"El Escritorio de Marx". Por Maximiliano Crespi
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7/27/2019 "El Escritorio de Marx". Por Maximiliano Crespi
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“El escritorio de Marx”*
Por Maximiliano Crespi
Karl Marx se levantaba entre las ocho y las nueve de la mañana, tomaba una taza de
café, leía los diarios y entraba a su gabinete de trabajo hasta las dos o tres de la mañana
del día siguiente. No interrumpía su trabajo sino para comer y para dar un paseo, al caer
la tarde, cuando el tiempo lo permitía, por el Hampstead Heath. Podía trabajar en
cualquier lugar. «Soy un ciudadano del mundo -decía- y trabajo donde quiera que me
encuentre». Pero su espacio de producción intelectual más conocido es el el gabinete de
trabajo de Maitland Park Road. Allí, a esa habitación que se ha hecho ya histórica,
afluían los camaradas de todo el mundo civilizado para conversar con el maestro del
pensamiento socialista. Para entender la intimidad de la vida intelectual de Marx, es
preciso pensar en ese gabinete. Estaba situado en el primer piso de la casa y tenía un
ancho ventanal por el que la luz entraba abundantemente. Frente a la ventana, a ambos
lados de la chimenea, había anaqueles colmados de libros, paquetes de periódicos y
manuscritos. A un lado de la ventana, dos mesas con pilas de papeles, libros, periódicos.
En medio de la habitación, en el sitio más iluminado, había una mesita de trabajo de un
metro de largo y por 70 centímetros de ancho y un sillón de madera, donde Marx
trabajaba habitualmente. Entre el sillón y los anaqueles de libros había un diván de
cuero, sobre el cual se tendía de vez en cuando a descansar. Sobre la chimenea había se
acumulaban libros, cigarros, cigarrillos, paquetes de tabaco, pisacartas, fotografías de
sus hijas, de su mujer, de Guillermo Wolff y de Engels. Era un fumador empedernido.
« El Capital no me dará nunca el dinero que me han costado los cigarros que he fumado
escribiéndolo», solía decir a sus amigos.Según Lafargue, uno de sus últimos secretarios, Marx no permitía se que nadie se
entrometiese a poner orden en sus cosas. Y en realidad el desorden era sólo aparente
porque él siempre encontraba rápidamente el libro, el apunte o el recorte que buscaba.
Frecuentemente se interrumpía en el curso de una conversación para mostrar la última
cita o la cifra que acababa de indicar. Él y su gabinete de trabajo no formaban sino un
solo y único conjunto: se servía de sus libros y los papeles de archivo como de sus
* Texto tomado de un posteo del día 27 de octubre de 2014 en su perfil de facebook.
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7/27/2019 "El Escritorio de Marx". Por Maximiliano Crespi
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propias manos. No tenía en cuenta para nada la simetría al colocar los libros en los
estantes. Los en cuatro, los en octavo y los folletos estaban confundidos unos con otros.
No los ordenaba conforme a su dimensión o a su materia, sino de acuerdo a las
relaciones que establecían en su propio pensamiento. Todos esos materiales eran para él
instrumentos de trabajo, no objetos de lujo. «Son mis esclavos -solía decir- y deben
servirme a mí, no yo a ellos». Los maltrataba sin cuidarse de su formato, ni de su
encuadernación, ni de la belleza del papel o de la impresión. Plegaba las puntas,
señalaba los márgenes con trazos de lápiz o de tinta y subrayaba pasajes completos de
narración histórica. No escribía notas marginales pero solía marcar los pasajes con
signos de interrogación o de admiración cuando el autor excedía los argumentos. El
sistema que empleaba en ese subrayado y puntuación le permitía encontrar fácilmente el
pasaje que buscaba. Pero además tenía la costumbre de releer, aun después de años, sus
cuadernos de notas y los pasajes subrayados en sus libros para conservarlos mejor en su
memoria, que era por demás admirable. La había ejercitado desde su juventud siguiendo
el consejo de Hegel y aprendiendo de memoria versos escritos en idiomas que
desconocía. Leía correctamente todas las lenguas europeas y escribía sin problemas en
tres: alemán, inglés y francés. A los 50 años se puso a estudiar ruso sólo para leer a
Pushkin y Gogol. «Un idioma extranjero -solía decir a sus hijas- es un arma en la lucha
por la existencia».