «marginada» como se lamentaba hace años Rodríguez-Cuadros; también nos acerca a esa nouvelle de segunda fila, al margen de los grandes títulos, en la que los imitadores dejan ver una larga herencia cultural. Ambas líneas se funden en este estudio de sólida base teórica, que conlleva un planteamiento distinto del habitual sobre la historia de la prosa de ficción francesa del siglo xvn. Por ello resulta estimulante para quienes deseen practicar un análisis literario riguroso en su profundidad, y amplio en su mirada multinacional.

María Soledad ARREDONDO Universidad Complutense

Miguel MARAÑÓN RIPOLL, El «Discurso de todos los diablos» de Quevedo. Estudio y edición. Madrid, Fundación Universitaria Española, 2005. 4 5 7 p.

(ISBN: 84-7329-584-X; Tesis doctorales Cum Laude, serie «Literatura», 30.)

A pesar de esfuerzos tan considerables como los de la Biblioteca de Autores Españoles, Clásicos Castellanos, Clásicos Castalia o Letras Hispánicas, no hace mucho a los hispanistas podían sacarnos los colores y herir nuestro orgullo al comentarnos en cuan lamentable estado se hallaban muchos de los textos en que leíamos a nuestros clásicos. Hemos de felicitarnos porque esa situación, de unos años a esta parte, podemos decir —España defendida— que está cambiando. Numerosos proyectos colectivos o individuales, públicos o privados, grupos de investigación financiados, centros como el CECE y entidades como la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, o iniciativas apoyadas desde ámbitos editoriales como la Biblioteca Clásica (que se sumaba con mayor ambición a las añejas colecciones) han aportado su esfuerzo y han venido a poner remedio. Y así se está editando con rigor filológico y resultados más que fiables una multitud de obras de nuestro Siglo de Oro: desde las comedias de Lope de Vega, Mira de Amescua, Francisco de Rojas, Agustín Moreto o Tirso hasta los autos de Calderón; desde la prosa de Quevedo hasta la de Gracián, pasando por los libros de caballerías, cancioneros, emblemas, pliegos sueltos, etc. Tanto los proyectos y grupos de investigación que afrontan varios corpora completos de diferentes autores o géneros, como quienes se ocupan de obras individuales se han beneficiado además de la reflexión que en torno a la edición de textos se ha llevado a cabo en diferentes congresos, seminarios o volúmenes, o los indiscutibles avances de la crítica textual y la bibliografía material. Resumiendo, podríamos decir, en un balance realista y por una vez también optimista, que en general se está editando más y mejor, afrontando lagunas y necesidades de modo sistemático, y que vamos a poder leer la obra de muchos de nuestros clásicos en buenos textos. Entre las iniciativas individuales hay que celebrar la que aquí se presenta, en su origen una tesis doctoral nacida en el mundo de la academia.

Lo que acabo de decir puede ayudar a entender cómo en el lapso de una quincena de años han aparecido tres buenas ediciones de un texto que, a pesar de la importancia de su autor, hasta 1990 pasaba casi desapercibido y sólo podíamos leer con facilidad en la edición de Clásicos Castellanos debida a José María Salaverría, de 1924; éste copió el texto editado en 1852 por Aureliano Fernández Guerra para la BAE, quien a su vez había elegido como texto base una edición expurgada del Discurso de todos los diablos: El entremetido y la dueña y el soplón. En dicha

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versión había desaparecido —parecía celebrar Fernández Guerra— «cuanto podía ofender a oídos piadosos y causar desabrimiento a proceres y ministros, eliminándose además los lugares de la Sagrada Escritura, que si hacían al ánimo y objeto del filósofo, no tenían entrada en el argumento festivo del discurso» (p. 359) . Y añadía pacatamente Fernández Guerra: «Cuando con tanta escrupulosidad se expurgaba así el texto, la censura no puso reparo ninguno a frases y pensamientos que sacan los colores al rostro» (ibidem). Tal vez por estas virtudes adoptó «por texto el autorizado de los Juguetes de la niñez», aceptando como ciertas y sinceras las palabras que en 1631 escribía Quevedo para justificar la nueva versión; unas palabras, no lo olvidemos, claramente forzadas por la censura. Ofrecía al menos al pie las «supresiones y variantes». Las ediciones de Astrana Marín y de Felicidad Buendía para la Editorial Aguilar (1932 y 1966 respectivamente) vinieron a poner parcialmente remedio a la situación, pues recuperaron el texto del Discurso de todos los diablos, aunque ni mucho menos se preocuparon de reproducir ni localizar la edición princeps o la más temprana. La edición debida Jürgen Wahl (su tesis, de 1972) , la mejor hasta su momento, no fue bien difundida (Bochum, Rühruniversitát, 1975) y, aunque toma como texto base Entremetido y no identifica como ediciones las cuatro de Gerona (con la consiguiente pérdida de variantes), al menos recupera en texto y aparato crítico lecciones del Discurso.

Tan penosamente circulaba hasta hace bien poco este texto de uno de nuestros grandes clásicos, Francisco de Quevedo; en verdad, bien hacían nuestros colegas en sacarnos los colores al rostro: así hemos reaccionado. En 1990 se publica la edición de C. C. García Valdés, basada por fin en una edición gerundense de 1628 del Discurso (en la antología Quevedo esencial, Madrid, Taurus, 1990, pp. 259-306): edición rigurosa pero limitada por las características de la colección en que aparece, que al menos tiene la virtud de la buena difusión). En 1998 todavía lamentaba Mercedes Blanco que el Discurso de todos los diablos gozara de «menor fortuna crítica y editorial» que el resto de sus sátiras menipeas1. Ya en nuestro siglo xxi salen por fin a la luz dos ediciones definitivas. En primer lugar, la edición debida a Alfonso Rey, en 2 0 0 3 (Madrid, Castalia), en el ámbito de su ambicioso proyecto, que poco a poco se va haciendo realidad, de edición de las Obras completas en prosa, con un rigor científico avalado por el director y los colaboradores y una garantía de difusión, merced al sello editorial, que ponen a Quevedo en el lugar que le corresponde. Con todo, es esta última edición del Discurso que aquí presentamos, de Miguel Marañón Ripoll, la más completa de todas sin duda, pues, además de un texto pulquérrimo con aparato crítico al pie, nos ofrece un estudio introductorio de 172 páginas y, tras el texto con sus variantes, 150 páginas de notas en tipo pequeño, además de la bibliografía descriptiva analítica de los testimonios en catálogo y, en último término, unas cincuenta páginas con la bibliografía primaria y secundaria utilizada a lo largo de todo el trabajo, lo que da una idea de su cuidada y escrupulosa documentación.

Tras la introducción general en la que Marañón traza un estado de la cuestión sobre el Discurso de todos los diablos con especial atención a su relación con los Sueños y discursos y con La hora de todos, aborda inmediatamente en el apartado de «Historia textual» la cuestión de la fecha de composición, que postula, conforme a la tradición, en 1627, recordando su escasísima circulación manuscrita (sólo algunos fragmentos sueltos se transmiten en Migajas sentenciosas, frente a la amplia circulación de los diferentes Sueños). Los posibles contactos editoriales que pudo establecer Quevedo en su viaje de 1626 acompañando al rey por los distintos reinos explicarían la rápida publicación de la obra en Gerona. Las pesquisas bibliográficas de Miguel Marañón se han mostrado más que productivas, permitiéndole localizar nuevos ejemplares y distinguir nuevas ediciones y emisiones (el ejemplar de la Universidad de Utrecht por él

1 Mercedes Blanco, «Del infierno al Parnaso. Escepticismo y sátira política en Quevedo y Trajano Boccalini», La Perinola, 2, 1998, pp. 155-194 ; la cita en p. 159.

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descubierto comporta una nueva edición). Marañón describe los diferentes estadios textuales que conoció la obra (1: Discurso de todos los diablos; 2: El peor escondrijo de la muerte, 3: El entremetido y la dueña y el soplón). Emprende un relato apasionante cuando explica, con suma claridad, las cancellantia que se produjeron en el texto de Escondrijo; auna las lecciones de la bibliografía material con la consideración de las circunstancias históricas externas para plantearse la posible autoridad de los nuevos pasajes. Sin duda, las páginas dedicadas a los sucesos del convento de San Plácido, con monjas endemoniadas y unión non sancta del protonotario de Aragón con la abadesa para explicar la oportunidad política de publicar o no ciertos pasajes serán del gusto de quien se acerque a esta obra de Quevedo. El estudio textual se va jalonando pues con hallazgos propios y con la honesta y generosa cita y confirmación de hipótesis e intuiciones ajenas. Demuestra, por otro lado, en su consideración sobre ediciones fantasma o perdidas, un criterio independiente, ponderado y prudente, que le hace respetar como posibles (mientras no se encuentren pruebas in contrario) incluso algunas de las noticias aportadas por el denostado Astrana Marín; es lección bien aprendida tras la localización en 2001 por Alfonso Rey de una de esas pretendidas «fantasmas». Tal vez lo que menos nos convence en esta edición de Marañón —y le reconocemos que es la postura defendida por los más prestigiosos editores e investigadores quevedescos— es su decisión de obviar el tercer estadio que conocía la obra, El entremetido y la dueña y el soplón. Aun asumiendo la validez de las razones para la edición separada como versiones distintas que aducen Arellano para los Sueños I Juguetes, y Alfonso Rey y Miguel Marañón para el Discurso de todos los Diablos I El entremetido, la dueña y el soplón (también recogido éste en Juguetes), nos planteamos si, con las posibilidades que ofrecen hoy en día los recursos informáticos, no hubiera sido deseable presentar las dos versiones en una edición sinóptica; o si, en la edición que nos ocupa, no podría haberse añadido en apéndice el texto íntegro de Entremetido con sus variantes en el tipo pequeño que se presentan las notas, y no desgajando y dejando para «otro lugar» un trabajo que ya estaba hecho2; o por último, si aun renunciando a todo lo anterior, no hubiera sido mejor solución, cuando menos, que el editor explicara en esta «Historia del texto» las circunstancias que empujaron a la nueva versión, que evaluara ante el lector las intervenciones en el texto, su posibilidad de atribuirlas a Quevedo o a Mesía de Leiva así como el posible mejoramiento del texto en la corrección de algunos errores y su empeoramiento con la introducción de otros nuevos. Tal como se presenta, la apasionante «Historia del texto» que traza con solidez Marañón queda truncada cuando llegamos al último estadio del texto, no lo olvidemos, en vida del autor, la versión de Juguetes. Incongruentemente, al abrir la sección de «Las ediciones modernas» se comienza considerando la respetada edición de Fernández Guerra (de 1852) , basada en una versión del Entremetido recogida en Juguetes, como ya hemos dicho. La «Historia del texto», por lo demás impecable, acaba con la filiación de los testimonios de las dos primeras versiones de la obra {Discurso y Escondrijo) y una prudente propuesta de stemmata.

El estudio sigue con un tercer capítulo en que se aborda «El Discurso como sátira menipea». Tras la caracterización de la sátira menipea recapitulando ideas fundamentales de la crítica contemporánea, acude Marañón a las investigaciones del Hispanismo centradas en la figura de Quevedo desde esta perspectiva, y defiende la adscripción de las obras que durante un tiempo se conocieron con el marbete de «fantasías morales» a dicho género clásico, en boga en Europa desde su recuperación en tiempos del Humanismo. A través del género establece Marañón las relaciones del Discurso con los Sueños y discursos y La hora de todos, analizando semejanzas y

2 Originalmente formaba parte de su tesis y, por fortuna, aunque en otro lugar, ha sido ya efectivamente publicado; lo podrá consultar el estudioso en Miguel Marañón Ripoll, «£/ entremetido y la dueña y el soplón de Quevedo. Texto, notas e introducción», Cuadernos para Investigación de la Literatura Hispánica, 31, 2006, pp. 15-131.

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diferencias, evolución, presencia y papel del narrador y de la voz satírica, etc. Identifica los rasgos señalados por los estudiosos del género clásico de la sátira menipea en la obra de Quevedo, como el escenario infernal, la mezcla jocoseria (spoudaiogéloion), el espíritu cínico, la huella lucianesca. Observa Marañón cómo en el Discurso de todos los diablos se mezclan tópicos y tipos satíricos tradicionales igual que en los Sueños o, como ocurría en el Sueño de la Muerte, la sátira del lenguaje adocenado (a través de la presentación de frases hechas encarnadas en prosopopeyas) con el discurso político. En su estudio del discurso político (plenamente aceptable pese a su gravedad en la sátira menipea en virtud del spoudaiogéloion), demuestra su entendimiento profundo de la obra de Quevedo. No siempre es fácil establecer la postura de Quevedo frente a los temas candentes de filosofía política que va abordando, como los límites del poder del monarca absoluto y la tiranía, el tiranicidio, el equilibrio de poder entre el monarca y el valido, consejeros y letrados, la razón de Estado, etc. Marañón mantiene, a pesar de todo, que es posible «un cuidadoso desenmascaramiento de las voces que Quevedo pone en juego, el desciframiento de la posición de la voz satírica y su identificabilidad con el autor», aunque sea, reconoce, «siempre mediante el auxilio de otros textos no de carácter satírico» (p. 103) , y en esa labor se empeña. Gracias al estudio de Marañón podremos calibrar la importancia de este texto en la producción de corte histérico-político del autor, algo que se venía diciendo muy oportunamente desde Aureliano Fernández Guerra pero que había caído en el olvido, pues incomprensiblemente el Discurso de todos los diablos había quedado marginado en las monografías dedicadas a la obra de Quevedo desde esa perspectiva. Tras la iluminadora incursión de Miguel Marañón ese olvido no puede ni debe perpetuarse.

En fin, el colofón a su estudio llega con un capítulo dedicado al análisis estilístico del Discurso, con examen de las figuras retóricas y consideraciones sobre la mezcla de registros (sermo humilis y sublimis) dependiendo de los pasajes satíricos o políticos y morales. En el Discurso, mantiene Marañón, se encuentran muestras de la madurez literaria del autor y buena prueba de ello es el uso constante de la agudeza y el concepto. En el Discurso de todos los diablos, concluye Marañón, se produce «la conjugación de la moral y la estética: el arte de Quevedo es verbal, ciertamente, como dijo Borges; pero se descubre al servicio de los postulados programáticos de un productor de sátiras. El lenguaje es en efecto un hilo conductor en muchas formulaciones ideológicas que traslucen en la sátira» (p. 160) . La afirmación, que referida a cualquier otro autor podría parecer banal y puramente retórica, nos parece atinada (lógica conclusión después de los aspectos abordados) y, más que oportuna, estrictamente necesaria en el contexto de la investigación quevediana, que en algunos momentos ha dibujado a un creador satírico y agudo obnubilado por el fuego de artificio del verbo y prácticamente sometido a su dominio.

El quinto apartado es ya, de hecho, una presentación de su texto con los criterios de edición. Respecto a éstos, que siguen la tendencia de modernización prudente impuesta con la oportuna reflexión en el ámbito del Siglo de Oro hispánico, poco hay que comentar. Sí sorprende que, tras decidir modernizar el uso de blv bergantes —> bergantes), se mantenga -mb- (embidia —> embidia), sobre todo cuando «merced a la normalización de b y v, se corrige -nv-» (ganvetas —> gambetas). El aparato, muy exhaustivo, recoge incluso «erratas e incorrecciones tipográficas» (p. 169) . Si a ello añadimos que algunas de las variantes que se recogen no son propiamente tales, o no son textuales o redaccionales, sino puramente lingüísticas («delicto] delito» o viceversa, por poner un ejemplo), nos preguntamos si no hubiera sido mejor opción recoger todas esas variantes de interés menor en apéndices (interés menor para la constitutio textus, pero indudable para su historia y para la filiación; en ningún caso debe renunciarse a tan loable y útil esfuerzo) y dar cabida en el aparato al pie, en cambio, a las variantes de la versión Entremetido o, si esto resulta realmente imposible, dejar constancia al menos de divergencias con editores modernos del Discurso y si no de todos, al menos de los que se considere más significativos. La inoportunidad

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de la eliminación de Entremetido se vuelve a manifestar cuando al editor no le queda más remedio que ir reconociendo en el aparato algunas enmiendas «con la ayuda del texto de Entremetido». El testimonio, pues, ha sido considerado para la constitutio textus, como no podía ser de otra manera, y gracias a él ha podido mejorarse, como Miguel Marañón por fortuna ha hecho.

El texto es lo suficientemente complejo como para necesitar una cuidadísima puntuación y una abundante anotación con aclaraciones de todo tipo: léxicas, retóricas y literarias, culturales e históricas. A continuación compararemos cómo resuelven un par de pasajes las dos excelentes y recientes ediciones el Discurso. El primero se halla en el «delantal» o prólogo:

Si vuestra merced fuese murmurador sería otro tanto oro, que a puras contradiciones y advertencias me daría a conocer; y no ha de haber Zoilo, ni envidia, ni mordaz, ni maldiciente, que son el Sodoma y Gomorra, Datan y Abirón de la paulina de los autores. Y si fuere título quien leyere estos renglones, tragúese la merced y haga cuenta que topó con un señor de lugares por madurar o con un hermano segundo que no pide prestado, que suelen rapar a navaja las señorías, (ed. Alfonso Rey, p. 489)

Si vuestra merced fuese murmurador sería otro tanto oro, que a puras contradiciones y advertencias me daría a conocer; y no ha de haber zoilo, ni embidia, ni mordaz, ni maldiciente; que son el Sodoma y Gomorra, Datan y Abirón de la paulina de los autores: y si fuere título quien leyere estos renglones, tragúese la «merced» y haga cuenta que topó con un señor de lugares por madurar o con un hermano segundo que no pide prestado; que suelen rapar a navaja las señorías, (ed. Miguel Marañón, p. 174)

En cuanto a la puntuación, echamos en falta en ambas ediciones una coma tras «murmurador» para separar la apódosis de la prótasis antepuesta (así puntuaban Fernández Guerra, p. 360; Salaverría, p. 189; Astrana, p. 202b; Buendía, p. 198a; Wahl, p. 26; García Valdés, p. 261) . El fragmento aparece más sincopado en el texto de Marañón, y tal vez el punto y coma tras «maldiciente» y «prestado» nos resulten excesivos, aunque también nos lo parece incluso el que sigue a «conocer», en el que coincide con A. Rey (Fernández Guerra, Salaverría, Astrana, Buendía, Wahl y García Valdés se limitaban a una coma). Nos parece más acertado el punto después de «autores», tal como hacía Rey (y el resto de editores ya citados excepto Wahl, que puntuaba aquí como Marañón), pues no apreciamos una relación lógica entre ambas oraciones que invite a los dos puntos y además disponemos ya de la conjunción como conector del discurso.

En cuanto a la anotación y elucidación del texto, Marañón aclara el sentido de «otro tanto oro» con una cita del Diccionario de Autoridades, mientras que Rey pasa por alto la nota, que nos parece conveniente. Al mismo diccionario acude Marañón para aclarar zoilo («se aplica hoy al crítico presumido y maligno censurador») en una nota más eficaz que la que ofrece Alfonso Rey («gramático de Alejandría, detractor de Platón y, sobre todo, de Homero, motivo por el cual se le llamó Homeromaxtix, 'castigador de Homero'»), erudita pero menos funcional para aclarar el sentido de la voz en el texto, que es lo que logra la de Marañón; el DRAE trae la forma en minúscula, tal como transcribe Marañón. Tanto Marañón como Rey aclaran Sodoma y Gomorra, así como Datan y Abirón, pero aparte de la localización de pasajes bíblicos que ambos editores ofrecen, sólo al leer la información que aporta Marañón podrá entender el lector por qué son traídos a colación en este contexto: «Se alude a estos últimos [Datan y Abirón] a menudo en documentos jurídicos bajomedievales, como en una fórmula de excomunión [...]. Ambas alusiones bíblicas [Sodoma y Gomorra y Datan y Abirón] refieren, pues, a la perdición espiritual y claramente a las consecuencias negativas de la heterodoxia; están relacionadas a menudo en las paulinas ("La carta o edicto de excomunión...")» (ed. Marañón, p. 254 , n. 22) . Propone, en fin, comparar más que oportunamente con un lugar paralelo de La lozana andaluza: «Véngale luego a deshora la tan grande maldición de Sodoma y Gomorra y de Datam y Abirón, véngale tal confusión en su dicho cuerpo...». Con toda la información que ha aportado Marañón el lector

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está en condiciones de reconstruir el sentido, aunque él también lo hace dejándose convencer por la interpretación de A. Rey, al que cita generosamente. Así aclaraba el lugar Alfonso Rey: «la paulina es la carta de excomunión que, metafóricamente, envían los maldicientes y envidiosos del libro. Acarrea la quema de éste (Sodoma y Gomorra) y su desaparición [Datan y Abirón)» (ibid., n.). Me planteo si no cabría otra interpretación, esto es, que paulina de los autores se refiriera a los 'prólogos de los libros', que firman los autores y 'en los que son tópicas, como en las paulinas las referencias a Sodoma y Gomorra y Datan y Abirón, las alusiones a la envidia, o al lector mordaz o maldiciente, de los que podrá prescindir si ya el dedicatario, vuestra merced, es murmurador'.

En cuanto a señor de lugares por madurar me parece más adecuada la interpretación de Marañón que la de A. Rey, según la cual por madurar modifica a lugares (recuérdese que lugar puede tener diversos grados de importancia: 'aldea, villa o ciudad': 'señor de lugares aún por crecer') y no a. señor ('sin haber alcanzado aún el título de señor de un lugar' anota Rey), aparte de ser más completa la anotación del primero al aludir a las circunstancias biográficas de Quevedo (Señor y segundón). En la interpretación de rapar a navaja las señorías convence la explicación de A. Rey (tal vez cambiando 'usurpar', equivalencia que da para rapar, por 'quitar, regatear, escamotear', pues las connotaciones de la usurpación social son distintas del simple escamoteo del título honorífico debido, que es lo que aquí encontramos y se retrata desde el Lazarillo, como bien anota Marañón). Aunque Marañón no logra aquí dar con el sentido reconociendo que «esta última parte del prólogo parece muy oscura», aporta un lugar paralelo del propio Quevedo clave para entender el pasaje: «El lunes dicen sale pragmática de las cortesías, rapando a navaja las señorías a todos los consejeros» (del Epistolario, CLXII, p. 382; entiéndase, claro, que 'se privará del tratamiento de señoría a todos los consejeros'). Aquí podemos añadir otro lugar quevedesco encontrado con el auxilio del CORDE (www.rae.es): el romance que «Describe operaciones del Tiempo» y que comienza «Lindo gusto tiene el Tiempo...» (PO, n° 757). El Tiempo se cansó «de ver en Roma / su grandeza y su arrogancia; / y cuantas provincias tuvo, / tantas le rapó a navaja» (vv. 57-60) . Otro testimonio, ya del siglo xvm, pero muy ilustrativo y próximo al del Discurso se encuentra en el Teatro crítico Universal, donde Feijóo relata cómo sus enemigos, a medida que escriben, le van desposeyendo de sus títulos e incluso de su apellido (Reverendísimo, Padre, Maestro, Feijóo) para quedarse al final con un escueto «fray Benito»: «yo, miserable de mí, por haber padecido la desgracia de caer en manos de unos Tertulios despiadados, sobre la pérdida de la Reverendísima, y el Magisterio, que me rayeron a navaja, como al otro [Juan Pérez] el Montalbán, y el Doctorado; ya me veo unas veces con nombre sin apellido, otras con apellido sin nombre, y otras sin uno ni otro, y soy solamente el Padre, que allá se va con un quidam» (apud CORDE).

Comentemos un segundo pasaje, clave en la obra, de difícil puntuación:

¿Puede todo el infierno dar mayor cuartana al poder ni más asquerosa mortificación a la grandeza del mundo que, rascándose, uno de estos bribones —con una cara emboscada en su barba y unos ojos reculados hacia el cogote—, con habla mal mantenida diga: «quien mira por sí es tirano, quien mira por los otros es rey»? Pues, ladrón, si el rey mira por los otros y no por sí, ¿quién ha de mirar por él? No, sino aborrecerémonos como a nuestros enemigos, tendremos odio con nosotros, y nuestra enemistad no pasará de nuestra persona y la guerra nos tendrá por límite. ¡Perros!, decid la verdad y escribid de día y de noche. No escribáis lo que había de ser —que esa es dotrina del deseo—, no lo que debía ser —que esa es lición de la prudencia—, sino lo que puede ser y es posible. Respondedme: ¿podrá uno ser monarca y tenerlo todo sin quitárselo a muchos? (ed. Alfonso Rey, pp. 539-540)

¿Puede todo el infierno dar mayor cuartana al poder, ni más asquerosa mortificación a la grandeza del mundo? ¡Que, rascándose, uno de estos bribones, con una cara emboscada en su barba y unos ojos reculados hacia el cogote, con habla mal mantenida, diga: «quien mira por sí es tirano, quien mira por los

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otros es rey»! ¡Pues, ladrón! Si el rey mira por los otros, y no por sí, ¿quién ha de mirar por él? No, sino aborrecerémonos como a nuestros enemigos; tendremos odio con nosotros y nuestra enemistad no pasará de nuestra persona, y la guerra nos tendrá por límite. ¡Perros: decid la verdad y escribid de día y de noche! No escribáis lo que había de ser —que esa es doctrina del deseo—; no lo que debía ser —que esa es lición de la prudencia—; sino lo que puede ser. ¿Y es posible —respondedme—: podrá uno ser monarca y tenerlo todo sin quitárselo a muchos? (ed. Miguel Marañón, pp. 214-215)

Empecemos por advertir al lector que las dos lecturas del inicio son posibles, pues se viene hablando de la tortura que implica para los monarcas soportar en el infierno a los filósofos con sus doctrinas políticas. Mientras que en la ed. de Marañón la pregunta vendría a ser retórica y conclusiva después de las quejas, en la de Rey la interrogativa se prolonga abarcando también lo que se convierte en la ed. de Marañón en una oración exclamativa ponderativa o enfática («¡Que, rascándose...») con la que el orador, Juliano, subraya su incredulidad y lo insoportable que le parece la situación. Aunque apreciamos el fraseo más suelto en la edición de Alfonso Rey (más cercana a la tradición editorial, que puntuaba: «mundo, que rascándose...»), tal vez el escándalo de Juliano quede mejor reflejado en la de Marañón. En la puntuación de éste, por otro lado, la posible confusión por parte del lector con una comparativa que no haría sentido («más asquerosa... que») queda conjurada. Lo mismo ocurre con el fragmento que comienza a continuación. Recordemos que el narrador nos explica que la comitiva inspectora del infierno encabezada por Lucifer oye una «tabaola»: «todo era voces y gritos» entre los tiranos y los filósofos. Si a ello añadimos el insulto que implica «ladrón», no parece nada desacertada la elección del signo de admiración que incorpora Marañón frente al tono más monocorde de la frase en la edición de Rey. Eso sí, en la de Marañón parece no haber quedado bien resuelta la continuidad sintáctica, que se podría resolver de la siguiente manera: «Pues, ¡ladrón!, si el rey mira por los otros...». Otra posibilidad, menos canónica pero que también podríamos contemplar al tratarse de textos literarios y fragmentos oratorios cuyos matices de entonación deberíamos poder reflejar, sería la siguiente: «¡Pues, ladrón, si el rey mira por los otros y no por sí, ¿quién ha de mirar por él?!»; tal vez una sobriedad mal entendida nos retiene antes de ofrecer estas arriesgadas soluciones en la combinación del uso de los signos de puntuación. En la siguiente oración encontramos el lugar crítico peor resuelto del pasaje, a nuestro modo de ver, en ambas ediciones. El fragmento presenta obviamente dificultades y es tarea del editor intentar salvarlas. No parece que «sino aborrecerémonos» haga sentido (la anotación de Rey parece totalmente descaminada «debe sobrentenderse 'no miraremos por nosotros, sino que nos aborreceremos'», p. 540, n. 371 , como si fuera verosímil una decisión deliberada de los tiranos de aborrecerse a sí mismos; si lo interpreta en sentido irónico, no lo anota, pero tampoco parece posible ese sentido en el contexto sintáctico). Marañón, creo, da con el sentido, pero no con la puntuación y sintaxis, que ofrece como Rey y como Fernández Guerra (p. 373b), Salaverría (p. 234) , Astrana (p. 217a) , Buendía (p. 215b), Wahl (pp. 65-66) , García Valdés (p. 290) . Se me ocurre que tal vez haya que editar: «¡No!, si no, aborrecerémonos como a nuestros enemigos», con el sentido de 'No debemos aceptar la máxima de Aristóteles, pues si lo hiciéramos (si no no), nos aborreceríamos a nosotros mismos'. La última divergencia notable entre los dos editores surge con «y es posible», que parece no tener buena solución. En la edición de Alfonso Rey queda como una reiteración «lo que puede ser y es posible», que intenta justificar en nota como distintas opciones de las doctrinas políticas vigentes en la época: el poder ser y el ser posible (p. 540, n. 373) . Marañón, sin embargo, perfecto conocedor también del contexto histórico político (como demuestra en el prólogo y en la nota que asimismo él abre), percibe «puede ser y es posible» como una inexplicable e inaceptable reiteración, y por ello puntúa como lo hace. Pero no puede evitar otra reiteración o incongruencia: «¿Y es posible—respondedme—: podrá uno ser monarca y tenerlo todo sin quitárselo a muchos?». Interpretamos que Marañón (más cercano a la solución ofrecida por Fernández Guerra, Salaverría, Astrana, Buendía y García Valdés: «¿Y es posible, respondedme, podrá uno ser

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monarca y tenerlo todo sin quitárselo a muchos?»; y sobre todo a la de Wahl: «¿Y es posible, respondedme: podrá», etc., p. 66) quiere reflejar un anacoluto: la frase inicial es interrumpida por el requerimiento del orador (respondedme) y vuelve a iniciar otra oración que sí acaba. Así pues, el primer intento queda en anacoluto. Tal vez hubiera sido mejor solución reflejar el anacoluto con unos puntos suspensivos e incluir una exclamación dentro de la interrogación: «¿Y es posible..., ¡respondedme!, podrá uno ser monarca y tenerlo todo sin quitárselo a muchos?», o también, más canónicamente, «¿Y es posible...? ¡Respodedme! ¿Podrá uno ser monarca y tenerlo todo sin quitárselo a muchos?». En fin el lugar es complejo y las posibles soluciones presentan también, como se ve, sus desventajas. Lo que evidentemente no se les puede reprochar a ninguno de los dos editores es falta de interés o atención, pues en este y en otros muchos lugares demuestran haber reflexionado sobre los textos que editan.

En este último fragmento que hemos visto observamos otra cuestión de puntuación y que afecta al texto entero: el uso de la raya para señalar incisos. Dado que la obra es narrativa y contiene fragmentos en estilo directo tal vez debería haberse reservado la raya para señalar, en los parlamentos, las intervenciones del narrador pues, si no, podemos encontrarnos con incongruencias funcionales como la que ocurre en el discurso de Julio César: «Yo soy —le respondió— el gran Julio César [...] no aborrecieron —estos infames— el imperio...» (p. 178) . Quienes estamos habituados a manejarnos con testimonios del xvn tal vez recurrimos poco al uso de los paréntesis por parecemos anacrónico, pero visto que estamos modernizando, tal vez fuera mejor acudir a él (o si no a las comas) que provocar las incoherencias señaladas. Podríamos proponer unas pocas enmiendas u observaciones más («tal fuiste tirano que» —> «tal fuiste, tirano, que», p. 180; «qué ya hombre» —> «qué, ya hombre», p. 185; «hipócrita de miembros», p. 289 , n. 175, parece referirse a 'quien usa postizos'), pero no tiene mucho sentido en un trabajo que, si por algo destaca, es por su excelencia, y no quiero acabar como ese gramaticón que aparecía en El diablo Cojuelo, encerrado en la casa de los locos buscándole a un verbo griego el gerundio, que era tarea tan ardua como buscarle defectos a esta edición.

Mucho más fácil resulta aportar ejemplos, en cambio, del buen criterio en las decisiones editoriales y de la óptima anotación, en la que Miguel Marañón ha reunido un verdadero tesoro de erudición orientado siempre a entender el texto y su contexto. Así, su documentación lingüística le permite recuperar o conservar lecturas más que plausibles o bien realizar las enmiendas necesarias razonándolo siempre en nota («descornase su decencia», p. 193 , n. 270; «dónde tenía el azogue del favor», p. 201 , n. 348; «No había desengarrafarle», p. 224 , n. 578) . Aparte de las cuestiones puramente textuales, en sus notas nos aclara todo tipo de referencias a la historia clásica y la teoría política y lo mismo nos puede remitir a las fuentes y obras clásicas (Aristóteles, Plutarco, Suetonio), que a tratadistas contemporáneos como Justo Lipsio o Mártir Rizo (al anotar el concepto de tiranía, por ejemplo, p. 270 , n. 82) , o a otras obras políticas o poéticas del propio autor (muy oportuna, por ejemplo, la remisión a PO, n° 538 al tratar de Domiciano, en p. 364, n. 536, aparte de los constantes paralelos señalados en Política de Dios o Marco Bruto). Anota los tópicos satíricos (aportando lugares de otros autores y del mismo Quevedo), correspondencias con modelos satírico menipeos clásicos (especialmente Luciano) y contemporáneos (por ejemplo, con los Raguaggli di Parnaso de Boccalini), incluso fortuna posterior (imitación por otros autores de pasajes del Discurso, por ejemplo en p. 282 , n. 145) . Glosa las dificultades que presenta el texto y nos desentraña los complejos juegos de asociaciones sobre los cuales Quevedo construía y prolongaba sus metáforas continuadas y alegorías, sus ingeniosas agudezas (véase, por ejemplo, la nota 604 en p. 376) . La filosofía de anotación de Miguel Marañón, que apuesta por la exhaustividad y no se siente constreñido por la tiranía del papel y la colección editorial con vistas comerciales, tiene claras ventajas y algún inconveniente. El inconveniente está en cansar al lector con notas básicas sobre Cristóbal Colón, Señor o Besóos las manos que, se quiera o no, algo entretienen, pues hasta que no se han leído no se sabe que podía

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prescindirse de hacerlo, aunque tampoco estas notas son tantas. Sin embargo, las ventajas también son claras, como decíamos. Así, por ejemplo, puede permitirse incluso la reproducción de ilustraciones (al anotar los valores sexuales de cáncer y escorpión, p. 295 , n. 103, reproduce un grabado del Lunario de Jerónimo Cortés con la correspondencia de las partes del cuerpo y los signos zodiacales, ilustración muy aclaratoria para el cabal entendimiento del pasaje) o de emblemas (pp. 314 -315 , n. 286) . Al final su cuerpo de notas, leído con atención, comporta también un estudio, dividido en 694 teselas, tan importante como el que precedía al texto.

La que hasta ahora, en palabras del editor, había corrido la suerte de «la "hermana fea" de las obras satíricas de Quevedo», se nos descubre hoy como una de sus más bellas y atractivas sátiras menipeas al poder leerla sin excrecencias ni afeites, todas esas deturpaciones textuales que la afeaban, y con sus mejores galas, arropada no sólo por una excelente anotación, sino también al abrigo de un estupendo y rejuvenecedor estudio introductorio. Es de justicia avisar a los quevedonavegantes: quien pretenda aproximarse al Discurso de todos los diablos de un modo crítico no podrá prescindir de esta edición de Miguel Marañón. Es su mérito. Asimismo, quien se interese por la obra del Quevedo historiador o pensador político, o creador de sátiras menipeas, o maestro de la agudeza verbal, deberá tener muy presente el Discurso de todos los diablos. Eso es mérito de Quevedo. Pero si ahora lo sabemos es también gracias al esfuerzo de Miguel Marañón, cuyo iluminador prólogo (y notas) tampoco podrá dejar de tener en cuenta quien estudie a Quevedo desde esos ángulos. Nos hallamos, pues, ante una obra fundamental en el corpus de Quevedo, el Discurso de todos los diablos, y ante una obra esencial en el ámbito de la investigación quevediana, esta edición que firma Miguel Marañón.

Ramón VALDÉS (Universidat Autónoma de Barcelona

Simáo MACHADO, Comedia da pastora Alfea ou/o Los encantos de AJfea. Edición de José Javier Rodríguez Rodríguez. Bilbao, Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, 2003 . 391 p.

(ISBN: 84-8373-535-0; Filología y Lingüística, 8). Auto do Duque de Florenca, Edición de José Javier Rodríguez Rodríguez. Bilbao, Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitata, 2 0 0 5 . 1 3 3 p.

(ISBN: 84-8373-754-X; Filología y Lingüística, 10).

De entrada queremos agradecer a la Universidad del País Vasco el haber publicado dos obras del patrimonio teatral lusitano pero que también cobran una importante dimensión ibérica, por lo menos en cuanto a la utilización del castellano en mayor o menor medida. Dos obras que, en palabras del autor «no solamente muestran la intensidad de las relaciones literarias y culturales entre Portugal y España en la Edad Moderna, sino que, de forma más específica, nos ponen en contacto con uno de sus productos más sugestivos y menos estudiados: el drama bilingüe...». Y también queremos agradecer el hecho de que se editen con el alto nivel científico que es el de José Javier Rodríguez Rodríguez (JJRR).

La primera de las dos obras comentadas aquí es de Simao Machado, cuya vida se desconoce casi por completo. Lo único que sabemos es que nació cerca de Lisboa, en la segunda mitad del siglo xvi, y profesó como franciscano en un convento de Barcelona, convirtiéndose entonces en fray Boaventura. Publicó Comedias Portuguesas (1601) , que contienen las dos partes de la Comedia da pastora Alfea y las dos de la Comedia do Cerco de Diu, primer drama histórico de tema nacional y de representación espectacular, sobre la resistencia de los portugueses asediados en la fortaleza de Diu, en las Indias. El profesor Claude-Henri Fréches reeditó dicho volumen en el