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EL ESPIA QUE SE CONVIRTIO EN MITO (EL MITO QUE ACTUO DE ESPIA) Juan Antonio de Bias L El aventurero se encargará de las misiones negativas. Será oficial o terrorista. Aun así siempre resultará sospechoso a los ojos de sus aliados. J ean Paul Sartre awrence el aventurero. Lawrence el es- pía inglés. Lawrence el caudillo árabe. Se exhibió tanto durante su vida que al final quedó escondido detrás del único disaz imposible de traspasar: la sinceridad. Poca gente a lo largo de este siglo XX ha sido más estu- diada, halagada, calumniada o ensalzada que este intelectual irlandés, que arrostró la decisión de es- cribir su destino y dar a la literatura inglesa una de sus más bellas obras: Los siete pilares de la sabi- duría. Escribió sus actos y los enmascaró con la verdad y hoy, a medio siglo de su muerte, sigue siendo un enigma que cada cual resuelve según su simpatía por el personaje. Agente secreto, caudillo nacionalista, poeta, guerrillero, arqueólogo. Al menos hay una cosa clara: aventurero. Thomas Edward Lawrence nació en Gales en 1888, segundo hijo de un noble irlandés exiliado de su tierra por un asunto sentimental. El padre de Lawrence abandonó en Dublín a su esposa legí- tima, e inaguantable, y a sus cuatro hijas para - garse con la institutriz en un melodrama «clásico» en la sociedad victoriana. La joven institutriz es- cocesa, bastante puritana, acentuó su rigidez por la situación de pecado en que vivía y amargó la inncia y juventud de sus hijos. Ella debió ser un peso decisivo en el joven Lawrence, que siempre sería un ser dividido entre el sentido moral del pe- cado y la necesidad de libertad. En una sociedad que hacía culto del deporte, Thomas no se interesó por ninguno. En cambio se preocupó por endurecer su cuerpo y su capacidad de resistencia desde los primeros días de la es- cuela. Realizó sus estudios en Oxrd y en el ve- rano de 1909 estuvo de vacaciones en Siria, prac- ticando el idioma árabe que conocía rudimenta- riamente. Se doctoró en Historia, presentando una tesis sobre la arquitectura militar de los cruzados que sería publicada con el título de Crusaders Castles. Además de especialista en asuntos me- dievales parecía que la arqueología era su mayor interés. Como ayudante, trabajó en una expedición a Carshemish enviada por el Museo Británico. Gran honor para un recién graduado. Recorre después 9 Mesopotamia y Egipto. En los años 1913-14 tra- bajó oficialmente como arqueólogo para la «Pales- tine Exploration». Cuando estalla la Primera Guerra Mundial tiene 27 años y según sus palabras «maldecía el aburri- miento terrible de no tener nada que hacer», por lo que se enroló en el ejército inglés. Como oficial cumple nciones en la sección geográfica del Es- tado Mayor. En 1915 el ministro de la Guerra, Lord Kitchener, le envía al Servicio de Inrma- ción del Ejército de Egipto. Al año siguiente, en octubre, desembarca en Djeda, en el Mar Rojo, en busca de un contacto con la rebelión árabe que ha comenzado el jeri Hussein en La Meca contra la dominación turca, que hace más de cuatro siglos que ocupa Arabia. Dos años más tarde ha sublevado toda Arabia y con menos de tres mil hombres ha logrado inmovi- lizar a más de cincuenta mil soldados turcos, ci- litando la conquista de Palestina y Arabia por las tropas inglesas. A la cabeza de un contingente guerrillero entra en Damasco como je de un ejército rebelde. El oficial británico viste como un jeque árabe. Porta las vestiduras blancas de los peregrinos de La Meca, adornadas con cordones amarillo y rojo y una daga de oro en su cintura. Sus hombres gritan «Aurens, Aurens». La gloria está ahí, una gloria que retrata una historia oficial. La realidad es algo dirente a la hermosa to del jeque inglés. Ned -así llamaban a Lawrence en su milia- de- bió suir una doble crisis moral en su adolescen- cia al enterarse de que el apellido de su padre era Chapman y no el que él ostentaba. Pero, no sólo era la situación irregular y saberse un bastardo, también estaba la situación social. Sir Robert Chapman perdió su título de Baronet y su posi- ción, que pasaron a su milia legítima. Los hijos de la institutriz escocesa tuvieron que saberse «parias» de la aristocrática y rígida sociedad vic- toriana. Eso hizo de Lawrence un neurótico obse- sionado por la austeridad y el control absoluto de sentidos y sentimientos. A los dieciséis años huyó de casa y sentó plaza de soldado en un regimiento de artillería. Su padre le sacó del ejército aprovechando sus amistades y la minoría de edad. Las tensiones miliares de- crecieron con el regreso de Thomas a la mansión miliar, en la que consiguió unas libertades que incluían salidas y alojamiento separado. Recibió una beca para realizar sus estudios en Oxrd y su padre le puso bajo la tutela del catedrático Ho- garth, celador del «Ashmolean Museum» y repu- . tado orientalista. Hogarth será su iniciador en la arqueología y su guía intelectual. Y se da el caso de que el distinguido prosor de Oxrd es tam- bién un importante oficial de un servicio de inr- mación que se puede considerar como político. Detrás de Hogarth, que sentía un verdadero desprecio por la democracia parlamentaria a la que consideraba un lujo inútil, estaba la «Tabla Redonda», una especie de sociedad secreta impe-

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EL ESPIA QUE SE CONVIRTIO EN MITO (EL MITO QUE ACTUO DE ESPIA)

Juan Antonio de Bias

L

El aventurero se encargará de las misiones negativas. Será oficial o terrorista. Aun así siempre resultará sospechoso a los ojos de sus aliados.

J ean Paul Sartre

awrence el aventurero. Lawrence el es­pía inglés. Lawrence el caudillo árabe.Se exhibió tanto durante su vida que al final quedó escondido detrás del único

disfraz imposible de traspasar: la sinceridad. Poca gente a lo largo de este siglo XX ha sido más estu­diada, halagada, calumniada o ensalzada que este intelectual irlandés, que arrostró la decisión de es­cribir su destino y dar a la literatura inglesa una de sus más bellas obras: Los siete pilares de la sabi­duría. Escribió sus actos y los enmascaró con la verdad y hoy, a medio siglo de su muerte, sigue siendo un enigma que cada cual resuelve según su simpatía por el personaje. Agente secreto, caudillo nacionalista, poeta, guerrillero, arqueólogo. Al menos hay una cosa clara: aventurero.

Thomas Edward Lawrence nació en Gales en 1888, segundo hijo de un noble irlandés exiliado de su tierra por un asunto sentimental. El padre de Lawrence abandonó en Dublín a su esposa legí­tima, e inaguantable, y a sus cuatro hijas para fu­garse con la institutriz en un melodrama «clásico» en la sociedad victoriana. La joven institutriz es­cocesa, bastante puritana, acentuó su rigidez por la situación de pecado en que vivía y amargó la infancia y juventud de sus hijos. Ella debió ser un peso decisivo en el joven Lawrence, que siempre sería un ser dividido entre el sentido moral del pe­cado y la necesidad de libertad.

En una sociedad que hacía culto del deporte, Thomas no se interesó por ninguno. En cambio se preocupó por endurecer su cuerpo y su capacidad de resistencia desde los primeros días de la es­cuela. Realizó sus estudios en Oxford y en el ve­rano de 1909 estuvo de vacaciones en Siria, prac­ticando el idioma árabe que conocía rudimenta­riamente. Se doctoró en Historia, presentando una tesis sobre la arquitectura militar de los cruzados que sería publicada con el título de Crusaders Castles. Además de especialista en asuntos me­dievales parecía que la arqueología era su mayor interés.

Como ayudante, trabajó en una expedición a Carshemish enviada por el Museo Británico. Gran honor para un recién graduado. Recorre después

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Mesopotamia y Egipto. En los años 1913-14 tra­bajó oficialmente como arqueólogo para la «Pales­tine Exploration».

Cuando estalla la Primera Guerra Mundial tiene 27 años y según sus palabras «maldecía el aburri­miento terrible de no tener nada que hacer» , por lo que se enroló en el ejército inglés. Como oficial cumple funciones en la sección geográfica del Es­tado Mayor. En 1915 el ministro de la Guerra, Lord Kitchener, le envía al Servicio de Informa­ción del Ejército de Egipto. Al año siguiente, en octubre, desembarca en Djeda, en el Mar Rojo, en busca de un contacto con la rebelión árabe que ha comenzado el jerife Hussein en La Meca contra la dominación turca, que hace más de cuatro siglos que ocupa Arabia.

Dos años más tarde ha sublevado toda Arabia y con menos de tres mil hombres ha logrado inmovi­lizar a más de cincuenta mil soldados turcos, faci­litando la conquista de Palestina y Arabia por las tropas inglesas. A la cabeza de un contingente guerrillero entra en Damasco como jefe de un ejército rebelde. El oficial británico viste como un jeque árabe. Porta las vestiduras blancas de los peregrinos de La Meca, adornadas con cordones amarillo y rojo y una daga de oro en su cintura. Sus hombres gritan «Aurens, Aurens». La gloria está ahí, una gloria que retrata una historia oficial. La realidad es algo diferente a la hermosa foto del jeque inglés.

Ned -así llamaban a Lawrence en su familia- de­bió sufrir una doble crisis moral en su adolescen­cia al enterarse de que el apellido de su padre era Chapman y no el que él ostentaba. Pero, no sólo era la situación irregular y saberse un bastardo, también estaba la situación social. Sir Robert Chapman perdió su título de Baronet y su posi­ción, que pasaron a su familia legítima. Los hijos de la institutriz escocesa tuvieron que saberse «parias» de la aristocrática y rígida sociedad vic­toriana. Eso hizo de Lawrence un neurótico obse­sionado por la austeridad y el control absoluto de sentidos y sentimientos.

A los dieciséis años huyó de casa y sentó plaza de soldado en un regimiento de artillería. Su padre le sacó del ejército aprovechando sus amistades y la minoría de edad. Las tensiones familiares de­crecieron con el regreso de Thomas a la mansión familiar, en la que consiguió unas libertades que incluían salidas y alojamiento separado. Recibió una beca para realizar sus estudios en Oxford y su padre le puso bajo la tutela del catedrático Ho­garth, celador del «Ashmolean Museum» y repu-

. tado orientalista. Hogarth será su iniciador en la arqueología y su guía intelectual. Y se da el caso de que el distinguido profesor de Oxford es tam­bién un importante oficial de un servicio de infor­mación que se puede considerar como político.

Detrás de Hogarth, que sentía un verdadero desprecio por la democracia parlamentaria a la que consideraba un lujo inútil, estaba la «Tabla Redonda» , una especie de sociedad secreta impe-

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rialista con acceso al gobierno de Londres, que bajo el aspecto de un círculo de estudios propug­naba el más duro y racista sistema colonial. Desde 1910 publicaban un períodico trimestral de orien­tación política y que constituía su cobertura aca­démica. La preparación intelectual de los miem­bros de la «Tabla Redonda» era muy alta y no está de más señalar que John Bucham, el espía nove­lista que llegó a virrey del Canadá, pertenecía a la sociedad, y fue amigo de Lawrence.

Bajo la influencia de Hogarth, Lawrence disci­plinó sus lecturas y se interesó por las obras mili­tares de Procopius, un cónsul romano que preco­nizaba los movimientos de ataques rápidos y elu­dir las batallas abiertas: base de la futura campaña de Lawrence en Arabia, según las indicaciones de un legionario romano experto en la guerra de gue­rrillas casi dos milenios antes de que se inventase el término. Bajo la dirección de Hogarth La­wrence se convierte en un diestro tirador de pis­tola con ambas manos y en un especialista en fo­tografía (revelaba sobre el terreno las placas que tomaba) aficiones éstas que sobrepasaban la acti­tud de arqueólogo que pretendía ser.

Durante los años posteriores a sus estudios tra­bajó en excavaciones dirigidas o emprendidas por Hogarth, que tienen siempre la característica co­mún de realizarse en zonas de interés militar o po­lítico. Claro está que todo Oriente estaba lleno de sitios de interés arqueológico y siempre había uno cerca de un puente construido por ingenieros ale­manes, o cercano al trazado de una vía férrea.

El interés inglés en esa zona oriental se deter­minaba tradicionalmente por dos puntos: India y el canal de Suez. En el año 1907 se vio incremen­tado con un tercero: el descubrimiento de zonas petrolíferas en las montañas persas. Un petróleo que marcaba el camino del futuro como veía Winston Churchill, Lord del Almirantazgo, o Lord Kitchener, que además de mariscal quería ser el accionista mayoritario en la «British Petroleum». En este escenario Lawrence pasa del servicio de inteligencia privado de Hogarth a la Military Inte­lligence (enero de 1914) para la que trazará planos de la zona. Cuando estalla la guerra, Lawrence ya es un espía profesional y como agente de Informa­ción Militar es enviado a El Cairo. En Los siete pilares de la sabiduría dice: «Para los intelectua­les de la ciudad la llamada del desierto ha sido siempre irresistible. No creo que encuentren a Dios, pero sí que en la soledad se oigan mejor a sí mismos». En su caso la llamada del desierto no surge de las arenas de Arabia ni de su interior, sino de una oficina de Londres. Pero para un fu­turo caudillo independentista es más bonito decir que fue atraído por una llamada que confesar que fue obligado por una orden.

A Lawrence le encargan una singular misión en la que llega a manejar un millón de libras esterli-

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Thomas Edward Lawrence, por Augustus John. Tate Ga-•,: llery, Londres. i 11i

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nas (la realidad supera a veces las cifras de no­vela). Considerando que este oscuro capitán os­tenta tamaña responsabilidad económica, hay que reconocer que Lawrence tenía ya bastante más importancia que muchos generales. Esto ocurre en 1916. En Mesopotamia un ejército anglo-indio al mando del general Thowsend es derrotado por los turcos y en retirada se refugia en la plaza atrinche­rada de Kut. Los turcos sitiaron a los ingleses, que se vieron condenados a una inminente derrota al no poder recibir refuerzos. Ante el descalabro, el ministro de la Guerra Lord Kitchener, partida­rio de soluciones heterodoxas y racista conven­cido, pensó que se podía sobornar al jefe turco. Así nació la misión del millón de libras del capitán Lawrence. El agente inglés pretendió que el gene­ral turco Khalil dejase salir a la guarnición de la plaza a cambio de la fabulosa cifra. Pero resultó que el general turco no estaba en venta y prefirió hacer pasar a las tropas británicas por el yugo de la rendición incondicional. Lawrence fue testigo del bochorno inglés, pero allí, en Mesopotamia, recibe un mensaje de El Cairo comunicándole que ha llegado el momento de preparar la rebelión árabe. Su gran oportunidad está ahí, como oficial del servicio de inteligencia política, en la rebelión que ha comenzado el Jerife de La Meca.

En octubre de 1916 se entrevistan el inglés Storss, alto funcionario de la administración colo­nial de Egipto, con un hombre de confianza de los nacionalistas árabes. De aquí surgirá la alianza de los ingleses con Hussein. Es interesante señalar que por esa fecha Lawrence, el futuro campeón de la independencia árabe, escribe en un informe: «Los árabes debidamente manejados se manten­drán en un estado de política mosáica formando un tejido de pequeños principios rivales, incapa­ces de cohesión». Esa es la política que preconiza, para apoyar la rebelión de Hussein, el todopode­roso Lord de la Guerra Kitchener, con el que Lawrence está en contacto directo a través de Hogarth.

Lawrence se convierte en un comisario político en busca de un caudillo para la rebelión militar. Hussein, el Jerife de La Meca, es un hombre viejo que no está para muchos trotes y hay que escoger un jefe indiscutido entre sus numerosos hijos. Lawrence elige al emir Feisal y comienza la aven­tura que le llevará a ser conocido entre los rebel­des como el «Emir Dinamita». A Lawrence le gus­taba vestir ropas árabes durante su estancia en Carchimish y adopta las vestiduras blancas que formarán parte de la mitificación de su imagen. Pero la razón del cambio de vestiduras tiene poco de romántico. En realidad, el uniforme del oficial inglés es de un colorido similar al de las odiadas tropas turcas, así que le vale más disfrazarse no sea que en la distancia se convierta en blanco ape­tecible para cualquier francotirador. Lawrence se entusiasma con el disfraz de jeque y se establece con los rebeldes en la zona de Medina.

Con Feisal como cabeza del movimiento militar

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LAWRENCE

antiturco Lawrence mueve los peones del juego. En marzo de 1917 organiza una serie de ataques guerrilleros que tienen como misión neutralizar la vía férrea Damasco-Medina. Las constantes vola­duras del tendido dificultarán el aprovisiona­miento de las tropas turcas. En una patrulla de re­conocimiento se produce un incidente que obliga a Lawrence a matar a un árabe a sangre fría. En su grupo, formado por miembros de distintos clanes, se produce un altercado que se salda con un muerto. Hay que hacer justicia pero los compañe­ros del asesino no quieren fusilarlo y si lo hacen los de otra tribu se romperá la unión. Lawrence que es un extranjero abate ·con su revólver al cul­pable, al que poco antes había salvado la vida en el desierto. El espía con «licencia para matar» es­cribe: «Huiríamos de la justicia como de la peste, nosotros los civilizados, si no tuviésemos el medio de pagar a algún muerto de hambre para ejercer de verdugo en nuestro lugar».

El principal enemigo de Lawrence, en sus pri­meros tiempos, no está entre las filas turcas sino entre sus aliados franceses. En el coronel Bre­mond, un oficial francés que ha servido en las tro­pas coloniales de Argelia y Marruecos, que trata de conseguir que la guerra en el desierto sea una campaña regular con tropas francesas y británicas. El enfrentamiento de posturas será favorable a Lawrence que impone su tesis de la guerra de gue­rrillas sólo con elementos árabes.

En el verano de 1917 el capitán inglés convence a Feisal para cruzar el desierto y atacar, por la espalda, el puerto de Akaba en el Mar Rojo. Akaba es la base por la que entran los suministros y soldados turcos y su ocupación permitiría la unión del ejército egipcio con el árabe rebelde. Lawrence, el jeque Auda Abu Tayi y treinta came­lleros se internan en el peligroso desierto. Como principal arma para la rebelión Lawrence lleva en su camello veinte mil libras esterlinas en oro, con las que comprará lealtades «inalterables>>. Durante el mes de junio el agente inglés actúa tras las lí­neas enemigas de Damasco, se entrevista con dis­tintos jeques sumándolos a su causa, vuela las vías en varios tramos del ferrocarril del Hedjaz y hace descarrilar un tren cargado de tropas turcas. Sus hazañas valen a Lawrence el nombramiento de compañero de la «Order of the Bath». Y con la satisfacción del nombramiento pasa a la segunda fase del ataque a Akaba.

Con quinientos camelleros Lawrence ataca el cañón de Aba Lissan, llave del camino a Akaba. El jeque Auda dirige una carga contra las posicio­nes turcas. Lawrence cabalga en primera línea disparando su revólver e «inventa» el vuelo sin motor. En su nerviosismo aprieta con rapidez el gatillo de su arma sin apuntar y su camello recibe un balazo en la cabeza. El animal se derrumba y Lawrence salta por los aires. En la caída pierde el

conocimiento. Cuando vuelve en sí la batalla ha terminado. Hay trescientos turcos muertos y dos­cientos prisioneros mientras los árabes han sufrido dos bajas en la incríble y suicida carga.

El 6 de julio las tropas de Lawrence y Auda to­man Akaba, lo que convierte al oficial inglés en un héroe al volver a El Cairo. Por su hazaña Lawrence consigue el ascenso a mayor. En el cuartel general el servicio secreto le pone ante las pruebas de tratos secretos entre su amigo Auda y los turcos. Lawrence no les da importancia y es­cribirá: «La muchedumbre exigía héroes de no­vela, no comprendía hasta qué punto Auda era un ser humano». Seguramente se está justificando a sí mismo al mismo tiempo que a su amigo.

Lawrence pide para su próxima misión carta blanca y doscientas mil libras esterlinas en oro y es en este tiempo cuando forjará su real populari­dad entre los árabes que le siguen con fe. Los gri­tos entusiásticos de los guerreros exclamando «Aurens, Aurens», con los que le reciben en los campamentos rebeldes, debieron oírse en su con­ciencia, planteando al joven inglés la crisis por es­tar comprometido entre dos lealtades contrapues­tas: los intereses británicos que quieren un protec­torado en la zona petrolífera y la rebelión árabe que exige la independencia.

En noviembre Lawrence se interna tras las lí­neas turcas y es capturado en la localidad de De­rea. En el cuartel es torturado sin ser reconocido, y, según su propia confesión, sodomizado. Logra escapar, pero del encierro en Derea surge un Lawrence amargado que no recuerda en nada al agente que hasta entonces ha sido.

En enero de 1918 se da la mejor batalla de Law­rence en Tafilé. Al mando de trescientos hom­'bres derrota a un contingente turco de más de dos mil soldados provistos de artillería. Por orden del

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Nesib el Bekri y T. E. Lawrence en Akaba, 1918.

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inglés no se cogen prisioneros y la contienda se transforma en carnicería. La unidad de Lawrence cuenta ahora con cinco coches blindados dotados de ametralladoras y cañones, lo que le permite in­cursionar con profundidad en territorio enemigo con notable efectividad. En esas fechas la crisis de Lawrence estalla y da el gran salto transformán­dose en un aventurero. Lo recordará así en su li­bro: «Me sentía harto de aquellos árabes, misera­bles encarnaciones semíticas que alcanzaban altu­ras y profundidades que quedaban lejos de nuestro alcance, aunque no de nuestra vista. Y durante dos años me he avergonzado, no sin aprove­charme al mismo tiempo de ser su compañero. Mi paciencia, en lo que se refiere a la falsa posición en la que he estado se ha agotado». El mayor Lawrence del servicio secreto del Ejército Britá­nico se convierte en Lawrence de Arabia, en «El Aurens», y dice adiós a los intereses del imperio inglés para luchar a fondo por la causa de la inde­pendencia árabe.

Olvidando que es un oficial inglés, Lawrence aconseja a Feisal que se adelante a las tropas bri­tánicas que avanzan hacia Damasco y en la noche, antes de que lleguen los soldados del general Allemby, introduce en la capital cuatro mil hom­bres armados que al día siguiente izan la bandera hachemita en Damasco, forman un gobierno pro­visional y declaran independiente a Siria en nom­bre de Hussein. Lawrence pone y depone a los nuevos gobernantes en un «baile en capitanía» que coloca a los recién llegados ingleses ante el hecho consumado de la independencia árabe.

La gran jugada de Lawrence es anulada por Allemby, que como comandante en jefe recuerda a Feisal que es un teniente general a sus órdenes y por tanto debe abstenerse de los asuntos políticos y evacuar sus tropas de la capital. Feisal no sabe reaccionar y se deja domar por Allemby. El león del Desierto resulta ser un débil cordero que obe­dece. Su falta de decisión supone la derrota de la causa árabe y cuando abandona la ciudad con sus hombres Lawrence ya no va con él.

Tres días después el recién ascendido teniente coronel Lawrence se marcha a Londres abando­nando el escenario de sus hazañas. Según sus pa­labras abandonó Damasco por temor de que más de tres días de poder arbitrario le contagiasen del germen autoritario. Bonita disculpa para quien lo ha ejercido en los dos últimos años. En realidad su marcha obedece a su deseo de seguir luchando por la independencia árabe, pero ahora es en Londres donde puede dar la batalla definitiva ayudado por sus amistades políticas, que sin embargo deberían ser sus oponentes. La ambigüedad continúa. Cla­ramente ha escrito en un informe: «las promesas hechas a los árabes valdrán lo que valga su fuerza armada cuando llegue el momento de realizarlas».

El esfuerzo físico ha sido exhaustivo. En el de­sierto ha quedado reducido a un peso de cuarenta kilos, tiene una mano enferma y la mente agotada. Escribió que había aceptado el ascenso a teniente

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coronel porque ese grado le daría más comodidad y rapidez en su viaje de regreso a Inglaterra.

La repentina marcha de Lawrence despertó las sospechas de los caudillos árabes de la rebelión, que ya tenían la mosca tras la oreja desde que los bolcheviques habían abierto los archivos diplomá­ticos secretos de Petrogrado y publicado informes aliados que hablaban del reparto de la zona entre franceses e ingleses, con olvido de las promesas hechas a los árabes. La situación se hizo tan peli­grosa que los gobiernos de Francia y Gran Bre­taña redactaron, a toda prisa, un comunicado anunciando la liberación de las poblaciones que habían estado en manos de los turcos y la instau­ración de gobiernos nacionales elegidos por el mismo pueblo. Esta declaración llevó la paz a Si­ria, calmando el tenso ambiente hasta la Paz de Versalles. Los árabes no sospecharon que la de­claración valía menos que la tinta con que estaba escrita. Después de la guerra los franceses hicie­ron reconocer los pactos de anteguerra y «valer» sus derechos sobre Siria. La victoria francesa hace que Hogarth, que apoyó incondicionalmente las luchas políticas de Lawrence en Londres, di­mita de sus cargos y regrese a la vida docente en Oxford. Un ejército francés expulsa a Feisal de Siria que se convierte en un protectorado de Francia. Lawrence derrotado se sume en la impo­tencia. Al mismo tiempo que fracasa su gran aven­tura el periodista norteamericano Lowell Thomas le convierte, con una serie de conferencias y artí­culos, en el héroe nacional de Gran Bretaña.

Churchill, nuevo ministro de Colonias, llama al coronel Lawrence para que colabore en solucionar el problema árabe y el ex-agente acepta. Bajo sus auspicios Feisal es elegido rey de Irak y su her­mano Abdulla recibe la corona de Transjordania. Para dos de los hijos del Jerife de La Meca la re­belión les vale la monarquía absoluta. En Arabia surge la figura de Ibn Saud, que logrará unificar el territorio ayudado por otro agente inglés: Saint John Philby, que va más lejos que Lawrence y se convierte a la religión del Islam. Lawrence trabaja durante algún tiempo en la organización de la ad­ministración jordana y abandona Arabia conver­tido en una leyenda. El espía se ha transformado en mito.

Lawrence regresa a Oxford y decide escribir un libro sobre sus aventuras. Lo titulará Los siete pi­lares de la sabiduría, inspirándose en el Libro de los Proverbios donde se afirma: «La sabiduría ha construido una casa, ha tallado sus siete pilares». Extrañamente lo subtitulará Un triunfo. En sus páginas «no se cuenta la historia del movimiento árabe sino la mía en ese movimiento». Es un libro escrito con una prosa extraordinaria, casi poética, pero siempre frenado por «un sentimiento de que en modo alguno me es posible descubrirme por completo». Lo que es un eufemismo para no decir que la ley de secretos oficiales le impedía decir todo cuanto sabía.

En Los siete pilares de la sabiduría está la rebe-

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LAWRENCE

lión y los hombres que la hicieron, o la sufrieron, a través de los ojos de Lawrence. Sus comentarios acerca del enemigo muestran su permanente am­bigüedad o racismo. De los alemanes dice: «Me sentí orgulloso del enemigo que me había matado dos hermanos, estaban a dos mil millas de sus ho­gares, sin esperanza y sin guías, en condiciones lo bastante deseperadas para destrozar los nervios más valientes. Cuando se les atacó, se detuvieron, tomaron posiciones, hicieron fuego a la voz de or­den. Ni prisas, ni gritos, ni vacilaciones. Eran es­pléndidos». De los turcos por el contrario afirma: «Yo no tenía, desde luego, mucho que decir en favor de ellos, pero más valía que no los degolla­ran, aunque sólo fuera por ahorrarme el espectá­culo».

A veces la fuerza descriptiva de Lawrence nos hace sentirnos en el escenario, como en el relato de la batalla del poblado de Tafás, asolado por los lanceros turcos de Djemal Pacha. Los asesinatos de la gente indefensa producen un dolor enloque­cedor en el joven jeque Tallal. Lawrence se dirige hacia él para consolarle y Auda retiene las riendas de la montura del inglés recordándole, con discre­ción, que el dolor no puede ser compartido, ni disminuido por palabras de condolencia. « Los dos ejércitos esperaban. Tallal galopaba, oscilando en el crepúsculo y el silencio. A cierta distancia de

los turcos, se irguió y lanzó su grito de guerra, ¡Tallal, Tallal!, dos veces, en un prodigioso cla­mor. Instantáneamente, fusiles y ametralladoras crepitaron». Tallal cae atravesado por cientos de balas. Ese día, por orden de Lawrence, y por pri­mera vez en la guerra del desierto, no se tomaron prisioneros.

En el prólogo del libro el agente inglés se ex­plica: «Cuando triunfamos se me acusó de poner en peligro los dividendos británicos del petróleo de Mesopotamia y de arruinar la política comer­cial francesa en el Levante. Me temo que sea eso lo que yo deseo. Pagamos por estas cosas un pre­cio demasiado alto, en honor y vidas inocentes». Hay una sensación de orgullo cuando dice en el epílogo: «Creo que hemos cambiado el curso de la Historia en el Cercano Oriente». A lo largo de sus casi setecientas páginas el libro cuenta muchas cosas y oculta muchas más.

La aparición de la obra y su versión reducida, Rebelión en el desierto, le señalaron definitiva­mente, como un mito. La opinión pública inglesa estaba harta del horror de la contienda en las trin­cheras de Europa, donde la guerra absurda y rei­terativa se había llevado monótonamente millones de vidas. Frente a las estúpidas matanzas La­wrence representaba una visión romántica y caba­lleresca, con un escenario exótico donde los be-

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duinos se enfrentaban con sus rifles a enemigos armados con aviones y ametralladoras, devol­viendo al hastiado público una visión definitiva­mente pretérita. Era la gente la que se empeñaba en engañarme y Lawrence se convierte, con sus escritos, en cómplice de su propio mito. «Empecé a preguntarme si todas las reputaciones estaban fundadas, como la mía, sobre un fraude».

Sumergido en la oscuridad Lawrence se enrola como simple soldado en la R.A.F., la aviación mi­litar inglesa, y aquí el mito se transforma en espía. Está fuera de dudas su presencia en la frontera de Afganistán, al menos como soldado de aviación, durante una de las crisis antibritánicas. Casual­mente la dificil situación la arregla un «descono­cido» mayor Cox, que desaparece nada más ter­minar la misión. Un periodista hace saltar la noti­cia y se desata una campaña sensacionalista. Se llega a formar una comisión parlamentaria pero Lawrence se entrevista con el diputado laborista que la encabeza y desaparecen los malos entendi­dos, sin que la comisión parlamentaria llegue a ac­tuar. De todas formas Lawrence pierde, pues es obligado a dejar la R.A.F.

Sirve, como soldado y con nombre falso, en el recién creado cuerpo de tanques. Entra en una ex­traña relación masoquista con un joven escocés que le flagela siguiendo sus órdenes. Sigue culti­vando sus amistades, entre las que se encuentran Winston Churchill, Gertrude Bell, Bernard Shaw y Robert Graves, personalidades que le pueden ayudar en los espinosos campos de la política y las letras. Con falsa modestia escribe: «Será un ver­dadero problema para mi biógrafo si alguna vez me dedican una de esas inútiles cosas». Lawrence como intelectual es un exhibicionista; como hom­bre de acción, orgulloso, y siente la necesidad de la admiración y el reconocimiento aunque finja re­negar de ellos. Como dice Malraux «no hay hó­roes sin auditorio» y Lawrence necesitaba el audi­torio.

Después de su estancia en el cuerpo de tanques escribe la novela El troquel de carácter autobio­gráfico y logra reingresar en la R.A.F. gracias a la colaboración de sus importantes amigos. Se preo­cupa por los nuevos problemas de la guerra en el aire y mantiene la reorganización y potenciación de la fuerza aérea, pues en el futuro las contiendas dependerán del dominio de los cielos. A la pre­gunta de quién son las personalidades más impor­tantes de su tiempo contesta: «Cuando se escriba la Historia, probablemente Lenin ocupará el lugar del hombre más grande de nuestra época». No se le conoce ninguna reh;tción femenina sentimental, lo que es tomado como una prueba de homosexua­lidad latente. Escribe: «Mujeres, quiero a algunas, pero no a su sexo».

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Grupo de participantes en la Conferencia de El Cairo, en el que podernos ver a Gertrud Bel/ (segunda de la izquierda en la segunda fila), T. E. Lawrence (cuarto por la derecha en la misma fila) y Churchil/ ( en el centro de la primera) con Sir Herbert Sarnuel a su derecha.

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Defendió al errante Troski, solicitando se le diese asilo en Inglaterra, lo que fue rechazado por el gobierno laborista. A pesar de ser un simple soldado se encargó de investigaciones en prototi­pos de lanchas rápidas y motores de aviación. Desde 1922 a 1935 su vida está sumida en el ano­nimato, roto por algún chispazo público como el de Afganistán. Pero, ¿cuántos Afganistanes habría en los años oscuros de Lawrence?

Su último trabajo literario, que dejó sin termi­nar, fue una nueva traducción al inglés de La Odi­sea. A consecuencia de un accidente, cuando conducía su motocicleta, muere el 19 de mayo de 1935. En su libro había escrito: « La guerra nos había impuesto a todos el deber de envilecernos». Quizá se le podría cambiar por el epitafio de que la vida nos impuso a todos la amargura de envile­cernos.

Lawrence aunó el destino y la literatura siendo protagonista de la Historia y modificando sus ren­glones. Poeta, espía, aventurero, merece el juicio que le dedica Sartre: «un mundo en el que los Lawrence del futuro fuesen radicalmente imposi­bles me parecería un mundo esterilizado».

La aventura, poder protagonizarla y poder escribirla ... ¿Qué intelectual no ha

" envidiado alguna vez a Lawrence de Ara-bia?

BIBLIOGRAFIA

Seven pil/ars ofwisdorn. T. E. Lawrence. Peguin Books. Lon­dres.

Rebelión en el desierto. T. E. Lawrence. Editorial Juventud. Barcelona.

La vida secreta de Lawrence de Arabia. C. Simpson. Editorial Bruguera. Barcelona.

Lawrence de Arabia. Richard Aldigton. Editorial Planeta. Bar­celona.

El troquel. T. E. Lawrence. Alianza Editorial. Madrid. Retrato del aventurero. Roger Sthephane. Ediciones de la

Flor. Argentina. 338171, T. E. Victoria Ocampo. Ediciones Sur. Buenos Aires. Lawrence y los árabes. Robert Graves. Ediciones Paurtas.

Buenos Aires.