El encuentro de Karl Marx y Felipe Varela

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José Pablo Feinmann // Bizarrosa Editor

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“EL ENCUENTRO DE KARL MARX

& FELIPE VARELA” [*]

por JOSÉ PABLO FEINMANN

Editó, adaptó y diseñó: SATURNINO “GONSATUR” GONZÀLEZ Publicó: PATINETEADORXS DE MANDIGA EN EL FRENTE AMPLIO

Se terminó de imprimir en Little Horse, 24 abril de -2 a.T

(antes de Tusunami) 2ª edición remasterizada a las apuradas: 20 ejemplares (100% Pirata ¡Mueran los

salvajes unitarios!)

[*] La Astucia de la Razón, Alfaguara, Bs.As., 1990, pp. 229-242. [**]

[**] Ponemos los datos de la editorial para los interesados en la versión original, no porque nos interese publicitar a los vigilantes de Alfaguara.

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Fragmento de un relato que narró Hugo Hernández en una charla que mantuviera junto a tres amigos durante una noche de 1965 en alguna playa de Mar del Plata.

ierta vez, para ser más preciso: el 10 de abril de 1867, el cabezón barbado, Marx, ¿no?, se encontró, no lejos de un lugar conocido como

el Pozo de Vargas, en la provincia de La Rioja, se encontró, decía, el cabezón barbado, Marx, ¿no?, con el caudillo catamarqueño Felipe Varela. Era mediodía. Un sol insumiso, luctuoso, hería la tierra y hacía del aire una carencia ardiente. Sin embargo, allí, la guerra era un destino a cumplir. En menos de una hora Varela habría de lanzarse contra las tropas del santiagueño Taboada. Fue entonces cuando Karl Marx arribó al campamento, al de Varela, ¿no?, y pidió hablar con el caudillo montonero.

[…] “C

LA RIOJA (Provincia) ARGENTINA (Centro y Norte)

La Rioja, (ciudad)

La Rioja (Ciudad); el Pozo de Vargas queda ahí nomás

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I

Se llegaron, dijo Hugo, hasta la tienda de Varela, del coronel Felipe Varela, del guerrero que en menos de una hora, no bien amenguara ese insumiso, luctuoso, sol del mediodía, lanzaría sus tropas, sus bravíos montoneros, sobre las del santiagueño Taboada, hombre, éste, Taboada, del Interior, pero lacayo de la causa de Buenos Aires, de modo que atacarlo a él era atacar a Buenos Aires.

Entonces, sobre Taboada lanzaría Varela sus tropas, sus bravíos montoneros, dos de los cuales, entre alharacas, aspavientos, entre grandes gestos de asombro, se llegaron, decía, hasta la tienda de Varela, y le dijeron que de una galera polvorienta acababa de descender un hombre extraño…

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…tan extraño, le dijeron, que era diferente a cuantos habían visto en su vida, porque tenía una levita negra y por eso parecía un doctor de Buenos Aires, pero tenía tanto pelo, que si bien por la levita parece un doctor de Buenos Aires, por la cabeza parece el mismísimo general Juan Facundo Quiroga, Dios lo tenga en Su santa gloria, dijeron y se persignaron, tras lo cual “Que venga”, dijo Varela, dijo Hugo, y casi no fue necesario que lo dijera porque ya estaba ahí EL PINTORESCO PERSONAJE, EL CUAL, en verdad, vestía una levita negra como los doctores de Buenos Aires y TENÍA UNA CABEZA GRANDE Y CUBIERTA POR UNA PELAMBRE TAN EXCESIVA QUE, COMO LO HABÍA DICHO DE LA DE QUIROGA, TAMBIÉN DE ÉSTA, HUBIERA DICHO EL LOCO SARMIENTO QUE ERA UN BOSQUE DE PELO, quien, no el loco Sarmiento, sino el pintoresco personaje que se había allegado hasta Varela indiferente a los tumultos que su presencia había despertado en el campamento, le dijo al coronel “Me llamo Marx. Karl Marx”, y añadió “Soy historiador, economista y doctor en filosofía”, y Varela lo miró concienzudamente y preguntó “¿Doctor en qué?”, y Marx dijo “En filosofía”, y Varela dijo “Ninguno de mis hombres se ha enfermado de eso aún”, y Marx lo miró no sin cierta sorpresa pues tenía sus informaciones sobre Varela y lo sabía hombre entendido, de modo que ahora no se sorprendió cuando el coronel le dijo “Vamos, don Marx”, dijo Varela, dijo Hugo, “¿Cómo no voy a saber yo qué es la filosofía?”, y Marx dijo “Me hubiera sorprendido que así no fuera”, y añadió “He oído hablar de usted. Y si bien sé que no es un hombre letrado, también sé que está muy lejos de ser un ignorante”, y un orgullo cálido, legítimo, se adueñó de Varela, ya que, seguramente pensó, no cualquier gaucho levantisco, no cualquier bárbaro y bandolero, como decía de él la prensa de Buenos Aires, sería capaz de ganarse el respeto de semejante doctorazo, de un hombre como

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éste que ahora estaba frente a él, de DON CARLOS MARX, nada menos, QUE ANDABA CAMBIANDO LA HISTORIA CON SUS IDEAS, de modo que así se lo dijo, ya que le dijo “Vea, don Marx, es un orgullo para mí eso que usted me dice. Y también es un orgullo para mí recibirlo en mi campamento”, y Marx dijo “Tenía que venir. Tenía que verlo, coronel”, y luego de mirar a su alrededor, y luego de verificar que esa batalla, que era ya como un destino, que era ya inminente, inexorable, no había empezado aún, añadió “Por lo que veo, no he llegado tarde”, y Varela sonrió con una alegría transparente, porque, en verdad, le alegraba tenerlo allí a Carlos Marx, un hombre de luces que se jugaba por la causa de los oprimidos, y también le alegraba que Marx tuviera tantos deseos de presenciar la batalla, su batalla, la del coronel Varela, ¿no?, y que esos deseos fuesen tan intensos como para llevarlo a decir lo que había dicho, pues Marx había dicho, dijo Hugo, “Por lo que veo, no he llegado tarde”, de modo que Varela, muy orondo, le dijo “No, don Marx. Si más a tiempo no ha podido llegar”, y señalando con un amplio gesto a todos sus valientes expectantes y en armas, añadió “Vea, mire a esos hombres. Todos saben que están frente a la gloria o la muerte. Pero, créame, don Marx, tanto a la una como a la otra las recibirán con la misma fiereza”, y con un gesto ahora leve invitó al cabezón barbado, a Marx, ¿no?, a entrar en su tienda, y Marx entró, y Varela detrás de él, y una vez adentro le dijo “Conque tranquilícese, don Marx. No ha llegado tarde. La batalla es inminente. La verá”, y Marx movió pesarosamente su gran cabeza y dijo “Eso es lo que no quiero, verla”, y fijando sus ojos en los de Varela añadió “No quiero ver esa batalla, coronel”, y Varela, claro, se sorprendió y preguntó “¿Cómo? ¿Tan pronto se va a ir? ¿Tantas leguas ha recorrido y ahora no quiere aguardar siquiera una hora?”,

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y Marx, entonces, con un tono muy firme, dijo “Si no quiero ver esa batalla, es porque estoy aquí para impedirla, coronel”, y luego, con un tono ya más apagado, casi, diría, con desesperanza, añadió “Si puedo”, y ahora fue Varela el que fijó sus ojos en Marx, y hubo en ellos, en esos ojos, un brillo que debía tener algo de la fiereza con la que había dicho que sus hombres esperaban la muerte o la gloria, ya que esos ojos y el brillo que había en ellos impresionaron a Marx, quien, así, impresionado por la fiereza de la mirada de Varela, lo escuchó decir “¿Quién lo ha enviado, don Marx? ¿Mitre acaso?”, y Marx dijo “No”, dijo Marx, dijo Hugo, “No me ha enviado ese general sanguinario”, y con un tono ahora sombrío añadió “Ese general que está tiñendo de sangre los esteros paraguayos”, y, sosegado, dijo entonces Varela “Bueno, mejor así. Si no está con Mitre, está conmigo”, y Marx dijo “Es otra la causa que me tiene aquí”, y Varela dijo “No hay otra causa en esta tierra. O Mitre o yo. O Buenos Aires o las Provincias”, y Marx, remarcando sus palabras, casi silabeándolas para tornarlas más transparentes, más penetrantes, dijo “La causa que me tiene aquí es la causa de la Historia”, y luego de un instante como para permitirle a Varela digerir semejante frase, añadió “O para ser más preciso, coronel: estoy aquí para informarle a usted acerca de la Historia y sus leyes”, y entonces Varela se aflojó, y, encogiéndose de hombros, dijo “Ah, bueno, si es por eso nomás, podemos tomarnos un amargo entonces”, y agarró un mate, y agarró una pava y echó agua caliente en el mate y se lo tendió a Marx y preguntó: “¿Gusta, don Marx?”, Y Marx sacudió con energía su cabezota y dijo “No, gracias. ese brebaje que se toman ustedes a mí me revoluciona las tripas”, y Varela sonrió, y empezó lentamente a echarle agua al mate, y mientras lo hacía y sin dejar de sonreír, dijo “¡Qué don Marx éste! Si hasta para hablar de la diarrea menta la revolución”.

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II

Y, ahora, ahí estaban: el ex lugarteniente de Ángel Vicente Peñaloza, el militante de la Unión Americana, el guerrero que, en menos de una hora lanzaría sus tropas sobre las del santiagueño Taboada, y el autor del Manifiesto Comunista, de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, el creador del socialismo científico, cuyas leyes, es decir, las leyes que hacían participar a este socialismo de los rigores de la Ciencia había ido a explicarle al guerrero de la Unión Americana, al defensor de la causa del Interior, al aliado del Paraguay, y así, entonces, ahora, ahí estaban: Felipe Varela y Karl Marx, quien, Varela, dijo “De veras me sorprende tenerlo aquí. Me lo hacía terminando el primer tomo de El Capital”, y Marx asintió quedamente y en seguida extrajo de su levita un amplio pañuelo blanco y se lo pasó por la frente, porque desde luego, con tanto pelo y tantas ideas era allí, en la cabeza, donde se le amontonaba el calor, de modo que se secó esa humedad ardorosa que le perlaba la frente y dijo “Ya he terminado ese libro. El primer tomo, como bien dice usted. Ahora estoy escribiendo el prólogo”, “¿Y cuándo piensa terminarlo?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx, sin hesitación alguna, dijo “El 25 de julio, de este año, ¿no?, en Londres”, y Varela dijo “Ahá” y añadió “¿Y también lo va a editar en Londres?”, y Marx dijo “No”, dijo Hugo, “Lo voy a editar en Hamburgo”, y Varela dijo “Va a ser muy leído ese libro, don Marx”, dijo Varela, dijo Hugo, “Tanto”, añadió, dijo Hugo, “como mi Proclama. O como el Manifiesto del general Felipe Varela a los pueblos americanos que estoy preparando. Créamelo. ¿Y sabe por qué va a ser así?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y siguió diciendo Varela “Porque usted y yo”, dijo Varela, dijo Hugo, “tenemos mucho que decirle a los desdichados de este mundo. A los castigados por esa Civilización desalmada que nos quieren imponer”, y Marx volvió a secarse una vez más su frente húmeda y ardorosa y dijo “Coronel, tal como usted lo dice, esa Civilización es desalmada, pero”, y aquí se detuvo y Varela lo miró esperando, ansioso, que siguiera, ya que parecía dispuesto a beberse sus palabras, las palabras de ese doctorazo que tenía frente a sí, las palabras de Karl Marx quien acababa de decir “Pero”, dijo Marx, dijo Hugo, y como la

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pausa se hiciera muy larga, muy larga al menos para la paciencia y posiblemente para el tiempo real de Varela, quien, no conviene olvidarlo, tenía una batalla decisiva en menos de una hora, “Pero ¿qué?”, preguntó Varela, dijo Hugo, “PERO ESA CIVILIZACIÓN QUE USTED LLAMA DESALMADA Y QUE, EN EFECTO, LO ES”, dijo Marx, dijo Hugo, “ES, SIN EMBARGO”, dijo Marx, dijo Hugo, “INVENCIBLE PARA USTED, CORONEL”, dijo Marx, dijo Hugo, y Varela lo miró al cabezón barbado como uno mira a quien no cree haber escuchado bien, o a quien uno, incluso, cree no haber entendido pese a haberlo escuchado bien, no obstante lo cual no dijo “No lo escuché bien”, no dijo Varela, dijo Hugo, ni tampoco dijo “No lo entendí bien”, tampoco dijo Varela, dijo Hugo, sino que preguntó “¿Por qué es invencible esa Civilización, don Marx?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx no respondió a esa pregunta, pues antes necesitaba informarle a Varela algunos acontecimientos que éste, Varela, desconocía y Marx no, de modo que “Antes”, dijo Marx, dijo Hugo, “de contestarle esa pregunta. Antes de decirle, coronel, por qué, para usted, al menos, esa Civilización es invencible, antes, coronel”, dijo Marx, dijo Hugo, “debo llevar a su conocimiento algunos desgraciados sucesos, tan, en verdad, desgraciados, que me apena ser el portador de los mismos”, y Marx hizo una pausa, y Varela lo urgió y dijo “Diga nomás”, dijo Varela, dijo Hugo, pues le urgía conocer esos sucesos que Marx había considerado hasta tal extremo desgraciados que le apenaba ser el portador de los mismos, de modo que Marx dijo “Lamento informarle que el día primero de este mes de abril de 1867, es decir, hace apenas nueve días, coronel, las tropas de de su aliado el cuyano Juan Sáa fueron derrotadas por el coronel mitrista Arredondo en la localidad de San Ignacio”, y luego de un silencio que fue como una oración fúnebre dijo Varela “Tal”, dijo Varela, dijo Hugo, “como usted lo ha dicho, don Marx: un desgraciado suceso”, y luego añadió “¿Hay más?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y “Hay más”, dijo Marx, dijo Hugo, y el cabezón barbado, Marx, ¿no?, dijo Hugo, añadió “Los vencedores se ensañaron con los vencidos, coronel. Y los prisioneros fueron degollados”, y Varela sonrió amargamente, como si lejos de sorprenderlo, esa noticia no hiciera más que confirmarle la naturaleza perversa y sanguinaria del enemigo que lo enfrentaba, y así lo dijo, ya que dijo “NO ME SORPRENDE ESA SAÑA. LOS SALVAJES UNITARIOS SON ASÍ, DON MARX. ELLOS SON LOS BÁRBAROS. LUEGO DE ASESINAR A QUIEN FUERA MI JEFE,

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AL VALIENTE GENERAL ÁNGEL VICENTE PEÑALOZA, LE CORTARON LA CABEZA Y LA EXHIBIERON EN UNA PICA. Y ¿sabe usted qué dijo al enterarse del suceso el general Wenceslao Paunero, ese sicario de Mitre?”, y Marx dijo “No”, dijo Hugo, “no lo sé” y Varela dijo que Paunero había dicho “Así es la guerra”, “No se puede comer huevos sin romper las cáscaras”, había dicho Paunero, dijo Varela, dijo Hugo.

III

Y Varela chupó con largueza de su bombilla y el hueso prominente de su garganta subió y bajó al paso del líquido, y Marx lo miró en silencio, y, súbitamente creyó verlo más flaco, más puro nervio y hueso, y más triste, y desamparado también, no obstante lo cual el caudillo se rehizo con una presteza que era, sin duda, la vieja memoria de su viejo orgullo, de su obstinada fiereza de guerrero imbatible, y dijo “Juan Sáa y sus hombres sabían por qué peleaban y habrán sabido morir también. Cuando uno defiende una causa justa la muerte no es una derrota. Ya pueden los salvajes unitarios degollar a miles de los nuestros, no importa. SURGIRÁN OTROS, DON MARX. Y VENGARÁN TODA INJUSTICIA, TODA CRUELDAD”, y Marx, muy firme, dijo “Sí, coronel”, dijo Marx, dijo Hugo, “Surgirán otros. Y vengarán las injusticias y las crueldades, las de ustedes y las de ellos, pues ellos también las padecerán”, y Varela lo miró intrigado, sabiendo que se agitaba algo más en las palabras de Marx, y así en efecto, era, ya que Marx dijo “PERO ESOS OTROS, DESDE LUEGO, NO SERÁN USTEDES”, dijo Marx, dijo Hugo, y Varela dejó su mate sobre una mesa hecha también de paja seca y dura y bien trenzada y preguntó “¿Y quiénes serán entonces?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx respondió “No serán gauchos”, respondió Marx, dijo Hugo, y Varela alzó su barbilla y miró a Marx casi con altivez, como si quisiera mostrarle que llevaba en su espíritu la fuerza necesaria para afrontar todas las verdades, por más duras que fueran, y preguntó “¿Y qué serán entonces?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx respondió “SERÁN OBREROS”, respondió Marx, dijo Hugo, y Varela secamente dijo “Aquí no hay obreros, don Marx. Sólo gauchos”, dijo secamente Varela, dijo Hugo, y Varela añadió “Obreros hay en Inglaterra. Allí, donde usted piensa escribir el prólogo de El Capital”, añadió Varela, dijo Hugo, y Varela, siempre

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alzada su barbilla, altivo, abundó “Si aquí hubiera obreros, ¿por qué no habrían de estar peleando a nuestro lado? ¿O son mitristas los obreros, don Marx?”, abundó Varela, dijo Hugo, y Marx meneó su cabezota y alguna sonrisa entre la resignación y la ironía se abrió paso en medio de tanta pelambre y dijo, el cabezón barbado, ¿no?, dijo “Sí, coronel, los obreros son mitristas”, y tuvo que alzar como un rayo una mano para detener la palabra de Varela, y una vez que hubo conseguido esto, dijo “Déme un par de minutos, coronel. Sé que en menos de una hora tiene una batalla. Pero yo no necesito tanto. Sólo le pido un par de minutos”, dijo Marx, dijo Hugo, y Varela se sosegó y dijo “No voy a ser yo quien se los niegue. Adelante, don Marx”, dijo Varela, sosegado, dijo Hugo, y Marx dijo “CUANDO YO DIGO QUE LOS OBREROS SON MITRISTAS, CORONEL, DIGO QUE SON UN RESULTADO DEL MITRISMO. Vea, el mismo año que le cortaron la cabeza a su jefe Peñaloza apareció en Buenos Aires el periódico El Artesano. ¿Me entiende? El primer periódico obrero de este país. Los obreros, coronel, son un fruto de la política mitrista, PERO AL ENGENDRARLOS, MITRE ENGENDRA A QUIENES HABRÁN DE CAVAR SU SEPULTURA. La historia es así: cada nueva forma contiene el germen que habrá de destruirla. Todo esto no es simple, y yo lo estoy haciendo más simple aún porque el tiempo apremia, porque usted tiene una batalla y yo quiero impedirla”, dijo Marx, dijo Hugo, y Varela, que había escuchado apasionadamente las palabras de Marx, preguntó “¿Por qué, don Marx? ¿Por qué quiere impedir esa batalla?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx respondió “Porque me entristece que se derrame en vano la sangre de tantos valientes. La sangre de sus hombres, coronel”, respondió Marx, dijo Hugo, y Varela preguntó “¿Por qué en vano, don Marx? ¿POR QUÉ PARA USTED ESTÁ TAN CONDENADA NUESTRA CAUSA?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx respondió largamente “Porque Mitre está trayendo contra usted los mejores regimientos del frente paraguayo. PORQUE ESOS REGIMIENTOS TIENE LAS ARMAS MORTALES DEL PROGRESO. Traen cañones Krupp, fusiles Remington. Demasiado para sus lanzas, coronel, aun cuando con tanto coraje las empuñen sus hombres. PORQUE USTED, CORONEL, REPRESENTA UN ORDEN ECONÓMICO ARCAICO. PORQUE SU ECONOMÍA ES ARTESANAL, PRIMITIVA, FEUDAL Y, si usted me permite el término, pero, lo juro, coronel, no hay otro,

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PRECAPITALISTA. Y, por último, coronel Varela, porque MITRE, CON TODAS SUS CRUELDADES Y SU INFINITA MEZQUINDAD, ES UN ALIADO DE LA EUROPA CAPITALISTA, A LA QUE ARROJARÁ SOBRE ESTOS CAMPOS HISTÓRICAMENTE ESTÉRILES, Y, ENTONCES, CORONEL, AL SISTEMA ARCAICO, ARTESANAL Y PRECAPITALISTA DE LOS SUYOS, LO SUPERARÁ EL MODERNO SISTEMA DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA, CON SUS FÁBRICAS, SUS OBREROS Y SUS SINDICATOS. Y ELLOS, ESTOS OBREROS TRAÍDOS A ESTAS TIERRAS POR LA POLÍTICA DEL SANGUINARIO GENERAL MITRE, ELLOS, CORONEL, NO SÉ CUÁNDO, PERO UN DÍA, INEXORABLEMENTE DERROTARÁN A MITRE, PORQUE ELLOS, CORONEL, SON LA NEGACIÓN, LA CONDENA QUE LLEVA EN SÍ EL SISTEMA QUE MITRE TIENE LA MISIÓN HISTÓRICA DE IMPONER EN ESTE PAÍS”, dijo largamente Marx, dijo Hugo, y Varela lo escuchó en silencio, con respeto, porque respetaba al cabezón barbado, a Marx, ¿no?, tal como el cabezón barbado lo respetaba a él, a Varela, ¿no?, pero al respeto de Varela se le sumaba un deslumbramiento hondo por la sabiduría de Marx, aun cuando en esa sabiduría latiera su condena, y fue así entonces que Varela dijo “Usted, don Marx, me dice que esos obreros derrotarán a Mitre inexorablemente, pero no sabe decirme cuándo. Y yo le pregunto: ¿cuándo? Y no sólo se lo pregunto, se lo exijo, don Marx: ¿cuándo?”, dijo y preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx dijo “Se lo dije: no sé cuándo. Pero es inevitable que Mitre triunfe antes para que esos obreros lo derroten después”, dijo Marx, dijo Hugo, y Varela preguntó “¿Y por qué no me deja intentar a mí esa empresa ahora? Están allí. En lo de Vargas. Son los sicarios de Mitre. Son el mismísimo Mitre. Ha tenido que sustraer innumerables tropas del frente paraguayo para atacarme. Tan poca cosa no debo ser, don Marx. Si quiere, abandone esta tienda y écheles un vistazo. Están allí. Donde le dije: cerca del Pozo de Vargas. ¿Por qué no habrían de derrotarlos ahora el coronel Varela y sus montoneros?”, preguntó, dijo y otra vez preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx dijo “Porque aunque usted los derrote hoy nada cambiará mañana. Escuche, coronel: hay una finalidad en la historia. Y esa finalidad dice que lo nuevo supera a lo viejo. Mitre está haciendo lo que debe ser hecho, MITRE ESTÁ MONTADO SOBRE EL SENTIDO DE LA HISTORIA. En su forma torpe, petulante y sanguinaria, él representa lo necesario. Y escuche algo más, coronel. Porque voy a decirle una temeridad”, dijo Marx, dijo Hugo, y Varela lo escuchaba

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en silencio, asistiendo impávido a sus funerales dialécticos, y Marx dijo “SI USTED, CORONEL, GANA ESTA BATALLA, LA QUE ESTALLARÁ EN MENOS DE MEDIA HORA YA. Y SI USTED, LUEGO DE GANAR ESTA BATALLA, GANA TAMBIÉN TODAS LAS OTRAS. Y SI USTED, EN FIN, GANA TODAS SUS BATALLAS CONTRA MITRE Y LO DERROTA, Y SE ADUEÑA DEL PODER, Y SE APOSENTA EN EL MISMÍSIMO FUERTE DE BUENOS AIRES, ENTONCES, USTED, CORONEL VARELA, NO TENDRÁ POSIBILIDAD ALGUNA MÁS QUE HACER UNA POLÍTICA IDÉNTICA A LA DE MITRE. ¿O USTED CREE QUE INGLATERRA LE PERMITIRÁ OTRA COSA? ¿ACASO SE LO HA PERMITIDO A SOLANO LÓPEZ? ¿POR QUÉ ESTÁ SIENDO AHOGADO EN SANGRE PARAGUAY?”, dijo y preguntó Marx, dijo Hugo, y el cabezón barbado hablaba con pasión dialéctica pero también con lo mejor de su humanismo revolucionario, pues no hubo indiferencia, ni mera certificación lógica cuando dijo esa frase, cuando dijo que el Paraguay estaba siendo ahogado en sangre, razón por la cual Varela, que ya lo respetaba inmensamente por su inteligencia, también lo respetó ahora por el dolor que le producía al cabezón barbado el trágico destino de estos pueblos, y fue entonces en medio de estos hondos sentimientos que preguntó el coronel Varela “¿Y quién vengará esta devastación? ¿O quedará impune tanta sangre derramada?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y dijo Marx “La burguesía, coronel, engendra a su propio verdugo. Las iniquidades del general Mitre serán vengadas por los proletarios argentinos”, dijo Marx, dijo Hugo, y Varela dijo “Insisto, don Marx: ¿cuándo?”, dijo y preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx respondió “Insisto, coronel: no lo sé”, respondió Marx, dijo Hugo, y entonces Varela hizo a un lado a Marx, se dirigió hacia la salida de la tienda, se detuvo aquí un instante, de espaldas, ¿no?, al cabezón barbado, como si estuviera meditando hondamente las palabras que diría, giró, buscó con su mirada la de Marx, y dijo “Si usted no puede decirme cuándo, eso para mí es nunca. Y yo tengo que pelear ahora”, dijo Varela, dijo Hugo, y Marx dijo “Peleará en vano. Su lucha es imposible, coronel”, dijo Marx, dijo Hugo, y Varela dijo “PERMÍTALE A ESTE SOLDADO TESTARUDO, A ESTE QUIJOTE DE LOS ANDES, A ESTE, SEGÚN LO HA DICHO USTED, PRECAPITALISTA, DECIRLE UNA VERDAD: SIEMPRE, A LO LARGO DE TODAS LAS ÉPOCAS, LES HAN DICHO A LOS OPRIMIDOS QUE SU LUCHA

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ERA IMPOSIBLE. TAMBIÉN SE LO DIRÁN A SUS PROLETARIOS”, dijo Varela, dijo Hugo, y Marx preguntó “¿Va a dar la batalla entonces?”, preguntó Marx, dijo Hugo, y Varela respondió “Ya mismo”, respondió Varela, dijo Hugo, y Varela preguntó “¿No se queda a presenciarla?”, preguntó Varela, dijo Hugo, y Marx dijo “No. Ya sé el resultado”, dijo Marx, dijo Hugo, y Varela dijo “Yo no“, dijo Varela, dijo Hugo, y entonces Marx le tendió su mano al coronel y éste se la estrechó con fuerza antes de salir de la tienda para arengar a sus hombres.

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