EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don...

16
DÍA EL DON DE LA FRATERNIDAD GRACIA SIEMPRE OFRECIDA

Transcript of EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don...

Page 1: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

0

DÍA 1°

EL DON DE LA FRATERNIDAD

GRACIA SIEMPRE OFRECIDA

Page 2: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

1

ILUMINACIÓN

Documento

UN CORAZÓN, UN ALMA, UN ESPÍRITU VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta.

Narcea, S.A. De Ediciones, Madrid. Pág. 13-36.

En estos tiempos en que las ciudades

son tan despersonalizadas y despersonalizantes

muchos buscan la comunidad, sobre todo cuan-

do se sienten solos, fatigados, débiles y tristes.

Para otros estar solo es insoportable, es un gus-

to anticipado de la muerte. La comunidad apa-

rece entonces como maravilloso lugar de acogi-

da y participación.

Pero bajo

otro ángulo, la co-

munidad es un lugar

terrible. Es el lugar

donde se revelan

nuestras limitaciones

y egoísmos. Cuando

empiezo a vivir todo

el día con otras per-

sonas, descubro mi

pobreza y debilidad,

mi incapacidad para

entenderme con al-

gunos, mis bloqueos,

mi afectividad o mi sexualidad perturbada, mis

deseos que parecen insaciables, mis frustracio-

nes, mis celos, mis odios y mis deseos de des-

trucción. Mientras estaba solo, podía creer que

quería a todo el mundo; ahora con otros, consta-

to lo incapaz que soy de amar y rehúso la vida

con otros. Si soy incapaz de amar, ¿qué queda

de bueno en mí? Sólo hay tinieblas, desespe-

ranza y angustia. El amor es una ilusión. Estoy

condenado a la soledad y a la muerte.

La vida en común es la revelación peno-

sa de los límites, debilidades y tinieblas de mi

ser es la revelación, a menudo inesperada de los

monstruos escondidos en mí. Esta revelación es

difícil de asumir. Enseguida se trata de alejar

esos monstruos, o volverlos a esconder o negar

su existencia o se huye de la vida comunitaria y

de la relación con otros, o se les acusa a ellos y

a los monstruos que hay en ellos.

Pero si se acepta que estos monstruos

están ahí, se les puede dejar salir y aprender a

domarles. Es el crecimiento hacia la liberación.

Si somos acogidos con nuestras limita-

ciones y con nuestras capacidades también, la

comunidad poco a poco se convertirá en un

lugar de liberación; descubriendo que somos

aceptados y amados por los demás, nos acepta-

mos y amamos mejor el lugar donde se puede

ser uno mismo sin miedo ni violencia. Así la

vida comunitaria profundiza en la confianza

mutua entre todos los miembros.

Entonces ese lugar terrible se convertirá

en lugar de vida y crecimiento. No hay nada

más bello que una comunidad donde se empie-

za a amar realmente y a tenerse confianza los

unos a los otros. «Ved: qué dulzura, qué deli-

cia, convivir los hermanos unidos. Es ungüento

precioso en la cabeza... que baja por la barba

de Aarón» (Sal. 133).

Nunca he llegado a entender muy bien

esta referencia a la barba de Aarón, sin duda

porque nunca he tenido barba. Pero si el perfu-

me que se desliza por una barba produce una

sensación tan asombrosa como la vida en co-

mún, debe ser maravilloso.

La vida comunitaria es el lugar donde se

descubre la herida profunda del propio ser y

donde se aprende a asumirla. Entonces se puede

empezar a renacer. Sí, hemos nacido a partir de

esa herida.

Page 3: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

2

Sentimiento de pertenencia.

Cuando veo los pueblos africanos, cons-

tato que a través de sus ritos y tradiciones, vi-

ven profundamente la vida comunitaria. Cada

cual tiene la convicción de pertenecer a los

otros; el que es de la misma etnia o pueblo es

verdaderamente un hermano. Me viene a la

memoria monseñor Agré, obispo de Man que se

encontró a un aduanero en el aeropuerto de

Abidjan; se abrazaron como si fueran hermanos

pues eran del mismo pueblo. De cierta manera

se pertenecían el uno al otro. Los africanos no

tienen necesidad de hablar de la comunidad, la

viven intensamente.

Me han dicho que los aborígenes de

Australia no apetecen ningún bien material,

salvo los coches que les permitan ir a visitar a

sus hermanos. Para ellos, lo único importante

son los lazos de fraternidad que los alimentan.

Hay, al parecer, tal unidad entre ellos que saben

cuándo muere alguno; lo sienten en sus entra-

ñas.

René Lenoir en su libro Les exclus1, ha-

bla de los indios de Canadá. Si ante un grupo de

niños se promete un premio al primero que res-

ponda una pregunta, todos se ponen a buscar la

solución juntos y cuando están de acuerdo res-

ponden gritando todos al mismo tiempo. Para

ellos sería intolerable que ganara uno y perdiera

la mayoría; el que ganara se separaría del resto

de sus hermanos. Habría ganado el premio pero

habría perdido la solidaridad.

Nuestra civilización occidental es una

civilización competitiva. Desde el colegio el

niño aprende a «ganar»; sus padres están encan-

tados cuando es el primero. De esa manera, el

progreso material individualista y el deseo de

subir de grado en el prestigio pisotean el senti-

do de la comunión, de la compasión, de la co-

munidad. Se trata ahora de vivir más o menos

solo en casita, guardando celosamente los bie-

nes y tratando de adquirir otros, con un papel en

la puerta donde está escrito «cuidado con el

perro». Por esto, el occidente ha perdido el sen-

tido de la comunidad que pequeños grupos que

surgen aquí y allá, tratan de recuperar.

1 LENOIR, R.: Les exclus, Le seuil, Paris, 1975.

Tenemos mucho que aprender de África

y de la India, que nos recuerdan que lo esencial

de la comunidad es un sentimiento de pertenen-

cia. Hay que reconocer que el sentido de su

propia comunidad les impide mirar con amor y

objetividad a las otras comunidades. Y entonces

aparece la guerra entre tribus. A veces también

la vida comunitaria africana se basa en el mie-

do. El grupo, la tribu, dan a la vida un sentido

de solidaridad, protegen y dan seguridad pero

no son verdaderamente liberalizadores. Si el

individuo no se separa de ellos es sólo por sus

miedos y su propia herida, frente a fuerzas ad-

versas a los genios malos y a la muerte. Estos

miedos se concretizan en torno a ritos o fetiches

que tienen un poder de cohesión. Pero la verda-

dera comunidad es liberalizadora.

Me gusta ese pasaje de la Escritura: «Y

diré: Tú eres mi pueblo, y él dirá: Tú eres mi

Dios» (Os. 2, 25).

Siempre me recuerda a Jessie Jackson,

uno de los discípulos de Martín Lutero King,

diciendo a una asamblea de muchos miles de

negros: «Mi pueblo es humillado». La madre

Teresa dice: «Mi pueblo tiene hambre».

Mi pueblo, es decir, mi comunidad, la

pequeña comunidad de los que viven juntos

pero también la comunidad más grande que está

a su alrededor y por la que ella existe. Esos son

los que están inscritos en mi carne como yo

estoy inscrito en la suya. Ya estemos lejos o

cerca, mi hermano, mi hermana, permanecen

inscritos en mi interior. Los llevo y ellos me

llevan y cuando nos encontramos nos recono-

cemos. Estamos hechos los unos para los otros,

hechos de la misma tierra, miembros de un

mismo cuerpo. El término «mi pueblo», no

quiere decir que en relación con ellos yo esté en

un grado de superioridad, que yo sea su pastor y

me ocupe de ellos. Quiere decir que ellos son

para mí como yo soy para ellos. Todos somos

solidarios. Lo que les toca a ellos, a mí me toca.

El término «mi pueblo» no implica que rechace

a otros. No, «mi pueblo» es mi comunidad

constituida por los que me conocen y me llevan.

Puede y debe ser un trampolín hacia la humani-

dad entera. Pero no puedo ser un hermano uni-

versal si no amo en primer lugar a «mi pueblo»

Page 4: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

3

y a partir de él, a todos los demás.

No se va personalmente hacia la unidad

interior más que cuando se agranda y profundi-

za el sentido de pertenencia. Y no sólo de per-

tenencia a una comunidad sino al universo, a la

tierra, al aire, al agua, a todos los vivientes, a

toda la humanidad. Si la comunidad da a la per-

sona un sentimiento de pertenencia, la ayuda

también a asumir su soledad en un encuentro

personal con Dios. Por esto también está la co-

munidad abierta al universo y a todos los hom-

bres.

Tender hacia los fines de la comunidad.

Cualquier tipo de comunidad ha de tener

un proyecto. Si los miembros deciden vivir jun-

tos sin especificar sus fines ni tener claro el

porqué de su vida en común, enseguida habrá

conflictos y todo se desplomará. Las tensiones

en la comunidad provienen a menudo de que las

personas tienen expectativas muy distintas y no

las verbalizan. Pronto se descubre que lo que

querían unas es muy distinto de lo que espera-

ban otras. Imagino que igual pasa en el matri-

monio. No se trata de querer vivir juntos. Si se

quiere que esa vida dure, es necesario saber lo

que se quiere hacer juntos, lo que se quiere ser

juntos.

Esto implica que toda comunidad debe

tener un proyecto de vida que especifique cla-

ramente por qué se vive juntos y lo que se espe-

ra de cada uno. Implica también que antes de

consolidarse, una comunidad tenga un tiempo

más o menos largo para preparar esta vida en

común y clarificar sus opciones.

Bruno Bettelheim dice en Un lugar

donde renacer:2 «Estoy convencido de que la

vida en común sólo puede florecer cuando exis-

te un fin fuera de ella. No es posible más que

como consecuencia de un compromiso profun-

do hacia otra realidad más allá de la de ser una

comunidad.

Cuanto una comunidad es más auténtica

y creativa en su búsqueda de lo esencial, más se

sienten llamados sus miembros a salir de sí

2 BETTLELHEIM, B.: Un lieu où renaître, R. Laffont, Paris,

1975.

mismos tendiendo a unirse. Por el contrario

cuanto más tibia se hace en relación con su fin

inicial, más peligro hay de esterilizarse y de que

aparezcan tensiones. Los miembros no hablan

tanto de cómo responder mejor a la llamada de

Dios y los pobres, como de ellos mismos, sus

problemas, sus estructuras, su riqueza y su po-

breza, etc. Existe un lazo íntimo entre los dos

polos de la comunidad: su objetivo y la unidad

entre sus miembros.

Una comunidad

se convierte verdadera-

mente en una y resulta

radiante cuando todos

sus miembros tienen un

sentimiento de urgencia.

En el mundo hay dema-

siada gente sin esperan-

za, demasiados gritos

sin respuestas, dema-

siadas personas que

mueren en su soledad.

Cuando los miembros de una comunidad en-

tienden que no están ahí para ellos mismos ni

por su propia pequeña santificación sino para

acoger el don de Dios y para que Dios venga a

calmar la sed de los sedientos, viven plenamen-

te la comunidad. La comunidad ha de ser la luz

en un mundo de tinieblas, un manantial en la

Iglesia y para todos los hombres. No hay dere-

cho a estar tibio.

De «la comunidad para mí» a «yo para

la comunidad».

Una comunidad no se constituye como

tal hasta que la mayoría de sus miembros está

dispuesta a dar el paso de «la comunidad para

mí» a «yo para la comunidad», es decir, hasta

que el corazón de cada uno está dispuesto a

abrirse a cada miembro, sin excluir a nadie. Es

el paso del egoísmo al amor, de la muerte a la

resurrección; es la pascua, el paso del Señor y

también el paso de una tierra de esclavitud a la

tierra prometida, la de la liberación interior.

La comunidad no es cohabitación por-

que eso es un cuartel o un hotel. No es tampoco

un equipo de trabajo y menos aún un nido de

Page 5: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

4

víboras. Es el lugar en el que cada uno o más

bien la mayoría (¡hay que ser realista!), trata de

salir de las tinieblas del egocentrismo a la luz

del amor verdadero. «En vez de obrar por

egoísmo o presunción, cada cual considere hu-

mildemente que los otros son superiores y nadie

mire únicamente por lo suyo, sino también cada

uno por lo de los demás» (Flp 2, 3-4).

El amor no es ni sentimental ni una

emoción transitoria. Es una atención al otro que

poco a poco se convierte en compromiso, reco-

nocimiento de una alianza, de una pertenencia

mutua. Es escucharle, ponerse en su lugar,

comprenderle, sentirse atañido por é1. Es res-

ponder a su llamada y a sus necesidades más

profundas. Es compartir, sufrir con él, llorar

cuando llore, alegrarse cuando se alegre. Amar

es también estar alegre cuando el otro está y

triste cuando permanece ausente; es morar mu-

tuamente uno en otro, refugiándose uno en el

otro. «El amor es una fuerza unificadora» dijo

Dionisio el Aeropagita.

Si el amor es tender uno hacia el otro, es

también tender los dos hacia las mismas reali-

dades, es esperar y querer las mismas cosas; es

comulgar en la misma visión, con el mismo

ideal. Por eso es querer que el otro se realice

plenamente según los caminos de Dios y al ser-

vicio de los demás, es querer que sea fiel a su

llamada, libre para amar en todas las dimensio-

nes de su ser.

Aquí están los dos polos de la comuni-

dad: un sentimiento de pertenencia del uno al

otro y también un deseo de que el otro vaya

más lejos en su donación a Dios y a los demás,

que sea más luminoso más profundo en la ver-

dad y la paz. «El amor es paciente, es afable; el

amor no tiene envidia, no se jacta ni se engríe,

no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera

ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la

injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa

siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta

siempre». (1 Cor 13, 4-7).

Para dar este paso del egoísmo al amor,

de «la comunidad para mí» a «yo para la comu-

nidad», y la comunidad para Dios y para los

que tienen necesidad, se precisa tiempo y mu-

chas purificaciones, muertes constantes y nue-

vas resurrecciones. Para amar es necesario mo-

rir sin cesar a las ideas, susceptibilidades y co-

modidades propias. El camino del amor se teje

con sacrificios. Las raíces del egoísmo son pro-

fundas en nuestro inconsciente y a menudo

constituyen nuestras primeras reacciones de

defensa, de agresividad, de búsqueda del placer

personal.

Amar no es sólo un acto voluntario que

se acoja para controlar y rebasar la sensibilidad

(esto es un principio) sino una sensibilidad y un

corazón purificado que se dirigen espontánea-

mente hacia el otro. Estas purificaciones pro-

fundas se realizan gracias al don de Dios, una

gracia que surge de lo más profundo de noso-

tros mismos, allí donde reside el Espíritu.

«Arrancaré de vuestra carne el corazón de pie-

dra y os daré un corazón de carne. Os infundiré

mi espíritu» (Es 36,26). Jesús nos ha prometido

enviarnos al Espíritu Santo, el Paráclito, para

comunicarnos esta energía nueva, esta fuerza,

esta calidad del corazón que hacen que se pueda

acoger verdaderamente al otro -aunque sea un

enemigo- tal como es: soportar todo, creer todo,

esperar todo. Aprender a amar supone toda una

vida, pues es necesario que el Espíritu penetre

en todos los rincones y recovecos de nuestro

ser, en todas esas partes en las que hay temores,

miedos, actitudes de defensa y celos.

La comunidad empieza a hacerse cuan-

do cada uno hace un esfuerzo para acoger y

amar a los otros tal y como son. «Acogeos mu-

tuamente como Cristo os acogió para honra de

Dios» (Rom 15,7).

Simpatías y antipatías.

Los dos grandes peligros de una comu-

nidad son los «amigos» y los «enemigos». Muy

rápidamente ocurre que «Dios los cría y ellos se

juntan»; se desea estar al lado de quien nos gus-

ta, de quien tiene nuestras mismas ideas, la

misma manera de concebir la vida, el mismo

tipo de humor. Nos alimentamos el uno del

otro; nos halagamos: «eres maravilloso» «tú

también lo eres», «somos maravillosos porque

somos inteligentes, astutos». Las amistades

humanas pueden enseguida caer en un club de

Page 6: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

5

mediocridades donde se cierran los unos en los

otros; se halagan mutuamente y se hacen creer

que son inteligentes. La amistad no es entonces

una tendencia a ir más lejos, a servir mejor a

nuestros hermanos y hermanas, a ser más fieles

al don que se nos ha dado, más atentos al Espí-

ritu y a continuar la marcha a través del desierto

hacia la tierra prometida de la liberación. Se

convierte en sofocante y constituye un fardo

que impide dirigirse a los otros, atendiendo sus

necesidades. A la larga, ciertas amistades se

transforman en una dependencia afectiva que es

una forma de esclavitud.

En una comunidad también hay «antipa-

tías». Siempre hay personas que no me entien-

den, que me bloquean, que me contradicen y

ahogan el impulso de mi vida y de mi libertad.

Su presencia parece amenazarme y provocarme

agresividades o un cierto tipo de regresión ser-

vil. En su presencia, soy incapaz de expresarme

y vivir. Otros hacen nacer en mí sentimientos

de envidia y celos, son lo que yo quisiera ser y

su presencia me recuerda que no lo soy. Su va-

lía e inteligencia me retrotraen a mi propia indi-

gencia. Otros me piden demasiado. No puedo

responder a su búsqueda afectiva incesante. Me

veo obligado a rechazarlos. Estas personas son

mis «enemigos»; me ponen en peligro, e inclu-

so aunque no lo admita, les odio. Este odio no

es psicológico, ni aún moral, es decir querido.

Pero cuánto me gustaría que no existieran. Su

desaparición, su muerte, me parecería una libe-

ración.

Es natural que en una comunidad se den

aproximaciones de sensibilidades tanto como

bloqueos entre sensibilidades distintas. Unas

por inmadurez de la vida afectiva y por cierta

cantidad de elementos de nuestra infancia sobre

los que no tenemos ningún control. No hay por

qué negarlo.

Si nos dejamos guiar por nuestras emo-

ciones, pronto se harán clanes en el interior de

la comunidad. Entonces no habrá una comuni-

dad sino grupos de personas más o menos ce-

rradas sobre sí mismas y bloqueadas las unas

por las otras. Cuando se entra en algunas comu-

nidades se notan estas tensiones y luchas subte-

rráneas. Las personas no se miran de frente.

Cuando se cruzan en los pasillos, son como

barcos en la noche. Una comunidad no es co-

munidad más que cuando la mayoría de sus

miembros han decidido conscientemente rom-

per esas barreras y salir del capullo de «amista-

des» para tender la mano al «enemigo».

Pero esto es un largo camino. Una co-

munidad no se hace en un día. En realidad,

nunca está hecha, sino siempre en progresión

hacia un amor más grande, o en regresión.

El enemigo me da miedo. Soy incapaz

de escuchar su grito, de responder a sus necesi-

dades; sus actitudes agresivas y dominadoras

me aplastan. Le huyo o me gustaría que desapa-

reciera.

En realidad, tengo que tomar conciencia

de mi debilidad, de mi falta de madurez, de una

pobreza en mi interior. Y esto es lo que rehúso

entender. Los defectos que critico en los otros

son a menudo mis propios defectos a los que

me niego a mirar a la cara. Los que critican a

los otros y a la comunidad y buscan la comuni-

dad ideal, corren el peligro de huir del recono-

cimiento de sus propios defectos y debilidades.

Rechazan su sentimiento de insatisfacción, su

herida.

El mensaje de Jesús es claro: «Pero, en

cambio, a vosotros que me escucháis os digo:

Amad a vuestro enemigo, haced el bien a los

que os odian, bendecid a los que os maldicen,

rezad por los que os injurien. Al que te pegue

en una mejilla, preséntale la otra... Si queréis a

los que os quieren, ¡vaya generosidad! También

los descreídos quieren a quien los quiere» (Lc

6, 27, 32).

El «falso amigo» es aquel en quien no

veo más que «supuestas» cualidades. Suscita en

mí una cierta vitalidad, un bienestar. Me revela

a mí mismo y me estimula. Por eso le amo.

Page 7: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

6

El «enemigo» por el contrario estimula

en mí emociones que no quiero considerar:

agresividad, celos, miedo, falsa dependencia,

odio, todo lo que del mundo de las tinieblas hay

en mí.

Mientras no acepte ser una mezcla de

luz y tinieblas, de cualidades y defectos, de

amor y odio, de altruismo y egocentrismo, de

madurez e inmadurez, sigo dividiendo el mundo

en «enemigos» (los «malos») y en «amigos»

(los «buenos»), continúo alzando barreras en mí

y fuera de mí extendiendo prejuicios.

Cuando acepte que tengo debilidades y

defectos y también que puedo progresar hacia la

libertad interior y un amor más verdadero, en-

tonces podré aceptar los defectos y debilidades

de los demás; también ellos pueden progresar

hacia la libertad del amor. Puedo mirar a todos

los hombres con realismo y amor. Todos somos

personas mortales y frágiles pero con esperan-

za, pues podemos crecer.

El perdón en el corazón

de la comunidad.

¿Podemos aceptarnos a nosotros mismos con

nuestras tinieblas, debilidades, faltas, y miedos

sin la revelación de que Dios nos ama? Cuando

se descubre que el Padre envió a su hijo único

no para juzgarnos ni condenarnos sino para

sanarnos, salvarnos y guiarnos por los caminos

del amor; cuando se des-

cubre que ha venido para

perdonarnos porque nos

ama en las profundida-

des de nuestro ser, en-

tonces nos podemos

aceptar a nosotros mis-

mos. Hay una esperanza.

No estamos encerrados

para siempre en una pri-

sión de egoísmo y tinie-

blas. Es posible amar.

Así es posible aceptar a

los otros y perdonar.

Mientras que yo no vea en el otro más

que las cualidades que reflejan a las mías, no

hay crecimiento posible; la situación será está-

tica y se romperá tarde o temprano. Una rela-

ción entre personas no es auténtica y estable

más que cuando se funda en la aceptación de las

debilidades, el perdón y la esperanza de un cre-

cimiento.

Si el punto álgido de la vida comunitaria

es la celebración, su corazón es el perdón.

La comunidad es el lugar del perdón. A

pesar de la confianza que puedan tener unos

con otros, hay siempre palabras que hieren,

actitudes que ponen en evidencia, situaciones

donde se estrellan las susceptibilidades. Por

eso, vivir juntos implica llevar una cruz, un

esfuerzo constante y una aceptación que es el

perdón mutuo de cada día. Pablo dice: «En vista

de esto, como elegidos de Dios consagrados y

predilectos, vestíos de ternura entrañable, de

agrado, humildad, sencillez, tolerancia; conlle-

vaos mutuamente y perdonaos cuando uno ten-

ga queja contra otro; el Señor os ha perdonado,

haced vosotros lo mismo. Y, por encima, ceñios

el amor mutuo, que es el cinturón perfecto. In-

teriormente la paz de Cristo tenga la última

palabra; a esta paz os han llamado como miem-

bros de un mismo cuerpo. Sed también agrade-

cidos» (Col. 3, 12-15).

Bastantes personas van a una comuni-

dad para encontrar algo, pertenecer a un grupo

dinámico y tener un estilo de vida cercano al

ideal.

Si entran en una comunidad sin saber

que se va para descubrir el misterio del perdón,

enseguida se desengañarán.

Sed pacientes.

No somos dueños de nuestras sensibili-

dades, atracciones y repulsas que nacen en lo

más profundo de nuestro ser, allí donde tene-

mos más o menos el control. Todo lo que po-

demos hacer es esforzarnos en no seguir esas

pendientes que constituyen las barreras en el

interior de la comunidad. Será preciso esperar a

que el Espíritu Santo venga a perdonar, purifi-

car y podar las ramas un poco torcidas de nues-

tro ser. Nuestra sensibilidad desde nuestra in-

fancia se ha formado a base de miles de miedos

Page 8: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

7

y egoísmos; también está hecha por los gestos

de amor y el don de Dios. Es una mezcla de

tinieblas y luz. En un día no se podrá rectificar

esa sensibilidad porque exige mil purificaciones

y perdones, esfuerzos cotidianos y sobre todo el

don del Espíritu que nos renovará en el interior.

Transformar poco a poco nuestra sensi-

bilidad para poder empezar a amar realmente al

enemigo es un trabajo de larga duración. Tene-

mos que ser pacientes con nuestras sensibilida-

des y miedos, misericordiosos con nosotros

mismos. Para dar este paso hacia la aceptación

y el amor al otro, a todos los demás, hay que

empezar simplemente por reconocer nuestros

bloqueos, nuestros celos, nuestra forma de

compararnos, nuestras preguntas, y nuestros

odios más o menos conscientes y reconocernos

como somos. Y pedir perdón al Padre. Y des-

pués es bueno hablar con un hombre de Dios

que nos puede hacer comprender, quizá, lo que

está pasando, confirmarnos en nuestro esfuerzo

de rectitud y ayudarnos a descubrir el perdón de

Dios.

Una vez que hemos reconocido que la

rama está torcida que estamos bloqueados por

la antipatía, se trata de dirigir los esfuerzos ha-

cia la lengua, evitando dejarla libre para que

siembre cizaña, que no indague las faltas y erro-

res de los demás y se regocije cuando constata

que se han equivocado. La lengua es uno de los

órganos más pequeños, pero que puede sembrar

la muerte. Para esconder nuestros propios de-

fectos, engrandecemos los de los demás. «Se»

han equivocado. Cuando aceptamos los defec-

tos propios, nos es más fácil aceptar los de los

demás.

Al mismo tiempo hay que tratar leal-

mente de ver las cualidades del «enemigo».

¡También tendrá alguna! Pero como tengo mie-

do de él, también él lo tendrá de mí. Si yo estoy

bloqueado también lo estará él. Cuando dos

personas se tienen miedo es difícil que se pue-

dan descubrir mutuamente las cualidades. Es

necesario un mediador, un reconciliador, un

artesano de la paz, una persona en quien se ten-

ga confianza, y que se entienda con el enemigo.

Si confío a esta tercera persona mis dificulta-

des, ella podrá ayudarme a descubrir las cuali-

dades del «enemigo» o al menos a comprender

mis actitudes y mis bloqueos y después de ha-

ber visto sus cualidades, podré algún día utilizar

mi lengua para hablar bien de él. Será un largo

camino que terminará en un gesto final, pediré

al enemigo antiguo un consejo o un servicio. El

que se nos pida un consejo o un servicio impac-

ta mucho más que el hecho de que se nos preste

un servicio o se nos haga algún bien.

Durante todo este tiempo, el Espíritu

Santo puede ayudarnos a orar por el «enemigo»

para que también crezca como Dios quiere, para

que un día pueda realizarse el gesto de reconci-

liación.

El Espíritu Santo vendrá un día para li-

berarme de este bloqueo de antipatía o puede

ser también que me deje seguir con esta espina

en mi carne que me humilla y me obliga a hacer

cada día nuevos esfuerzos. No se trata de in-

quietarse por los malos sentimientos y aún me-

nos de sentirse culpable. Se trata de pedir per-

dón a Dios como niños pequeños y seguir an-

dando. Si el camino es largo, no hay que des-

animarse. Uno de los papeles de la vida comu-

nitaria es justamente el de ayudarnos a conti-

nuar la ruta con esperanza, el aceptarnos tal

como somos y aceptar a los otros como son.

La paciencia, como el perdón, está en el

corazón de la vida en común: paciencia con

nosotros mismos y las leyes de nuestro cre-

cimiento, y paciencia con los demás. La espe-

ranza comunitaria se funda en la aceptación y el

amor de la realidad de nuestro ser y del de los

otros, y en la paciencia y confianza necesarias

para el crecimiento.

Confianza mutua.

En el corazón de la co-

munidad está esta confianza

mutua de unos en otros nacida

del perdón cotidiano y de la

aceptación de nuestras debilida-

des y pobrezas. Pero esta con-

fianza no nace en un día. Por eso

hace falta tiempo para formar

una, vida comunitaria. Cuando

alguien entra en una comunidad, representa

Page 9: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

8

siempre un papel porque quiere ser lo que los

otros esperan de él. Poco a poco descubre que

los demás le quieren tal como es y que confían

en él. Pero la confianza es una cosa que se debe

probar y siempre acrecer.

Los casados jóvenes puede ser que se

quieran mucho pero ese amor a veces es un

elemento superficial y excitante ligado al des-

cubrimiento que se acaba de hacer. El amor es,

sin duda, más profundo entre los esposos mayo-

res que han vivido pruebas juntos y saben que

el otro será fiel hasta la muerte. Saben que nada

puede romper su unión.

Igual pasa en nuestras comunidades; hay

en ellas a menudo sufrimientos dificultades

muy grandes y tensiones que han puesto a

prueba la fidelidad que hace crecer la confian-

za. Una comunidad donde existe una verdadera

confianza mutua es una comunidad inquebran-

table.

La comunidad no es simplemente un

grupo de personas que viven juntas y se quie-

ren, es una corriente de vida, un corazón, un

alma, un espíritu. Son personas que se quieren

entre sí mucho y que están inclinadas hacia la

misma esperanza. De ahí la atmósfera particular

de alegría y acogida que caracteriza a la verda-

dera comunidad. «Entonces, si hay un estímulo

en Cristo y un aliento en el amor mutuo, si exis-

te una solidaridad de espíritu y una caridad en-

trañable, hacedme feliz del todo y andad de

acuerdo, teniendo un amor recíproco y un inte-

rés unánime por la unidad» (Flp 2, 1-2). «En el

grupo de los creyentes todos pensaban y sentían

lo mismo: lo poseían todo en común y nadie

consideraba suyo nada de lo que tenía» (Hch

4,32).

Esta atmósfera de alegría proviene del

hecho de que cada uno se siente libre de ser él

mismo en lo que tiene de más profundo. No hay

necesidad de representar ningún papel, de inten-

tar ser mejor que los otros, de tratar de hacer

proezas, para ser amado. Ha descubierto que se

le ama por sí mismo y no por sus capacidades

intelectuales o manuales.

Cuando alguien empieza a quitar las ba-

rreras y los miedos que le impedían ser uno

mismo, se simplifica. La sencillez es precisa-

mente ser uno mismo sabiendo que los otros

nos quieren tal como somos. Es saberse acepta-

do con sus cualidades, sus defectos en su perso-

na profunda.

Cada vez más descubro que la gran difi-

cultad para muchos de los que vivimos en co-

munidad es la falta de confianza en nosotros

mismos. Tenemos la impresión de que en el

fondo de nuestro ser no somos amables y que si

los demás nos vieran tal como somos, nos re-

chazarían. Se tiene miedo a todo lo que en no-

sotros hay de tinieblas, a nuestras dificultades

sobre el plan de vida afectiva o de la sexuali-

dad. Se tiene miedo de no poder amar verdade-

ramente. Pasamos deprisa de la exaltación a la

depresión. Pero ni una ni otra son expresión de

lo que en verdad somos. ¿Cómo convencernos

de que nos aman en nuestra pobreza y debilidad

y que nosotros también somos capaces de

amarnos?

Este es el secreto del crecimiento en

comunidad. ¿No viene de un don de Dios que

pasa a través de los otros? Cuando poco a poco

se descubre que Dios y los otros tienen confian-

za en nosotros, es más fácil tener confianza en

uno mismo y hacer crecer nuestra confianza en

los demás.

Vivir en comunidad es descubrir y amar

el secreto de la persona, en lo que es única. Es

así como se llega a ser libre. Entonces no se

vive según el deseo de los demás o represen-

tando una comedia sino a partir de la llamada

profunda de su persona, haciéndose libre para

descubrir la persona profunda del otro.

El derecho a ser uno mismo.

Siempre he querido escribir un libro que

se llamara: El derecho a ser malo, aunque con

más justificación se podría llamar: El derecho a

ser uno mismo. Una de las grandes dificultades

de la vida en común consiste en que a veces se

obliga a los demás a ser lo que no son; se les

recubre de un ideal al que han de conformarse.

Si no llegan a identificarse con la imagen que se

han hecho los demás de ellos, temen que no les

quieran o por lo menos decepcionarlos. Si lo

consiguen, se creen perfectos. Sin embargo, en

Page 10: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

9

una comunidad no se persigue el tener gente

perfecta, sino que esté formada por personas

unidas unas a otras, cada una compuesta de una

mezcla de bien y mal, de tinieblas y luz, de

amor y odio. La comunidad es la tierra en la

que cada uno puede crecer sin miedo hacia la

liberación de las formas de amor que hay es-

condidas en él. Pero no puede haber crecimien-

to si no se reconoce una posibilidad de progreso

y que hay muchas cosas en nuestro interior para

purificar, tinieblas que han de transformarse en

luz y miedos que han de convertirse en confian-

za.

En la vida en común a menudo se espera

demasiado de las personas impidiéndoles reco-

nocerse y aceptarse tal como son. Rápidamente

se les juzga y clasifica en categorías, obligándo-

las a esconderse tras una máscara. Pero, tienen

el derecho a ser malas, a estar entenebrecidas

por dentro, a tener rincones endurecidos en el

corazón donde se esconden los celos y hasta el

odio. Los celos, las inseguridades son naturales;

no son «enfermedades vergonzosas», sino que

pertenecen a nuestra naturaleza herida. Esa es

nuestra realidad. Hay que aprender a aceptarlas,

a vivir con ellas sin dramatizar, y poco a poco,

aprendiendo a perdonar, caminar hacia la libe-

ración.

En algunas co-

munidades he

visto que algunos

de sus miembros

vivían una espe-

cie de culpabili-

dad inconsciente; tienen la impresión de que no

son lo que deberían ser, y necesitan que se les

confirme y se les reafirme en la confianza. Hay

que hacerles sentir que pueden compartir su

debilidad sin que se les rechace.

En todos nosotros hay una parte que ya

está iluminada, convertida. Hay también otra

aún en tinieblas. Una comunidad no se compo-

ne sólo de necesidad de ser transformados, puri-

ficados, podados. También se compone de «no

convertidos».

Hay personas psicológicamente muy he-

ridas, que arrastran verdaderas represiones y

nerviosismos profundos. Terriblemente dañados

en su infancia, se han rodeado, para defender su

vulnerabilidad de enormes barreras.

No se trata de enviarlos siempre al psi-

quiatra, ni de empujarles a hacer una psicotera-

pia. Muchas personas están llamadas a vivir

toda su vida con esas represiones y barreras.

Son también hijos de Dios y Dios puede actuar

por ellos, con ellos y sus nervios, para bien de

la comunidad. También han de ejercer su don.

No psiquiatricemos demasiado las cosas y me-

diante el perdón de cada día ayudémonos los

unos a los otros a aceptar esos nervios y esas

barreras. Es la mejor manera de que se disuel-

van.

Llamados a vivir juntos tal como somos.

En las comunidades cristianas, parece

que Dios se complace en hacer vivir juntas a

personas humanamente muy distintas, que pro-

ceden de culturas, clases y países diferentes.

Las comunidades más hermosas lo son justa-

mente por esa gran diversidad de personas y

temperamentos, lo que obliga a cada uno a sal-

tar por encima de sus simpatías o antipatías

para querer al otro con sus diferencias.

Esas personas nunca hubieran escogido

vivir con las otras. Humanamente parece un

desafío imposible pero eso es precisamente lo

que les da la certeza de que ha sido Dios quien

les ha escogido para vivir en esa comunidad. Lo

imposible se convierte entonces en posible.

Esas personas no se apoyan en sus capacidades

humanas o en sus simpatías sino en el Padre

que les ha convocado a vivir juntas y que poco

a poco les dará un corazón nuevo y un espíritu

nuevo para que sean testigos del amor. En efec-

to, cuanto más humanamente imposible sea,

más aparecerá como un signo de que el amor

viene de Dios y de que Jesús sigue vivo: «En

esto conocerán que sois discípulos míos, en que

os amáis unos a otros» (Jn. 13,35).

Jesús eligió para vivir con él en la pri-

mera comunidad de apóstoles, hombres profun-

damente diferentes: Pedro Mateo (el publi-

cano), Simón (el celote), Judas... Nunca hubie-

ran ido juntos, si el Maestro no les hubiera lla-

mado.

Page 11: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

10

No hay que buscar la comunidad ideal.

Se trata de amar a los que Dios ha puesto a

nuestro lado hoy; ellos son signos de la presen-

cia de Dios para nosotros. Nosotros hubiéramos

querido personas distintas, más alegres o más

inteligentes, pero esas son las que Dios nos ha

dado, las que ha escogido para nosotros, y es

con ellas como debemos crear la unidad y vivir

la alianza.

Cada vez estoy más impactado por la

cantidad de gente insatisfecha de su comunidad.

Cuando son pequeñas, querrían que fueran nu-

merosas para estar más apoyados, para tener

más actividades comunes, para celebrar litur-

gias más bonitas y mejor preparadas. Cuando

están en comunidades grandes, sueñan con las

pequeñas comunidades ideales. Los que tienen

mucho que hacer suspiran por grandes momen-

tos de oración; los que tienen mucho tiempo, se

aburren y buscan alocadamente cualquier tipo

de actividad que dé un sentido a su vida. ¿No

sueñan todos con esa comunidad ideal, perfecta,

donde haya una paz plena, una perfecta armo-

nía, con un equilibrio entre lo interior y lo exte-

rior, donde todo sea alegría?

Es difícil hacer entender que el ideal no

existe, que el equilibrio personal y la armonía

soñada no se dan hasta después de años y años

de luchas y sufrimientos y que incluso puede

que no surjan más que como toques de gracia y

paz. Si se busca siempre el equilibrio propio,

aún más, si se busca demasiado la propia paz,

nunca se llegará a la paz que da el fruto del

amor y del servicio a los demás. A muchos

miembros de comunidades que buscan ese ideal

inaccesible, yo les diría: «No busques más la

paz, pero allí donde estés, da paz; deja de mirar-

te para mirar a tus hermanos que pasan necesi-

dad. Sé cercano a los que Dios te ha dado hoy.

Pregúntate muchas veces cómo puedes hoy

amar a tus hermanos y hermanas. Entonces en-

contrarás la paz; encontrarás el reposo y ese

equilibrio que buscas entre lo interior y lo exte-

rior, entre la oración y la acción, entre el tiempo

para ti y el tiempo para los demás. Todo se re-

solverá en el amor. No es necesario perder el

tiempo persiguiendo una comunidad perfecta.

Vive en tu comunidad plenamente hoy. Deja de

ver los defectos que tiene (y gracias que los

tiene); mira más tus propios defectos y piensa

que estás perdonado y que puedes a tu vez per-

donar a los otros y entrar hoy en la conversión

del amor».

Algunas veces es más fácil oír los gritos

de los pobres que están lejos que los de los

hermanos y hermanas de la comunidad. Nada

hay más digno de gloria que la respuesta al gri-

to del que está a mi lado día a día y que me mo-

lesta.

Puede ser que no se pueda responder a

los gritos de los demás más que cuando se haya

reconocido y asumido el grito de la propia heri-

da.

Compartir tu debilidad.

El otro día, Colleen, que vive en comu-

nidad desde hace más de 25 años, me decía:

«Siempre he intentado ser transparente en la

vida en común. Sobre todo he querido evitar el

ser un obstáculo al amor de Dios a los otros.

Ahora estoy empezando a descubrir otra cosa:

que soy un obstáculo y que lo seré siempre.

¿No será la vida en común un reconocer que

soy un obstáculo, compartirlo con mis herma-

nos y hermanas y pedir perdón por ello?».

No existe la comunidad ideal. La comu-

nidad se compone de personas con sus valores y

también con sus debilidades y su pobreza que

se aceptan mutuamente y se perdonan. Más que

la perfección y el sacrificio, el fundamento de la

vida en común es la humildad y la confianza.

Aceptar nuestras debilidades y las de los

demás es todo lo contrario de la afectación. No

es una aceptación fatalista, sin esperanza, sino

que es esencialmente un hecho de verdad para

no caer en la ilusión y poder crecer a partir de

lo que se es y no de lo que se podría ser, o de lo

que los otros querrían que fuera. Esto no ocurre

más que cuando se es consciente de lo que se es

y de lo que son los demás, con nuestros valores

y debilidades, de la llamada de Dios y de la

vida que nos da para que construyamos algo

juntos. El valor de la vida debe surgir de la

realidad de lo que somos.

Cuanto más profunda se hace una co-

Page 12: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

11

munidad más se convierten sus miembros en

frágiles y sensibles. Algunas veces se podría

creer lo contrario ya que si los miembros tienen

tal confianza, los unos en los otros, podrían ser

cada vez más fuertes. Eso es cierto pero no des-

carta esa fragilidad y sensibilidad que son la

raíz de una nueva gracia que hace que sean de-

pendientes unos de otros. Amar es convertirse

en débil y vulnerable; es levantar las barreras y

romper los caparazones; es dejar que los otros

entren en mí y hacerse delicado para entrar en

ellos. El encuentro de la unidad es la interde-

pendencia.

El otro día, Didier lo explicaba a su ma-

nera en el curso de un encuentro: «Una comu-

nidad se construye como una casa: con piedras

de distintos tipos. Pero lo que mantiene a las

piedras juntas es el cemento, que está formado

de arena y cal, elementos tan frágiles que un

golpe de viento los dispersa. Igual en la comu-

nidad; lo que nos une, nuestro cemento, está

hecho con lo que en nosotros es más frágil y

pobre».

La comunidad se hace con delicadeza

mutua en lo cotidiano. Se hace con pequeños

gestos, servicios y sacrificios que son señales

constantes del «te quiero» y «estoy contento de

estar contigo». Consiste en dejar el primer

puesto al otro, no tratar de demostrar en una

discusión que se tiene razón; es tomar sobre sí

las cargas pesadas para aliviar al vecino.

Si vivir en comunidad consiste en quitar

las barreras que protegen nuestra vulnerabilidad

para reconocer y acoger las debilidades propias

con el fin de crecer, es normal que los miem-

bros separados de sus comunidades se sientan

terriblemente vulnerables. Las personas que

viven todo su tiempo en las luchas de la socie-

dad están obligadas a crear a su alrededor capa-

razones que escondan su vulnerabilidad.

A veces ocurre que personas que habían

permanecido largo tiempo en una comunidad

del Arca al volver a sus familias, descubren en

sí cantidad de agresividades- Creían que no las

tenían. Empiezan entonces a dudar de su llama-

da y de su verdadera personalidad. Éstas agre-

sividades son normales. Estas personas habían

suprimido algunas barreras, pero no se puede

vivir vulnerable con quienes no respetan esa

vulnerabilidad.

La comunidad es un cuerpo vivo.

San Pablo habla de la Iglesia, de la co-

munidad de los fieles, como un cuerpo, el cuer-

po místico. Cualquier comunidad es un cuerpo

en el que nos pertenecemos los unos a los otros.

El sentimiento de pertenencia nos viene no de

la carne ni de la sangre sino de la llamada de

Dios: cada uno somos llamados personalmente

a vivir juntos, a formar parte de la misma co-

munidad, del mismo cuerpo. Esta llamada es el

fundamento de nuestra decisión a comprome-

ternos unos con otros y para los otros, llegando

a ser responsables los unos de los otros. «Por-

que en el cuerpo que es uno, tenemos muchos

miembros, pero no todos tienen la misma fun-

ción; lo mismo nosotros con ser muchos, unidos

a Cristo, formamos un solo cuerpo y respecto

de los demás, cada uno es miembro» (Rom 14,

4-5).

Y en este

cuerpo cada uno

desempeña un

papel: «no puede

el ojo decirle a

la mano: no me

haces falta»,

dice san Pablo,

el oído y el ojo

completan al olfato... «Los miembros que pare-

cen de menos categoría son los más indispensa-

bles... Dios combinó las partes del cuerpo pro-

curando más cuidado a lo que menos valía, para

que no haya divisiones en el cuerpo y los

miembros se preocupen igualmente unos de

otros. Así, cuando un órgano sufre, todos sufren

con él; cuando a uno lo tratan bien, con él se

alegran todos» (1 Cor 12, 22-26).

Y en este cuerpo, «según el regalo que

Dios nos haya hecho: si es la predicación inspi-

rada, ejérzase en proporción a la fe; si es el ser-

vicio, dedicándose a servir; si es el que enseña,

a enseñar; si es el que exhorta, a exhortar. El

que contribuye, hágalo con esplendidez; el en-

cargado con empeño; el que reparte la asisten-

Page 13: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

12

cia, con simpatía» (Rom. 12, 6-8).

El cuerpo que es la comunidad debe ac-

tuar e irradiar por obra del amor, la acción del

Padre; a la vez debe ser un cuerpo que ora y un

cuerpo de misericordia para sanar y dar la vida

a los que están angustiados; sin esperanza.

Ejercer el propio don.

Utilizar cada uno su don es construir la

comunidad. No ser fiel al don es dañar a toda la

comunidad y a cada uno de sus miembros. Es

pues, importante que cada cual conozca su don,

lo ejerza y se sienta respon-

sable de su crecimiento; que

los demás le reconozcan ese

don y que dé cuentas de

cómo lo utiliza. Los demás

tienen necesidad de ese don

y por lo tanto tienen también

el derecho a saber cómo se

ejerce; animando al posee-

dor a aumentarlo y a ser fiel

a él. Todo el que siga su

don, encuentra su lugar en la

comunidad, convirtiéndose no sólo en útil sino

en único y necesario para los otros. Así es cómo

se desvanecen las rivalidades y los celos.

Elizabeth O'Connor en su libro El octa-

vo día de la creación3, nos da ejemplos impac-

tantes de esta doctrina de san Pablo. Cuenta la

historia de la señora vieja que entró en la co-

munidad. Un grupo de personas intentaba ha-

cerla discernir cuál era su don, pero a ella le

parecía que no tenía ninguno. Unos y otros in-

sistían reconfortándola: «tu presencia es tu

don», aunque ella no estaba satisfecha. Algunos

meses más tarde descubrió su don que consistía

en presentar ante Dios, en una oración de inter-

cesión, a cada uno de los miembros de la co-

munidad. Cuando les hizo partícipes a los otros

de su descubrimiento, encontró su sitio en la

comunidad. Los demás sabían que siempre ne-

cesitaban de ella y de su oración para ejercer

mejor sus propios dones.

Después de leer este libro, estuvimos

3 O'CONNOR, E.: Eigt Day of Creation, Word Books Editor,

Waco, Texas.

discutiendo en El Arca lo poco que hablábamos

sobre nuestros dones para ayudarnos mutua-

mente a construir la comunidad, lo poco cons-

cientes que éramos de depender verdaderamen-

te los unos de los otros y lo poco que nos ani-

mábamos a ser fieles a nuestro don.

Los celos son un azote que destruye la

comunidad. Provienen de los que ignoran su

propio don o de los que no creen bastante en él.

Si estuviéramos convencidos de nuestro propio

don, no tendríamos celos del de los demás que

siempre nos parece mejor.

Bastantes comunidades forman (¿de-

forman?) a sus miembros intentando que todos

se parezcan, como si eso fuera una cualidad,

basada en la abnegación. Están fundadas en la

ley, en el reglamento. Por el contrario, hace

falta que cada uno crezca en el ejercicio de su

don para construir la comunidad, volverla mejor

y más dimanante, como signo del reino.

No hay que mirar únicamente el don

más externo, el talento. Hay algunos escondi-

dos, latentes, mucho más profundos, ligados a

los dones del Espíritu Santo y al amor, que es-

tán llamados también a florecer.

Algunas personas tienen talentos excep-

cionales: son escritores, artistas o administrado-

res competentes. Estos talentos pueden conver-

tirse en don. Pero a veces la personalidad de esa

persona está tan implicada en su actividad que

esos talentos los ejerce más o menos para su

gloria o con un deseo de afirmarse o de poder.

En ese caso, es mejor no ejercer esos talentos

en comunidad. Es preciso descubrir un don más

profundo. Otros están por el contrario demasia-

do flexibles y receptivos o su personalidad pue-

de estar menos formada o cuajada. Deben utili-

zar su competencia como un don al servicio de

la comunidad.

«En la comunidad cristiana todo depen-

de de que cada cual llegue a ser un eslabón in-

destructible de una cadena. Sólo allí donde has-

ta el eslabón más pequeño engrana con firmeza,

la cadena se vuelve irrompible. Una comunidad

que permite la existencia de miembros que no

se aprovechan se hundirá gracias a ellos. Por

ello será conveniente que a cada cual se le dé

también un encargo especial para la comunidad,

Page 14: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

13

a fin de que en horas de duda sepa que no es

inútil ni inservible. Toda comunidad cristiana

debe saber que no solamente los débiles necesi-

tan de los fuertes, sino también que los fuertes

no pueden prescindir de los débiles. La elimi-

nación de los débiles encierra la muerte de la

comunidad»4.

El don es lo que se aporta a la comuni-

dad para edificarla, para construirla. Si no se es

fiel, habrá un fallo de construcción. San Pablo

insiste sobre el lugar de los dones, carismáticos

en el edificio. Hay algunos ligados más direc-

tamente a una cualidad del amor. Bonhoeffer en

su libro Vida en comunidad habla de distintos

ministerios necesarios a la comunidad: el de

retener la lengua, el de la humildad, el de la

dulzura, el de saberse callar cuando nos criti-

can, el de la escucha, el de estar siempre dis-

puesto a hacer un servicio en las pequeñas co-

sas de la vida, el de soportar y llevar a los her-

manos, el de perdonar, el de proclamar la pala-

bra, el de decir la verdad y por último, el minis-

terio de la autoridad.

El don no está necesariamente unido a

una función. Puede que exista una cualidad del

amor animando una función, como puede que

haya una cualidad del amor manifestada en la

comunidad fuera de cualquier función. Hay

quien tiene el don de sentir inmediatamente y

vivir el sufrimiento del otro; es el don de la

compasión. Otros tienen el don de notar cuando

algo va mal y pueden poner enseguida el dedo

en la llaga: es el de discernimiento. Otros tienen

el don de la luz y ven claro en todo lo que atañe

a las opciones fundamentales de la comunidad.

Otros tienen el don de animar y crear una at-

mósfera propicia a la alegría, al descanso y al

crecimiento profundo de cada uno. Otros tienen

el don de discernir el bien de las personas y de

sostenerlas. Otros tienen el de la acogida. Cada

uno tiene su don y debe poder ejercerlo para

bien y crecimiento de todos.

Pero hay también lo más íntimo del co-

razón de la persona su unión profunda y secreta

con Dios, su esposo, que corresponde a su

nombre secreto y eterno. Estamos hechos para

4 BONHOFFER, D.: Vida en comunidad, La Aurora, Buenos

Aires, 1966, pág. 63.

alimentarnos los unos de los otros (cada uno es

una especie distinta de alimento) pero sobre

todo estamos hechos para vivir esa relación

única con nuestro Padre y su hijo Jesús. El don

es como el reflejo en la comunidad de esa unión

secreta; deriva de ella y la prolonga.

La comunidad es el sitio donde cada uno

se siente libre para ser él mismo y expresarse,

para decir con toda confianza lo que vive y

piensa. No todas las comunidades llegan a esto

pero es bueno tender a ello. Mientras algunos

tengan miedo a expresarse, a ser juzgados o

considerados como tontos, a ser rechazados,

señal es de que aún hay que hacer progresos. En

el fondo de la comunidad debe existir una escu-

cha total, un respeto y una ternura que impulse

a lo que hay de más bello y verdadero en el

otro.

Expresarse no es sólo decir lo que va

mal, las frustraciones y los enfados -aunque a

veces es bueno decirlo-, sino hablar de las mo-

tivaciones profundas y de lo que se está vivien-

do. A menudo es una manera de ejercer el don

para sostener a los otros y ayudarles a crecer.

El secreto de la persona.

La comunidad es el lugar donde se crece

en la liberación interior, el lugar del desarrollo

de la conciencia personal, de la unión con Dios,

de la conciencia del amor y de la capacidad del

don y de la gratuidad. Nunca puede estar por

encima de la persona. Por el contrario, la belle-

za y la unidad de una comunidad provienen del

reflejo de cada conciencia personal luminosa,

verdadera, amante y libremente unida a los

otros.

Algunas comunidades, que no son ver-

daderas comunidades sino grupos o sectas,

tienden a suprimir la conciencia personal para

que haya una unidad más grande. Tienden a

impedir que la gente piense, que tenga una con-

ciencia personal; a suprimir el secreto y la inti-

midad de la persona como si todo lo que está

emparentado con la libertad personal fuera con-

tra la unidad del grupo y constituyera una trai-

ción. Todos deben pensar lo mismo; se mani-

pulan entonces las inteligencias, se lava el cere-

Page 15: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

14

bro. Las personas se convierten en autómatas.

Esta unidad se basa en el miedo, miedo de uno

mismo o de encontrarse solo si se separa de los

otros, miedo de la autoridad tiránica, miedo de

fuerzas ocultas y represalias. La seducción en

las sociedades secretas y en algunas sectas es

muy grande; las personas que no tienen con-

fianza en ellas mismas y que son personalidades

débiles se sienten muy seguras ligadas total-

mente a otras, pensando lo que ellos piensan,

obedeciendo sin reflexionar, siendo manipula-

dos. El sentimiento de solidaridad se hace cada

vez mayor. La personalidad dimite frente al

poder del grupo del que se hace casi imposible

salir. Se da como un chantaje latente, porque la

persona se compromete de tal manera que no

puede romper.

En una verdadera comunidad, cada per-

sona debe poder preservar el secreto profundo

de su ser que no debe necesariamente confiarse

a los otros ni compartirse. Hay algunos dones

de Dios, algunos sufrimientos, algunas fuentes

de inspiración que no deben confiarse a toda la

comunidad. Cada cual debe poder profundizar

en su conciencia personal; esa es la debilidad y

la fuerza de la comunidad; debilidad porque hay

una incógnita, la de la conciencia personal de

cada uno que, por su libertad, puede pro-

fundizarse en la gratuidad y el don, y por ello

construir la comunidad; puede por el contrario,

ser infiel al amor, convertirse en un egoísta,

dimitir y negar a la comunidad; debilidad tam-

bién porque si prima totalmente la persona y su

unión con Dios y la verdad, puede, por una

nueva llamada de Dios, encontrar otro lugar en

la comunidad y no asumir la función que la

comunidad podía estimar más útil, o incluso

dejarla físicamente. Los caminos de Dios no

son siempre los de los hombres ni los de los

responsables. Pero la primacía de la persona es

igualmente una fuerza, pues no hay nada más

fuerte que un corazón que ama y que se entrega

gratuitamente a Dios y a los otros. El amor es

más fuerte que el miedo.

Por tres veces en su último discurso a

los apóstoles, Jesús pide que sean uno como son

uno él y el Padre. Estas palabras se aplican a

menudo a la unidad entre los cristianos de dife-

rentes iglesias, pero ante todo y primeramente

se dirigen a la unidad en el interior de las co-

munidades. Hacia esa unidad deben tender las

comunidades: «un mismo corazón, una misma

alma, un mismo espíritu».

Me parece que hay un don especial que

hay que pedir al Espíritu Santo, el don de la

unidad en toda su profundidad y con todas sus

implicaciones. Y es verdaderamente un don de

Dios al que se tiene el derecho y el deber de

aspirar.

Este don de la comunidad, el don de la

unidad, proviene de lo que cada miembro es

plenamente, de vivir totalmente el amor y ejer-

cer su don único y distinto del de los demás. La

comunidad es entonces una, plenamente bajo la

acción del Espíritu.

La oración de Jesús es sorprendente. Su

visión va más allá de lo que los hombres po-

drían imaginar o desear. La unidad del Padre y

del Hijo es total, sustancial. Las comunidades

deben tender hacia esa unidad pero no la podrán

realizar más que en el orden místico, por y en el

Espíritu Santo. Cuando se está en la tierra lo

que se puede hacer es caminar humildemente

hacia ella.

Cuando dos o tres se reúnen en su nom-

bre, Jesús está presente. La comunidad es signo

de esa presencia, signo de la Iglesia. Muchos de

los que creen en Jesús viven más o menos an-

gustiados: la mujer a causa de su marido, el

enfermo en el hospital psiquiátrico, los que vi-

ven solos..., los demasiado frágiles para vivir

con los otros. Todos pueden poner su esperanza

Page 16: EL DON DE LA FRATERNIDAD - maristas.org.brmaristas.org.br/drive/cvcl/2014/Itinerarios em pdf/El don de la... · VANIER J., Comunidad: lugar de perdón y fiesta. Narcea, S.A. De Ediciones,

15

en Jesús. Sus sufrimientos son un signo de su

cruz, signo de una Iglesia que sufre. Pero la

comunidad que ora y ama es signo de la resu-

rrección.

Mientras haya miedos y prejuicios en

los corazones de los hombres habrá guerras y

desigualdades estridentes. Para resolver los

grandes problemas políticos primero hay que

cambiar los corazones. La comunidad es el lu-

gar que permite a los hombres ser personas,

curar y hacer crecer su afectividad profunda,

andando hacia la unidad y la liberación interior.

Los temores y los prejuicios disminuyen, la

confianza en Dios y en los demás aumenta y la

comunidad puede irradiar y testimoniar un esti-

lo y una calidad de vida que aportarán una solu-

ción a los disturbios del mundo. La respuesta a

la guerra es vivir fraternalmente; la respuesta a

las desigualdades es compartir; la respuesta a

las desesperaciones es una confianza y una es-

peranza sin límite; la respuesta a los prejuicios

y al odio es el perdón.

Sí, actuar en favor de la comunidad, es

actuar por la humanidad. La paz es actuar por

una sola política verdadera, actuar por el Reino

de Dios; es actuar por que cada persona pueda

gustar y vivir las alegrías secretas de la unión

con lo eterno.