El Espacio y La Memoria

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EL ESPACIO Y LA MEMORIA: ITINERARIO POR LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN DE CHILE Carlos Hernández Tello I. Aproximación al problema: la memoria y su vinculación intrínseca al espacio - ¡Es la libertad, abuelo! (…) Poco después volvió el oficial y salimos. Hizo que un guardia cargara con uno de los bultos. Me habló. Salía en libertad, dijo. Pero debía olvidar estos días, incluso el lugar. Aníbal Quijada, Cerco de púas. Chile jamás será el mismo después de Villa Grimaldi, Tejas Verdes, José Domingo Cañas 1367 o Londres 38. Patricio Rivas, Chile, un largo septiembre. Desde la publicación de Tejas Verdes. Diario de un Campo de Concentración en Chile de Hernán Valdés en 1974, la producción de discursos i testimoniales se ha desarrollado sistemáticamente en Chile como respuesta a la experiencia traumática de una gran cantidad de presos políticos que lograron sobrevivir a las torturas y vejaciones impuestas por la Dictadura Militar. Dicha producción se ha enmarcado en la escritura de textos tanto en tierras nacionales (durante el presidio y después de éste) como en el exilio. A pesar de esta proliferación de discursos testimoniales, se ha manifestado, como lo señala Valdés en el prólogo de su obra a la edición LOM de 1996, una especie de “amnesia histórica”, la que él expresa en los siguientes términos: …Nunca nos ha gustado mirar el pasado, si todavía no ha sido heroizado por los historiadores de turno. Somos un pueblo optimista, eternamente joven, que sólo mira hacia delante. La sociedad chilena, por lo demás, está bastante ocupada con su presente y su futuro, con sus alianzas tácticas o estratégicas, con sus negocios, con su reconquistada “normalidad”. La reconciliación es una realidad, por lo menos para los reconciliados económicamente, y el pasado, testimonios como éste, hacen el papel de aguafiestas (…). Si no fuera porque confío que hay en Chile una minoría intelectual que ve las cosas de otro modo, y una mayoría silenciosa que vive al margen, entre otras cosas, del discurso oficial, pensaría que la publicación de Tejas Verdes en este país, hoy, es un exabrupto (Valdés, 1996: 4). Una visión similar plantea Jorge Arrate en su libro Salvador Allende, ¿sueño o proyecto?, en el que asevera que “Durante la post dictadura la derecha ha querido inculcar a los chilenos la aversión por nuestro pasado reciente. Ni la memoria ni la historia son nostalgia infecunda. En cuanto al futuro, no tenemos futuro según el pensamiento conservador: el ‘capitalismo democrático’ es el ‘fin de la historia’, porque el mundo ha alcanzado un equilibrio final y no es posible ni deseable otro modo de concebirlo. La derecha nos quiere expropiar de pasado y futuro” (Arrate, 2008: 11). Se arriba así al tópico fundamental de estas páginas: el problema de la memoria, el cual en este caso quedará vinculado a un espacio físico determinado que operará como constructor de la memoria de nuestro país, además de establecer una lucha por imponerse a la “amnesia histórica” a la que hace referencia Valdés, o bien, a “la aversión por nuestro pasado reciente” como lo propone Arrate.

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contiene elementos teóricos sobre la importancia de rescatar los espacios territoriales para la construcción de la memoria histórica y social

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  • EL ESPACIO Y LA MEMORIA: ITINERARIO POR LOS CAMPOS DE CONCENTRACIN DECHILE

    Carlos Hernndez Tello

    I. Aproximacin al problema: la memoria y su vinculacin intrnseca al espacio

    - Es la libertad, abuelo! ()Poco despus volvi el oficial y salimos. Hizoque un guardia cargara con uno de los bultos.Me habl. Sala en libertad, dijo. Pero deba olvidar estos das, incluso el lugar.Anbal Quijada, Cerco de pas.

    Chile jams ser el mismo despusde Villa Grimaldi, Tejas Verdes, JosDomingo Caas 1367 o Londres 38.Patricio Rivas, Chile, un largo septiembre.

    Desde la publicacin de Tejas Verdes. Diario de un Campo de Concentracin en Chile deHernn Valds en 1974, la produccin de discursosi testimoniales se ha desarrollado sistemticamenteen Chile como respuesta a la experiencia traumtica de una gran cantidad de presos polticos quelograron sobrevivir a las torturas y vejaciones impuestas por la Dictadura Militar. Dicha produccin seha enmarcado en la escritura de textos tanto en tierras nacionales (durante el presidio y despus de ste)como en el exilio. A pesar de esta proliferacin de discursos testimoniales, se ha manifestado, como loseala Valds en el prlogo de su obra a la edicin LOM de 1996, una especie de amnesia histrica,la que l expresa en los siguientes trminos:

    Nunca nos ha gustado mirar el pasado, si todava no ha sido heroizado por los historiadores de turno.Somos un pueblo optimista, eternamente joven, que slo mira hacia delante. La sociedad chilena, por lodems, est bastante ocupada con su presente y su futuro, con sus alianzas tcticas o estratgicas, con susnegocios, con su reconquistada normalidad. La reconciliacin es una realidad, por lo menos para losreconciliados econmicamente, y el pasado, testimonios como ste, hacen el papel de aguafiestas (). Si nofuera porque confo que hay en Chile una minora intelectual que ve las cosas de otro modo, y una mayorasilenciosa que vive al margen, entre otras cosas, del discurso oficial, pensara que la publicacin de TejasVerdes en este pas, hoy, es un exabrupto (Valds, 1996: 4).

    Una visin similar plantea Jorge Arrate en su libro Salvador Allende, sueo o proyecto?, en elque asevera que Durante la post dictadura la derecha ha querido inculcar a los chilenos la aversin pornuestro pasado reciente. Ni la memoria ni la historia son nostalgia infecunda. En cuanto al futuro, notenemos futuro segn el pensamiento conservador: el capitalismo democrtico es el fin de lahistoria, porque el mundo ha alcanzado un equilibrio final y no es posible ni deseable otro modo deconcebirlo. La derecha nos quiere expropiar de pasado y futuro (Arrate, 2008: 11). Se arriba as altpico fundamental de estas pginas: el problema de la memoria, el cual en este caso quedar vinculadoa un espacio fsico determinado que operar como constructor de la memoria de nuestro pas, ademsde establecer una lucha por imponerse a la amnesia histrica a la que hace referencia Valds, o bien,a la aversin por nuestro pasado reciente como lo propone Arrate.

  • El corpus testimonial que se abordar en estas pginas se centra esencialmente en elrelato que hace un sujeto determinado al vivir una experiencia traumtica encarcelado en uncampo de concentracin. Una vez que dicho sujeto ha sido liberado, emprende la tarea dedocumentar aquella experiencia alienante mediante un discurso testimonial que d cuenta,desde su punto de vista subjetivo, es decir, desde su verdad, de lo vivenciado y presenciadoen ese recinto de tortura. Es en torno a lo anterior que surgen dos problemas vinculados a lamemoria. El primero de ellos hace referencia a una de las propuestas que Paul Ricoeurrealiza en su libro La memoria, la historia, el olvido, trabajo en el cual este autor alude yaen la primera pgina de su investigacin a un problema que surge vinculado a la discusinsobre la memoria, el cual se refiere bsicamente al eje sobre el que son analizados lostextos cuyo propsito es reconstruir el pasado, esto es, sobre qu se recuerda y de quin esla memoria. Ricoeur jerarquiza estas preguntas otorgndole preeminencia al qu antes queal quin: Si se dice demasiado deprisa que el sujeto de la memoria es el yo de la primerapersona del singular, la nocin de memoria colectiva slo puede pasar por un conceptoanalgico, incluso por un cuerpo extrao en la fenomenologa de la memoria. Si queremosevitar dejarnos encerrar en una intil apora, entonces hay que dejar en suspenso la cuestinde la atribucin a alguien y, por tanto, a todas las personas gramaticales- del acto deacordarse, y comenzar por la pregunta qu? (Ricoeur, 2008: 19). Esta aclaracin deRicoeur introduce un problema mayor que es el de la memoria individual y el de lamemoria colectiva, eje importante tambin del anlisis que se desarrollar en este trabajo.Sin embargo, es pertinente detenerse un momento en la reflexin de este autor respecto delqu se recuerda y de quin es la memoria. Naturalmente, estas dos preguntas sonesenciales para la empresa de rememoracin, pues implican un retorno a la experiencia deltrauma y, por ende, a una reconstruccin del yo, el quin, en funcin de ese qu. Noobstante, la memoria no se desarrolla en la nada, si se permite la expresin, pues sta tienelugar en un espacio determinado que se constituye como eje central en el proceso derememoracin, puesto que el sujeto que narra su experiencia, en los textos que abordan laexperiencia de represin dictatorial, siempre lo hacen desde un espacio en el cual sucedenlos acontecimientos, y en el caso de que no sea as, remiten constantemente a dichosespacios. Tales espacios son reconstruidos en el enunciado testimonial, a partir de unreferente real, y el relato se subordinar a una verdad experiencial acorde a las vicisitudespadecidas por el sujeto en ese espacio, el cual adquiere un sentido simblico e ideolgico.De este modo, al qu y al quin postulados por Ricoeur convendra, para los efectos de estetrabajo, formular la pregunta por el dnde ocurre la experiencia del trauma queposteriormente ser rememorada en la construccin del discurso testimonial.

    Luz Aurora Pimentel, en su libro El espacio en la ficcin. Ficciones espaciales. Larepresentacin del espacio en los textos narrativosii, realiza una serie de reflexiones entorno a la construccin de los espacios en la narracin y que podran proporcionar algunasluces respecto al problema que se ha denominado aqu como el dnde. Primeramente,Pimentel seala que todo texto que pretenda una construccin de un espacio, ya sea deorden factual (o con un referente real) o ficcional, su recurso insoslayable ser ladescripcin para as configurar el universo diegtico, Pero lo que aqu nos interesaranalizar no son los grados de fidelidad en esas supuestas representaciones, sino losdiversos modos discursivos de significar el espacio (Pimentel, 2001: 9). Esto aludeinmediatamente a un problema ya mencionado: el espacio en estos discursos testimonialesdebe entenderse como una construccin de significado discursivo que obedecer a laexperiencia subjetiva del sujeto de la enunciacin. Se suma a esto el hecho de que para

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  • Pimentel la descripcin adems de ser responsable en primera instancia de la dimensinespacial de un texto narrativo, es tambin el lugar donde convergen e incluso donde searticulan los valores temticos, ideolgicos y simblicos del relato; es, en pocas palabras, ellugar donde se concretan y aun espacializan los modelos de significacin humanapropuestos (Pimentel, 2001: 10-11). Esto resulta relevante tambin desde la perspectiva enque se abordar el anlisis de los espacios de este trabajo, pues los sujetos que realizan lareconstruccin verbal de su experiencia traumtica vinculada a dichos espacios seidentifican con un sector ideolgico determinado y trasladan esto a su construccinespacial, dotndola de un valor simblico que se relaciona con una asignacin nueva designificado que los espacios, hasta antes del Golpe de Estado de septiembre de 1973, notenan intrnsecamente, sino que les fue proporcionado posteriormente al bombardeo alPalacio de La Moneda.

    Por otra parte, Pimentel seala que la descripcin en trminos de construccin delespacio, a nivel predicativo, requiere necesariamente de una denominacin: El nombre deuna ciudad, como el de un personaje, es un centro de imantacin semntica al queconvergen toda clase de significaciones arbitrariamente atribuidas al objeto nombrado, desus partes y semas constitutivos, y de otros objetos e imgenes visuales metonmicamenteasociados (Pimentel, 2001: 29). Y ms adelante agregar: desde una perspectivasemitica, un espacio construido sea en el mundo real o en el ficcional nunca es unespacio neutro, inocente; es un espacio significante y, por lo tanto, el nombre que lodesigna no slo tiene un referente sino un sentido, ya que, precisamente por ser un espacioconstruido, est cargado de significaciones que la colectividad/autor(a) le ha idoatribuyendo gradualmente (Pimentel, 2001: 31). Cuando Pimentel se refiere al nombreque lo designa (al espacio) alude al nombre propio con el que se ha denominado talespacio. Campos de concentracin o centros de reclusin como Tejas Verdes, Pisagua,Ritoque, Chacabuco, Dawson, Villa Grimaldi, Jos Domingo Caas, Estadio Chile, EstadioNacional, Tres lamos, Cuatro lamos, Academia de Guerra o Londres 38, los cuales, conel slo hecho de nombrarlos, adquieren una carga de significado colectivo e ideolgico queest dado no slo por lo que la Dictadura Militar gestion y legitim en esos espacios, sinopor la forma en la que son representados verbalmente por los sujetos que sobrevivieron alas experiencias de tortura y vejaciones en esos recintos. As, el nombre propio es lugarde convergencia de multitud de significaciones culturales e ideolgicas que se adhieren a lpor asociacin, adquiriendo as una dimensin aferente, o connotativa, de significacin(Pimentel, 2001: 33). Naturalmente, esta reflexin sobre el nombre propio del espacio aludea que existe una adjetivacin que lo dotar de significado, lo que se acerca nuevamente a laidea de espacio como construccin verbal que se configura a partir de un referenteextratextual, pero cuyo resultado es algo distinto al modelo real inicial:

    La descripcin particulariza al nombre, le da una consistencia y un perfil individuales, alconvertirlo en el lugar de referencia de todas las menciones subsecuentes. De este modo, eltexto va construyendo su propia referencia, desplazando as al referente extratextual. Estacapacidad de autorreferencia de los textos explica, en gran parte, el fenmeno de la creacin deun universo de discurso imaginario que, sin perder contacto con el mundo del extratexto, noslo se pueda bastar a s mismo, sino que pueda referirse a s mismo (Pimentel, 2001: 38).

    Lo anterior es lo que Pimentel denomina ilusin de realidad creada a partir de loverbal, pero que alude a un referente ficcional o extratextual. En el caso de los lugares quese analizarn en este trabajo, el referente claramente no es ficcional, pero, como ya se ha

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  • insistido anteriormente, el espacio aparece siempre representado como una construccindiscursiva interferida por un sistema ideolgico y de significado determinado, lo cualgenerara esa ilusin de realidad a la que hace referencia Pimentel. Esto se hace tanto msevidente cuando esta autora asevera que Es evidente que la matriz a partir de la cual seconstruyen estos espacios es puramente subjetiva (Pimentel, 2001: 53). En pginassucesivas la autora introduce un concepto que aporta tambin un elemento asociado alproblema de las perspectivas del narrador en relacin con el espacio. Tal concepto es el dedeixis:

    La deixis de referencia se define entonces como el punto cero del espacio, a partir del cual seorganiza toda su presentacin y que coincide siempre con la perspectiva de undescriptor-observador. Tres son los modos bsicos de operacin de la deixis de referencia:ubicua, mvil o fija. La primera es prerrogativa de un narrador de tipo omnisciente que seimpone a s mismo un mnimo de restricciones y puede as variar ese punto cero desde dondese va describiendo el espacio diegtico; la segunda y la tercera pueden ser asumidas, bien porel narrador, o por un personaje, en movimiento o en posicin fija (). As pues, la posicin delobservador es central en la construccin del espacio diegtico (Pimentel, 2001: 60-61).

    De este modo, y tal como lo seala la autora, va a depender de la forma narrativa quese emplee la manera en que se organice el espacio.

    Ya situados en otro mbito de las significaciones que adquieren los espacios dememoria representados en las obras seleccionadas, surge un elemento nuevo que se asocia aun nivel de sentido metafrico en la construccin verbal de estos espacios. Por ejemplo, esfrecuente poder asociar la representacin del espacio de memoria a conceptos comohacinamiento, alienacin, tortura, soledad, marginacin, hambre, fro, etc.,los cuales adquieren un sentido mayor asociados a ese nivel de espacialidad. Esto alude aque los conceptos mencionados, si bien es cierto tienen un significado en trminos de unaneutralidad de la lengua, asociados metafricamente a los espacios de memoria reclamanuna semiotizacin concreta que adquiere validez slo en el contexto de esa espacialidad. Alrespecto seala Pimentel: la metfora nos ofrece, no slo su extraordinario poder detransformacin de la realidad, sino su enorme capacidad de significacin sinttica. Todauna constelacin de semas particularizantes se halla contenida virtualmente no slo en lasreas metaforizadas sino en la totalidad de los campos semnticos en interaccin(Pimentel, 2001: 91). Y ms adelante agregar: Hemos de definirla [la metfora], no comoun simple fenmeno de sustitucin, sino como una interaccin semntica; no como unamodificacin de sentido, local y localizable, sino como un verdadero proceso que perturbay transforma la significacin total del enunciado o texto en el que aparece (Pimentel,2001: 92). Esto ltimo es capital en trminos de los espacios de memoria que se estudiarnen este trabajo, pues, por ejemplo, conceptos como hambre o fro, que son sensacionesbiolgicas permitidas o naturales en la realidad cotidiana, adquieren, en un nivelmetafrico de espacialidad, tenores exacerbados de alienacin comprensibles yaprehensibles slo en ese nivel espacial.

    Para finalizar esta teorizacin del espacio segn la propuesta de Pimentel, espertinente agregar un ltimo elemento que abre nuevos campos de anlisis al estudio de losespacios de memoria en los discursos testimoniales abordados en este trabajo. Una de laspropuestas ms complejas que formula esta autora es la de la diferenciacin que establece

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  • entre el referente extratextual o real del espacio, y el producto que surge a partir de larepresentacin de ese espacio, construido por medio del lenguaje y que naturalmente estinvestido de un componente ideolgico-simblico. Es esta idea lo que la lleva a formular:Es cierto que una descripcin no vuelve a presentar al objeto, ni siquiera como unacopia: no el objeto, entonces, sino la idea del objeto, su significacin (Pimentel, 2001:110). Es esta idea del objeto la que se proyecta en el plano enunciativo del discursotestimonial mediante la iconicidad, trmino que Pimentel emplea citando a Greimas, lacual, tomando a su cargo figuras ya constituidas, las dota de atributos () particularizantes,susceptibles de producir la ilusin referencial (Pimentel, 2001: 111). En este sentido, laconfiguracin de los espacios creados en los discursos testimoniales realiza necesariamenteun proceso de iconicidad, en la medida en que dichos discursos dotan de nuevos atributos alos espacios de memoria, particularizndolos y desarrollando una ilusin referencial,reasignndoles un significado que depende exclusivamente de las modalidades espacialesconstruidas verbalmente y que no se relacionan directamente con el referente real; estaaclaracin se hace tanto ms evidente en el caso de los espacios de memoria que seestudiarn en este trabajo, puesto que dichos espacios, antes de ser convertidos en centrosde reclusin, eran recintos que cumplan otra funcin dentro del sistema social. Ahora bien,cul es el elemento que intercede o media la representacin del espacio construido a partirdel referente extratextual?: La representacin () estara propuesta como un proceso pormedio del cual el lenguaje construye y vehicula significados con distintos grados dereferencialidad y de iconicidad. El lenguaje sera entonces una estructura de mediacin.Porque estrictamente hablando, en tanto que sistema de significacin, el lenguaje no es unsistema de representacin, sino de mediacin en el proceso de la representacin (Pimentel,2001: 111). Cuando Pimentel postula al lenguaje como estructura de mediacin se asumeque, en el caso de los enunciados testimoniales, ese lenguaje se materializa en la escritura:Desde la perspectiva de la escritura como primera instancia de mediacin en el proceso dela representacin, describir un objeto [es decir, un espacio] es inventar al otro en elmismo, pues lo que hace la descripcin es construir otro objeto, s, pero un objeto textualque es ms afn al texto que lo rodea que a su referente, y que, sin embargo, no deja deremitir a ese objeto que desencadena la actividad descriptiva: ese otro que puedereconocerse como tal (Pimentel, 2001: 113). Es precisamente esa construccin de otroobjeto, asumiendo como modelo un referente real, la que se materializa en los discursostestimoniales.

    Se seal en pginas anteriores, a partir de la alusin a Ricoeur, el problema de laconfiguracin de la memoria subjetiva y colectiva en los discursos testimoniales. Dichoproblema podra ser denominado como Historia de manual/historia experiencial. Sin lugar adudas el hecho histrico comprendido por el Gobierno de la Unidad Popular, sus gestiones,boicot por parte de la derecha de esos aos, su consecuente derrocamiento, los sucesos deabuso, violencia y crimen de los aos de dictadura militar, han quedado registrados eninnumerables manuales de historia que, segn una perspectiva ideolgica determinada, hanintentado construir una memoria histrica o han contribuido a suprimirla medianteeufemismos que gradualmente han ido logrando su cometido. Sin embargo, es aqu dondecorresponde introducir el concepto de historia experiencial, el cual se refiere al discurso dela masa annima mediada por un sujeto que ha vivido las mismas vivencias de tortura,abuso y violencia, cuyo relato se constituye como una voz que tiene la funcin de proyectaren la memoria colectiva aquellas experiencias compartidas. En relacin directa a loanterior, Patricia Stambuck, en un libro titulado La invencin de la memoria (Actas),

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  • coordinado por Jorge Narvez, observa respecto del relato testimonial: el testimonio esla perspectiva vivencial ms all de los escritorios, es el relato de los hechos por susverdaderos protagonistas, es el discurso del hombre annimo que no tiene tribuna y quetampoco la busca, es la fuente primaria aun con todas las limitaciones que los tericospuedan encontrar para ella, es lo que presuntuosamente algunos podemos decir: la verdadhistrica (Narvez, 1988: 97). En el caso de estas pginas, el discurso annimo de los queno tienen voz se construye desde el espacio de memoria en el que han padecido losinfortunios del presidio y de la tortura, proyectando as, siempre desde la construccin delespacio, una memoria subjetiva (historia experiencial) motivada directamente por laexperiencia individual del sujeto de la enunciacin, as como tambin una memoriacolectiva que trasciende las propias vivencias y que contribuyen a la construccin de unimaginario de memoria social.

    II. Los campos de concentracin en Chile: el espacio de la tortura y la represin

    Uno de los objetivos centrales de estas pginas es el de documentar, mediante larevisin de un corpus determinado de producciones testimoniales generadas durante ydespus de la Dictadura Militar, la forma en que numerosos espacios sociales fueronacondicionados para la legitimacin de la tortura y la vejacin en Chile. Lugares que, antesdel Golpe de Estado, constituan espacios con funciones completamente diversas, pero quetras la violenta irrupcin del fascismo, fueron semantizados con una connotacin vinculadaal dolor, el hacinamiento, el fro, el hambre, la humillacin, la tortura tanto fsica comopsicolgica, etc. Un ejemplo esclarecedor es el que puede encontrarse en el texto Chile, unlargo septiembre (2007) de Patricio Rivas: La Academia de Guerra haba sido unconvento. No poda imaginar que ese sitio haba estado repleto de monjas que rezaban a suDios o pedan por su prjimo. Tampoco es fcil pensar en la Villa Grimaldi como laantigua discoteque Paraso ni en La Moneda reconstruida. Pasas por ah y parece quesiempre fue la misma, pero cada piedra y ladrillo es nuevo. Slo se conserva su forma(Rivas, 2007: 107). Al parecer, lo que predomina en estos textos es la idea de proyectar enlos lectores, adems del relato de una experiencia de tortura, los mecanismos mentales deuna serie de sujetos que convirtieron un conjunto de lugares, con una historia social ycultural orientada al crecimiento de la comunidad, en recintos de vejacin y genocidio.

    En esta misma lnea de reflexiones, Rolando Carrasco introduce en su libro Prigu.Prisionero de Guerra en Chile (1977), algunos datos relevantes para los propsitos de esteanlisis en vinculacin con algunos centros de tortura implementados tras el Golpe deEstado:

    Melinka. Idilio transformado en trueno. Diez cabaitas de tablas sobre soportes de cemento.Con diez habitaciones cada una. Literas para seis veraneantes pintadas de vivo color azul,verde, rojo, amarillo, contrastando con el verde suave de la ladera de Puchuncav, esepueblecito tranquilo de la provincia de Aconcagua habitado por campesinos de la zona y muycerca del ocano. Lugar de veraneo para los trabajadores construido durante el Gobierno de laUnidad Popular para esos fines. Con su bien instalada cocina y comedor. Para descanso de lostrabajadores que no han tenido nunca en Chile casa en la playa, ni posibilidades de vivir unasemana en el campo, atendidos como en un hotel. Funcion en el verano de 1971-72 y 1972-73.Se llamaba Balneario Popular de Puchuncav. Ahora ha sido denominado: Campo deDetenidos de Melinka (Carrasco, 1991: 188).

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  • Este prrafo es sumamente esclarecedor respecto de lo que se plantear en lassiguientes pginas. Es quizs uno de los ejemplos ms contundentes en los que laconnotacin espacial adquiere tintes ideolgicos, pues no es slo que un antiguo convento,una vieja discoteque o un estadio sea convertido en campo de concentracin, sino que unlugar cargado de los ideales de la Unidad Popular, promotor de los deseos de igualdad yjusticia social para el pueblo, es objeto de una resemantizacin que se contraponecompletamente al sentido que tena en su origen dicho espacio iii. De este modo, y as comoen las citas anteriores, los siguientes apartados intentarn sintetizar, a partir de un corpusdeterminado de textos, los sentidos de iconicidad de los que son dotados los espacios dememoria en la produccin testimonial del Chile de la Dictadura Militar.

    III. El Palacio de La Moneda: espacio primigenio de iconicidad

    Un relato de memoriaun once por la maanamasacre mh inhumanano ha registrado la historiaavioneh sin paz ni gloriavolaron a La Monedala desplomaron como gredacon bombah y metralletase pusieron mh jinetahloh pacoh en La Moneda.Roberto Parra, El golpe

    El Palacio de La Moneda, desde el inicio de su construccin, postergada pordiversos factores, ha cumplido ms de alguna funcin ligada siempre a los crculos delpoder en Chile. Precisamente este era uno de los fundamentos que Toesca vislumbraba consu construccin: El ambicioso proyecto de Joaqun Toesca presupuest un edificio capazde albergar la creciente riqueza de la Colonia, gobernada por una slida monarqua. Roto elvnculo administrativo de la corona y sumida la minera nacional en el caos que produjeroncampaas blicas, secuestros y saqueos, la Casa de Moneda pas a convertirse en un recintocasi abandonado (Direccin de Bibliotecas, 1983: 37). Es ms, este espacio tena unclebre historial al haber sido morada de muchos gobernantes coloniales y de los primerosmandatarios de la Repblica. Luego de esto, La Moneda cambi de orden en sus funcionesy se convirti en la Casa de Gobierno, tras decisin de Manuel Bulnes en junio de 1845.Tras una serie de disposiciones, el Palacio fue reordenado en su estructura: El Palacio sedividi desde entonces en tres sectores: residencia de los Presidentes, sede de Gobierno yCasa de Moneda, la que sigui ocupando el sector sur del edificio, con sus hornos,chimeneas y calderas (Direccin de Bibliotecas, 1983: 46). Teniendo en cuenta estosdatos, la construccin espacial de La Moneda estuvo siempre, como ya se ha dicho,vinculada a las esferas del poder en Chile, desde su gnesis colonial hasta la actualidad.Consecutivamente, con la instauracin de la primeras repblicas en Chile, la funcin socialdel Palacio de La Moneda, as como tambin sus asignaciones ideolgicas y simblicasasociadas al poder, se mantuvieron relativamente estables durante ms de un siglo, hasta elda 11 de septiembre de 1973. As lo expresar Fernando Villagrn en Disparen a labandada. Una crnica secreta de la Fach (2002), quien en la primera pgina enuncia una

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  • breve reflexin sobre la trascendencia que tienen en el pas los acontecimientos que estnsucediendo: Poco antes que el reloj marcara las 11:30 horas del 11 de septiembre de 1973,dos de los cuatro aviones de guerra iniciaron el ataque al palacio de La Moneda con cohetesSura P-3. Veinticuatro fueron los cohetes que convirtieron en escombros y fierrosretorcidos el tradicional smbolo de la democracia chilena (Villagrn, 2002: 15). Y unaspginas ms adelante incorpora una frase que complementa la cita anterior: Leighordenaba que el objetivo era bombardear La Moneda y que no deba quedar vestigio delgobierno marxista. La carga simblica de esta ltima cita y su vinculacin con el espacioes especialmente significativa, pues la destruccin de parte importante de La Moneda traeconsigo la destruccin de todo un proyecto poltico interrumpido violentamente con elbombardeo del 11 de septiembre, ms an cuando, segn el testimonio de Sergio Bitar enDawson. Isla 10 (1987), Salvador Allende se mantena en la posicin de no renunciar a sumandato: su propsito era evitar la guerra civil. Lo dijo, lo enfatiz y lo mantuvo hasta elfinal. No quera ver correr sangre entre chilenos. Tambin reiter que iba a permanecer ensu cargo hasta el fin. Si la Unidad Popular caa derrotada, l se ira con su gobierno y suproyecto histrico. De modo que yo tena el convencimiento de que si se produca elbombardeo, el Presidente no quedara con vida. El ataque se efectu a las doce del da(Bitar, 2009: 23). Pero no es slo lo anterior, sino que con el ataque a La Moneda tambinse produce una ruptura simblica que implica el quiebre con toda una tradicin que seinicia con la Independencia del pas:

    El incendio se propaga y prosigue el bombardeo. La humareda los asfixia. En La Moneda hayuna mscara antigs que comienza a circular por pocos segundos entre cada uno, para soportarla situacin. La Galera de los Presidentes est totalmente destruida. El incendio ya se acerca ala zona de las oficinas presidenciales y avanza hacia el saln grande que llega hasta la Sala delConsejo del Gabinete. El acta de la Independencia de Chile, que est sobre la mesa del Consejo,logra ser puesta a salvo. La Moneda incendiada. Toda la tradicin del Chile independiente,aplastada (Bitar, 2009: 70-71).

    Ya se han enunciado anteriormente las funciones de La Moneda a lo largo de lahistoria de Chile. Como seala Villagrn y se infiere de lo afirmado por Bitar, este espacioera el tradicional smbolo de la democracia chilena. La colectividad, los sujetos socialesque dotaron de sentido a ese espacio, lo configuraron como el lugar en el que,independientemente del grupo que estuviera en el poder, simbolizara la aplicacin de lademocracia en Chile. Es ms, as como el nombre propio del espacio, La Moneda, no tieneuna carga neutra de significado y ha variado a lo largo de la historia, tras el bombardeo del11 de septiembre adquirir una carga semitica completamente diferente a las que habatenido hasta entonces: desde ese momento, La Moneda se transformar en el espacio deconstruccin ideolgica y en el centro simblico que proyectar en Chile la represin, latortura y la alienacin en los diferentes centros de reclusin del pas.

    Resulta particularmente interesante el nivel metafrico que adquiere La Monedacomo espacio de memoria, pues, como lo seala Pimentel, una vez que el smbolo de lademocracia es atacado por los Hawker Hunter, la construccin de dicho espacio en losdiscursos testimoniales cobra un sentido diferente. La metfora de la Casa de Gobiernocomo centro de poder democrtico, se convierte luego de una serie de proyectiles en algodistinto. Despus del 11 de septiembre, este espacio reclama una connotacin de violenciay dominio panptico, lo cual obviamente implicar una reasignacin de sentido, unaresemiotizacin del espacio de construccin de memoria. Lo anterior es lo que Pimentel

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  • denominaba iconicidad, es decir, los sujetos que han referido en los discursos testimonialessu percepcin respecto de los simbolismos del Palacio de La Moneda, han proyectado ensus textos una ilusin de realidad tanto ms cercana a sus convicciones ideolgicas. ParaVillagrn es el smbolo de la democracia, para Bitar, a propsito de Allende, se constituyecomo el espacio de la resistencia constitucional, del honor y la consecuencia del Presidentede la Repblica, para Roberto Parra es un lugar de masacre. De este modo, la iconicidad delespacio vara en trminos de una deixis construida de acuerdo a una serie de perspectivasmediatizadas por un lenguaje cargado de la experiencia personal. Esto es claramenteverificable si se revisa el testimonio del General Mario Lpez Tobar, El 11 en la mira deun Hawker Hunter. Las operaciones y blancos areos de septiembre de 1973 (1999), y surelato de lo que signific para l la proeza del bombardeo al Palacio de La Moneda:Mientras estaba sobre Constitucin me llam Gato para informarme que el Comandante enJefe haba dispuesto el ataque a la Moneda a la casa de Toms Moro, que era la residencianormal del Presidente Allende y donde funcionaba una escuela de guerrilleros (Lpez,1999: 125). Su relato prosigue en el siguiente tono: Como la razn para tal ataque era la deconvencer al Presidente que toda resistencia era intil y no la destruccin total de LaMoneda, entonces los cohetes plantearan una solucin menos complicada y destructiva, ysin arriesgar vidas ni daos a personas ajenas al objetivo por cumplir (Lpez, 1999: 126).Este primer acercamiento permite una aproximacin a la perspectiva de enunciacin deLpez Tobar en relacin al espacio. Para l, La Moneda representa un espacio deextirpacin cancergeno, pues, como l seala, Nuevamente odi a los irresponsables queconducan el pas y que nos llevaban a esto (Lpez, 1999: 109), o bien, Jams perdonara aquellos que nos obligaron a romper con una larga era de tradicin en las FF.AA.(Lpez, 1999: 98). En funcin de este pensamiento, su descripcin del ataque al Palacio deGobierno es consecuente con su lnea militar de patriotismo exacerbado:

    Esta primera excursin fue contra el frontis de la Sede de Gobierno, destruyendo la gran puertay las dependencias que estaban en los costados. Como los Sura p-3 atravesaron las paredes y lapuerta, y despus explosaron, la destruccin interior fue muy grande, pero ninguna esquirlasali fuera. Segundos despus atac el Avin 2, que lo hizo con mayor ngulo, por lo que suscohetes entraron por el techo. El incendio fue instantneo (). En la tercera pasada, uno de loscohetes rebot en una de las grgolas del techo y sigui su trayectoria hasta pegar en unaoficina del segundo piso de la Cancillera. Era una dependencia donde normalmente debenhaber trabajado secretarias, porque haba varias mquinas de escribir, las que quedarontotalmente destruidas al igual que la totalidad del mobiliario (). A estas alturas, el Palacio deGobierno arda totalmente, pero ni siquiera los automviles que estaban estacionados frente aella recibieron ms dao que el provocado por los pedazos de muralla que saltaron con losimpactos. Ningn edificio de las cercanas, ni sus moradores, result alcanzado (Lpez, 1999:128-129).

    Al contrastar la descripcin de Lpez Tobar con las breves referencias de Villagrn,Parra o Bitar, el concepto de deixis proporciona una herramienta terica que resuelve demanera contundente el problema de la semiotizacin del espacio. Para el Hawker Hunter, latarea de atacar La Moneda era una operacin insoslayable para salvar al pas del desastre alque lo haba llevado el gobierno del Presidente Allende, por lo cual su perspectiva denarracin se construir discursivamente en funcin de un horizonte de representacin queslo es entendible en el marco del sector social al que representa, el cual se proyectanaturalmente en su testimonio y en su representacin del espacio de memoria. Por otraparte, para Villagrn, Bitar y Parra la perspectiva de enunciacin que asumen en su discurso

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  • testimonial es la de entender el espacio de memoria en trminos de la culminacin violentade un proceso revolucionario iniciado con el Programa de Gobierno de la Unidad Popularen 1970. De este modo, y segn la exposicin anterior, La Moneda se constituye como elespacio primigenio de construccin de memoria o de iconicidad que legitim, a partir de lareasignacin de significado del espacio, la iconicidad represiva de muchos otros lugaresque en el Chile dictatorial, a pesar de que institucionalmente estaban dotados de unsignificado distinto, se convirtieron en centros de tortura.

    IV. Estadio Chile y Estadio Nacional: primeras reasignaciones tras el bombardeo

    Varias son las producciones testimoniales que han intentado dar cuenta de laexperiencia de un sujeto en las fauces del presidio y la tortura en el Estadio Chile y elEstadio Nacional. En el caso de este apartado, se abordarn textos que aporten ciertasimpresiones de estos espacios de memoria, bsicamente porque fueron los primeros centrosde tortura en Chile, con una aparicin casi simultnea al bombardeo al Palacio de LaMoneda, por lo que la reasignacin de significado ideolgico, simblico y metafricoresulta violentsima. Una reflexin en este tono es la que desarrolla Patricio Rivas en sulibro Chile, un largo septiembre:

    Como invento de la represin industrial, los campos de concentracin fueron diseados paracontrolar durante un largo perodo a una sociedad de pares. Fueron pensados para disidentes,revolucionarios, opositores; para personas consideradas peligrosas o indeseables por losgobernantes. Cuando Pinochet orden la creacin de campos como Pisagua, Ritoque,Chacabuco o Tejas Verdes, estaba claro que las crceles no daran abasto para absorber elvolumen de prisioneros ni tenan las condiciones para la aplicacin sistemtica de tormentos. LaPenitenciara no cumpla con los cnones de un campo de concentracin; no era un lugar dondese pudiera disciplinar a los detenidos. Los gendarmes se mimetizaban con los reos y los presospolticos eran extraos tanto para ellos como para los presos comunes (Rivas, 2007: 127).

    Tomando en cuenta lo planteado por Rivas, y dadas las condiciones de Chile enrelacin a las modalidades de reclusin de los presos polticos, espacios como el EstadioChile y el Estadio Nacional funcionaron como centros de tortura interinos.Consecutivamente, y debido a la inmediatez del Golpe de Estado, las represalias contra lossujetos apresados, todos ellos representantes y defensores del cncer marxista, fueronterriblemente torturados y asesinados en las peores condiciones. Precisamente una de lasfiguras centrales del torturador opera impunemente en uno de estos espacios: el Prncipe,quien cobr muchas vctimas, entre ellas Vctor Jara. As lo expresa Joan Jara en su libroVctor, un canto inconcluso (1983): Despus, otra vez Quena haba averiguado que losdetenidos de la UTE haban sido trasladados al Estadio Chile, donde Vctor haba cantado amenudo y donde se celebraban los festivales de la cancin (Jara, 2008: 244). Una vez queJoan Jara logra llegar al Estadio Chile en busca de Vctor, conducida por un joven amigodesconocido llamado Hctor, describe el panorama de muerte y oscuridad en el que hasido convertido el Estadio Chile:

    Bajamos un oscuro pasadizo y entramos en una enorme sala. Mi nuevo amigo me apoya la mano en elcodo para sostenerme mientras contemplo las filas y filas de cuerpos desnudos que cubren el suelo,apilados en montones, en su mayora con heridas abiertas, algunos con las manos todava atadas a laespalda. Hay jvenes y viejos cientos de cadveres en su mayora parecen trabajadores cientosde cadveres que son seleccionados, arrastrados por los pies y puestos en un montn u otro por la gente

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  • que trabaja en el depsito, extraas figuras silenciosas con las caras cubiertas con mscaras paraprotegerse del olor a putrefaccin. Me paro en el centro de la sala, buscando a Vctor sin quererencontrarle, y me asalta una oleada de furia (Jara, 2008: 248).

    Tres elementos son importantes de destacar de las citas anteriores. El primero de elloses nuevamente el de la iconicidad, la reasignacin de significado social al espacio. JoanJara seala que, en ocasiones anteriores, Vctor haba cantado en el Estadio Chile encelebraciones o festivales de la cancin. Es en este sentido que se puede llegar al segundoelemento destacable: el Estadio Chile, antes del Golpe, era un espacio asociado a la alegra,el esparcimiento, la propagacin de la cultura y de lo que Joan Jara menciona en reiteradasocasiones en su texto como la Nueva Cancin Chilena. Ahora, en cambio, deviene unatransformacin violentsima, pues de un espacio cultural el Estadio Chile adquiere elsignificado de espacio de tortura y asesinato, en el que la atmsfera descrita por Jararecuerda inmediatamente al descensus ad inferos de Dante y Virgilio, lugar en el que loscuerpos mutilados, amontonados y la oscuridad se convierten en lo recurrente y natural. Eltercer elemento a considerar de las descripciones de Jara es el de quines son esos sujetosmuertos y apilados en el espacio de construccin de memoria (en su mayora parecentrabajadores), lo cual implica necesariamente una connotacin ideolgico-simblicapotentsima, ya que en su condicin de trabajadores eran partidarios del gobierno de laUnidad Popular.

    Hay otro documento fundamental que expresa la experiencia del encarcelamiento yque Joan Jara recoge en su libro. Dicho documento es el Poema del Estadio Chile, escritopor Vctor Jara durante su presidio en el Estadio Chile el da 14 de septiembre, a muyescasos das del Golpe de Estado. Relata Joan Jara que cuando los prisioneros estabansiendo preparados para ser trasladados al Estadio Nacional, Vctor, ligeramenterecuperado, pregunt a sus amigos si alguien tena lpiz y papel, y comenz a escribir sultimo poema (Jara, 2008: 254). Unas pginas ms adelante ella sealar: Cuando msadelante me trajeron el texto del ltimo poema de Vctor, supe que l quera dejar sutestimonio, su nico medio de resistir ahora al fascismo, de luchar por los derechos de losseres humanos y por la paz (Jara, 2008: 256). Es decir, que desde ese lugar transformadoen centro de tortura, oscuridad e inhumanidad, Vctor Jara es capaz de proyectar a travs desu enunciado potico una construccin del espacio cargado de sentido ideolgico ysimblico, el cual da cuenta de cmo un lugar determinado se convierte en larepresentacin sinecdquica de la realidad de todo un pas: Somos cinco mil / en estapequea parte de la ciudad. / Somos cinco mil / Cuntos seremos en total / en las ciudadesy en todo el pas? / Slo aqu, diez mil manos que siembran / y hacen andar las fbricas. /Cunta humanidad / con hambre, fro, pnico, dolor, presin moral, terror y locura! () /Qu espanto causa el rostro del fascismo! / Llevan a cabo sus planes con precisin artera /sin importarles nada. / La sangre para ellos son medallas. / La matanza es acto deherosmo (Jara, 2008: 256). Los primeros versos presentan, como se afirmabaanteriormente, una construccin discursiva en la que el hablante potico proyecta el espaciodesde el que enuncia como un sitio representativo de toda una colectividad, espacio que secarga de sentido ideolgico y simblico al enunciar su diatriba contra el fascismo. Ahorabien, los versos siguientes condensan en escasas tres frases todo lo que implica para losprisioneros torturados no slo la realidad presente del Estadio Chile, sino lo que significar

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  • posteriormente la experiencia de encarcelamiento en todos los dems campos deconcentracin del pas. En este sentido, el poema de Vctor Jara es vaticinador.

    Al revisar varias de las producciones testimoniales generadas como consecuencia delGolpe de Estado y de la Dictadura Militar, aquellos discursos que intentan reconstruir laexperiencia de presidio en el Estadio Chile y en el Estadio Nacional sealan que muchos delos que haban sido llevados al primer recinto eran posteriormente trasladados al segundo.As lo documenta Rolando Carrasco en Prigu. Prisionero de Guerra en Chile : El EstadioChile se replet al segundo o tercer da. Supimos entonces que al Estadio Nacional aflua elexcedente, fabricanos y pobladores raptados de sus hogares en operativos gigantescos eimplacables (Carrasco, 1991: 56). Situados en este momento del anlisis, el fragmento deltexto de Carrasco permite revisar algunos documentos que intentan reproducir laexperiencia de algunos sujetos durante su estada en el Estadio Nacional. El primero deestos textos es Frazadas del Estadio Nacional (2003) de Jorge Montealegre. Estetestimonio, desde la fragmentariedad de su construccin discursiva, reconstituye una grancantidad de escenas de la experiencia del narrador durante su encarcelamiento en el EstadioNacional, pero con constantes referencias prospectivas al presente de la enunciacin.Precisamente una de esas experiencias es la que sirve de marco referencial para lospropsitos de este trabajo: Con las manos en la nuca y la barbilla resentida, llegu a laRecepcin del campo de prisioneros ms grande de Chile. Fue casi un alivio. Estaba en elEstadio Nacional. El mismo estadio donde haba visto jugar al Santos, el equipo de Pel, yme haba redo con los muecos gigantes de los clsicos universitarios (Montealegre,2003: 41). Este fragmento ya aporta aspectos relevantes de anlisis desde el punto de vistade la construccin del espacio y de sus reasignaciones de significado, pero estarepresentacin se enriquece mucho ms an con los datos proporcionados en pginassucesivas:

    El Estadio Nacional fue inaugurado el 3 de diciembre de 1938, das antes de que ArturoAlessandri dejara la Presidencia de la Repblica. El len se despeda inaugurando unelefante blanco, bajo la silbatina de un pueblo que as expresaba su repudio a la recientematanza del Seguro Obrero. Pedro Aguirre Cerda, del Frente Popular, lo sucedera en el poder.Se vea venir. La primera piedra del Estadio se haba puesto el 25 de febrero de 1937, ao deatmsfera nacionalista en el que se aprueba la Ley de Seguridad Interior del Estado y se formanLos Quincheros (). Desde entonces y hasta 1973, por la tribuna presidencial del Estadiopasaron ocho presidentes constitucionales, desde don Arturo Alessandri hasta el doctorSalvador Allende. Treinta y cinco aos de alternancia en el poder y de jefes de Estado quehaban podido compartir un espectculo deportivo o cultural como cualquier hijo de vecino.Ninguno de ellos vivi bajo una pifia perpetua de la galera. Cuando la mereca, y ningunoestuvo exento, la ciudadana el gran rbitro sancionaba la falta con su voto. Y ese mismolugar era recinto de votacin. En sus aos iniciales, el Estadio fue asilo contra la opresincuando alberg a yugoeslavos, lituanos, polacos, hngaros y otras vctimas de la SegundaGuerra. Fue, lgicamente, el gran escenario de esa fiesta universal del deporte y del baln, elya mtico para los chilenos Mundial del 62. La rivalidad alegre entre la Chile y la Catlicase torn carnavalesca en los clsicos universitarios. Con sus espectaculares competencias debarras ocuparon el espacio de las tradiciones de la primavera. Y tantas ocasiones alegres. Meveo corriendo con mi hermano scar, como dos barrabases ansiosos por entrar al Estadio paradisfrutar de los octogonales en que jugaba Santos de Brasil, con Pel y todo ese ambiente defiesta. En una de esas aglomeraciones frente a las boleteras el guanaco nos moj por primeravez. Pero esa represin era casi un juego. Sin irona, con involuntaria visin de futuro, losrelatores deportivos bautizaron el recinto como primer coliseo de la Nacin. En este mismoEstadio, en noviembre de 1972, fue recibido Pablo Neruda que volva con el Premio Nbel en

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  • su equipaje. Regresaba a su pueblo, respirando aires de intolerancia y lo dej escrito: otravegetacin salpicaba los muros de la ciudad. Era el musgo del odio que los tapizaba(Montealegre, 2003: 42-43).

    Desde el punto de vista de la construccin discursiva del espacio de memoria, elextenso prrafo citado resuelve uno de los problemas centrales planteados en la fase tericade este trabajo. Primero, el nombre propio del espacio, Estadio Nacional, tiene una cargasemntica histrica que se traduce en diferentes significados de acuerdo a la realidad socialdel pas. Incluso el apelativo posterior de coliseo, producido en un contexto deportivo,irnicamente se convertir tras el 11 de septiembre como espacio idneo de asesinato ysufrimiento en el que, como sealara Vctor Jara en su poema a propsito del Estadio Chile,La sangre para ellos son medallas. / La matanza es acto de herosmo. Ahora bien, desdeel punto de vista de los valores semnticos del espacio, el Estadio Nacional es el mscomplejo si se compara con otros centros acondicionados para la tortura, y en ese sentidoMontealegre proporciona una serie de funciones sociales e histricas radicalmente opuestasa las que le asigna la Dictadura Militar. El proceso de iconicidad en el contexto de esteespacio de construccin de memoria es bastante ms vasto: adems de recinto deportivo yde rivalidad alegre, es y ha sido lugar de votacin, asilo de exiliados, lugar deconmemoracin cultural y sede fundamental del Mundial del 62.

    Por otra parte, y para finalizar con este apartado, Montealegre rescata en su librouna produccin testimonial en verso que resulta interesante de analizar porque plantea elproblema de cmo los muros del espacio de memoria se constituyen como fronteraobligada del mundo de tortura y del mundo de afuera, el mundo familiar. El texto, tituladoPoema uno, es de un poeta que Montealegre conoci durante su permanencia en elEstadio Nacional y su nombre era Rafael Eugenio Salas. Este poeta, en trminos deMontealegre, Escribi uno de los pocos testimonios escritos en verso en el mismoseptiembre de 1973 (Montealegre, 2003: 156). Seala adems que comenz a escribirlo enel Estadio Chile y lo termin mientras permaneca prisionero en el Estadio Nacional. Lossiguientes versos condensan lo apuntado al principio de este prrafo: Pero piensa,hermano, / que ms all del estribillo metlico, / intil y siniestro, / ms all del terrorplanificado, / del insulto y del vejamen, / de la vergenza y del hambre / ms all de latortura y del escarnio / est la risa de tu mujer y tus chiquillos, / o el susurro amoroso de tunovia / y esa luz hmeda en los ojos de tu madre (Montealegre, 2003: 157). En estosversos se proyectan dos niveles espaciales, el del Estadio Nacional y el del hogar, cada unode ellos con una carga simblica determinada y acorde al presente del hablante potico.Asimismo, el nivel metafrico de ciertos trminos empleados por el poeta, tales comohambre o vergenza adquieren en estos versos un nivel hiperblico de significacin,pues dichos trminos, en el contexto del espacio de memoria, se exacerban y se conviertenen uno de los recursos indispensables de enajenacin que tiene el torturador para con losprisioneros.

    V. Chacabuco: espacio de memoria del Norte Grande de Chile

    Chacabuco representa, en relacin a los dems campos de concentracinestablecidos en Chile durante el perodo dictatorial, un espacio particularmente diferentedesde el punto de vista de la experiencia del trauma y de la construccin de memoria. Sonvarios los factores que motivan esta reflexin. Por ejemplo, los miles de kilmetros que

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  • separan este recinto de la capital (caso parecido al de Dawson), el clima al que eranexpuestos los reos, la seudo sociedad establecida dentro del recinto por los presos polticos,los privilegios con que contaban stos respecto de sus pares de otros centros de tortura deChile, etc. En este sentido, y para la configuracin de los rasgos espaciales de Chacabuco,el discurso testimonial idneo que construye discursivamente la experiencia en ese espacioes Un viaje por el infierno (1983) de Alberto Gamboa. Este texto, publicado en cuatrobreves tomos, relata la experiencia de encarcelamiento del Gato Gamboa tras su brevepaso por el Estadio Nacional y posterior traslado a Chacabuco en la zona norte de Chile. Elrelato se concentra, entonces, en hacer una descripcin minuciosa no slo de su experienciapersonal en relacin a las diferentes vejaciones de ese recinto, sino tambin en darle voz auna serie de sujetos igualmente prisioneros como l (el relato de los hechos por suspropios protagonistas dira Stambuck), proporcionando un cuadro complejo y acabado,siempre en trminos de su verdad, de las distintas operaciones realizadas por los militaresen ese espacio.

    Ya en el prlogo Alberto Gamboa realiza una descripcin fsica de Chacabuco, lacual determin su experiencia como prisionero:

    Yo viv largo tiempo privado de mi libertad en el Estadio Nacional en Santiago y en el campode concentracin de Chacabuco, en la Segunda Regin. Un mes y das, amontonado en elEstadio Nacional. Casi un ao, en la vieja salitrera de Chacabuco, maquillada muy a la ligerapara convertirla en campo de prisioneros (). Ese fue mi material para escribir. El lugar dondelo hice fue Chacabuco. Chacabuco es una vieja oficina salitrera, abandonada hace 32 aos porsus dueos, unos industriales espaoles. Est situada a unos cien kilmetros ms al norte deAntofagasta, por la Panamericana. Conscriptos de los regimientos de esa zona, con ciertasaptitudes de carpintera, la habilitaron y transformaron en campo de concentracin, en algo ascomo cuatro semanas. Qu adelantos modernos o sanitarios introdujeron? Los mnimos.Cerraron con rejas tipo gallinero, de ms o menos tres metros de altura, el lugar donde estabanlas casas de los obreros y empleados de la salitrera. Dejaron fuera de la reja las casas de lospatrones y de los ejecutivos, la iglesia, que es una reliquia arquitectnica, el teatro por dondedesfilaron famosos aristas y cantantes de la dcada del 40 y la plaza que era un verde oasis enplena pampa salitrera. A las rejas las coronaron con alambre de pas electrificado. Yconstruyeron altas torres de madera con techumbre, donde la guardia armada vigilaba da ynoche a los detenidos para impedir que se escaparan (). Las casas no tenan puertas niventanas. Las cerraron con sacos y gangochos, que, por supuesto, no atajaban ni la tierra, ni elviento, ni el fro, que aparecen despiadados por las noches, despus de los sofocantes caloresdel da. Para dormir, construyeron camarotes de tres o cuatro camas. El preso que tena suerteconsegua una colchoneta delgada. El que no la tena, dorma con una sola frazada sobre lastablas. Construyeron dos letrinas ms o menos grandes a los extremos del campo. Una conduchas, la otra, no. A los dos o tres das hubo que agrandarlas. No estaban calculadas para mil200 personas que fueron los presos fundadores del campo (Gamboa, 1984: I, 15-16).

    Esta extensa descripcin proporciona una serie de elementos que permiten analizarlos valores semnticos de Chacabuco. El primero de ellos es la descripcin que el narradorrealiza del espacio de memoria, pues es mediante ella que el sujeto de la enunciacinpermite entrever la carga ideolgica y simblica del lugar. Expresiones como Quadelantos modernos o sanitarios introdujeron?, A las rejas las coronaron con alambre depas electrificado o Construyeron dos letrinas ms o menos grandes a los extremos delcampo aluden a una dimensin verbal y simblica que se materializar en una extensa listade experiencias que se plasmarn posteriormente en el relato. Por ejemplo, los caldos decabeza de los reos, los cuales eran consecuencia del encierro, el fro, el hambre, lastorturas, la lejana de los seres queridos, etc.; los eventos culturales gestionados por el

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  • Consejo de Ancianos como solucin a terminar con la monotona del encierro; los partidosde ftbol contra los militares; entre muchas otras experiencias. Se suma a esto la incansablevigilancia de los guardias, sealada en la descripcin de la cita anterior, mediante la cual sele recordaba al reo su condicin de inferioridad frente al poder no slo de los soldados, sinode algo mucho ms amplio: la inferioridad de su proyecto de cambio poltico en relacin alimplementado por la Junta de Gobierno.

    Por otra parte, cobra notoria importancia la connotacin simblica del nombrepropio Chacabuco, carga semitica proporcionada por la Dictadura Militar y en el que elslo recuerdo implica una rememoracin de una cadena de padecimientos. Estasemiotizacin del nombre propio Chacabuco se vincula directamente al concepto deiconicidad. El propio narrador lo seala: Chacabuco fue acondicionado por un grupo deconscriptos y transformado en un campo de concentracin, recinto que hace ms de treintaaos era una oficina salitrera, es decir, un centro de tortura no de presos polticos, sino deobreros. De este modo, se produce una reasignacin de significado del espacio, laiconicidad, que se va intensificando a lo largo del texto en la medida que van apareciendolas vejaciones a los presos en su condicin de seres humanos.

    Particularmente significativo es el nivel metafrico que adquiere el espacio dememoria de Chacabuco. Pimentel sealaba que la metfora, en el plano espacial, posee unextraordinario poder de transformacin de la realidad y de significacin sinttica. Lametfora, entendida como relacin de semejanza entre dos objetos, permite la asociacindel espacio de memoria con una serie de sensaciones vinculadas slo a ese lugar y que vana depender tambin de la ilusin de realidad construida a travs de la mediacin dellenguaje o la escritura testimonial. En este sentido, sensaciones como el hambre, el calor, elfro, el hacinamiento, el miedo permanente, la soledad, la lejana de los seres queridos, losdeseos de orinar o defecar, que, como se sealaba en las primeras pginas de este trabajo,son impulsos absolutamente normales en la vida cotidiana de las personas, en este nivelespacial adquieren una connotacin metafrica e incluso hiperblica. Estas sensaciones, lascuales se ven ejemplificadas a lo largo de todo el texto, van a ir variando de acuerdo a lossujetos a los que se les asocien, proporcionndole al discurso testimonial un nivel dereferencialidad tanto ms complejo en la medida en que la ilusin de realidadmanufacturada por el narrador es acorde al tiempo que lleva dicho narrador recluido en eseespacio, a los factores tanto internos del personaje (psicolgicos) como externos. As, lamediacin del lenguaje, materializada en la escritura testimonial, se traduce en diferentesniveles de creacin y semantizacin de la experiencia traumtica del narrador en relacin aese espacio de memoria.

    VI. Tejas Verdes: campo de concentracin en las riberas del Pacfico

    Se seal en pginas anteriores que la orden de crear campos de concentracin enChile fue la salida de Pinochet ante el problema de que las crceles no daran abasto paracontener a tantos presos polticos, adems de que las condiciones no eran las adecuadaspara los procedimientos que se tenan en mente. Es por ello que se inici la tarea deacondicionar una serie de espacios para reasignarles la funcin de centros de tortura. Sinembargo, el caso de la Escuela de Ingenieros Militares de Tejas Verdes es un tanto distinto.Ya siendo un recinto de formacin militar, pues ah se entrenaba a diferentes agentes deinteligencia en mtodos de tortura y represin, su sentido espacial adquiere la connotacinde lugar en el que se ponen en prctica los aprendizajes destinados a la vejacin de los

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  • prisioneros. En relacin a este campo de concentracin, dos sern los textos analizados encuanto a sus dimensiones espaciales y los sentidos que adquiere el espacio de memoria:Tejas Verdes. Diario de un Campo de Concentracin en Chile (1974) de Hernn Valds yTejas Verdes. Mis primeros tres minutos (1989) de Emilio Rojas.

    Manuel Antonio Garretn, en su prlogo a la edicin del texto de Valds realiza unaexhaustiva reflexin respecto al sentido que adquieren los campos de concentracin enChile. Su primera afirmacin est orientada a un fenmeno muy presente hoy en Chile enrelacin a la experiencia de la Dictadura Militar. Garretn observa que nadie se atrevera anegar el horror generado por la implementacin y trgicas consecuencias de los campos deconcentracin nazis en el mundo. Sin embargo, en Chile ocurre un caso particular: Lo quea juicio de grandes pensadores es el fenmeno ms significativo de la poca moderna y quemarca con signo trgico indeleble este siglo, en Chile es silenciado, olvidado o amnistiado(amnesiado) (Valds, 1996: 5). Ms acertada an es su aseveracin respecto del sentido demaldad que adquiere la existencia de estos espacios de tortura, pues el hecho mismo de suexistencia revela los vericuetos de podredumbre del ser humano. Aludir luego a laconnotacin de hacinamiento que implica la permanencia en un recinto de este tipo: Perotodos estos diversos tipos de campos donde se priva masivamente de la libertad, compartenel mismo significado de universo concentracionario () y se convierten en un mundo yclima propio cerrado, donde el nico referente para los que son llevados a ellos es el campomismo (Valds, 1996: 7). Insiste posteriormente en que Tejas Verdes fue uno de losprimeros campos de concentracin y puede ser definido como un campo de detencin, peroms precisamente, un campo de tortura (Valds, 1996: 7); explica que la finalidad de latortura es la de infringir de modo sistemtico un dao fsico y/o psquico al sujeto torturado,ya sea para conseguir informacin o simplemente por mero hedonismo, por el mero fin deanular al torturado como persona. Ms an, agregar que la posibilidad de implementar laprctica de la tortura es factible en la medida en que los campos de concentracin en Chilehan sido legitimados: es cierto que tales campos no existiran si no hubiera unainstitucin en cuanto tal que los crea. En el caso chileno, se trata de las Fuerzas Armadas, yen el caso de Tejas Verdes, del Ejrcito (Valds, 1996: 7). Por otra parte, con Tejas Verdesse dio a conocer la figura de Manuel Contreras, quien posteriormente se convertira en elJefe de la DINA. Con este timonel, Tejas Verdes se transform en el smbolo de la partems represiva y ms oculta de los crmenes cometidos en aquel perodo de la dictadura(Valds, 1996: 8). Finalmente, Garretn aclara el rol de Tejas Verdes en el Chile de esosaos, rol que lo pone a la par con muchos otros centros del pas: Muchos de ellos eranocultos o secretos, lo que permita, a diferencia de aquellos que podran ser visitados oconocidos por observadores, la ms absoluta arbitrariedad e impunidad en el manejointerno y en el trato de los prisioneros. Tejas Verdes es un caso emblemtico de este tipo(Valds, 1996: 10).

    Tejas Verdes. Diario de un Campo de Concentracin en Chile, narra lasexperiencias de Hernn Valds desde que su casa es allanada por los militares el 12 defebrero de 1974, pasando por una especie de reclusorio clandestino al que es llevadoencapuchado y maniatado. Luego de que es golpeado e interrogado acerca del paradero deMiguel Enrquez, es trasladado al campo de concentracin Tejas Verdes y comparte elhacinamiento con un grupo de presos polticos que se encuentran en la misma situacin quel, es decir, la incertidumbre de no saber el motivo especfico por el que estn ah, ademsde las golpizas y miserias de los das de encierro. Con el correr de los das y tras compartirla cotidianeidad del hacinamiento, Valds se entera de la historia particular de algunos de

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  • los reclusos, su vida anterior y actividades, hasta el momento en que es nuevamenteinterrogado y brutalmente torturado por los militares a cargo del campo de concentracin.Das despus de esto, el 15 de marzo del mismo ao, es puesto en un camin con destino aSantiago junto a otros prisioneros y abandonado en la carretera en compaa de sucompaero Manuel. La estada de Valds en Tejas Verdes refleja el funcionamiento interiordel campo de concentracin, las condiciones de alimentacin, higiene, salud y de trato delos supuestos prisioneros de guerra. Una vez en conocimiento de esto surgen algunoselementos que resulta importante tener en consideracin para un anlisis del espacio dememoria. El primero de ellos es el del significado que le asignan los militares al recinto deTejas Verdes: Aqu van a aprender a hacer una vida sana, huevones. Nada de farras, nadade drogas ni de whisky, nada de levantarse al medio da, se les acabaron los tres aos(Valds, 1996: 52). El espacio en el que se desarrolla la accin adquiere la connotacin decentro reformatorio, en el que se purgar a los prisioneros de los vicios adquiridos duranteel gobierno de la Unidad Popular. Es evidente que tal purificacin no se produce, sino quems bien, como lo describe Valds en numerosas ocasiones, la reformacin de losprisioneros derivar en la cosificacin, alienacin y anulacin de los presos como sereshumanos: El acceso al cerro est cortado por alambradas de pas. Subiendo una pendientese llega a los WC, que son una hilera de casuchas montadas sobre un pozo rectangular. Losasientos estn hechos de cajones con una abertura ovoide, chorreados de mierda y mojadosde orines. El olor es venenoso. La mierda forma abajo un grueso pantano burbujeante(Valds, 1996: 54). En este caso, nuevamente el espacio reclama un nivel metafrico designificado importante. Las necesidades bsicas de cualquier persona descritas en esteespacio, reclaman un nivel de exacerbacin que est muy alejado de lo cotidiano, ademsde los rasgos de pudridero que son atribuidos al lugar. A esto se suma lo que sealabaGarretn respecto de que muchos de estos centros de tortura eran secretos, lo cual permitauna completa impunidad en el trato, asumiendo que ya es un crimen el encarcelamiento dealguien por adherir a una visin distinta de entender la sociedad y el mundo: Nosadmirbamos, precisamente, de la normalidad veraniega del lugar, de la conducta festiva delos propietarios que venan con sus familias a pasar el fin de semana, en tanto que el pasera una carnicera (Valds, 1996: 54). Este clima de normalidad frente al crimen y delque est dotado el espacio, es tambin una forma de construir un sentido ideolgico ysimblico del espacio de memoria.

    Para avanzar al siguiente texto resulta importante hacer mencin de un hecho que escomn tanto al texto de Valds como al de Rojas. En el caso del primer autor, las nicasreferencias a Tejas Verdes que son evidentes en el texto estn en el ttulo del testimonio, esdecir, en la portada, y en el mapa del lugar que es proporcionado para situar al lector en elespacio en el que se desarrollan los acontecimientos. A lo largo de todo el relato, elnarrador no menciona ninguna vez el recinto de Tejas Verdes. En el caso de Mis primerostres minutos, Rojas proporciona un mapa casi idntico al del texto de Valds, con ladiferencia de que s se aclara al lector, en reiteradas ocasiones, que los acontecimientos sesuceden en Tejas Verdes. Sin embargo, la omisin de Valds parece tener un sentido que seaclarar en el texto de Rojas, el cual podra entenderse como un recurso literario empleadopor Valds para hacer notar el desconocimiento de la realidad concentracionaria en Chile.Al respecto seala Rojas: Seores, estn en un campo de prisioneros cuyo nombre nointeresa. A partir de este momento ustedes son prisioneros de guerra. No intenten ningunalocura. Si ustedes observan el campo, est rodeado de torres en cuya altura estn lossoldados de la Patria vigilantes da y noche, con ametralladoras punto 30, con orden de

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  • disparar al primer intento de fuga o conflicto (Rojas, 1990: 56-57). La cita anterior dacuenta claramente de esta idea de mantener en secreto la existencia del campo deconcentracin, pues, en la medida en que el preso desconoce el nombre del lugar en el quefue torturado, pierde credibilidad su testimonio. De este modo, el nombre propio, la cargasemntica que ste tiene en trminos de Pimentel, es notoria. Sin nombre, no hay espacio, ypor ende, no existe memoria. Al parecer, esto ltimo es el efecto que se busca al manteneren la ignorancia a los presos respecto del lugar en el que se encuentran recluidos. Dichaignorancia contribuye a construir la amnesia a la que se refiere Valds en las primeraspginas de su libro. Esto explicara tambin el documento que le hacen firmar a Rojas yahacia el trmino de de reclusin:

    Regres junto al teniente que ya estaba entregando los formularios. En un rincn al ladoderecho deca Ministerio de Defensa, luego un lugar en blanco donde uno deba colocar sunombre, apellidos, profesin, direccin y deca luego, que quien suscriba haba estadoretenido por las fuerzas armadas y juraba que no haba recibido ningn dao, ni maltrato fsicodurante la permanencia en dicha retencin y en esas condiciones firmaban bajo juramento.Firm de inmediato. El teniente agreg que quien necesitara justificar su ausencia en susrespectivos empleos durante el tiempo que estuvo retenido, en Santiago podra ir alMinisterio de Defensa a pedir un certificado para dichos fines (Rojas, 1990: 173).

    Bsicamente, Mis primeros tres minutos narra experiencias similares de tortura yhacinamiento en Tejas Verdes. No es tarea de este trabajo verificar las similitudes ydiferencias de ambos textos. Sin embargo, en lo concerniente al espacio, ambos textosdescriben las condiciones de vida a las que eran enfrentados los presos polticos, el hambre,las torturas, los ejercicios gimnsticos, las visitas masivas al bao, el hacinamiento:Nuestra morada estaba hecha, con tablas separadas una de la otra por dos centmetros.Tena un techo de madera, una puerta y sin ventanas. Casi rectangular, de 3 a 6 metros. Allvivamos veinticinco por pieza. Con el correr del tiempo llegamos a ser treinta y ocho, yms, porque a cada rato llegaban nuevos pensionistas (Rojas, 1996: 17). Dos elementosson especialmente significativos en la cita anterior. La cantidad de prisioneros para eltamao de la habitacin, lo que naturalmente obligaba a estas personas a estar gran partedel tiempo de pie y dormir en las ms incmodas de las posiciones; adems, el apelativo depensionistas con el que Rojas ironiza su condicin de preso poltico: el nivel deexacerbacin de las penurias haca que cada da se relativizara ms aun su condicin deseres humanos, la cual, con el correr de los das, permite que sean convertidos enmoradores naturales del espacio de memoria.

    VII. Los centros de tortura de Santiago: la DINA y sus espacios cntricos de operacin

    En lo que respecta a los centros de tortura de la capital, uno de los rasgoscentrales es el de la rotacin de los reos, as como tambin la bestialidad (msexacerbada aun en comparacin a los campos de concentracin no cntricos) con laque los torturadores se ensaaban al castigar a los prisioneros de guerra. Ejemplos deestos casos son sujetos como el Prncipe, destacado torturados del Estadio Chile,Osvaldo Romo o Miguel Krassnoff. Una hiptesis atendible para esto es el hecho deque el Cuartel General de la DINA operaba precisamente en la capital,especficamente en la calle Belgrado n 11. Por ello, y ante una vigilancia permanentede los militares de mayor rango a sus subalternos, las medidas de torturas eran mucho

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  • ms intensas. Esto pudo haber motivado tambin el constante traslado de un centro aotro, pues las torturas eran de tal envergadura, que los prisioneros no soportaban talcastigo y el hecho de la rotacin permanente permita hacer desaparecer con mayorfacilidad los cuerpos de los presos asesinados. Sin embargo, esto no habra sidoposible sin un eje de inteligencia que permitiera la existencia de numerosos espaciosde tortura en la capital: dicho eje lo constituy la DINA:

    Cuando camos nosotros durante el Golpe y las semanas posteriores, las investigaciones einterrogatorios, as como las flagelaciones y torturas corran a cargo de los Servicios deInteligencia del ejrcito, aviacin, marina y carabineros. La DINA naci segn inform laJunta para coordinar y centralizar la represin de la oposicin en Chile y concentrar el fichajede los presos con su papeleo disperso en los ocultos recelos y rivalidades de las cuatro ramasuniformadas. Pero la DINA manejada personalmente por Pinochet desarroll tentculosinvisibles y un poder de fuego independiente muy superior a los servicios de inteligenciatradicionales. Adquiri locales secretos y dispuso de numeroso personal proveniente de lasinstituciones armadas bajo el comando del coronel Manuel Contreras. Naci como una potenciarepresiva gigantesca, con presupuesto confidencial y licencia para matar. Con atribuciones devigilar celosamente, incluso, la fidelidad a Pinochet en las filas de la oficialidad de las FF.AA.Compuesta en sus comienzos por cuadros seleccionados del ejrcito, marina, aviacin ycarabineros, recibi refuerzo ideolgico y en hombres experimentados en el terrorismo delgrupo fascista Patria y Libertad. Personal extrado del submundo del hampa (). Apresa yresuelve. Secuestra y calla. Otorga libertades a seres que no saben dnde estuvieron. Otros,raptados en sus domicilios por civiles con brazalete y ametralladoras aparecen muertos. Vigila,interroga, amenaza, soborna, compra y vende hombres. Utiliza mujeres y electrnica. Desde susredes ocultas bajo tierra espa infiltrado en el aparato administrativo del estado e institucioneseducacionales (Carrasco, 1991: 214).

    La DINA se constituye as como centro de operaciones que coordina los espacios detortura, se apodera de recintos y los reacondiciona para los intereses represivos de la Junta,de modo que sea ms expedita la captura de los extremistas o terroristas partidarios delgobierno de la Unidad Popular

    Numerosos fueron los centros de tortura en Santiago. Uno de ellos fue la Academiade Guerra, a la que el ya citado Patricio Rivas se refiere en su testimonio como uno de loslugares en los que l padeci las represalias de la vigilancia, las amenazas y los golpes delos militares: Estbamos absolutamente aislados. Nada sabamos de lo que suceda fuerade nuestra habitacin o del subterrneo. Menos lo que ocurra tras los muros de laAcademia de Guerra. No podamos saber que en esos das de julio haba llegado a Chileuna comisin de Derechos Humanos de la Organizacin de Estados Americanos y que elComit Pro Paz haba recibido el testimonio de algunos presos torturados por OsvaldoRomo (Rivas, 2007: 110). Como en los ya numerosos casos citados, ste es uno ms en elque las sensaciones provocadas por el espacio se exacerban. El hacinamiento al que hacereferencia el narrador se acenta al referirse a lo que ocurre afuera, en el Chile abierto quesufre, no encerrado ni torturado, pero con un miedo permanente los crmenes de laDictadura. Son dos realidades paralelas, tan distintas pero en las que predomina la presinpsicolgica del presente represivo, en el que los agentes externos al pas muy poco hacen opueden hacer por revertir la situacin. De este modo, el espacio de memoria adquiere unsentido metafrico y de sentido ideolgico, en la medida que opera en funcin de losdesignios del grupo hegemnico. Por otra parte, la resemantizacin tampoco es algo ajeno ala Academia de Guerra, el cual tambin fue un espacio acondicionado para los fines de laJunta:

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  • Hacia mediados de enero de 1975 solo la Ardilla y yo permanecamos en la Academia deGuerra. El resto de los prisioneros haba sido llevado a diversas crceles y campos deconcentracin. El eco de nuestros pasos por la habitacin retumbaba en todo el subterrneo y semezclaba con el sonido de las goteras del bao y el ajetreo de muebles de las piezas contiguas.Observbamos cmo esos cuartos donde antes yacan los cuerpos de los torturados erantransformados nuevamente en salas de clases para los oficiales que vestan sus pulcrosuniformes azules (Rivas, 2007: 123).

    Otro de los espacios de memoria con una fuerte carga simblica es el centro dereclusin Jos Domingo Caas. Este recinto, segn lo expone Carmen Castillo en Un dade octubre en Santiago (1980), tambin es objeto de la resemantizacin y, por lo tanto, dela reasignacin simblica e ideolgica que le brinda la iconicidad a los espacios dememoria: La casa de Jos Domingo Caas, consulado de Panam en el momento delgolpe. Dos pisos y varias entradas. Barda de madera, un castao y arbustos en el jardndelantero. Gran casa con palomar. Techos de tejas antiguas. Cmo pas a manos de laDINA? Hasta ahora, nadie puede explicarlo. Reforzaron la reja para impedir el eco de losgritos y las miradas indiscretas (Castillo, 1999: 64). En el texto de Castillo se intentarememorar los hechos que fueron propiciando paulatinamente el asesinato de MiguelEnrquez a manos de Krassnoff el 5 de octubre de 1974. En este sentido, la configuracinque ella hace del espacio est orientada a formular la tesis de cmo los muros de JosDomingo Caas, ese espacio hermtico, han mantenido en el olvido los hechos de tortura yde muerte: Pero adems hubo docenas y docenas de compaeros de otras redes dedetenidos en aquellas semanas en la casa Jos Domingo Caas. Son otros tantoscompaeros que para siempre quedarn en las sombras, ocultos por las vendas y el olvido(Castillo, 1999: 76). De este modo, la dimensin metafrica del espacio de memoria sufreun vuelco: ya no es asociado solamente al sufrimiento, sino adems al olvido impuesto porel rgano represivo de la Dictadura.

    Un tercer espacio importante dentro de la clasificacin de los centros de tortura ysobre el que las producciones testimoniales han hecho especial nfasis es Villa Grimaldi.Ms de alguno de los autores que han sido citados en estas pginas se han referido en sustestimonios a este centro de tortura, entre ellos Rivas, Castillo o Luz Arce, cuyo texto Elinfierno (1993) ser analizado en breves lneas al examinar su relato en relacin a Londres38. Sin embargo, para el caso de Villa Grimaldi el texto de Michel Bonnefoy, Relato en elfrente chileno (1977) proporciona descripciones acabadas del espacio y aporta tambin enel mbito simblico e ideolgico del lugar. Al ingresar a Villa Grimaldi describe lahabitacin en la que es encerrado con su hermano y amigo en el siguiente tenor:

    Apoy la cabeza contra la pared y por el orificio del ojo derecho repas la habitacin. Eraexageradamente estrecha para las diecisis personas que la ocupbamos ese da. Tenaaproximadamente ocho metros cuadrados de superficie, estimando cuatro metros de largo pordos de ancho. La nica puerta estaba a mi izquierda, junto a Pepe, de madera con dos ventanasde vidrio en su parte superior, uno de ellos quebrado. El techo era alto y no haba ventanas. Alas paredes azules la pintura descascarada les daba un aspecto de abandono. Una ampolleta altapermaneca prendida las 24 horas del da. Un par de literas que ocupaban una esquina y unahilera de cinco o seis sillas en la pared frente a nosotros eran todo el mobiliario (Bonnefoy,2003: 87).

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  • Desde el punto de vista metafrico del espacio, las caractersticas de la habitacinproporcionadas por el narrador aluden a uno de los rasgos constantes de los centros detortura en Chile: lo reducido de los cuartos y la gran cantidad de reos que eran depositadosall con un mobiliario escassimo que, naturalmente, no permite la comodidad mnima dequienes permanecen all da y noche. Esta exacerbacin del encierro se convierte tambinen una tortura psicolgica que atormenta a cada uno de los reos en grados diferentes: de ahproviene el caldo de cabeza al que aluden otros autores que han sobrevivido a laexperiencia del encarcelamiento y la tortura (Gamboa, Montealegre). Asimismo, dichoespacio de encierro permite que la mente divague y se oriente a otro tipo de reflexiones, yano del sufrimiento que inflige el presidio, sino que la maquinaria cerebral recobrapensamientos que permiten analizar la situacin actual del pas (como lo seala tambinValds en su testimonio). Tal es el caso de una carta que el narrador de Relato en el frentechileno logra enviarle a su madre, en la que le comunica la siguiente conclusin: Aqu enVilla Grimaldi estoy cursando mis primeras lecciones sobre la vida en el sistemacapitalista: conociendo la astucia, el sentido de supervivencia, la ayuda, la impotencia y lafuerza. Me han presentado el terror y el sufrimiento (Bonnefoy, 2003: 92). En este caso, larepresentacin del espacio adquiere un tinte claramente ideolgico y se contrapone alpensamiento poltico del narrador, puesto que el significado que logra proyectar el espaciorecae directamente en los presos y se materializa en los golpes proporcionados por losmilitares, las prohibiciones de hablar, las escasas raciones de comida segn el estado dehumor de los guardias, etc. Finalmente, un elemento importante que tambin agrega laconfiguracin simblica de este espacio de memoria es el de la homogeneizacin de lossujetos prisioneros, en el sentido de su anulacin como seres humanos, pues todos ellosrepresentan una masa marxista inferior que merece lo que le est ocurriendo:Progresivamente fui constatando que ah todos ramos torturados por culpas polticas osimplemente de pensamiento. A todos nos golpeaban duro y suframos por igual ().Todos iguales bajo la bota de la represin. Las diferencias econmicas pasaban a segundoplano y las de edad o sexo desaparecan. Slo el grado de compromiso con la causaimplicaba distintos niveles de tortura (Bonnefoy, 2007: 94).

    Para cerrar este apartado es importante hacer algunas alusiones o precisionesrespecto de un centro de tortura muy importante dentro de Santiago. Dicho centrocorresponde a Londres 38. Para este propsito resulta muy esclarecedora la perspectiva deLuz Arce y sus apreciaciones que quedan expuestas en su testimonio El infierno. Comoinformante y funcionaria de planta de la DINA, Luz Arce, previo paso por Jos DomingoCaas, Villa Grimaldi, Tejas Verdes y Londres 38, se convierte en el sujeto privilegiadopara la recopilacin de datos que permitan vislumbrar los sentidos que cobra laconstruccin discursiva de Londres 38. Seala Arce: Sent que la camioneta ingresaba a unrecinto cerrado. Escuch un ruido. Qued sorprendida: era el mismo chirrido que haca elportn de Londres 38 de la Octava Comuna del PS. Efectivamente, en ese local que habasido del Partido Socialista, funcion el cuartel llamado Yucatn de la DINA. En laactualidad tiene el nmero 40 y es la sede del Instituto OHigginiano (), estuve segura.Era Londres 38 (Arce, 1993: 55). La cita anterior proporciona algunas pautas para lareconstruccin de los simbolismos del espacio, as como tambin de su constitucinideolgica. El hecho de que Londres 38 haya sido sede del Partido Socialista permite lacomparacin con lo que la Junta determin hacer con las cabaas de Melinka y Ritoquehabilitadas para los trabajadores durante el gobierno de la Unidad Popular. En el caso deLondres 38, la reasignacin de significado, la iconicidad en la reconstruccin discursiva del

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  • espacio de memoria, permite enunciar que este centro habilitado para la tortura correspondea una especie de trofeo de guerra, algo muy similar a lo que ocurre tambin con elPalacio de La Moneda. Apoderarse de estos espacios, ex sedes del bando poltico enemigo,le brinda una nueva connotacin al Pronunciamiento Militar que permiti la liberacinde Chile. Adems, si esto se asocia al contexto de la experiencia de Luz Arce, tomando enconsideracin que ella fue militante del Partido Socialista y miembro del GAP, laresemantizacin del espacio acarrea, segn lo permite deducir su extenso relato, unaconnotacin mayor de sufrimiento al operar, ahora sirviendo a la DINA y a la Junta, en unespacio donde ella trabaj y contribuy de una u otra forma a que el proyecto de SalvadorAllende se materializara. Por otra parte, este espacio resulta especialmente significativo sise toma en cuenta que quien enuncia el discurso testimonial es una mujer. Luz Arce, comomuchas otras mujeres que fueron encarceladas durante la Dictadura Militar, adems de losgolpes y la Parrilla elctrica, fue vejada sexualmente. En este sentido, el relato de Arce esprofundamente grfico y extrapolable a toda la colectividad femenina que padecisemejante ultraje:

    El sargento, sin responder, puso su mano sobre mi pecho, y con la otra comenz a tocarmehurgando en mis genitales. Yo no s qu haran otras mujeres en esa situacin. Yo comenc arogarle que dejara de hacerlo. No creo que haya escuchado mis ruegos. Trat de incorporarme,de detener sus manos con las mas. Me solt por un momento, slo para liberar su pene y volvia aplastar mi pecho. Comenz a masturbarse, y momentos antes de eyacular, hundi mi cabezaen el agua. Mientras ms luchaba, ms agua entraba por mis narices y la boca. Sent nuseas ycomo cada vez que fui agredida sexualmente, termin vomitando. Recuerdo la cara desfiguradadel sargento a travs del agua, y la sensacin de asfixia. Pero sobre todo impotencia, dolor,deseos de desaparecer. De no existir. De no ser nadie (Arce, 1993: 77).

    VIII. Isla Dawson: el espacio de los jerarcas de la Unidad Popular

    Isla Dawson, a pesar de la particularidad que tiene cada uno de los espaciosanteriormente examinados, podra decirse que constituye un espacio privilegiado dentrodel marco de los campos de concentracin implementados en Chile. Esto se debe a que, deacuerdo a las referencias de varias producciones, a este recinto eran llevados los prisionerosque cumplieron cargos de importancia durante el gobierno de Salvador Allende. As loexpresa Anbal Quijada en Cerco de pas (1977): Cmo, abuelo? Todava no sabe? Esees el Sheraton. Ah estn los presos que traen de Santiago. Los jerarcas de la UnidadPopular, como dicen Con ellos no puede haber ningn contacto y no vienen a estecomedor. Se les conserva su rango. Solo pueden salir al terreno prximo que ellos mismosestn limpiando para una cancha. Ya los ver Desde ac iv (Quijada, 1990: 144). Eneste sentido, Quijada le concede al espacio de memoria inmediatamente una connotacinideolgica, de la cual se embiste segn los sujetos que habitarn contra su voluntad eserecinto. Por otra parte, en el prlogo incluido a la edicin de 1990 de Cerco de pas,Ramn Daz Eterovic entrega algunos datos que ayudan a una configuracin ms precisadel espacio de Dawson: Dawson, una de sus islas, que en el pasado haba servido deasentamiento para una colonia salesiana, y que paradojalmente fue cedida a la marina deChile durante el gobierno de la Unidad Popular, se registr en las conciencias libres delmundo al lado de Dachau, Auschwitz y otros nombres asociados a la barbarie nazi en eltranscurso de la Segunda Guerra Mundial (Quijada, 1990: 2). Nuevamente se repite laconstante de la resemantizacin. La reasignacin ideolgico-simblica de significado

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  • espacial se vuelve tanto ms cargada de significado en la medida que Daz Eterovic lahomologa a los campos de concentracin nazis. La descripcin del espacio natural deDawson tambin reclama tintes ideolgicos en la presentacin de Quijada:

    Dawson, enclavada en medio del Estrecho, en su curso desde el Pacfico, cierra el paso alcontinente, dejando un angosto canal al oeste, que bordea la pennsula de Brunswick. Suconformacin semeja una foca sentada que apunta con su hocico hacia Puerto Porvenir o, vistadesde otro ngulo, parece la cara de un viejo general pronto a engullir una isla pequesima quese adentra en su profunda baha. La isla, con ms de ochenta kilmetros de largo, no estdesprovista de vegetacin. Altos arbustos, bastante mutilla y tupidos sotos en rinconesresguardados por bajos cerros, caracterizan su topografa. En otros tiempos, la explotaba lacompaa gente Grande, en crianza lanar y maderas. Desde haca varios aos estabanconstruyendo en ella -secreto a voces- aerdromos y un gran puerto militar moderno. En pocadel presidente Allende se expropi, entregndosela a la Armada. Ahora, como una forma deagradecimiento militar, se utilizaba para confinar presos polticos, entre los cuales haban variosque aprobaron su expropiacin (Quijada, 1990: 135).

    El fragmento anterior tambin proporciona en su descripcin algunos aspectos quecontribuyen a una reconstruccin simblica del espacio. Se percibe en ella la evolucin porla que ha pasado la isla desde que fue considerada por el gobierno de la Unidad Popular.Primero, con una funcin de ndole industrial; luego adquiere un sentido militar, primero deun tenor clandestino y posteriormente con una orientacin de apoyo al gobierno; yfinalmente, el vuelco irnico de resemantizacin del espacio, en el que se encarcela aaquellos que fueron partidarios de que la isla fuera expropiada para ser entregada a laArmada.

    Asimismo, existe algo tambin significativo en las descripciones que Quijada hacedel espacio, el cual quedar delimitado a las fronteras que impongan los alambres de pas:

    Llegamos al campamento, a los nuevos pabellones. Estos enfrentaban la playa y lasconstrucciones en fila se internaban en esa entrada de costa que mora a pocos metros en unacantilado o escarpa. En lo alto podan distinguirse numerosas casetas y el brillo de armaslargas. Al acercarnos ms observamos una torre central de vigilancia y otra construccinrodeada de altas planchas de zinc. Todo estaba cercado por alambres dobles, incluidas aquellasinstalaciones que dividan los pabellones entre s (Quijada, 1990: 138)

    Desde una dimensin metafrica, el cerco de pas se convierte en la representacinidnea del encierro y del miedo permanente en el centro de tortura, a lo que adems elnarrador asociar el fro calador que es propio de la zona austral de Chile, as como tambinel hambre, el hacinamiento, los viajes a las letrinas en espacios de tiempo sumamenteparcelados, etc. En este sentido, la carga semntica de las frases alambres de pas ocercos de pas proyecta a una dimensin simblica la experiencia fsica del encierro y ladota de una connotacin de exacerbacin.

    Ya tomando en cuenta otro enunciado testimonial, Sergio Bitar en Dawson. Isla 10,proporciona algunos datos que contribuyen a complementar lo que ha referido Quijada enCerco de pas, en cuanto a comprender el campo de concentracin de Isla Dawson como elespacio de los jerarcas de la Unidad Popularv. En las primeras pginas de su relato Bitarnarra las circunstancias en las que l fue nombrado en el Bando 19 y se solicitaba a unaextensa lista de personas, todos vinculados directa o indirectamente en funciones durante elgobierno de la