El Exilio Cientifico Espanol

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- 1 - El exilio científico español José María Laso Prieto * Fuente: El Catoblepas número 26 • abril 2004 • página 6 http://www.nodulo.org/ec/2004/n026p06.htm INTRODUCCION Una de las consecuencias más negativas de la guerra civil española, fue el exilio masivo de republicanos que se produjo al final de la contienda bé- lica, para escapar de la feroz represión franquista. Más de medio millón de españoles tuvieron que exiliarse en Francia, al producirse la caída de Cata- luña, y fueron internados en los campos de concentración que creó el Go- bierno Deladier en las playas del Mediterráneo cercanas a la frontera espa- ñola. Sin embargo, tan masivo exilio, no sólo fue masivo por la cantidad sino que también alcanzó altos niveles cualitativos, ya que en él estaba integrados los más insignes personajes de la cultura española. De entre tales personajes se podía también desglosar a figuras prominentes de la ciencia española, que se habían ido desarrollando gracias a la labor de la Institución Libre de Enseñanza y su Junta de Ampliación de Estudios. Este fenómeno se desarrolló, sobre todo, en el primer bienio de la II República Española. Este elemento cualitativo del exilio español se manifestó, ante todo, en el exilio español en México, gracias al apoyo de su presidente de la Re- pública, el general Lázaro Cárdenas. Ya en 1942, en un ejemplar de la revista “Selecciones del Readers Digest” –que me regalaron en el Consu- lado norteamericano en Bilbao cuando recogía propaganda aliada anti- nazi se publicó un artículo, titulado “emigrados que enriquecen su nueva * José María Laso Prieto: Bilbao, España 1926. Luchador comunista desde 1946 y responsa- ble de agitprop del País Vasco, permaneció durante ocho años en las cárceles del fran- quismo. Asentado en Oviedo desde 1968, ciudad que le declaró hijo adoptivo en 2004, es miembro del Comité Federal del Partido Comunista de España, presidente de la Fundación Isidoro Acevedo, y patrono fundador de la Fundación Gustavo Bueno

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**

Fuente: El Catoblepas • número 26 • abril 2004 • página 6

http://www.nodulo.org/ec/2004/n026p06.htm

INTRODUCCION

Una de las consecuencias más negativas de la guerra civil española, fue

el exilio masivo de republicanos que se produjo al final de la contienda bé-

lica, para escapar de la feroz represión franquista. Más de medio millón de

españoles tuvieron que exiliarse en Francia, al producirse la caída de Cata-

luña, y fueron internados en los campos de concentración que creó el Go-

bierno Deladier en las playas del Mediterráneo cercanas a la frontera espa-

ñola.

Sin embargo, tan masivo exilio, no sólo fue masivo por la cantidad

sino que también alcanzó altos niveles cualitativos, ya que en él estaba

integrados los más insignes personajes de la cultura española. De entre

tales personajes se podía también desglosar a figuras prominentes de la

ciencia española, que se habían ido desarrollando gracias a la labor de la

Institución Libre de Enseñanza y su Junta de Ampliación de Estudios. Este

fenómeno se desarrolló, sobre todo, en el primer bienio de la II República

Española.

Este elemento cualitativo del exilio español se manifestó, ante todo, en

el exilio español en México, gracias al apoyo de su presidente de la Re-

pública, el general Lázaro Cárdenas. Ya en 1942, en un ejemplar de la

revista “Selecciones del Readers Digest” –que me regalaron en el Consu-

lado norteamericano en Bilbao cuando recogía propaganda aliada anti-

nazi– se publicó un artículo, titulado “emigrados que enriquecen su nueva

* José María Laso Prieto: Bilbao, España 1926. Luchador comunista desde 1946 y responsa-

ble de agitprop del País Vasco, permaneció durante ocho años en las cárceles del fran-

quismo. Asentado en Oviedo desde 1968, ciudad que le declaró hijo adoptivo en 2004, es

miembro del Comité Federal del Partido Comunista de España, presidente de la Fundación

Isidoro Acevedo, y patrono fundador de la Fundación Gustavo Bueno

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patria”, en el que se informaba de cómo los intelectuales y científicos es-

pañoles exiliados, habían contribuido a la prosperidad del pueblo mexi-

cano. Pero no fue México el único país en el que se produjo este fenó-

meno. Ocurrió lo mismo en Francia, Gran Bretaña, Bélgica, república Ar-

gentina, Chile, Cuba y la URSS.

Uno de los ejemplos, que se puede considerar paradigmático, de la ex-

celente labor científica de un exiliado republicano español, es la del fís i-

co Arturo Duperier Vallina (1896-1959) Natural de Pedro Bernardo

(Ávila), estudió en la Universidad Complutense de Madrid hasta docto-

rarse en ciencias fisico-químicas en 1924. En 1921 había ingresado en el

cuerpo de auxiliares de meteorología y magnetismo y luego trabajó en el

laboratorio de Blas Cabrera, hasta que en 1933 ganó la cátedra de Geofí-

sica de la Universidad de Madrid. Durante este tiempo realizó valiosas in-

vestigaciones sobre meteorología y magnetismo aunque fueron sus estudios

sobre los rayos cósmicos los que le proporcionaron celebridad mundial. Al

finalizar la guerra civil española se exilió y en 1939 fue llamado por la Uni-

versidad de Manchester para colaborar con el profesor P.S.M. Blackett y

muy pronto puso a punto una nueva técnica experimental de mucha más

precisión que las utilizadas anteriormente, que permitió relacionar las

diversas variaciones diurnas de la radiación cósmica con la actividad so-

lar.

De regreso a España en 1953, el Departamento de Investigaciones

Científicas, y el Imperial Collage, le hicieron donación de las instalaciones

creadas por él, y en las que había trabajado con tanto fruto, como home-

naje de reconocimiento por su labor. Dificultades de diverso orden retras-

aron su montaje en España, tiempo que aprovechó Duperier para formular

una hipótesis explicativa del “efecto positivo” que anteriormente había

descubierto y que dio a conocer en el Congreso Internacional de Rayos

Cósmicos celebrado en México en 1955. Por entonces la emisora BBC

difundió diversos artículos, de científicos y periodistas, en los que se

criticaba la desidia del régimen franquista en facilitar la relevante labor del

profesor Duperier. Así por ejemplo, el hecho insólito de que la Aduana

española hubiese retenido durante meses el material científico del profe-

sor Duperier.

El éxito de la comunicación del profesor Arturo Duperier al Congreso

Internacional de Rayos Cósmicos, le valió para ser invitado, por varias

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Universidades y centros de investigación norteamericanos, a dar conferen-

cias exponiendo sus notables teorías. La última y más importante contri-

bución del profesor Duperier, al conocimiento de la radiación cósmica, se

titula “Nuevo método para el cálculo de los fenómenos de interacción

entre las partículas dotadas de altísimas energías y su trayectoria”, cuya

primicia sorprendió a los especialistas reunidos en el Congreso Internacio-

nal de Edimburgo de 1958, muchos de los cuales opinaban que este trabajo,

de carácter eminentemente teórico, constituía la más importante aportación

a la física realizada en los últimos años. (1)

Otras particularidades del exilio científico español.

En su relato autobiográfico “Mi exilio” de Ramón López Barrantes, se

sostiene: “Ninguna emigración de las múltiples españolas, tuvo las penosas

características de la que impuso la pérdida de la guerra civil a los repu-

blicanos españoles. Ni por su volumen ni por la dureza a la que obede-

ció. Aún remontándonos a los Reyes Católicos, tanto en la expulsión de

los moriscos como en la de los judíos, no encontramos precedente de tan-

to encono y desamparo. A unos y otros se les permitió llevarse bienes y

ajuares que no fueran plata y oro. Nosotros, los republicanos españoles,

tuvimos en pleno siglo XX, mundo de progreso y esplendor, peor suerte,

porque lo hicimos hostilizados de trato implacable. Los que se quedaron –y

cuando lo hicieron por torpes que fueran ¿de qué se considerarían res-

ponsables?- porque millares y millares engrosaron las cárceles; y de ellos,

muchos, muchos, demasiados, sucumbieron ante los pelotones de ejecu-

ción. (…)

Éstas y otras consideraciones, fueron las que sin duda, motivaron que

perdida la guerra se procediera a constituir en París el Servicio de Evacua-

ción de Republicanos Españoles SERE. Se prescindió por parte del Go-

bierno Republicano –sus razones tendría- del anuncio y publicidad previos de

tan sensata medida. Y se dispuso, ya en el exilio, a proteger cuanto fuera

posible, a lo mucho que necesitaba protección.

Por esa incomprensible ofuscación de nuestro temperamento, que aun ni

en los trances más peligrosos deja de manifestarse, no se dio la unanimi-

1 Síntesis biográfica de Arturo Duperier Vallina, publicada en el Tomo 6 de la

Gran Enciclopedia del Mundo, Editorial Durban, Bilbao 1977.

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dad en las altas esferas políticas para realizar un esfuerzo común. Dos

hombres eminentes, Negrín y Prieto, ambos socialistas, mentes esclareci-

das, tuvieron la debilidad -ellos y sus camarillas- de continuar en el exi-

lio las diferencias que ya en la guerra y en España les venían separando.

Ninguno de los dos se soportaban, y menos querían someterse el uno al

otro. Unirse y actuar juntos parecía lo conveniente. Dieron suelta en folletos

de dudoso gusto y marcada inoportunidad a sus antagonismos más que dis-

crepancias. El momento, tan crítico, no era para eso. La emigración mere-

cía sacrificios de todo género, superar las rencillas, unanimidad. Que los

fondos de que se disponía se acumulasen. A muchos espectadores esta

disputa ni la comprendíamos ni nos agradaba. Parecía absurda ante las

angustiosas circunstancias y el talento de ambos antagonistas. El resultado

fue que junto a la SERE apareció y actuó la Junta de Ayuda a los Republi-

canos Españoles JARE patrocinada por Prieto. Y la emigración –según

simpatías o conveniencias- se adscribía a un grupo u otro. Innecesario decir

que en la SERE intervenía Negrín”. (2)

Diversos casos del exilio científico español.

La obra del profesor José Manuel Sánchez Ron “Cincel, martillo y pie-

dra”, de la editorial Taurus Madrid 1999, constituye una buena fuente

para informarse de los distintos casos del exilio científico español. Si-

guiendo el desarrollo de esta interesante obra, damos en primer lugar con

el caso de Odón de Buen, aunque éste, por su prematuro fallecimiento,

no pudo investigar en el exilio. De tal investigador dice Sánchez Ron:

“El caso de Odón de Buen es uno de los que ciencia y política se entre-

mezclan.

“Estuve siempre” –dice en sus memorias Odón– dispuesto a trabajar

por estos ideales y frecuentemente el trato de liberales y republicanos, de

socialistas, de anarquistas, de platónicos, de masones y de espiritistas, sin

estar nunca afiliado a ninguna secta, militando desde muy joven al lado

de Salmerón, de Azcárate, de Barnés, de Labra, de Urbano González

Serrano, de Isabal, de tantos ilustres catedráticos y jurisconsultos…,

personifiqué la política de Salmerón en Cataluña y abandoné las luchas

políticas cuando murió don Nicolás, después de ser concejal en Barcelona

2 Ramón López Barrantes, Mi Exilio, G. del Toro Editor, Madrid 1974. Págs. 187 y ss.

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y Diputado en el Parlamento largo de Maura. Fustigué duramente la

intolerancia que hace imposible la convivencia entre los hombres buenos de

todas las creencias y aún más por el clericalismo intransigente, cerril,

tan reñido con el auténtico espíritu cristiano”.

Ni que decir tiene que cuando llegó la guerra civil de 1936, De Buen

no estaba entre los mejor vistos en el lado “nacional”: fue de hecho encar-

celado en Mallorca en los primeros días de la contienda, tuvo, sin embar-

go, la fortuna de ser canjeado, en agosto de 1937, por la hermana e hija

de Primo de Rivera, un buen amigo suyo, por otra parte. Tras la guerra, se

exilió en Francia, donde murió”. (3)

En el campo de la Química.

Según el profesor Sánchez Ron, aunque la química contemporánea no

puede vanagloriarse de contar entre su cuerpo doctrinal, teorías tan espec-

taculares –y socialmente célebres- como la física relativista o cuántica, no

por ello ha dejado de cambiar menos el mundo que la física. ¿En donde no

nos relacionamos por ejemplo con la química orgánica? Sin embargo,

vuelvo a decir que sabemos mucho menos de la historia de la química que

de la física. Aun así, parece que hay pocas dudas de que Enrique Moles

(1883-1953) fue el químico más destacado, y más relacionado interna-

cionalmente, del primer tercio del siglo, hasta que las consecuencias de

la guerra civil acabaran, literalmente con la carrera (y casi con su vida).

Su campo principal de intereses, fue el de la determinación de los pesos

atómicos, aunque también se ocupó de otras cuestiones como el estudio de

los volúmenes moleculares. Hombre comprometido con el bienestar insti-

tucional de su ciencia –y en general- de la ciencia nacional, Moles tuvo que

ver también con la mejora de la infraestructura de la enseñanza experimental

de la química (en el denominado pabellón Valdecilla de la calle de San

Bernardo) en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid de la

que era catedrático de química inorgánica. Separaré sus dos mundos, el cien-

tífico y el político; de hecho con una entrada en el segundo, fue saliendo,

con bastante rapidez, del segundo, auque acabo de decir algo que, por su-

puesto los relaciona un tanto. El fue más rotundo (no estoy seguro de que

más acertado) cuando en una conferencia que pronunció en el Congreso de

3 José Manuel Sánchez Ron, Cincel, martillo y piedra, Ediciones Taurus, Madrid 1999. Las

páginas del conjunto de la obra.

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la Asociación Británica para el Progreso de las Ciencias celebrado en

1941, manifestó (citado por Rodríguez Quiroga en 1994):

“La naturaleza humana es un conglomerado de fuerzas antagónicas y la

ciencia facilita el estudio de la comprensión y la atenuación de esas antino-

mias en los hombres y en la sociedad. Todo gran estadista, tiende a padecer

una deformación profesional; si es de ánimo resuelto, puede desdeñar la

cautela y la moderación. Los hábitos mentales de la investigación cientí-

fica, permiten al estadista conciliar esas opuestas virtudes profesionales.

Y, sobre todo, el hombre de ciencia da al gobernante un indispensable con-

trapeso, la duda. La característica principal del estadista es la fe en sí

mismo o, más precisamente, la fe en la utilidad de su propia tarea, pero esa

fe, sin una fuerte dosis de duda, llevaría al estadista a un ciego y dañino

dogmatismo. Finalmente, el hombre de ciencia es, naturalmente, tolerante,

y el hombre de estado, necesita tanto de la tolerancia como de la firmeza”.

Antes de entrar en la relación de Negrín con la JAE, es relevante señalar

que su obra se desarrolló en el campo de la fisiología, una de las ramas más

“científicas” de la medicina (utiliza con profusión técnicas propias de la

física y de la química) De hecho fue gracias al desarrollo de la fisiología, a

trabajos de científicos como Herman Von Helmhoz (médico), pero que

terminó, después de ocupar cátedras de fisiología, como catedrático de físi-

ca en Berlín, o Emil du Rois-Reymond, que la medicina se libró durante el

siglo XIX de la noción de vitalismo, comenzando un avance que hizo de ella

una disciplina notablemente diferente a la de los siglos precedentes.

No fue Negrín sin embargo, el primer fisiólogo español moderno. Como

mínimo, le precedieron José Gómez Ocaña (1860-1916) nacido en Barce-

lona, (donde también se puede nombrar, aunque su nivel científico fuera

menor, a Ramón Coll y Puyol y a Jesús María Bellido Golferichs), de Tu-

ró únicamente diré que su carrera, como fisiólogo, comenzó realmente

con la creación en 1957 del Laboratorio Municipal de Barcelona, en el

que trabajó, aunque durante algún tiempo su situación en él fue compli-

cada, debido a las malas relaciones que sostenía con el director del mismo,

el microbiólogo Jaime Ferrár (1852-1929). No obstante, cuando Ferrán

tuvo que abandonar la dirección, fue Turró quien le sucedió. En fisio-

logía, se ocupó especialmente del sistema nervioso y de la circulación

sanguínea. También investigó en bacteriología, en donde intentó defender

la hipótesis de que los fenómenos de inmunidad dependen de la capacidad

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digestiva de las células, hipótesis que no pudo ser confirmada.

Perteneciente a una familia acomodada de las Palmas de Gran Canaria,

Juan Negrín estudió, a partir de 1906, medicina en Alemania, en Kiel Y

Leipzig, (donde coincidió con Moles) centrándose en la fisiología, mate-

ria en la que ya obtuvo un puesto de ayudante en los últimos semestres

de su carrera y, al final de ésta, se doctoró en 1912 con una tesis sobre la

“glicosuria experimental”. Siendo uno de los ayudantes numerarios en el

Instituto de Fisiología de Leipzig, fundado en 1869 por uno de los grandes

de la medicina, Carl Ludwig, y dirigido entonces por Edwld Hering. Allí se

inició en la investigación, junto a Teodore von Brücke, con quien publicó

varios trabajos. Durante aquellos años se centró, sobre todo, en la actividad

de las glándulas suprarrenales y su relación con el sistema nervioso.

En 1911, ya había iniciado su relación con la Junta de Ampliación de

Estudios de la Institución Libre de Enseñanza, a la que se dirigió solicitando

una pensión por un año para continuar sus estudios en Leipzig. También

mantuvo, desde Leipzig, relaciones con el grupo de Pi y Sunyer, publicando

algunos trabajos en los Treballs de la Societat Catalana de Biología (1914) y

otro en el Boletín de la Sociedad Española de Biología. Al llegar la Primera

Guerra Mundial, Negrín se vio obligado a regresar, en 1915, a las Palmas.

Poco después, en febrero de 1916, se dirigió de nuevo a la JAE, solicitando

una pensión para continuar sus estudios en los EE.UU durante un año. No

se conoce cuál es la reacción de la Junta, pero el hecho es que muy pronto,

el 3 de julio de aquel mismo año, la Comisión Ejecutiva decidió crear

un laboratorio de Fisiología General y lo ofreció a Negrín y a Rodríguez

Lafora (éste declinó). Está claro que ésta conocía sus habilidades y, sobre

todo, la formación de Negrín (en el acta de la reunión del tres de julio se lee:

“Se acordó invitar al Dr. Juan Negrín López, que ha pasado años dirigiendo

prácticas de fisiología en la Universidad de Leipzig”) y confió en el para

ampliar su ramo de intereses a la fisiología. Durante la primera etapa del

Laboratorio (19 16-1922), el núcleo fundamental de investigadores estuvo

formado por José Hernández Guerra y José María del Corral García, que

sucedería a Negrín en su cátedra tras la guerra civil.

Instalado en Madrid, Negrín solicitó y consiguió, en 1920, revalidar sus

títulos alemanes, el primer paso para una cátedra universitaria que con-

siguió en 1922. Entonces organizó su laboratorio en la Facultad, reser-

vando el de la Residencia de Estudiantes exclusivamente para la investiga-

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ción. Durante este periodo, trabajaron allí jóvenes, algunos de los cuales

Ochoa, Grande Cobian, García Valdecasas, Puche, Blas Cabrera Sánchez

(uno de los hijos de Blas Cabrera) etc. La actividad científica de Negrín

disminuyó con la llegada de la II República.

La guerra civil y la ciencia.

En su libro “Cincel, martillo y piedra

”, el profesor Sánchez Ron de-

dica un capítulo a este tema y así dice: “La Guerra Civil (1936 -1939) es

uno de los acontecimientos más importantes –si no el que más- de la histo-

ria contemporánea de España. Obviamente la ciencia no pudo dejar de verse

afectada por ella (…) Finalizada la contienda, con la derrota de los repu-

blicanos, “sabemos, por supuesto que Hispanoamérica (México en es-

pecial) fue el destino de la gran mayoría de los exiliados. No parecen,

por otra parte, existir dudas de que las ciencias biomédicas (incluyendo

en este término desde la simple práctica médica hasta la fisiología far-

macológica y bioquímica, pasando por la psiquiatría) fueron los más afecta-

dos. Se ha llegado ha señalar que quinientos médicos españoles se exilia-

ron en México, al finalizar la guerra, pero independientemente de la

magnitud de las cifras, nombres como Augusto Pi y Sunyer, José Puché

Álvarez, Isaac Costero, Gustavo Pittaluga, Ángel Garma y Severo

Ochoa, muestran lo profundo del golpe que sufrieron tales disciplinas en

España.

Las ciencias naturales sufrieron la pérdida del decano de los natura-

listas hispanos, el entomólogo Ignacio Bolívar, entonces Presidente de la

JAE, que, según reza la leyenda –tal vez apócrifa, pero horrorosa en cual-

quier caso- abandonó España siendo ya un anciano “para morir con digni-

dad”. Exiliado en México, lo acompañó su hijo Cándido Bolívar, que era

en aquel momento catedrático de zoografía de Articulados en la Facul-

tad de Ciencias de la Universidad de Madrid. Otro anciano ilustre fue

Odón de Buen, que llegó a México con ochenta años y a quien, como en el

caso de Bolívar, siguió su hijo Rafael de Buen Lozano, que se desarro -

llaría en Latinoamérica desempeñando importantes puestos relacio-

nados con la sanidad pública. Otro “hijo ilustre” exiliado, fue Enrique

Rioja Lo Blanco, que continuó en México la obra de su padre, que había

dirigido la Estación de Biología de Santander.

Cuando pasamos a la física, nos encontramos con que el exilio en sí

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se debe valorar de manera cuidadosa al tratar el tema de la indudable

decadencia que se produjo detrás de la contienda. Es cierto que entre

los físicos exiliados aparecen nombres tan ilustres como el de Blas Ca-

brera, pero cuando el Director del Instituto Nacional de Física y Química

abandonó España ya era un hombre de salud precaria y había dado de sí

todo lo que podía en su ciencia. En cuanto al astrónomo Pedro Carrasco,

catedrático de Física Matemática de la Universidad de Madrid, nunca fue un

científico distinguido a nivel internacional, y acerca de Manuel Martínez

Risco, se puede decir de él que fue probablemente el que más dio de sí

como científico tanto desde su estudio parisiense como desde su cátedra

madrileña. No es muy diferente el caso de Arturo Duperier. En consecuen-

cia, fue más importante lo que estas ausencias significaron como ruptura de

lo que dejaron de aportar al contenido de la física.

También se vio afectada la química, fundamentalmente porque Enrique

Moles, que durante la guerra fue director general de Pólvoras y Explosi-

vos de la República, gozaba todavía de más vigor e ideas que Cabrera,

pero también debido a que entre los químicos exiliados figuró un número

mayor de competentes investigadores y docentes como Augusto Pérez

Vitoria o Antonio García Banus.

En cuanto a la matemática, la consecuencia a la postre más importante,

fue la del exilio de los más jóvenes miembros del Laboratorio Seminario

Matemático. Luis Santaló, que en la guerra había sido profesor de matemáti-

cas en el bando republicano para la formación de nuevos mandos de avia-

ción y que, instalado en Argentina, donde llego a presidir su Academia

de Ciencias, se convirtió en una autoridad mundial, en campos como la

geometría diferencial aunque no podemos olvidar nombres como los de

Pedro Pi Calleja o Manuel Balanzat.

La JAE y la Guerra Civil.

Si la Junta de Ampliación de Estudios fue la institución más impor-

tante de la España anterior a 1936, es natural preguntar acerca de cuáles

fueron para ella las consecuencias de la guerra (Moreno González, Sánchez

Ron 1988). Renovada la Junta de la Asociación de Catedráticos de Instituto

el 18 de agosto de 1936, a la que sólo podían pertenecer los partidos in-

tegrados en el Frente Popular, éstos decidieron inca utarse de los edificios

de la JAE, que era contemplada con recelo, por el sector del profesorado de

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izquierdas e iniciar la depuración del personal. (...) En agosto, la JAE fue

efectivamente remodelada: Ignacio Bolívar fue confirmado como pres i-

dente y Navarro Tomás como secretario.

El caso de Blas Cabrera

Uno de los personajes centrales de la ciencia española, en el primer tercio

de nuestro siglo, fue, como ya sabemos, Blas Cabrera, al que la rebelión

militar sorprendió en Santander como rector de la Universidad Interna-

cional de Verano. Después de diversas vicisitudes, Blas Cabrera se exilió

en Francia. Al término de la guerra, Blas Cabrera intentó regresar a Es-

paña, detalle que por sí solo habla a las claras de cuán tenues eran sus

inclinaciones ideológicas (era, como otros, básicamente un buen profesio-

nal liberal) y lo estrictas, limitadas y sectarias, las de los vencedores de la

contienda. Su hijo Nicolás explicó la forma en que aquellos intentos llega-

ron a su fase final: “En octubre de 1941, el Ministerio Plenipotenciario de

España en París le invitó a visitarle. Tengo el privilegio de haberle visto

moralmente hundido después de su visita, en la cual el Ministro le comu-

nicó el deseo del Gobierno español de obtener su propia dimisión del Co-

mité Internacional de Pesas y Medidas. Ante semejante actitud, mi padre

no tuvo otra alternativa que dimitir del Comité Internacional y al mismo

tiempo, reconociendo que ya no podía volver a España, decidió trasla-

darse a México, donde la Universidad Nacional Autónoma le acogería

como profesor” Y en Ciudad de México, falleció Blas Cabrera el 1 de

agosto de 1945.

Exilios interiores.

Blas Cabrera abandonó España y aunque otros miembros del Instituto

no lo hicieron, no por ello algunos de éstos se libraron de sufrir las con-

secuencias de su relación con la Junta para Ampliación de Estudios.

Miguel Catalán es un buen ejemplo en este sentido. Un ejemplo de que

los exilios, producidos por la guerra, fueron interiores también. El ve-

rano de 1936 se presentó interesante para Miguel Catalán. Estaba previsto

que participase en los cursos de la Universidad Internacional de Verano

de Santander. En julio habría dictado cuatro conferencias dentro del Cur-

so sobre “La isotopía en química” y prosigue Sánchez Ron: “hasta cierto

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punto (siempre es difícil aventurarse en el dominio de lo que pudo haber

sido y no fue), el que el inicio de la guerra civil ocurriese unos días an-

tes de que comenzase el curso en Santander, tuvo alguna consecuencia

positiva para Catalán. Me explicaré: si la guerra le hubiese sorprendido en

Santander, lo más probable es que se hubiera visto obligado a regresar –

después de un penoso itinerario- a Madrid (controlado por la República)

por la expedición comandada por Cabrera, mientras que su familia que

posiblemente hubiese continuado veraneando en San Rafael, se habría visto

detenida en la zona “nacional”. Se habría producido en consecuencia, una

situación de división familiar. Por otra parte, también hay que considerar

que acaso no habría padecido las miserias, y el control que sufrió en Se-

govia, etc. Sufrió después numerosas acusaciones por parte de los re-

beldes contra la República. Incluso un día fue convocado ante la coman-

dancia militar acusado de espionaje. Salió libre gracias a que un policía

rompió ocultamente la denuncia, porque su hijo había identificado al

acusado como su profesor favorito en el Instituto de Segovia, al que por

entonces Catalán se había incorporado como profesor de ciencias en el

bachillerato.

Tras la guerra civil, Catalán se encontró con que le estaba vedado el re-

greso a su Cátedra en la Universidad de Madrid, aunque en realidad no se le

había desposeído oficialmente de ella. Además no se le permitió el ac-

ceso a su laboratorio, en el Instituto Nacional de Física y Química, aho-

ra perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, crea-

do por el Gobierno franquista para sustituir a la vieja JAE.

Ante tal situación, Catalán no tuvo más remedio que ganarse la vida.

Se vio obligado, en definitiva, a entrar en la industria privada. Durante algu-

nos años trabajó como asesor para Mataderos de Mérida, para la fábrica de

productos químicos Zeltia, para Industria Riojana, y para los Laboratorios

IBYS. Vitaminas, DDT, células fotoeléctricas y clorímetros figuraron en-

tre sus intereses de dicha época. Al mismo tiempo que todo esto ocurría,

científicos extranjeros (estadounidenses básicamente) se preocupaban por

la suerte de Catalán, tanto durante la guerra como después. Así, a poco de

terminar la contienda, el 16 de julio de 1939, el gran astrofísico de la Uni-

versidad de Princeton, Henry Norris Russell, se interesaba por su situación

(...) En Madrid, mientras tanto, le resultaba muy difícil reanudar sus in-

vestigaciones. Entre sus papeles, ha sobrevivido una carta que, desde el

caserón de la Cuesta del Zarzal, escribió a Russell el 18 de agosto de 1940.

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En ella, se aprecian las dificultades con las que se encontraba:

“Para enviarle una lista con todos los términos de Fe I, he estado traba-

jando en la versión de los manuscritos que escaparon a la destrucción du-

rante la guerra. Como todos estos papeles son muy incompletos, creo que

se pueden perder algunos términos, en especial los más elevados. Mi tra-

bajo procede con algunas dificultades porque ya no trabajo en el laborato-

rio del Instituto Nacional de Física y Química (Rockefeller), en el que se ha

cerrado la sección de espectrocopia. No me es posible consultar una biblio-

teca científica, de manera que desde julio de 1936, estoy prácticamente ais-

lado del mundo. ¡Sea tan amable de enviarme cualquier separata de que

pueda disponer! Los trabajos del Bureau of Standars, también son desco-

nocidos aquí desde 1936. He escrito al Dr. Meggers, pero, hasta el momen-

to, no he recibido respuesta. Tengo algunas dificultades económicas, y de-

bo trabajar en otros temas, no espectrotópicos, para ganarme la vida”. Y,

añadió: “me vendría muy bien disponer de FE j, si el profesor Harrison con-

siente en enviármelos. Le enviaré a usted la lista requerida tan pronto co-

mo me sea posible. En Mn I, he estado trabajando durante algunos años, y

he medido muchos efectos Zeeman, porque tengo una buena colección de

placas que el profesor Back, de Tubinga (Alemania) me dio cuando trabajé

con él hace algunos años. Desgraciadamente los manuscritos no están en mis

manos, por eso no puedo enviarle la lista de términos.

La recuperación de su cátedra no significó que se le abriesen a Mi-

guel Catalán las puertas de la investigación “oficial

”, localizada en aque-

lla época casi exclusivamente en el Consejo Superior de Investigaciones

Científicas, puesto que las Universidades eran, en ese sentido, auténticos

eriales. Sin embargo, su prestigio científico, la recuperación de su cátedra,

así como los requerimientos que se le hacían desde los Estados Unidos, ter-

minarían favoreciendo su entrada al Consejo, aunque no a su antiguo Insti-

tuto, denominado ahora Rocasolano, sino al Instituto de Óptica “Danza

de Valdés” dirigido por José María Otero Navascués, persona bastante

abierta e intelectualmente sagaz, quien en 1950 le nombró Jefe del De-

partamento de Espectros. Otero era Ingeniero de la Armada y como tal

tuvo acceso, durante bastantes años, a las instalaciones y talleres del Es-

tado Mayor de la Armada, lo que facilitaba las investigaciones de su grupo

en el Consejo; allí, formaba un buen equipo de investigaciones con Fernan-

do Rico, Olga García Riquelme, Rafael Velasco, y Laura Iglesias Romero,

dedicándose a temas como la estructura de los espectros de los distintos

Page 13: El Exilio Cientifico Espanol

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elementos (paladio, hierro, bismuto, sodio y manganeso, etc).

El Instituto de Óptica del CSIC, creado oficialmente en marzo de 1946,

aunque antes había funcionado como una sección del Instituto “Alonso

de Santa Cruz”, de física, a la que iba asociada una subsección de espec-

trocopia. Como Jefe de sección primero, y como Director del Instituto,

después, Otero Navascués fue el motor y responsable máximo del cen-

tro. En 1950, sin embargo, el Instituto de Óptica se instaló definitiva-

mente en el nuevo edificio (que todavía ocupa el complejo del Consejo,

situado a lo largo de la calle Serrano. Y con el cambio, Catalán se incorpo-

ró para dirigir una de las dos secciones del Departamento de Espectros, la

de Espectros Atómicos. Se puede decir que fue entonces cuando realmente

finalizó el exilio interior de Catalán. Habían pasado más de diez años

desde el final de la guerra.

Exilios interiores más duros.

El exilio interior de Catalán fue duro, pero en modo alguno compara-

ble al de Enrique Moles, el líder de la química española en el primer ter-

cio del siglo XX. Al abandonar Cabrera España, Moles pasó a dirigir el

Instituto Español de Física y Química. No sólo esto, en 1937 aceptó el

nombramiento de Director General de Pólvora y Explosivos, también

firmó junto a Mendez Pidal, Medinaveita, Juan de la Encina, Zulueta y

Pedro Carrasco, un manifiesto publicado en El Socialista titulado “Con-

tra la barbarie fascista”. Al final de la guerra se exilió en Francia, obteniendo

una plaza de Maitre de Recherches en el Conseil Scientifique de Recher-

chesm, mientras en Madrid se le había desposeído de su cátedra. Pero ante

la posibilidad de la invasión alemana, y a pesar de tener ofertas de trabajo

en otros países, decidió regresar a España en 1941 (tal vez pensaba que la

presión internacional que reclamaba que se le restituyese en su cátedra le

protegería). Fue encarcelado inmediatamente y condenado a muerte en un

Consejo de Guerra, pena que le fue conmutada por la de treinta años de

prisión, aunque fue liberado finalmente en 1945. Nunca recuperaría su cáte-

dra, ganándose la vida trabajando para laboratorios privados, como

Energía e Industrias Aragonesas S.A. y el Instituto de Biología y Suero-

terapia IBYS.

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Matemáticas, Física y Química.

En una voluminosa obra titulada “El exilio español en Méxi-

co”publicado por la editorial Fondo de la Cultura Económica, hay una

sección con la denominación de “Matemáticas, física y química”, de

José Cueli. De ella tomamos las siguientes presiciones: “El cultivo de

las matemáticas, tendente a la formación de grupos de investigación, al

fortalecimiento de los departamentos de esa materia en las escuelas profe-

sionales, a la difusión y el desarrollo de los proyectos de investigación

que requiere el país, está apuntalado históricamente por los cambios pro-

ducidos a fines del siglo XIX en los niveles secundario y preparatorio;

por la reestructuración de la enseñanza media, en la segunda mitad de

los años 20 y por sucesivas transformaciones que atienden a los dictados

del desarrollo científico y al avance de las principales instituciones científi-

cas y académicas, donde tienen principal aplicación terminal las matemáti-

cas. Como todos los ramos de la enseñanza, el correspondiente a las mate-

máticas ha sufrido una acelerada evolución en la etapa posrevolucionaria,

particularmente en los 30, cuando grupos de ingenieros con estudios en el

extranjero, regresaban para ser el núcleo de la carrera de matemáticas, crea-

da en 1936, cuando ya podía afirmarse que la ciencia se apoyaba crecien-

temente en las matemáticas, haciendo de esta disciplina “un factor deci-

sivo en la dinámica actual del saber científico”, a más que la gradual espe-

cialización del saber científico ha convertido a las matemáticas en una he-

rramienta principal.

No tan importante cuantitativamente, como en otras actividades, la

contribución republicana en este campo se ha dejado sentir en la docen-

cia y en la investigación, por medio de investigadores formados en la pe-

nínsula y de refugiados políticos que se acogieron a esa disciplina en el

exilio.

A la primera generación corresponde Enrique González Jiménez,

doctorado en ciencias exactas en la Universidad Central de Madrid, su

lugar de nacimiento (1908), habiendo sido profesor de aritmética, álgebra,

geometría analítica y cálculo infinitesimal en escuelas superiores, así

como de ciencias en los institutos de Segunda Enseñanza. Era catedrá-

tico en su “alma mater” cuando tuvo que salir de España, y en México

desempeñó funciones igualmente destacadas, como director del Instituto

Luis Vives.

Page 15: El Exilio Cientifico Espanol

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Dio a conocer estudios sobre la teoría de las sustituciones y los siste-

mas polares; ampliación y complemento de matemáticas, geometría ana-

lítica y descriptiva. González Jiménez murió en 1957, mismo año en el

que expiró Ricardo Vinós Santos. Vinón había formado la Escuela de

Orientación Profesional de Madrid. Desde 1940 dirigió la Hispano-

Mexicana, acompañándolo durante los doce siguientes años Vicente Carbo-

nell Chauro en la Secretaría de la Academia. Carbonell (Madrid, 1914) ha

dejado conocimientos matemáticos y buenos recuerdos de su persona en

los miles de alumnos que pasaron por las aulas del “Madrid”, del “Luis

Vives”, La Academia, el plantel n° 4 de la Escuela Nacional Preparatoria

y la Secundaria n° 17 de la SEP.

La Hispano-Mexicana tuvo de maestro fundador a Lorenzo Alcaraz,

que pudo haberse quedado en España a disfrutar de una posición econó-

mica superior, pero prefirió venir como un exiliado más. La primera remesa

colectiva, la del “Sinaia” traía a Marcelo Santaló Sors (Gerona 1905), as-

trónomo en el observatorio de Madrid. El servicio de Emigración lo colocó

en el “Luis Vives”, alternando posteriormente con los otros colegios del

exilio. Su creciente prestigio fue consolidandose con conferencias y noticias

bibliográficas, lo que le valió para ser nombrado, en 1957, jefe de la sección

de Ciencia y Tecnología de la OEA, recibiendo en 1960 el encargo de la

UNESCO de estudiar la enseñanza de las matemáticas y de la cosmografía

en Ecuador, Perú, Chile, Argentina y Paraguay.(4)

Buscadores de simetrías (los físicos).

A diferencia de otras actividades en donde España concurrió con nu-

tridos grupos científicos, en la física fueron unos cuantos los que llega-

ron formados. Terminaban los años treinta y en México cobraban sentido y

fuerza las inquietudes por implantar la enseñanza de la física moderna. Na-

cían grupos de estudio que iban a los Estados Unidos y a Europa, y que lue-

go regresarían a formar personal e instituciones. Claro está que hubo, y que

hay, aportación republicana en el terreno de la física, pero en este aspecto con

el ingrediente adicional de que españoles y mexicanos iniciaron al parejo una

tarea que parte formalmente de la creación de la carrera de físico en la

Facultad de Ciencias.

4 Diversos autores, El exilio español en México, Ediciones del Fondo de Cultura Económica,

México 1982, páginas 531 y ss.

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De los primeros en incorporarse al exilio fue, Blas Cabrera Felipe; és-

te, significaba de por sí, una importante contribución: es descubridor de la

ciencia del magnetón, nominada Wais-Cabrera en honor de sus elaboradores.

Adscrito como miembro activo a los organismos científicos de Europa y

América, estuvo en México, en 1926, retornando en 1939 para dar clases en

la Facultad de Ciencias de la UNAM, en el Instituto de Física estudió las

propiedades magnéticas de las tierras raras y desarrollo publicaciones sobre

la teoría de la relatividad, el átomo y la estructura de la materia.

Hazaña meritoria fue la de Pedro Carrasco Gorronera, al sostener la edi-

ción del Anuario de Astronomía durante los años bélicos. Carrasco (Bada-

joz 1883- México 1966) había alcanzado el Decanato de la Facultad de

Ciencias de Madrid, dirigido el Observatorio Astronómico y ostentado el

rango académico de la Real de las Ciencias. Formó parte del segundo grupo

de invitados del Colegio de México (Casa de España) y transmitió sus cono-

cimientos a varias generaciones de universitarios, politécnicos y alumnos

de la Normal Superior. Presidió el Patronato de la Institución “Luis V i-

ves”, dejando una extensa producción editorial en la que se encuentran

títulos sobre la filosofía de la mecánica, la relatividad, la mecánica experi-

mental y la instrumental. Y así podríamos continuar detallando las activida-

des de otros físicos españoles exiliados.

La previsión de sucesivos gobiernos, hasta el de Cárdenas, había

creado una importante infraestructura directamente encaminada a im-

pulsar la educación superior; para 1936 ya estaban integrados sus diver-

sos componentes y, entre ellos, los de la enseñanza de la química. Así

estaban las cosas cuando llegó la riada española, en la que Fresco contó

hasta setenta químicos, entre doctores en ciencias químicas, farmaceúti-

cos, ingenieros y peritos químicos, los que se instalaron, o ayudaron a

la instalación de los laboratorios, hallaron trabajo en Universidades o

Escuelas Superiores, en empresas gubernamentales o en laboratorios ya

existentes, como Pedro Bosh Giral, Rafael Oliván, J. Viciana, Luis Fanjul

y Enrique Gay y otros muchos que merecerían citarse.

CONCLUSIÓN

De este amplio periplo que hemos realizado en algunos datos del exi -

lio científico español, se puede deducir la sangría que para el futuro de

España supuso este excepcional exilio cultural y científico, así como el

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prestigio internacional que proporcionó a muchos intelectuales y científicos

españoles el impulso que supuso para el desarrollo de diversas naciones

hermanas y, especialmente, a la de México.

Biblioteca Omegalfa

BIBLIOGRAFÍA

1. José Luis Abellan. “De la guerra Civil al exilio republicano (1936 -1977)

Editorial Mezquita. Madrid 1983.

2. Varios autores “Los refugiados españoles y la cultura Mexicana” Residen-

cia de Estudiantes. Colegio de México. México 2002.

3. Ramón López Barrantes, “Mi exilio” G. Del Toro Editor. Madrid 1974.

4. José Manuel Sánchez Ron “Cincel, martillo y piedra”. Ediciones Taurus.

Madrid 1999.

5. Diversos autores, “El exilio español en México” Ediciones del Fondo de la

Cultura Económica. México 1999