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EL EFECTO MARIPOSA
LA MADRE
Unos cien años llevaba el planeta Tierra viviendo la
paz más absoluta. Ni guerras, ni huelgas, ni conflictos de
tipo alguno alteraban el diario discurrir de la Tierra. Al decir
del último escritor conocido que, lógicamente, nació cuando
los niños aún venían al mundo sin control estatal, el mundo
era tan aburrido que el apego a la vida se daba por pura
casualidad. Feliciana, embarazada de dos meses, aguardaba
su turno para someterse, como toda mujer en estado de
buena esperanza, a los controles de selección genética.
–Doctor, mi abuela contaba que en su juventud había
artistas. Eran encantadores... ¿No podría tocarme uno a mí?
–Señora, por favor, el estado suprimió ese tipo de
individuos hace décadas. No sabe usted lo peligrosos que
eran.
–Verdad, qué tonta soy. Si ya no está autorizada esta
clase de gente.
–Le toca niño, ¿verdad? –interrumpió el doctor Pérez.
–Sí. Un niño. Ojalá me toque un político de pro.
Corresponde uno esta semana ¿no?
–Vaya, parece que todas las embarazadas tienen el
mismo sueño.
–Claro, doctor. Una madre siempre quiere lo mejor
para sus hijos.
–La comprendo, señora. Pero no olvide que esta
semana también toca diseñar genéticamente cuatro
maestros, diez técnicos, cuarenta albañiles…
–No me diga más... A mí me toca un albañil. Mi hija
será maestra rural, y ahora un albañil. Si es que soy una
desgraciada como la copa de un pino.
–Pero empezará a trabajar con 18 años, señora. Cada
profesión tiene sus ventajas. Se librará usted de él antes que
canta un gallo.
Era la rutina de cada día. El doctor Pérez lo sabía bien.
Cada semana tenía que aprenderse de memoria dos listas, la
de individuos a engendrar, incluido género, profesión y
tendencia sexual y la de ventajas que cada profesión
acarreaba, y que, indefectiblemente, debería recitar de
manera convincente a cada una de las futuras madres según
fuese el destino de su retoño.
–Pero si es político, no trabajará nunca y ganará más...
–¿Y la prensa, señora? Imagínese los titulares de los
periódicos poniendo a su hijo a caer de un burro.
–Sí, vale. Pero luego, ninguno de ellos se cae del
burro. Desde finales del S. XX, siempre la misma historia.
–Eso es verdad, a un clavo ardiendo se agarran. Y
como son ellos quienes dictan las leyes...
–Incluida la Ley de Selección Genética. Pandilla de...
Mira qué casualidad, la profesión de político siempre les
toca a sus hijos...
Después de un largo debate, Feliciana estaba a punto
de convencer al doctor para que hiciese una trampilla. Y es
que, todo hay que decirlo, además de testaruda como ella
sola, era de una belleza sin igual. Había sido diseñada para
ser modelo de pasarela al cumplir los veinte años y eso, a
pesar de haber pasado ya de los treinta y ocho, aun se
notaba. El doctor Pérez, por su parte, debió ser diseñado con
algún defectillo. Al fin y al cabo su avanzada edad delataba
que nació cuando aún no estaba perfeccionado el sistema de
selección genética aplicada al ser humano. Un error de
cálculo, al diseñar su vocación de ginecólogo, había
potenciado algo más de lo normal su gusto por el sexo
femenino.
No obstante, y por motivos que ustedes imaginarán
fácilmente, el asunto fracasó. La llamada de un político,
cuya esposa, embarazada de dos meses, tenía cita con el
doctor Pérez al día siguiente acabó con los sueños de
Feliciana.
LA SELECCIÓN GENÉTICA
Como algún lector podrá adivinar, la selección
genética consiguió lo que no habían conseguido las armas.
Cada hombre tenía su camino trazado desde el vientre de su
madre. Los seres humanos fueron convertidos en animales
dóciles, pacíficos y trabajadores infatigables. Con la sola
excepción de grandes empresarios, financieros y
gobernantes, claro. Para algo era la banca quien gestionaba,
en colaboración con el gran capital y el estado, la creación
de los distintos individuos que la sociedad requeriría en cada
momento. Predestinado desde el vientre de su madre, ningún
ser humano conocía el paro. Cada ciudadano tenía marcados
genéticamente tanto su vocación profesional como las
correspondientes capacidades intelectuales. Y, lo que es más
importante, su mente estaba diseñada para sentirse feliz
cumpliendo las obligaciones laborales para las que estaba
diseñado. Teniendo en cuenta que su principal cualidad
debía ser la productividad en el trabajo, se suprimieron
todos los vicios que pudiesen influir negativamente sobre
ésta. Así fue como el tabaco, las bebidas alcohólicas, la
libertad, las quinielas e, incluso, el placer derivado de la
procreación desaparecieron de la faz de la tierra. Conceptos
como los de ambición, lujuria, gula y pereza pasaron a ser
totalmente desconocidos y borrados del diccionario.
Llegados es este punto cayeron, también, el ejército, la
policía y, en consecuencia, las armas. Eliminada del cerebro
humano cualquier tipo de rebeldía ante la predestinación a
que había sido sometido, era innecesaria la existencia de las
fuerzas represoras. Así pues, la paz y la indiferencia
quedaron hermanadas. La rutina, el aburrimiento y la
docilidad se habían impuesto de tal manera en el mundo que
la mismísima clase médica se veía abocada al hastío
profesional. Salvo rarísimas enfermedades todo, salud y
enfermedad estaba controlado.
Andaba Feliciana por el quinto mes de gestación. El
futuro albañil era ya un feto robusto. Como buen albañil,
desde el seno materno sus hormonas esbozaban un conato
de excitación cuando detectaban en las cercanías la
presencia de alguna mujer de buen ver. Todo rodaba según
las previsiones del doctor Pérez y su equipo hasta que surgió
un minúsculo imponderable de incalculables proporciones.
Feliciana había ido a una granja cercana para adquirir
huevos de producción ecológica. El campo era pura
explosión primaveral. Se mostraba lleno de luz, color,
insectos, y perfumes naturales que invadían los alrededores
de la finca.
Una florecilla, diminuta y multicolor, ofrecía sus
esencias con toda la potencia que da la naturaleza a los seres
libres. La joven, al verla, se agachó, y la tomó entre sus
manos. Un insecto, que libaba los exquisitos jugos de la flor,
abandonó su refugio airado ante la invasión de su intimidad,
luego revoloteó alocadamente hasta quedar prisionero bajo
la falda de la muchacha.
Al día siguiente, una leve roncha junto al ombligo y un
resquemor apenas perceptible anunciaron que el malhadado
insecto había dejado su huella a escasos centímetros de la
criatura que en aquellos momentos sesteaba en el vientre
materno. Temerosa de que aquello fuese algo más que una
simple picadura, y que los controles médicos determinasen
la necesidad de provocar un aborto, Feliciana guardó
absoluto silencio a pesar de la estricta legislación vigente
sobre estas cuestiones. Sabía muy bien que hasta la picadura
de un mosquito, un dolor de muelas, o incluso un simple
arañazo debían ser controlados por los responsables
sanitarios.
Pasaron varios días hasta que desapareció todo indicio
de la picadura. Nada hacía sospechar que aquel incidente
hubiese interferido lo más mínimo en la evolución del feto.
Así, cuatro meses más tarde vino al mundo Robustiano.
Joven, fuerte, y con el coeficiente intelectual justo para
desarrollar su futura labor de obrero de la construcción.
ROBUSTIANO
Sus primeros años de vida se sucedieron con absoluta
normalidad. Transcurrió sin problemas la enseñanza
primaria. Obtuvo buenas notas en Educación Física y
Manualidades, flojitas, pero suficientes, en Matemáticas, y
fracaso total, según lo previsto, en Lengua, Historia y demás
enseñanzas humanísticas...
Al llegar a la enseñanza profesional surgió un pequeño
problema. Los profesores lo achacaron a una torpeza
intelectual que, de acuerdo con su destino profesional, había
sido prefijada genéticamente: Robustiano solía plantear
muchas dudas sobre los contenidos de algunas materias
relativas a derechos laborales y sociales.
–Esto no significa que adolezca de insuficiencia
intelectual grave –dijo el psicólogo cuando fue consultado
sobre el tema–. Simplemente, es una señal evidente de sus
inquietudes en aras de lograr un máximo rendimiento
laboral, lo que, unido a su escaso coeficiente intelectual, da
lugar a esas dudas que plantea.
Acabados sus estudios llegó la hora de integrarse en el
mundo profesional. El joven se reveló como un trabajador
incansable, entregado a su labor, y sumiso a las órdenes de
arquitectos y aparejadores. Resumiendo un albañil perfecto.
Tanto es así que el equipo médico laboral llegó a considerar
la conveniencia de proceder a un profundo estudio de su
constitución genética y establecer, si procedía, un nuevo
modelo cromosómico de albañil similar al de Robustiano.
–Nunca se había conseguido una perfección en grado
tan elevado –presumía el doctor Pérez, un joven catedrático
de genética que, sin duda, había heredado lo mejor de su
padre.
Los primeros análisis físicos no detectaron nada
especial. Sólo una levísima turgencia junto a su ombligo. Un
simple lunar, según uno de los médicos.
–Parece como si durante su gestación, hubiese sufrido
la inyección de algún elemento extraño que, al atravesar su
cordón umbilical, dejó un nudo minúsculo –afirmó otro
doctor.
–He revisado el expediente que realizó mi padre sobre
su gestación y no apunta irregularidad alguna –afirmó el
doctor Pérez.
–Parece ser que un cromosoma presenta mínimas
desviaciones con respecto a la normativa preestablecida. Ahí
está, posiblemente, la clave de su perfección –ratificó un
compañero de laboratorio–. Debemos esperar hasta que
alcance la plena madurez laboral para conocer a fondo su
composición cromosómica.
Logrado este acuerdo entre los doctores, sólo cabía
esperar unos meses para poder discernir las particularidades
genéticas de Robustiano. Fue semanas después cuando
surgió la primera señal de alarma. Un detalle sin
importancia. Se estaba construyendo un altísimo rascacielos
que ponía en riesgo la integridad de los obreros. Entonces
los genetistas se percataron de que el vértigo podría ser
causa de varios accidentes laborales sufridos por los obreros
de la construcción.
CONFLICTO COLECTIVO
Gozaba de un breve descanso en unión de sus
compañeros cuando quiso la mala fortuna que la espléndida
figura de una joven pasase bajo el andamio en el que daban
cuenta de un suculento bocadillo. Uno de ellos no pudo
evitar un brusco gesto de admiración subyugado ante tanta
belleza.
–Adiós, preciosa –gritó al tiempo que un
desvanecimiento estuvo a punto de dar con sus huesos en el
suelo.
Robustiano, ágil y fuerte como pocos, logró agarrarlo
por el fondillo de sus pantalones. Gracias a ello, evitó una
tragedia que, por unas décimas de segundo, revoloteó sobre
aquel andamio.
–No hay derecho –protestó–. Ha estado a punto de
morir por culpa de un simple mareo.
–Yo diría que este obrero padece vértigo. Habrá que
ponerlo en conocimiento de la superioridad, podría tratarse
de un fallo en el diseño genético... –apuntó el asistente
sanitario de la obra.
–Con lo sencillo que era haber encargado este trabajo
a los indios mohawk... –refunfuñó Luisón, uno de los
albañiles aficionado a leer novelas del oeste.
A raíz de lo que pudo ser un gravísimo accidente los
trabajadores celebraron una asamblea informativa. El miedo
a padecer vértigo se había apoderado de ellos. Tras un tenso
debate en el que Robustiano intervino activamente
acordaron mantener un paro indefinido. No estaban
dispuestos a seguir trabajando a unas alturas en las que se
jugaban la vida por culpa de un posible fallo en sus genes.
Aprobada la proposición, los albañiles eligieron una
comisión presidida por nuestro protagonista para comunicar
el acuerdo a los capataces.
Dos horas duró la reunión entre los representantes de
los trabajadores y sus superiores inmediatos. Concluida ésta,
el Jefe de Personal, alarmado ante una situación
completamente desconocida a la que no pudo encontrar
respuesta en los registros de la empresa, solicitó una reunión
con el Arquitecto Jefe y el Supervisor Laboral. Era la
primera vez que, desde tiempo inmemorial, se registraba la
protesta de un grupo de trabajadores. Después de discutir
largamente sobre el suceso decidieron acudir a los archivos
históricos para encontrar antecedentes sobre cuestión tan
singular.
–Esto es un conflicto colectivo –concluyó uno de
archiveros–. Llamando a las cosas por su nombre: una
huelga, según la terminología de los antiguos sindicalistas.
Lógicamente, y vista la gravedad del asunto, llegaron
a la conclusión de que era absolutamente necesario informar
a los altos cargos.
–No me digan ustedes que esta gentezuela ha tenido la
osadía de resucitar el movimiento sindicalista –comentó
indignado el Arquitecto Jefe de la Sociedad Constructora
Intermundial al tener noticia del suceso.
–¿Movimiento sindicalista? –inquirió extrañadísimo el
Presidente Ejecutivo–. Nunca oí hablar de este tipo de
organizaciones.
–Se trata de una peligrosa subclase profesional que
puso en grave peligro las estructuras sociales hasta bien
entrado el S. XXI –respondió el Director General para
Europa de Recursos Humanos, que había hecho en su
juventud un estudio sobre las antiquísimas organizaciones
laborales y sus consecuencias en el devenir de la sociedad.
–Ya recuerdo haber estudiado ese tema, ya –ratificó el
Jefe de Análisis Históricos–. Los muy degenerados hasta
expresaban sus ideas cantándolas... Algo así:
Arriba parias de la tierra.
En pie famélica legión...
–Música y reivindicaciones laborales unidas. Nefasta
combinación. No se había visto cosa igual desde hace más
de un siglo. Hay que advertir al gobierno del gravísimo
peligro que se cierne sobre el mundo –decidió el Presidente
Ejecutivo.
LA CUESTIÓN PALPITANTE
Según algunos investigadores pudo ser el anciano
doctor Pérez quien provocó intencionadamente el fallo
genético que condujo a la catástrofe que aquí les relatamos.
Otros defienden la teoría de que la culpable fue Feliciana,
cuya negligencia y egoísmo le impidió denunciar el ya
referido incidente sanitario provocador de un cambio
imprevisto en el desarrollo del feto. ¿Pudo ser, en este caso,
la simple picadura de un insecto causante de una calamidad
como la que estamos viviendo? Un tercer grupo de eruditos,
en fin, se inclinó por un fallo meramente circunstancial.
Continuando mi investigación, supe de un grupo de
científicos defensores de una cuarta teoría: un siglo después
de que la paz mundial hubiese sido impuesta gracias al
progreso de la ciencia, la sociedad, en continua evolución
como todos sabemos, comenzaba a dar señales de
agotamiento. Muchas décadas habían transcurrido desde la
muerte del último humano nacido al albur del destino.
Tiempo en el que, gracias a la ciencia, el hombre se había
convertido en un ser incapaz de la más mínima perversión
del orden establecido. Domeñada en grado sumo la
personalidad del hombre, ¿pudo estar aquí la causa de
aquella catástrofe?
Después de analizar argumentos a favor de cada una
de las teorías arriba expuestas, he de señalar que incluso en
el más allá se notó el cambio acaecido a la especie humana
en las últimas décadas. Lógicamente, aquellas almas puras,
limpias de toda maldad, obedientes a las directrices
emanadas de las supremas autoridades, fuesen civiles o
religiosas, tenían las puertas del Cielo abiertas de par en par.
Las del Infierno, al contrario, estaban oxidadas por el
desuso. Aunque todos los ángeles caídos unieron sus fuerzas
en aras de lograr algún fruto que traer a sus fuegos eternos,
nada habían conseguido. Por el contrario, el Paraíso vio
cómo el espacio se le hacía pequeño. Tales circunstancias
desembocaron en la necesidad de urbanizar algunos jardines
edénicos con el fin de acoger a los nuevos pobladores que,
de forma masiva, llegaban cada jornada a las puertas del
Paraíso. Éste comenzaba a sufrir una aglomeración de almas
insoportable mientras el Infierno, por su parte, se había
transformado en un remanso de paz.
Como quiera que las noticias de tal situación se
extendiesen por todo el universo, Mehiel, el ángel de la
inspiración, consideró llegado el momento de denunciar tal
injusticia:
–Lucifer y sus diablos viven como reyes. Trabajan
menos que un cura, media hora al día y, además, con un
ayudante. Mientras nosotros, aquí, vivimos agotados,
rendidos y como piojos en costura.
Con cuatro pinceladas, este ángel había dibujado
magistralmente la situación. Llegados a este punto, he de
hacer constar que, pasado un tiempo, también el Averno
comenzó a vivir momentos difíciles. La falta de trabajo
suele preceder, como cientos de veces nos ha revelado la
historia, a graves momentos revolucionarios. Lucifer,
advertido de la cuestión, recordó entonces que cuando el
diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas.
Y como el aburrimiento trae consigo la funesta manía
de pensar, buscó y rebuscó entre los documentos del
Archivo Infernal hasta dar con una serie de libros que el
enemigo celestial había tenido a bien catalogar como graves
errores de la humanidad. Todos ellos estaban intervenidos
por las autoridades mundiales. No tanto por su amor a Dios
como por la necesidad de controlar que la humanidad se
mantuviese fiel a su prefijado destino. Estudiándolos a
fondo, un pequeño detalle atrajo la atención de Adramelech.
Entre aquellos documentos, encontró varios, escritos por
algunos inquilinos del Infierno, que cometían la osadía de
decir auténticas barbaridades.
–Una de estas burradas –afirmó un diablo que,
dedicado a tareas administrativas, no visitaba la tierra desde
hacía miles de años– dice que desde la creación del mundo
hasta la aparición del hombre sobre la tierra habían
transcurrido millones y millones de años y no sólo seis días,
como afirmaba la Biblia.
Al oír aquello, Lucifer le dirigió una mirada asesina
antes de iniciar una serie de largas reuniones de trabajo con
los jefes diabólicos de las distintas secciones. La Comisión
Superior del Averno concluyó que había llegado la hora de
recuperar el tiempo perdido.
–Además –intervino sonriente Bael, un demonio que
acababa de llegar de espiar por los alrededores de los
pórticos celestiales–, las puertas del paraíso son un
verdadero Infierno. Aquello es una maravilla.
–Anteayer hubo un conato de manifestación en
protesta por la tardanza en gestionar el control de pasaportes
–intervino su acompañante Gusatán–. Miles de almas
bloquean la entrada hasta el punto de que estuve a punto de
lograr que un grupo de almas recién llegadas agrediesen a
Pedro.
–Pero considerando que ya estarían fallecidos cuando
realizasen esa actividad incorrecta... ¿hubiese sido pecado
suficiente como para ser remitidos a nuestro territorio? –
dudó Lucifer.
–Al menos lo podemos intentar –propuso Nebiros,
Mariscal de Campo del Infierno.
–De acuerdo. Comenzaremos por la clase política –
aceptó Lucifer–. Tradicionalmente era, junto con la clase
financiera, nuestra principal fuente de ingresos.
ATACANDO EL PROBLEMA
Un grupo de diablos especialmente preparados para la
guerra de guerrillas se desplazó a la Tierra con la esperanza
de recuperar los viejos tiempos, aquellos en que los
privilegiados de la vida acababan convirtiéndose en
inquilinos del Averno. Recorrieron los lugares donde
encontraban su clientela tradicional. Todo fue en vano.
Gobernantes, financieros y demás favorecidos de la
sociedad alcanzaban sus puestos de trabajo por medios
completamente legales, puesto que legal, y científicamente
perfilada, era la explotación del hombre por el hombre. Su
carrera estaba trazada desde el vientre materno, y su ascenso
a las cumbres del poder tenía lugar a través de un proceso
normativizado y sin atropellos imprevistos.
El Resto de los ciudadanos aceptaban con absoluta
resignación el papel adjudicado por sus proyectistas y no
concebían otra forma de vivir. Los diablos llegaron a la
conclusión de que se enfrentaban a una guerra perdida de
antemano. Al fin y al cabo, ni los privilegiados tenían ya
necesidad de seguir robando, ni los explotados se rebelaban,
inconscientes de tal situación.
Los últimos clientes captados fueron, precisamente,
los diseñadores de esa nueva especie humana, según explicó
el Presidente de la Comisión de Asuntos Terrenales en un
pleno del Congreso Diabólico reunida con el fin de analizar
los informes de la guerrilla luciferina enviada a la Tierra.
Viendo la imposibilidad de recuperar el terreno perdido,
Lucifer llamó a Adramelech, el diablo de la inspiración.
–Amigo. Ha llegado la hora de acudir a la diplomacia.
Date una vuelta por el universo a ver si encontramos un
resquicio por donde atacar.
–A primera vista no veo nada interesante –respondió
Adramelech después de una breve gira–. No obstante, en mi
paseo por Roma he observado que los católicos celebran un
Concilio Ecuménico. Allí se debaten las últimas propuestas
en orden a regular las próximas décadas de la Iglesia y
mejorar su rendimiento laboral, cosa sumamente difícil
como bien sabemos.
–Me acabas de dar una idea –sonrió Lucifer después
de meditar sobre lo escuchado– ¿Recuerdas lo que decía
aquel loco acerca de la creación?
–Perfectamente. Hoy esa doctrina es un dogma de fe
científico y aceptado por la Iglesia –respondió Adramelech
adivinando las intenciones de su jefe–. Claro que podemos
atacar la cuestión precisamente por haber manipulado los
genes del hombre. Recuerda un pequeño detalle: fueron sus
promotores, precisamente, nuestros últimos clientes de
prestigio. Por su culpa aquello que decía el catecismo de que
el hombre había sido creado libre y a imagen y semejanza
de Dios ha pasado a la historia. Ahora es el hombre quien
crea al hombre a su gusto y capricho.
Aquello suponía una puerta entreabierta y había que
aprovecharla. Por consiguiente, el Príncipe de las Tinieblas
decidió proponer una nueva guerra santa al XXXV Concilio
Ecuménico Romano, a través del cardenal Presidente del
Santo Oficio, contra una civilización que, horrorosamente
manipulada por sus autoridades políticas y económicas,
suprimió las libertades humanas. A ambos, les convenía la
convocatoria de esta guerra. Aquello suponía una condena
de excomunión que podrá afecta a gran parte de la
humanidad. De esa manera, el Infierno conseguiría nuevos
clientes y el Cielo, por su parte, ganaría tiempo para
reestructurar los espacios celestiales cada vez más
atiborrados de almas inocentes.
Enterado de esta posibilidad, Dambahiah, el arcángel
de la sabiduría, encargó a su corte de ángeles científicos la
elaboración de un informe sobre el soberbio y rebelde
atrevimiento de los científicos al manipular los genes de sus
hermanos en contra del designio divino. Si aquello suponía
un nuevo pecado de soberbia, habría que estudiar la
posibilidad de provocar una catástrofe que rompiese el
monótono discurrir de la vida terrenal. Algo que atrajese la
ira divina renovando el listado de pecados capitales con el
fin de reabrir las puertas del Infierno.
–Esperemos la respuesta del Santo Oficio. Si nos sale
la jugada, esta nueva condena de excomunión se hará
extensiva a todo el género humano. A partir de ahí, todo
será coser y cantar –dijo Adramelech.
COMIENZA A VERSE LA LUZ
Pero, como dice la sabiduría popular, nunca llueve a
gusto de todos. Sometida la propuesta diabólica al estudio
de una comisión mixta de ángeles y sabios destinados en el
Cielo, ésta llegó a la conclusión de que sólo se podía acusar
a la clase política y económica de un exceso de celo en la
búsqueda del camino de la santidad. Por consiguiente no
procedía ningún tipo de actuación condenatoria.
–Aunque, eso sí, deben cesar inmediatamente en sus
actividades correctoras de la creación –concluyó San Pedro,
que actuaba como portavoz de la Gran Asamblea Celestial.
–Y si aquellos que vivieron antes de los nuevos
tiempos llevaban en sus genes la posibilidad de pecar... más
que culpa suya fue solamente una demostración palpable de
que la acción creadora de Dios había sido perfecta y
desinteresada –afirmó San Francisco Javier.
–Bien dicho, compañero –apoyó San Ignacio de
Loyola–, más de un ejemplo de pecadores ilustres se mueve
por aquí.
–Vale, vale –interrumpió San Pablo–. Olvidemos los
viejos trapos sucios y entremos en lo que nos trae a esta
reunión.
Fueron muchos los habitantes celestiales que
enrojecieron al recordar sus años mozos, hasta que Santo
Tomás de Aquino, haciendo honor a su larga trayectoria
intelectual, decidió lanzar una propuesta revolucionaria:
–Teniendo en cuenta, pues, que la actividad del
hombre, incluso la comisión del pecado, contó con el
consentimiento divino, propongo a esta Asamblea la
promulgación de una indulgencia plenaria con efecto
retroactivo tanto a los demonios como a los hombres que
hasta este momento arden en los infiernos desde Caín al
momento actual.
–Lo contrario, sería hacerle el juego a Lucifer y su
cohorte de rebeldes infernales –concedió Dambahiah.
–¿Y cómo solucionamos el problema del espacio? –
inquirió un angelito anónimo y algo ignorante.
Una vez más, como tantas otras, la más simple de las
dificultades suele provocar terribles problemas de facilísima
solución. Todas las miradas se volvieron hacia Miguel, el
arcángel de la tierra. Éste guardó unos segundos de silencio
en un clarísimo intento de atraer sobre su figura la atención
de toda la Asamblea Celestial:
–Si el planeta fue condenado a ser un valle de
lágrimas, bastante han llorado ya los vivos para que también
sigan sufriendo después de muertos. ¿Por qué no apoyar,
entonces, que tanto allí abajo como en nuestros dominios
vuelva todo a sus viejos cauces?
–Claro, tu vieja amistad con Lucifer te obnubila la
mente. No olvides que desde su gran pecado se convirtió en
nuestro eterno enemigo –respondió Verdalén, el ángel de la
verdad.
–Cierto, amigo Verdalén. Ahí quería llegar yo. No
olvides que tú también eres el ángel de la paz y el perdón.
Fue un duro debate. Si por un lado, reinaba la alegría
en el Cielo ante la bondad que irradiaba toda acción
humana, por el otro, no era menos cierto que aquello
desembocaría en una masificación del espacio celestial,
masificación que llevaba acompañada una merma
considerable en la calidad de los servicios prestados a las
almas del paraíso.
Al final se impuso la opinión de Dambahiah. Con todo
el dolor de su corazón, Lucifer vio cómo parte de sus
compañeros de la corte infernal mostraban un gozo inefable
ante la propuesta de indulgencia plenaria total desde el
pecado original hasta la fecha. Firmado el divino decreto
que establecía el perdón de todos los pecados, incluidos los
cometidos por Lucifer y sus seguidores, se impondría la
consiguiente reubicación de las almas procedentes del
Averno, cosa que llevó a la Agrupación de Ángeles
Conservadores a un conato de rebelión.
–Vale. Cerramos el Infierno y aquí, quienes llevamos
una eternidad sin haber gozado de un solo pecado pasamos a
vivir en un infierno por culpa de tanta aglomeración –
protestó un ángel de la guarda que llevaba milenios
guardando dóciles rebaños de ovejas.
De nuevo fue providencial la intervención de Miguel:
–Señores ángeles, arcángeles y demás coros
celestiales, seamos sensatos. No olvidemos que la primera
intención del Supremo Hacedor fue la ubicación de todas las
almas humanas en una sola parcela celestial. Fue el hombre
quien obligó a una segregación de terrenos que concluyó en
la creación del Infierno. Ahora bien, considerando que ese
lugar queda libre de uso una vez decretada la indulgencia
plenaria universal, procede ejercer una OPA (Oferta Pública
de Adquisición) sobre tales terrenos.
–Y considerando su escaso valor a causa de su
infrautilización, supondrá una inversión mínima en
comparación con los beneficios obtenidos –sentenció el
Espíritu Santo.
Un cerrado aplauso de la concurrencia dio por
concluido el debate. Unificados Infierno y paraíso, unidos
ángeles, arcángeles, serafines y demás coros tanto
celestiales como infernales, hermanadas todas las almas
humanas desde nuestros primeros padres hasta nuestros días,
la paz que reinaba en la tierra se vería correspondida por la
reinante en los cielos.
–No obstante, es necesario devolver la Tierra a la
normalidad –concluyó Jesús–. Recuerdo que, a pesar de
Herodes, Judas y algún que otro indeseable, no me fue tan
mal por aquellos lugares.
–Y además hiciste buenas amistades, hijo –ratificó
María mientras miraba cariñosamente a Juan.
EL FINAL DEL TUNEL
Fue en estos momentos, cuando tuvo lugar el
accidente terrenal al que me refería al comienzo de este
relato. Un albañil, un sencillo y humilde obrero de la
construcción, estaba rompiendo los esquemas universales. Si
era simple el ser que provocó el incidente, no menos
pazguatos fueron los técnicos superiores de la construcción
al olvidar que allá por las tierras del Lago Ontario, habitaba
una tribu especialmente dotada para soportar los efectos de
la altura, los indios Mohawk.
Cielos y Tierra temblaron ante el grave problema que
se cernía sobre el planeta. Para desesperación de gerifaltes
políticos y económicos, décadas atrás se habían suprimido
los ejércitos y la policía. Desde que se impuso la selección
genética se hicieron totalmente innecesarios. Por los ámbitos
terrenales comenzaba a reinar la libertad y la alegría de
vivir. La clase gobernante carecía de elementos represivos
que devolviesen a la vida la atonía universal reinante meses
antes. Por culpa de un grupo de ignorantes obreros de la
construcción, cuya única habilidad intelectual conocida era
la del piropeo a las jóvenes viandantes que pasaban ante su
lugar de trabajo, el mundo cayó en la cuenta de que existía
algo tan hermoso como la libertad.
–Si un vulgar albañil ha sido capaz de movilizar el
mundo de los vivos, ¿qué no podemos conseguir nosotros? –
preguntó Lucifer a su amigo Asmodeo.
El gran jefe de los infiernos aún no había perdido la
esperanza de mantener sus dominios. Aprovechando una
noche oscura como la boca del Infierno, aún más oscura
desde que la falta de clientela obligaba a la consiguiente
economía de combustible, Lucifer y Asmodeo se reunieron
con sus más íntimos colaboradores. Entre ellos se
encontraban Abaddon, Astaroth, Baalam y el mismísimo
Azazel quien, ansiando atizar la mecha de la discordia,
quería devolver a los hombres los planos de las armas más
mortíferas que se usaron en tiempos pasados.
Millones de almas condenadas por haber gozado los
placeres de la gula, la lujuria, la pereza y demás pecados
capitales añoraban los viejos tiempos en que nuevas
hornadas de pecadores renovaban a cada momento las
existencias de material. La promesa de una indulgencia
plenaria general no acababa de satisfacerlos. Caín sintetizó
aquellas preocupaciones en pocas palabras:
–No os imagino viviendo en la eterna pureza y
comiendo sólo lo justo para vivir, cosa que, vista nuestra
constitución espiritual, no es para tirar cohetes. Y además,
cantando misas gregorianas en lugar de nuestras divertidas
cantigas de escarnio y maldecir...
Después de oír aquellas palabras, los condenados al
fuego eterno propusieron a Baalam una iniciativa tentadora:
–Demos tiempo al hombre para que disfrute la libertad
y el placer por la buena mesa. Esperemos las consecuencias
y visto el resultado, decidamos nuestro futuro.
Venus, que acababa de incorporarse a la reunión,
apoyó la propuesta y amplió el campo de libertades a
ofrecer:
–Convenzamos al hombre de que la lujuria es,
simplemente, una actividad placentera más...
Una comisión diabólica se desplazó a la Tierra con el
fin de ofrecer al hombre su infernal sabiduría. Convertido el
género humano en un laboratorio experimental, los primeros
pasos fueron todo un éxito. La felicidad asomaba al rostro
de los humanos como nunca antes lo había hecho. Platos
exquisitos visitaban a cada momento mesas y manteles de
los rincones más apartados del mundo. Jóvenes hetairas y
apolíneos mozos deambulaban por doquier ofreciendo su
sabiduría y experiencia. Aprovechando los nuevos aires que
se respiraban, Robustiano y sus seguidores recorrían los más
apartados rincones del mundo para llevar el nuevo mensaje
de libertad. Visitaron colegios, talleres, universidades,
despachos financieros, parlamentos y sedes
gubernamentales.
Lo que nunca sospecharon es que estas tres últimas
visitas provocarían los primeros problemas de la nueva
época. Entonces descubrieron que aquellas conquistas que
estaban a punto de lograr no suponían novedad alguna en los
estamentos citados. El despacho del Director General de
Construcciones y Servicios Urbanos, estaba ocupado por
una lujosa mesa de despacho cuyos cajones servían de
morada a una colonia de arañas, frente a ella un televisor de
50 pulgadas ocupaba gran parte de la estantería. Otra parte
estaba cubierta por un espejo en cuyo lado inferior derecho
se mostraba un pequeño círculo verde. Al pulsarlo, el espejo
se abrió mostrando un precioso mueble abastecido de
botellas que contenían extraños líquidos de diversos colores
así como pequeñas cajas llenas de cilindros de papel
rellenos de hojas secas trituradas, una especie de extraños
globos de colores así como de otros elementos desconocidos
para aquellos obreros de la construcción.
Uno de ellos tomó una de las botellas y leyó:
–Vino Fino EL PATO. Elaborado a base de uva... –
Extrañado ante aquellas palabras se dirigió al Director
General– ¿se puede saber qué es esto?
–Ya lo está leyendo usted, son los restos líquidos
procedentes de la fermentación de uvas después de haber
sido pisoteadas por trabajadores agrícolas. Resumiendo, un
viejo veneno que, en casos de urgencia, se usaba contra
subalternos veleidosos –replicó de forma poco convincente
el aludido.
–Robustiano, deberíamos envenenarlo con alguno de
estos ponzoñosos líquidos –propuso un compañero.
–Sepan ustedes que este veneno tiene efectos
retardados cuyas consecuencias son, muchas veces,
imprevisibles. Pero si ustedes consideran que soy merecedor
de tal castigo, lo aceptaré impasiblemente. Sólo les pido que
después de beber una botella de esta perniciosa bebida me
permitan marchar a casa para recibir la ayuda de mis
familiares si la situación lo requiere.
–De acuerdo –aceptó Robustiano.
Recibida la autorización, el Director General tomó una
botella de aquel veneno y comenzó a bebérsela a pequeños
tragos vertidos en una copa de fino cristal.
–Si ustedes consideran mi actitud tan dañina para la
sociedad como parece, yo mismo me administraré un poco
de gas asfixiante.
Antes de recibir la autorización pertinente, sacó uno
de los pequeños cilindros de papel rellenos de hojas secas y
molidas y lo encendió por uno de sus extremos. Luego
procedió a aspirar por el otro extremo los humos que
emanaba.
–Encima nos ha salido masoquista –ironizó un
asistente sanitario que acompañaba a los albañiles al ver la
sonrisa de satisfacción que adornaba el rostro del Director
General–. Yo también voy a tomar un sorbo de este veneno,
hay que estudiar sus posibles efectos.
Sin dar tiempo a reaccionar a ninguno de sus
compañeros, se tiró al gaznate un trago de la botella.
–¡Cuidado! Puede ser peligroso –advirtió Robustiano.
–Es posible, pues de sabor está de muerte...
Al oír estas palabras, varios compañeros acudieron en
su auxilio. No fue necesario. Una sonrisa de satisfacción
mostró que las cualidades de aquel extraño y amarillento
líquido no debían ser muy peligrosas tomado a pequeñas
dosis.
¡PELIGRO!
Una vez más, como había sucedido alguna vez siglos
atrás, los desheredados de la fortuna, los de la genética en
este caso, protagonizaron una revolución que prometía
romper moldes.
Convencidos de que aquellos extraños líquidos no
eran excesivamente peligrosos consumidos en pequeñas
cantidades, dieron buena cuenta de ellos.
–Debemos evitar que estos venenos caigan en manos
de jóvenes irresponsables –dijo Robustiano a manera de
justificación mientras una sonrisa adornaba picarescamente
su rostro.
En pocos meses la semilla de una nueva era presidida
por la libertad y la recuperación de viejas costumbres se
extendió por el mundo entero. El conflicto laboral, lo que
siglos pasados llamaban huelga general, se extendió como
las malas simientes por toda la Tierra. Los gobernantes,
sorprendidos y careciendo de la maquinaria represiva
adecuada, comenzaron a investigar en los archivos
históricos sobre los métodos utilizados tiempo atrás para
reprimir las veleidades de las castas trabajadoras.
Así fue como la noticia llegó al Infierno. Desde allí se
enviaron embajadores especiales con el fin de informar a los
poderosos sobre los medios más adecuados para combatir a
los desheredados de la genética. Varios meses trabajaron sin
descanso intentando convencer a los gobernantes de las
indudables ventajas que les acarrearía la posesión de
aquellos diabólicos aparatos capaces de sembrar muerte y
destrucción a placer de sus dueños. A pesar de todo la
propuesta de Azazel de devolver a la humanidad los planos
de las armas no encontró el eco apetecido en algunos
humanos, la consideraban peligrosa.
–Podrían caer en manos de las clases trabajadoras –
expuso un gobernante algo aprensivo.
Sin embargo, otros, apoyados por empresas
multinacionales, propusieron aceptar la oferta diabólica y
proceder a la fabricación y venta de armamentos
desaparecidos muchas décadas atrás.
–Imaginad el negocio. Contrataremos a los
trabajadores más problemáticos, los armaremos hasta los
dientes y gracias a su rebeldía destruiremos medio mundo –
respondió, relamiéndose, uno de ellos pensando en los
múltiples beneficios que aquello les acarrearía.
–No le veo la punta a ese negocio –protestó un
pequeño empresario.
–Piensa, amigo, piensa. Trabajadores molestos
exterminándose unos a otros, fábricas y edificios en general
destruidos por esos vándalos...
–Pues vaya panorama.
–Ahora viene lo bueno: reconstruiremos todo de
nuevo y con dinero público. El nuestro, por lo que pueda
pasar, ya lo habremos puesto a buen recaudo antes de
comenzar el baile...
Afortunadamente para muchos y desgraciadamente
para los responsables mundiales de la cosa pública,
Robustiano, convertido en líder mundial de la clase
trabajadora, carecía de genes bélicos. Y, como él, todos sus
compañeros. Acostumbrados a las herramientas de trabajo y
al respeto a sus congéneres, aquellas mentes ingenuas no
concebían manejar un trasto capaz de romperle el alma a
otro hombre.
En vista de ello, el Presidente de la Organización
Mundial de Empresarios Gorrones (OMEG) decidió atacar
el problema desde la raíz conquistando los tiernos corazones
de la infancia mundial. El primer paso fue encomendar a la
OMEP (Organización Mundial de Educación y Progreso) la
adquisición y distribución gratuita de un material que, sin
lugar a dudas, encarrilaría el espíritu inocente de aquellas
criaturas por la senda deseada. Aquel año, los Reyes Magos
y Papá Noel, se vieron obligados a repartir por todas las casa
del mundo juguetes bélicos de las más diversas formas y
modelos. ¿Tendrían aquellos juguetes fuerza para romper el
espíritu pacífico y servicial de aquellas criaturas diseñadas
para algo muy distinto? Este era el gran interrogante que se
planteaban los líderes de la OMEG al ver la enorme
inversión realizada en juguetes bélicos. Los primeros
resultados del experimento aportaron ciertas esperanzas de
éxito. Para comenzar consiguieron despertar en los niños
considerables inquietudes deportivas. Carreras, saltos,
disparos al aire de inofensivas ráfagas de luz y color
llenaron calles y patios de recreo de todo el planeta. Como
quiera que aquello significara un evidente cambio en las
aficiones de los chavales, una chispa de esperanza comenzó
a brillar en las ambiciosas pupilas de los capitostes
mundiales, tanto financieros como gobernantes. Incluso
Lucifer y sus tropas comenzaron a pensar en la necesidad de
aumentar sus pedidos de carburantes ante la posible llegada
masiva de nuevos clientes.
–Magnífico –proclamó satisfecho el Presidente de la
OMEP–. Estos críos serán unos auténticos señores de la
guerra a poco que alimentemos su egoísmo.
–Buen camino ha iniciado esos zoquetes de la Tierra –
comunicó sonriente Azazel al Jefe Supremo del Averno–.
Banqueros y gobernantes serán los primeros en volver a
nuestros dominios, como siempre sucedió.
–Han caído en su propia trampa –respondió gozoso
Lucifer–. Y con las guerras que se avecinan, mucho me
temo que se invertirá la situación y tendremos que adquirir
terrenos celestiales para proceder a su reordenación urbana...
CONCLUSIÓN
Durante todo un año, el tiempo que duraron las armas
de ficción, la esperanza del alumbramiento de un nuevo
mundo lleno de violencia y muerte alegraba los corazones
de los dueños de la Tierra. De hecho, un mes después de las
fechas navideñas todos los gobiernos del mundo
suspendieron totalmente cualquier tipo de actividad en los
centros de diseño genético y se devolvió al azar y al deseo
de cada matrimonio la gestación de los futuros ciudadanos.
Y como los resultados fueron positivos, los primeros niños
nacidos en libertad comenzaron a poblar la Tierra después
de un siglo.
Llegó el invierno siguiente anunciando la proximidad
de las fiestas navideñas. Los sueños infantiles se inundaron
de esperanzas en forma de nuevos juguetes. Francisco, uno
de los más soñadores, bajó una tarde a un sótano que, desde
tiempos de su abuelo, había permanecido cerrado.
Rebuscando entre los trastos viejos dio con un cajón lleno
de libros. Pero aquello no eran libros de matemáticas, ni de
física, ni de temas similares. Rimas, se titulaba uno de ellos.
¿Qué sería aquello?
La curiosidad pudo más que las restricciones legales
sobre la libre elección de lecturas dictadas muchas décadas
atrás. Nunca leáis libros extraños que no hayan sido
recomendados por vuestros maestros, decía a cada momento
el profesor. Pero ¿quién puede con la curiosidad infantil? Lo
abrió al azar por una página cualquiera y leyó:
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso.
Sus ojos se cerraron después de leer aquellas hermosas
palabras. Entonces recordó que una mañana, cuando
comenzaba a dar sus primeros pasos, su abuelo, hablando en
un susurro casi inaudible, le había recitado estos versos y,
después de mirar en todas direcciones hasta convencerse de
que nadie los veía, lo besó en la frente. Fue el momento más
hermoso de su niñez. Convencido de que había descubierto
la fuente de la felicidad, esa de que tanto hablaban su
abuelos, tomó el libro en sus manos, lo escondió bajo la
camisa y salió a la calle. Fue a casa de su amiguita Lucía y,
después de leerle aquel poema, le explicó las hermosas
sensaciones que se viven cuando besamos a un ser querido.
–El día de Navidad todos los niños del mundo le
regalaremos un beso a nuestros padres –propuso Lucía
entusiasmada ante las palabras de Francisco.
En aquellos tiempos, como siempre desde que los
niños son niños, los secretos entre ellos son una de las cosas
más hermosas que existen. Y el secreto de aquellos días, fue
que, llegada la Nochebuena, justo después de la cena, todos
los niños le harían a sus padres el mismo regalo: un beso.
Así lo hicieron. María de Magdala y María de Nazaret,
que contemplaban la escena desde un balcón celestial, se
cruzaron una mirada de complicidad abrazándose llenas de
felicidad. Cuentan las leyendas que la fuerza de tantos besos
dados al unísono cambiaron el mundo. A partir de entonces,
diablos, ángeles, y hombres en general, reconocieron que
ese gran invento recuperado de la historia al que llamaban
beso derrotó tanto las ambiciones de los hombres como las
diabluras de Lucifer y los suyos. Dios, al comprobar el
efecto mariposa que un simple beso puede desatar en el
universo, decretó indulgencia plenaria total desde la caída
de Lucifer, incluidos todos los pecados del género humano.
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