EL FUSTAT, MUERTE EN EL NILO tres. · destroza vidas y ciudades. Perdida de este modo la memoria de...

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Los Cuadernos de Viaje EL FUSTAT, MUERTE EN EL NILO Ignacio Rupérez H ay ciudades como Memfis que han que- dado excl�sivamente para arqueólogos, y para tunstas que apenas se enteran. Otras como Alejandría cuya especiali- dad residiría en suscitar nostalgia en los pedan- tes que sólo han leído un libro de Durrell y so- bre Alejandría. Pero también hay ciudades, y en eso estamos, que no gustan a los arqueólogos exigentes, a turistas y pedantes menos aún, por- que desaparecieron en época cercana y no por completo y porque no sugieren nada, si acaso iqué mal huele!, iqué insoportable calor! Ni el paraje ni las ruinas evocan gran cosa si antes no se ha leído sobre estas ciudades diciles, sobre El Fustat por ejemplo, donde en El Cairo al- guien dio las tres voces y a muy pocos vieros se les ocurre penetrar. En tiempos no remotos el Nilo pasaba cerca posibilitando un puerto pro- pio, una de las razones de la gran importancia comercial bajo Omeyas, Abbasidas, Tulunidas y Fatimidas, de esta ciudad que llegó a ser la más influyente del mundo islámico. Pero hasta el gran río, el que siempre dio la vida, optó por ale- jarse del campo de muerte de cascotes, plásticos, hojasdelata y desperdicios varios que ectiva- mente tan mal huele, de basuras en ignición constante, con perros y cerdos, y niños descon- fiados y agresivos como no suelen encontrarse en el resto de El Cairo. No hay en El Fustat suavidad alguna. El gran río optó por alejarse después de que la muerte llegara a El Fustat, él no la provocó. Sin embar- go las aguas siguen impregnando el subsuelo y los sótanos de las casas y alimentando un par de lagunas que vistas desde las alturas del Mokka- tam y desaparecidos los detalles os, podrían contribuir a un lugar con más agrado del que hoy tiene. Este problema de las aguas subterrá- neas que acechan prácticamente en todo El Cai- ro, es el que tiene la rtaleza de Babilonia y la mezquita de Amr, en uno y otro extremo de lo que e la ciudad de El Fustat. La zona está se- ñalada por carreteras y bloques de viviendas que la rodean y que llegado a un punto se detienen, como para dar paso con brusquedad a una tierra de nadie y de silencio que no ha podido reco- brarse de la rivalidad de los reyes, de las devas- taciones, las playas y los incendios, aunque en su miseria reproduzca siquiera microscópica- mente, a una escala menor, algo de lo que e en tiempos pretéritos. iY lo que e! Una ciudad que cuando el incendio final contaba con dos- cientos mil habitantes y una calidad urbanística desconocida en Europa. Famosa por su comer- 59 cio, su cristal y su cerámica, así como por su in- fluencia política y su relación con nombres ilus- tres. Todavía hoy esta ciudad ntasma alberga la mezquita más antigua de Egipto, Amr, la iglesia más antigua, Abu Sarga, donde habría vivido la Sagrada Familia en su Huida, así como la más antigua sinagoga, la de Ben Ezra o Keniset Elia- hom, que escondía los mosos documentos de Geniza y en cuyo emplazamiento habría estado la sinagoga de Jeremías, incluso la de Moisés pa- ra los más entusiastas. Es en El Fustat donde vi- vió el gran Maimónides los mejores años de su vida, donde murió y dio término a sus Comenta- rios sobre la Misná y a la Guía de Perplejos, ra- bino en otra sinagoga que se situaría en el lugar que ocupa el cementerio de Santa Bárbara. Pese a tan notables parentelas, a tan sonoros inquili- nos, El Fustat es hoy uno de los parajes más mi- serables, sórdidos, deprimidos e inctos de El Cairo, con una antigua y persistente desolación que parece como si nadie tuviera valor en despe- jar. Se anuncian ambiciosos planes urbanísticos y se disparan ya ntásticas autopistas por los al- rededores, pero El Fustat todavía queda ajeno y aparte de los círculos de progreso, un quiste con su magnífico y oculto pasado, sus cementerios cristianos y un poco más hacia el Norte los ce- menterios musulmanes de la Ciudad de los Muertos, los hornos para el vidrio y la alrería. VIDA OCULTA Y con todo hay más vida de la imaginable a primera vista, latidos más ertes de los que po- drían surgir de un lugar en realidad atroz. Deambulando por los cementerios contiguos que conservan los restos de los últimos dignata- rios de la época Abbasida, y que tienen una ex- tensión similar a la de El Fustat, resulta curioso observar que si la ciudad habitada de los vivos de El Fustat hace tiempo que ha desaparecido, por el contrario habitan cada vez más vivos en esta parte meridional de la Ciudad de los Muer- tos que además no deja de crecer. Es dicil ex- plicar un destino tan triste y entender tales co- sas si no se ven, cementerios vivos y ciudades muertas. Como si tanta violencia, tanto deseo de destruir hasta los cimientos la casa del ene- migo hubiera generado una maldición perdura- ble sobre estos primeros asentamientos islámi- cos en Egipto, donde nadie decente debería acu- dir, sobre El Fustat pero también sobre El Askar de los Abbasidas y El Qatai que lbn Tulun n- dara en el 870; todos estos campamentos y ciu- dades aristocráticas una vez destruidos hicieron inutilizables los lugares en que se levantaron, impidiendo que la ciudad se extendiera hacia el sur y realizando de algún modo la venganza a que se refiere El Maqrisi; «Es la costumbre de los reyes, siempre eliminan la huella de sus pre- decesores, por eso destruyen ciudades y rtale- zas. Lo hicieron antes y después del Islam».

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Los Cuadernos de Viaje

EL FUSTAT, MUERTE EN EL NILO

Ignacio Rupérez

H ay ciudades como Memfis que han que­dado excl�sivamente para arqueólogos, y para tunstas que apenas se enteran. Otras como Alejandría cuya especiali­

dad residiría en suscitar nostalgia en los pedan­tes que sólo han leído un libro de Durrell y so­bre Alejandría. Pero también hay ciudades, y en eso estamos, que no gustan a los arqueólogos exigentes, a turistas y pedantes menos aún, por­que desaparecieron en época cercana y no por completo y porque no sugieren nada, si acaso iqué mal huele!, iqué insoportable calor! Ni el paraje ni las ruinas evocan gran cosa si antes no se ha leído sobre estas ciudades difíciles, sobre El Fustat por ejemplo, donde en El Cairo al­guien dio las tres voces y a muy pocos viajeros se les ocurre penetrar. En tiempos no remotos el Nilo pasaba cerca posibilitando un puerto pro­pio, una de las razones de la gran importancia comercial bajo Omeyas, Abbasidas, Tulunidas y Fatimidas, de esta ciudad que llegó a ser la más influyente del mundo islámico. Pero hasta el gran río, el que siempre dio la vida, optó por ale­jarse del campo de muerte de cascotes, plásticos, hojasdelata y desperdicios varios que efectiva­mente tan mal huele, de basuras en ignición constante, con perros y cerdos, y niños descon­fiados y agresivos como no suelen encontrarse en el resto de El Cairo.

No hay en El Fustat suavidad alguna. El gran río optó por alejarse después de que la muerte llegara a El Fustat, él no la provocó. Sin embar­go las aguas siguen impregnando el subsuelo y los sótanos de las casas y alimentando un par de lagunas que vistas desde las alturas del Mokka­tam y desaparecidos los detalles feos, podrían contribuir a un lugar con más agrado del que hoy tiene. Este problema de las aguas subterrá­neas que acechan prácticamente en todo El Cai­ro, es el que tiene la fortaleza de Babilonia y la mezquita de Amr, en uno y otro extremo de lo que fue la ciudad de El Fustat. La zona está se­ñalada por carreteras y bloques de viviendas que la rodean y que llegado a un punto se detienen, como para dar paso con brusquedad a una tierra de nadie y de silencio que no ha podido reco­brarse de la rivalidad de los reyes, de las devas­taciones, las playas y los incendios, aunque en su miseria reproduzca siquiera microscópica­mente, a una escala menor, algo de lo que fue en tiempos pretéritos. iY lo que fue! Una ciudad que cuando el incendio final contaba con dos­cientos mil habitantes y una calidad urbanística desconocida en Europa. Famosa por su comer-

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cio, su cristal y su cerámica, así como por su in­fluencia política y su relación con nombres ilus­tres.

Todavía hoy esta ciudad fantasma alberga la mezquita más antigua de Egipto, Amr, la iglesia más antigua, Abu Sarga, donde habría vivido la Sagrada Familia en su Huida, así como la más antigua sinagoga, la de Ben Ezra o Keniset Elia­hom, que escondía los famosos documentos de Geniza y en cuyo emplazamiento habría estado la sinagoga de Jeremías, incluso la de Moisés pa­ra los más entusiastas. Es en El Fustat donde vi­vió el gran Maimónides los mejores años de su vida, donde murió y dio término a sus Comenta­rios sobre la Misná y a la Guía de Perplejos, ra­bino en otra sinagoga que se situaría en el lugar que ocupa el cementerio de Santa Bárbara. Pese a tan notables parentelas, a tan sonoros inquili­nos, El Fustat es hoy uno de los parajes más mi­serables, sórdidos, deprimidos e infectos de El Cairo, con una antigua y persistente desolación que parece como si nadie tuviera valor en despe­jar. Se anuncian ambiciosos planes urbanísticos y se disparan ya fantásticas autopistas por los al­rededores, pero El Fustat todavía queda ajeno y aparte de los círculos de progreso, un quiste con su magnífico y oculto pasado, sus cementerios cristianos y un poco más hacia el Norte los ce­menterios musulmanes de la Ciudad de los Muertos, los hornos para el vidrio y la alfarería.

VIDA OCULTA

Y con todo hay más vida de la imaginable a primera vista, latidos más fuertes de los que po­drían surgir de un lugar en realidad atroz. Deambulando por los cementerios contiguos que conservan los restos de los últimos dignata­rios de la época Abbasida, y que tienen una ex­tensión similar a la de El Fustat, resulta curioso observar que si la ciudad habitada de los vivos de El Fustat hace tiempo que ha desaparecido, por el contrario habitan cada vez más vivos en esta parte meridional de la Ciudad de los Muer­tos que además no deja de crecer. Es difícil ex­plicar un destino tan triste y entender tales co­sas si no se ven, cementerios vivos y ciudades muertas. Como si tanta violencia, tanto deseo de destruir hasta los cimientos la casa del ene­migo hubiera generado una maldición perdura­ble sobre estos primeros asentamientos islámi­cos en Egipto, donde nadie decente debería acu­dir, sobre El Fustat pero también sobre El Askar de los Abbasidas y El Qatai que lbn Tulun fun­dara en el 870; todos estos campamentos y ciu­dades aristocráticas una vez destruidos hicieron inutilizables los lugares en que se levantaron, impidiendo que la ciudad se extendiera hacia el sur y realizando de algún modo la venganza a que se refiere El Maqrisi; «Es la costumbre de los reyes, siempre eliminan la huella de sus pre­decesores, por eso destruyen ciudades y fortale­zas. Lo hicieron antes y después del Islam».

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Tumbas de los califas, El Cairo.

Los montones de escorias y basuras, los in­mensos cementerios, han tenido que ser salta­dos, nunca se ha podido con ellos. Víctima de los desastres naturales, de las rivalidades entre dinastías árabes y de la lucha contra los cruza­dos, abandonada hasta por el río, resulta sin em­bargo conmovedor que con toda la humildad del mundo y con toda su perseverancia también, cuando por fin se la dejó en paz con sus ruinas y su historia la ciudad de El Fustat retornara poco a poco a la composición y las funciones de sus tiempos preislámicos. Es decir, a albergar coptos y judíos y a mantener todas esas antiguas labo­res pobres y desagradables de los traperos, los enterradores, los alfareros, los matarifes ... , pero que se realizan sobre ricos yacimientos y se co­dean con los trayectos turísticos que figuran en todas las guías, el Museo Copto, la Basílica de Mary Guirguis, la Iglesia Colgante y la fortaleza romana de Babilonia, logrando otra vez El Cairo esa original y constante superposición de lo es­pantoso y lo magnífico, para que en definitiva todo lo real esté desprovisto de cualquier asep­sia y para que al turista, quiero decir al buen tu­rista, se le dé la oportunidad de actuar asimismo como sociólogo, como arqueólogo y explorador.

Esta intención resume muy complejas viven­cias de la vida en el universo de El Cairo y es la que obliga a acudir a El Fustat, a frecuentar allí y en otros lugares lo maravilloso y lo horrible, ni distintos ni distantes. Las ciudades europeas disponen de centros históricos amorosamente

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conservados, perfectamente limpios, en que se ha intentado mantener el pasado con éxito sólo a medias porque falta el elemento de más im­portancia, la vida misma que animara y diera sentido a aquel. En El Cairo y otras ciudades árabes la conservación dista mucho de ser per­fecta y la limpieza no provoca entusiasmos pero en cambio sí existe, iy de qué manera!, la vida a borbotones y la densidad humana que desde tiempo inmemorial, por lo que nos informan an­tiguos documentos de sorprendente actualidad, ha permeado los zocos, las mezquitas y las ca­lles. iTodo se encuentra a pleno rendimiento! iQue vengan Roberts y Lane para verlo! Podrían referirse a Bab Zweyla sin grandes diferencias con sus observaciones de hace más de cien años, ni con las de Maqrisi varios siglos antes.

LUCHA DE CIUDADES

Pero en el tiempo de estos ilustres viajeros ya no quedaba ni rastro de El Fustat, ciudad maldi­ta devorada por las ciudades que la sucedieron y que a su vez se estableció a costa de la desapari­ción de Memfis, igualmente conocida por sus cementerios tan sólo. Con las guerras entre Omeyas y Abbasidas, con la gran plaga de 1063, los siete años de hambre que comenzaron poco después, el terremoto de 1138 y el golpe final del incendio de 1168 provocado para evitar que la ciudad cayera en manos de los cruzados, se fue realizando el inexorable proceso de elimina­ción, la muerte lenta de una ciudad próspera. El

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SIOUT: Vista de Asyut, antigua Lycopo/is.

incendio duró cincuenta y cuatro días. Previa­mente el Visir ordenó a los habitantes que pren­dieran fuego a sus casas y se trasladaran a ElCairo. Según un relato de la época, «las gentesse arremolinaban apresuradas, era como si sur­gieran de la tumba y corrieran al lugar de la re­surrección, el padre olvidaba a sus hijos y unhermano al otro. Muchos no pudieron salvarmás que la vida, pues alquilar un caballo para irdesde El Fustat a El Cairo costaba diez dinares yun camello podía costar hasta veinte».

Por supuesto, hoy no es tan difícil ir desde ElCairo a El Fustat, mejor conocido aunque nosea lo mismo por los nombres de Viejo Cairo,Misr El Qadimag o Barrio Copto. Maimkónideshacía el trayecto a diario, lo que le resultabamuy fatigoso; «El Sultán vive en El Cairo y yovivo en El Fustat. Las dos ciudades están a dosleguas de sábado de distancia. El Sultán me ha­ce trabajar mucho, debo visitarle todas las maña­nas ... Paso la mayor parte del día en el palaciodel Sultán». Aparte tales molestias no se en­cuentran quejas en sus escritos sobre la vida enEgipto y su trabajo en la Corte de Saladino. Eneste país puede al fin concluir los libros que ini­ciara en España, es médico de Palacio, rabino enEl Fustat y jefe de todas las comunidades judías.Que apenas se le recuerde hoy en Egipto, o queárabes y judíos disputen por su figura y su he­rencia, deriva de lo poco que este mundo se pa­rece al Oriente Medio cuyas turbulencias no im­pidieron, y en Egipto menos que en cualquier

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parte, que las gentes del viernes, del sábado ydel domingo vivieran juntos y en paz. RecuperarMaimónides y recuperar El Fustat -el hombre yla ciudad adquieren un significado común-, su­pondría reducir este enfrentamiento cultural aque Occidente ha condenado todo OrienteMedio como consecuencia de tantos errorespolíticos.

Perdón. Es inevitable este tipo de extrapola­ciones y que surja la polémica que da la tierra.La ciudad de Las mil y una noches, la que recibiódel gran Ibn Khaldum y de los viajeros europeos los elogios más encendidos, es Una y mil ciuda­des con innumerables fragmentos de vida e his­toria complicados de ensamblar en un futuropredecible. El lamento por lo que fue El Fustatquizás acabe siendo tan irremediable como el la­mento por otros barrios de El Cairo, comoBulac, Abbasia o Shubra, cogidos desde los añoscincuenta como todo Egipto en el torbellino quedestroza vidas y ciudades. Perdida de este modola memoria de las cosas no es extraño que lle­guen a un nivel tan bajo como ha ocurrido en ElFustat, que no haya más remedio sino los librospara saber qué sucedió, porque ya no se ve nada,o las técnicas de la arqueología para desenterrarruinas aún frescas, de ayer prácticamente. EnEgipto el conocimiento de los sucesos se poneen razón directa a su lejanía en el tiempo. Así,más se sabe de la vida de un Faraón

que de un Ra"is, más de la vida en Tebas que de la vida en El Fustat.