El Etnógrafo - Borges

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  • 7/28/2019 El Etngrafo - Borges

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    El Etngrafo PorJorge Luis Borges

    El caso me lo refirieron en Texas, pero haba acontecido en otro estado. Cuenta con un soloprotagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos

    y muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni

    moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular haba en l, ni siquiera esafingida singularidad que es propia de los jvenes. Naturalmente respetuoso, no descrea de los

    libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe an quin

    es y est listo para entregarse a lo que le propone el azar: la mstica del persa o el desconocido

    origen del hngaro, la aventuras de la guerra o del lgebra, el puritanismo o la orga.

    En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indgenas. Hay ritos esotricos que

    perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en aos, le propuso que

    hiciera su habitacin en una toldera, que observara los ritos y que descubriera el secreto que

    los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactara una tesis que las autoridades del institutodaran a la imprenta. Murdock acept con alacridad.Uno de sus mayores haba muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus

    estirpes era un vnculo ahora. Previ, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tena quelograr que los hombres rojos lo aceptaran como a uno de los suyos.

    Emprendi la larga aventura. Ms de dos aos habit en la pradera, bajo toldos de cuero o a la

    intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, lleg a soar en un idioma

    que no era el de sus padres. Acostumbr su paladar a sabores speros, se cubri con ropasextraas, olvid los amigos y la ciudad, lleg a pensar de una manera que su lgica rechazaba.

    Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompera despus, acaso

    para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba. Al trmino de unplazo prefijado por ciertos ejercicios, de ndole moral y de ndole fsica, el sacerdote le ordenque fuera recordando sus sueos y que se los confiara al clarear el da. Comprob que en las

    noches de luna llena soaba con bisontes. Confi estos sueos repetidos a su maestro; steacab por revelarle su doctrina secreta. Una maana, sin haberse despedido de nadie, Murdockse fue.

    En la ciudad, sinti la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que haba sentido,

    hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encamin al despacho del profesor y le dijo que saba

    el secreto y que haba resuelto no publicarlo.

    -- Lo ata su juramento? pregunt el otro.-- No es sa mi razn -- dijo Murdock --. En esas lejanas aprend algo que no puedo

    decir.

    -- Acaso el idioma ingls es insuficiente? -- observara el otro.

    -- Nada de eso, seor. Ahora que poseo el secreto, podra enunciarlo de cien modosdistintos y aun contradictorios. No s muy bien cmo decirle que el secreto es precioso

    y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.

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    Agreg al cabo de una pausa:

    -- El secreto, por lo dems, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a l.

    Esos caminos hay que andarlos.El profesor le dijo con frialdad:

    -- Comunicar su decisin al Concejo. Usted piensa vivir entre los indios?Murdock le contest:-- No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me ensearon sus hombres vale para

    cualquier lugar y para cualquier circunstancia.

    Tal fue, en esencia, el dilogo.

    Fred se cas, se divorci y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale.