El eclesiólogo Mühlen

6
El eclesiólogo Mühlen, en su obra “El Espíritu Santo en la Iglesia” 1 , desarrolla la tesis de una eclesiología más pneumatológica sin que por ello obste una eclesiología de carácter más cristológico. Por ello, presenta en el contexto de la encíclica Mystici Corporis, la fórmula una (mystica) persona en san Agustín, desde dos aspectos: a) El Cristo y la Iglesia como una quaedam persona Para Mühlen, la encíclica Mystici Corporis, indica que el divino Redentor forma con su cuerpo social una única persona mística (unam dumtaxat mysticam personam), o, como dice san Agustín, "el Cristo total". Con ello se esboza el problema de una fórmula eclesiológica fundamental. De este modo es importante preguntar qué se entiende con el término "persona" en esta formulación. San Agustín descubre que como muchas afirmaciones de los salmos no se refieren inmediatamente al Cristo como cabeza de la Iglesia, hay que aplicarlas a la Iglesia, es decir, al cuerpo del Cristo. Pero la cabeza y el cuerpo no están separados; sólo juntos, por el contrario, forman el Cristo total. Lo explica san Agustín con ayuda del salmo 21, donde Cristo habla en los salmos unas veces ex persona capitis y otras ex persona corporis (la Iglesia), que forman juntos, según san Agustín, una sola persona. Y lo explica detalladamente: “La primera expresión se aplica al Señor y a su cuerpo. En virtud de ella, sabiendo de una vez que hay que entender de una sola persona lo que se nos dice de la cabeza y del cuerpo, es decir, del Cristo y de la Iglesia, no tenemos por qué dudar cuando (el texto) pasa de la cabeza al cuerpo o del cuerpo a la cabeza; en tal caso, con todo, se trata siempre de una sola y única persona”. Sin cambiar el sujeto de la afirmación, la Escritura pasa de la "cabeza" al "cuerpo" y del "cuerpo" a la "cabeza": se trata siempre de una única e idéntica "persona". Caput y corpus no son solamente una unidad, unum, en virtud de la relación mutua establecida por la voluntad; sino que, por el misterio de la 1 H. MÜHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia. La Iglesia como el misterio del Espíritu Santo en Cristo y en los cristianos: “una persona en muchas personas”, Secretariado Trinitario, Salamanca 2 1998, 35-52.

Transcript of El eclesiólogo Mühlen

Page 1: El eclesiólogo Mühlen

El eclesiólogo Mühlen, en su obra “El Espíritu Santo en la Iglesia”1, desarrolla la tesis de una eclesiología más pneumatológica sin que por ello obste una eclesiología de carácter más cristológico.

Por ello, presenta en el contexto de la encíclica Mystici Corporis, la fórmula una (mystica) persona en san Agustín, desde dos aspectos:

a) El Cristo y la Iglesia como una quaedam persona

Para Mühlen, la encíclica Mystici Corporis, indica que el divino Redentor forma con su cuerpo social una única persona mística (unam dumtaxat mysticam personam), o, como dice san Agustín, "el Cristo total". Con ello se esboza el problema de una fórmula eclesiológica fundamental. De este modo es importante preguntar qué se entiende con el término "persona" en esta formulación.

San Agustín descubre que como muchas afirmaciones de los salmos no se refieren inmediatamente al Cristo como cabeza de la Iglesia, hay que aplicarlas a la Iglesia, es decir, al cuerpo del Cristo. Pero la cabeza y el cuerpo no están separados; sólo juntos, por el contrario, forman el Cristo total. Lo explica san Agustín con ayuda del salmo 21, donde Cristo habla en los salmos unas veces ex persona capitis y otras ex persona corporis (la Iglesia), que forman juntos, según san Agustín, una sola persona. Y lo explica detalladamente: “La primera expresión se aplica al Señor y a su cuerpo. En virtud de ella, sabiendo de una vez que hay que entender de una sola persona lo que se nos dice de la cabeza y del cuerpo, es decir, del Cristo y de la Iglesia, no tenemos por qué dudar cuando (el texto) pasa de la cabeza al cuerpo o del cuerpo a la cabeza; en tal caso, con todo, se trata siempre de una sola y única persona”.

Sin cambiar el sujeto de la afirmación, la Escritura pasa de la "cabeza" al "cuerpo" y del "cuerpo" a la "cabeza": se trata siempre de una única e idéntica "persona". Caput y corpus no son solamente una unidad, unum, en virtud de la relación mutua establecida por la voluntad; sino que, por el misterio de la encarnación, el Señor ha concluido con la humanidad una unión corporal que se manifiesta en la unión de la carne y que se renueva día a día.

Asimismo, para explicar la unidad del Cristo y de la Iglesia, inspirado en Ef 5,31, Agustín declara: Se forma, pues, de los dos, una persona única, de la cabeza y del cuerpo, del esposo y de la esposa. Se llama a sí mismo esposo en cuanto cabeza y esposa en cuanto al cuerpo, pero sólo es uno el que habla. San Agustín señala aquí al Cristo y a la Iglesia en la imagen de dos personas que se han hecho una única persona (moral) por la unión matrimonial.

Para Mühlen resulta evidente que no hay que interpretar las expresiones de san Agustín en un sentido misticista. Al insistir en la unidad de la cabeza y del cuerpo, opone a ambos en el mismo sentido de san Pablo, como el esposo y la esposa.

Por otra parte, en el pensamiento de san Agustín, la unidad personal del Cristo y de la Iglesia, no es sólo una unión puramente voluntaria y "moral"; es también ontológica, tal como, podríamos 1 H. MÜHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia. La Iglesia como el misterio del Espíritu Santo en Cristo y en los cristianos: “una persona en muchas personas”, Secretariado Trinitario, Salamanca 21998, 35-52.

Page 2: El eclesiólogo Mühlen

decir, la de la cabeza y los miembros de nuestro cuerpo físico. La cabeza y el cuerpo forman juntos "una" persona humana, que, según la antropología de san Agustín, influida por el neoplatonismo, "radica" en la cabeza o más exactamente en el espíritu humano. Sin embargo, la relación esposo-esposa y la relación cabeza-cuerpo, son para san Agustín sólo dos figuras, cuya síntesis es necesaria si queremos enunciar el misterio de la Iglesia. La relación del Cristo con la Iglesia no es puramente "moral", determinada por la voluntad, tal como la del esposo y la esposa, ni puramente ontológica, como la de la cabeza con los miembros en un cuerpo físico; es las dos a la vez, y por esta razón, en último término, constituye un misterio.

San Agustín, intenta sintetizar las dos figuras (esposo-esposa, cabeza-cuerpo) en la expresión una caro. El esposo y la esposa llegan a ser en el matrimonio "una sola carne" en virtud de la unión de sus voluntades; la cabeza y el cuerpo son "una sola carne", ya desde el origen, en virtud de una unión física.

La dialéctica de san Agustín hace oscilar entre las dos figuras, por así decirlo, sus enunciados eclesiológicos, que están basados en el término "persona". En este contexto, la palabra significa primero, un totum, es decir, el totus Christus, en el que el propio Verbo encarnado aparece como esposo y cabeza, y la Iglesia como esposa y su cuerpo. Pero el Cristo y la Iglesia no constituyen tan sólo una persona "moral", como el esposo y la esposa; tampoco forman, con seguridad, una persona "física", como la cabeza y el cuerpo de una persona humana. El término "persona" tiene, en la eclesiología de san Agustín, un sentido absolutamente único, que guarda una relación analógica solamente con lo que la antropología entiende por "persona". La expresión "una quaedam persona" como denominación del Cristo total no significa en modo alguno una persona puramente moral (esposo-esposa), ni una persona humana física (cabeza-cuerpo), sino que significa justamente el todo único que el Cristo forma con su Iglesia. Dicha expresión es la suma y la plenitud de lo que cada una de las dos metáforas expresa respectivamente bajo un aspecto determinado (esposo-esposa, cabeza-cuerpo).

b) Función del Espíritu Santo en la Iglesia, según san Agustín.

San Agustín llama al Espíritu Santo, como era común en los Padres, “alma” de la Iglesia: “Lo que es el alma para el cuerpo del hombre, lo es el Espíritu Santo para el cuerpo del Cristo que es la Iglesia. El Espíritu Santo hace en la Iglesia entera lo que el alma hace en todos los miembros del cuerpo” (Sermo 276,4). En el cuerpo humano, el alma anima a todos los miembros, ve por los ojos, oye por las orejas, etc. Lo precisa y desarrolla san Agustín en el contexto de este pasaje. El alma tiene una tarea diferente para cada miembro individual, pero la vida que les da es común a todos.

A las diversas funciones de los miembros de un cuerpo humano corresponden en la Iglesia los diversos dones de los fieles, distribuidos como en los miembros según la medida propia de cada uno. En este texto san Agustín se inspira en 1Co 12,8-10.

Los diversos dones son distribuidos a los miembros de la Iglesia por el Espíritu Santo, pero él no está dividido; es un único y mismo Espíritu en todos. Así como la diferencia de funciones que corresponde a cada miembro individual del cuerpo humano no impide que sea una única alma la

Page 3: El eclesiólogo Mühlen

que los vivifica a todos. En la Iglesia se da una relación idéntica. A pesar de la diversidad de funciones que compete a cada miembro, es un mismo Espíritu el que, en sí indiviso, distribuye dicha función a cada uno según quiere, y colma a todos de una misma vida divina: "Vivimos todos de un mismo Espíritu" (In Ps. 64,7).

La función del Espíritu Santo en esta obra es a la vez vivificar y unificar. Dicha función unificadora es, por así decirlo, una función propia del Espíritu Santo: "La sociedad unificada, que es la Iglesia de Dios, fuera de la cual no hay remisión de los pecados, es como obra propia del Espíritu Santo, cooperando en ella, por supuesto, el Padre y el Hijo, pues el Espíritu Santo es él mismo, en cierto modo la sociedad del Padre y del Hijo. El Padre no es considerado como Padre en el mismo sentido por el Hijo y el Espíritu Santo; no tiene dos hijos. Y el Hijo no es considerado como Hijo en el mismo sentido por el Padre y el Espíritu Santo; no tiene dos Padres. Pero el Espíritu Santo lo es en el mismo sentido para el Padre y el Hijo; es el único (Espíritu) de ambos" (Sermo 71,20).

Con este texto, san Agustín, expresa claramente la conexión que existe entre el misterio de la Trinidad y el misterio de la Iglesia, el propio Espíritu Santo constituye en el seno de la Trinidad la societas entre el Padre y el Hijo, porque es el único Espíritu de ambos, que procede a la vez de uno y otro. Es más comprensible, entonces, que la unidad de la Iglesia constituya también una obra quasi propia del Espíritu Santo, salvo evidentemente la cooperación del Padre y el Hijo, por cuanto las operaciones ad extra de las personas divinas son indivisas.

Para poder dar una descripción más exacta de esta función unificadora, interesa considerar con más precisión la relación del Espíritu Santo con Jesús como el Cristo, el "Ungido". En san Agustín sólo se encuentran alusiones respecto a este tema; así se puede intentar una interpretación progresiva de la fórmula una quaedam persona.

Agustín dice en primer lugar: “El Cristo fue ungido; de este crisma toma su nombre: Mesías en hebreo, Cristo en griego, Ungido (unctus) en latín. Pero él ha derramado esta unción sobre todo su cuerpo. Todos (los cristianos) vienen, pues, a recibir su gracia, para que el aceite haga resplandecer su rostro” (In Ps. 103). En la Sagrada Escritura, Jesús es llamado Cristo, "Ungido", por cuanto ha sido ungido con el crisma. Pero él, cabeza de la Iglesia, ha ungido seguidamente a su cuerpo, la Iglesia; precisando más, la unción fue conferida a la humanidad de Jesús, y el "crisma" no es un aceite visible, sino el donum gratiae o el propio Espíritu Santo.

El Espíritu Santo con el que es ungido el propio Jesús viene a la Iglesia partiendo de la cabeza: "El ungüento desciende de la cabeza. Nuestra cabeza es el Cristo. Crucificado, sepultado y sube al cielo resucitado. Y el Espíritu Santo desciende de la cabeza" (In Ps. 132).

¿En qué momento recibió Jesús la unción del Espíritu Santo? Para san Agustín, no sucedió de ninguna forma en el momento de la descensión del Espíritu Santo en el bautismo del Jordán (allí, Jesús representa a su cuerpo, la Iglesia), sino en el instante de la encarnación.

Refiriéndose a la doctrina del Cristo total, san Agustín dice en muchas ocasiones que no somos solamente cristianos sino el mismo Cristo. Somos "Cristo", porque todos estamos ungidos, porque

Page 4: El eclesiólogo Mühlen

sólo la cabeza y el cuerpo reunidos, constituyen el Cristo total. La unción significa aquí la gracia producida espiritualmente por el Espíritu Santo que nos perfecciona con vistas a la vida eterna. Los cristianos, por lo tanto, son "el Cristo"; poseen la gracia que procede de la cabeza, es decir, el Espíritu enviado por el Cristo.

Según Agustín, somos, por lo tanto, no sólo cristianos, sino "el Cristo"; no habría que interpretar mal, con todo, estas afirmaciones: en ningún caso podríamos ser asumidos en la unión hipostática del Verbo con su naturaleza humana; en ningún caso la gracia "creada" podría ser numéricamente una y la misma en el Cristo y en nosotros. Efectivamente, san Agustín resalta expresamente la distancia de majestad entre el Cristo y nosotros y nos coloca uno frente al otro como esposo y esposa.

La unidad de la una quaedam persona, formada por la cabeza y los miembros, no es, efectivamente, una unidad hipostática, constitutiva de una persona como es la del Verbo y su naturaleza humana; se trata de una unidad realizada más bien por el Espíritu Santo que es idénticamente el mismo en el Cristo y en nosotros. Aparece claro, entonces, que no se puede comprender verdaderamente la doctrina de san Agustín sobre el Cristo total a no ser partiendo de la función del Espíritu Santo en la Iglesia, y que, por esto, se debería prestar una mayor atención a las expresiones bíblicas sobre la unción de Jesús con el Espíritu Santo, unción en la que participamos en calidad de Cristos, de ungidos.

El análisis más preciso de los textos nos hace ver que la formulación de san Agustín, citada por la encíclica Mystici Corporis, y según la cual el Cristo y la Iglesia son, por así decirlo, una sola persona (mística) y el Cristo total, nos fuerza a atenernos con más rigor a la doctrina del Espíritu Santo o de la unción de Jesús con el Espíritu Santo.