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El duelo por la propia muerte en niños, mediado y evidenciado a través del arte: Una
aproximación psicoanalítica.
Maria Fernanda Bastidas Bedoya, [email protected]
Artículo de reflexión presentado para optar al título de Psicólogo
Asesor: Liliam Patricia Blair David,Magíster (MSc) en Psicología y Salud Mental
Universidad de San Buenaventura
Facultad de Psicología (Medellín)
Psicología
Medellín, Colombia
2021
Citar/How to cite (Bastidas Bedoya, 2021).
Referencia/Reference
Estilo/Style:
APA 6th ed. (2010)
Bastidas Bedoya, M. F (2021). El duelo por la propia muerte en niños, mediado
y evidenciado a través del arte: Una aproximación psicoanalítica.
(Trabajo de grado Psicología). Universidad de San Buenaventura, Facultad de
Psicología, Medellín.
Línea de investigación en Estudios clínicos.
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EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 3
Resumen
En este artículo se realizó una revisión teórica respecto a la experiencia muerte y duelo en la niñez,
y en como el arte puede ser una herramienta para mediar este proceso, específicamente en la
experiencia del duelo por la propia muerte, comprendiendo la serie de pérdidas y conflictos
psíquicos que preceden al inevitable momento del fallecimiento, para esto se hizo una extensiva
revisión documental, integrando autores y posturas principalmente psicoanalíticas tanto clásicas
como vanguardistas con teóricos del duelo, además de artículos e investigaciones, que permitieron
poder establecer la conceptualización teórica de forma reflexiva general, sobre las experiencias de
perdida en la infancia, y como en esta se desencadenan diferentes procesos, además del duelo,
como el de simbolización, procesos que interactúan entre sí. A partir del ejercicio reflexivo para
dicha conceptualización, se logra ver en primera instancia, como el estudio de este fenómeno está
fuertemente velado por ideas culturales, que a su vez hablan de una condición ontológica de temor
hacia la muerte, deviniendo esto en una comprensión pobre y superficial de la experiencia de morir,
principalmente cuando esta se da en la infancia, lo que consecuentemente implica una pobre
comprensión desde la psicología sobre estos fenómenos, aunque paradójicamente sea a través del
arte como una vía para la simbolización (proceso psíquico), que podría ampliarse
considerablemente para la psicología en cuanto a la comprensión de este fenómeno y las
posibilidades de intervención y acompañamiento a la población infantil.
Palabras clave: Muerte, Duelo, Infancia, Perdidas, Experiencia de morir, Arte,
Simbolización.
Abstract
In this article, a theoretical review was made regarding the experience of death and grief in
childhood, considering how art can be a tool to mediate this process, specifically in the experience
of grief for one's own death, understanding the series of losses and psychological conflicts that
precede the inevitable moment of death. For this, an extensive documentary review was made,
integrating mainly psychoanalytic authors and positions, both classical and avant-garde, with grief
theorists, as well as articles and studies, which allowed to establish the theoretical
conceptualization in a general reflexive way about the experiences of losses in childhood, and how
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in this, different processes are triggered besides grief, such as symbolization, processes that interact
among themselves. From the reflective exercise for this conceptualization it is possible to see in
first instance how the study of this phenomenon is strongly hidden by cultural ideas which
simultaneously speak of an ontological condition concerning the fear of death, resulting in a poor
and superficial understanding of the experience of death itself, mainly when it occurs in childhood,
which consequently implies a poor understanding from the psychological point of view of these
phenomena, even if paradoxically it is through art as a way to symbolize (psychic process), which
could be considerably expanded in terms of understanding this phenomenon and the possibilities
of intervention and accompaniment of the infant population.
Keywords: Death, Grief, Childhood, Losses, Experience of dying, Art, Symbolization.
1 Introducción
Al pensar respecto a la configuración de las sociedades humanas, sobre todo la sociedad
occidental es interesante ver como la búsqueda de consuelo frente a fenómenos que para esta son
devastadores ha implicado la construcción de grandes pilares, con los cuales se erige. Es innegable
que la muerte sea uno de estos fenómenos devastadores para el hombre, a quien tanto el
significado de la muerte como el de la vida le elude, no es sorpresa que la muerte sea entonces un
fenómeno a partir del cual han surgido cientos de explicaciones fuertemente marcadas por la
cultura. “El recuerdo perdurable de los muertos fue la base de la suposición de otras existencias y
dio al hombre la idea de una supervivencia después de la aparente muerte” (Freud, 1979). A través
de dichas huellas profundas se ha velado en una gran medida el tema, sin embargo, aquellas
veladuras no parecen ser suficientes para esconder lo real de este fenómeno, y hoy día la muerte
representa un tema tabú, a causa quizá de la insoportable angustia que genera al hombre la finitud.
De cualquier modo, por más que trate de negársele, la muerte no solo ha dejado marcas en nuestras
sociedades, a partir de las cuales se forma cultura, sino que las personas se encuentran con ella
cada día.
En la época de las atrocidades que dejó la segunda guerra, Freud reflexiona respecto al
concepto de la muerte en su texto: Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte (1979),
en donde pone sobre la mesa cómo el temor ante la muerte acecha más frecuentemente de lo que
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se advierte, y cómo pese a los años de desarrollo cultural, la idea de nuestra propia muerte parece
ser tan inconcebible para el hombre actual como lo fue para el hombre primitivo. Hoy en pleno año
2020, ante una nueva crisis mundial la muerte está en cada rincón, no se da oportunidad a ignorarla,
incluso los noticieros nos advierten que aquello que se encuentra afuera es la muerte, es lo real;
aunque ahora es evidente debido a la crisis sanitaria a causa de la pandemia por el Covid-19, es
necesario reconocer que, pese a los esfuerzos que hace a lo largo de su vida por velarlo, el ser
humano carga con el peso de su propia finitud desde muy temprana edad. En su capítulo sobre el
concepto de la muerte en los niños del libro Psicoterapia Existencial, Yalom (1984) pretende
señalarnos que la pregunta humana sobre la propia muerte comienza desde muy temprana edad y
genera en los infantes una gran preocupación, en esta línea de ideas, la enfermedad y mortalidad
infantil no pueden ser una preocupación solamente médica, ya que si bien en condiciones normales
un niño siente malestar frente a la idea de la muerte, el encararse con dicha realidad implicara un
temor y un sufrimiento que va más allá de las condiciones físicas. Es necesario también recalcar
que estas situaciones no son escasas, ya que según la Organización mundial de la salud (OMS
2018) un menor de 15 años muere en el mundo cada 5 segundos.
No se deja de reconocer que el tema de la muerte ha resultado tanto histórica como
culturalmente álgido, que muchos temen tocarlo ante la posibilidad de herir susceptibilidades,
(empezando por las propias), la muerte es un tema tan inquietante para el ser humano que ha sido
llevado tanto a textos sagrados como a laboratorios con la intención de descifrar sus misterios, sin
embargo, estos aún nos eluden, al punto tal de que socialmente no sabemos hablar sobre este
fenómeno aunque nos acompañe en cada momento.
La psicología, pese a que el duelo es en sí mismo un proceso psicológico, no es una
excepción, e irónicamente, tampoco lo es el campo de los cuidados paliativos, dentro de ambos
encontramos marcados vacíos en los estudios respecto a este tema, sobre todo a la hora de responder
preguntas más específicas y profundas encontradas en este marco.
Durante un proceso de revisión teórica que se realizó, fue evidente que la muerte en la
población infantil representa uno de los vacíos teóricos más significativos tanto dentro de la
psicología como de los cuidados paliativos como disciplina, aunque cifras como las mencionadas
anteriormente demuestran lo necesario de repensar el tema desde posiciones tales como las que
ofrece la psicología; hay aún muchas preguntas sin resolver frente a los niños y la muerte, en cuanto
a: si pueden llegar a estar preparados para su exposición a esta y sobre cómo viven los duelos que
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el manto de la muerte deja en sus vidas, sobre todo al perder seres queridos, sin embargo, hay una
tendencia por parte de algunos profesionales de la salud, como médicos y psicólogos, a evadir un
poco estos interrogantes.
A partir de lo anterior se hizo evidente otro vacío: resulta aún mucho más vaga la
comprensión que se tiene respecto a cómo se da la vivencia del duelo por la propia muerte en los
niños, y qué puede hacerse desde lo psicológico para acompañar este difícil proceso.
Para esto se retoman planteamientos de las teorías psicoanalíticas, por la importancia que
esta teoría da a la perdida y a la muerte, además hay que resaltar las diversas posibilidades para
su comprensión, notablemente gracias a la visión que propone respecto a los procesos proyectivos
y de simbolización que se manifiestan en la actividad artística de los niños.
Cada día muchos niños son diagnosticados con enfermedades terminales o experimentan
vivencias cercanas a la muerte que los encaran con su mortalidad, su corta edad no los exime de
aquello que es natural; por esto no solo es necesario considerar este fenómeno como un tema de
estudio importante para las ciencias sociales y humanas, sino que también es necesario procurar
entenderlo como un fenómeno humano que hace parte de nuestra cotidianidad y hay que darle
lugar, para poder comprender una faceta del sufrimiento humano.
Considerando el importante papel que puede jugar la psicología allí, se propone como
objetivo principal en este artículo: desarrollar un aporte teórico desde lo reflexivo en relación
con el duelo por la propia muerte mediado y evidenciado en niños a través del arte; para ello se
plantearon objetivos más específicos tales como:
• Realizar una revisión bibliográfica sobre lo desarrollado hasta el momento frente al duelo en
la niñez, priorizando el marco psicoanalítico.
• Explorar y ampliar la comprensión desde lo teórico con respecto al duelo por la propia
muerte, particularizando en su vivencia durante la infancia.
• Reflexionar respecto al abordaje del duelo por la propia muerte en la infancia desde una
perspectiva psicoanalítica y desde los cuidados paliativos.
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2 Metodología
Para el desarrollo de este escrito se realizó un encuadre desde un enfoque cualitativo, en
el cual en un primer momento se hizo la búsqueda y recolección de antecedentes tanto a través de
medios digitales como bases de datos, las cuales fueron: Digitalia, Scielo, Google Scholar, la
página web “psicoanálisis.org” y la biblioteca digital de la universidad de San Buenaventura,
donde se encontraron artículos de revista, libros, investigaciones de posgrado y pregrado. En la
misma línea, se buscó fortalecer dicha a búsqueda a través de medios físicos en la biblioteca de la
Universidad de San Buenaventura y en la Biblioteca Publica Piloto de la ciudad de Medellín.
El siguiente paso, consistió en la lectura y filtro de 44 artículos, 10 tesis y 11 libros
físicos, para realizar un primer filtro y luego realizar un fichaje que terminó constituido por 30
fichas, de las cuales 6 son trabajos de grado tanto de pregrado como de posgrado, y otros 6 son
libros o capítulos de libros, donde 18 artículos fueron los que completaron el fichaje.
Hay que aclarar que el criterio para dicho filtro consistió en la coherencia, validez teórica,
y pertinencia con respecto a las temáticas exploradas, y ante la escasa, -casi nula- producción
respecto a este tema en específico, el cual fue; la vivencia del duelo por la propia muerte en la
infancia, donde se tuvo que ampliar tanto el rango de tiempo como de términos, y temas, buscando
recopilar artículos y productos que cuanto menos aportaran para explorar el tema de forma no
directa.
Una vez realizado el fichaje bibliográfico, se procedió a hacer una revisión crítica de los datos,
seguido de un desglose de temáticas y una elaboración de categorías teóricas que sirvieron de base
para la realización de un escrito desde un ejercicio de estado del arte, que serviría como insumo
para la realización de la construcción de este artículo, el cual se organiza en una plantilla, como
producto final del trabajo de grado.
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3 Marco teórico
3.1 Algunas comprensiones sobre el duelo
Lo primero que habrá de puntualizarse es que el duelo es en sí mismo un proceso, de este
modo al igual que cuando se habla en términos de salud, habrán diferentes fluctuaciones, etapas y
maneras de afrontar o mediar dicho proceso, por ende es fundamental comenzar por comprender
el concepto de duelo como un proceso no-patológico, por el cual pasan todos los seres humanos,
ya que “el proceso de elaboración ante una pérdida es inherente a la condición humana misma”
(Gomez, Betancourt, Arenas Valencia, Duque, & Gómez, 2018, pág. 186), por lo que “el duelo
como proceso atraviesa la cotidianidad del sujeto en varias situaciones” (Rodriguez, 2016, pág. 8)
y está caracterizado por el desencadenamiento de afectos particulares ante la vivencia de una
perdida.
Esto pone la pista de algo esencial y es que como cualquier proceso, el duelo tiene un
inicio, siendo este el momento de vivencia de la perdida, y a su vez en un transcurso regular, habrá
de tener un fin; esto puede sonar un tanto idealista, y por ende es necesario aclarar que esto es
fundamentalmente una puntualización teórica para descartar la patología, Freud (1979) puntualiza
como en un proceso de duelo que puede ser nombrado como normal; “el duelo pasado cierto tiempo
desaparece sin dejar tras sí graves secuelas registrables” (p. 250),sin embargo eso no quiere decir
que el duelo sea un esperar pasivo hasta que desaparezca el malestar, este proceso implica para el
doliente un fuerte trabajo psíquico, que puede ser acompañado o no, hasta conseguir lo que se
nombra como elaboración, Lidia Scalouzub retoma Avenburg(1975), para exponer que de este
modo “para que un duelo sea elaborado es fundamental tener en cuenta elementos como un ritual,
el tiempo de volver a la representación del objeto, sobre investirla y separarse de ella.” (Scalozub,
1998, p. 372), el médico, terapeuta y psicodramaturgo Jorge Bucay (2001) de una forma más
poética expresa que la elaboración del duelo es:
Ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar
su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia.
Convencionalmente podríamos decir que un duelo se ha completado cuando somos
capaces de recordar lo perdido sintiendo poco o ningún dolor. Cuando hemos
aprendido a vivir sin él, sin ella, sin eso que no está. Cuando hemos dejado de vivir
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en el pasado y podemos invertir de nuevo toda nuestra energía en nuestra vida
presente y en los vivos a nuestro alrededor (p. 81).
La exploración teórica respecto a los procesos de duelo, sea en la realidad individual o
social, suele reconocer como uno de los aportes más significativos el clásico ensayo Freudiano
sobre duelo y melancolía (1979); el aporte del autor no solo mantiene vigencia al día de hoy frente
al tema, sino que propicia la oportunidad de señalar como el enfoque psicoanalítico siempre se ha
ocupado directa o análogamente de temas como la muerte y la vivencia de la perdida; en el ensayo
de Freud (1979) puntualmente, se realizan planteamientos que aportan directamente a las teorías
más generales sobre el duelo, convirtiéndolo en uno de los precursores en el estudio de este.
Sigmund Freud (1979) plantea que el duelo comienza en el momento en que dentro del examen
de realidad, el sujeto comprueba que el objeto de amor ya no está y se desencadena un conflicto
de fuerzas en que hay una demanda, a la cual se puede nombrar también como necesidad, de que
“la libido abandone todas sus ligaduras con el mismo (el objeto)” (p. 142) el conflicto psíquico
del duelo yace en la afirmación que le sigue a la frase, la cual se debe de considerar casi poética:
“el hombre no abandona gustoso ninguna de las posiciones de su libido, aun cuando les haya
encontrado ya una sustitución” (Freud, 1979, p. 254), para procurar solucionar tan grave
predicamento durante el proceso de duelo, se mueve al yo a que renuncie al objeto declarándoselo
muerto y ofreciéndole como premio, el permanecer con vida (Freud, 1979); de este modo aunque
con esperanza de resolución, habrá que decir que el paso por el conflicto resulta inevitable; no es
de sorprenderse entonces que autores más modernos retomen la idea y la amplíen de este modo.
Nasio, citado por Gómez (2018) y compañía propone que “el dolor no es causado por la ruptura
con el objeto amado, sino por el vínculo hacia él; es el aferrarse a lo perdido, sabiéndolo perdido.”
(Gomez, Betancourt, Arenas Valencia, Duque, & Gómez, 2018, p. 185).
De este modo se puede ver como diferentes modelos y autores aportan para la
comprensión del duelo, en este punto para ampliar dicho entendimiento, vale la pena mencionar
que varios elementos teóricos respecto al duelo han tomado cierto carácter de “saber común”, por
ejemplo el hecho de que los procesos de duelo se viven en fases y momentos específicos hasta
conseguir la resolución del conflicto, para ello se retomara la recopilación de Cabodevilla (2007),
quien rescata a autores como Bolwy, Parkes, Engel; Sanders para exponer de modo sintetizado
dichas fases:
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Fase de aturdimiento o etapa de shock. Es como un sentimiento de incredulidad;
hay un gran desconcierto. La persona puede funcionar como si nada hubiera
sucedido. Otros, en cambio, se paralizan y permanecen inmóviles e inaccesibles. En
esta fase se experimenta sobre todo pena y dolor. El shock es un mecanismo
protector, da a las personas tiempo y oportunidad de abordar la información
recibida, es una especie de evitación de la realidad.
Fase de anhelo y búsqueda. Marcada por la urgencia de encontrar, recobrar y
reunirse con la persona difunta, en la medida en que se va tomando conciencia de la
pérdida, se va produciendo la asimilación de la nueva situación. La persona puede
aparecer inquieta e irritable. Esa agresividad a veces se puede volver hacia uno
mismo en forma de autor reproches, pérdida de la seguridad y autoestima.
Fase de desorganización y desesperación. En este periodo que atraviesa el deudo
son marcados los sentimientos depresivos y la falta de ilusión por la vida. El deudo
va tomando conciencia de que el ser querido no volverá. Se experimenta una tristeza
profunda, que puede ir acompañada de accesos de llanto incontrolado. La persona
se siente vacía y con una gran soledad. Se experimenta apatía, tristeza y desinterés.
Fase de reorganización. Se van adaptando nuevos patrones de vida sin el fallecido,
y se van poniendo en funcionamiento todos los recursos de la persona. El deudo
comienza a establecer nuevos vínculos (p. 167).
Las fases cumplen una función meramente descriptiva que procura ampliar el
entendimiento de la vivencia, sin embargo la elaboración del duelo puede llevarse de forma no
lineal hasta conseguir la elaboración, entendiendo que no llegar a esto implicará que un duelo
puede fácilmente convertirse en un asunto patológico; la definición clásica freudiana a la que se
hacía referencia anteriormente, sirve para resaltar la necesidad de ampliar la comprensión del
proceso de duelo a partir de la idea de la perdida, y para no perder de vista en el horizonte la
realidad patológica que puede acompañar la vivencia de duelo:
El duelo es, por lo general, la reacción a la pérdida de un ser amado o de una
abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etc. Bajo estas mismas
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influencias surge en algunas personas, por lo mismos atribuimos una predisposición
morbosa, la melancolía en lugar del duelo (Freud, 1979, p. 141).
Lo anterior quiere decir que cuando se habla de duelo, no se habla de perdidas debidas a
vivencia de la muerte de un ser querido, distando así de una de las preconcepciones comunes en
la sociedad: cualquier tipo de perdida puede implicar un proceso de duelo, e incluso decantarse
en un duelo patológico, o una melancolía, solo debe tratarse a una “abstracción equivalente” en
términos del vínculo con lo perdido.
Es necesario resaltar que hay un punto en común entre este postulado Freudiano y los
teóricos del duelo, como sucede con la psicóloga Isa Fonnegra (2001), la muerte y el duelo en
niños), quien puntualiza al respecto buscando ejemplificar cómo los procesos de duelo se viven
incluso dentro de las transiciones del ciclo vital, al perder, por ejemplo, los privilegios que trae la
niñez en contra de la asunción de las responsabilidades de la vida adulta.
Irónicamente, al llegar el momento de explorar bibliografía respecto a la vivencia del
duelo en los niños, se resalta el sesgo de la vivencia del duelo como un proceso desencadenado
meramente por la muerte, ya que la mayoría de investigaciones hacían referencia a la experiencia
detonada por la muerte o abandono de los padres, y se encontraron muy pocas referencias
bibliográficas en relación al tema de duelo como un proceso dentro del desarrollo normal, hasta
el punto de aun existir la discusión entre diferentes autores respecto a si es posible o no, que los
niños experimenten el duelo. Sin embargo, se encuentra particularmente que este no es el caso en
el psicoanálisis, hay que trascender entonces a Freud y prestar atención a la continuación de este
escrito con teóricos post freudianos. Para el desarrollo de sus planteamientos, algunos como Klein
y Winnicott más que dudar de la posibilidad del duelo en la infancia, incluyeron la comprensión
de este como un elemento significativo dentro de sus teorías, en relación con el proceso de
desarrollo.
3.2 El Duelo y la Muerte en los niños
La vivencia de la perdida comienza a muy temprana edad e implica consigo una sucesión
de conflictos intrapsíquicos similares a los que con más madurez vive el adulto. Es interesante
mencionar como Winnicott (1958) considera el duelo como un indicador de madurez, aunque lo
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esboza comparando el concepto de pérdida con el de muerte, su planteamiento es muy acertado.
Paralelamente Melanie Klein (1940), sigue una idea similar, pero logrando desligar la idea de
perdida y la muerte, plantea que el proceso de entrada del niño a un estado que ella denomina
como depresivo (hecho que podemos ver como madurativo), está marcado por un duelo, el del
pecho de la madre como resultado del proceso de destete. Es importante plantearlo, porque es una
base para comprender que las experiencias tempranas del duelo infantil no solo suceden, sino que
contienen elementos que continúan reactivándose cada vez que se tiene una experiencia similar
en el ciclo vital.
Siempre que se experimenta la pérdida de la persona amada, esta experiencia
conduce a la sensación de estar destruido. Se reactiva entonces la posición depresiva
temprana y -junto con sus ansiedades, culpa, sentimiento de pérdida y dolor
derivados de la situación frente al pecho- toda la situación edípica, desde todas sus
fuentes. Entre todas estas emociones, se reavivan en las capas mentales más
profundas los temores a ser robado y castigado por los padres temidos, es decir,
todos los temores de persecución. (Klein, 1940, p. 11).
Se podría afirmar, que los niños no solo experimentan duelos, sino que estos son de vital
importancia durante el desarrollo, como indica el autor Chiriboga (2015), en su trabajo sobre la
elaboración de duelo infantil por abandono parental: “la pérdida de un objeto amado marcará un
momento crucial en la vida del niño” (p. 20), que además generara impactos significativos que
trascienden a la vida adulta.
El duelo infantil será un proceso que como el del adulto se podrá manifestar de diferentes
formas, ya que no se limitará a los sentimientos de tristeza, puesto que puede aparecer la rabia o
la perplejidad, y especialmente en los niños será común la aparición de “síntomas” regresivos a
otros estadios ya superados del desarrollo, antes que la expresión concreta de dichos sentimientos.
Teniendo en cuenta lo anterior, surge la pregunta planteada de la siguiente forma: cómo
se da esta vivencia de duelo, es necesario afirmar que existe un amplio abanico teórico para
responder a la pregunta, y por esto es necesario puntualizar en, la vivencia del duelo en los niños
frente a la pérdida por muerte.
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Este es realmente un tema álgido para el debate, que además no resulta ser “popular” en
las investigaciones, de donde Zañartu, Krämer, & Wietstruck (2008), exponen en su trabajo sobre
la muerte y los niños, que el tema “está pobremente integrado como una realidad en la práctica
clínica” (p. 394), y dada la escasez de bibliografía encontrada en comparación con otros temas
parece ser una afirmación irrefutable; sin embargo, también es posible evidenciarse en la
actualidad, lo que podría llamarse un consenso en relación a que los niños si conciben la idea de
la muerte.
En sus investigaciones, Elizabeth Kübler Ross (1998) desarrolla un libro con relación a
esta tesis y expone sus experiencias encuadrándolas desde su perspectiva médica y desde los
cuidados paliativos, donde su escritura experiencial consigue poner en la mente del lector que
cuan lo menos existe un conocimiento intuitivo por parte de los niños respecto a la realidad de la
muerte, y que como sucede con los adultos, poseen un gran temor por esta, los postulados de Ross
han evidenciado que hay cierta diversidad teórica en la exploración de este fenómeno, aunque en
cantidad sean pocos autores quienes lo aborden, ya que no hay un monopolio teórico y por ende
se desligan numerosas preguntas al respecto, como por ejemplo ¿desde qué momento los niños
realmente conciben la realidad de la muerte? .
Desde perspectivas psicoanalíticas, algunas investigaciones que se han realizado suelen
iniciar desde el planteamiento de que incluso antes de vivir una perdida por muerte, los niños
desarrollan ideas respecto a la muerte e incluso viven angustias similares a la angustia ante la
muerte durante su desarrollo. Se propone así pensar que de la angustia de castración (una angustia
que se puede experimentar repetidas veces a lo largo de la vida y que es propia de la teoría del
desarrollo psicosexual para entender procesos en la infancia), deviene la angustia de muerte;
paralelamente Kübler Ross( 1983) afirma que alrededor de los tres o cuatro años, al temor de la
separación que el niño experimenta, se le suma un latente temor a la mutilación (que podría
asemejarse al temor a la castración mencionado por el psicoanálisis), a partir de este momento la
autora menciona que el niño comienza a manifestar el temor a la muerte .
En investigaciones más recientes, realizadas con niños hasta los 4 años que han
experimentado la muerte de forma cercana, se ha buscado indagar respecto a las representaciones
infantiles de la muerte, y la vivencia de esta en el duelo con niños. En el año 2016, Medina lleva
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a cabo una investigación en la ciudad de Medellín con un grupo de niños y niñas de 7 años, con
el objetivo de explorar desde un enfoque cualitativo dichas representaciones, en esta, aunque
también en otras investigaciones, se rescata claramente y se fundamenta: “los niños, en este
aspecto, no son sujetos pasivos: han aprendido, de alguna forma y en contra del tabú, sobre
diferentes nociones de la muerte.” (Medina J. S., 2016, p. 63). Partiendo desde esta afirmación, se
ha buscado comprender este proceso de construcción teniendo cuenta factores en cuanto a las
condiciones socioculturales del contexto “el significado de la muerte deriva, también, de sus
tradiciones familiares y de sus relaciones con el otro.” (Gomez, Betancourt, Arenas Valencia,
Duque, & Gómez, 2018, p. 181) , por lo cual es necesario “considerar las respuestas del niño ante
las pérdidas y la muerte (…) siempre dentro del contexto familiar.” (Fonnegra Jaramillo, Los
niños, la muerte y el duelo, 2001; Fonnegra Jaramillo, La esperanza, 2001), considerando
paralelamente características del ciclo vital, donde algunas de las investigaciones lo tienen en
cuenta desde una perspectiva cognitiva, en la que retoman las teorías Piagetianas, se menciona
que “el desarrollo del pensamiento pre operacional y operacional trae consigo la capacidad de
entender el concepto de la muerte” (Zañartu, Krämer, & Wietstruck, 2008, p. 395), así se considera
la evolución de las capacidades cognoscitivas del niño durante su proceso de desarrollo, y es un
soporte teórico que permitirá la comprensión de las representaciones que van construyendo los
niños con respecto a la muerte:
Al comienzo del desarrollo, en los niños de 4 a 6 años aproximadamente, lo real, lo
posible y lo necesario se encuentran escasamente diferenciados, con una
sobrestimación de la realidad sobre lo posible (Piaget, 1981/1985; 1983/1986). Esta
sobrestimación conduce a distintas formas de creencias infantiles que identifican la
realidad con los observables de la experiencia (…) En otras palabras, la realidad –
constatada y posible– solo puede ser aquella que los instrumentos del niño le
permiten observar (Lenzi & Tau, 2011, p. 155).
Teniendo en cuenta lo anterior, es necesario señalar que una de las conclusiones a la que
se ha llegado, es que los niños pasan por un proceso en que la muerte se va construyendo como una
realidad, en este proceso inicialmente el niño consigue aceptar la posibilidad de la muerte de otro,
antes que contemplar la posibilidad de la propia. Al volver a considerar el enfoque y los aportes
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psicoanalíticos, es interesante encontrar que desde esta perspectiva se comprende que en la infancia
el ser humano pasa por un primer estadio del desarrollo, denominado: narcisismo primario, en el
cual aún no hay una capacidad para comprender la diferencia entre el mundo interior y el exterior,
el autor Villanueva(1993) citado por Chaverra (2019) este proceso del desarrollo, y para hacerlo
inevitablemente retoma aportes post freudianos de autores anteriormente mencionados como,
Melanie Klein
Tabla 1.
Proceso de desarrollo.
PROCESO
LOGRO
Bebe confluente con la madre.
Narcicismo primario.
Experimentar estados de euforia y tensión o
angustia por medio de la madre.
Se orienta hacia la satisfacción de las
necesidades.
División de “mundo bueno” o “pecho bueno”
con el “mundo malo” o “pecho malo”.
Experimenta confianza o miedo.
Centra su primitiva conciencia de sí y del
mundo (aun indiferenciada) en el “mundo
bueno”, de esta forma niega, rechaza, y
escinde de su “conciencia” lo que
experimenta como “mundo malo” por ser
demasiado amenazante y angustiante para él.
Proyecta este “mundo malo” y repudiado
hacia afuera, deshaciéndose de esas
experiencias angustiantes.
Empieza el proceso de individuación El niño inicia a reconocerse como diferente a
la madre, en su conciencia empieza a
aparecer la madre como un otro, empieza a
diferenciar las experiencias de este modo, lo
que es él y lo que pertenece a la madre,
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Nota: fuente: Experiencias de acercamiento al concepto… (Chaverra, 2019, p. 20)
De este modo se comprende que el sujeto se considera a sí mismo como un ente
omnipotente que puede autosatisfacerse en todo sentido, el niño va desmontándose poco a poco de
tal posición de omnipotencia en la que es creador y destructor de la realidad, mientras suceden
estos procesos “posibilidades” como la muerte, entendiblemente, no lo tocan, y dichas
posibilidades pueden ser “solucionadas” desde dicha posición de omnipotencia. Esta teorización
se complementa con las diferentes investigaciones desde enfoques cognitivos, donde se han
encontrado los mismos resultados y se han teorizado desde los estadios del desarrollo Piagetiano,
planteados anteriormente.
Lidia T. Scalozub (1998) hace énfasis en las vicisitudes por las que pasa el infante en
dichas situaciones, teniendo en cuenta que la vivencia del duelo o la muerte se darán de acuerdo a
existiendo aun zonas indiferenciadas entre
ellos. Inicia a su vez a incluir partes
repudiadas a la imagen de si, y a ver que la
madre no se diferencia en “pecho bueno” y
malo, es la misma madre.
Aparecen las representaciones e imágenes
mentales.
Integración del yo Se da cuenta de su conciencia separada del
mundo.
Fin del narcicismo primario, las cosas no se
dan por sus deseos.
“(…) tiene el primer contacto y
‘conocimiento sensorio motriz’ de dos de sus
atributos existenciales: su separatividad y su
indefensión” (Villanueva, 1993, p. 41).
Dicho de otra manera, separatividad e
indefensión como las características
ontológicas de soledad y muerte
respectivamente
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 17
la estructura infantil (momento del desarrollo) en que se experimente la perdida, si tenemos en
cuenta la exposición anterior de desarrollo y recordamos que el duelo según Freud comenzara una
vez el examen de realidad compruebe la ausencia del objeto amado será necesario la señalización
de que “el niño tiene la dificultad de realizar el examen de realidad que el duelo por definición
requiere” , por lo que el duelo podrá ser “procesado en distintos momentos posteriores de su vida”
(Scalozub, 1998, p. 375).
A medida que el niño va creciendo, se instaura el principio de realidad, y puede realizarse
su examen respectivo, la psique continua su proceso madurativo y se dan procesos de aprendizaje
significativo en donde comienza a alejarse de la idea de reversibilidad de la muerte, y se acepta
su irreversibilidad, “a partir de los ocho o nueve años, al igual que los mayores, reconocen la
permanencia de la muerte” (Kübler-Ross E. , 1983), permitiendo abrir vías para reorganizar la
experiencia de la perdida y llegar a la elaboración.
Para finalizar este apartado, es importante retomar la afirmación de Yalom (1984), quien
concluye frente al tema de la muerte y los niños lo siguiente:
Los niños están muy preocupados con la muerte. Esta preocupación es profunda y
ejerce una gran influencia sobre el mundo de su experiencia. Para ellos, se trata de
un gran enigma, y una de las tareas más importantes de su desarrollo es resolver los
temores y el desamparo que experimentan con respecto a su propia destrucción, en
tanto que las cuestiones sexuales permanecen en un plano secundario y derivado.
Estas preocupaciones empiezan mucho antes de lo que generalmente se cree. Los
niños pasan por una sucesión ordenada de etapas en su conciencia de la muerte y en
los métodos usados para enfrentarse con el miedo a ella (p. 102).
3.3 El proceso de morir, el duelo por la propia muerte
Para poder hablar de la muerte como un proceso, es necesario contemplarla en un
escenario en el cual esta no llega súbitamente, sino que va paulatinamente sobrecogiendo con su
creciente cercanía al individuo, por supuesto, por lo mismo la muerte como proceso suele hacer
referencia a lo que sigue en la vida de la persona, al ser notificada de la inminencia de su finitud
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 18
a causa de alguna enfermedad, desde el momento de aviso comienza el proceso de morir en donde
las funciones físicas de la persona irán en deterioro mientras a su vez el sujeto se enfrenta con la
idea de su muerte inminente, este enfrentamiento está marcado por diferentes características y
desde algunas perspectivas teóricas, por etapas específicas; así mismo vale la pena recalcar que el
proceso de morir podrá entonces durar días, semanas, meses o años.
Vivir la muerte quiere decir aproximarse a un estado de vigilia, de curiosidad lúcida,
a una experiencia que no es nunca la experiencia de la muerte misma sino más bien
la experiencia de las vivencias de los tiempos previos a su advenimiento(Alizade,
1995, citada por Faciolince & Osorio, 2011, p. 166).
En las revisiones bibliográficas que se realizaron sobre este fenómeno, puede afirmarse
que el material que se encontró fue poco, ya que algunas teorías e investigaciones han sido
enfocadas en las personas que acompañan al moribundo, dejando de lado la experiencia del que
está a punto de fallecer y dando cuenta de la falta de sentido que el ser humano ha encontrado en
esta experiencia.
En el texto, Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, Freud (1979)
reflexiona sobre cómo los seres humanos tendemos a prescindir de la realidad que es la muerte,
casi en un intento de “eliminarla de la vida” (p. 290), tal afirmación lo lleva a plantear que la
actitud del hombre hacia su muerte en lo más nuclear de su ser, en lo más recóndito de su
consciencia, es igual a la actitud que tenía el hombre primitivo, o “primordial” (p. 295); como los
niños que en el registro consciente no logran concebir lo irremediable de la finitud, la huella de
esta posición infantil, prevalece en el inconsciente apoyado en el narcisismo del sujeto, llevando
a Freud a afirmar que:
La muerte propia no se puede concebir; tan pronto intentamos hacerlo podemos
notar que en verdad sobrevivimos como observadores. Así pudo aventurarse en la
escuela psicoanalítica esta tesis: En el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo
que viene a ser lo mismo, en el inconsciente cada uno de nosotros está convencido
de su inmortalidad (Freud, 1979, p. 290).
Es necesario ahondar en tales afirmaciones comprendiendo que el paso por las diferentes
etapas del desarrollo tendrán un efecto en como el sujeto asimila la idea de la muerte, como bien
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 19
se expuso anteriormente a través de autores como Piaget, al crecer, el infante llegara aceptar en
aras de la razón que la muerte no solo existe sino que es irremediable y significa un punto final,
sin embargo, aunque este logro evolutivo permite racionalizar el hecho de que la muerte no tendrá
un después ni una solución, esto no pasara de forma desapercibida para el individuo considerado
como “sano”, que no podrá desde ese punto en adelante, considerar la muerte de otro sin
aproximarse a algún afecto de culpa o malestar, “ …una acumulación de muertes nos parece algo
terrible en extremo. Frente al muerto mismo mantenemos una conducta particular, casi de
admiración, como si hubiera llevado a cabo algo muy difícil” (Freud, 1979, p. 291). De este modo
la huella no solo hará referencia a los afectos, sino que en el inconsciente aun permanecerá la marca
de la imposibilidad de morir, con lo incredulidad que de que en verdad existe un fin que no conlleva
más sentido que el de la ley natural de que todo lo que nace, en algún punto habrá de perecer; este
inconsciente incapaz de olvidar, no termina de concebir el propio perecer, por ello aunque el adulto
es un niño que ha crecido y logrado razonar con esa gran ley, aun se verá conflictuado ante la idea
de su propia muerte, incluso ante la idea de la muerte de otros, que inevitablemente augura que en
algún momento será su hora. “Por lo general, destacamos el ocasionamiento contingente de la
muerte, el accidente, la contracción de una enfermedad, la infección, la edad avanzada, y así
dejamos traslucir nuestro afán de rebajar la muerte de necesidad a contingencia” (Freud, 1979, p.
291)
Al tener en cuenta esta hipótesis no parecerá sorpresivo entonces que el trabajo con el
paciente terminal suela enfocarse más en los espectadores de la muerte, que en el mismo sujeto
moribundo ; aunque los mismos estudios reconocen que el padecimiento de cualquier enfermedad
y el anuncio de que esta puede conllevar a la muerte, es un evento sumamente perturbador y el
proceso al que se enfrenta la persona es hondamente complejo ya que “dejar de existir es lo que
está en juego: es la propia identidad y la propia estructura psíquica las que son puestas a prueba.
Si el duelo consiste en matar al muerto, aquí el muerto es la propia persona, el yo, el ser.” (Fulco,
2002, p. 94) por lo que es un reto para la psique, el reto de asumir su finitud en donde la capacidad
de admitir lo irremediable de la muerte dependerá en gran medida de los recursos del sujeto
(Fulco, 2002), dicho de otro modo, para que el sujeto pueda afrontar el duelo prematuro por su
muerte, dependerá de sus herramientas psíquicas y esto será seguido por la calidad de sus
relaciones con la familia y con el equipo de atención que lo tenga a su cuidado, convirtiendo estos
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 20
en pilares fundamentales, por lo que autores del duelo, como Isa Fonnegra, hacen referencia sobre
como:
Los enfermos experimentan muchos otros temores cuando se acerca el momento de
la muerte. Sin embargo, el estar en relación activa con una o varias personas que
compartan con ellos, que reciban sus confidencias, que los escuchen, ya representa
un importante alivio psicológico (Fonnegra Jaramillo, La esperanza, 2001).
En esa misma línea de ideas, Valencia (2014) rescata a través de las palabras de Cornago
(2007), que en este proceso:
Los factores que influyen en la caotización son: las implicaciones de la enfermedad
en sí, su gravedad; las circunstancias concretas, la edad, el sexo, las funciones que
desempeña el sujeto; los recursos psíquicos y espirituales y el apoyo externo, como
la familia, amigos, grupos de pertenencia y los centros de ayuda (p.39).
Sin embargo, será necesario comprender según estas consideraciones que
inevitablemente llevaran a la “caotización”, como por un lado tendremos el dolor físico, que es en
sí mismo algo que conmociona al yo (Nasio, El dolor fisico, 2007), esto quiere decir
fundamentalmente que el dolor implicara “un desbaratamiento grave del yo y la parálisis del
principio de placer, guardián de nuestro equilibrio psíquico. El dolor expresa algo que está más
allá del principio de placer. Conmociona al yo, pero no lo destruye” (Nasio, 2007, p. 108), el dolor
deberá ser entendido entonces como un sensación orgánica, pero que por naturaleza causara un
efecto en la psique, por lo que las tareas a las que se enfrenta esta serán arduamente pesadas, ya
que además del dolor, existirá un padecer a nivel emocional, mental e incluso existencial, la
vivencia de este hace parte importante del paso por las diferentes etapas que afronta el enfermo
terminal en su proceso de muerte, las cuales son enunciadas y descritas por Kübler Ross (Sf) en
su libro, Sobre la muerte y los moribundos, en el que la autora procura exponer los mecanismos
que la persona pone en función durante su experiencia de morir, donde las fases propuesta por
Kübler Ross son: (negación, ira, negociación, depresión, aceptación), de las cuales el
ahondamiento teórico y experiencial hecho por la autora es basto, los nombres de estas fases
resultan lo suficientemente dicientes en sí mismos, pero para nuestro propósito resultara
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 21
fundamental desentrañar un poco a que hace referencia la última fase, ya que inevitablemente en
el acompañamiento se tendrá como objetivo ayudar a que tras todo el sufrimiento enunciado, el
doliente logre llegar a dicho punto llamado Aceptación. Kübler Ross (Sf) se explica puntualizando
que:
No es un "abandono" resignado y desesperanzado, una sensación de "para qué
sirve" o de "ya no puedo seguir luchando", aunque también oímos afirmaciones
como éstas. (Indican el principio del fin de la lucha, pero no son síntomas de
aceptación.) No hay que confundirse y creer que la aceptación es una fase feliz. Está
casi desprovista de sentimientos. Es como si el dolor hubiera desaparecido, la lucha
hubiera terminado, y llegara el momento del "descanso final antes del largo viaje",
como dijo un paciente ( p. 91).
La complejidad de este proceso, ya esbozada a través de las diferentes dimensiones
presentadas del sufrimiento del moribundo debe ser explorada a partir del entendimiento de que
el duelo por la propia muerte, no será una tarea psíquica cualquiera, en el proceso de morir en
donde el sujeto se enfrenta a la realidad de “un cuerpo que se pierde” (Fulco, 2002), se pueden
dar realmente múltiples duelos debido a las constantes experiencias de perdida que implicaran la
enfermedad, como lo son la perdida de las funciones y los cambios físicos, mientras que a su vez
se dará lugar a un gran duelo anticipado por su propia existencia.
3.3.1 El duelo anticipado.
Cuando estamos preparados para verlo partir porque está condenado por la
enfermedad, por ejemplo, vivimos su muerte con una pena infinita pero
representable. Como si el dolor del duelo comenzara antes de la desaparición del
amado. Por ende, el dolor, aunque insoportable, sigue estando integrado en nuestro
yo y se acomoda a él (Nasio, 1996, p. 67).
Dentro del proceso de duelo se podrá hablar de una “resolución” en el momento en que las
energías investidas en el objeto perdido puedan ser nuevamente utilizadas por el yo a su
disposición, en el duelo por la propia muerte y en el duelo anticipado no ocurrirá esto, ya que el
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 22
trabajo de duelo comienza a hacerse antes de que se dé la pérdida o el fallecimiento, como lo señala
Nasio sin nombrarlo directamente como un duelo anticipado, el cual es un término acuñado a Erich
Lindemann quien lo usa al percatarse de las reacciones de duelo de aquellos confrontados con la
amenaza de muerte o separación del ser amado (Faciolince & Osorio, 2011,).
Como ya ha sido expuesto, el proceso de morir comenzará con el anunciamiento, el cual
desencadenará un trabajo psíquico en el que el sujeto debe vivir su muerte, anticipándose a su
propia desaparición, es por dicha anticipación que entender la vivencia del duelo anticipado será
fundamental para comprender la experiencia de morir.
Kehl (2005, p.207) citado por Agustina Loitegui (2008) expondrá la descripción de cinco
componentes que se presentan constantemente al referiros al fenómeno del duelo anticipado:
1- Reconocimiento de la inevitabilidad de la muerte.
2- Pena o la experimentación y expresión de resultados emocionales de la
pérdida anticipada. Esto incluye el correlato físico, psicológico e
interpersonal asociado con el duelo.
3- Reconciliación y desarrollo de una perspectiva que soporte la creencia
del valor de la vida de la persona que fallece y el valor de la vida en
general.
4- Desapego o retiro de la investidura emocional del moribundo.
5- Memorización o desarrollo de una estable y consciente imagen mental
del moribundo que permanecerá posteriormente a la muerte (p. 10).
Para algunos autores el trabajo de duelo anticipado será realizado solo por la familia y
aquellos que acompañan el proceso de morir, y por ende declaran que este habrá culminado al
momento en que estos espectadores logren aceptar la muerte de su ser querido, como se puede
notar o entender en la referencia hecha por Loitegui, reafirmando una vez más la negación del
hombre por trabajar en el reconocimiento de su propia transitoriedad; mientras que, para otros
autores, este trabajo será llevado a cabo tanto por la familia como por el enfermo, entendiendo que
este también llegara a cierta aceptación de su finitud, como lo expone Kübler Ross (Sf) en sus
etapas del proceso de morir. “Desde esta perspectiva, el duelo anticipado permite a quien lo vive
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 23
trabajar en la elaboración de la pérdida próxima de la vida y posibilita la resignificación de la
historia y del tiempo que queda por vivir” (Faciolince & Osorio, 2011, p. 171).
3.3.2 El proceso de morir en niños.
Hay cuestiones de base que harán que el proceso de morir sea llevado de una forma distinta,
como lo es la edad, de por si es necesario recordar que cada muerte es distinta, así como es distinto
cada encuentro con el otro, encuentro en el que en el proceso de morir se juega la posibilidad de
que los sujetos realicen “satisfactoriamente” este último trabajo psíquico (Fulco, 2002, ), y en lo
que respecta a los niños esto es fundamental.
Hay pocas investigaciones o aportes respecto al proceso del duelo por la propia muerte en
los niños, sin embargo, tenemos en cuenta que se evidencian en estos unas construcciones sobre
la muerte, según planteamientos expuestos anteriormente, no obstante, es importante rescatar que
el niño aún no cuenta con muchas herramientas psíquicas, parte de esos recursos tendrán que ser
“auxiliados” a través de ese encuentro con el otro, el cual será esencial desde el momento del
diagnóstico, algunos adultos parecen tomarse lo suficientemente a pecho esto como pare preferir
cargar con el diagnostico terminal del niño, sin el niño, algo entendible puesto que por un lado la
noticia de la muerte de un niño es un evento de lo más inaudito y ¿cómo no?, ya que
inevitablemente los niños son representados como “los proyectos inacabados de la vida, los que la
sostienen, la promesa de un mejor porvenir” (Espinosa, 2004, p. 2); aun así, al caer en esto estarán
cometiendo un grave error:
Esconderles el conocimiento de su propia enfermedad ("conspiración del silencio")
es un error común. No sólo los adultos, sino que los niños también sospechan sus
diagnósticos con relativa claridad, y los viven con miedo en soledad, jugando al
juego de los padres (Zañartu, Krämer, & Wietstruck, 2008, p. 395).
La capacidad de los niños para jugar al juego de los padres podría resultar aun así, una carta
positiva para hacer más ameno su proceso, “los niños perciben la ansiedad de los padres, pero
también perciben cuándo pueden hablar con tranquilidad de esas cosas” (Kübler-Ross E. , 1983, p.
69), de este modo, en el acompañamientos los niños no solo desarrollan sus concepciones sobre la
muerte, sino que el apropiado proceso de educación respecto a la muerte, y de naturalización de
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 24
esta podrán ayudar a que la vivencia de la enfermedad terminal sea llevada con menos sufrimiento;
además de esto, el acto de excluir al niño de su propio proceso implicara imponer un gran barrera
entre este y su cuidador, aumentando uno de los grandes padecimientos del niño que está próximo
a morir, ser alejado de sus padres (Kübler-Ross E.,1983), e impedirá además la apropiada
contención de los temores y ansiedades experimentadas por el infante (Zañartu, Krämer, &
Wietstruck, 2008)
El acompañamiento emocional y psicológico, aunque menospreciado en términos de
volumen en las investigaciones y en la producción científica, ha sido reconocido como
indispensable, sabiendo que incluso sin acompañamiento profesional es preciso este
acompañamiento abierto y afectuoso para que el niño pueda expresar sus temores, deseos e
inquietudes, que se encuentren apoyados como es debido, por uno o más adultos que puedan
abrirles espacios de escucha y orientación que les permita sentirse respaldados, “el niño que va a
morir desea consciente o inconscientemente que se le acompañe, que se le ayude a recorrer su etapa
final.” (Rincón, Martino, Catá, & Montalvo, 2008, p. 427).
Cualquier respuesta a la pregunta “¿por qué?”, apela a una solución sencilla. La
muerte de un niño es cosa sumamente compleja. No es posible encontrar, donde no
existe la riqueza para explicar. Aun así, la pregunta se necesita para demostrar que
no tiene respuesta, que es necesario buscar en otro lado. El silencio que ha
provocado esta pregunta sin sentido permite encontrar el espacio y la paz, para
lograr trascenderla y encontrar una pregunta más adecuada (Medina C. C., 2010, p.
234).
Una vez aceptado el sin sentido como indica el autor, habrá posibilidad de preguntarse
verdaderamente que es lo que se pone en juego en la realidad de este sujeto de corta edad, además
de esta dimensión relacional y sus profundas implicaciones, que es aquello que el niño pierde y por
lo cual sufre, comprendiendo además que no se trata de una mera perdida (la de la vida), como se
mencionó anteriormente haciendo referencia al adulto, el niño, como el adulto se verá confrontado
por una sucesión de pérdidas y tendrá así que lidiar con el dolor y los miedos que estas implican
(Rincón, Martino, Catá, & Montalvo, 2008, p. 427).
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 25
3.3.2.1 Pérdida y cambios corporales.
Dentro del proceso de morir siempre debe reconocerse como la dimensión corporal tendrá
un impacto avasallador en la experiencia emocional del individuo, no es posible quedarse en un
psicologismo e ignorar que dentro del sufrimiento individual habrá una íntima conexión con la
vivencia de aquel cuerpo que se desvanece, que cambia fuera de las convenciones normales del
desarrollo, que implicara estancias lejos de casa en el hospital o el abandono de la escuela, que ha
llegado además a romper con la cotidianidad, ruptura que bien puede representarse en dicha
dimensión corporal.
Al pensar en el proceso de desarrollo normal, saltará a relucir que el cuerpo cambia
constantemente para adaptarse a lo que será la vida adulta, de hechos muchos procesos de
maduración psíquica estarán supeditados a estos cambios físicos, como sucede en los primeros
años en que el niño pasa de gatear a caminar permitiéndole alejarse de los padres con mayor
seguridad para explorar el mundo, y luego poder con la misma seguridad, usar sus piernas para
volver a estos. No es entonces una sorpresa la importancia que debe dársele a la corporeidad cuando
en contraposición al proceso normal, el cuerpo comienza a decaer antes de tiempo, a esto
sumaremos que el cuerpo del niño está altamente investido de energía libidinal, “para algunos niños
y niñas su cuerpo es muy preciado y cualquier cambio, por mínimo que sea, les causa mucho
malestar, les da vergüenza salir a la calle con mascarillas, tener que usar gorras para esconder su
calvicie o llevar un catéter en su mano” (Andrade, 2018, p. 39).
Dicho esto, comprendemos además que en el psiquismo se representa además la dimensión
corporal, y que el cuerpo es un medio para la comunicación, Sofía Belén Andrade (2018), plantea
muy bien esta estrecha relación al expresar que inevitablemente “las emociones afectan al cuerpo,
el dolor psíquico es producido en ocasiones por un padecimiento físico, ambos se combinan y se
manifiestan a la par; cuando existe dolor psíquico el cuerpo lo expresa en forma de decaimiento,
desgano” (p.39).
Dentro del psicoanálisis ha sido altamente reconocido el tema de la corporalidad, a la autora
Françoise Dolto se le acuña el aporte respecto a la imagen inconsciente del cuerpo, formación
inconsciente particular de cada sujeto, atada a la formación del esquema corporal, entendiendo el
segundo como una representación del cuerpo ubicado en el espacio, y el segundo como una
abstracción atemporal, cargada de significantes particulares “La imagen del cuerpo es la síntesis
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 26
viva de nuestras experiencias emocionales: interhumanas, repetitivamente vividas a través de las
sensaciones erógenas electivas, arcaicas o actuales” (Dolto, 1984, p. 21). Ambos están supeditados
en su formación a los momentos de desarrollo sin embargo no todas la vivencias que implicaran
modificaciones en el cuerpo, llegaran a modificar la imagen inconsciente del cuerpo formada por
el individuo en sus primeros tres años, recalcando que “afecciones orgánicas precoces pueden
provocar trastornos del esquema corporal, y éstos, debido a la falta o interrupción de las relaciones
de lenguaje, pueden acarrear modificaciones pasajeras o definitivas de la imagen del cuerpo”
(Dolto, 1984, p.18).
Teniendo en cuenta lo anterior, se habla de que, en el proceso de morir, comúnmente los
niños deberán afrontar duelos debido a los cambios de su cuerpo, como la pérdida del cabello o
alguna extremidad, o de su independencia recién adquirida debido al decaimiento de sus funciones,
y de este modo será también a través del cuerpo y los espacios interpersonales que estos duelos y
sufrimientos encuentren un lugar para la elaboración.
Su invalidez puede no afectar su imagen del cuerpo: para ello es preciso que, hasta
la aparición de la enfermedad, en el curso de ésta y después, durante la
convalecencia y la reeducación, su relación con la madre y el entorno humano haya
sido flexible y satisfactoria, sin excesiva angustia por parte de los padres; una
relación adaptada a sus necesidades, de las que hay que hablar siempre como si los
propios niños pudieran satisfacerlas aunque la afección muscular causada por la
enfermedad y sus secuelas los hayan incapacitado para ello. Cuando el niño se ve
atacado por una invalidez, es indispensable que su déficit físico le sea explicitado,
referenciado a su pasado no inválido o, si éste es el caso, a la diferencia congénita
entre él y los demás niños. Asimismo, tendrá que poder, con el lenguaje mímico y
la palabra, expresar y fantasmatizar sus deseos, sean éstos realizables o no según
este esquema corporal lisiado (Dolto, 1984, p. 18).
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 27
3.4 La creación o el acto creativo
El arte, más allá tomarse como una disciplina abstracta para intelectuales o grandes talentos
y genios, debe ser tomado como parte de la cotidianidad y la esencia humana, entendiendo como
este impregna cada momento del desarrollo del sujeto de una u otra forma, “¿No deberíamos buscar
ya en el niño las primeras huellas del quehacer poético?” (Freud, 1992, p. 127). Desde muy corta
edad el niño comienza a recurrir a la creación artística, el acto creativo aparece comúnmente en el
dibujo y el juego como una oportunidad para la comunicación, en acotación a esto se rescata la
exposición de Winnicott en su trabajo Realidad y Juego, en donde menciona que es en el juego en
donde el niño, o incluso el adulto, pueden crear y descubrirse a sí mismos dentro de la posición
creadora (Winnicott, 1993).
De este modo la actividad artística surge casi como una necesidad innata desde la niñez, en
donde el niño puede expresar su mundo interno, y todo aquello que aún no sabe representar a través
del lenguaje verbal, por lo mismo el acto creador se presenta como un medio, tanto para la
evaluación por parte de los profesionales que tienen la oportunidad de trabajar con el niño, como
para la elaboración de este.
Las manifestaciones artísticas son el punto de partida para que el niño hable. Por
ejemplo, en un dibujo, por asociación el niño hablará de su entorno familiar y de las
figuras más importantes para él como su padre, madre, hermanos. Mediante el
dibujo, habla de su verdad, de lo que le preocupa, le causa miedo, incluso de la
misma relación con el analista (Chiriboga, 2015, p. 48).
La comprensión de la naturaleza creadora del ser humano puede permitir al profesional que
realiza el acompañamiento vislumbrar en el acto creador, ya sea el juego o el dibujo, una
oportunidad para realizar dicho acompañamiento. A su vez dicha oportunidad que provee la actitud
creadora deberá ser minuciosamente vista, entendiendo además que se sostendrá en complejos
procesos psíquicos y cognitivos que van madurando a medida que el niño crece. Desde las teorías
que priman los procesos cognitivos hay una gran claridad sobre cómo estas capacidades para crear
evolucionan, como sucede con el dibujo, en su investigación: El despertar del dibujo, Carmen
Mengibar (2010), quien retoma diferentes autores como Osterrieth, coautor de la famosa figura de
Rey, llamada realmente figura compleja de Rey–Osterrieth y destinada para la evaluación
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 28
neuropsicológica de procesos de memoria, atención y planeación; Mengibar nos recuerda que en
el niño en el dibujo es un “lenguaje de la verdad y del inconsciente” (p. 9), y que podrá proyectarse
de forma natural en el papel, sin embargo la manera en que se expresen, y las capacidades para
hacerlo variaran según su edad comenzando en una Etapa de Garabateo en su primer año, en la
cual los trazos no constan aun de un sentido; Etapa de realismo fortuito, en donde el niño de dos
años comienza a notar que pueden haber similitudes entre las líneas y el mundo, para llegar a los 3
años y desear imitar dicha realidad, sin éxito, dando inicio a una nueva etapa llamada; Realismo
fallido, en la cual los niños falsificaran la realidad, dicha etapa será seguida por una de Realismo
intelectual y una última a los 12 años llamada; Realismo visual. Teniendo en cuenta lo anterior, es
necesario pensar que un niño menor a 3 años no tendrá probablemente suficientes herramientas
para llevar a cabo un proceso mucho más complejo que pone en cuestión la verdadera utilidad del
arte o del acto creativo, la simbolización
3.4.1 Los procesos de simbolización en la infancia.
En la psicología y el psicoanálisis al hablar del arte, o del acto creador, suele hablarse de muchos
procesos que se ponen inmediatamente en marcha como lo son procesos cognitivos de atención y
memoria, se habla además de mecanismos como la proyección y la sublimación, sumado se
encuentra la capacidad de realizar a través del acto creativo representaciones cargadas de
significado, el arte permite realmente presentarse como un medio para la representación y
simbolización de aquello que no puede ser simplemente nombrado (Rodriguez, 2016).
La funcionalidad del arte frente al sujeto, es que este le va a permitir que vuelva del
mundo de lo imaginario a la realidad pues el artista va a poder colocar su fantasía
en la obra y de esta forma traerlo a la realidad que rodea la pieza artística (...) El arte
entonces llega como un medio que permite la representación y simbolización”
(Rodriguez, 2016, p. 44).
El arte será uno de los grandes medios para la simbolización, y debido a la tendencia innata
en los niños, su uso podrá ser apreciado desde muy temprana edad. Uribe (2008) sugiere que a
partir de un considerable recorrido por la obra Freudiana se podrá llegar a la comprensión de que
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 29
en efecto la simbolización no se limita a una función que permita la representación de la realidad,
tratándose más bien de procesos intrapsíquicos de naturaleza no necesariamente defensiva, como
desplazamientos sustitutivos, que permiten la interconexión de representaciones, y así mismo
produce sistemas de intercambio entre las instancias psíquicas (p. 66).
De lo anterior, para reforzar dicha construcción se recatan las palabras de Casas de Pereda,
quien lo expresa bellamente:
“Simbolización implica tanto la pérdida como la sustitución. Diría que las defensas
binarias como la vuelta sobre sí mismo, transformación en lo contrario y desmentida
actúan en torno a la pérdida ‘suspendiéndola’, trasladándola, mientras la represión
y sublimación como defensas triádicas habilitan una tarea consistente de sustitución.
Con la idea de simbolización no llegamos a capturar lo que no es capturable, sino
que proponemos un nombre para ese acontecimiento que media en la división de
instancias responsable de sentidos, síntomas, sueños y lapsus” (Casas, 2007, p. 181).
Como se mencionó anteriormente, los procesos simbólicos aparecen de manera temprana
en la infancia, en el caso de los niños habrá que señalar además que la capacidad implicara en sí
misma una muestra de maduración psíquica, el momento en que el niño es capaz de emplear el
simbolismo implica que este ya es capaz de distinguir con claridad entre la fantasía y la realidad,
que percibe la diferencia entre los objetos internos y los externos (Winnicott, 1993), de este modo
se expone como el niño simboliza en una posesión a la figura materna, sustituyéndola en objetos
transicionales como lo puede ser una cobija, un peluche o un juguete, (Winnicott,1971 citado por
Andrade, 2018) esto es fundamental, ya que dicha capacidad para simbolizar aparecera justo en el
momento en que se imparta en el niño una falta o perdida significativa que lo lleve a la necesidad
de reemplazarlo simbolicamente para tolearar la angustia que esto conlleva (Cyrulnik, 2010 citado
por Andrade, 2018).
4 Discusión
La elaboración del trabajo presentado y desarrollado hasta ahora, ha permitido ampliar la
mirada respecto no solo a este fenómeno, sino ante una multiplicidad de realidades que han debido
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 30
considerarse para poder siquiera vislumbrar las preguntas que le atañen; debido a los pocos
artículos y teorías respecto al duelo por la propia muerte en la niñez, resulta indispensable sentarse
con lo poco que hay y considerar todas las dimensiones que pueden ponerse en juego, para
pensarla una por una, sin dejar de verlo como un todo.
Dentro de lo poco que fue encontrado, se evidencia una fuerte preocupación por duelos
infantiles respecto a abandonos o las muertes de los otros, siendo casi nula la preocupación por el
niño moribundo doliente, y pareciendo ser que sin importar a cuál de estos fenómenos sea el objeto
de estudio, el interés está puesto en exponer que es lo que dice la teoría respecto al sujeto, y no en
escucharle, por ende la teorización respecto a estrategias para acompañarle y para el quehacer con
su sufrimiento, es en extremo pobre.
Aunque repetitivo, vale la pena señalar que en verdad el tema pareciera resultar tan
incómodo que incluso la búsqueda por datos estadísticos es un tanto compleja, al investigar por
índices de mortalidad infantil se hace referencia a los fallecimientos dados en niños antes del primer
año de vida, acceder a datos respecto a mortalidad en edad escolar o preescolar es mucho más
complejo, y lo más llamativo de esto es la implicación que se da en el uso del lenguaje, al hablar
de mortalidad infantil en términos de estadística, no permite hablar de la mortalidad en la infancia
realmente, se hace necesario velar aún más el hecho a través de cambios semánticos para
diferenciarlos; en las investigaciones y libros que desarrollan el tema de la muerte en la infancia, y
que pertenecían a países del primer mundo, lejos de los contextos latinoamericanos, es común
señalar que la pérdida de un niño dentro de una familia era incluso considerado un asunto, no solo
poco común, sino extraordinario, sin embargo no puede acuñarse a la característica de
“extraordinario” en países primermundistas en que la teoría haya pensado tan poco en el
sufrimiento de estos sujetos; por un lado hay un componente de la esencia humana, el hombre
inevitablemente se ve aterrado por aquello que le haga reafirmarse su propia mortalidad, por otro
hay asuntos sistemáticos: la mayor parte de artículos que pueden realizar planteamientos del tema
y llegar a vislumbrar algo respecto a la intervención, se encontraron escritos por médicos, para
médicos y enfermeros, por lo que el sufrimiento del enfermo terminal es principalmente
considerado para alivianar los estragos físicos y hacer para todos (enfermo, familia y personal de
atención) el proceso de morir, menos desagradable.
Antes de pensar sobre qué hacer con aquellos temores circunscritos en nuestro ser, habrá
que reconocer que normalmente el psicólogo se encontrara con el niño moribundo en ámbitos
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 31
hospitalarios, y por ende se encuentra circunscrito a las limitaciones institucionales, sin embargo
no es por eso que podemos abogar por el abandono de nuestra disciplina respecto a estos sujetos,
por un lado, porque no es el único ámbito en que puede encontrárselos, por otro, porque la
psicología no solo se trata de la clínica, la psicología de la salud y los cuidados paliativos abren la
posibilidad de hacer y decir sobre estos sujetos.
El termino de Clínica, que en su etiología hace referencia a cama o lecho, en la psicología
hace referencia al campo de acción psicoterapéutica, sin embargo el termino viene de la medicina
y tiene un origen en la tradición de acompañar al paciente en su lecho, aun así, la psicología clínica
no ha encontrado cabida dentro de los hospitales, y de hecho, muchas veces parece que también ha
olvidado la relación íntima del sujeto con su cuerpo y padecer orgánico, delegando estos
padecimientos a otras disciplinas. La figura de la psicología de la salud aparece como una respuesta
sistemática a esto, procurando definir y delimitar el quehacer del psicólogo frente a las cuestiones
de salud y enfermedad, lo que quiere decir que se busca tomar en consideraciones aspectos
psicológicos y conductuales que se evidencian en cuestiones de carácter orgánico, haciendo uso de
teorías y técnicas propias de la psicología Clínica para llevar a cabo las intervenciones (Roa, 1995),
las cuales son dadas en función de los niveles de atención preestablecidos según la promoción de
la salud y la prevención de la enfermedad.
En este momento nos atañe hablar del tercer nivel de atención, en donde la enfermedad ya
está presente, no puede impedirse su progreso y lo que queda no es más que intervenir, rehabilitar
y paliar. Los cuidados paliativos plantean procesos de intervención interdisciplinaria dirigidos al
alivio del sufrimiento de todas las dimensiones implicadas (Farberman, 2010), entendiendo la
marcada diferencia enunciada anteriormente respecto a la psicología clínica, donde el
acompañamiento terapéutico en los cuidados paliativos, se da, aunque de forma escasa debido a
que la imposición dramática de la muerte y el avance de la enfermedad constante de la enfermedad,
serán en sí mismos limitantes para un proceso psicológico más que causas para llevarlo; sin
embargo esta comprensión permite entender que la intervención paliativa se da y que la duración
del acompañamiento y la posible transformación de este en un proceso psicoterapéutico
simplemente estarán sujetas a estas circunstancias que pertenecen al orden de lo real.
Es llamativo resaltar que en autores como Farberman (2010), lo resaltan muy bien, incluso
al hablar respecto al niño como paciente terminal, pero luego hacen afirmaciones que apuntan a
que “la muerte no será un tema de reflexión que preocupe al niño” (Farberman, 2010, p. 178), y
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 32
por ende el trabajo estará en apoyar a la elaboración de pequeños duelos por funciones físicas
perdidas y en el acompañamiento a los padres. Realmente este punto de confusión sobre cuál es la
verdadera posibilidad de acompañamiento aparece con frecuencia, por lo que, se debe dejar atrás
el problema sistemático, y volver al tema de los temores circunscritos al ser; los profesionales pasan
de plantear que los niños no se preocupan por la muerte pues aún son muy chicos, a afirmar que el
acompañamiento de los seres queridos es fundamental para acompañarlos en su temor. Se podría
proponer entonces, que a quien se debe de acompañar no es solo al cuidador, teniendo en cuenta
que el niño sufre y necesita ser escuchado y que el equipo profesional debe hacerlo, sin embargo,
no hay registros de un amplio bagaje teórico que oriente al profesional en dicha labor.
Cuando los terapeutas somos convocados a dar apoyo a niños o adolescentes
moribundos, a menudo nos preocupamos por lo poco o por lo inconveniente de lo
que podríamos decirles. En verdad, más importante que lo que debemos decir es
ayudarlos a expresarse con libertad y confianza y escucharlos sin obturar el dialogo
por la ansiedad que el contenido podría despertar en nosotros (Farberman, 2010, p.
196).
La verdad, es que, al hablar de la ansiedad, el temor, o el dolor que se puede estar
experimentando al vivir la muerte, las palabras probablemente se quedaran cortas, por ello resulta
tan interesante considerar otros medios de simbolización con los cuales el niño se sienta más
cómodo y pueda expresarse.
4.1 El arte como medio para la expresión de la vivencia de la muerte.
En el trabajo psicológico con niños, el reconocimiento de estrategias de proyección como
el arte (dibujo, escultura, pintura), o el juego, han sido de gran importancia y un puente perfecto
para la evaluación, diagnóstico y la intervención. Incluso desde antes de la instauración de la
clínica psicológica Platón ya había señalado como el arte es un ejercicio proyectivo, en el cual el
artista consigue crear una imagen que imita la de su realidad, Aristóteles, dando cierta continuidad,
es quien permite una visión más profunda sobre esto al puntualizar como el arte es más que una
mera copia de la realidad como apuntaba Platón, permitiendo realmente un espacio elaborativo,
por lo que al momento final de la obra con la catarsis el espectador va a poder sacar sentimientos
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 33
que le son evocados por la forma en que la obra se le presenta (Rodriguez, 2016), lo que Platón y
más precisamente Aristóteles, citados por Rodríguez (2016), vislumbran es que el arte tiene un
carácter especial, el aporte aristotélico es una base para lo que entendemos como el proceso de
simbolización que se da en la creación artística, y que conlleva consigo posibilidades curativas.
Cientos de años después, las investigaciones sobre arte terapia han comenzado a tener
furor, los estudios sobre la vida de artistas resultan enriquecedoras para la comprensión de la
práctica de la clínica psicológica y se ha entendido que en la niñez el dibujo será uno de los medios
más comunes para que pueda expresarse y dar a conocer su mundo interno, ya que lo que se pone
en juego es la utilidad de simbolizar a través de imágenes graficadas manualmente, aquellas cosas
que aún no pueden nombrarse, ya que el lenguaje aún se está afianzando. En la experiencia de
perdida, incluso más allá de la niñez, sentir la necesidad de enunciar algo sin encontrar palabras
que basten, es relativamente común, porque aquello que se pierde no es solo el objeto, sino todo
eso que este representaba para la persona, incluso sin saberlo.
Por lo anterior, es necesario señalar lo relevante del aporte de Rodríguez respecto a las
posibilidades que desde la psicología puede entenderse, y tendrá el arte:
Es importante que la psicología le dé un papel importante al arte dentro del duelo, no
solamente en la terapia y las herramientas que se han construido para el trabajo dentro del
afrontamiento de este, sino también a nivel conceptual, la validación de varias muestras de
arte como una de las diversas formas de afrontamiento del duelo, pues pueden hacer parte
de los casos de duelo “normal”. (Rodriguez, 2016, p. 11-12).
Podría decirse que el arte y el acto creativo aparecen en la vida humana como medios
inherentes para lidiar con la angustia, esto sucede desde muy temprana edad (Klein, 1929); y
teniendo en cuenta al duelo como trabajo psíquico desencadenado a partir de la experiencia de
perdida que en sí mismo será un proceso en el cual el sujeto debe vérselas con la angustia, angustia
que no solo deviene del malestar de haber perdido, sino del darse cuenta que además de lo perdido,
tampoco se tienen suficientes palabras para describir la experiencia, habrá que considerarse que
tras el renacimiento de perdida el proceso de simbolización aparecerá de forma espontánea en un
intento del sujeto por comprender los hechos y dar soluciones a las simbolizaciones anteriores que
fueron desarticuladas (Chiriboga, 2015), debido a que “la capacidad simbólica marcará la manera
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 34
en que se vive la pérdida” (Chiriboga, 2015, p. 22); siguiendo en esta línea de ideas, el arte será
uno de esos medios para la simbolización de mayor utilidad y predilección para el niño.
Es inevitable que al enunciar la palabra arte la gente dirija su atención a grandes maestros
de las artes plásticas y a sus obras, o emblemáticos trabajos de la literatura y la música, por lo que
la asociación inmediata por supuesto no son los garabatos de los niños, es inevitable, pero
probablemente de aquellos grandes artistas podríamos decir que no son más que niños que al crecer
no pararon de crear. Al considerar esto como realidad humana se entiende el gran interés por el
arte de la filosofía, la psicología y sobre todo del psicoanálisis, por lo que autores como Dolto
(1984) hacen alusión a la actividad artística y a las fantasías como un medio para develar las
significaciones de los niños, pero aún más importante que eso, en la actividad artística incluso el
niño que ha sufrido algún tipo de perdida corporal (que sufre debido a una base biológica), podrá
proyectar la imagen que tiene de su propio cuerpo, simbolizarla gráficamente apoyándose
paralelamente en la palabra, para así abrir la posibilidad de hablar sobre sus deseos con otro sujeto
que acepte su juego proyectivo, lo que le permitiría al infante integrar dichos deseos al lenguaje, a
pesar de la invalidez de su cuerpo o la pérdida o cambios sufridos en este (Dolto, 1984), logrando
abrir finalmente una posibilidad para la resolución y verdadera expresión de su sufrimiento, todo
esto sin caer en el psicologismo ni cerrando la posibilidad de que hacer con el sufrimiento que
devine de lo físico. El niño de forma natural, incluso a un hecho tan irremediable como la muerte,
busca algún tipo de resolución a su dolor a través de la expresión simbólica, siendo capaz de
elaborar situaciones complejas a través de ello.
Reconocer al niño moribundo como un sujeto, no solo doliente, sino capaz de reconocer y
hacer con su dolor, lleva a que no sea de extrañarse pensar en cómo el trabajo creativo a través de
diferentes expresiones artísticas sea de vital importancia en la posibilidad de acompañar desde los
psicológico y dar un lugar al niño que se encuentra en la difícil tarea de llevar a cabo un duelo por
su propio cuerpo, y angustiado ante la vivencia de su propia muerte.
5 Conclusiones
La íntima relación que la vida sostiene con la muerte, a pesar de lo incomodo que esto
resulte, hace que los niños puedan romper muchos tabús que los adultos tienen al respecto, ya que
la realidad de la muerte parece ser mucho más cercana a los niños que lo que muchos adultos
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 35
quisieran aceptar, y no solo porque la enfermedad inevitablemente los ronde, sino porque en medio
del proceso de desarrollo, el niño no solo se pregunta por la muerte, sino que sufre la angustia de
su sombra de forma violenta, en sus primeros años será inevitable que los niños teman por su propia
aniquilación o la de sus seres amados, y de este modo mientras crecen, los niños se preocupan por
la muerte, en sus fantasías aparece, les genera dolor y culpa, también buscan solución, la razonan,
la manipulan y la aceptan en la medida de lo posible.
Sin importar la teoría de la cual se parta, podrá concluirse que reconocer esta relación entre
el niño y la muerte abre la oportunidad a recalcar la gran importancia de que el niño sea reconocido
como un sujeto capaz de afrontar dicha realidad, permitiéndole ser activo en su proceso de
enfermedad terminal, pero a su vez es por esto que también se puede concluir que la experiencia
del niño con la muerte, previa al diagnóstico, será fundamental en la vivencia de su propia muerte
ya que serán una base para la significación que el infante pueda llegar a dar desde su proceso; puede
afirmarse así que dependiendo de la naturalidad con la que en el contexto familiar se haya
conversado sobre el tema de la muerte, el proceso del niño que afronta su propia finitud se verá
factiblemente beneficiado, permitiendo no solo que se le reconozca como un sujeto activo que
puede tolerar la verdad de su condición sino que puede ser considerado en la toma de decisiones
respecto a su proceso, y llevarlo a cabo en una dinámica de “equipo” con su familia, facilitando la
elaboración de los diferentes duelos que deberá realizar y que le ayudara a lidiar con uno de los
grandes temores del niño moribundo: Ser dejado de lado.
El acompañamiento al niño terminal y el duelo por la propia muerte en la infancia puede
llegar a tener tantas posibilidades o aún más que en el adulto, ya que en el niño no están tan
arraigados todos los tabús y temores extras a la angustia innata que la muerte suscita, que en cambio
en los adultos abundan. En el caso de niños moribundos debe acompañarse la elaboración de
aquellos duelos constantes por las pérdidas reiterativas por las que deben de pasar, hablarles con
claridad respecto al transcurso de la enfermedad, hacer procesos psicoeducativos con los padres
para que estos los acompañen, que hará parte del acompañamiento emocional que se le dará a su
vez a los padres, y entendiendo la familia como una unidad fundamental en todas las dimensiones
del proceso del niño, en el cual uno de los ejes importantes será reforzar en el niño los intentos
espontáneos de simbolización, lo cual a su vez implica abrir y validar vías para la expresión de su
malestar, la muerte en si misma escapa a la posibilidad de ser simbolizada con precisión, es la vida
aquello que regulamos en función de símbolos para lidiar con el vacío que cosas como la muerte
EL DUELO POR LA PROPIA MUERTE EN NIÑOS, MEDIADO Y EVIDENCIADO… 36
nos generan, y por lo mismo es a partir de los símbolos que puede tratar de bordearse lo insoportable
de renunciar a la vida.
De este modo se puede ultimar que el arte es uno de los medios más ideales para la
simbolización en los niños, quienes han probado más que los autores, que este es una de las vías
por las cuales mejor podemos entenderles y ellos expresarse, por lo que a través del arte como
medio de simbolización puede evidenciarse la experiencia del duelo por la propia muerte en los
niños, y a través del mismo pueden elaborar y mediar la experiencia del proceso de morir.
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