El elemento unico

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ColecciónFilosofía y Teoría Social

El elemento único(desde la irrealidad de lo tangible

hasta la realidad física de lo intangible)

Fragmento obsequio

Rafael Cañete Mesa

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Dirección General: Marcelo PerazoloDirección de Contenidos: Ivana BassetDiseño de cubierta: Daniela FerránImagen de cubierta: Rafael Cañete MesaDiagramación de interiores: Guillermo W. Alegre

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Primera edición en español en versión digital© LibrosEnRed, 2009Una marca registrada de Amertown International S.A.

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Índice

Prólogo 5

Capítulo tercero 9

Separatas 55

Fundamento estructural del modelo estándar y de la materia elemental (esencia de las cosas materiales) 56

Introducción 56

Discusión 58

Algunas consideraciones: 64

El modelo estándar 68

Resto de partículas: generalización 71

Relatividad 77

Conclusión 79

Anexo 80

La cosa per se 86

Sobre el espacio y el tiempo 86

Sobre la adimensionalidad y la multidimensionalidad de las cosas 99

Acerca del autor 112

Editorial LibrosEnRed 113

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Prólogo

La ciencia y la espiritualidad se presentan como disciplinas, expresiones o anhelos del alma irreconciliables. ¿Cuál es el problema? El problema radi-ca en que la metafísica, tal como expuso Kant, no puede ser ciencia (no existen los juicios sintéticos a priori en la metafísica dice él) y no se pue-de, por tanto, tener conocimiento (saber científico) del ser, del alma o de Dios (que expresado de otra forma se elevaría al problema más general del conocimiento o al de la imposibilidad de poder obtener un conocimiento trascendente). El problema radica en que la fuente de dicho conocimien-to, por parte de quien lo tiene o dice tenerlo, es el propio ser, por lo que queda desvinculado de nuestra realidad física y lo relega a una cuestión de creencia o de capacidad incontrastable. El problema, refundiendo los dos anteriores, radica en la imposibilidad de poder aplicar los conceptos de la metafísica a algún tipo de intuición (representación) bien porque ésta no existe o porque es interna.

Parménides, en su poema, presentó las vías del conocimiento. En él dice que una vía es la vía noética del Ente (del ser, de lo que es), que acabamos de mostrar, en la que identifica ser con conocer. La otra vía o camino, llama-do Doxa, es el camino de la opinión, del ser con el no ser (de lo Ente con el no Ente), que no es otro que el camino de la realidad física que nos rodea o, por decirlo de otra manera, el camino de la vida. ¿Se puede encontrar, por tanto, una vía de conocimiento, una solución? La solución no siendo la de la primera vía, radicaría en la consecución del conocimiento por el camino de la percepción (Opinión) y del cambio, pero éste como hemos visto se encon-traría aparentemente invalidado por «La crítica de la razón pura» de Kant.

El elemento único es un camino de conocimiento (desarrollado —como usualmente se hace— sobre la figura de un viaje como metáfora de la vida) que persigue mediante procedimientos físicos, y allí donde procede filosó-ficos, restaurar la posibilidad de alcanzar un conocimiento trascendente de una forma racional. El elemento único es un cuento sin aditivos (porque el verdadero enigma es el conocimiento) que mediante anexos (entre los que citamos: «La esencia de las cosas materiales», «La cosa per se», «Sobre cau-salidad y argumentos de indeterminación»), toma forma de ensayo cada

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vez que se encuentra con alguna cuestión que precisa de un análisis más detallado para ser algo más que «un cuento».

En este sentido, la obra está dirigida a quienes necesitan la realidad (y la irrealidad) estructurada o, dicho de otra manera, a quienes sólo entienden (y, por otra parte, a los que por lo menos entienden) los mecanismos dis-cursivos del conocimiento, si bien es cierto que las cuestiones principales son abordadas en el desarrollo general de una forma algo más liviana y menos rigurosa. La lectura detallada puede restringirse, si se quiere, a la del capítulo 3-I y sus anexos por ser aquí donde se trata el problema plan-teado, mientras que la otra se extiende al cuerpo principal de la obra, que pretende una comprensión suficiente de la problemática anterior para el tratamiento de otra problemática más general que es la problemática de la vida, es decir, que una vez superado el problema del conocimiento (y precisamente por haberlo superado) se aborda finalmente la problemática existencial desde una perspectiva que se ha ido esbozando a lo largo de toda ella.

Estas separatas abordan cuestiones que precisan de la sutiliza del lengua-je, que en lo que nos ocupa viene arrastrada por la de los conceptos, que en ocasiones necesitan de un discurso específico y preciso que he tratado de endulzar y colorear, y de hacerlo comprensible paso a paso (que es lo que se le pediría a todo discurso) mediante el uso de matices pertinentes y aclaraciones o referencias on line, esto es, sobre la propia línea princi-pal, para que el lector sepa a qué me estoy refiriendo en todo momento (a riesgo de hacerlo poco fluido) sin tener que imaginar (como ocurre en otros textos) y decidir con ambigua determinación que lo hace a alguna de las frases precedentes, sobre todo cuando éstas implican alguna variedad de silogismo o de razonamiento lógico. Las mismas tratan de justificar, allí donde son llamadas, los argumentos expuestos en el cuerpo principal para que éstos puedan ser tomados como puntos de apoyo innegables, entre los que se encuentra aquellos argumentos que corrigen puntos de vista que por su asentamiento, pareciendo ciertos, desvirtúan un escenario real y necesario. Lo del establecimiento de estos puntos de apoyo como se puede comprender no es cuestión sin importancia y no en vano, por no tenerlos, la filosofía, —como refiere Ortega— parece haber estado —sin posibilidad de establecer un punto de ruptura o establecimiento mínimo— hablando siempre de lo mismo y siempre (todo se presta a segundas y terceras lectu-ras tanto en la forma como en el fondo) sin esa determinación.

La Filosofía no tiene esos puntos de apoyo porque ha llegado a la conclu-sión de que su problema es anterior a cualquier problema y que, por tanto, tiene y debe prescindir de las ciencias naturales para su solución, pero si

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bien es cierto que es anterior ontológicamente no lo es gnoseológicamente (caso contrario invalidaría la vía de conocimiento elegida), y con esto que no tenemos por qué preguntarnos si «la cosa» es, necesariamente antes de preguntarnos de qué es «la cosa».

La Física, por su parte, si bien no cesa de diseñar o perfeccionar sus marcos teóricos con los que poder interpretar, en realidad no interpreta, en reali-dad con esos marcos diseña una mera estructura fenomenológica (a fin de cuentas ese es el campo de la física), una construcción, pero no interpreta. La Física así se constituye como una construcción previsible (modelo) verte-brada por un formalismo matemático subyacente que si bien por un lado mecaniza sus posibilidades por otro las condiciona y limita. Todo físico sabe que cada modelo debe contener al anterior y explicar, como caso particular, la realidad física que éste explicaba. El modelo partiendo de unas premisas puede dar lugar a todo lo que se puede derivar de las mismas pero nada de lo que le queda anterior a ellas o, simplemente, fuera. Lo segundo (lo de fuera) es susceptible de ser integrado en un nuevo modelo o esquema pero lo anterior no porque lo anterior se constituye como un núcleo primigenio, inasociable; estableciéndose el conocimiento como un sistema de cáscaras concéntricas sobre el mismo. La Física ha renunciado sistemáticamente a incluir lo anterior en el esquema, es decir, ha renunciado a su comprensión y le ha llamado Principio. El Principio es algo de lo que se parte (como de los axiomas matemáticos), que se da, pero de lo que no se alcanza compren-sión. La Física ha renunciado a la comprensión de los Principios, que es su verdadero fundamento, y se ha quedado en lo fenomenológico. La Física se puede decir que no tiene ni idea, por ejemplo, de lo que es la masa, para ella, una vez más, la masa tiene un tratamiento fenomenológico: la masa es eso que relaciona fuerza con aceleración mediante la ley de Newton, la masa es eso que relaciona a la energía con la velocidad de la luz mediante la famosa fórmula de Einstein, pero, ¿qué es la masa? La Física supo decir poco de ella en sus orígenes (recordemos la substancia aristotélica) y menos aún en las últimas teorías donde se establece como un nivel energético de referencia. De la misma manera, respecto de la naturaleza ondulatoria, las propias teorías (principalmente de la relatividad), estableciendo un límite teórico de las variables lo ha hecho al conocimiento que podamos tener de ellas, al establecer dos sistemas físicos diferenciados, uno el sistema de lo relativo (el que acontece por debajo de la velocidad C y que puede tratar fenomenológicamente) y el sistema de la luz (de velocidad C) que se pre-senta por tanto desde el anterior como una singularidad o Principio. Con esto la Física estudia sistemas relativistas y, queriendo aproximarse más a ese límite —puesto que se corresponde con uno matemático—, estudia sis-temas ultrarelativistas, pero una vez más obedece a esquemas envolventes

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que se olvidan del esquema anterior: del Principio. Es la ausencia de estos Principios, en lo referente a la materia y en lo referente a la luz, la que no ha permitido establecer una teoría que salve la dicotomía onda-corpúsculo de la materia.

La cuestión es que mientras que para la Física y la Matemática la imposibi-lidad de explicar sus Principios no supone problema, y se puede desarrollar como una ciencia, para la Metafísica sí lo es porque estos Principios de la Física son los únicos que se pueden establecer como objetos para la Meta-física. Ésta es la verdadera piedra angular. El núcleo de la obra, persiguen este fin, obtener estos objetos de la metafísica a través de la física y de-sarrollarlos como tales. Este bloque plantea y resuelve el problema pero siendo el problema a resolver de tal entidad, los anexos no son, ni mucho menos, auxiliares, sino más bien necesarios y esenciales, esto es, con enti-dad propia, como esencial resulta ser el efectuar sobre el modelo estándar una descripción físico-matemática (entiendo —y por esto es modelo y no teoría— que la única) del fundamento estructural de dicho modelo para la ordenación de las partículas elementales y, yendo más allá, de la materia como tal (y más…), que, por otra parte, supere los tratamientos al uso (cor-pusculares u ondulatorios) de la misma. Se podrá entender su esencialidad para lo que nos ocupa si tenemos en cuenta que, como dijimos, el proble-ma planteado se eleva al problema más general del conocimiento o al de la imposibilidad de poder obtener un conocimiento trascendente y éste al de la comunicación de las dos substancias, conciencia y mundo, y éste, en primera instancia al de la certidumbre de su existencia. La tarea abor-dada conlleva, tal como se está mostrando, la comprensión de la realidad subyacente y ésta, como no puede ser de otra forma, la del espacio y el tiempo, lo que da lugar a un escenario tan manido, y estereotipado en las formas, como inevitable; aunque en este caso esencialmente diferente. Es-to se consigue en primer término superando el carácter apriorístico —y en consecuencia inabordable— de estos dos conceptos (ver «La cosa per se»), esto es, reintegrándole el carácter inherente y con él el fenomenológico, para establecer finalmente sobre los mismos un nuevo Principio de espacio-temporalidad que, como ocurriera con las velocidades (C frente a cualquier v), deriva del establecimiento de una singularidad, la adimensionalidad, frente a la multidimensionalidad, susceptible de ser aplicado como Criterio de espacio-temporalidad y con esto como test de realidad.

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caPÍtulo tercero

i.

Todo estaba igual. Su pasillo primero, su pasillo postrero, los estantes tizna-dos, los libros avejentados, los ventanales, la luz penumbrosa, las mesas y los bancos. Resultaba curioso; tanto tiempo para acabar igual. ¿Igual? Sí, el escenario era el mismo, pero ellos eran otros. Era otro estado. Se sentaron en las posiciones que habitualmente tomaban. Se miraron. No compren-dían. Cada uno cruzó sus brazos a lo ancho de la mesa buscándose las ma-nos. Era reconfortante. Era como estar en casa. ¿Por qué estaban allí? No habían tenido mucho tiempo para ellos desde que partieron. Muchas veces, antaño, utilizaron la Biblioteca como lugar de recreo, de confidencias, de refugio. Ahora, en esa espera sin fin, encontraron el silencio para darse ternura con los ojos, en silencio, para expresarse el amor, la complicidad de historias pasadas, en silencio. ¿Cuánto no se podrían querer ya si cada segundo de la vida era canjeable por una existencia entera? Cada segun-do había tenido las pasiones, los sinsabores, la amargura, el amor de una existencia, y ahora, mirándose, se volcaban todos ellos en la mirada de un segundo. Cuando salieron del momento que se habían regalado, repararon en que no estaban solos. ¿Quién era?

—¡Es Autor! —exclamaron los dos—. Es el autor —dijo Canto cayendo en la cuenta de que aquel antropónimo era de uso restringido—. Como tú lo eres de un libro...

Canto, confusamente, se había visto obligado a explicarse y a tomar otro apelativo como solución más razonable. Su amigo de la Biblioteca estaba allí, de pie, esperando pacientemente en el extremo libre de la mesa. En cierto sentido, pasado el primer desconcierto, asumieron esta situación co-mo natural: si allí estaba la biblioteca al completo por qué no iba a estar el personaje, casi ocasional compañero de viaje, que al parecer tan a menudo la visitaba.

—¿Estáis extrañados, verdad? Ya me imagino. Lleváis mucho camino an-dado y, sin embargo, parece que no habéis hecho nada más que empezar. Aprendisteis la carga y la importancia del mundo de la opinión, primero a

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través de estos libros con sus infinitas y variopintas perspectivas; hasta el punto de dudar de su valor. Luego lo habéis sentido con los juicios contra-dictorios de los árboles, y con aquellos esclavizados; esclavos de sus con-vicciones o de su saber. Y ahora, diréis: «¡Otra vez los libros!» Pero esto es otra cosa. Hay libros a los que os debéis. ¿No pensaréis que, en verdad, se puede negar su valor? Y... además, no se puede buscar la verdad, lo único, lo infinito, lo oculto, y a la par desechar el saber que tenemos a la mano; demostrando con ello una única satisfacción y empeño: la de conocer lo que nadie conoce, ser el elegido —escenificaba— de la divinidad y el que por ella todo lo sa be; sin esfuerzo. Por eso también quiero que aprendáis esto, para que conozcáis lo tangible, la tierra antes que las estrellas, las mo-léculas antes que los átomos y... Pero contadme, ¿cómo lo habéis pasado? A veces se está mal, ¿verdad?, y triste; triste y sólo.

—Sí que es verdad —afirmó rotundamente Beldad—. Al principio es la an-gustia de no saber qué objeto tiene la andadura ni si merece la pena. Lue-go, en el laberinto de la vida, se empieza sufriendo con las propias penas y se termina sufriendo con las ajenas. Menos mal que finalmente hay sen-timientos que reorganizan la estructura de las pasiones y las debilidades, y recomponen las almas rotas.

—Aunque en ocasiones hemos contado con la orientación de la Dueña del Tiempo —apuntó Canto—, bueno, el Señor de los Espacios también nos dijo cosas.

—¡Ah! ¿Entonces no habéis estado solos?

—No. En ocasiones no hemos estado solos —repitió Canto.

—¡Ah! Entonces, ¿no habéis estado solos? —volvió a repetir.

—No, no hemos estado solos —repitió nuevamente.

El autor miraba de uno a otro con una sonrisa picarona, y ellos lo miraban a él sin saber. También se miraban entre ellos sin comprender. Por fin Beldad dio un cogotazo a Canto mientras le decía:

—«Os recordaré que no habéis estado solos. Os recordaré que no habéis estado solos —repitió».

—Yo que sé —dijo Canto, como disculpándose—, yo que sé. Tú no te rías —le recriminó a ella bromeando—, que tú también has caído...

Beldad, pasada la chirigota, y encogiéndose de hombros como si no fuera con ella, retomó la conversación.

—Es cierto que la solución del enigma, más allá de la retórica, reside en la certeza del reencuentro, pero no lo es menos que algunas referencias llega-

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ron a nosotros por el camino de la casualidad —manifestó Beldad—. Todo este camino parece que ha estado sujeto a la suerte, a lo circunstancial; no digamos las vidas de la caverna.

—En realidad no, en realidad no hay línea más recta que la de la mirada. Una palabra, un mensaje, que se lanza al aire, está a manos de la casualidad porque está en manos del viento, pero el viento va y viene. Antaño dije: «Bueno, yo estoy aquí, ¿no?». Ahora digo: «Bueno, yo estoy aquí, ¿no?». Yo voy y vengo pero siempre he estado aquí, y siempre en vuestra mirada.

Ellos entendieron lo que quiso decir, el autor quiso decir que la línea más recta, y quizás la más corta es la que hay entre nosotros y nuestras inten-ciones. Después continuó.

—¿Qué co lores os gustan más? —dijo cambiando de tema abiertamente.

—El rojo —dijo Beldad perpleja.

—El verde —dijo Canto de igual forma.

—Recorreréis la biblioteca, y tú —dijo señalando a Canto—, recogerás todos los libros cuyo lomo tome una viva luminiscencia verde, y tú, niña —dijo con tono cariñoso—, cogerás todos los que se iluminen de rojo. Es hora. Esos libros tienen luz propia: leed con la suave luz que emana de sus páginas.

Recorrieron la biblioteca, como les indicó, recogiendo a su paso todos los li-bros que destacaban por su color entre la conocida oscuridad de los pasillos y estantes. Al cabo de un rato se encontraron con diversos volúmenes en las manos. El autor ya no estaba en su sitio. Se sentaron; comprobando que los textos de uno y otros se correspondían. Estaban numerados. El número uno reseñaba al de Filosofía, el dos a Física, el tres a Matemáticas, el cuatro a Música. Por supuesto cada materia con amplios tratados específicos, apén-dices y anexos que profundizaban muy especialmente en algunas materias. La Química y la Biología se trataban como apéndices de la Física, pues los procesos químicos se consideraban como extensiones de los físicos y los biológicos como extensiones de los químicos. Tenían en que entretenerse y tiempo para hacerlo, por lo que empezaron sin demora, no sin antes lan-zarse una última sonrisa.

—Se me ha pasado una cuestión —confesó Canto, mientras abría el primer tomo.

—¿Qué cosa? —preguntó Beldad intrigada.

—Acuérdate. Quería saber de qué libro es autor.

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Beldad asintió con la cabeza —mientras que abría igualmente el primer volumen—; ya se acordó de aquella cuestión añeja. Comenzaron el estu-dio. Sólo se permitían unas palabras de descanso y relajación, otras veces un sueño y un alimento cada vez que concluían un tema. Algunas veces comentaba algún dato curioso o explicaban algún punto oscuro. De esta forma un libro tras otro. Parecían dos colegiales en los exámenes finales, dos moradores de la madrugada. De vez en cuando crujía la madera de los bancos, con un sonido seco y limpio, y se estremecían ellos con la sensibi-lidad exacerbada por la quietud y el silencio. Estuvieron bastante tiempo; pero pasó. Parecía no llegar el momento; pero llegó. Su amigo estaba nue-vamente en la sala. Esta vez en un banco de atrás. Ellos, con la atención de-positada en la lectura y la penumbra reinante, no se percataron. Ya cuando cerraron el último libro, y éste apagó su luz, se hizo dominante el espacio exterior.

—Ya tenéis que saber más que yo —bromeó—. Los libros que escogí son muy didácticos: se trataba de aprender cosas, y no de poner barreras a la in-teligencia. El hombre desde la antigüedad se ha encontrado en el mundo y ha querido romper esas barreras, y saber la verdad de las cosas: ha querido conocer. ¿Qué hombre? —se preguntó—. Algún tipo de hombre. Natural-mente las preguntas aunque eran simples tenían una repuesta compleja o, más que compleja, imposible dado su nivel de conocimiento. Esto verda-deramente no ha cambiado demasiado con el paso de los años y mientras la antigüedad imaginaba los átomos para la constitución de la sustancia, adelantando formalmente la idea sobre las cosas a la realidad observable, aunque luego la realidad sobrepasara a la idea de las cosas —matizó—, otros imaginaban otras estructuras o composiciones que pudieran cuadrar con el escenario histórico y satisfacer su propia profundidad mental. Es-te hecho tiene dos consideraciones, una, que en la aceptación que todo hombre hace de sus propias afirmaciones está o tiene que venir incluidas aquellas afirmaciones que el hombre como tal acepta de forma intuitiva, que en alguna medida son las que dan riqueza y pueden contribuir al saber general, y otra es, precisamente, que el saber general, el momento históri-co, modula y orienta nuestras afirmaciones y nuestro interés. Cada vez que el hombre ha abordado el tema del Hombre lo ha hecho con todo lo que sabía en ese momento y hasta el límite de sus posibilidades. Luego, bien porque la realidad no aportaba elementos para el debate o bien porque los elementos apuntaban, con otros aspectos, en otro sentido, ha tenido que reconsiderar su discurso.

—Un punto de vista filosófico, aunque sea muy rico en apariencia, no deja de ser un punto de vista filosófico —afirmó Canto en ese sentido, que, ade-

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más, había sufrido la lucha de propuestas y mil debates inútiles—. Muchos utilizan unos supuestos iniciales muy endebles o una lógica mediatizada por el dogma y la fe, que resta poder a los argumentos y a la posibilidad de construir nada sobre ellos; pues una suposición sobre una suposición es un absurdo.

—En efecto, siempre han sido tan carentes de fundamento las tesis inicia-les como aquéllas que trataban de superarlas porque éstas partían de sus resultados. «Si se da A implica que se da B», podría ser muy interesante si supiéramos si se da o no se da A; a partir de aquí tendría sentido utilizar B como proposición inicial. La única cuestión que deja clara es la capacidad del hombre para buscar una solución alternativa a las objeciones y a las críticas. Desde lo infinito, diminuto, con substancia, sin substancia, interconectado, sin interconectar, real, ideal, se plantean mil sistemas filosóficos sin una sola evidencia, sin un verdadero punto de apoyo. En cambio —continuó el au-tor— si algún dato científico, comprobable, avala algún supuesto ya es otra cosa, ya es una pieza de construcción del pensamiento, del pensamiento formal. Los sistemas filosóficos nuevos surgen como una reelaboración de los antiguos, arrastrados por el movimiento inercial de algún conocimien-to o concepto nuevo. Ya dije que el hombre filósofo abordaba cuestiones simples y daba respuestas complejas o imposibles. En realidad la respuesta no viene definida por la complejidad del tema tratado sino por él descono-cimiento total del tema sobre el que habla y la imposibilidad de tomar un lenguaje adecuado. Un conocimiento nuevo nos da ese lenguaje.

—¿Pero cómo tomar ese lenguaje? —se preguntó así mismo Canto—. La Filosofía habla del ser, de Dios, de la relación del ser con Dios, del cono-cimiento, de cómo se obtiene el conocimiento y de otros temas que a la postre conforma un debate estéril para la solución de los problemas que pretende dejar zanjados; aunque quizás no diga yo tanto para el desarrollo del hombre.

El autor se reclinó como para tomar con toda la consideración que merecía las objeciones de Canto. Se tomó su tiempo, quedó en silencio, moviendo los ojos de un lado para otro. Parecería que con el movimiento de los ojos desplazara las ideas y las ajustara. Por fin comenzó a hablar.

—¿Por qué alguien dice que hay dos substancias? Porque antes alguien ha dicho que hay substancia —se respondió, para seguir con un ritmo más acelerado—. ¿Y por qué alguien dice que hay substancia? Porque antes alguien ha dicho que hay algo que es el ser de las cosas. ¿Y por qué..., por qué alguien dice que lo que es, es el ente y que el ente es, y dice, ade-más, que lo que el ente es, es el ser y es Uno? Porque alguien dijo alguna otra cosa que, junto con la nueva realidad —la altura de su tiempo— dio

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lugar a ese tipo de pensamientos. El debate filosófico —continuó en un tono sosegado— persigue tener conocimiento o conciencia de las cosas, y esa conciencia de las cosas se ha ido obteniendo con la aportación de aquéllos que sobre un particular tuvieron conciencia de las cosas, es de-cir, que vieron de forma clara esa realidad fundamental que vieron. Cada aportación en la Historia de la Filosofía como la del resto de la Historia del pensamiento no ha sido otra cosa que una solución intelectualmente plausible al problema preexistente. Si nos situamos inicialmente en Par-ménides, la cuestión por él expuesta no fue otra que la que más que pro-bablemente había que decir en virtud del conocimiento de su tiempo y su propia realidad, entendida ésta incluso como realidad personal, y, si cabe, la solución más posible y la que parece y aparece con una evidencia más fundamental. No se precisa más. Un sólo dato nos obliga a replantearnos todas aquellas cosas en las que éste puede intervenir, y una sola eviden-cia experimental todo un cuerpo teórico. Eso es el conocimiento. Tras el experimento daremos cierta credibilidad, es decir, creeremos razonable-mente: creemos. En el mismo sentido hablar y considerar algo diferente a los dioses tuvo su momento y lo tuvo porque el momento anterior no lo fue, y no lo fue porque todavía imperaban los factores o la razón que jus-tificaba esa creencia en el pensamiento de los hombres; o su eco. En eso se apoya la creencia: en un conjunto de factores que la hacen plausible o que hacen más creíble que otras, y lo mismo ocurre para las descreencias. De esta forma cada cosa cantada o recitada tenía —sin resistencia— cabi-da y era un alegato justificable y razonable, que se va transformando de forma natural. Parménides, en su idea de las cosas, contaba para empezar con la idea de los otros, de su mundo, y dentro de su mundo estaba más o menos cercano, Jenófanes de Colofón que con los mismos ingredientes —elementos precursores de un cierto panteísmo— trataba de romper, modular o alterar la idea anterior. Esa idea anterior no era otra que el politeísmo antropomórfico de Homero, que como creencia tendría, a su vez, su justificación anterior. Esto es metafísica. ¿Qué es metafísica? Me-tafísica es principalmente no creerse una realidad, la realidad que se vive, la realidad que nos cuentan, la creencia, y, por tanto, buscar otra realidad y con ella un poco de orden en la desorientación vital que todo individuo tiene en el mundo. Nadie trata de romper la desorientación del hombre de la generación anterior, ni sus circunstancias, sino la suya y las circuns-tancias propias. Jenófanes no podía, buscando la realidad, hacer otra cosa que combatir la creencia del momento, y una creencia no se combate con la verdad, una creencia se combate con los argumentos propicios para la misma que pueden ser, sin duda, parte de otra creencia. Eso hizo, y com-puso un universo radicalmente diferente, aunque susceptible de mejora:

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El dios “verdadero” se describe, por contraste, como sigue:

Un solo dios, entre dioses y hombres, más grande que nadie, ni en cuerpo igual a mortales ni en cuanto a pensar se refiere. Siempre en lo mismo que-dando y sin mudarse en nada, ni le conviene afanarse andando de un lado a otro. Todo él ve, y todo él piensa, y todo él oye; mas sin esfuerzo el querer de su mente todo lo mueve.

¿Y cómo construyó ese universo? Ese universo se puede construir haciendo uso de otra creencia de otros versos que trae y lleva el viento. A medida que se mira hacia atrás en el tiempo los razonamientos se cambian por versos y los conceptos por imágenes. Nuestras fuentes son los versos y por los versos sabemos que primero fue el Uno, y por los versos sabemos que primero fue el Noûs y que se dividió, se transformó en dos naturalezas, lo que tiene con-ciencia de lo que no la tiene. Hubo de llegar el día en el que se cambiaron los versos por los razonamientos y las imágenes por los conceptos, ya algunos, en el decurso, estaban en franquía. Soltamos una creencia y cogemos otra que viene mejor: que nos viene mejor. La creencia es la verdad con máscara y a fuerza de cambiar de máscara, entre máscara y máscara, podemos llegar a ver la verdad desnuda. Parménides también construyó su universo con unos pocos versos. Unos pocos versos que hablaban del ente, de los caminos del conocimiento (el ser, el no-ser y el de la opinión o Doxa); y que fueron, abriéndose en abanico, fuente de toda filosofía... Aunque —titubeó—, en realidad, de una poesía, sin una interpretación de primera mano, es difícil decir cuál es el sentido último de las palabras; y por esto las poesías no tras-cienden más allá de lo que es natural en ellas. Pero ocurre casi siempre que la importancia de las cosas es la importancia que sepan dar los otros a las mismas y, con esto, no hay vida maravillosa sino biógrafo atento y eficiente. En el caso de Parménides no sabemos —dijo guiñando un ojo y con un ges-to de complicidad— si las interpretaciones han sido un asidero pertinente y recurrente (y el poema para ellas) o, por el contrario, como efecto de una lectura polarizada, no le han hecho nada más que un flaco favor, pues su doctrina filosófica muy bien podría tener otros alcances.

El autor hizo un breve descanso para tomar aliento y lanzar lo que, sin du-da, tomaría formato de monólogo o ensayo1.

—Hemos dicho —continuó— que como consecuencia de la interpretación de lo ente y toda la filosofía Parmenidéa se abrió en abanico la Filosofía pero no hemos dicho en lo relatado aquí sobre el ser de lo ente en qué radica substancialmente esta segregación. No sólo fueron tres formas de entender el poema sino que lo fueron por poner el acento en algo di-

1 A partir de aquí se puede ir a «El ser de lo ente», y luego volver a lectura o seguir tal cual obviando esta nota.

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ferente respecto de su principal concepto. Podemos decir que desde sus inicios la Filosofía había planteado por boca de Heráclito, Platón y Aris-tóteles sus temas o sus tres ejes centrales, aunque alguno de ellos no se pondría en liza con suficiente peso hasta siglos más tarde: el pensamiento (o la cosa pensante), el pensamiento de la cosa (o la cosa pensada) y, pro-piamente, la cosa. Descartes posteriormente —continuó como si tratara de un comentario a pie de página—, salvando las diferencias, se centra en el pensamiento y en la realidad primordial y única constatable de este hecho: «Pienso, luego soy». Él no sólo pone de relieve frente al realismo de Aristóteles la existencia de una entidad pensante o cogitatio frente al mundo sino que, si ésta es substancia separada del mismo y, por tanto, existen dos substancias, éstas no se pueden comunicar. Esto, respecto al argumentario realista, supone que no se pueda establecer, sin más, que la substancia sea la unidad analógica o análoga a todas las cosas pues, cuando menos, existe una que no comparte esa analogía y que, por tanto, es substancia separada.

Beldad y Canto escuchaban en silencio aquellos preliminares que, sin em-bargo —aun siendo preliminares— les había puesto en los antecedentes del problema más grande del conocimiento.

—Esto es sólo el punto de partida —explicó—, a partir de aquí la tarea del filósofo ha sido ingrata y más que ingrata estéril pues ha tenido que hablar del mundo relacionado con el yo desde un yo aislado del mundo, o ha tenido que negar ese yo, o integrarlo en el mundo. El co-nocimiento filosófico es un discurrir divergente que trata de contemplar todas las posibilidades —explico el autor como premisa necesaria a su argumento—. La ciencia es convergente —se queda con los hechos que derivan lógicamente de su conocimiento—, pues usa de un aparato ma-temático para formular sus teorías y de los hechos experimentales para contrastarlas. La Filosofía necesita de los conocimientos convergentes de la ciencia para poder aplicar sus conceptos y abrirse en abanico desde puntos concretos, y no ser una especulación baldía y sin fin. Descartes (aunque parejamente hizo ciencia), tras su sentencia, lo intentó desde el consentimiento de la existencia de Dios, y prácticamente, de una forma u otra, todos lo han intentado desde algún consentimiento. Tenían que hablar de la comunicación de las dos substancias, sujeto y mundo, pero la comunicación de las dos substancias no es otro que el problema más esencial de «el ser» de las mismas, que es, en principio, un problema físico; o de la acción entre ellas, que también lo es. Él de alguna forma entendió (aunque esto lo colijamos únicamente de su vocación científi-ca) que la solución del problema metafísico pasaba por la solución del

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problema físico subyacente, igual que Demócrito lo entendió al darle al problema del ente, con el átomo, una solución material, apartándose de la metafísica de Parménides y de toda la tradición oriental. Desde entonces la cuestión metafísica no ha dejado de ser un problema físi-co, porque la explicación de las relaciones del ente con su mundo pasa por la explicación de la esencia material del ser, o del ente en su forma más honda y elemental o, si se quiere, por la explicación de su mundo, que es igualmente un problema físico —solucionable, no solucionable, pero físico—, sin embargo ha seguido siendo tanto más problema de la Filosofía cuanto más la Física no estaba en condiciones de abordarlo o no gustaba de ello. La Física no lo ha tratado porque hasta la fecha ha sido incapaz de expresar algo tan notorio, palpable y cotidiano como la materia —la substancia en su manifestación más burda—, de una forma intrínseca y suficiente, haciéndolo, por el contrario, sólo mediante una mera relación de magnitudes (fuerza y aceleración o energía y velocidad de la luz, etc.) conocidas. La masa, las constantes de interacción y los Principios se establecen así como parte de una estructura axiomática inicial, que como tal sólo procura la arquitectura de cualquier formalis-mo en una dirección, dando lugar a un punto de ruptura entre todo lo formalizado y lo anterior al esquema inicial. Por esto, al lado de cada punto de ruptura se precisa una mirada divergente, heurística, que lo suponga todo, que contemple todas las posibilidades: un filósofo. ¿Qué sería de cada descubrimiento si a pesar de las dificultades, no se hubiera contemplado todas las posibilidades?; y con todas ellas, las erradas y las de errar.

El autor, tras una breve pausa, prosiguió en lo que verdaderamente le inte-resaba con un tono enfatizado que daba rotundidad a su discurso a la vez que lo centraba.

—Pensar si nuestra identidad existe y si, en ese caso, es substancia ajena a la substancia del mundo, o no, es o puede ser una cuestión necesaria e inevitable pero más primordial es, no cabe duda, preguntarse y conocer de qué está hecho ese mundo, cuál es su esencia, y una vez que tengamos ese conocimiento, ese concepto, comprobar si, allí donde encontramos su fundamento —y física y metafísica son una misma cosa—, podemos apli-carles todas nuestras intuiciones y con ellas obtener algún juicio propio de la ciencia, y hacer ciencia. ¿Qué lenguaje adoptar —se preguntó de forma retórica como corolario pertinente—, ése que entienden los físicos —y de-jar, por tanto, el problema sin interpretación— o el filosófico y dejarlo sin una correcta formulación?

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—¿Podemos saber de qué está hecho todo? Y en ese caso, ¿será argumento suficiente para volver la mirada al problema metafísico con garantías? Ya hemos estudiado los átomos, los quarks —dijo Canto calibrando la altura de su conocimiento—; se presentan como el súmmum de la simplicidad y, sin embargo, no parece que hayan dado otra profundidad al pensamiento ni más alcance.

—Lo diminuto no puede ser lo pequeño partido por dos —sentenció, resol-viendo la cuestión—. Nosotros, teniendo esto en cuenta, si queréis, pode-mos intentarlo.

—Intentémoslo —le pidió Beldad.

El autor asintió con una sonrisa generosa. Tras el gesto se rodeo de silencio. El silencio así borraría la huella de las palabras, como un sueño reparador, recobrando la frescura. Había que aprender y había que olvidar, todo el camino había consistido en esto: en empezar de nuevo con lo sabido; pero empezar de nuevo. Llegado el momento reinició su discurso, en efecto, con un empuje nuevo, con un nuevo tono.

—Existen argumentos fenomenológicos que inducen a pensar que el campo eléctrico es consecuencia de la carga y el gravitatorio de la masa —comenzó a exponer el autor como preliminar—. En realidad, con esta afirmación es-tamos diciendo que masa y campo gravitatorio están relacionados y como lo tangible es la masa pensamos que ésta es causa y lo otro consecuencia, pero ninguna relación física nos muestra de forma evidente esta cuestión y nos demuestra, por tanto, que no pueda ser inversa.

—Tampoco de ninguna de ellas de deduce la masa de forma natural —re-plicó Beldad.

—Ya veremos —dijo el autor, dándose un plazo—. La realidad, en cualquier caso, es superior a lo que circunstancialmente podamos decir de ella. Puede ser que no podamos demostrar la verdad pero lo que es seguro es que ésta existe y que podemos imaginarla. Podemos imaginar una serie de cuerdas paralelas cogidas en los extremos, como las de un arpa. Asociemos la idea de tensión de la cuerda a la de campo gravitatorio y la idea de nudo a la de masa. Las cuerdas tienen su propia tensión, por estar cogidas en los ex-tremos, pero no tienen nada en lo que se tropiecen los dedos al pasarlos de un extremo al otro. Si ahora anudamos todas las cuerdas por el centro con otra cuerda, como haciéndole una estrecha cintura, veremos que ha alcanzado masa, es decir, ya nos encontramos el nudo, algo en lo que tro-pezarnos al pasar los dedos. Podremos pensar que como consecuencia del nudo se ha alcanzado un campo gravitatorio —la tensión suma de todas las tensiones—, pero esto último es incierto pues esa tensión-campo ya existía

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en cada una de las cuerdas y, en realidad, ha sido como suma de todas ellas, y del anudamiento final, que se ha originado el nudo-masa.

Beldad y Canto se quedaron con la mirada extraviada pensando en el ejem-plo. Se les vino a la cabeza aquello que el Señor de los Espacios le dijo acer-ca de «la cosa envuelta».

—¿Contentos? —les dijo el autor.

Canto sabía que la pregunta venía referida a la calidad de la explicación da-da. El ejemplo había sido muy didáctico, pero los ejemplos eran ejemplos. Los ejemplos son posibilidades o explicaciones plausibles, pero él no quería ni eso ni más mentiras enmascaradas, él quería definiciones exactas. Canto siguió con la mirada perdida y más que perdida esquiva pues no podría mantenerla firme con ninguna de las contestaciones. El autor entendió sus sentimientos.

—Existen otros argumentos teóricos más poderosos que explican el ser de las cosas. Sobre esta materia se pueden decir, y se han dicho, cientos de miles de palabras y no aportar ni una sola verdad porque cada vez que se aborda la parte fundamental de lo que se ocupa, se repliegan las palabras y balbucean las bocas, y las frases se llenan de esoterismo, de nostalgia y de esperanza. La cuestión es —les dijo mirándoles a los ojos— si queremos seguir siendo filósofos con conceptos pero sin una posible representación de sus objetos o queremos, por el contrario, abordar definitivamente los temas por muy áridos y dificultosos que se nos presenten en primera ins-tancia. Ésa es la cuestión —repitió—. Si verdaderamente queremos llegar a la verdad de las cosas no nos queda otra opción que la alcanzar un lenguaje necesario.

Canto lo miró, asintiendo con la mirada, contento de ser entendido. El au-tor se puso en pie, y ellos con él, y salieron de la biblioteca por una puerta existente en el lado opuesto. Volvieron a disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor, en todo su misterio, como una representación capri-chosa y particular del mismo. La naturaleza era un ejemplo del problema, tal vez un ejemplo de la solución. A los pocos pasos el autor se sentó en una piedra, y Beldad y Canto en otras contiguas que rodeaban otra plana de pizarra negra sobre la que desarrolló aquel supuesto desde unos pre-supuestos físicos2.

—Como dije, la ciencia es convergente, sigue una línea y si se tropieza, y no tiene más evidencias, se detiene. Nosotros no tuvimos esas evidencias pero no nos detuvimos. Nosotros ahora sí tenemos esas evidencias; una eviden-

2 A partir de aquí se puede ir a «La esencia de las cosas materiales», y luego volver a lectura o seguir tal cual obviando esta nota.

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cia —concluyó, en virtud de todo lo expuesto como esencia de las cosas materiales, y que ahora trataba de delimitar—. Hemos visto que a través de la onda podemos constituir un paquete de ondas que se presenta como un plegado, como una singularidad que, respondiendo a todas las variables cinéticas y energéticas, se corresponde con la localización determinada de la partícula asociada a dicha onda.

En este punto consideró lanzar una idea más esquemática o puntual de lo alcanzado.

—De dicho análisis energético deducimos que:

*Existen dos intervalos (en el espacio de las velocidades —equivalente al de los momentos—, que es un espacio de afinidad más natural que el de las posiciones) diferenciados (en el valor de expectación de la energía) de diferente significación, uno del valor v=0 a cualquier otro valor inferior a la velocidad de la luz C, esto es [0, C[, que es el que de forma inmediata asociamos a los estados de las partículas libres y otro desde una velocidad –C hasta el reposo [-C, 0[ que se corresponde con un estadio de formación de las mismas.

*Como consecuencia de haber desarrollado dicho balance energético sobre estos intervalos y más concretamente como consecuencia de haberlo desa-rrollado sobre la idea de formación de la partícula, obtenemos una expre-sión física que da cuenta de la masa de la misma de forma explícita.

*El primer intervalo, como hemos visto, es en realidad una secuencia cíclica que transforma las partículas elementales de una generación en otra, es decir, que llegando a C[ la partícula de la generación uno (electrón, por ejemplo) se transforma, junto con toda su energía cinética, en la partícula de generación dos (muón), y nuevamente de la dos a la tres (tauón).

*El segundo intervalo, tomando –C como referencia, se convierte en un nuevo intervalo [0, C[ (que podemos adscribir a una generación cero) y di-cha referencia, en el origen de esa secuencia.

*Tanto la formación de las partículas elementales de nuestro mundo (pri-mera generación) como las del resto de las generaciones obedecen a la transformación de la energía cinética (onda desplegada, asociada a una masa o sin asociar) en materia (onda plegada). La formación de cada una de las partículas elementales electrónicas (electrón, muón, tauón) lleva implíci-ta la formación de un antineutrino (que naturalmente sigue una trayectoria independiente) sobre la base de la materialización de un único pulso, que explica de forma natural que en los decaimientos (que hacen tránsito en di-chos paquetes) se formen las partículas y antipartículas correspondientes.

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*El final de este proceso se alcanza cuando partiendo del reposo en el siste-ma de referencia propio se adquiere una velocidad cercana a la de la luz, y con ella un nuevo reposo por síntesis o masificación de toda la carga ener-gética. De la contemplación del proceso del primer intervalo (la formación del paquete a partir de la onda), que es el único que se nos presenta neta-mente ondulatorio (no existe una masa conocida hasta el final del mismo), y su comparación con cualquiera de los otros, advertimos los ingredientes de la materialidad.

*El factor diferencial del proceso que sustenta la última afirmación —dijo ya a modo de coletilla— se deduce de la génesis del mismo que implica un diferente estado de materialidad, pero a su vez este diferente estado de materialidad implica una diferenciación del proceso derivado de los (dife-rentes) límites (de integración) del mismo. En efecto, el estado anterior es de inmaterialidad e inespacialidad, caso de que el intervalo sea cerrado pa-ra –C, esto es [-C, 0[, o contrario a esto si se llega a una efectiva generación cero y por tanto a un corpúsculo material original (de una diminuta pero significativa masa mi), caso de intervalo abierto, ]-C, 0[, que respondería a una espacio-temporalidad (e/t). Dado que en nuestro intervalo e/t existe la partícula libre, en todo él, y no existe para v<0, se deduce que no existe para todo el intervalo anterior a v=0, esto es, en todo el intervalo de la generación cero, o que la e/t de dicho intervalo no se corresponde con la nuestra (que para los efectos es lo mismo), y con esto que el intervalo de integración para el primer ciclo o proceso es el primero propuesto, y [-C, C[ para el conjunto de los mismos.

—Pero eso —le interpeló Beldad—, es una conversión simple de masa en energía establecida por la fórmula E=mC2 y puesta de manifiesto en los procesos nucleares.

—Sí y no. Estamos afirmando que el estado previo a un cuerpo material es un cuerpo inmaterial, esto es, que la consecuencia de quitar energía a un cuerpo elemental (considerando como tal sólo a la primera generación) en reposo absoluto, es la aniquilación. No digamos inmaterial, digamos material de otra especie; «amaterial». Y esto se da porque «el reposo absoluto o la ausencia de energía derivada del movimiento, por parte de un cuerpo material, se corresponde con resultado final de un proceso que parte de un cuerpo amaterial como estado previo». Recordad que ése era el segundo término esencial en el balance de energético. Esto, enuncia-do técnicamente, es lo que ocurre cuando una partícula se desintegra; la luminificación de su masa: energía pura. Para quitarle energía a un ob-jeto en absoluto reposo tenemos que quitar la cuerda que lo anudaba, ¿os acordáis? Hasta lo presente, el carácter inmaterial de la materia sólo

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podía ser atribuido a la espaciosidad de los elementos verdaderamente materiales de la misma, diferenciados en una inacabable secuencia. La naturaleza lumínica resuelve cualquier recelo y pone límite a esta secuen-cia al relacionar estas dos naturalezas. Aquí hay tres cosas —recopiló el autor—. Una, que a la partícula antes de alcanzar la velocidad límite le ocurre algo. Dos, que ese algo que le ocurre es un proceso en el que la energía cinética cae a cero y como consecuencia la velocidad —y no al revés—. Tres, que el resultado final, que es su importancia, se basa en la conversión de dicha energía cinética en masa. Esa energía se constituiría como una nueva energía de formación, la masa como una masa en repo-so, y el proceso como el salto de un escalón y una aparente discontinuidad energética fundamentada en el cambio de estado o fase que se repite cí-clicamente, dando lugar a las generaciones que, dicho con toda intención, se generan a partir de la primera. Esto no es otra cosa que una explicación y justificación físico-matemática del modelo estándar.

—De todas formas, no comprendo a dónde nos lleva todo esto —inquirió Beldad, después de la explicación—. Está claro que enlaza definitivamente la física de partículas con la luz, que a tenor de las expresiones que nos has enseñado se obtiene una primera expresión física de la masa y… todo lo demás, pero a pesar de eso no sé a dónde quieres ir a parar.

Con estos puntos el autor había formado un universo, un sistema total, que ellos no acababan de comprender.

—¿No lo entendéis? —dijo por fin, mirando a uno y a otro—. Normalmente se habla de la función de onda asociada a la masa (llamada onda material) como de una mera entidad matemática sobre la que se aplican las varie-dades físicas en forma de operadores cuánticos, y en verdad ésta existe asociada a la misma —a su energía cinética— como un grado de libertad más. Aquí se demuestra —dijo elevando el tono— que la onda asociada a la masa en reposo (cuya precursora es la onda amaterial), una vez plega-da, es la masa misma y no hay otra cosa en la masa que no sea la onda. No es difícil imaginar —continuó nostálgico— que el universo entero esté formado por cuasi infinitas ondas que alcanzando la velocidad (de reposo) correspondiente queden atrapadas unas con otras formando las partículas elementales, y a partir de aquí la materia en su conjunto; como la cono-cemos. No es difícil imaginar que el estado de generación cero se corres-ponda a una onda con la masa definida en toda ella (que es propiamente un estado amaterial), y que entre esta situación y el paquete de ondas tratado podamos encontrar infinitos estados cuasi materiales de diferente densidad; diferente amaterialidad, de los que los estados cuánticos son un ejemplo. Y no es difícil imaginar, tampoco, que sean estos estados la ex-

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presión más plausible de las líneas de fuerza de los campos gravitatorios; y el conjunto de las leyes, mera consecuencia. Tampoco sería difícil imaginar que ése fuese en el principio de los tiempos el... ¿cómo le llamaban?... ¿el caldo cósmico?, y que a partir de ahí se produjese la materialización de ele-mentos, y que hasta entonces sólo fueran infinitos estados cuasi materiales. Entes que respondiendo a otras leyes, a otra física…

—…no fueran objetos aplicables en ésta —le interrumpió Canto, emulando a el Señor de los Espacios.

—Eso es —afirmó el autor, contento de ser comprendido—. Cuando se in-tenta explicar la interacción de las partículas con las ondas, y, en definitiva, la naturaleza de la luz misma se da un tratamiento corpuscular u ondula-torio, según las necesidades. Así han pasado siglos, moviendo la balanza según los acontecimientos dieran peso a unos u otros argumentos. Aquí estamos demostrando que las ondas materiales tienen naturaleza ondu-latoria hasta que por diversas circunstancias se pliegan en un paquete de ondas y toman un carácter corpuscular. Vosotros sabéis que a los corpús-culos luminosos se les llama fotones, pues bien, un fotón es toda onda viajera que entrando en contacto con un paquete de ondas, esto es, con la materia, se ve frenada a la velocidad del paquete, plegándose, por lo que concentra toda la energía en una zona limitada del espacio: esta ubicación es la que le da un carácter cuasi material, un carácter corpuscular. Esto es un caso particular de lo que estamos hablando, un plegado providencial que puede perpetuarse mediante la adhesión.

—Me parece todo fantástico pero, en cualquier caso, sigo sin comprender a dónde nos lleva todo esto. Lo siento —se reafirmó Beldad.

—¿No lo entendéis? ¿No lo entendéis?

Y mientras lo decía daba pequeños golpes en la pasta del libro que todo el tiempo sostuvo entre las manos y que había servido de soporte para las explicaciones. Allí pudieron leer lo que parecía ser el título de algo más general: «Teoría del elemento único». Ahora sí habían comprendido. Esto delataban sus caras. Ella misma había caído en la cuenta de que entre las consecuencias de todas las consideraciones hechas estaba la unificación de las partículas elementales y, ahora, más concretamente, la constitución de ellas como una única cosa. Por sus mentes pasó la idea del arché que tan felizmente proclamaban los filósofos del camino. Ocurría muchas veces que de la ignorancia o del saber ancestral nace una idea elemental, y que tras pasar por todos los estadios del conocimiento lo que más se aproxima a la realidad, o es la realidad misma, es aquella idea elemental. El autor no quiso entregarse a ella con todo el énfasis que merecía pues le quedaban

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todavía —y así se evidenciaría— un motón de cuestiones previas que abor-dar. Lo suyo sólo fue una referencia necesaria.

—En cierto sentido en el escenario que has dibujado la masa está constitui-da desde fuera hacia dentro —apuntó Canto.

—Es cierto, pero dicho con todas las reservas, pues para hablar de dentro hacia afuera o de afuera a dentro tendríamos que tener una disposición espacial previa a la constitución de la materia y no es el caso pues estamos diciendo que la masa es el plegado de una onda o la formación de un pa-quete de ondas y que esta constitución es la que le da el carácter material a la misma, pero decimos algo más, decimos que este plegado es el que le da el carácter espacial. Dicho de otro modo, la materia —corpúsculo ma-terial mínimo— es una singularidad en una onda de la misma manera que el fotón es una singularidad en la onda electromagnética: el espacio surge cuando ponemos algo y sin ese algo no hay espacio. Más que desde fuera hacia dentro tendríamos que decir desde la existencia a la existencia en un lugar. Éste es en realidad, a efectos físicos e históricos, como ya hemos mencionado, el caso del Big-Bang; con él se creo el espacio. En efecto, se produjo la materialización de los elementos en el caldo cósmico que no era otra cosa que la creación de singularidades en el mismo y, por tanto, la ubicación dimensional.

Beldad y Canto se acordaron de las palabras de el Señor de los Espacios. Él les dijo que la importancia de que las cosas estén está en que, por estar, están en un sitio.

—Comprender esto, por tanto, presenta un escollo —continuó el autor—. En el proceso de materialización, la partícula sólo está material y espacial-mente definida a partir del reposo (v=0). La situación anterior al mismo [-C, 0[ es un estado inicial ([-C) o transitorio (y en consecuencia inexistente) o cuántico, es decir, de una estabilidad adquirida mediante la incorporación de unas determinadas condiciones de contorno y/o potenciales. Mientras que los estados cuánticos son los que caracterizan el tránsito de la amateria-lidad (inespacilalidad) a la materialidad el estado inicial es propiamente el germen o esencia de dicha amaterialidad y el origen de cualquier proceso.

—El escollo surge cuando tratamos de averiguar dónde se produce ese ple-gado, si no existe espacio previo —advirtió Canto.

—En efecto.

El autor realizó un alto para formular convenientemente el quid de la cuestión.

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—Como tal queda explicado que se produce en el intervalo [–C, 0[, pero, dado que dicho intervalo es inespacial, la cuestión no está resuelta. Esto nos lleva a establecer que como consecuencia de un fenómeno se produce una situación física y que en esta situación podemos explicar el fenómeno, pero que ese mismo fenómeno, que como tal existe, tiene una explicación física diferente en el entorno físico previo. Y, naturalmente —dijo por fin—, antes de esto, a caracterizar ese espacio físico previo.

—Nosotros podemos hablar de las moléculas de agua antes y después de congelarse porque podemos vivir las dos realidades y las podemos vivir a la vez, pero no podemos hacer lo mismo con la existencia-no existencia de es-pacio —se explicó Beldad, tratando de comprender lo que allí se hablaba.

—Este fenómeno hace, en efecto, que la realidad que percibo sea diferente tras él y que, en principio, sólo hable de esa realidad.

—¿En principio? Entonces, ¿podemos saber algo de la situación anterior a la creación de ese espacio? —preguntó Beldad, verdaderamente interesada.

—En realidad sí. Una consecuencia de la relatividad es la dilatación de tiem-pos y la contracción de longitudes. Esto se manifiesta de forma más notoria para velocidades cercanas a la de la luz y, naturalmente, la física se plantea qué ocurre, en este caso, con los objetos. La física se plantea cómo viven los sucesos (que nosotros vivimos) estos objetos que se aproximan a un va-lor de esta velocidad —digamos del 99% de ella—. Y esto lo hace porque está amparada por la posibilidad teórica y real, y no lo hace por la razón contraria para objetos de nuestro sistema que alcancen la propia velocidad de la luz pues se haría necesaria —lo da la teoría— una energía infinita para que este caso se pudiera dar; y, por tanto, no se puede dar. Nosotros sabemos que para un muón, por ejemplo y sin ánimo de ser rigurosos con las cantidades, a una velocidad equivalente al 99,5% la velocidad C de la luz, 20 de nuestros segundos serían 2 segundos en su tiempo —tiempo llamado propio—. Esto se llama dilatación del tiempo porque, dicho en Román paladín, cada uno de esos 2 segundos es tan grande como 10 de los nuestros, fenómeno que viene asociado a un acortamiento proporcional en la distancia, denominado contracción de longitudes, y a un valor particular de ésta —longitud propia—.

El autor realizó unos pequeños cálculos y continuó, enlazando nuevamente con su tesis principal.

—A la velocidad 939,975%, 20 de nuestros segundos serían 1, a la veloci-dad de 99,99995%, 20 segundos serían 0,001 y así sucesivamente. Para el límite teórico de la velocidad C de la luz estos 20 segundos representarían 0 segundos, pero igualmente, como consecuencia de la indeterminación

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matemática que se produce, 1000000000 segundos serían 0 segundos y, en resumen, cualquier tiempo es un tiempo nulo o, dicho de otra manera, su tiempo propio es siempre cero, sea cual sea el tiempo que queramos considerar en nuestro sistema. Nosotros dijimos que este caso no se podía dar para ningún cuerpo material porque para llevarlo hasta esa velocidad se requeriría una energía infinita, pero nada impide alcanzarla a todo tipo de corpúsculos inmateriales como el fotón; que de hecho la tiene. Nos po-demos preguntar, por tanto, —para empezar— cómo vive el fotón de luz los sucesos. Se podría decir que, aunque no haya sido la fuente de nuestro debate, toda la cuestión física se podría plantear con esa pregunta, que naturalmente tendremos que delimitar: ¿Cómo nos ve la luz?; o, dicho de otra forma, ¿qué somos para la luz? La pregunta, puesto que el sistema de la luz es el inicialmente distinto y diferenciado, es coherente. Es coherente y natural que, al encontrarnos con una barrera, un límite o limitación conoci-da, nos preguntemos cómo se ven las cosas desde el otro lado de la misma. Es natural pues no sabemos si, además de ofrecernos algún tipo de hecho diferencial cuantitativo, nos oculta (y revelará) algún otro de carácter cuali-tativo y aspectos de su naturaleza ajenos a cualquier otra. La respuesta ha sido ya expresada: para un fotón cualquier tiempo es un tiempo inexistente o, dicho de otra manera, vive en un eterno presente. Idéntico comentario se puede realizar respecto del espacio pues cualquier distancia para dicho fotón es una distancia nula.

—Pero si para él el espacio es nulo, ¿dónde desarrolla su velocidad?

—Nuestro universo parece un universo inabarcable, pero creedme que si tuviera el tamaño de la cabeza de un alfiler todo lo que existe en él cabría en ella pues las dimensiones de las cosas no dejan de ser una relación de ta-maños, y si en el universo nosotros somos algo más pequeño que él en una relación exponencial de mil negativo, en ese alfiler sólo tendríamos que ser algo más pequeño que el mismo en la misma relación. Esto es una visión más prosaica de la relatividad del espacio que, sin embargo, nos ayuda a comprender que aquello que consideramos absoluto no lo es y pierde su identidad en primera instancia por una cuestión de proporcionalidad. Esa proporcionalidad en la relatividad que nos ocupa, la derivada del tiempo, es violada en un punto. Estamos diciendo, pues, que existe un sistema físico para el que todo el espacio está concentrado en un punto adimensional y todo el tiempo en un instante atemporal. Ese sistema, propiamente dicho, es el de la luz. Sólo el sistema de la luz tiene esta característica y por esto nos parece inalcanzable. Pero en realidad el sistema de la luz, para él mis-mo, no tiene sensación de estar corriendo en alguna parte o de alguna parte a alguna otra porque para tener esa sensación de velocidad hay que

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recorrer un espacio y hacerlo en algún tiempo; y ninguna de esas dos cosas se da. En realidad la luz ni recorre ni está, es que... Es mejor que antes ha-gamos otras consideraciones —concluyó dando término a su alocución.

Todos se miraron satisfechos y disfrutaron de una merecida pausa. Hasta ese momento habían destacado en su desarrollo el carácter originariamen-te lumínico de la materia y la existencia de un único componente en la misma, derivada de la Teoría del elemento único, y el carácter atemporal y adimensional del sistema de la luz, derivado de la Teoría de la relatividad, desarrollados como Principios de materialidad y relatividad. De esta forma, desde la aceptación del mundo como realidad, se había llegado a la conclu-sión de otra realidad como precursora, la onda amaterial, que no gozaba del carácter espacio-temporal de la primera y se revelaba como realidad primigenia adimensional.

—Como dije —continuó, contento de haber dado término, aunque provi-sionalmente, a esa parte—, el conocimiento filosófico es divergente y trata de contemplar todas las posibilidades. La ciencia es convergente se queda con los hechos que derivan lógicamente de su conocimiento, a los que le aplica un método constructivo. La filosofía necesita de conocimientos con-vergentes de la ciencia para poder abrirse en abanico desde puntos concre-tos y no ser una especulación sin fin. La filosofía tiene que echar mano de la física, del estudio de lo invisible y diminuto para desvelar la esencia de las cosas. Pero esa esencia es, más que nada, una unidad analógica aristo-télica que, como hemos referido ya, se ve dramáticamente minada por el idealismo al establecer que, cuando menos, existe un ente cuya substancia no participa de esta analogía. No obstante, para el idealismo el problema es aún más agudo puesto que si no se puede salir de la existencia del yo a la del mundo, o si el mundo, como cosa separada, no puede trascender, nada se puede decir de la existencia de ese mundo. La cuestión se complica si, de acuerdo con Hume, consideramos que en verdad lo único cierto es la exis-tencia de percepciones y pensamientos pero no la de un yo que vaya más allá de la suma psicológica de éstos. La problemática no termina aquí por-que las ideas de Platón, junto con las matemáticas, hay que encuadrarlas en este sistema, es decir, que, si bien podríamos caracterizar las substancias —pensamiento y cosa—, también tendríamos que encuadrar en este siste-ma la cosa pensada convenientemente. Vemos, por tanto, que la demanda filosófica es anterior y más fundamental que la física puesto que a pesar de que podemos decir de qué es la cosa somos incapaces de determinar si la cosa es, esto es, si eso de lo que es, es.

—Que es su debate primordial —apuntó Beldad.

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—En efecto. Podemos notar que la filosofía, toda, gira sobre estos tres ejes: mundo, yo y la cosa pensada, y sobre el carácter real, irreal o ideado de los mismos; caracterizando los diferente modelos filosóficos. Uno de ellos fue el de Husserl. Husserl atajó el problema del conocimiento trascendente restringiendo nuestro conocimiento de las cosas a lo inmanente, esto es, a lo que nos es propio, y lo que nos es propio no sólo somos nosotros sino nuestra vivencia de las cosas, lo que nos ocurre. En resumen, lo que hizo fue extender el yo a esa parte de la impresión que pertenece al yo, como con-secuencia de que si bien es cierto que no puedo asegurar que, por ejemplo, esté esta roca, sí que lo es mi ver la roca; quedándonos en la esfera del fenómeno. Sobre estos objetos establece una reducción fenomenológica (fenomenología) y llega a los objetos ideales. Los objetos ideales de Husserl son una extensión de los objetos matemáticos o, en sentido inverso, los matemáticos una concreción —o caso particular— de los objetos ideales (con tan sólo un giro —idea objeto/objeto idea—, obtenemos una mejor concreción y, además aprensible, de lo que sin duda Platón hubiese queri-do definir); en consecuencia las consideraciones hechas para aquéllos son válidas para éstos, es decir, que se rigen por los mismos principios de atem-poralidad, coexistencia y ubicuidad y, en definitiva, por una imposibilidad de concretarse dimensionalmente. La fenomenología podemos interpre-tarla como la aplicación de la dialéctica (toda filosofía lo es) al empirismo de Hume, esto es, el intento de superar el argumentario empirista por el cual lo verdaderamente insoslayable son la impresiones, quedando la ideas como resultado de aquéllas y el yo como suma psicológica de éstas. Supe-rarlo supone aceptar, incluir y reconocer esa parte del mundo presente, idealizándolo mediante la supresión de los elementos espacio-temporales (reducción fenomenológica) que no sólo eliminan ese carácter de la percep-ción como tal sino a lo percibido y al perceptor; liberando al mismo de los aspectos psicológicos. La fenomenología no es un tratamiento total porque restringe la impresión a lo que me importa, esto es, a lo que yo soy capaz de percibir de ella, integrando en mí —y eso es vivencia— aquello que ocu-rre en el mundo (en el supuesto mundo) que además me ocurre a mí, pero no dice nada de lo no percibido, de lo que no me repercute, es decir, que sigue habiendo una parte del mundo de la que no puedo dar cuenta. Por otro lado, de la que puedo dar cuenta, una vez, sustraída al mundo y redu-cida fenomenológicamente tampoco puedo decir que pertenezca a él (de hecho no sabe situar los objetos ideales). Este modelo no sólo no supera el problema idealista sino que se convierte en un eslabón más de esta proble-mática. Nosotros nos serviremos de unas acotaciones precisas efectuadas por Kant para abordarla:

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El idealismo (me refiero al material) es la teoría que declara que la exis-tencia de los objetos en el espacio fuera de nosotros es o meramente du-dosa e indemostrable o falsa e imposible. El primero es el problemático de Descartes, que declaró indudable sólo una afirmación empírica (assertio) a saber: «yo soy». El segundo es el dogmático de Berkeley quién declara que el espacio, con todas las cosas a las cuales está adherido, como condición indispensable, es algo imposible en sí y por ende que las cosas en el espacio son meras imaginaciones.

—El idealismo problemático —continuó el autor—, tal como se ha referido, no dice que todo sea pensamiento sino que, asumiendo que está el pensa-miento —la cogitatio— como realidad, no se puede demostrar que el resto de la realidad, no sea sino pensamiento —cosa pensada o realidad idea-da—, es decir, no puede salir de ese pensamiento al mundo y demostrar las cosas del mundo: trascender, alcanzar conocimiento trascendente. Por tanto, tenemos dos claves:

1ª Sobre el yo la idea y la realidad ideada coinciden ontológicamente (no transito entre una y otra) La idea de mi propio yo es ya mi propio yo (no por lo mentado sino por el mentar mismo) Sujeto y objeto coinciden. No se puede pensar el yo sino existiendo-no puede existir el yo sino pensando.

2ª Para el resto de las cosas tenemos que lo que inmediatamente tenemos no es la existencia de la cosa ideada o representada sino la existencia de su idea.

Esto se entenderá bien. En primer lugar, para decidir si las cosas que veo en lo que llamamos mundo son reales o no son reales tengo que definir de qué tipo de cosas estoy hablando porque, en realidad, yo mismo, las cosas del mundo, soy capaz de verlas de muy diferente manera. Así, soy capaz de ver una roca, soy capaz de ver moléculas interactuando y sometidas a fuerzas de repulsión y de atracción, y soy capaz de ver átomos como constituyentes de esas moléculas; y así sucesivamente. En el mismo sentido, pues, queda claro que cuando debato sobre si los objetos que veo son reales, o no lo son, no me estoy refiriendo —no puedo referirme— a una roca o a un ár-bol pues vistos éstos desde el interior está claro que son cosas diferentes a lo que a mí se me presenta o representa, es decir, que se presenta para ese interior como un sinnúmero de objetos espaciados en un universo. El planteamiento efectuado hasta ahora es idéntico tanto si se trata de una realidad como si es una ideación porque no estoy analizando ni la cosa ni la idea sino —como ya dijimos— mi ver la cosa que es incuestionable. Con es-ta posibilidad y el planteamiento inicial alcanzo a pensar que las diferentes formas de ver dependen de mi perspectiva espacial, de mi forma de mirar la cosa —lo que veo, lo visto— o de la distancia a las que la miro, pues si la

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miro a una distancia suficiente, desde un afuera, la veo como una roca, y si la veo desde un punto interior, la veo como moléculas y átomos o como cualesquiera otros tipos de objetos distantes o diferenciados. De este aná-lisis sí puedo concluir, en primera instancia, que, tanto si el objeto es real como si lo estoy pensando o es producto de mi imaginación, ese objeto deja de representárseme como un objeto y se presenta como una configu-ración idéntica (cada vez más idéntica hasta llegar a un único constituyente —átomo, quark, onda— cada vez más elemental) para todos los objetos, con lo que las cosas —concluyo— son una única cosa (un elemento único, dicho de forma genérica) o yo imagino que están hecha de una única cosa. Es decir, que cuando menos mi pensamiento es capaz de advertir que si lo que veo es realidad por lo menos es una realidad que está hecha de una única cosa y que a partir de esa única cosa soy capaz de construir las otras o las ideas que representan las otras. Dicho de otra forma, puesto que tengo que ver la constitución de la realidad, y ésta es básicamente materia, tendré que ver la constitución de la misma en su forma real más elemental o en la más elemental que sea capaz de pensar: si una parte de algo se me pre-senta como real, tendré que todo lo que construya con ese algo será real. Pero la cuestión no es si lo que vemos, nuestro mundo, es una construcción de la mente puesto que, aun considerando presupuestos materialistas (en virtud de la diferentes concepciones posibles de la realidad que acabamos de explicar), está claro que es así, la cuestión es, por tanto, si esa realidad está construida originariamente con elementos de la propia mente u otros ajenos a ella. Para ello, tendremos que saber con qué parámetros de la realidad vemos la parte más minúscula de materia que seamos capaces de advertir, en este caso, de la onda constituyente de todo el universo o, yen-do aún más lejos en nuestro intento de universalizar nuestra mirada, no diríamos ni siquiera, como percepción distinta, cómo lo vería otro ser vivo sino cómo lo vería otro objeto. En este caso, tendríamos que preguntarnos por cómo o con qué parámetros de la realidad ve una de estas ondas a las otras. Con las respuestas nos damos cuenta de que en realidad el mecanis-mo de «visualización» de unas ondas o elementos básicos constituyentes a otras es el mismo que utiliza los objetos grandes o cosas propiamente dichas respecto al resto de las cosas, esto es, mediante las leyes de la física que los relaciona. Es decir, que más allá de la percepción está la interacción como fundamento de la realidad.

—Entonces está claro, ¿no? —preguntó Beldad, creyendo concluida la cuestión.

—Si bien es cierto que este argumento no es desechable y, como ya vere-mos, en algún punto necesario, no es suficiente porque toda la percepción,

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incluida la percepción de la interacción, no deja de ser mi percepción, es decir, que mi ver la cosa no deja de ser mi ver (mi sentir, etc.) por lo que tampoco puedo concluir que exista la cosa vista. Incluso mi cuerpo puede ser una invención mía y el comportamiento entre uno y otro, otra con-secuencia de mis dos invenciones. El que yo pueda hacer juicios sobre las cosas, y obtenga un conocimiento de ellas, no me asegura que existan ta-les cosas porque la universalidad se la da, en efecto, que se comporte de acuerdo a unas leyes, pero, puesto a ser todo un producto de mi mente, mi mente también podría imaginarse un comportamiento que respondiera a esas leyes. Es decir, que, en principio, ni siquiera por el comportamiento de los objetos elementales ni por la concreción física de los mismos puedo asegurar su existencia. En consecuencia necesitamos otro criterio de distin-ción. La cuestión, por tanto, es saber si existe algo ajeno o, por oposición, demostrar que es imposible que yo piense cosas y me coloque en medio de ellas ignorante de este hecho.

—Pero todos pensamos ante las cosas que vemos de una forma que se puede explicar mediante las mismas leyes como puestas en común acuerdo —comentó Canto pretendiendo salvar la cuestión.

—O que en realidad yo pienso, igualmente, que los demás están de acuerdo conmigo (y pienso, porque puedo, que algunas veces están en desacuerdo) y, por tanto, que ellos no piensan sino que los pienso yo, es decir, que no son: en definitiva, que sería yo sólo en un universo imaginado a mi forma y necesidades, esto es, una simple ensoñación o como un Dios; aunque un Dios pobre pues no puede dominar ni al universo, ni a los otros pensados por mí, ni a mí mismo en mi pensar. Como dije, como un Dios ignorante de la situación espacio-temporal en la que él mismo se ha puesto. Me supongo (puesto que este caso ni estáis para suponerme ni os puedo suponer como a mí) un Dios con amnesia... Como dijimos el idealismo problemático eleva el problema de la certidumbre de lo existente al problema más hondo del conocimiento —ya planteado en la comunicación de la dos substancias—, es decir, de cómo lo existente puede trascender y ser fuente de conocimien-to si no existe esa comunicación, pero esto pasa por la correcta caracteriza-ción de las mismas en un plano distinto de la percepción.

Como consecuencia, el autor trató el problema del conocimiento largamen-te3 centrándose en primer lugar, como cuestión previa y fundamental, en demostrar que el espacio y el tiempo no son formas puras a priori de la sen-sibilidad para establecer un criterio de espacio-temporalidad. Cuando hubo acabado resumió los puntos esenciales establecidos en su discurso.

3 A partir de aquí se puede ir a «La cosa per se », y luego volver a lectura o seguir tal cual obviando esta nota.

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—Nosotros descubrimos la cosa en su forma más genuina y primigenia y ahora, tal como acabamos de mostrar, ya no sólo podemos decir de qué es la cosa sino que es, y que eso que es, es necesariamente diferente a la cosa pensada, y es diferente porque responde a diferentes criterios de espacio-temporalidad. En este sentido, lo mismo que partiendo del mundo (espa-cio-temporal) tengo que aceptar por los criterios físicos de materialidad y relatividad la existencia de un sistema adimensional (no espacio-temporal) —y entre uno y otro un sistema de multidimensionalidad formal— igual-mente, por los mismos criterios, partiendo de la legalidad de la mente ten-go que aceptar la del mundo porque la espacio-temporalidad que percibo cuando me pienso en medio de cosas pensadas, sustentada por la adimen-sionalidad del cognoscente, es de características diferentes a la que me vie-ne dada a través de las cosas —sobre las que trato de evaluar su realidad—. No siendo el espacio-tiempo formas puras a priori de la sensibilidad, noso-tros no podemos ponerlas en el acto de conocer. En primer lugar no puedo alcanzar la idea de tiempo sin que algo cambie (en las cosas o en el conoci-miento que tengo de ellas), si el pensamiento fuera la única fuente del co-nocimiento tendríamos que el mismo es primero ignorante y luego sabedor sin intervención externa, tampoco puedo alcanzar la idea de coexistencia espacial imposible (que a su vez deriva de la idea de materialidad, que a su vez deriva de la dimensionalidad fijada por la espacio-temporalidad) en mi idea de espacialidad. Pero incluso si por algún sistema desconocido fuésemos capaces de alcanzar dicha idea al margen de la realidad (en las ensoñaciones se hace pero tenemos la realidad como referencia) tenemos mecanismos para diferenciarla. En este caso, la sucesión ordenada e inelu-dible de estados, junto a la perspectiva existencial, es la que nos da idea de realidad ajena, en contraposición a una pensada. La perspectiva existencial es consecuencia de una definición apropiada del espacio: espacio no es un lugar donde estoy sino un lugar donde soy, en consecuencia, mi espacio es donde yo soy, y yo sólo soy en mí, en el resto, donde yo no soy, no existo sino que con ello coexisto. Con esto puedo distinguir que yo no existo en todo lo que hay, que es una forma de pensarme (si queremos decirlo así) radicalmente distinta de la que el cognoscente tiene de su existencia (yo soy totalmente en el universo que yo soy; que soy yo) y que sólo coyuntural-mente puede abandonar para alcanzar una recreación espacio-temporal (y perspectiva emulada) que carece de dicha ordenación temporal de la que, contrariamente a lo que sucede en el sistema real, fácilmente puede esca-par. Tanto por lo referido a la ordenación temporal ineludible (contigüidad determinada) como por la forma particular del antes y el después de la interacción, el Principio de causalidad se constituye como la condición de la validez empírica de nuestras percepciones, puesto que sólo conocemos a

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posteriori cómo se va a desenvolver la relación causa-efecto (de forma más general todo conocimiento derivado de la percepción es a posteriori). Es decir, el hecho de que se dé siempre primero A y luego B, y que además yo no pueda deducir B de A nos da que o bien obedece a una realidad distin-ta (mundo frente a nuestro pensamiento) o a la misma separada por una distinta, que nos daría, dicho sea de paso, una conexión lógica subyacente entre A y B (por tener la misma naturaleza). En este sentido, ya dijimos que el mundo matemático estructura al físico (a partir de la adimensionalidad del sistema primigenio inicial) y éste mediante la impresión genera una idea del mundo matemático original que subyace, siendo el fundamento ontológico entre la conexión o comunicación (a través de la realidad del mundo) entre las realidades multidimensionales de la cosa pensada y la de la matemática formal que subyace a la física de los Principios, y entre ellos el de causalidad, y más allá entre la no espacio-temporalidad de la mente y la de la realidad primigenia adimensional; aunque de esto hablaremos sobradamente.

—Yo deduzco de todo lo escuchado —intervino Canto— que tu tesis fun-damental es que existe en la realidad una triada de estados: mundo real tridimensional, espacio físico multidimensional y sistema primigenio adi-mensional, que se corresponde con los objetos matemáticos, la matemática formal multidimensional y la intuitiva adimensional, esto es, con la mate-mática como caso particular de pensamiento, estableciendo una idéntica conexión con éste mediante la adimensionalidad de la cosa pensante, la multidimensionalidad de la pensada y… ¿Y qué más? —preguntó, perplejo.

—Y la tridimensionalidad de la realidad aparente de las ensoñaciones —concluyó el autor mientras se sonreía—. Muy bien —dijo finalmente.

El autor no se agotó en esto, de inmediato continuó con la siguiente cues-tión de su programa.

—De momento nos interesa establecer como demostrado que la cosa es (y que es de acuerdo a como previamente, desde el principio de materialidad, dijimos que era) para desde esa asunción poder proseguir nuestro desarro-llo con argumentos físicos, una vez validados por los filosóficos, con total libertad. Todos estos puntos no sólo aclaran las cuestiones pretendidas sino que establecen un escenario necesario para el desarrollo de nuestras ideas. Nosotros dijimos que existe esa otra situación física previa y que, como con-secuencia de determinado suceso o fenómeno, se presenta la situación es-pacio-temporal que conocemos, pero no hemos dicho en ningún momento que la situación previa desaparezca o haya desaparecido para dar lugar a la otra, muy al contrario, esta situación pervive o, dicho con más naturali-dad, está porque para que una situación aparezca o desaparezca tiene que

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estar sujeta a la temporalidad y esto en este sistema previo no se da. Para ese sistema previo, todo lo acaecido desde el principio de los tiempos hasta ahora ha pasado en cero segundos, propiamente dicho, no ha pasado: está; incluido en ese estar la situación previa a que acaeciera cosa alguna. Idénti-co comentario a todo lo que ocurrirá desde ahora en adelante. En cuanto al espacio, para ese sistema, todo lo que hay en el universo, todos lo miles de millones de años luz de distancia, se queda reducido a una distancia nula, esto, dicho de otra manera, quiere decir que no está. Vemos pues que en la situación física previa las cosas están no por una situación espacial sino por una atemporal. Ya tratamos lo que comportaba la adimensionalidad del cognoscente, y de forma genérica la adimensionalidad. Estamos viendo que todo aquello que tan lastimosamente planteamos como argumentario de la existencia del mundo físico surge de forma natural, es decir, que toda la idealidad —premisas y consecuencias— se pone de manifiesto no como resultado de un debate filosófico sino físico, y, con ello, que si bien es ne-cesario superar y obviar los presupuestos naturales (de esto se encarga la filosofía) éstos alcanzan finalmente con todo rigor las mismas conclusiones. La cuestión, por tanto, es que en la situación física anterior no se pueden dar fenómenos ni sucesos porque todas las cosas están y...

—¿Cómo es esto posible, cómo se pueden superponer los estados que ve-mos tan claramente diferenciados? —preguntó Canto, extrañado de las consecuencias del planteamiento, casi incrédulo.

—En realidad, no verías esto tan extraño si hubieras comprendido con toda profundidad la fenomenología de los sucesos y la esencia del tiempo, trata-das con anterioridad. Pero si no lo comprendéis por la vía de la adimensio-nalidad podemos intentarlo por la de la multidimensionalidad. La libertad del ser de las cosas que tenemos en la adimensionalidad la podemos alcan-zar mentalmente mediante la dimensionalidad infinita de las matemáticas que, como dijimos, podemos entenderla como una formalización de dicha adimensionalidad y sirve de soporte para modelos físicos que gocen de dicha libertad. Esto quiere decir que lo que en un sistema de determina-do número n de dimensiones se nos presenta como una restricción, en un sistema de n+1 dimensiones no se nos aparece como tal porque hablar de dimensiones es hablar de grados de libertad y en este último caso tenemos uno más. En este sentido, y a título de ejemplo, sobre un cuadrado —de dos dimensiones—, la altura, que nos permite formar un cubo —de tres dimensiones—, supone un grado de libertad más frente a la situación pre-via, y una forma de coexistencia —diferentes alturas— sobre ella. Esta idea hace que la inclusión de la coordenada temporal, junto con la velocidad de la luz, como una coordenada espacial más —formalizada en la métri-

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ca de Minkowski—, no sea una ideación sino una concreción de la misma pues convierte el tiempo en otra forma de espacialidad que aniquila las restricciones de coexistencia dada por las otras. Nos encontramos, por tan-to —prosiguió—, que existen diferentes espacios físicos tridimensionales —o estados— perceptibles, en correspondencia con una cuarta dimensión que nos los hace actuales y tangibles. Cada estado se presenta como un cosmos. Las tres coordenadas espaciales junto con la coordenada –Ct for-man, físicamente hablando un cuadrivector, esto es, un vector del espacio cuadrivectorial. Podemos reeditar el símil del túnel —que introdujimos en nuestro estudio de la cosa per se, para demostrar cómo se llevaba a cabo la simplificación de la percepción existencial a la temporal—, ahora con la pretensión, entre otras, de comprender lo anterior. El caso era el de un va-gón tridimensional que circula por un túnel oscuro a la velocidad de la luz. Allí dijimos de otra forma lo que estamos diciendo aquí: que no existe un mecanismo para determinar en qué punto coordenada espacial Ct nos en-contramos (por esto simplificábamos de Ct a t, siendo además C=constante) porque la misma tiene todos sus puntos indistinguibles (es oscuro) y tam-poco tenemos percepción de movimiento respecto de sus puntos porque moviéndose a la velocidad de la luz los sucesos que ocurren en el exterior se presentan tan a la velocidad de la luz como los originados en el interior del vagón. Ahora podemos entender que esa coordenada temporal que conforma el cuadrivector, que de forma insospechada utilizamos para de-terminar nuestra posición cuadrivectorial, es la onda, y ese desplazamiento (de la partícula tridimensional) a la velocidad de la luz a través de un túnel no es otro que el desplazamiento de la misma sobre la onda que la confor-ma o, si queremos —teniendo en cuenta la Energía Dinámica de Fase vista cuando hablamos de la esencia de las cosas materiales—, de la onda, aque-lla que no estando constreñida representaba un grado de libertad más, a través de la partícula.

Beldad y Canto habían comprendido con éstas últimas consideraciones el sentido esencial de algunas de las afirmaciones que el autor había vertido difusamente con anterioridad. Siguieron escuchando el relato de su amigo.

—La velocidad relativa pone en comunicación presentes diferentes y la ve-locidad absoluta de la luz —liberada de la dimensionalidad espacial— los pone en comunicación a todos. Ya lo dijimos, la luz —dado que su t=0 es para cualquier tiempo— vive un eterno presente, consecuencia, por otra parte, de que desde su sistema nuestra velocidad es nula puesto que ni pue-de ser relativa —por simetría— ni la velocidad de ella misma (estaríamos en su sistema). Esto último es una aparente paradoja que sólo se puede resol-ver tomando en consideración lo que ya tomamos para el desarrollo físico,

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esto es, la existencia de intervalos cíclicos para las velocidades y, por tanto, la coincidencia del límite superior de uno (C) con el inferior del siguiente (el reposo). Existe, por tanto, un sistema para el cual cualquier tiempo es un tiempo nulo y cualesquiera dos acontecimientos son simultáneos. En un análisis más profundo podemos descubrir que, tal como apuntabas tú, y yo entonces quise velar —dijo dirigiéndose a Canto—, en él las cosas ni siquie-ra se puede decir que estén porque en sentido estricto —tal como indica-mos respecto de la adimensionalidad— no tienen un espacio donde estar sino que son. Y puesto que son, son, y ya, una vez siendo, cuando las vea cada uno de los sistemas relativos es otra historia. Si a esta idea de infinitud espacial, que hemos asemejado a un cosmos, le acompañamos de la idea de perpetuidad de todos los estados alcanzados o por alcanzar, es decir, la concreción de todos los cosmos existentes, tendremos la idea de eternidad que va más allá de la de intemporalidad.

El autor efectuó una larga pausa. Beldad y Canto no sabían si su intención era que aquella sesión se diluyera en el olvido, pero al cabo continuó.

—Fijaos que precisamente partimos de un sistema absoluto y sobre él se in-cluyen unos conceptos de relatividad (la relatividad de cuándo suceden las cosas y la relatividad de dónde suceden las cosas). ¿Dónde está el futuro?, ¿dónde está el pasado? Ambos conceptos, obviamente, sólo tienen sentido en esos sistemas relativos. Sólo en los sistemas relativos tiene sentido hablar de tránsito de estados, entre un pasado y un futuro, al que nos referimos como fenómeno o suceso causal. Ya dije que no existe el tiempo, existe el tránsito entre estados de forma ordenada que, por un lado, nos da una idea de realidad, pues este tránsito es irrevocable y, por otro —como co-menté—, de envejecimiento, y con él de la línea del tiempo. Y sólo en esos sistemas tiene sentido hablar de hechos que condicionan, de circunstancias, pues en el sistema de lo absoluto sólo existe coexistencia de estados y, por tanto, conocimiento.

—Si en el sistema de lo absoluto tenemos simplemente una coexistencia de estados, ¿cómo se organizan éstos en el sistema de lo relativo? —preguntó Beldad.

—Anteriormente Canto preguntó cómo se podían superponer los estados que tan claramente veían diferenciados y ahora tú en realidad preguntas por cómo se pueden diferenciar en el sistema de lo relativo los estados su-perpuestos de lo absoluto. Muy bien. Tal como dije, tanto por lo referido a la ordenación temporal ineludible (contigüidad determinada) como por la forma particular del antes y el después de la interacción, el Principio de causalidad se constituye como la condición de la validez empírica de las

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percepciones y, en consecuencia, la forma de relacionarse los estados toda vez que éstos se nos presentan porque somos ignorantes de ellos.

El autor se paró en este punto, sabía que se dejaba algo atrás. El Principio de causalidad era el fundamento de la existencia de ese sistema relativo y de la realidad ineludible de la existencia del mismo, pero estaba sin deter-minar el fundamento del Principio. Era necesario cerrar el círculo4. Cuando concluyó hizo una semblanza de su intervención.

—Hemos dicho que la ley física nos habla de un comportamiento homo-géneo y parejo de la colectividad del ente físico (resumida en él) hasta el punto de poder considerarlo a todos los efectos como una individualidad. Cada uno de los elementos constituyentes se ve afectado por la misma causa que el ente físico, hasta allí donde esa forma de afectarse tenga sen-tido. En línea con esto, como ya hemos referido, si empujo una pastilla de mantequilla que se desplaza y deforma, el parámetro deformación pierde sentido una vez que llego al nivel molecular —puesto que es una reubi-cación de moléculas—, y más aún al atómico, mientras que el parámetro movimiento o cantidad de movimiento sigue teniendo sentido en éstos. Todas las características, por tanto, pierden su sentido a medida que nos introducimos en una constitución más elemental (es por este mismo hecho por el que tampoco podemos hacer una defensa a ultranza y universal del Principio pues como ya hemos dicho sólo es aplicable allí donde existe un antes y un después y, como sabemos, al menos existe un sistema en el que esto no se da) salvo aquéllas que son inherentes a dicha constitución —del propio elemento constitutivo— que son las que dan lugar o se ponen en juego en las modificaciones elementales. En consecuencia siempre hay un plano de entendimiento y de construcción física para el que tal parámetro físico pierde validez y obedece internamente a otra característica o pecu-liaridad diferente. De aquí, si os acordáis, sacábamos dos conclusiones: que obedece a otra peculiaridad diferente y, propiamente dicho, que obedece, es decir, que aunque la transformación física subyacente tenga un sentido bien diferente al que se nos pone de manifiesto en la observación, ésta existe, y existe hasta llegar al nivel de máxima simplicidad en el que sólo puede tener lugar modificaciones elementales y discretas. Son estas modi-ficaciones las que se trasmiten desde lo más grande —el ente físico— a lo más pequeño (la onda o unidad elemental) y nos garantizan, a través de las condiciones irreductibles, el fundamento lógico del Principio de causa-lidad. Estas condiciones irreductibles se materializan, desde un punto de vista físico en la reducción de toda operación a la operación de asociación. Las ondas sólo responden a la operación determinada por la asociación del

4 A partir de aquí se puede ir a «Sobre causalidad y argumentos de indeterminación», y luego volver a lectura o seguir tal cual obviando esta nota.

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tipo 1+1=11 que lógicamente responde a un proceso natural pues el resulta-do de juntar dos cosas es, estrictamente, lo juntado. Lo juntado no admite violación del Principio porque respondiendo a la axiomática de los números naturales implicaría la inexistencia de elemento neutro, tampoco admite indeterminación, por lo que allí donde ésta aparece lo hace por una cues-tión gnoseológica o por un error conceptual, como es el caso del Principio de indeterminación, derivado de la propia teoría cuántica, que no sabe diferenciar distancia de tamaño.

—Está la cosa anterior al suceso y la cosa posterior al suceso —comentó Beldad—. ¿Cómo se presenta el suceso?

—Para que un suceso se presente se tiene que dar una cierta situación en-tre todas las situaciones posibles y permanecer ignorantes de las demás. Las demás, todas ellas en su conjunto, van apareciendo y desapareciendo, dando sensación de temporalidad, de envejecimiento, de descubrimiento. Podemos, por ejemplo, reparar en el tejido de la piel y podemos, obser-vándolo por el microscopio, ver sólo una célula del mismo. El conocimiento particular y en detalle sólo nos permite ver eso, ese acontecimiento, y sólo desplazando la muestra podremos ver otras células, otros acontecimientos, dándonos sensación de suceso; cuando en realidad están todas allí. Así, el fenómeno se emula, se emula que se pueda crear y que se pueda destruir. En el sistema de lo absoluto sólo existe el conocimiento y, en particular, el conocimiento de la ruta elegida en los otros sistemas para alcanzarlo.

—Algo de todo esto nos dijo la Dueña del Tiempo —comentó Canto.

—De este modo —continuó—, tiempo definido al margen de la palabra tiempo, es la intuición que obtenemos de avance o de progreso cuando ignorante de la totalidad de la realidad ésta se nos hace patente de forma progresiva, estado a estado, en forma de un continuo que llamamos fenó-meno, es decir, que no se suceden cosas en el tiempo sino que cambian los estados (el conocimiento que tenemos de ellos) y de ese cambio surge mi intuición interna: ya dijimos que el tiempo era sólo un esquema de la exis-tencia como verdadera intuición (no pura) a priori. Pero es cierto que siem-pre que queremos eludir la existencia del tiempo nos encontramos con la realidad manifestada por Kant: «Aquí añado que el concepto del cambio y con él el concepto del movimiento (como cambio de lugar) no son posibles sino mediante y en la representación del tiempo». Es decir, que toda idea de cambio implica cambio en un tiempo, y si decimos que no hay tiempo sino sucesión de estados, rápidamente se va la mente a la idea del tiempo como base para dicha sucesión.

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—¿Cómo se resuelve esto? —preguntaron los dos al unísono—. ¿Qué es lo que está verdaderamente en la base de todos los cambios o en que otra representación son posibles dichos cambios? —continuó Beldad.

—En realidad puesto que —como vimos con el caso del túnel—el tiempo es una reducción esquemática de la concepción existencial a la temporal (de Ct a t), podemos eludir o substraernos al tiempo si bien no al movimiento. Pero los sistemas son relativos… ¿Movimiento de quién? Esa relación relati-va ya se estableció mediante la Energía Dinámica de Fase que nos permitió proponer que en la formación de la partícula elemental había una parte —un grado de libertad— que no se constreñía y seguía siendo elemental. Ya lo dijimos, la partícula se mueve a través de la onda, y ese es nuestro tú-nel, o la onda —a la velocidad de la luz— a través de la partícula, da igual, pero suponiendo esto último, volvemos donde empezamos respecto a la dilatación del tiempo y la contracción de longitudes, ¿Qué es el movimien-to de una onda en su representación? Una vez más los conceptos pueden tener sentido en un sistema y perderlo en otro de orden inferior. Por enci-ma del concepto tiempo está el de simultaneidad —no del tiempo sino del conocimiento— y el de orientación y el de… ¿De qué estamos hablando...? Estamos hablando de ondas: por encima de éste está el de desfase. Como veis, la naturaleza tiene muchos recursos y no se agota con tan poco. Esto en cuanto al tiempo, en cuanto al espacio se produce una parcelación del conocimiento, por zonas, lugares, vidas que...

—Sí, es como los libros de la Biblioteca —le interrumpió Beldad—, pensa-mos que cada libro está diferenciado en el espacio estanco de sus pastas, y no es cierto, todos beben de una fuente común que sabe bien de todos ellos. Por otro lado —continuó reflexionando en voz alta—, cada uno tiene en su interior todo lo que es y representa, y sólo cuando decidimos pasar sus páginas —dijo refiriéndose a las secuencias visuales— se pone en mar-cha la vida. El libro es un formato para empaquetar la información, pero la información ya existía: está —concluyó volviéndose para el autor y enten-diendo sobremanera sus palabras—. El contenido de cada libro era simple-mente un destello verde de luz para cada vida... y así, cada vida, un destello —finalizó, sorprendida de sus propias conclusiones.

—Hasta que no termine no sabrás hasta qué punto es cierto lo que dices —dijo dándose la razón así mismo con la cabeza—. Por un lado —continuó, recuperando un discurso abandonado—, estamos estableciendo que el ele-mento constituyente es la onda y por otro que es única. De lo primero ya hemos comentado su importancia. De lo segundo... «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo» —recitó con cierta nostalgia, rompiendo apa-rentemente la línea de su discurso—. Lo segundo es más importante aún

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—concluyó para sin tregua explicarse—. La Física pulveriza con un descu-brimiento cien años de elucubraciones. Pero la Física no puede establecer modelos coherentes porque sí, y se apoya en los matemáticos y sobre ellos hace las mil preguntas y ve cómo responden, porque las propiedades de los modelos físicos derivan de las propiedades de los modelos matemáticos subyacentes. Pero la Matemática no sólo resuelve los problemas de la Física sino aquéllos de la Filosofía que necesitan de las ideas en estado puro. Ése es el orden que os di. La Filosofía no tiene herramientas para practicar su conocimiento pues sus razonamientos carecen de intuiciones. Ya tenemos intuiciones, ya tenemos representaciones aplicables, ya podemos expresar los juicios de la ciencia para la metafísica, y hacer de ella y con ella ciencia, o, si se quiere, alargar el conocimiento de la física hasta los temas de la me-tafísica. Ése es el camino. Hay que recorrerlo y luego volver sobre los pasos. La Filosofía, madre de todo saber, volverá para recoger a todos sus hijos y a todas sus hijas, aquéllos y aquéllas que un día salieron de su regazo, sin consentimiento pero consentidas, para aprender lo que bajo su yugo jamás hubieran aprendido. La madre enferma que ve cómo sus hijos quieren re-partirse su insignificante herencia. Ahora desconsolados miran lacrimosos los ojos de la madre que sufre sus sufrimientos, y sienten regocijados el calor maternal, y dicen: «Madre sí que sabía, que sabía de todo», y dicen: «Enseñemos a madre lo que hemos aprendido». Por fin, tras su necesaria diversificación y segregación, se unificará todo el saber. Por fin se unifica el saber para comprender otro saber más preciso y más precioso: el de la existencia. Eso es lo que queremos saber, eso queremos aprender. Muchos, efectivamente no entenderán nada. Ésos se tendrán que conformar con los resultados, pero los resultados hablan de eso, de la existencia. Y de eso hablaremos.

Con esta última afirmación les estaba indicando que iba a trascender toda aquella información a otro ámbito. Lo dijo con las palabras y con el gesto de los ojos. Y con una profunda pausa final como parte del desarrollo for-mal de todas las implicaciones.

—Nosotros podemos decir que dos cosas tienen la misma naturaleza si y sólo si comparten alguno de sus elementos constituyentes (ese elemento constituyente común es el que le da la naturaleza común). Esto último lo podemos poner como definición: que dos cosas tengan la misma natura-leza es equivalente a que compartan algún elemento. Una consecuencia de que dos cosas tengan la misma naturaleza es que si a partir de una lle-gamos a la otra mediante transformaciones, adicciones, sustracciones, etc. no necesitamos, al tener un elemento común, cambiar la primera entera-mente. Sentada esa premisa, vamos a plantear un argumento de exclusión.

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Supongamos que una de las cosas sea el cuerpo, la materia. Supongamos que otra sea la conciencia. Supongamos, en principio, que el cuerpo como entidad es diferente a la conciencia y que, por tanto, existe algún elemento que no comparten. Pero si decimos que, tanto en la conciencia como en la materia, sólo hay un único elemento (en realidad bastaría que sólo lo hu-biera en uno de ellos), quiere decir que no existe algún elemento que com-partan y que tienen, por tanto, diferente naturaleza. Y con ello que a partir de uno no se puede llegar al otro. Este argumento de exclusión radica en el hecho de que dos cosas, digamos dos conjuntos, con un solo elemento, que no comparte algún elemento entre ellos tiene que ser necesariamente disjuntos. El argumento de exclusión dice, por tanto, que dos cosas son di-ferentes si, y solo si, son enteramente diferentes. A este argumento no se podría haber llegado sin la premisa de la existencia de un único elemento en la naturaleza. Supongamos... ¿Algún problema? —les preguntó.

—No, entiendo, entiendo —dijeron cada uno de ellos—. Entiendo, además —continuó Canto—, que el argumento habla, genéricamente, de cosas por lo que las dos piezas con las que lo hemos iniciado —conciencia y mate-ria— son sólo un caso particular sobre el que se puede aplicar contad de que exista algo único —un elemento— sobre lo que se pueda hacer la ex-clusión. Puedes seguir.

—En efecto, pero no sólo son dos piezas sino, como veremos, dos piezas pertinentes pues entraremos a evaluar la naturaleza de aquello que hemos advertido como real y de aquello otro que, como simplificación oportuna, se nos antoja ideal, ideado o ideable (que ya hemos evaluado desde otros puntos de vista o consideraciones). Supongamos, ahora sí —dijo entendien-do que estaban esclarecidos todos los preliminares—, que la constitución del universo es ese sitio adimensional y luego ese mar de ondas que por alguna razón se unen y se pliegan formando partículas. Supongamos que tras miles de millones de años de evolución y diversos factores aleatorios da con un ser inteligente en algún lugar. Lo que demuestra el argumento de exclusión aplicado a este supuesto es que ambas naturalezas, la material y la espiritual, siendo diferentes —y esas son las tesis espiritualistas— tienen que ser completamente diferentes, y que tendrían que estar en el caldo cósmico y ser, por tanto, independientes. Supongamos ahora, según el ar-gumento materialista, que la inteligencia, el pensamiento, la conciencia co-mo síntesis del alma, es consecuencia de la actividad cerebral, siendo ésta, en consecuencia, un alma psicológica. En última instancia, el pensamien-to, ese proceso, es el intercambio de algo, materia, electricidad, etc. pero si decimos que a la postre todo es combinación de ondas diremos que el pensamiento es un intercambio de una combinación de ondas. Si éste es el

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caso, su actividad vendrá o podrá ser definida por un conjunto de ondas de alguna característica o complejidad cualquiera que sea ésta para expresar el Principio inteligente o cosa pensante. Antes, siendo una cosa materia, y aun presuponiendo la actividad cerebral como una consecuencia, no se po-día hablar nada de la interconexión o dependencia de una sobre otra más allá de la suposición, pero siendo ambas cosas, de una forma u otra, ondas, sí. En este caso (en el de existencia de un único elemento) podemos decir que si la conciencia o la referida actividad es enteramente una consecuen-cia del cerebro (tesis materialista), las ondas de unas es una consecuencia de las otras (no decimos cuál de cual), es decir, que tienen la misma natu-raleza puesto que se llega a una a través de la otra. Pero esa onda, por el argumento de exclusión, no puede ser diferente a la onda original, esto es, de su fuente, y es, contrariamente y en buena lógica, de las características de la misma o de alguna de sus partes (que es equivalente) porque si por este argumento siendo diferente tiene que ser enteramente diferente, no siendo diferente, tiene que ser enteramente igual.

—Se podría decir —apuntó Canto— que siendo de la misma naturaleza tie-nen que tener un elemento común, pero como sólo hay un elemento, ése es el elemento común.

—Eso es. Estamos diciendo que en el caso de ser una consecuencia de otra —en una simple relación de causa-efecto— tal como mantiene la tesis ma-terialista, no pueden ser diferentes, y no siendo diferentes tienen que ser iguales, y siendo iguales, la relación entre una y otra es meramente opera-cional o relacional (como operacional es la relación entre la onda y el pa-quete de ondas) y, con esto, aun desde este presupuesto, su independencia o autonomía, por lo que tendrían que estar en el caldo original.

—En realidad estás diciendo que en caso de ser eso que llamamos pen-samiento ondas preexistentes, la materia del cerebro no puede en modo alguno generarlas sino tan sólo manipularlas o establecer con ellas una relación causal —dijo Beldad.

—¡Qué bien lo has dicho! En efecto, mediante la manipulación de las ondas obtenemos un sistema de orden superior, que es la materia, que a su vez puede manipular las ondas. En este caso, si ya no podemos hacer por la Teoría del elemento único la distinción entre materia y onda y afirmamos que todo es onda, y con ello que lo es la inteligencia o más directamente la conciencia, debemos afirmar que esa onda que representaba y representa a la conciencia debía estar ya en el caldo cósmico.

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—¿Estás diciendo que conciencia y materia son una misma cosa, es decir, que el argumento materialista es más fuerte que el espiritualista? —le pre-guntó Beldad.

—No estamos diciendo y no podemos decir, en principio, que la materia y la conciencia sean una misma cosa, porque mientras que el vínculo entre materia y onda está claramente establecido, entre materia-onda y onda-conciencia estaría postulado por la propia tesis. Estamos afirmando que incluso con un argumento materialista de la conciencia ésta es preexisten-te. Con las tesis espiritualistas ya vimos que necesariamente lo es. Dicho de otro modo, si ya no podemos hacer por la Teoría del elemento único la distinción entre materia y onda, y afirmamos que todo es onda, debemos afirmar que la conciencia debía estar ya en el caldo cósmico tanto si era una de esas ondas (por ser algo enteramente igual) como si no lo fuera (por ser algo enteramente diferente).

—Pero puesto que todo está en el caldo original…

—El caldo original no nos procura un argumento suficiente. Para superar las limitaciones de la tesis materialista es necesario recurrir al sistema pri-migenio, como necesario era hacerlo para diferenciar o superar la multidi-mensionalidad mediante la adimensionalidad del mismo. Es decir, que en la adimensionalidad y en la inmaterialidad del sistema primigenio debe estar todo a lo que ésta dé lugar; pero vamos paso a paso —dijo parando con las manos la urgencia de los resultados obtenidos y sus consecuencias.

En cada intervención ascendían el nivel ontológico aportando conclusiones derivadas de las anteriores ya admitidas. En este caso habían llegado a la conclusión de que la conciencia tiene que ser un elemento preexistente apoyados en la unicidad del elemento constituyente y de forma recurrente, aunque innecesaria, en la existencia de ese sistema primigenio, y más...

—En efecto —continuó—, las tesis espiritualistas y materialistas son válidas y admisibles si no consideramos el sistema sin transformar y tomamos, por el contrario, el sistema dimensionado espacio-temporalmente; aunque sea en su inicio. Pero considerado el sistema sin transformar —un punto adi-mensional—, por su propia definición y esencia, no admite dualidad por-que todo parte de un único estado superpuesto y, por tanto, aquello que derive de él, aunque aparezca con esa doble forma, obedece a un mismo Principio que, como dijimos, es la razón última para la comunicación de las dos substancias; dicho de otra manera, las dos substancias, materia y conciencia, entran en comunicación porque son una misma cosa: la onda amaterial en el límite inferior de su intervalo; que valida, respecto de las tesis materialistas, la unicidad de la esencia aunque no la esencia de la mis-

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ma. La cuestión ahora es saber si los elementos elementales son totalmente independientes uno de otros o están anexionados, es decir, si la multidi-mensionalidad individualiza e independiza definitivamente cada elemento material o, por el contrario, permanece este vínculo y cómo se correlaciona el Principio inteligente con esta disposición.

—Siendo cada cosa del universo combinación de una única onda del univer-so con una disposición multidimensional determinada, que es transforma-ble, mudable o intercambiable, cada una de ellas se podría convertir en las otras cosas restantes del universo —apuntó Canto.

—Esta individualización para los elementos materiales no presenta ningu-na problemática pero para el Principio inteligente sí porque hay algo que no se puede convertir en otra cosa...

El autor dejó suspendida la frase y les hizo una indicación para que buscaran en su cabeza la solución. Ellos miraron con cara de póquer, y él continuó.

—Y esa cosa es nosotros mismos, como identidad. Ya vimos que todas las cosas estaban reguladas por el Principio de causalidad y es ésta y no otra cuestión la que fundamenta cualquier cambio incluido la combinación o migración de ondas como fundamento de la comunicación de las substan-cias, pero dijimos también que existía algo que no respondía a este Princi-pio, que era incausado, y que, por tanto, introducía un elemento, si bien determinado, con una determinación nacida u originada en él mismo, que no es otra cosa que la voluntad. En consecuencia, tenemos que no pode-mos ser, en esencia, algo —esa identidad—, sino parte de algo porque sólo así se imposibilitaría que una voluntad o identidad se transformase en otra. Ahora estamos diciendo que si como identidad fuéramos algo y no parte de algo tendríamos que —en la multidimensionalidad— existiría, de un lado, un universo material creado de una sola cosa y, del otro, un universo de cosas individuales y distintas, esto es, una infinitud de identidades au-tónomas constituidas de una substancia distinta al universo material y, a su vez, de una substancia distinta, y no intercambiable, entre ellas e intratable con la materia desde un punto de vista causal (cuestión ya descartada por la existencia del sistema primigenio que valida la unicidad de la tesis ma-terialista —a la par que la esencialidad del espiritualista—). En realidad, el hecho, una vez más, de que para el sistema físico previo no exista dimen-sión espacial despeja este dilema y pone de manifiesto que cada cosa del universo con identidad o conciencia comparte esa única conciencia u onda preexistente, siendo en este caso simplemente un armónico de ese conjun-to de armónicos en el que cualquier onda se puede desglosar y usar como base para su constitución.

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Canto y Beldad sabían, porque lo habían estudiado, que el autor estaba hablando veladamente de la integral de Fourier. Ellos rieron largamente la posibilidad de que cada individualidad, cada inteligencia del universo, no fuera nada más que un armónico de ese algo, de esa onda primigenia. El autor miró al cielo como buscando una inspiración.

—Física y teoría del ser y del conocimiento se muerden la cola: la Física no se creía «el ser de las cosas» postulado por la metafísica —su esencia es el positivismo y en última instancia el materialismo—, la Metafísica —la onto-logía del conocimiento— no se cree que por el camino de la física se pueda alcanzar ese conocimiento trascendente: se equivocaban. La Física, median-te los dos planteamientos expuestos, resuelve los aspectos de la metafísica referidos a las posibilidades del conocimiento y al objeto del conocimiento tratado por ella en tanto en cuanto, como dije, todo son sistemas físicos, pero para solucionar la cuestión referida al carácter real o ideal de nuestro universo —y salvar este vacío—, que es un nivel ontológico anterior, nece-sitaba de algo más. El discurso nos llevó hasta el idealismo trascendental de Kant. Para Kant la realidad es el noumeno: lo dado. Lo dado, según él, no lo podemos conocer y el cognoscente pone el espacio y el tiempo —lo puesto— y así recibe un mundo de fenómenos: el espacio y el tiempo son formas de la intuición pura, decía él, que aplicadas a lo dado no muestra el mundo sensible. Desde nuestra perspectiva podemos decir que lo dado es la realidad desconocida del sistema sin transformar, propiamente dicho, y que a partir de él podemos, en efecto, conocer los fenómenos y las co-sas —el sistema transformado— como consecuencia de la configuración espacio-temporal que se produce de forma consustancial e inseparable a dicha transformación. Ésta es la verdadera lectura de Parménides y la solu-ción a toda paradoja. Ese sistema sin transformar es pensamiento —ser—, y ese pensamiento crea un universo pensado. Res cogitan y res extensa, conciencia y mundo, se presentan como atributos —como decía Spinoza—, como cosas pensadas, como substancias derivadas de otra primordial —de la res infinita— en un cosmos de cosas reales y cosas pensantes —móna-das— que participan —estas últimas sobre todo— de su naturaleza (puesto que pueden crear, a su vez, un cosmos de cosas pensadas: ensoñaciones y objetos matemáticos e ideales). Existe, por tanto, un universo pensado que, dependiendo del grado de materialidad alcanzado, se manifiesta como co-sas cuasi inconscientes o como cosas cuasi conscientes, en definitiva, como cosas en diferente rango o grado de conciencia de su situación, y diferentes posibilidades de manifestarse como pensamiento; y es esta dualidad la que le da un carácter ideal o real mucho más allá de un sentido de materialidad física. Nuestro cosmos, decimos, surge de una idea, de un pensamiento que da lugar a un universo de cosas que piensan, y si piensan ya pueden tener

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su propia idea sobre el resto de las cosas que piensan, y como primer par-ticular que piensan sobre esas cosas que piensan es que son, propiamente dichas, cosas. Y, ya que se presentan como cosas, podemos decir, además, que se presentan ignorantes, ajenas, aisladas, del resto de las realidades del universo, y es este particular, esto es, la existencia de cosas pensantes que no pueden entrar en comunicación (siendo de una misma naturaleza, una única substancia), la que da una situación local, una perspectiva, y la que nos permite advertir la existencia de algún otro tipo de naturaleza o de ma-nifestación diferente que lo impide (la res extensa). Según lo dicho, la ma-teria y el pensamiento, que representan dos de esos rangos de conciencia, son dos grados de densificación del mismo principio, íntimamente ligados, por lo que la comunicación de las dos substancias, yo pensante y mundo no tiene mucho objeto o, dicho de otra forma, no comporta problemática alguna al ser una misma cosa. Res extensa y res cogitan quedan en la misma situación en el contexto de esta realidad puesto que están sumidas en una espacio-temporalidad intrínseca que no gobiernan. Siendo más exacto, la res cogitan está sumida en la materialidad y en la espacio-temporalidad a través de la res extensa. Desde la perspectiva y el conocimiento que nos da la existencia de una realidad física y desde el convencimiento de que las ciencias naturales pueden alcanzar conocimiento de la realidad —por-que cree en ella— llegamos a un sistema físico de otra especie (sistema sin transformar que da lugar a un sistema transformado) y a la idea de Dios. Ya los vedas sabían la verdad, porque la verdad se la dijeron otros —dijo por fin—. Ellos formularon su doctrina a partir de una entidad abstracta, desconocida y absoluta, lo Uno, de la que surgió toda la multiplicidad y la variedad empírica; inexistente antes.

Diciendo esto, recitó parte del himno que reflejaba este saber:

Entonces no existían ni lo existente ni lo inexistente,no existía el espacio etéreo,ni la bóveda celeste que está más allá.¿Qué se agitaba?¿Dónde?¿Bajo la protección de quién?¿Existía el agua, insondable abismo?No existía la muerte ni lo inmortal entonces;no existía signo distintivo de la noche y el día.Sólo aquel Uno respiraba,sin aire, por su propio poder.Diferente de él no existía cosa alguna.

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Quedaron sobrecogidos. No decía Dios u otra cosa que se pareciera, decía Uno. El autor continuó.

—¿Cómo se produce esta parcelación? —se preguntó—. Ya sabemos qué es todo, pero nada sabemos de cómo ese todo se separa para diferenciar lo ente del no ente. Sólo en el Poimandres —cómo no, en los versos— de Hermes Trimegisto podemos saber algo más, algo más en consonancia con todo esto —y recitó los versos 1.6 y 1.10:

Entonces Poimandrés dice: – ¿Has comprendido lo que significa esta visión?, y yo: – Lo sabré. – Y él dice: esta luz soy yo, Noûs, tu Dios, aquél que es antes de la naturaleza acuosa que se ha manifestado de la oscuridad. En cuanto al Verbo luminoso salido del Noûs, es el hijo de Dios. – ¿Qué?, dije. – Apren-de lo que quiero decirte de este modo: lo que en ti mira y comprende es el Verbo del Señor, y tu Noûs es Dios Padre; no están separados uno del otro, pues en su unión consiste la vida. – Te doy las gracias, dije. – Pues entonces fija tu espíritu en la luz y aprende a conocer esto.

Inmediatamente el Verbo de Dios se elevó fuera de los elementos que pesan hacia abajo, y se lanzó hacia esa pura región de la naturaleza que acababa de ser formada, se unió al Noûs demiurgo (pues era de la misma esencia) y, a causa de ello, los elementos inferiores de la naturaleza fueron abandona-dos a sí mismos desprovistos de razón, para no ser ya sino simple materia.

—Como se ve —continuó— está representando el sistema sin transformar y el sistema transformado y cómo se produce grosso modo este sistema último a partir del primero, y cómo coexisten ambos sistemas (lo que en ti mira y comprende es el Verbo del Señor, y tu Noûs es Dios Padre; no están separados uno del otro). El verbo es la manifestación dimensional de la con-ciencia única de Dios. El Uno existe (noûs) pero lo primero que hace es ma-nifestarse él mismo de una forma espacio-temporal (el verbo). El verbo, una vez creada la materia (en el ámbito del cosmos creado), se eleva y se une al Noûs Demiurgo, es decir, la parte de conciencia asociada a la materia creada se asocia con la parte de conciencia (Noûs Demiurgo) sacada del Noûs. Esta coexistencia del padre con el hijo es la que hace que en vez de tres substan-cias podamos considerar dos —y esas dos como hemos visto una— aunque todo depende de bajo qué criterios lo queramos considerar.

Y se expresó de nuevo, a través del verso 1.11, líricamente:

Sin embargo, el Noûs demiurgo, conjuntamente con el Verbo, contenien-do los círculos y haciéndolos girar con un zumbido, puso así en marcha el movimiento circular de sus criaturas, permitiéndoles cumplir su revo-

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lución desde un comienzo indeterminado hasta un fin ilimitado, pues él comienza donde se acaba. Y esta rotación de los círculos, según el querer del Noûs, produjo, sacándolos de los elementos que pesan hacia lo bajo, animales sin razón.

—Esto es, y así se debe tomar, una muestra de cómo la intuición se corres-ponde, de hecho, a la realidad presentada —aseguró con vehemencia—. Por este camino del conocimiento el sistema del ente tiene que venir am-parado en el espacio de la apariencia (espacio modificado) por una físi-ca, que lo haga congruente con cualquier otro camino. Vemos que es en efecto así y que el espacio sin modificar comporta de forma natural todas las características de estas entidades (Noûs – Uno – Poimandres) y algunas más que se desprende de su naturaleza que ya hemos anticipado o espe-cificaremos a lo largo de este discurso. Vemos igualmente que nuestro mundo está hecho de un solo elemento que da lugar a nuestro universo que necesariamente es parte de lo que, en esencia, sólo hay (el sistema sin transformar), diferenciándose para cumplir su cometido. Parménides en el fragmento 2, dice:

La primera, que es y que no es posible no ser, de persuasión es sendero (pues a la verdad sigue). La otra, que no es y que es necesario no ser

Indicando que existe una finalidad pues lo que es, es porque no puede ser de otra manera (la conciencia no puede dejar de ser conciencia) pero lo que no es cumple una finalidad no siendo, naturalmente la finalidad es para con lo que es, es decir, para juntarse a lo que es y dar lugar a la multiplici-dad. La forma de diferenciarse, ya lo comentamos, parece —según todos los indicios— estar sustentada en la diferente materialidad de El verbo. Nuestros cosmos, como dije, es la materialización del pensamiento de Dios fundamentado en el estiramiento espacio-temporal que se produce como consecuencia de dejar de ser luz (estamos siempre por debajo de la luz) y ser algo más —más rudo— que pensamiento. Esto que yo analizo en su es-tado inicial y final, tradicionalmente —es ese saber ancestral también nos apoyamos— está constituidos en grados. Así en el 1.12 de El Poimandres se dice:

Escucha entonces, hijo mío, lo que es de Dios y del Todo. Dios, la Eternidad, el cosmos, el tiempo, el devenir.

Dios hace la Eternidad, la Eternidad hace el cosmos, el cosmos hace el tiem-po, el tiempo hace el devenir. La esencia, por decirlo así, de Dios, es el

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bien, lo bello, el éxtasis, la sabiduría; la de la Eternidad, la identidad; la del cosmos, el buen orden; la del tiempo, el cambio; la del devenir, la vida y la muerte. Dios tiene como energía el intelecto y el alma; la Eternidad, la duración y la inmortalidad; el cosmos, la recurrencia y la contrarrecurren-cia; el tiempo, el crecimiento y el decrecimiento; el devenir, la cualidad y la cantidad. Así pues la Eternidad está en Dios, el cosmos está en la Eternidad, el tiempo está en el cosmos, el devenir está en el tiempo.

A Beldad le pareció muy hermosa y suficiente la concatenación de elemen-tos y de conceptos. Cada palabra era un sistema envolvente y a la vez insu-ficiente pues se encontraba con otro que le daba su justa medida. El autor continuó con las explicaciones.

—Dios que es fuente de todas las cosas es sabiduría pero es conciencia, esto es, presencia. Esa presencia sobre todas las cosas (de su pensamiento) es lo que da carácter de eterno y la identidad como esencia pues al tener todo presente no se encuentra disgregado sino que todo es Uno. La eternidad es saberse en un sentido muy amplio, ese saberse sin límites (saber todo en uno, contemplarse) es lo que da la posibilidad de un cosmos inabarcable. Uno se sabe a uno mismo sin límites. Ese carácter eterno, por tanto, no es de duración sino de presencia. Dios tiene presente Todo, y la materializa-ción de esa presencia constante (de esa eternidad) es el cosmos. El cosmos está presente para Dios pero ese cosmos ha perdido (en virtud de la mate-rialización) esa característica (está sometido a la espacio-temporalidad) por lo que no está presente (no es eterno) para él mismo (ha tomado una di-mensión espacial) sino que para sus elementos otros elementos están pre-sentes o desconocidos (cercanos o alejados y ausentes en virtud del espacio creado) de forma alternada (ordenada), dando lugar al tiempo y con él al devenir.

—¿Cuál es la verdad? —preguntó Canto—. ¿Es real? ¿Somos elementos in-dividuales? ¿Qué somos?

—¿Existe el ser? ¿Existe la materia y el mundo? ¿Todo es real, existe al mar-gen de nuestra percepción, o son sistemas idealizados? ¿Existe Dios? ¿Qué es Dios? ¿Somos parte de Dios? ¿Somos entes totalmente individuales? El brahmanismo ahonda en los upanishads, que son sus libros sagrados, en es-tas ideas. Ellos piensan que el mundo emana a partir del Brahman-atman. Los brahmanes parten de la idea de creación y luego para algunos, lo crea-do, es decir, esa variedad empírica de la que hablábamos, es real verdade-ramente si bien es cierto que de un nivel ontológico inferior mientras que para otros, de entre ellos, es irreal. Brahman es la esencia última de todas las cosas, y el atman es la esencia última del individuo. El atman es la parte de Brahman que mora en el individuo. El budismo sostiene que no existe

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una sustancia que exista por sí y que, por tanto, no deba su ser a la nada. Para el budismo no existe el yo, y todo está constituido por los Dharmas que son insubstanciales. Este pluralismo no deja lugar a una unidad inicial. Para este sistema el mundo no es creado, por lo que esa multiplicidad existe eternamente. El hinduismo postula la existencia de dos sustancias una ma-terial y otra espiritual. De la materia no manifestada surge por un proceso de evolución la realidad material, es decir, la materia manifestada o perci-bida. No concibe un proceso creador en el universo ni un Dios que lo rea-lice. La parte espiritual tiene una naturaleza eternamente inalterable y es consciente. Ésta naturaleza consciente es capaz, por contacto, de proveer de ese carácter a la materia no consciente. Hay tantas descripciones como realidades posibles podamos imaginar, en cambio, cuando sabemos de una única realidad sólo un gusto por asemejarla a esto o a lo otro podrá incli-narnos en un sentido o en otro pero con la seguridad de estar haciéndolo sobre un objeto que no se presta a la ambigüedad. Esto quiere decir que sabiendo que hablamos de una forma de conciencia única y otras formas de conciencia que no pueden disponer de todos sus atributos y sometidas al mundo en esa realidad que llamamos la vida, todo lo demás es cosa de poca monta, es poesía... Para el sistema sin transformar el universo no existe nada más que como un espacio adimensional, como un pensamien-to, y los hechos como situaciones eternamente contempladas. Ese sistema de la luz, fracciona su capacidad de percepción en billones de billones y las aísla unas de otras y las hace ignorantes de los estados, y hace que ese universo pueda ser un universo disperso porque a cada una de sus partes las hace estancas, distantes e individuales. ¿Cómo podría acercaros a esta idea? —se preguntó, buscando solución—. Pensad por un momento en un campo, una colina, y en un árbol en la colina. Todo eso y vosotros en cual-quier punto del trayecto que va desde una situación inicial hasta el árbol podéis tenerla en vuestra mente, sentirla como posible. Hacedlo. Veis que podéis sentiros a una distancia cualquiera del árbol y bajo el árbol a la par, como una sensación. Sentid la perspectiva, dad un paso, ved el árbol a un paso menos de distancia. Hacedlo. Veis que podéis sentir esto sintiendo a alguien más a vuestro alrededor o sintiéndoos solos. Hacedlo. Sentid la so-ledad, sentid ahora el murmullo de las gentes, hacedlo bajo el árbol, hace-dlo en la distancia. Sed ahora el árbol y sentid lo mismo siendo vosotros el árbol, sentid a alguien en la distancia y luego a alguien bajo vuestro techo, y luego las dos cosas a la par. Oíd una voz, que no es vuestra, giraos. Pen-sad que el dueño de esa voz está jugando a lo mismo y ejecuta sus propias acciones. Os da el sol en la cara, volved nuevamente la mirada al árbol, dad tres nuevos pasos ¿Una carrera? Corred y sentid la proximidad creciente. El árbol parece más grande por la cercanía. Palmead las manos. Suenan,

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duelen. Sentidlo sintiendo frío, sintiendo calor, miedo, alegría, amor. Sen-tir todo eso y sentirlo multiplicado por mil, por un millón, y en ese millón cada una de las sensaciones de vuestra vida, no es otra cosa que un pensa-miento, que una inspiración, separadas, juntas. Ésa es la sensación cuando estando bajo la lluvia fina queremos sentir cada una de las gotas y por ello ponemos nuestro cuerpo con la sensibilidad al borde del paroxismo. Pode-mos situarnos en un sistema que lo contempla todo y siente a todo, árbol y sujeto, por igual, luego en otro que vive cada situación de forma diferen-ciada, de forma individualizada, como una parte inmersa en un universo empírico: desde una perspectiva. Las respuestas son correctas o no lo son según en el espacio en el que nos situemos. ¿Es real? Nuestro mundo para nuestro mundo sí, pero ese mundo es sólo un mundo pensado para algún otro. Lo importante de que una cosa esté está en que, por estar, está en algún sitio. ¿Os suena esto? Antes de estar podría existir pero al no ocupar espacio alguno no tenía necesidad de un espacio donde ubicar el suyo. Esta cuestión es la que nos hace tangibles y diferenciados. Ésta y el resto de las leyes de la física que hace que se relacionen causa con efecto siempre de idéntica manera. No digamos ahora un árbol —dijo volviendo al escenario planteado—, digamos una estrella. No digamos cien metros, digamos diez mil millones de años luz de distancia. ¿No cabe en vuestra cabeza esa idea? ¿No cabe la idea de lo inalcanzable? Para algún sistema si cabe esa idea y nuestro cosmos es su expresión perfecta. ¿Somos elementos individuales? Para nosotros mismos, en virtud del carácter espacio-temporal al que nos vemos sometidos, sí, pero hay un sistema en el que somos elementos indis-tinguibles del mismo. Y así todo. Esto es más verdad que todas las verdades y hace que las respuestas sean simples y no sólo para las preguntas de la metafísica sino para todas las otras. Esta verdad hace que no hagan falta razones y que todos los que la han encontrado no las necesiten. Sin ella, como hasta ahora, el hombre se pierde en un debate intelectual. ¿Qué somos? Con la respuesta plantearemos un formalismo ontológico, funda-mentado desde la física, por el que todas las substancias, ser-mundo-Dios, se reducen a ésta ultima, simplemente como la expresión adimensional del Todo, como Uno. Somos esa esencia divina, esa conciencia pura y original constituida por algún tipo de onda o vibración. Esta onda se ve sometida por la materialización, envuelta de materialización, encapsulada por dife-rentes capas materiales que la someten a las leyes de la física de su medio, encadenada por ella a espacio, tiempo y situación.

El autor dio varias inspiraciones profundas, como llenándose de todo el ai-re, de todas las ondas del espacio material; como alimentándose. Y después continuó.

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—«Pienso, luego existo». Era bello, pero había que fundamentarlo cientí-ficamente. Ahora sí habéis comprendido cuál es el objeto de vuestra bús-queda. La civilización se ha pasado milenios tratando de demostrar desde un punto de vista humanístico y filosófico las cosas más indemostrables, y ha tenido que dejar en manos del corazón lo que no podía tocar la razón. Y mira por donde es la ciencia, y la Física como su máxima expresión, la que aparta el grano de la paja y se convierte en su máxima valedora cuan-do creían la lucha perdida. Y puede afirmar, y afirma rotundamente, que, efectivamente, existe una identidades pensantes, independiente cuando menos, de la materia que la encapsula, fundamentada en una realidad pensante anterior. Vosotros al paso habéis acariciado la idea...

Recordó Canto que ya habían tenido noción, soterrada quizá, del objeto de aquel aserto profundo cuando inesperadamente se vieron en el aire de la mano de el señor de los Espacios. Les había parecido magia. No eran ellos, eran ellos hechos aire, como meros pensamientos. Ahora advertía que ha-bían experimentado la existencia en el estado más puro y diferenciado. Ya sabían la naturaleza del último peldaño.

—«Pienso, luego existo», y luego qué. El proceso ha sido, tras verificar la constitución del mundo, ver si existe conexión real o ideal entre el pensa-miento y éste. A partir de aquí, establecer la supervivencia de la conciencia, establecer jerarquías y llevarlas hasta el grado de lo infinito a través de lo ínfimo, no es difícil. Y por lo ínfimo llegamos a Dios. ¿De qué otra cosa esta-mos hablando si no cuando hablamos de una conciencia adimensional que se fracciona y deja que tomen unas, para con las otras, realidad física?

A Beldad le vino a la cabeza una única frase: —«Al mínimo de los mayoran-tes de A se le llama supremo de A». Todo aquello que andaban buscando se mantenía en pie, por sí solo, por la fuerza de una palabra. Quedaron largo rato en silencio. Nadie tenía prisa. Quizá repasaran una a una las afirma-ciones. Era un debate mudo. Canto incluso estudiaba el dibujo de su mano como si fueran las únicas cosas del mundo, él y su mano. De repente, una conclusión fatídica llegó hasta su cabeza, asombrándose como si viniera por boca de otro.

—¿Cómo se explica que la materia pueda ser parte de esa conciencia?

—Lo inteligente no puede transformarse y parecer no inteligente, pero si puede establecer una secuencia en un lado y establecer que esa secuencia sea interpretada de alguna forma determinada en otro. La materia no es materia, es información que nosotros interpretamos como materia, y el ele-mento único, es el elemento básico de información. La materia, la idea una parte del pensamiento —la parte que está en el sistema primigenio— y la

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sufre como tal otra que no lo sabe. El código de la vida necesita de unos pocos elementos, las cuatro bases, para desarrollarse, el código de la exis-tencia sólo de uno. Todo, cual programa informático, está creado de una única cosa, el bit de información, que es o no es. El Uno, la conciencia pura, tiene que ser consciente de todo y sólo a él se tiene para fabricar ese todo... ¿De qué otra forma podría hacerlo salvo constituyéndose en pieza básica de la creación?

Cada nueva explicación parecía no cerrar puertas sino abrirlas, y es que ca-da nueva revelación desdobla el conocimiento, en lo que ofrece y, haciendo al ignorante conocedor de su ignorancia, en lo que deja de ofrecer. Muy bien podría ser la materia, simplemente, la parte de conciencia del abso-luto no individualizada. En este caso el elemento único y, en particular, la generación cero, sería el inicio hacia la primera materialización de la divini-dad, de la conciencia, del Uno, en busca de la multiplicidad y de la variedad empírica. Beldad y Canto comprendían que el autor ya lo había dicho todo, y comprendían que ese todo sería nada, sólo metafísica o ciencia ficción, un alarde de imaginación o religión si, en efecto, no se sustentara sobre la ciencia. Todo se podría haber dicho sin este apoyo pero con él las con-secuencias se abrían de forma natural en abanico desde puntos concretos —tal como les había indicado ya.

—¿La música que pinta en todo esto? —dijo Beldad por la que aún revolo-teaban cuestiones colaterales.

—Si al final de todo somos ondas y todo es onda, qué menos que conocer su lenguaje por lo menos en su expresión más lúdica y terrenal. Además, entretiene, pues, como habéis apreciado, de cada pestaña del libro nacía una melodía. Seguramente que algunas de esas señales se combinen con las del ser, igualmente, y vibre.

A Beldad le había parecido muy hermoso esto. Quizá llevara razón. Qui-zá vibrase con algunas notas y a eso se le llamara emoción. Tal vez cada deseo o el calor de una mirada tuviera los mismos mecanismos de trans-misión. El tiempo reducía la presión de los términos y los conceptos, sin prisa; agotaban el tiempo. El tiempo dilataba la despedida, y la diluía. Se pusieron de pie y se aproximaron hasta la puerta. Sí, llegó el momento de salir de aquel lugar.

—¿Por qué sabías que nos veríamos de nuevo? —le preguntó Canto.

—Ya os dije que me veríais si os acercabais a la verdad.

Acercándose a la verdad se habían acercado a él. Luego Canto comprendió que acercándose a él se habían acercado a la verdad. Tal vez no supieran la

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verdad, tal vez sólo se hubieran acercado a ella. Ya saliendo, Canto se giró para preguntarle aquella cuestión.

—¿Quién eres tú? ¿Quién es el autor?

—Autor es el que hace una obra. Mi vida está escrita, ésta es mi obra.

Beldad y Canto entendieron que el libro de Autor era el libro de su vida, que estaba escrita y lo estaba ya cuando se conocieron. De repente una luz de entendimiento se encendió en sus mentes y comprendieron que aquella frase milenaria de la Biblioteca relacionaba El Lugar con el tránsito de la vi-da, pero sólo con su tránsito. «Cada uno tiene en su interior todo lo que es y representa, y sólo cuando decidimos pasar sus páginas se pone en marcha la vida.» —había proclamado Beldad con anterioridad—. No cabía duda que su libro estaba cerrado y que él tenía ya en su interior lo que es y re-presenta, porque él estaba al margen del transcurrir de la vida y al margen de la verdad de los enigmas.

—¡Claro! —exclamó Canto cayendo en la cuenta, y como si aquel deste-llo hubiera sido común—. No dijiste «los libros…», dijiste «estos libros…». El tuyo no estaba vacío en el interior… porque no estaba en el exterior ¿Quién eres tú? —preguntó con tono de confidencialidad.

Entregándole el libro que contenía aquella teoría, se lo volvió a repetir.

—Sí quieres saber quién es el autor, mira la obra.

Canto cogió el libro sin comprender y lo miró por delante y por detrás. Bel-dad abrió tímidamente la puerta dando paso a un torrente le luz. Con un guiño de molestia en los ojos, Beldad y Canto cruzaron el umbral. Canto seguía sin comprender. Con el pasamanos cogido, se giró para preguntarle nuevamente —¿Sí, pero quién eres tú?—. Pero era demasiado tarde, la luz le había cegado y ya en el interior sólo encontró oscuridad.

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Separatas

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Fundamento estructural del modelo estándar y de la materia elemental (esencia de las cosas materiales)

introducción

Nosotros conocemos dos tipos de entidades que pueden representar a una función de onda, la onda elemental y el grupo de ondas. Sabemos que una partícula libre viene representada por una onda elemental que llamamos onda viajera [ei(κx -ωt)] que describe la posibilidad de la partícula de situar-se en el espacio en el intervalo [+∞,- ∞]. En la práctica, cuando se describe la posición de la partícula mediante esta función de onda se restringe dicha posibilidad a una distancia finita (que representa un infinito respecto a las distancias atómicas) que, por un lado, describe mejor la situación real de la partícula que estamos representando y, por otro, nos permite normalizar dicha función de onda. Pero una correcta representación no sólo debe des-cribir la posición de la partícula en el espacio sino que tiene que describir a la propia partícula, el estar o el ser de ella, en el mismo, y para esto no nos sirve la onda elemental. Para esta descripción tenemos la posibilidad de utilizar un grupo de ondas y en particular, puesto que los grupos gaussia-nos se extinguen en el tiempo, tenemos la posibilidad de utilizar un grupo lorentziano de amplitud constante, que se obtiene mediante una trans-formación unitaria, transformada de Fourier, de la onda elemental. Sea el paquete de ondas lorentziano.

En el mismo, la constante B contiene tanto a la amplitud constante como a la constante de normalización. Podemos poner la función, para t=0, de forma genérica

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y normalizar1.

El problema está en que no conocemos quién es b y, en consecuencia, no podemos obtener un valor de normalización, es más, si nos fijamos, esta-mos diciendo que una partícula debe ser descrita por un grupo de ondas y que éste, en principio no es normalizable por la indeterminación de parti-da impuesta por la onda elemental que lo origina tomada en el intervalo antedicho [+∞,- ∞], pero en realidad la creación de ese grupo de ondas implica la finitud de la onda original para que ese grupo o paquete tenga anchura (∆k≠0), esto es, para que pueda constituirse como pulso, que, por otra parte, es de la única manera de transmitir información; y la partícula lo es. Dicho de otra manera, recordemos que existe una equivalencia total entre un grupo de ondas y un pulso luminoso pero éste es por definición (por esto es pulso) una onda individual con principio y fin. Con esto, la exis-tencia de la partícula como una distribución de ondas que constituye un grupo implica (más allá del mero recurso o de la necesidad) un desarrollo finito y real de la onda elemental que lo sustenta, muy al margen de que estemos en condiciones de calcular sus límites. Estos límites son los que se nos dan de forma natural en situaciones físicas en las que se dan condicio-nes de contorno (como barreras de potencial) en las que la partícula libre deja de ser verdaderamente libre pero, por el contrario, tratable. Nosotros vamos a demostrar que para las partículas libres también existen esas con-diciones de contorno y que las mismas permiten (además de establecer las dimensiones de la caja virtual en la que se hayan inmersas) que el paquete de onda, en lo que se ha venido a llamar onda de materia, no sea sólo un ente matemático sino que obedece a una realidad física, que no es otra que la de la constitución esencial de la materia; y a demostrar relaciones que van más allá del problema inicialmente planteado.

1 Mediante el cálculo de residuos encontramos que el valor de la integral incluyendo el polo de 2º orden en z=0 es I=4π/b e I=0 sin incluirlo. Puesto que en el camino de integración queda incluida la mitad de la superficie de dicho polo, tenemos que en la misma I=2π/b.

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discusión

Tomemos nuevamente la función del paquete de ondas y calculemos sobre ella el valor de expectación de la energía, que coincidir con el valor de la partícula en reposo más el valor de la energía cinética (que son los que nos interesan como referencia) y, en consecuencia, con el valor de la energía total de una partícula libre. Esto es.

El integrando viene dado por

donde hemos conservado de la exponencial compleja [factor de fase ei[∆κ(vt-x)]] el término del argumento que da un carácter real al resultado.

El cálculo de la energía de un paquete de ondas conlleva un error derivado de la doble consideración de la variable x, por un lado distancia y por otro tamaño. Su cálculo exacto precisaría el tratamiento de las mismas variables espaciales como variables internas (ocultas) o geométricas, con un trata-miento similar al dedicado a los momentos de inercia en los sólidos rígidos, además, con el uso de esta variable espacial, el cálculo de la energía en-traña muchas dificultades y es difícilmente evaluable, cuando menos con respecto al valor de la energía cinética de la partícula, que conocemos en función de la velocidad de la misma, por lo que parece apropiado obtener el valor de expectación en función de la velocidad y para ello que el inte-grando de nuestra expresión sea sólo función de la misma.

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Nosotros no podemos relacionar ambas variables para todo x, no obstante, puesto que la función de ondas del paquete de ondas se anula prácticamente fuera del intervalo que representa el grupo, podemos decir que la probabilidad de que fuera de dicho intervalo se represente a una partícula (o que la partícula se encuentre fuera de dicho intervalo) y que fuera del mismo haya valores sig-nificativos de energía que contribuyan al valor medio de la misma, es casi nula, por lo que podemos restringir el cálculo del valor medio al intervalo del grupo sin que suponga restricción alguna o pérdida de generalidad. Por tanto:

De esta forma conseguimos equiparar la variable x que representa el despla-zamiento del grupo con el tamaño del propio grupo. Para x=0 (posición) y t=0 no estamos calculando la energía del paquete de ondas en el intervalo de integración para un desplazamiento del mismo (aunque éste exista, esto es, aunque pueda ser v≠0) sino el desplazamiento de la variable que repre-senta a la función del paquete de ondas a lo largo de toda su extensión. De esta forma x no es una distancia sino un tamaño (que podemos poner si queremos como ∆x) y, siendo un tamaño, puede estar referido a un tamaño propio (distancia propia) a través de las relaciones de Lorentz, que además nos transforma una variable en otra (v) de límites conocidos —en la conside-ración de que cualquier valor (vt-x) será un valor fijo a para alguna velocidad v (siéndolo, en particular, para t=0)—, y nos permite pasar de una descrip-ción ondulatoria a una corpuscular sobre la base de la primera.

Es decir, puesto que al ser t=cte

La integral resulta:

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Y con

El integrando queda como:

Resolviendo los términos de la integral nos queda una suma de integrales (ver anexo) de la siguiente forma:

Los dos primeros términos son, como se vio allí, el producto de primitivas aso-ciado al primer término de la separación de variables para los límites especifi-cados. Esta expresión podemos ponerla, haciendo φ =[∆K (a γ -1)] , como

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Ahora es el momento de reconsiderar la constante de normalización pues-to que la función de partida ha cambiado, siendo en este caso:

Su solución resulta fácil si nos fijamos que la función es la misma y que, lógi-camente, cambiando los límites a los que se imponen como nuevos límites infinitos (+c,-c) en la nueva variable, automáticamente la probabilidad de encontrar la partícula en ese nuevo espacio debe ser 1. Es decir:

Puesto que físicamente se cumple:

Con lo que obtenemos:

Resultado coherente con la realidad pues a un valor V le corresponde un valor +X y –X.

Siguiendo nuestro desarrollo, vemos que cada uno de los términos de la energía E se compone de una integral, un factor de fase [constituido como

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tal gracias al resultado del proceso de integración], y otro factor que iden-tificaremos si atendemos al resultado de la primera integral establecida entre V=0 y un V final:

Es decir, que la 1ª integral establecida entre esos límites describe la energía cinética relativista de la partícula y que, en consecuencia, el factor descono-cido se corresponde con la masa de la misma.

De la misma forma podemos desarrollar la segunda integral:

El resultado nos obliga a replantearnos dónde se desarrollan los límites energéticos de la onda y nos empuja a establecer, para que la integral ex-prese la energía total, que los límites de integración de esta integral estén entre V→C-ε y V=0, (en realidad, a lo que nos obliga la energía en reposo es a que el límite final de la integral sea V=0).

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Esto es, que la 2ª integral establecida entre esos límites describe la energía en reposo o de formación de la partícula. Es decir, que, una vez establecida y conocida la forma material de la masa, descrita anteriormente, y su co-rrespondencia con la forma macroscópica, esta integral describe el cambio de fase o diferente estado dinámico.

La 3ª integral, que detallaremos con posterioridad, carece de factor de fase.

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algunas consideraciones:

*Vemos que, aunque inicialmente tomamos los límites de integración y su-ma de energías como aquéllos en los que se desenvuelve el pulso como tal, el resultado nos demuestra que la onda sí diferencia de alguna forma entre uno y otro intervalo para desarrollar cada uno de los términos del balance energético. El proceso dado en el segundo término (que posterior-mente detallaremos), visto desde nuestro sistema se percibe como un des-doblamiento o una ramificación desde el punto V=0, pero es equivalente al desarrollado entre V=0 y V= C-ε por una cierta partícula mi en un cierto sistema que cumpla la relación relativista de la energía hasta alcanzar la masa en reposo para nuestro sistema (proceso que, por otra parte, se co-rresponde con la creación de un pulso a partir de una onda elemental de densidad cuasi-nula y con el desarrollo inicial de este trabajo), que luego se desenvuelve, atendiendo al primer término, como un determinado sistema inercial. El intervalo de dicho proceso para nuestro sistema iría entre V= -C+ε y V=0 por lo que el intervalo total sería (-C+ε, + C-ε) o de forma aproxi-mada (-c, +c) que pone de relieve que el desdoblamiento del intervalo de integración que se realizó para normalizar la función, era algo más que una posibilidad matemática.

*Como consecuencia del cambio de fase ocurrido en V=0 ya no podemos asegurar que la constante de normalización se corresponda con la obtenida puesto que está referida a un estado —el pulso— y a un estado de las varia-bles (a y b) que sólo se presenta en su estado final. En consecuencia tendre-mos que aplicar, salvo al primer término, una nueva constante que garantice la continuidad en V=0 del valor de la masa, con lo que tendremos:

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*Sabemos, y acabamos de ver, que la energía en reposo de una masa res-ponde a la expresión:

Que es una forma relacional de la masa definida en función de dos varia-bles que nada nos dicen de su constitución interna. Por otro lado, nosotros hemos resuelto que:

Que, de forma contraria, nos permite (Nuestra función) establecer una de-finición ostensiva de la masa, esto es, caracterizarla, concretar sus unidades y definirla desde un punto de vista distinto. En ella la masa obedece tam-bién a una forma relacional de la energía y la velocidad pero, en este ca-so, internas: la energía de la radiación elemental constituyente (la energía obedece a la expresión E= hν, para ν=1, como consecuencia de constituirse en un único pulso) y la velocidad residual al cuadrado (que más tarde co-mentaremos) del reposo alcanzado.

(A pesar de haber realizado un tratamiento ondulatorio, el término 1º de la energía cinética viene referido a la segunda definición porque por el 2º término ya se ha formado el corpúsculo, es esta particularidad la que nos ha permitido enlazar ambos tratamientos).

*Tenemos, por tanto que:

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Que nos da idea de en qué consiste el cambio de materialidad puesto en juego en la interfase: en este proceso, la mayor parte de la energía que llamamos de reposo, E=mC2, se emplea para la creación de la partícula (a modo de energía de enlace o formación) quedando una energía residual ε —de idéntica densidad energética (masa)— de la onda elemental. Es decir, que en el proceso de formación sólo una parte de energía residual perma-nece como energía libre respecto de la energía libre total (E) del sistema inicial. La primera definición habla de la densidad de energía libre (masa) de una onda libre y la segunda de densidad de energía libre (masa) de la propia masa (corpúsculo).

Pero vemos, por otro lado que, si bien es cierto que ésta última definición se compone de variables internas, ninguna de las dos definiciones de masa lo está con variables homogéneas, esto es, que para cada fase, a través de la masa, están relacionadas las variables de forma traspuesta: la energía de una onda y la velocidad (al cuadrado) de una partícula (pulso) con la energía de una partícula y la velocidad (al cuadrado) de una onda. Lo que nos da a pensar que la verdadera relación viene dada por una igualdad que relacione las variables en el mismo medio (fase) y que puede dar lu-gar a algún tipo de magnitud conservativa, que significamos como Energía Dinámica de Fase (ED), que pondere no sólo la energía sino su situación dinámica, esto es:

A partir de la misma, establecida como condición, podemos efectuar una recreación del cambio de fase o proceso por el cual una onda elemental se convierte en partícula. En dicho proceso pasamos de tener una onda ele-mental de energía ε y velocidad C, a encontrarnos con una partícula con energía E y una velocidad residual υ (cercana al reposo) como consecuencia de la concentración y refrenado de la onda original.

Si consideramos ambas velocidades inmersas en un espacio o campo de velo-cidades podemos pensar, además, que el proceso tiene un carácter bidimen-sional en el mismo por lo que, teniendo en cuenta la tridimensionalidad —al menos de la partícula, o estado final—, podemos suponer que una tercera dimensión queda inalterada en el proceso, caracterizada por una velocidad C

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que no sufre alteración en el mismo, de lo que se desprendería que la partí-cula no pierde totalmente el carácter ondulatorio inicial, es decir que aunque se haya constreñido sigue teniendo una conexión en el intervalo [+∞,- ∞] original. Lo que estamos diciendo en realidad —más allá del planteamien-to anterior— es que todos los grados de libertad no tienen porqué quedar constreñidos en el proceso de formación y que la densidad de energía libre asociada a la masa en verdad podría ser una densidad de energía libre de una onda libre asociada a la misma y con esto que la energía residual sería la de otra onda (por supuesto con la misma densidad de energía o masa) no implicada en el proceso de formación o sometida en él. Esta energía de la onda libre asociada a la masa no implicada en el proceso de formación no sería otra, naturalmente, que la energía cinética del sistema.

*Por último, resaltamos también que nuestra ecuación energética, gracias al factor de fase, contiene más información que la expresión clásica rela-tivista, y describe con más rigor el proceso desarrollado; que pasamos a analizar.

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el modelo estándar

lePtones

Hasta ahora hemos encontrado que la expresión de la energía de la función de onda, regida por a y b, se corresponde con la de una partícula que res-ponda a los mismos parámetros.

Y, en consecuencia, que la fase [Sin (φ)] toma la forma:

Pero no hemos desarrollado todavía ninguna condición física, o de contor-no, que, tal como anticipábamos, nos permita definir dichos parámetros. Lo haremos mediante el siguiente postulado.

POSTULADO: Cuando el factor de fase [sen (φ)] que contiene la energía cinética de las partículas se anula se producen las transiciones entre las di-ferentes generaciones de las familias de partículas elementales (cambio de fase). En particular postulamos que cuando se produce este cambio de fase la energía cinética cae a cero y toda ella se redistribuye en la constitución de la nueva partícula, consecuencia de que tanto la masa como su energía cinética derivan de la misma realidad física. En consecuencia, se cumple secuencialmente:

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Calculemos b apoyados en el conocimiento que tenemos de la 1ª transición (para 2π).

me = 5.11 10 -4 Gev/C2 ⇒ δ =3.32 10–2 (de la definición de δ)

mu= 0.1056 GeV/C2 ⇒ γ = 207 ⇒ γ -1 = 4.83 10–3

Del factor de fase obtenemos que 2b-2/3 = 39182 ⇒ b= 3.64 10 –7

Demostramos que se cumple en la 2ª (para 4π).

mu=0.1056 GeV/C2 ⇒ δ =5.56 10–3 (de la definición de δ)

Con 2b-2/3 = 39182 ⇒ γ -1 = 5.7 10–2 ⇒ γ =17.33 ⇒ mt= 1.83 GeV/C2

Que nos permite calcular el tamaño de los pulsos de los leptones de cada generación.

ae = 2.37 10–4 au = 4.00 10–5 at = 1.54 10–5

Algunas consideraciones

En primer lugar, remarcar que cuando hablamos de tamaño de los pulsos (calculados grosso modo), estamos hablando de la distancia que encierra a toda oscilación del mismo, es decir, de todo el espacio con algún valor energético. Luego, en virtud de las características de la onda original, esto es, de la longitud de coherencia, se configurará la parte principal como un rayo en X=0.

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Estos cambios de fase son los que nos permiten hablar cada 2π de una generación y los que nos permitieron desconsiderar el intervalo (-C+ε ,0) en la normalización pues, como se dijo, ese intervalo es en realidad una fase distinta (la generación 0) y V=0 la velocidad de cambio de fase (que es próxima a C en el entorno de dicha fase).

Como dijimos, en el reposo, sea el usual o el alcanzado en los cambios de fase, existe una velocidad residual del pulso, es decir, que no existen esta-dos materiales con V=0. Esto se debe a que dichos estados están reservados al transito y a que dicho tránsito obedece a un proceso inverso al consen-suado, esto es, en el que la energía cinética cae a cero y como consecuencia se hace V=0.

Podemos darnos cuenta que henos introducido un pequeño error en la normalización. Nosotros equiparamos la integral en el límite + con el límite en +C en el espacio de velocidades y ahora hemos descubierto que esta última normalización de debe efectuar a un cierto límite +C-ε ≅ 0.99758 C que es en el que se produce la transición, equiparable a unos ciertos límites espaciales X>>0 y X<<0 en muchos órdenes pero diferente a ±∞.

Esta nueva igualdad es la que nos permitirá calcular la longitud real de la onda de partida, tal como presentamos inicialmente.

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resto de PartÍculas: generalización

Hemos visto, por tanto, que la función de onda correspondiente a estas partículas que ha generado todo nuestro desarrollo es:

Que podemos poner de forma más general como:

Siendo q el valor de la carga eléctrica y el desfase inicial, y a la que llama-mos función de onda generalizada.

POSTULADO: Todas las partículas elementales del modelo estándar se co-rresponden y, por tanto, son representables, con una única función de on-da generalizada definida para un valor apropiado de la carga eléctrica q.

Para que este postulado sea cierto debemos efectuar el mismo tratamiento para q = -1/3 y q =2/3, demostrar que expresa la energía de la partícula y que su factor de fase cumple el postulado primero. El caso de los leptones, para q=-1 y ϕ=0, ya se ha visto que lo cumple.

Veamos las otras partículas:

Quark de carga 2/3

Desarrollando la función para q= 2/3 y ϕ= 0, encontramos una expresión similar para la energía salvo en el factor de fase y un factor que altera el

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término de formación de la partícula, que sin duda debe dar cuenta de la diferente situación final que ésta pueda alcanzar.

Nosotros nos quedamos en el término correspondiente a la energía cinética para realizar un análisis similar al desarrollado con los leptones. Dado que sigue siendo.

Y

Y con esto:

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que cumple:

Calculemos b apoyados en el conocimiento que tenemos de la 1ª transición (para 2 π)2.

mu = 4 .8 10–3 Gev/C2 ⇒ δ =1.79 10–2 (de la definición de δ)

mc=1.4 GeV/C2 ⇒ γ = 291 ⇒ γ -1 = 3.42 10–3

Del factor de fase obtenemos que 2b-2/3 = 1034 ⇒ b= 8.50 10–5

Demostramos que se cumple en la 2ª (para 4π).

mc =1.4 GeV/C2 ⇒ δ =2.7 10–3 (de la definición de δ)

Con 2 b -2/3 = 1034 ⇒ γ -1 = 8.0 10–3 ⇒ γ =124.3 ⇒ mt= 174 GeV/C2

Que nos permite calcular el tamaño de los pulsos de los leptones de cada generación.

au = 7.87 10–4 ac = 1.18 10–4 at = 2.38 10–5

Quark de carga -1/3

2 En este caso, puesto que experimentalmente no se conoce valores exactos, no podre-mos nada más que ajustar los valores dentro de los intervalos pudiéndose, sin embargo, estrechar dichos intervalos por las condiciones que unas transiciones imponen a las otras.

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Desarrollando la función para q= -1/3 y ϕ= -4π, encontramos una expresión similar a la anterior.

Igualmente, nos quedamos en el análisis correspondiente a la energía ciné-tica.

Y

Y con esto:

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que cumple para la primera transición:

Y, en consecuencia:

Calculemos b apoyados en el conocimiento que tenemos de la 1ª transición (para 6π).

md = 0 .006 Gev/C2 ⇒ δ =2.00 10–2 (de la definición de δ)

ms = 0.14 GeV/C2 ⇒ γ = 23.3 ⇒ γ -1 = 0.0428

Del factor de fase obtenemos que 2b-2/3 = 7802419 ⇒ b= 1.29 10–4

Demostramos que se cumple en la 2ª (para 4π).

ms=0.214 GeV/C2 ⇒ δ =7.34 10–3 (de la definición de δ)

Con 2b-2/3 = 7802419 ⇒ γ -1 = 3.46 10–3 ⇒ γ =28.87 ⇒ mb= 4.04 GeV/C2

Que nos permite calcular el tamaño de los pulsos de los leptones de cada generación.

au = 1.01 10–5 ac = 3.53 10–6 ab = 1.15 10–6

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neutrinos

Ahora es el momento de volver sobre la 3ª integral que, como dijimos, ca-rece de factor de fase. Este hecho tiene varias consecuencias. Por un lado arreglo al último postulado, el hecho de no tener fase implica que no tiene carga eléctrica, por otro lado si la fase se entiende como un punto en el intervalo (0, 2π) en correspondencia con una determinada velocidad, no existe ese punto, es decir, que la fase se encuentra fija a la unidad que se corresponde al valor 2π, que se corresponde con la velocidad +C-ε del cam-bio de fase anterior. Por tanto, la partícula en cuestión tiene una velocidad cercana a la de la luz y está ajena al incremento inercial de su masa. Obvia-mente, la descripción se corresponde con la de una partícula de comporta-miento fotónico como el neutrino. Puesto que:

Datos muy acordes con los establecidos experimentalmente como máximos.

Que en la formación del paquete de ondas se genere el electrón y un an-tineutrino (que naturalmente sigue una trayectoria independiente) explica de forma natural que en los decaimientos (que hacen tránsito en dichos paquetes) se formen las partículas y antipartículas correspondientes.

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relatividad

Nos queda por aplicar el principio de relatividad Sea un sistema S, un siste-ma S’ y un sistema S” en el que se encuentra la partícula que se dispone a realizar el cambio de fase, a la velocidad de transición respecto del sistema S, para quedar finalmente en reposo respecto de dicho sistema S. Sea la si-tuación con subíndice 2 la del estado posterior y 1 la del anterior al cambio. Sea m0 y m1 las masas de las partículas antes y después del cambio de fase. Y sean los subíndices α, β y los que relacionan, respectivamente, los sistemas S’ con S, S” con S y S” con S’.

Es decir, el balance energético es el mismo en los dos sistemas.

No obstante todo parece indicar que cuando se produce la transición desde un sistema se debe producir para todos los sistemas aunque en cada uno de ellos aparezca con diferente velocidad para compensar dicho balance y, en consecuencia, que podría presentarse un sistema en el que se alcance el reposo como resultado final y otros en el que el resultado final conlleve cierto movimiento relativo, diferenciando unos sistemas inerciales de otros: y es cierto. Si recordamos cuando hablábamos de los neutrinos dijimos que no teniendo fase presentaba un comportamiento fotónico, esto es, no pre-

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sentaba una masa inercial ni una velocidad definida pues estando entre fases se encuentra a la velocidad más baja de una y la más alta de la ante-rior. Todo esto como consecuencia de carecer de factor de fase. Para poder transitar de una fase a otra hay que conocer dónde se está y el neutrino no tiene ese dato: no tiene memoria. Esa memoria sí la tiene el resto de las partículas con el factor de fase. Entre las partículas, prescindiendo del factor de fase no puede haber nada más que una velocidad relativa, pero cada una de ellas sí tiene constancia de qué velocidad tiene con respecto a su propio reposo alcanzado cuando cambio de fase.

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conclusión

Mediante este último postulado hemos efectuado una representación fí-sico-matemática del modelo estándar, pero en realidad hemos hecho algo más pues se ha desarrollado una teoría cinética de la materia y, en un senti-do más esencial, se ha realizado una síntesis de las teoría ondulatoria y cor-pusculares al ser representadas ambas con un único elemento: la función de onda generalizada, y, en consecuencia, una síntesis de las dos realidades representadas. Por otro lado, se ha demostrado que las ondas que represen-tan las partículas libres no son ondas viajeras sino ondas con una longitud de coherencia finita, que constituyen la verdadera base, los autoestados, del espacio de funciones, y que dichos autoestados, siendo normalizables representan estados físicos, tan físicos —diríamos tangibles— como las par-tículas libres que generan.

En un sentido más particular hemos demostrado la transición entre genera-ciones, la relación entre la masa de los leptones y de éstos con los neutrinos asociados a los mismos en un proceso de formación que involucra a ambos en lo que podríamos entender como la transición desde una generación (0) inicial. Este proceso de formación es propiamente la creación de la masa en reposo como tal, que justifica que en la ecuación de la energía E=mC2 puedan convivir magnitudes ondulatorias (C2) y corpusculares (m) al ser esta relación nada más que una relación cruzada (de proporcionalidad) de otra relación (homogénea) más fundamental, derivada de una definición esen-cial de masa.

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anexo

Vamos a calcular la integral que deriva del integrando:

que, como vemos, consta de tres términos, a los que nombraremos de for-ma cardinal, como 1, 2 y 3.

Término 1

como

tenemos

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Hemos obtenido dos términos. El término 1-1 es parte de la solución ge-neral, el 1-2 tiene la misma forma que el término 2, que, sumado a aquel, pasaremos a analizar.

Término 2 (incluye el 1-2)

Luego

como

tenemos

Hemos obtenido los términos 2-1 y 2-2. Del término 2-1 posteriormente ha-remos referencia, ahora pasaremos a analizar el 2-2

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Término 2-2

como

y

Tenemos

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Hemos obtenido tres términos. El término 2-2-1 (que hemos dejado de for-ma implícita) es parte de la solución general. Ahora pasamos a analizar los otros términos.

Término 2-2-2

efectuando el cambio

nuestra integral queda:

En donde aparecen 4 términos. El término 2-2-2-4 no obedece a la forma (C2) sino a (C) por lo que no representa un valor apreciable de energía. El término 2-2-2-3 se anula con el término 2-1. El término2-2-2-2 pasa a la so-lución general. Del término 2-2-2-1 haremos referencia cuando analicemos el 2-2-3.

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Término 2-2-3

haciendo

Tenemos

que se anula con el término 2-2-2-1.

Término 3

como

y

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Tenemos

Vemos que 3-1 no obedece a la forma (C2) sino a la (C) por lo que no represen-ta un valor apreciable de energía. Del término 3-2, si sacamos la parte logarít-mica para facilitar la integración, obtenemos (como desigualdad) un término que obedece a la forma (C), por lo que también lo desconsideramos.

Tenemos por tanto:

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La cosa per se

sobre el esPacio y el tiemPo

Partiendo de la estructura que hace Kant del conocimiento —que más tarde rectificaremos y puntualizaremos convenientemente— podemos decir que nuestra mente, mediante la facultad de la sensibilidad, recibe impresiones o sensaciones que nos son dadas a través de los sentidos. De esta forma, los datos empíricos u objetos del exterior se presentan a nuestra sensibilidad en forma de impresión. El dato empírico, lo dado, ese objeto de la expe-riencia, aunque es diverso, contingente y sin orden se presenta unificado y ordenado bajo unas coordenadas espacio-temporal, que son formas puras a priori de la sensibilidad. Esta ordenación espacio-temporal (lo puesto) es fundamento suficiente para que, lo dado, las cosas en sí (noumeno) —que de otra forma no conoceríamos— se nos presenten como fenómenos que son los objetos que se nos aparecen finalmente a nuestra sensibilidad. En consecuencia, el cognoscente (nosotros) es un sujeto activo que introduce su propia estructura (el espacio y el tiempo) en la realidad en el acto de co-nocer. En el fenómeno —dice Kant—, llamo materia a lo que corresponde a la sensación; pero lo que hace que lo múltiple del fenómeno pueda ser ordenado en ciertas relaciones, llámolo la forma del fenómeno.

Pero esos fenómenos (objetos ordenados), sin otra ordenación, aquélla que se produce bajo unidades categoriales o conceptos procurada por la fa-cultad del entendimiento, no suponen conocimiento alguno, es decir, que una vez que obtenemos un dato tenemos que disponer de un sistema (el entendimiento) en el que el mismo deje de ser mero dato para ser conoci-miento: las intuiciones sin conceptos son ciegas, dice Kant. Estas categorías (posibilidad, existencia, totalidad, etc.) son esos conceptos puros o formas puras a priori del entendimiento.

Mas podemos reducir a juicios todas las acciones del entendimiento, de modo que el entendimiento en general puede representarse como una facultad de juzgar —dice Kant—. Pensar es conocer por los conceptos predicados en los juicios (enlazar el concepto del sujeto con el concepto del predicado). Pero los juicios analíticos a priori (antes de la experiencia) como «un triángulo tiene tres ángulos» aunque son universales no aporta

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conocimiento pues lo que se predica «tres ángulos» ya está contenido en el sujeto, y los juicios sintéticos a posteriori (después de la experiencia) co-mo «los cuerpos pesan» no son universales porque si bien el hecho de pe-sar aporta algo diferente al concepto de cuerpo, tendría que considerar todos los cuerpos para establecer semejante afirmación. Kant define co-mo juicios sintéticos a priori —que son los juicios de las ciencias— aquellos juicios universales que aportan conocimiento, es decir, que en el predica-do del juicio se dice algo no contenido en el sujeto; y se pregunta por có-mo son posibles en ellas, esto es, que partiendo de su hallazgo, tiene que buscar una solución a un problema que él mismo enuncia así: «Pero en los juicios sintéticos a priori falta enteramente esa ayuda (de la experiencia). Si he de salir del concepto A (el sujeto) para conocer otro B (lo que se pre-dica del sujeto), como enlazado con él, ¿en qué me apoyo? ¿Mediante qué es posible la síntesis, ya que aquí no tengo la ventaja de volverme hacia el campo de la experiencia para buscarlo?» ;entendiendo que no existe esa experiencia precisamente por el carácter apriorísticos de los mismos. Y establece finalmente que los juicios sintéticos a priori son posibles en la matemática porque contamos con el espacio y el tiempo como intuiciones a priori de la sensibilidad mientras que en la Física son posibles porque se apoya en estas leyes del entendimiento (en las categorías como formas a priori del entendimiento).

Parecería a primera vista que en virtud del pensamiento, ya citado, «los jui-cios sintéticos a priori son posibles en la matemática porque contamos con el espacio y el tiempo como intuiciones a priori de la sensibilidad» que los juicios matemáticos sí necesitasen de un escenario o de un soporte ajeno a ellos —las intuiciones de la sensibilidad como fundamento (ésta, en reali-dad, es la tesis de Kant)— pero nada más lejos de la verdad, como veremos, pues el enunciado en sí no es nada más que la solución equivocada (sólo tendríamos que ver que la universalidad que se alcanzaría en un sentido se perdería por la subjetividad del cognoscente) a un problema planteado también equivocadamente. Pongamos un ejemplo.Supongamos que tengo dos tacos de madera o piezas cúbicas (dos dados) que quiero meter en una caja rectangular. Así expuesto, para saber si puedo hacerlo, no queda más remedio que comprobarlo, es decir, acudir a la experiencia del fenómeno que quiero validar. ¿Podré, una vez que lo he realizado con éxito, asegurar que yo puedo meter con éxito, en sucesivas ocasiones, los tacos en la caja? ¿Lo podré decir para otros dos tacos que tengo al lado? En el primer caso contestaré que sí porque sé que las condiciones iniciales son las mismas —no vario la experiencia— y que, puesto que la experiencia es la misma, no habrá cambio. En el segundo caso no puedo asegurar que las condiciones iniciales sean las mismas, (el tamaño de los tacos puede variar una micra, imperceptible, pero suficiente para que no quepa) y, por tanto, que pueda repetir la experiencia con éxito. ¿Qué puedo hacer para universalizar la experiencia? Para universalizar la experiencia lo

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que puedo hacer es universalizar las condiciones iniciales, efectuar una síntesis sobre ellas (reducción), esto es, ponerlas de forma analítica, de esta forma no nos llevaremos a enga-ño en cuanto a las dimensiones. En el ejemplo puesto, es tanto como decir que dos tacos de la mitad del tamaño de la caja rectangular cabrán en ella de forma irreprochable. Hemos hecho lo que se ha venido en llamar un juicio sintético a priori ½ + ½= 1, cuando, en realidad, la verdad del mismo, su esencia, es que en segunda instancia es universal a posteriori puesto que para saber que el resultado es 1 lo he tenido que realizar (a poste-riori) al menos en una ocasión. Siendo a posteriori ya sabemos que es sintético, esto es, que aporta conocimiento, pero lo que le da el carácter universal no es el carácter aprio-rístico del juicio (Kant sacrificó el carácter aposteriorístico del juicio sintético por darle la universalidad de los apriorísticos) sino el de las condiciones iniciales que he puesto de forma analítica y, por tanto, de forma inequívoca. En buena medida, he ido reduciendo las condiciones iniciales de mi experiencia a unas condiciones irreductibles e invariantes (dos tacos, dos tacos iguales, dos cosas de mitad de tamaño del continente, dos mitades de una unidad) y ya cuando lo he conseguido —por conseguirlo— puedo asegurar que aquel resultado que obtenga en una experiencia es válido para cualquier experiencia en esas condiciones. De hecho, Kant, en el epígrafe en el que trataba de mostrar que todos los juicios aritméticos son sintéticos, dice:

Que 5 ha de añadirse a 7, es cierto que lo he pensado en el concepto de una suma = 7 + 5; pero no que esa suma sea igual al número 12. La proposición aritmética es, por tanto, siempre sintética y de esto se convence uno con tanta mayor claridad cuanto mayores son los números que se toman, pues entonces se advierte claramente que por muchas vueltas que le demos a nuestros conceptos, no podemos nunca encontrar la suma por medio del mero análisis de nuestros conceptos y sin ayuda de la intuición

En donde, en realidad, lo que se pone de manifiesto es que el resultado lo obtengo sólo después de haber realizado la suma a partir de las unidades irreductibles de los suman-dos; pues, que, además, es sintético, resulta obvio, sobre todo cuando utilizamos números grandes sobre los que desconocemos el resultado. Dicho de otro modo, que es sintético lo sé simplemente sabiendo que no sé cuál es el resultado (éste no está implicado en el sujeto) y que es a posteriori lo concibo averiguando el resultado tras la operación. Queda claro pues que lo que hace que yo pueda decir B de A es la experiencia pues en alguna ocasión tengo que comprobar que se da B (por lo que es a posteriori) pero lo que le da el carácter universal o necesario al juicio son las condiciones iniciales irreductibles que ha-cen que el mismo siempre sea el mismo juicio (y no un carácter apriorístico que haría que el mismo fuera a priori y a posteriori a la vez). Kant, luego, en los axiomas de la intuición cae en la cuenta, y dice:

En cambio las proposiciones evidentes de la relación numérica, si bien son sintéticas, no son universales, como las de la geometría, y por eso no pueden llamarse axiomas, sino fórmulas numéricas. La proposición: 7 + 5 = 12 no es analítica. Pues ni en la representa-ción de 7, ni en la de 5, ni en la representación de la composición de ambas pienso yo el número 12; no se trata aquí de que yo deba pensarlo en la adición de ambas, pues en la proposición analítica la cuestión es sólo la de si yo pienso realmente el predicado en la representación del sujeto. Pero aunque sintética, es, sin embargo, una proposición particular. Por cuanto se atiende aquí sólo a la síntesis de lo semejante (las unidades), no puede la síntesis ocurrir más que de una única manera, aunque el uso de esos números es luego universal (que, como veremos, se adscriben en realidad a los conceptos del enten-dimiento, puesto que a todo N que se le sume 1 resulta N+1).

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Los juicios sintéticos a posteriori no pueden ser esencialmente (en primera instancia) universales porque este carácter universal se alcanza del carácter apriorístico del mismo que es antitético al aposteriorístico, pero nada nos impide efectuar ese juicio para un sujeto en particular y, por tanto, asegu-rar que es universal para ese sujeto. Con esto podemos decir que todos los juicios sintéticos que son a posteriori siguen siendo juicios a posteriori ya que la certeza universal de los mismos no se encuentra en un enlace qui-mérico entre sujeto y predicado ni en el carácter apriorístico del juicio sino en la reducción analítica del sujeto. Los primeros de estos juicios (aquéllos esenciales del entendimiento y de la lógica) se nos presentan como juicios categóricos e indemostrables y como producto de la intuición cuando la intuición en realidad lo que hace es captar (de forma intuitiva) una verdad irreductible —como veremos— porque los elementos iniciales de la afir-mación lo son. Kant, obligado a darle un carácter apriorístico al juicio se ve obligado a prescindir de la experiencia para formular el mismo y con esto obligado a extraer los elementos de ordenación (el espacio y el tiempo) —que después analizaremos— fuera de la misma, en forma de formas pu-ras a priori.

Las Matemáticas se construyen así, parto de unas condiciones iniciales irre-ductibles que son de una parte los números y los axiomas del análisis ma-temático (propiedad asociativa, conmutativa, elemento neutro, etc.) que, como axiomas, decimos que se cumplen o no para un determinado grupo o disposición de elementos (los números reales, racionales, etc.), y que en virtud de ello se constituyen en sistemas matemáticos de una clase u otra (cuerpo ordenado de los números reales, anillos), y de otra los axiomas de la geometría euclídea. Una vez establecidas (reducidas) las condiciones inicia-les, aquello que yo construya con ellas (precisamente por estar construidas por ellas) adopta el mismo carácter analítico o universal, en consecuencia, como síntesis y extensión de un juicio sintético a posteriori construimos un juicio analítico a posteriori, que es universal y sintético.Como se pone de manifiesto en lo que sigue: «Que la línea recta —dice Kant— es la (distancia-línea) más corta entre dos puntos, es una proposición sintética. Pues mi con-cepto de recta no encierra nada de magnitud, sino sólo una cualidad. El concepto de lo más corto es enteramente añadido y no puede sacarse, por medio de ningún análisis, del concepto de línea recta; la intuición tiene pues que venir aquí a ayudarnos y por medio de ella tan sólo es posible la síntesis». Nuevamente esta intuición —según Kant— haría de este juicio sintético algo universal. Vemos que sobre esta sentencia no se cuestiona que podamos saber que esa distancia sea la más corta sino (lo que se omite) que podamos saber qué es una distancia, esto es, mediante el juicio tratamos de unir la magnitud o el concepto de tamaño a la cosa. Es decir, que la palabra recta deja de tener una definición meramente geométrica para tener una topológica y, en esencia, la cuestión de Kant es-triba en este hecho, en esta comprensión: «¿Cómo se puede matematizar la geometría?».

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Esto nos lo posibilita la identificación, la representación o equivalencia entre dos cosas iguales: la variable continua (con su continuo de valores que identificamos como puntos) y el continuo de puntos de la recta que identificamos con valores. En este hecho se apoya la geometría analítica. En este hecho y en el concepto de métrica o topología asociada a un espacio que nos relaciona unos puntos del mismo con uno único al que llamamos medida y que se corresponde (en este caso, con la topología euclídea, como caso particu-lar) con la experiencia que tenemos de medida (como no podía ser de otro modo por lo ya dicho de las matemáticas como soporte). Pero la topología es un concepto sobre unos puntos (decimos los del espacio) lo mismo que la suma es un concepto sobre unos puntos (los números). En este sentido, cuando hago una medida estoy realizando una operación (la diferencia entre dos marcas extremas —llevado al caso más sencillo) que tengo que efectuar para obtener un resultado, y ésta como en el caso de la suma tengo que ha-cerlo para obtener dicho resultado. Vemos pues que podemos hablar de magnitud por una construcción conceptual o una equivalencia formal entre el sistema dimensionado o dimensionable de los números y otro que estructuralmente es equivalente. Sobre esta base, cualquier afirmación, como la de que esa distancia, además, sea la más corta, no deja de ser una construcción sobre condiciones iniciales irreductibles.

Análoga cuestión se plantea cuando trata de unir la experiencia con los conceptos puros del entendimiento. Kant encuentra que sólo median-te las categorías puede ser pensado un objeto de la experiencia (igual que sólo mediante el espacio y el tiempo puede ser percibido) porque éstas son las formas puras a priori del entendimiento. Por consiguiente —transcribiendo sus palabras— la validez objetiva de las categorías, como conceptos a priori, descansará en que sólo por ellas es posible la experiencia (según la forma del pensar), es decir, que ellas contie-nen los fundamentos de la posibilidad de toda experiencia en general. Kant se pregunta cómo condiciones subjetivas del pensar han de tener validez objetiva, es decir, deben ofrecer condiciones de la posibilidad de todo conocimiento de los objetos. Con ella está expresando una cuestión más fundamental, a saber: que si las categorías están al mar-gen de la experiencia (son a priori) cómo es posible que sea totalmen-te coincidente con ésta. Esto es posible —dice— porque el espacio y el tiempo no sólo son formas de la intuición sensible a priori que dan forma —además— a la síntesis de la aprehensión de lo múltiple del fenómeno, sino que son intuiciones en sí mismas en las que se da la unidad de ese múltiple. Donde vemos que a pesar de haber limitado el carácter del espacio y del tiempo a la de formas puras a priori (necesi-tado del carácter apriorístico de los mismos) más tarde se ve obligado a darles otro, derivado del fenómeno —justo lo que combate.Kant, en este sentido dice: En cambio, los que sostienen la realidad absoluta del espacio y del tiempo, admítanla como subsistente o solo inherente, tienen que hallarse en con-tradicción con los principios de la experiencia misma. Pues, si se deciden por lo primero (partido que generalmente adoptan los que investigan matemáticamente la naturaleza), tienen que admitir dos nadas eternas, infinitas, existentes por sí (el espacio y el tiempo)

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que existen (sin que, sin embargo, ninguna realidad exista) sólo para comprender dentro de sí todo lo real. Si se deciden por el segundo partido (al cual pertenecen algunos que investigan metafísicamente la naturaleza) y consideran el espacio y el tiempo como rela-ciones de los fenómenos (al lado o después unos de otros) abstraídas de la experiencia, si bien confusamente representadas en la separación, entonces tienen que negar a las teo-rías matemáticas a priori, en lo que se refiere a cosas reales (v. g. en el espacio) su validez o, al menos, la certeza apodíctica (ya hemos visto los analíticos a posteriori que da cober-tura a este tema e invalida la objeción). Los segundos ganan, es cierto, en lo que a esto último se refiere, puesto que las representaciones de espacio y tiempo no les cierran el camino cuando quieren juzgar de los objetos no como fenómenos, sino sólo en relación al entendimiento; mas, en cambio, ni pueden señalar el fundamento de la posibilidad de conocimientos matemáticos a priori (ya que les falta una intuición a priori verdadera y con valor objetivo), ni poner las leyes de la experiencia en necesaria concordancia con aquellas afirmaciones.

Aunque Kant habla del espacio y del tiempo como intuiciones puras sólo hace uso de hecho del espacio para el fundamento de los juicios sintéticos a priori en la matemática —no del tiempo— y luego cuando fundamenta estos juicios en la Física lo hace del tiempo (ya veremos que de la determi-nación trascendental del tiempo) —no del espacio— para establecer unos principios del entendimiento puro de los que los axiomas de la intuición y las anticipaciones de la percepción conforman la sección matemática de los mismos, esto es, la axiomática de la teoría de los números, ya referida. Es decir, que aunque habla de espacio y tiempo como intuiciones puras a priori y de los mismos como intuiciones a priori (no puras) sólo utiliza —en el sentido que él les da— como intuición pura el espacio y como intuición no pura el tiempo. Digo en el sentido que él les da porque en realidad, y teniendo en cuenta que las intuiciones no son exactamente conceptos (tal como indica Kant) sino más bien la percepción de ese conjunto de axiomas o condiciones irreductibles (representaciones), si el conjunto de condiciones percibidas derivan de la reducción de la realidad dicha intuición deja de ser pura, en consecuencia, como intuición pura se restringirían al pensamiento intimo o aprehensión de la síntesis de dicho conjunto, esto es, a una intui-ción pura condicionada.

La intuición del espacio y del tiempo hace —según él— que la unidad sin-tética de ese múltiple pueda estar al mismo tiempo a priori y pueda servir de fundamento a toda aprehensión, es decir, al enlace con la conciencia, que se hace conforme a las categorías (las categorías —en este caso— por el lado del entendimiento, contienen los fundamentos de la posibilidad de toda experiencia en general), que es tanto como decir que las categorías no sólo son el fundamento para el entendimiento de la experiencia sino que ese entendimiento se establece a través de la percepción porque está subsumida en el espacio y el tiempo, por lo que le es aplicable la misma re-

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ducción, válida para cualquier experiencia (que A es B no sólo lo entiendo sino que lo percibo).

Pero él encuentra (veremos que erróneamente, porque parte de un error) que existe una distancia insalvable entre una categoría y aquello sobre lo que ésta se aplica (es decir, entre el concepto y la sensación) y se precisa, por tanto, de un tercer elemento, que haga de nexo entre ambas, este elemento es lo que él llama el esquema de los conceptos puros del en-tendimiento y no es otra que la determinación transcendental del tiempo. Una categoría, al ser sometida a la determinación trascendental del tiempo (esto es, trascender de una determinación en el tiempo a otra totalmente contradictoria y encerrar con ello lo múltiple en una unidad sintética) se convierte en esquema y como esquema puede aplicarse a los objetos de la intuición. La condición bajo la cual una categoría puede dar reglas para conceptos empíricos es que esté esquematizada, es decir, que se someta a la determinación trascendental del tiempo. De esta forma la aplicación de la categoría a los fenómenos es posible porque quedan subsumidos en ésta a través de un esquema de la misma, establecido por la determinación trascendental del tiempo. Los esquemas pues —dice en una serie de citas casi literales— no son nada más que determinaciones a priori del tiempo, según reglas, y éstas, según el orden de las categorías, se refieren a la serie del tiempo, al contenido del tiempo, a la ordenación del tiempo y por úl-timo al conjunto del tiempo, con respecto a todos los objetos posibles. En este sentido —sigue—, el esquema puro de la magnitud (cantidad), como concepto del entendimiento, es el número, que es una representación que comprende la adición sucesiva de uno a uno (homogéneo). Así —conclu-ye— el número no es otra cosa que la unidad de la síntesis de lo múltiple de una intuición homogénea en general, por la cual produzco yo el tiempo mismo en la aprehensión de la intuición.

Vemos que, además de volver a tomar el tiempo como algo inherente, prac-tica una reducción (unidad de la síntesis de lo múltiple) sobre él, esto es, advierte en él sus unidades irreductibles, si bien es cierto que este esquema no se realiza en realidad sobre lo entendido sino sobre lo percibido, esto es, sobre la unidad y multiplicidad de las cosas (a la que llamo elementos) que obtengo de su percepción y sobre la que puedo fabricar conceptos como el de cantidad.Aunque hemos tratado la magnitud como caso particular se puede efectuar análogo comentario para las otras categorías. En concreto para la categoría de causalidad que ha tomado forma de Principio precisamente por no haber una conexión clara entre la experiencia y ese concepto puro del entendimiento. Si nosotros decimos que «todo efecto tiene una causa» no podremos hacer nada para demostrar la certeza de nuestro juicio y lo tomaremos —o no— como axioma o verdad fundamental e incuestionable

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de la naturaleza, pero la dificultad de la demostración no radica en lo que se dice sino en cómo se dice porque no conocemos ni todo efecto ni toda causa de esta implicación. En cambio que «una no-causa implica un no-efecto» si podemos afirmarlo porque nos basta con ver una no-causa y comprobar que tiene como consecuencia un no-efecto (a posteriori), para poder afirmar posteriormente lo propio para todas las no-causas puesto que mientras que existen diferentes clases de causas o formas diferentes del ser de éstas no existe nada más que una clase de no-causa (reducción), es decir, que la ausencia de cualquier clase de causa es la misma no-causa. Con esto hemos llevado a condiciones irreductibles una afirmación y ésta última es la afirmación necesaria para la demostración «al absurdo» de la primera, esto es: que cualquier efecto tiene que im-plicar una causa porque si implicara una no-causa se ve que ésta implica un no-efecto. Vemos que la misma razón que conecta la experiencia con la categoría —las condicio-nes iniciales irreductibles— justifica la legalidad del Principio (al menos en cuanto a su determinación en el tiempo que, no obstante, trataremos más adelante desde una perspectiva más amplia y minuciosa), y, como veremos en lo que sigue, el fundamento de todas ellas.

En primera instancia, cuando tratamos de analizar algo que se nos presenta tenemos que delimitar, tanto si hablamos de su esencia como si lo hacemos de uno de sus atribu-tos, si es. Así decimos —ésta es la cualidad de la cosa— que una cosa (A) ES, que no-ES, o alcanzamos un conocimiento parcial de la misma sobre lo que ES a través de nuestro conocimiento de lo que no-ES. Una vez que sabemos que A ES (si obtuvimos que A no-ES termina el análisis) nos preguntamos si A es UNA cosa, es TODA cosa o es PARTE de una cosa (en el caso de los juicios diríamos todo A, algún A), es decir, entraríamos a valorar desde unos criterios de cantidad (ya vistos con la magnitud). En las categorías de relación vemos que lo fundamental es cómo entendemos —de forma irreductible— que se rela-cionan las cosas. En primera instancia podemos hacer una clasificación previa en la que las cosas se diferencian una de otras en que o se relacionan o no se relacionan. Todas las cosas, en cuanto que SON, se relacionan, porque, cuando menos, se relacionan consigo mismas. Nosotros entendemos que las cosas se relacionan consigo mismas, es decir, que A se relaciona con A o con sus características. Dicho de otra manera A implica algo en A. Ese implicar algo en A es sólo A y las características de A, y esto, sin poder salir de A, nos lleva a la idea de substancia, lo que subsiste en sí, lo inmanente, lo que no trasciende —aquí debería utilizarse un término más genérico que el de substancia que sería el de tangible. Lo tangible puede no ser real o ser no real, pero se nos manifiesta de forma patente—-. Si A es (desde un criterio de cantidad) UNA cosa o PARTE de una cosa, tendremos que analizar cómo se relaciona A con el total o con alguna otra parte de la cosa. En ese caso, entendemos que existe B que implica o puede implicar algo en A. Esto ya nos da una idea de causalidad o tránsito entre B y A. Puede existir B coexistente con A (comunidad) pero independiente desde criterios de causalidad. Y, por último, si A desde un criterio de cantidad es TODA cosa, A será substancia única —lo ente—, y consecuentemente no existirá B que implique A, esto es, que A es incausado. Las modalidades son las diferentes formas en que es lo que ES. Nos preguntamos la forma de ser de A (en cuanto que es) para averiguar si es por una POSIBILIDAD de ser (lo mismo que es puede no ser) o por una NECESIDAD (por una imposibilidad de no ser). Estamos diciendo A es, A puede ser, A no puede no-ser. La primera habla de la existencia —propiamente dicha o substancia—, la segunda de su posibilidad (elementos causados) y la tercera de su necesidad, esto es, de los elementos incausados. Es decir, que cada una de las modalidades se relaciona con una categoría relacional (de las formas correspondientes a no-es podemos hablar pero no re-lacionarlas). Parecería a primera vista, con esto, que considerar el Principio de causalidad

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(ya tratado) mediante el criterio de relación impediría hablar de incausados mediante el criterio de modalidad, pero esto no es cierto. El Principio de causalidad dice que todo efecto tiene una causa, es decir, que todo lo que tiene posibilidad de ser, cuando es, es por una causa, pero no dice que todas las cosas se encuentre (atendiendo a la modali-dad) en posibilidad de ser, sino que cuando se encuentra en esta situación se relacionan de esta manera (los necesarios se relacionan de aquella otra y por esto son necesarios e incausados). Se ve que en realidad la existencia podemos resumirla en SER-NO SER, y que la posibilidad es en realidad la posibilidad de SER (puede ser-puede no ser) mientras que la necesidad es la imposibilidad de SER (no puede ser- no puede no-ser). Teniendo en cuenta las fórmulas correspondientes a lo que no-ES, podemos decir que los conceptos puros de la modalidad son elementos irreductibles y apodícticos que contemplan todas las posibilidades de la existencia en cuanto al estado de la misma y que nuestro análisis es simplemente un análisis lógico (una secuencia básica) sobre algunos aspectos del ser de las cosas, haciendo abstracción de su temporalidad; aunque luego en la práctica tal o cual estado tenga que estar sometido (en sentido estricto) a la determinación del tiempo, y tal o cual no.

Donde vemos nuevamente que las categorías o conceptos puros a priori del entendimien-to sobre los que formulamos nuestros pensamientos (y nuestros juicios como represen-tación del entendimiento) concuerdan de forma universal con la experiencia porque se pueden establecer sobre elementos iniciales irreductibles de ésta. Notemos, además, que lo que corresponde a la sensación y al entendimiento de la existencia (es decir lo percibi-do y lo conceptuado) es una misma cosa por lo que no necesitamos de ningún nexo.

Es decir el error surge como consecuencia de ir de lo entendido a lo perci-bido en vez de lo percibido a lo entendido. En el segundo caso el nexo es natural y llegamos al esquema (caso del espacio), en el primero es forzado y sólo lo podemos obtener mediante el esquematismo de los conceptos (ca-so del tiempo), esto es porque mientras que sobre el esquema espacial (la ordenación espacial— axiomática euclídea) a un lado tenemos la intuición pura que la comprende y al otro la intuición empírica original (extensión y figura), que da todas las posibilidades de darse esa intuición (que podemos construir a partir de dicha axiomática), sobre el esquema temporal (repre-sentada por su axiomática) no podemos establecer la misma fórmula, esto es, todas las formas posibles de darse la intuición empírica (sobre la base del tiempo) no son dadas por la intuición pura (el tiempo); precisamente por llevar todos los conceptos a esta base del tiempo. Es decir, que como consecuencia de llevar algún tipo de intuición pura a la base del tiempo (que es el propio tiempo), lo que además la convierte en interna, no vemos obligados a llevar todo (puesto que como dije caminamos de lo entendido a lo percibido) a la base del tiempo perdiendo su conexión original (infor-mación), y así (con este establecimiento), como consecuencia de pasar de el darse (experiencia o conocimiento) a el darse en el tiempo, hemos pensado que lo esencial es el tiempo cuando lo verdaderamente importante es el darse (o dársenos). Lo mismo que el espacio es percibido y da lugar a una intuición no pura, el darse (en tanto que además puede no darse) es parte

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de la percepción que da lugar a otra intuición pura que no es otra cosa que la de la existencia de las cosas como síntesis de todo lo que podamos pre-dicar esquemáticamente de ella mediante las categorías (como verdadero esquema de la misma sin el concurso de la determinación trascendental del tiempo). Con ello podemos decir que espacio y existencia son los verdaderos fundamentos de la percepción. No sólo percibimos un espacio donde están las cosas sino que las cosas están en el espacio. Mientras que el espacio es primordialmente una intuición no pura sobre la que por síntesis podemos obtener una pura condicionada, el tiempo, si bien existe como intuición pura condicionada no la apreciamos como síntesis del esquema temporal, sin embargo entre la existencia y las categorías, como verdadero esquema (esquema existencial) sí podemos establecer este vínculo.Para entender mejor por qué establecemos una diferencia entre el espacio y el tiempo como intuición pura condicionada y por qué, en definitiva, el tiempo es la reducción de algún otro tipo de intuición pura condicionada sobre la que sí podemos establecer un vínculo directo con la experiencia a través de un esquema existencial (sin intermediación del tiempo) de ésta nos vamos a servir de un ejemplo que nos permitirá acercarnos a la realidad física subyacente (y por tanto a la realidad) sin abandonar el tono filosófico de este discurso.

*Supongamos que viajamos en el vagón de un tren que circula a través de un túnel (oscuro hasta el punto de no tener referencia de en qué punto del mismo estamos) a la velocidad de la luz. Podemos en principio constatar que:

-Nosotros podemos movernos en el interior del vagón en sus tres dimensiones por lo que tenemos noción de la tridimensionalidad del mismo y hacernos un esquema de lo que ésta comporta.

-Existe un grado de libertad del movimiento (al que podemos llamar cuarta dimensión) que viene determinado por el movimiento y, por tanto, por la posición del vagón en el túnel (dada por Ct) de la que no tenemos noción (esto es, una idea intuitiva) porque:

+Todos los puntos se presentan indistinguibles (por lo oscuro del túnel).

+Todos los eventos se nos presentan a la velocidad de la luz, tanto si ocurren en el interior como si lo hacen en el exterior por lo que el movimiento relativo es indistinguible y se producen como si no existiera el mismo.

-Puesto que C es constante se puede establecer una isometría entre los puntos de Ct y t, y llegar de una a la otra por reducción o simplificación, teniendo en cuenta además que, puesto que los puntos de Ct son indistinguibles, también lo son los de t.

*En este contexto, la situación de cambio de un objeto en el espacio tridimensional que cambia de Ct puedo decir que cambia de t, y de igual forma mi situación existencial (mi propio conocer el cambio del objeto en el espacio tridimensional) que cambia de Ct puede ser expresado mediante un cambio de t, pero si yo, como conocedor estoy suje-to a un cambio en Ct (uniforme), yo no puedo saber del cambio de Ct sino que éste se integra conmigo como referente en el acto de conocer, es decir, pasa de un cambio de Ct a un cambio en Ct. Una vez que Ct queda como interno, como variable independien-te de cualquier función de cambio que sigue estando ahí aunque aparentemente nada

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cambie, y teniendo en cuenta que todo está sujeto a la velocidad C, parece natural que internamente se haga la simplificación mencionada ce Ct a t (que físicamente se nota con la utilización de las unidades naturales en las que C es igual a 1), es decir, que detraiga lo que sí sigo apreciando como cambio aunque todo esté quieto, en mi percepción tetradi-mensional.

*De todo esto deriva el tratamiento funcional de la existencia y el empleo de una variable independiente (en este caso el tiempo) en el mismo. La matemática recoge ese aspecto funcional (además del geométrico), es decir, da cuenta de la forma de estar las cosas y de la forma de existir mediante las variables espacio-temporales como variables suficientes para su representación (aquí está el quiz de la cuestión) simplemente por la equivalencia total que se puede establecer entre éstas y la variable real que le es propia.

Como consecuencia, la aplicabilidad del entendimiento a la matemática y a la física es establecida por Kant de forma distinta (y, en consecuencia, equi-vocada), mientras que en la física aplica los conceptos puros (su esquema) a algún tipo de intuición (en este caso la dada por la experiencia, sus obje-tos), en la matemática aplica algún tipo de intuición (la pura) a la forma de los fenómenos, con esto, el fundamento para que lo dado se nos presente ordenado no podría ser fundamento del entendimiento matemático más allá de la ordenación que éste precisa para la construcción de los conceptos iniciales. Para el conocimiento precisamos la conexión sin intermediación entre lo percibido y lo entendido a través del esquema, como conjunto de condiciones irreductibles al que llegamos mediante la simplificación o sín-tesis de la realidad en el acto de la percepción. Kant, derivado del esquema temporal, establece la conexión través de los axiomas de la intuición y las anticipaciones de la percepción, esto es, establece un nexo entre el enten-dimiento y la sensibilidad para el tiempo (tomado éste como intuición pura y con las limitaciones ya explicadas), pero no hace lo propio entre la sensi-bilidad y el entendimiento para el espacio (siendo este entendimiento todo lo que la tridimensionalidad euclídea comporta, y lo que el entendimiento alcance superando ésta) por lo que sigue, en conjunto, sin encontrar aplica-ción de estas intuiciones puras más allá de la forma del fenómeno.Citándolo textualmente, dice:

Ahora bien, toda intuición posible para nosotros es sensible (estética); así pues el pen-samiento de un objeto en general, por medio de un concepto puro del entendimiento, no puede llegar a ser en nosotros conocimiento más que cuando ese concepto puro del entendimiento es referido a objetos de los sentidos. La intuición sensible es o bien in-tuición pura (espacio y tiempo) o bien intuición empírica de aquello que, en el espacio y en el tiempo, es representado inmediatamente como real por la sensación. Median-te determinación de la primera podemos adquirir conocimiento a priori de objetos (en la matemática), pero sólo según su forma como fenómenos; permanece aún indeciso si puede haber cosas que hayan de ser intuidas en esa forma. Por consiguiente, todos los conceptos matemáticos no son por sí conocimientos; a no ser que supongamos que hay cosas que no se pueden exponer para nosotros más que en la forma de aquella intuición

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pura sensible. Pero no se dan cosas en el espacio y en el tiempo sino en cuanto que son percepciones (representaciones acompañadas por sensación), y, por tanto, sólo mediante representación empírica. Por consiguiente, los conceptos puros del entendimiento, aún cuando son aplicados a intuiciones a priori (como en la matemática), no producen cono-cimiento más que en cuanto este conocimiento (y por tanto también, por medio de él, los conceptos puros del entendimiento) pueden ser aplicados a intuiciones empíricas. Por consiguiente, las categorías no nos proporcionan, por medio de la intuición, conocimien-to alguno de las cosas, a no ser tan sólo por su posible aplicación a la intuición empírica, es decir, que sirven sólo para la posibilidad del conocimiento empírico. Éste empero se llama experiencia. Por consiguiente, no obtienen las categorías uso para el conocimiento de las cosas, más que en cuanto éstas son admitidas como objetos de experiencia posible. La proposición anterior es de la mayor importancia; pues determina los límites del uso de los conceptos puros del entendimiento, con respecto a los objetos, del mismo modo que la Estética transcendental determinó los límites del uso de la forma pura de nuestra intuición sensible.

De lo que antecede, y de la diferente expresión de los juicios sintéticos a priori (analítico a posteriori) para la matemática y para la física, se desprendería que las unidades cate-goriales, en el caso de las ciencias, son privativas de la física para hacer sus juicios y para poder, mediante los conceptos, alcanzar conocimiento, pero esto nos llevaría a un punto de contradicción porque si un juicio (analítico a posteriori) ya supone un enunciado que aporta conocimiento (el entendimiento en general puede representarse como una facul-tad de juzgar. Pues, según lo que antecede, es una facultad de pensar. Pensar es conocer por conceptos. —aquí está la unión entre juicio y concepto: pensar es conocer por los conceptos predicados en los juicios sobre los objetos/sujetos) y los juicios que se formulan en la matemática lo son simplemente porque contamos con el espacio y el tiempo como intuiciones a priori, implicaría que no es preciso el uso de conceptos en ellos ni de la facul-tad del entendimiento para alcanzar el conocimiento o que dicho conocimiento —como parece decir en lo que antecede— no es tal.

Esto es consecuencia no sólo de haber prescindido de la experiencia para la ordenación espacio-temporal sino de alterar el proceso de reducción que llega hasta la razón pura o, por decirlo de otra manera, el de disección de dicha experiencia. Él dice:

Así, cuando de la representación de un cuerpo separo lo que el entendi-miento piensa en ella, como substancia, fuerza, divisibilidad, etc..., y separo también lo que hay en ella perteneciente a la sensación, como impenetra-bilidad, dureza, color, etc., entonces réstame de esa intuición empírica to-davía algo, a saber, extensión y figura. Éstas pertenecen a la intuición pura, la cual se halla en el espíritu a priori y sin un objeto real de los sentidos o sensación, como una mera forma de la sensibilidad.

Y luego continúa:

“Así, pues, en la estética transcendental (o, cómo es posible la matemá-tica como ciencia) aislaremos primeramente la sensibilidad, separando de ella todo lo que el entendimiento, con sus conceptos, piensa en ella, para que no nos quede nada más que la intuición empírica. En segundo

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término, separaremos aun de ésta todo cuanto pertenece a la sensación, para que no nos quede nada más que la intuición pura y la mera forma de los fenómenos, que es lo único que la sensibilidad a priori puede pro-porcionar. En esta investigación se hallará que hay, como principios del conocimiento a priori, dos puras formas de la intuición sensible, a saber, espacio y tiempo.

Donde vemos que no se corresponde con la partición efectuada inicial-mente, sobre el fenómeno en sí, en materia y forma, es decir, que dividido el fenómeno en materia y forma, si separo la materia (lo que hay en él perteneciente a la sensación) me queda la forma y con ella todo lo que no es sensación, esto es, extensión-figura, y lo que el entendimiento piensa de ellas (adscrito al esquema espacial o al existencial), es decir, no sólo es la supuesta ordenación espacial sino la ordenación espacio-existencial (sus esquemas correspondientes).

Con todo esto hemos demostrado que el espacio y el tiempo no son formas puras a priori de la sensibilidad y que, por tanto, no intervienen en nuestro conocimiento matemático, que se fundamenta en la simpli-ficación de la realidad física, y su validez universal en la reducción del universo de aplicación a un sujeto único. No obstante, una cosa es que nuestro conocimiento matemático provenga de los esquemas derivados de la percepción (y en consecuencia de lo percibido) y otra que dicho conocimiento sea totalmente coincidente con dicho esquema, es decir, que el entendimiento se agote en él. La intuición es un acercamiento a la realidad pero no es la realidad y esto es tan así para la referida al es-pacio y el tiempo (como se deriva de la concepción de espacios no euclí-deos y de la relatividad) como de la simple percepción plana derivada de la observación del horizonte. Nuestras posibilidades de percepción y la intuición alcanzada de ellas para empezar dependen de nuestra ca-pacidad de ver, de oír... Podemos idear y podemos avanzar nuestro co-nocimiento más allá de la los límites que se deriven de forma natural de cualquier esquema. Cuando hablamos de matemáticas, a esta ideación le llamamos intuición matemática. Aun suponiendo que el conocimien-to matemático particular estuviese sujeto a la espacio-temporalidad, la intuición no lo podría estar porque en caso contrario no podría escapar del escenario generado por el mismo.

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sobre la adimensionalidad y la multidimensionalidad de las cosas

La realidad física como ya hemos mostrado (tal como la hemos demostra-do) se fundamenta en la existencia de objetos materiales, siendo el espacio y el tiempo una consecuencia de los mismos, y por tanto parte consustan-cial de su fundamento. Eliminando la masa eliminamos el espacio-tiempo y llegamos a un sistema adimensional (el sistema primigenio lo es), pero podemos eludir esa idea y pensar que esa realidad geométrica es indepen-diente (geometría formal) y que la realidad existencial, que se correlaciona con otra funcional, también lo es porque de hecho la relación entre ambas y la masa no es intuitiva, por lo que (esta forma de proceder parece natural al modo del pensar) podremos escalonar el proceso de reducción y aislar la materialidad del sistema del mismo (recordemos que separábamos materia y forma). A partir de aquí podemos eliminar el aspecto dimensional de la espacio-temporalidad y obtener, por un lado, lo que en esencia el tiempo es: la relación de una variable respecto de otra, que cuando ésta se expresa mediante incrementos —tan pequeños como queramos— aquélla repre-senta cambios, que por no necesitar no necesita ni representación o, mejor dicho, no puede tenerla porque no conservamos el valor a lo largo de la variable independiente sino el valor puntual de la misma por no existir un valor de referencia u origen en dicha variable, y de ahí el carácter puntual o adimensional final, y por el otro lado una geometría adimensional, que es como únicamente puede ser en el sentido interno porque, de hecho, no sé a qué atenerme cuando hablo de un plano, una línea o un punto y dejo de representarlos todos tridimensionalmente, quedando la mente en blanco, sin contenido, cuando detraigo dicha tridimensionalidad, es decir, que yo sé que un triángulo es cualquier disposición no colineal de tres puntos separa-dos cuanto se quiera pero yo sé también que esos tres puntos no ocupan es-pacio y pueden estar tan juntos como se quiera (de hecho tres puntos juntos ya forman un triángulo porque cada dos de ellos forman una línea recta) lo que dimensionalmente hablando da lugar a un único punto adimensional, o, de otra forma, yo puedo imaginarme un cubo y la idea que tengo de él es la de un cubo tridimensional, pero la idea propiamente dicha de ese cubo, ese cubo ideado, no tiene dimensiones. En este sentido lo mismo que la geometría (formal) es una reducción (y luego una extensión a partir del esquema) de la geometría espacial (real) porque en verdad sólo podemos tener noción de una geometría tridimensional, la geometría mental es una nueva reducción (extensión) que carece incluso de dicha dimensionalidad por lo que queda como mero concepto (intuición pura condicionada). En consecuencia, vemos que esas relaciones geométricas y funcionales cuando yo las pienso en mi mente, y esto en primera aproximación es la intuición

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matemática, se presentan con un aspecto no espacio-temporal. Con esto estamos diciendo que si bien para el entendimiento matemático no necesi-tamos la intuición pura a priori porque éste lo obtenemos de un esquema relacional derivado de la espacio-temporalidad de la realidad física para la intuición matemática si necesitamos de dicha intuición pura (condicionada) para que los esquemas se liberen de la espacio-temporalidad y con esto el entendimiento de la percepción (rompiendo su nexo). En principio sólo vamos a aceptar que la intuición matemática es un proceso mental, y lo va-mos a hacer porque, al margen de que las matemáticas sean algo más (aho-ra veremos si los objetos de la misma son objetos no espacio-temporales, o no) son también y principalmente —como hemos visto— un objeto mental, una idea (Hume) y un caso particular de cosa pensada.

Pero lo mismo que la materia tiene su origen en las ondas materiales (luz) que no son espacio-temporales (en virtud de que para ellas cualquier tiempo es cero y cualquier espacio nulo) podemos pensar que cualquier estructura topológica a la que dé lugar dicha materia tiene su precursor no espacio-temporal por lo que nuestras estructuras matemáticas menta-les tendrían su equivalencia (y su origen) en el entorno adimensional del sistema primigenio. Es decir, que lo mismo que entre la idea adimensional de cubo y la tridimensional-real existe otra tridimensional formal, entre la realidad tridimensional y el sistema primigenio (adimensional) debe exis-tir otra (no necesariamente tridimensional) del sistema formal. De hecho podemos considerar que una onda (tal como nosotros la apreciamos) en el espacio creado por la materia responde a esa idealización porque si bien la onda responde a la espacialidad dentro del mundo material tridimensional (la onda viaja), conserva la inmaterialidad dentro de él, siendo el fotón una especie cuasimaterial afecta por una localidad a la que no responde la onda electromagnética como tal, esto es, la onda viaja en el espacio pero no tie-ne tamaño a no ser que alcance otra estructura (paquete de ondas o fotón) como puente a la materialidad tridimensional. En consecuencia tendríamos el sistema primigenio (que se corresponde con la geometría mental adi-mensional), el sistema cuasicorpuscular o físico formal (geometría formal multidimensional) y el sistema material (geometría tridimensional y real). El objeto adimensional podría adoptar cualquier configuración matemática multidimensional posible muy al margen de que al materializarse pueda hacerlo sólo por unas determinadas tipos de estructuras (para empezar, la nuestra). En consecuencia, tendríamos a las dimensiones espacio-temporal como una concreción de las posibilidades de ser del aspecto dimensional de la realidad física soportado en la posibilidad dimensional de la propia mate-mática. De esta forma, las matemáticas se manifiestan totalmente indepen-dientes (anterior en el sentido de que no se ha aplicado concepto alguno)

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a la realidad física pues en aquello en que podría establecer su vínculo na-tural (la dimensión espacio-temporal) se hace en el nivel establecido por la equivalencia ya referida entre la dimensión y la variable real (es decir, por las propiedades estrictamente matemáticas que tienen que cumplir estos) pero no a un nivel conceptual. Las matemáticas es el fundamento ontoló-gico de la ordenación del mundo inmaterial fisicable mediante los argu-mentos de relatividad y materialidad. Con esto, además, hemos conseguido conectar la realidad matemática con los objetos pensados o propiamente con la idea que tenemos de las cosas (nuestro ver e interpretar las cosas) que es la realidad apodíctica por excelencia. El mundo matemático genera el físico, a partir de la adimensionalidad del sistema primigenio inicial, y és-te mediante la impresión genera en nosotros una idea del mundo matemá-tico original que subyace. Aunque luego ahondaremos en esto diremos que ésta es el fundamento ontológico de la conexión o comunicación (a través de la realidad del mundo) entre las realidades no espacio-temporales de la mente y la de los objetos matemáticos, lo que nos permitirá, en principio hablar indistintamente de uno u otra, si bien tendremos que caracterizar la adimensionalidad y multidimensionalidad de ambas.

La matemática, por tanto, ordena multidimensionalmente (sobre la varia-ble real) cuanto hay. La matemática no precisa de la experiencia porque sus objetos no son del mundo físico (datos empíricos) sino objetos matemáticos (que se puede corresponder con la física formal) que la sensibilidad reduce y ordena multidimensionalmente y luego el entendimiento puede ordenar bajo las unidades categoriales, que no son otra cosa que leyes lógicas pu-ras (formas puras a priori del entendimiento, que admiten representación), para efectuar otro tipo de orden o relación entre ellas. La física, aunque los juicios sean universales, necesita de la experiencia ya que es ésta (los fenó-menos dados por la sensibilidad) el límite de aplicación de las categorías. En las matemáticas, al no precisar del mundo físico, la universalidad viene dada tanto por ese carácter (irreductible o analítico de las condiciones ini-ciales o sujeto) como por el carácter de sus objetos de aplicación, objetos que no me imponen límites (en el peor de los casos los límites de la geo-metría, es decir, unos límites propiamente dicho formales) y de los que no preciso experiencia (no hay experiencia posible sobre ellos). Esto le da más potencia a las matemáticas en la teoría del conocimiento porque los juicios de la matemática pueden ordenar de acuerdo a diferente criterios multi-dimensionales y categoriales (todas ellas) del entendimiento, creando una estructura que va más allá de una experiencia posible, esto es, válida para cualquier experiencia o dicho de otro modo para cualquier física (es decir, estamos rentabilizando el segundo sentido de universalidad que las Mate-máticas tienen frente a la Física): un modelo físico que no se hace cuestión

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de su carácter real (de su realidad). Sobre esta estructura la Física lo único que hace es establecer los fenómenos de aplicación para una realidad-ma-terialidad determinadas, es decir, la Física debe mantener la coherencia del sistema cuando a éste se le incluye un elemento más (el elemento material como tercer elemento de la realidad), que actúa como un axioma más, esto es, una restricción necesaria aplicada al sistema formal, como lo son cada una de las leyes físicas derivadas de esta materialidad. Este carácter real para el modelo matemático no tiene importancia aunque muy bien podría ser o configurar cualquier realidad, la realidad de otro universo o la que subyace en el nuestro, y es por ello que las diferente concepciones o físicas posibles, como la clásica, cuántica o los distintos modelos que tratan de ex-plicar fenomenologías determinadas en la actualidad (como la teoría cuán-tica de campos, supercuerdas, etc.), son principalmente diferentes soportes matemáticos, esto es, diferentes estructuras y topologías, que conforman un escenario predecible para los fenómenos que se tratan de conceptuali-zar. En este sentido, mientras que la geometría real sabemos cuál es y sobre la adimensional no sabemos a qué atenernos, la formal es diversa y estruc-turable; matemáticamente, sin cosa, yo puedo concebirla sin preocuparme de la realidad de su existencia (vive en la irrealidad) pues contempla todas sus posibilidades y es independiente de ella. Es esta independencia, este no necesitar la realidad física, esta irrealidad intrínseca, la que nos permitirá evaluar cómo de real es el mundo físico real en estudio.

En efecto, antes hemos derivado la realidad de las matemáticas de la reali-dad física (es decir que apoyados en los principios de relatividad y materiali-dad hemos derivado la no espacio-temporalidad de la intuición matemática de la espacio-temporalidad del espacio físico a través de la no espacio-tem-poralidad del sistema primigenio), ahora vamos a derivar la realidad física de la irrealidad matemática (esto es, en este caso vamos a tomar como realidad apodíctica la no espacio-temporalidad de la misma) o dicho aún mejor, de la no espacio-temporalidad de todo lo demás. En este caso va-mos a demostrar que siendo las matemáticas (y de forma general las ideas), en primera instancia objetos de la mente (no espacio-temporales), en el mundo, por oposición, sí existe esa espacio-temporalidad per se, y que, por lo tanto, no puede ser la misma de un proceso mental (en consecuencia, tampoco la materialidad de la que deriva) sino de algún elemento exterior (la propia materialidad) que propicie esas formas del cognoscente (con lo que el mundo no es un mundo creado por nosotros). Destacamos que sólo a través del criterio de espacio-temporalidad es posible esta distinción pues es el único que discrimina en algo que por lo demás es enteramente idén-tico (para luego darnos cuenta de que se corresponde con lo diferenciado por la substanciación).

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En este sentido, sin ánimo de hacer una crítica detallada a Kant, diremos que los postu-lados acerca de la realidad del espacio y el tiempo, además de estar condicionados por la necesidad de encontrar una justificación para los juicios sintéticos a priori y, por tanto, una unión lógica entre el sujeto y el predicado de los mismos, adolecen de poca consis-tencia argumental. Así dice cosas como: «El espacio no es un concepto empírico sacado de experiencias externas. Pues para que ciertas sensaciones sean referidas a algo fuera de mí y asimismo para que yo pueda representarlas como fuera unas de otras, por tanto no sólo como distintas, sino como situadas en distintos lugares, hace falta que esté ya a la base la representación del espacio». Donde se ve que lo que utiliza para explicar su argumento es lo que verdaderamente tiene que demostrar. Luego sigue: «El espacio no es un concepto discursivo o, según se dice, universal, de las relaciones de las cosas en general, sino una intuición pura. Pues primeramente no se puede representar más que un único espacio, y cuando se habla de muchos espacios, se entiende por esto sólo una parte del mismo es-pacio único... De aquí se sigue que en lo que a él respecta, una intuición a priori (que no es empírica) sirve de base a todos los conceptos del mismo». Donde vemos, igualmente, que el argumento (en este caso en positivo) no está suficientemente explicado (idénticos repertorio presenta para el tiempo) y que no dice nada, más allá de «esto no puede ser porque no puede ser que sea... esto» o «esto es porque tiene que ser... esto», es decir, no se entra en detalle a analizar la esencia de estos dos conceptos, en lo que nos repercute, esto es, en la experiencia, más allá de la necesidad de que nos repercuta de una deter-minada manera, como hemos visto. Este posicionamiento es importante pues justifica la desconsideración del posicionamiento filosófico de Berkeley:

El idealismo dogmático es inevitable, cuando se considera el espacio como propiedad que debe pertenecer a las cosas en sí mismas; pues entonces el espacio, con todo aquello a que sirve de condición, es un absurdo. El fundamento, empero, de este idealismo ha sido destruido por nosotros en la Estética transcendental. El idealismo problemático, que no afirma nada sobre esto, sino sólo pretexta la incapacidad de demostrar por experiencia inmediata cualquiera existencia, que no sea la nuestra, es razonable y conforme a una manera de pensar fundamentada y filosófica, a saber: no permitir juicio alguno decisivo antes de haber hallado una prueba suficiente. La prueba apetecida debe pues mostrar que de las cosas exteriores tenemos experiencia y no sólo imaginación; lo cual no podrá hacerse sino demostrando que nuestra experiencia interna misma, que Descartes no po-nía en duda, no es posible más que suponiendo la experiencia externa.

Mientras que luego, sin embargo, como ya hemos comentado, sí utiliza el tiempo como intuición —sustentada en la experiencia— para fundamentar la conexión entre las cate-gorías y la propia experiencia, y para la demostración de su teoría del conocimiento, esto es, del idealismo trascendental fundamentado de forma particular en un teorema que trata de demostrar la existencia de objetos en el espacio «fuera de mí» —ya menciona-do— por ser estos objetos «fuera de mí» los que determinan mi existencia en el tiempo.

Desde nuestra posición, la experiencia está formada de datos empíricos, es-tos pueden ser caóticos y contingentes pero hay algo en ellos con respecto a mí (al cognoscente) que establecen un orden. Ese algo es la percepción de descubrimiento que tengo yo de los mismos. El mundo no se me da pre-sente todo él sino que sus elementos (desde una misma posición espacial) se me dan a conocer, y, por lo tanto, respecto de ellos soy en un momento (estado) ignorante y en otro sabedor y luego puedo ser otra vez ignorante

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(no lo tengo presente) pero sabedor de la existencia de un estado en el que he sido sabedor. Estos tres estados están establecidos en una secuencia (de-rivada de la existencia como verdadera intuición) que como intuición de la sensibilidad llamamos tiempo. Los estados existen, el conocimiento o des-conocimiento de los mismos por mí en la secuencia establecida, como igno-rados, sabidos o recordados, también; a partir de aquí el tiempo es sólo la forma que tiene la sensibilidad de percibir esa secuencia, una consecuencia, algo colegido intuitivamente de la misma (por un proceso de simplificación, ya explicado). Ya en el recuerdo (sólo en la mente) tengo que relacionar unos recuerdos con otros para dar esa temporalidad que intrínsecamente no existe, es decir, que los recuerdos como recuerdos sabidos están todos en el mismo plano temporal. El tiempo no existe en mi cabeza, en mi pensa-miento sólo existe una serie de estados que puedo ordenar, relacionar unos con otros para saber en cuál de ellos no había conocimiento de los otros (y a ése lo pongo primero), en cuál de los restantes no existía conocimiento de los restantes (a ese le llamo segundo) etc. Cuando están dentro están todos, es cuando exteriorizo esos sucesos cuando los ordeno de la forma explicada, porque exteriorizarlos es sacarlos al espacio dimensionado, revi-virlos, dotarlos de nueva realidad, que viene fijada por el mismo concepto: la simultaneidad (o no) de los sucesos, esto es, el conocimiento simultaneo o secuencial de los mismos.

La experiencia, como dije, está formada de datos empíricos, pero igual-mente hay algo en ellos que les dota, de forma intrínseca, de espacialidad. Ese algo es la materialidad del espacio como consecuencia de ocuparlo un objeto material. En este sentido, yo puedo pensar que el carácter material de los cuerpos (el cuerpo en sí) pueda ser una ideación (mía o dada) pero lo que parece indiscutible es que en esa ideación los cuerpos ocupan lugares diferenciados y que una característica de los mismos es que (gracias a esa idea de materialidad) no pueden ser ocupados por otros cuerpos (ideales o no) en el mismo instante. Esa idea de ocupación o coexistencia imposible en el espacio que aprecio como real es una característica que no percibo en la idea intuitiva de espacio, sea pura o no, ni en las posibilidades que las matemáticas hacen del mismo, en las que varios objetos matemáticos pue-den ocuparlo. Es decir, que aunque en mí tenga una intuición del espacio y quiera considerar el espacio físico real como una ideación, éste último tiene atributos diferentes (restricciones) al primero por lo que tendría, en el mejor de los casos, dos intuiciones de espacio, una en la que ocupando un cuerpo unas coordenadas es imposible que éstas sean ocupadas por otro cuerpo y otra en las que esta limitación no existe.

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Por tanto, ni yo puedo alcanzar una idea de tiempo (la de un antes y un después) sin que algo cambie (la existencia de las cosas o el conocimiento de la misma) ni de la idea de espacio alcanzo la de materialidad o impene-trabilidad (que sería tanto como alcanzar la de interacción física del mismo, porque por no poder penetrarse interactúan gobernadas por ellas) por lo que éstas son derivadas y ajenas, esto es, que la impresión no sólo es una percepción más fuerte que la idea sino que es compleja y reporta otra serie de ideas. Es decir, la idea de dimensión espacial se me presenta (impresión) y viene acompañada de otros elementos, y en la otra tengo que idearla dentro de un lugar (el cognoscente) adimensional (sin materialidad y por tanto sin dimensión concretada, y sin ellos).

Por decirlo de otra manera, ni intuitivamente ni matemáticamente sé a qué atenerme dimensionalmente hablando con el espacio (tanto en un caso co-mo en el otro puedo pensar en una dimensión indeterminada —nula en un caso e infinita en el otro— que restaría cualquier limitación a un supuesto restrictivo anterior) y sólo la realidad me lleva tanto físicamente como de forma ideal a un caso particular. En este sentido, yo puedo idear y com-prender espacios matemáticos de diferentes dimensiones pero sólo tengo intuición (no pura) del espacio físico, que por ser físico tiene objetos de una dimensionalidad que regula la mía, la del cognoscente y la del propio espa-cio. De hecho, sobre nuestro espacio se especula físico-matemáticamente, como ya dije, sobre algún otro tipo de constitución interna vertebrada con espacios de más dimensiones y éstas no alcanzamos a verlas intuitivamente (alcanzamos un esquema a partir del entendimiento pero éste no deriva de la percepción) porque no existe ese componente real, tangible, que nos oriente acerca de esa realidad (este es el caso de la física cuántica que está perfectamente soportada por los espacios de Hilbert), es decir, que de la realidad alcanzamos la intuición pero no existe intuición que nos acerque a la realidad subyacente principalmente porque ésta versa sobre alguna propiedad o comportamiento del espacio físico, fuerzas, o simplemente de-talle, que van más allá de nuestra sensibilidad. Es decir que si bien es cierto que la percepción no es reflejo exacto de la realidad sólo esa percepción nos puede proporcionar una intuición (aproximada) de la misma. En este sentido, como ya dije, no existe una diferencia cualitativa entre la percep-ción (intuición) de la curvatura del universo y la de nuestro propio mundo, en ambos casos hasta donde llega nuestros sentidos advertimos una geo-metría plana y es sólo por otras vías por las que se puede obtener un cono-cimiento superior y más certero, es decir, que la intuición siempre nos lleva a un conocimiento y una verdad suficientes, grosso modo, de la realidad, de este modo, para ella dos líneas casi paralelas serán paralelas, es decir, que la intuición que pretendiera llevarnos a un sistema exacto tendría que

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tener aparejada un sistema de medida y calibración. Respecto a la relativi-dad, además de esto, tendría que tener la oportunidad de desarrollar esta intuición (en virtud de ser relativa) en dos sistemas distintos para poder per-cibir la diferencia puesto que la percepción en uno sólo exigiría anteponer los dos postulados de la relatividad, que no son nada intuitivos.

En cambio sí tengo, como ya dijimos, idea intuitiva de un comportamiento que va más allá de la regulación a la que nos vemos sometidos por esa di-mensionalidad, es decir, que la idea adimensional es la que verdaderamente tenemos de forma intuitiva. Esta en realidad es la premisa de este segundo bloque argumental —por lo que no tenemos que demostrarla, sólo carac-terizarla— que nos obliga, en nuestro desarrollo, a ahondar en el sentido de la adimensionalidad y a ver la sutil diferencia existente en una misma expresión aplicada a dos conceptos diferentes. 1ª: No existe espacio. 2ª: No existe tiempo. La primera indica que no existe ese vehículo en el cual las cosas están por lo que propiamente dicho las cosas no están. En el segundo no existe ese vehículo en el que las cosas trascurren por lo que propiamente las cosas no transcurren sino que están (que son). Las cosas que existan (de no haberlas sería la nada), por tanto, simplemente estarán o serán, como consecuencia de que o están en el espacio o están en el no-tiempo (son). Si un sistema no tiene espacio ni tiempo (tiene no-espacio y no-tiempo) las cosas coexisten en el no-tiempo (en su ausencia), si ese sistema crea espacio (el sistema matemático, como dijimos, es una posibilidad —infinitas— de estar de las cosas sometidas a la multidimensionalidad) las cosas coexisten en el espacio (en el mismo espacio sólo pueden hacerlo de forma ordenada una detrás de otra) y dejan de coexistir en el no-tiempo (porque el no-tiempo deja de existir), y en consecuencia transcurren en el tiempo. Cuando nosotros las ponemos en el espacio y en el tiempo, dejan de estar y comien-zan a transcurrir (en el tiempo) porque cada uno de los estados materiales no pueden ocupar el espacio «a la vez», es decir, no pueden coexistir y si no pueden hacerlo, transcurren, por ejemplo, podemos tener sensación simul-tanea de una semilla germinando, de un tallo robusteciendo, de una planta floreciendo, pero si queremos darle a la primera de esas sensaciones una situación espacial no nos quedará más remedio que abandonar las otras y luego darles «su momento». No existe el tiempo, por tanto, como cosa que transcurre o transcurrida sino como el transcurrir de nuestra experiencia de las cosas (el conocimiento de ellas). El tiempo no se saca de la experiencia pero es consecuencia (la idea intuitiva que tenemos de él) de que todo cambie en ella. Todo aquello que quisiéramos experimentar al margen de la idea de tiempo sería una misma cosa que no cambia por lo que no podría ser un fenómeno sino todos los estados que implican al mismo (observa-dos todos ellos de forma presente). Y en nuestra mente que las cosas no

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están en el espacio y en el tiempo, quiere decirse que por no estar en este último, simplemente están (las que estén, estarán) en el no-tiempo. Sien-do más concreto respecto de la dimensionalidad de las cosas podríamos decir que en la mente no existe ésta como tal y esto implica la carencia de limitaciones (dimensionales) de la misma. Los efectos de la mente, es decir, aquello que ésta produce, tiene per se esta vocación de adimensionalidad o ausencia de restricción pero exteriorizar su esencia precisa dimensionarla o dimensionarse. La fórmula que puede expresar una idea con más libertad y menos limitaciones partiendo de su estado original (la adimensionalidad) es el objeto matemático de dimensión infinita.

Como hemos visto el sistema físico se constituye de tres estados conocidos: la realidad tridimensional, la multidimensional y la adimensional de la for-ma primigenia, que hemos equiparado al mundo en, a su vez, tres estados diferentes. Esto quiere decir que tenemos un sistema físico adimensional como estado inicial, uno tridimensional y material como final, y otro in-termedio que se corresponde con la multidimendionalidad matemática. La pregunta es, ¿qué representa este estado intermedio respecto al inicial? Este estado representa la multiplicidad respecto a la unicidad, es decir, que el sistema adimensional es único (ya hemos explicado sobradamente que implicaciones tiene la no espacio-temporalidad) y el intermedio es una for-ma de representar la multiplicidad o, mejor dicho, todas las formas posibles de representar la multiplicidad, que no es otra cosa, como ya hemos dicho, que la posibilidad de la matemática fundamentada en la mutidimensionali-dad y la teoría de los números, caracterizada por una axiomática particular, elementos que, respectivamente, brindan grados de libertad o lo restan (como las ligaduras de los sistemas físicos). En el cognoscente la matemá-tica se caracteriza de la misma forma, esto es, como un sistema formal que da cuenta de la multiplicidad como caso particular de cosa pensada, de idea, pero, ¿cómo caracterizamos la adimensionalidad del cognoscente? Parece lógico pensar que, de forma análoga a los sistemas físicos, la misma dé cuenta de la no espacio-temporalidad antes de haber lugar la multi-plicidad, entendiendo esta multiplicidad como todas las posibilidades del pensar (entre ellas la intuición matemático que es la forma del pensar ma-temático), es decir, que está caracterizada por la propia posibilidad o poder de pensar. Vemos con este desarrollo que no sólo hemos diferenciado la cosa de la cosa pensada, y obtenido la necesidad de ambas, sino la nece-sidad de la cosa pensante, esto es, la de otra substancia. Hume, partiendo de las impresiones argumentaba que todas las ideas eran percepciones dé-biles derivadas de las percepciones fuertes (impresiones) y con esto que no existen ideas innatas, siendo el alma un sistema o serie de percepciones, es decir que no hay propiamente un yo sino una acumulación de experiencias

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e ideas, esto es, un yo psicológico. Si ese yo psicológico lo es por acumula-ción de ideas es evidente que lo es desde la primera idea, pero, puesto que entre todas las ideas que tenemos está la de darnos cuenta, esa primera idea será la de darnos cuenta, esto es, la de estar presente ante las otras ya que si no tenemos esa idea de darnos cuenta y surgen otras no se puede decir que sean nuestras. Ese darnos cuenta, ese estar presente es lo que llamamos identidad o yo, que, puesto que sólo se compone de la idea de darse cuenta, no se puede decir que sea suma psicológica de ideas; aunque luego sobre ella pongamos todas las demás y se sea una psique. Es decir, que antes de generarse una idea tiene que existir la estructura no espacio-temporal capaz no sólo de generarla sino de recibirla (que no es otra cosa que tener conciencia de ella), con esto la idea no sólo es percepción débil sino que dicha percepción sale de un sitio y llega al mismo para que sea idea, esto es, es representación (si no sería como una emisión a otros desti-natarios). En el proceso de pensar tan importante es la generación del pen-samiento como su representación o contemplación. La idea tiene que tener una representación en nosotros para que sea idea, en este sentido si bien la generación pudiera ser fisicable y emularse mediante una máquina de Turing, la representación, no, es decir, que, tratando de asemejar la mente a un computador, si respecto de la unidad de procesamiento pudiera ser que no presentara ninguna problemática (de hecho la adimensionalidad de la intuición o de la cosa pensante sólo puede ensayarse mediante la mul-tidimensionalidad, esto es, mediante una formalización del pensamiento), respecto de la representación del procesado, sí, porque la misma es necesa-riamente no espacio-temporal. En este sentido la representación de mi yo tiene que ser necesariamente no espacio-temporal para que la misma no sea un transcurrir de lo que soy y que lo que soy pueda estar presente en cada instante.

Si bien es cierto que con nuestro desarrollo queda completamente delimi-tada la frontera entre la cosa, la cosa pensada y la cosa pensante, no lo es menos que lo está en todos los casos menos uno: que me piense a mí mismo en un mundo pensado. Esto es tanto como decir que tanto el mundo como yo fuéramos una representación de un yo verdadero e ignorado y por tanto a la de la vivencia como mera ensoñación. Para descartar esta posibilidad de la vivencia tendremos que caracterizar la misma y derivar su realidad del fundamento de cualquier otra realidad (espacio-temporalidad), esto es, de la materialidad del mundo (espacio). Materializar el espacio, es hacerlo material (lo que no era en la mente) y es llenarlo de materia. Una vez que está materializado, dimensionado, lo puedo ocupar: vivo en él, y viviendo en él tengo otra perspectiva, que no alcanzo ni en la adimensionalidad de mi mente ni en la dimensionalidad matemática o de las cosas pensadas.

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En efecto, ésa es otra característica radical del espacio: la perspectiva. La perspectiva es lo que hace que un cuerpo se vea como cuerpo en un espa-cio o se vea como un universo, siendo a un mismo objeto ambos conceptos aplicables1. Un objeto se me presenta como cuerpo cuando lo veo como una parte de un todo, siendo el resto de ese todo un afuera, hablamos, por tanto, de cuerpos relacionándose con cuerpos en un lugar en el que todos conviven al que llamamos universo (cuerpo universal), de esta forma la idea de espacio surge de forma natural de la idea de in ubicuidad, es decir, de no ocupación de todo. Pero mucho más profunda, completa y real que la idea de no estar en todo (idea espacial) está la idea de no ser en todo (esto es, de la existencia como segundo elemento de la percepción). Yo puedo ser consciente de que no soy en todo lo que es y, seguidamente, me pre-gunto dónde soy yo. La respuesta es: «yo soy en mí» y consiguientemente aparece algo en donde yo no soy, que no es mí, al que llamamos espacio. El mí donde yo soy se diferencia del resto. En ese algo donde yo no soy, yo no existo, y existe o puede existir otro algo con lo que yo coexisto. Con estos dos elementos podemos establecer la percepción espacio-existencial que tenemos del universo y aquélla que reside en el cognoscente: en una somos parte de algo y en la otra somos ese algo, un lugar espacial, un cos-mos en el que cabe todo porque todo se sitúa en él (donde nuestro pen-samiento es, es universo). En el universo, como consecuencia de tener una

1 He dicho que universo y cuerpo son conceptos aplicables a un mismo objeto y tendría que haber dicho prácticamente aplicables pues la unidad mínima de materia sería aquella que no es capaz de constituirse como universo, con lo que por lógica tiene que ser algo que propiamente no tiene materia (en este caso sería divisible) ni espacialidad (como la adimensionalidad del cognoscente) sino que la constituye, mientras que el universo máxi-mo será aquel que no puede llegarse a ver como cuerpo (precisaría verse desde fuera) y no se concreta en esta idea, pues: está hasta donde se sabe y se sabe hasta donde se es (ésta es la idea de infinitud); rompiéndose, por tanto, esta reciprocidad en los extremos. De este análisis surge la idea más fundamental de espacio que podamos tener y, en rea-lidad, la más esencial pues no sólo hablamos de espacio como aquello que rodea a los cuerpos sino como aquello de los que los cuerpos se constituyen. Y aquello de lo que los cuerpos se constituyen, por el hecho de constituirse como cuerpos (como materia), vemos que necesariamente lo tienen que hacer hasta llegar a un punto que no lo es. Esto es, que, aunque se constituyan material y espacialmente, en su esencia tiene que estar la ausencia de estos atributos pues un cuerpo no puede ser cuerpo material, en una división iterada, hasta el infinito. El mismo comentario para su condición espacial subyacente propiamente dicha. Por lo tanto tenemos que hablar de la característica espacial –en su sentido real– de los cuerpos como algo que surge de un estado anterior inespacial. Es decir, si el espacio estuviera en la base de las cosas –tal como afirma Kant– y no en una característica derivada de las cosas misma no podríamos hacer una división de las mismas hasta llegar a una constitución inespacial, como no podríamos, igualmente, darle esa constitución inespacial a los objetos que se nos presenta de esta forma e inmateriales como la luz o cualquier tipo de ondas electromagnéticas, pues también sobre ellas estaría el espacio como formas puras de la sensibilidad.

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determinada perspectiva espacio-existencial y no ser en todo lo que es, el resto de las cosas que son se me presentan desconocidas (según la altura de mi conocimiento), es decir, en un estado susceptible de variar. Cuando los estados no son mentales ocupan un espacio y conllevan una sucesión temporal que identificamos con nuestra existencia. Nuestra mente, dentro del caos que alberga, procura emular (el sistema conocido y a él habitua-do), ordenando los estados mentales bajo las variables espacio-temporales. Éste es el caso de las ensoñaciones y el de todo tipo de alucinaciones, re-creaciones y representaciones en las que se pueda alcanzar sensación de realidad. ¿Qué son estos estados mentales? Estos estados son un cambio de perspectiva espacial y temporal, es decir, que el cognoscente, que no está sujeto espacio-temporalmente, deja de sentirse como algo, crea un universo en el que se incluye, y empieza a sentirse como parte de algo. Ése no ser nosotros ya es un exterior y un espacio. La diferencia estriba (además de otros atributos) en que esta espacio-temporalidad (que puede ser una multidimensionalidad formal) surge de nosotros y por este motivo caer en la cuenta de ello y volver al sistema libre de tiempo y espacio de la mente (puesto que nos hemos sometido coyunturalmente a ellos) es todo uno, mientras que del sistema espacio-temporal de la vida no podemos evadir-nos, no podemos caer en la cuenta y haciéndolo entrar en otro sistema (en realidad si caemos en la cuenta sólo alcanzamos más conciencia de nuestro estado espacio-temporal) ni romper la continuidad del tiempo a la que nos vemos sometido. La verdad radica en que no podemos porque este sistema espacio-temporal no está creado por nosotros ni tenemos conocimiento o control del sistema (atemporal e inespacial) del cual parte (el primigenio). La sucesión ordenada e irrenunciable de estados, junto a la perspectiva es-pacial y dimensionada, es la que nos da idea de la realidad ajena (no irrea-lidad pensada). En este caso, no podemos romper la continuidad porque ésta viene ya establecida por la ordenación de los estados. Kant lo explica a su manera:

A todo conocimiento empírico pertenece la síntesis de lo múltiple por me-dio de la imaginación, que es siempre sucesiva; es decir, las representaciones se siguen en ella siempre unas a otras. Pero la sucesión, en la imaginación, no está determinada según su orden (según lo que debe preceder y seguir) y la serie de las representaciones sucesivas puede recorrerse lo mismo hacia adelante que hacia atrás. Pero si esa síntesis es una síntesis de la aprehen-sión (de lo múltiple de un fenómeno dado), entonces el orden está deter-minado en el objeto o, hablando más exactamente, hay ahí un orden de las síntesis sucesivas, que determina un objeto y según ese orden algo debe ne-cesariamente preceder y, puesto este algo, otra cosa debe necesariamente seguir. Si pues mi percepción ha de contener el conocimiento de un suceso,

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en el que algo realmente sucede, deberá ser un juicio empírico, en el cual se piense que la sucesión es determinada, es decir, que supone otro fenóme-no, según el tiempo, fenómeno al que sigue necesariamente, o según una regla. En el caso contrario, si yo pusiera lo antecedente y no siguiera a ello necesariamente el entonces debería considerarlo como juego subjetivo de mis imaginaciones y, si a pesar de todo me representase algo objetivo, lla-marlo mero sueño. Así, esa relación de los fenómenos (como percepciones posibles), por la cual lo siguiente (lo que sucede) es determinado según el tiempo, en su existencia, necesariamente y según una regla, por algo ante-cedente, esto es, la relación de causa a efecto, es la condición de la validez objetiva de nuestros juicios empíricos, en lo que atañe a la serie de las per-cepciones; es condición pues de la verdad empírica de esas percepciones y, por lo tanto, de la experiencia. El principio de relación causal en la serie de los fenómenos vale pues, antes de todos los objetos de la experiencia (bajo las condiciones de la sucesión), porque ese principio mismo es el fundamen-to de la posibilidad de semejante experiencia.

Vemos pues que la espacio-temporalidad subyace de forma ineludible al mundo físico y que ésta se manifiesta de forma diferente a la espacio-tem-poralidad que el cognoscente incluso es capaz de generar. Este caso rompe la posibilidad de que me piense a mí mismo dentro de las cosas pensadas de una forma continuada y coherente puesto que este pensamiento con-lleva unas formas de perspectiva que puedo variar, romper o a las que no puedo dar solución de continuidad.

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acerca del autor

Rafael Cañete Mesa

E-mail: [email protected]

Nació en Linares, España, en 1964. Muy joven, en 1978, se incorporó al mundo laboral. Sin duda, esto lo educó en lo social y en lo humano. En 1986 comenzó a estudiar Física -obtuvo la licenciatura años más tarde- como com-plemento perfecto a los planteamientos metafísicos, que lo apasionaron desde siempre. Esta conjunción de disciplinas es la base de su proyecto filosófico, “Lo trascendente desde un punto de vista racio-nal”, que inició en 1997 y culminó doce años más tarde con El elemento único. Del problema del conocimiento se llega al de la existencia y, de este, al de la vida, como caso particular y como contrapunto. El camino de la (seducción) perfección, primera obra del autor, historia vitalista, cer-cana, real y dispar, representa para la anterior, en tanto que es invocada, ese contrapunto.

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