EL GOL - Real Zaragoza

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118 EL GOL La magia del fútbol consiste en descubrir lo que queda por hacer. Es lo más bonito y, al mismo tiempo, lo más difícil: ser capaz de sorprender. Lo que distingue a los mejores jugadores es, precisamente, esa posibilidad: la de dejar al rival asombrado.

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EL GOL La magia del fútbol consiste en descubrir lo que queda por hacer. Es lo más bonito y, al mismo tiempo, lo más difícil: ser capaz de sorprender. Lo que distingue a los mejores jugadores es, precisamente, esa posibilidad: la de dejar al rival asombrado.

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“Esa pelota tiene embrujo” Muere el partido. Por fin. Ha sido duro, intenso, emocionante. Su fortaleza contra nuestra calidad técnica. Así lo definía Stewart Houston, su entrenador, antes del arranque. A estas alturas apenas si nos quedan fuerzas a nosotros. Ellos aprietan más, están más enteros. Prevalece su fondo físico. Debemos llegar a la ruleta de los penaltis. Yo había anunciado que al Arsenal le ganaríamos por calidad y estoy convencido de que, en muchos momentos, hemos sido superiores. ¡Cuántas veces se habla de ese equipo que gana a los puntos! Sobre todo, tras el

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descanso: hemos llevado el peso del partido, la batuta del juego. Pero ese gol de Hartson… Estaba casi convencido de que el tanto de Esnáider nos iba a servir para conquistar el título. No eres el único, también el entrenador, Víctor Fernández se lamenta de esa alternativa. El Zaragoza estaba dándole forma al título con un golazo, además. Esnáider, como casi siempre, aparece cuando más se le necesita para rescatarnos, para culminar el juego colectivo, para dar razón al trabajo de todos. El gol ha sido precioso: un empalme lejano ante el que Seaman no ha podido hacer nada. Esos goles deberían enmarcarse en la historia del equipo. Sería una pena que semejante disparo, la belleza de ese trallazo, quede empañado por el subcampeonato. ¿A qué sabe un subcampeonato? Al doloroso trámite de perder una final. En realidad, y por mucho que se diga, equivale a un desconsuelo. Rememoro la jugada: ha sido un lanzamiento impecable, ante el que David Seaman nada ha podido hacer. El portero ha estado formidable: ha tenido intervenciones de gran mérito. Sabe leer muy bien el partido y por eso juega algo adelantado, como líbero, como cierre de la defensa. Eso les da mucha tranquilidad a los centrales, que tienen una línea más en la cobertura. A cambio, eso sí, de ubicarse casi fuera del área. Ya me he fijado varias veces en el partido y algún día esa forma de jugar le podría dar un disgusto… La leyenda de David Seaman se estiró -si es que fuera necesaria engrandecerla aún más- en la última eliminatoria ante la Sampdoria, en Génova. Allí, fue el artífice de la clasificación para las semifinales. “David fue Goliath”, decía la prensa londinense al día siguiente de que los artilleros lograran el billete para París. Y es que el Arsenal -que ya había forzado la prórroga con sufrimiento, gracias a un gol de Schwarz en el

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último minuto-, consiguió el premio del viaje al Parque de los Príncipes en el último lanzamiento de la tanda de penaltis, cuando el guardameta internacional inglés detuvo el disparo de Lombardo. Seaman es especialista y, además, ellos están más acostumbrados: al fin y al cabo, vienen de haber resuelto la semifinal desde el punto de penalti. Aún queda partido, aún debemos jugar. ¿Y ese remate de Aguado? Parada de Seaman con la colaboración del poste. Otra pena, porque el gol era bellísimo. ¿Es justa esa lotería? En realidad, forma parte del juego. Allí prevalece la seguridad del portero y la frescura física y mental de los tiradores. ¿Vas a tirar, Nayim? Ya lo hice el año pasado, ante el Celta, cuando conquistamos el título de Copa en el Calderón. Aquel era el prólogo de esta historia. Y aporté mi gol al lote del triunfo. Además, estoy convencido de que el técnico me quiere en el campo para el lanzamiento de los penaltis. Si no, no hubiera cambiado a García Sanjuán por Geli -con un obús en la pierna izquierda-, lo que me ha obligado a moverme a la banda derecha. Se acabó mi duelo deportivo con Dixon -que se remonta a mis tiempos en el Tottenham-. Geli es, sin duda, uno de los elegidos. Y tenemos artillería pesada con Pardeza, Esnáider, Poyet, Aragón… El que se ha apartado del protocolo es Paquete Higuera, el autor del gol decisivo ante el Celta de Vigo el año pasado en el Manzanares. Aunque allí, buena parte de la gloria -la mayor parte- se la llevó Cedrún, que detuvo el lanzamiento de Alejo y adornó así con los lazos blancos y azules el trofeo de campeón de Copa.

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No están tampoco ni Darío Franco ni Gay. Vamos, que de aquella lista de lanzadores quedamos Fernando Cáceres y yo. Recuerdo el mío: un torpedo a la portería. Sin más contemplaciones. Y un nuevo gol. ¿Y no da miedo quedarte con el sello del futbolista que ha fallado un penalti decisivo en una gran cita continental? Que la lista es larga… Da un paso adelante Santiago Aragón: “¿Quién no piensa ahora en los penaltis? Yo, también. Y estoy dispuesto a lanzar. Creo que es una oportunidad única, muy bonita. Y, sobre todo, me siento seguro. No sé qué planes tiene el entrenador, pero puede contar conmigo”. A ti, Geli, te han sacado para lanzar. ¿No te impone respeto? “No lo pienso. El míster me ha dado instrucciones para el desarrollo del juego. No me preocupan los penaltis. No, al menos, por ahora. Ya habrá tiempo de pensar… De todos formas, tengo frescura y me siento seguro. Estoy preparado”. Se escurre el partido, pesa el cansancio Va escurriéndose el partido, pero el Arsenal atosiga. Están más fuertes físicamente. Pesa el cansancio. También en el capitán, Miguel Pardeza. El desgaste ha sido enorme a lo largo de ya casi ciento veinte minutos: “A los penaltis -piensa Pardeza-. Los méritos están repartidos; aunque tengo la firme convicción de que un recuento imparcial nos daría como vencedores”. Pero el desgaste, la falta de energía, nos pone ya ahora, en el declive del duelo, en una situación comprometida en cada envite, en cada acción inglesa. ¿Tirarás, Miguel? “Es lógico, si así lo considera oportuno el entrenador”. Repaso la hemeroteca y me entretengo en otra gran cita continental del Real Zaragoza. Ya ganó una Copa de Ferias. Pero, ¿sabes que perdió otra

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edición de este torneo, en La Romareda, ante el Barcelona? El azulgrana Puyol, que tuvo un día de ensueño -su día de ensueño- marcó su cuarto gol… ¡en el último minuto de la prórroga! Si es duro perder una final, perderla así… De acuerdo, hablas de perderla, pero, perdóname, hay dos equipos en liza: y si fueras capaz de ganarla… ¿Te imaginas la alegría? Otro ataque, otro más; vienen en oleadas. Sale Cedrún a despejar y manda el balón a la grada. ¿A qué anfiteatro? “Pues no lo he podido ver -replica el guardameta-, pero que sepas que ese balón viene ya tocado por la magia, porque lo ha recogido Michel Platini, la gran referencia del fútbol francés”. Aquel que lideró el triunfo galo ante España en la Eurocopa de 1984. “Esa pelota tiene embrujo, está seducida por un encantamiento. Alguna sorpresa nos debe deparar”. Y tú, Andoni, ¿nos depararás alguna sorpresa? “Tuvimos la oportunidad de ver el encuentro del Arsenal ante la Sampdoria, en Génova. Y ahí tuvieron también tanda de penaltis. Tengo estudiados los lanzamientos, sobre todo, el de Ian Wright. Pero, de momento, no quiero pensar en eso, quiero centrarme en el partido”. Un duelo de guardametas. Como el año pasado, con Cañizares. Otro gran arquero, otro especialista en los penaltis, otro guardameta que sella una actuación brillante durante el partido. Y tú, con una obsesión: “Sé que tengo que detener un penalti más que Seaman. Hay que hacerlo”. Despeja el Zaragoza: una vez y otra. Le cuesta crear peligro y, a cambio, recibe las embestidas de los ‘cañoneros’. De momento, las jugadas se suceden con la puerta inmaculada. Pero el riesgo parece excesivo.

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En el banquillo, Víctor Fernández hace sus cábalas. Procura aislarse como puede de la tensión, mientras conserva la cabeza fría. Conforma la lista de los que deben lanzar. Ahí se mezcla la calidad, la frescura física, la confianza… Tiene recursos, incluso para una segunda ronda de lanzamientos. Se debe apoyar en Pardeza, Esnáider, Poyet, Aragón, Nayim, Geli, Cáceres -que ya tiró en la final de Copa-, y, conforme me vayan agotando las alternativas, Aguado, Belsué, Solana… “Le doy vueltas a los penaltis -entran y salen los pensamientos de Jesús Solana-, pero sé que no voy a lanzar. No, al menos, entre los primeros. O así lo creo. Hay especialistas y el cupo parece cubierto”. ¿En qué ocupas la cabeza, Aguado? “En Seaman y en nuestros recursos. Él detuvo dos lanzamientos ante la Sampdoria. Nosotros tenemos hombres de calidad para inclinar de nuestro lado la ruleta“. “Yo tampoco pienso que vaya a tirar -le da vueltas a la cabeza el lateral Alberto Belsué-. ¿Quién hay aquí? Pardeza, Esnáider, Nayim, Aragón, Poyet… Si en mi vida he tirado un penalti… Ni siquiera en los entrenamientos”. (*)

(*)(Alberto Belsué se encontró en una situación similar un año después, en la Eurocopa de 1996, con la selección española. España se jugaba ante el anfitrión, Inglaterra, la clasificación para las semifinales. Entonces, el seleccionador Javier Clemente le pidió que tirara uno de los penaltis, después de que ambos equipos hubieran llegado empatados al final de la prórroga. Y David Seaman era el guardameta titular de la formación inglesa. El futbolista aragonés accedió a la petición: “Desde el momento en que Clemente me pidió que lanzara hasta que puse el balón en el punto de penalti pasaron cerca de veinticinco minutos. Ahí se

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te pasa todo por la cabeza; y te preguntas quién te ha llamado a meterte en semejante locura. Lo pasé muy mal. Luego, falló Hierro el primer lanzamiento y, en todo caso, las culpas se repartían. Le marqué a Seaman, aunque más tarde falló Nadal y quedamos eliminados”).

¿Qué queda? Se acaba ya. El árbitro Piero Ceccarini ha mirado ya varias veces al cronómetro. También él debe estar pensando en los penaltis. A estirar un poquito más la noche de París. “No sé si hay pólvora: queda tiempo” Es como, si dentro de todo, viviéramos un cierta paz. Una tregua antes de la resolución final en el último acto. Esa noria emocionante y, al mismo tiempo, brutal, de los penaltis. La calma previa al desenlace definitivo. ¿O es que a alguien le queda pólvora? No sé si queda pólvora, artillería; pero aún queda tiempo de juego. Los partidos se juegan enteros: noventa minutos; y si hay prórroga, treinta más. Los penaltis vienen después. ¿O es que a un ciclista le dan un triunfo de etapa en el último kilómetro? Por mucho que todos piensen en el sprint, si a alguien se le ocurre atacar y sorprender al pelotón en el último instante… ¿Vas a atacar, Nayim? Voy a jugar, a intentar sorprender. ¿Sabes qué marca la diferencia entre los grandes jugadores?: la imaginación, la capacidad de sorprender, de hacer realidad aquello que parece imposible. Y esa es la esencia del fútbol. Del espectáculo. Otro balón suelto a la línea de cobertura inglesa, apenas unos metros por delante de la medular. Y un mal despeje de Linigham, ese recurso que

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Stewart Houston ha introducido para salvar la ausencia del titular Bould, que no puede jugar por la acumulación de amonestaciones. ¡Estás loco! Juégala, Nayim. La juego, la juego. La mejor opción sería un pase a Juan (Esnáider) o a Miguel (Pardeza). Me ha dado tiempo a verlos al levantar la cabeza. Circunvalan el fuera de juego. Sería perder la pelota. Hablo conmigo: mi impulso, mi espontaneidad, frente a mi sentido común. -¿Avanzo? No lo tengo claro. -Pues no tienes más recursos. -Mi obligación es tenerlos. -¿Qué te queda? -¿Cómo que qué queda? Ponle gracia, pon imaginación. Al levantar la cabeza he podido ver a Seaman adelantado. Como todo el partido. ¿Por qué no pego a puerta? -¡Estás loco! ¿Qué es estar loco? ¿Ponerle una pizca de creatividad, de desenfado, de atrevimiento? ¿Le pegas? Le pego. Me ha venido bien, muy bien. La he pegado redonda, firme, clara. Con seguridad, poniendo el alma. Y sin miedo, como ese jugador de tenis que suelta el brazo para conectar un golpe decisivo, ganador. Yo he soltado toda la pierna. Ahora, una vez resuelto me invade una pequeña incertidumbre, algo de miedo, una pizca de vértigo. Ahí están mis compañeros, los aficionados en el Parque de los Príncipes, millones de personas viendo el partido por la

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televisión. El reto ha sido algo osado. Escucho el eco del lamento: “Ahhhh: otra de las de Nayim…”. “Otra de las tuyas -se envuelve el área con el pensamiento de Cedrún-: ya lo has hecho otras veces, Gigi. Genial, un golpe de magia, de talento. Algo que sólo tú puedes hacer; y que unos pocos hemos disfrutado ya en los entrenamientos. Lo has percibido como yo, que tengo una visión privilegiada. Está adelantado. Seaman juega demasiado fuera de la portería. Creo que llegará, pero le vas a apurar”. “Estoy demasiado contristado para verte, Nayim -te cuenta Sanjuán, recién sustituido-. Pero te respaldo, te aúpo y empujo tu envío. Ni siquiera me he fijado en cómo lanzas, pero sé que si una persona con la clase y el desparpajo para intentar semejante locura -bendita locura-, ése eres tú, Nayim”. Pardeza juega al límite del fuera de juego. Tal vez el pase entra en los parámetros naturales del fútbol. “¿Qué haces, Nayim?” -se pregunta asaltado por la incredulidad. “Disparar es una opción extraña, pero, lo cierto es que poco más puede hacer a estas alturas. El cansancio hace mella en todos. Esto se acaba: estoy convencido de que en otro momento habría optado por otra opción, aunque estos son también gestos que definen a un jugador”. La he golpeado bien, aunque me parece que sube demasiado. Eso le va a permitir a Seaman recuperar el terreno hacia su portería. Es una pena, porque el envío es muy bueno. Aún así, me da la impresión de que va a bajar rápido y eso le provoca una mayor dificultad. Es un envío envenenado. Ahora ya lo veo con la tranquilidad de saber que no se va a marchar fuera del estadio.

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Para jugar, hay que tener un punto de osadía: un disparo con intención puede irse fuera y a algunos se les marcha fuera de banda. Hay que saber de qué eres capaz y disfrutar de tus propias cualidades sin pensar, a veces, en qué piensan los demás. ¿Y tu, qué piensas, Nayim? Porque te da tiempo a pensar. Si dicen que toda una vida se ve en un instante cuando estás en puertas de la muerte, cada centésima de segundo en ese envío tiene sonidos de eternidad. Sigo pensando que ha merecido la pena. El fútbol es mucho más sencillo que como se quiere plantear a veces. El juego te ofrece un abanico de alternativas y yo elijo una. En cada instante tienes que procurar mantener la cabeza fría y optar por aquello que te parece mejor. Yo tengo claro que mi mejor opción es lanzar. “No lo dudes, Nayim; yo no lo dudo“ “Mientras veo su gesto, estoy convencido de que ése es un envío hacia mí. Estoy adelantado y solo -le aporta Geli-, al otro lado del campo. ¡Nayim, ¿no me ves?! Has lanzado a puerta; aún así, persigo el balón y sigo su vuelo en carrera”. Lo habías hecho antes… Muchas veces. Y hay cientos de lanzamientos tan complicados en tantos partidos. Muchos, la mayoría, no encuentran puerta; otros, se visten de esmoquin, con el traje de gol. ¿No se le hizo Aragón a Zubizarreta cuando militaba en el Madrid? “No lo dudes, Nayim, porque yo no lo dudo -a Santi Aragón le puede la intuición, y se emociona antes de ver el desenlace-. Ese balón tiene apellido de gol. Eres de los pocos jugadores capaces de hacer realidad algo que parece descabellado. Como los creadores, como los artistas. Ya lo habías intentado otras veces; yo ya he tenido la fortuna de disfrutarlo antes”.

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El balón sigue subiendo. Facilita el tiempo de reacción del portero. Pero Seaman parece confiado. No pretendo dar explicaciones, pero los que me conocen saben que nunca he tirado por tirar, eso no entra en mi forma de ser. He visto la forma de jugar de Seaman, lo conozco bien y me ha surgido esta alternativa. Quien ha jugado a fútbol lo entiende perfectamente. A este tipo de jugadas se accede por el camino de la sencillez. Ese primer momento de incredulidad ante la ocurrencia del centrocampista deja paso a una duda que apaga los cánticos y empuja a la admiración del Parque de los Príncipes. Casi cincuenta mil personas cierran de pronto todo su foco de visión en torno a esa pelota, que sigue subiendo para inquietud de Nayim. Aún así, el ceutí tiene plena confianza en su toque. En un instante, la algarabía se transforma en murmullo; calla el estadio, como si alguien hubiera bajado de pronto el volumen de aquella gigantesca fiesta. Las miradas de París, de Londres, de Zaragoza, del mundo, se concentran en el vuelo del balón. Bueno, no todas: hay algunos aficionados que, incapaces de aguantar, visitan el cuarto de baño, preparándose para la tanda de penaltis. “Gigi, me has dejado asombrado, atónito. Tal vez sea la persona que puede disfrutar de tu locura con la mayor claridad -ronronea la mente de Aguado-. La puja de Poyet con Adams, el mal despeje de Linigham y tú, ¿a dónde vas, Gigi? Donde tú quieras, porque tengo plena confianza en ti”. La magia del fútbol consiste en descubrir lo que queda por hacer. Es lo más bonito y, al mismo tiempo, lo más difícil: ser capaz de sorprender. Lo que distingue a los mejores jugadores es, precisamente, esa posibilidad: la de dejar al rival asombrado.

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“Es el golpe espontáneo de Gigi y va muy bien -retransmite Andoni Cedrún para sí mismo-. Además, veo demasiado altivo a Seaman, como si no fuera capaz de encajar un gol desde tan lejos. Ha estado fenomenal durante el partido, con varias paradas de gran clase. Pero también le he notado sobrado en algunas intervenciones a una sola mano. Si vuelve a ir a una mano se equivoca y puede ser un fallo grave”. “Es un disparo a la desesperada” -interpreta Jesús Solana-; lo mismo que pienso yo, Chucho, lo que piensan muchos: el tiro de la locura. Pero él siempre ha sabido lo que quería. Ha empezado a bajar y el guardameta no ha recuperado su desventaja. Va bien, va bien. ¿Empezamos a empujar todos? ¿No creéis que aquí puede empezar a tocarse el trofeo? Cada vez se acorta más la distancia entre el sueño y la realidad: lo difícil es hacerlos confluir para darles una vida común. Plomo en las botas, miedo en el alma Has puesto la semilla y va creciendo deprisa. A Seaman le ha pillado muy a contrapié: retrocede, pero tiene plomo en las botas y se le empieza a apoderar el vértigo, el temor, un miedo terrible. Esa locura va tomando sentido. El mundo abre la boca para pasar de la incredulidad a la admiración. El balón baja rápido, muy rápido -así lo esperaba- a peso. Al internacional inglés puede también pasarle factura el tipo de balón, distinto al de la Premier League -“¿es redondo?”, había preguntado con prepotencia el técnico Stewart Houston: es redondo, pesa y cae a plomo sobre una red-. Conforme cae el balón, Nayim empieza a subir hacia el cielo, a viajar en una nube. Ahí se concentran las ilusiones de su niñez en Ceuta, su equipo

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admirado, donde de pequeño quiso jugar; las horas de patadas con su padre; el viaje a Barcelona; la apuesta por el Tottenham y su decisión de volver a España sin poder imaginarse una final europea, y menos aún… No te pellizques, Nayim, tiembla el mundo Seaman estira un brazo -“puede ser un fallo grave intentar detenerlo a una mano”, resuenan las palabras de Cedrún- y toca el balón. No es suficiente. Resulta tan increíble que aún da miedo siquiera pensarlo. La realidad aventaja a cualquier sueño porque nadie es capaz de escribir un guión así. En la otra portería, el guardameta vasco no puede ver la jugada. Se desespera, mientras intenta hacerse un hueco entre ese bosque de jugadores que buscan, como el propio Cedrún, el desenlace. Hay un hombre especialmente desesperado en París: Seaman es el que mejor sabe que retrocede mal, que ese balón contiene veneno. Que Nayim le va a complicar la vida -la vida-. El zapatazo le ha sacado de la noria de los penaltis. Otra vez, como en Génova. Donde lograste medalla. “Quiero a volver a ser héroe”. ¿Héroe? El guardameta pasa de la sorpresa al desconcierto, a la inquietud, y casi de inmediato al terror. Y tal vez por eso no es capaz de reaccionar: -Juegas muy adelantado -se había dicho en algún momento. -No te preocupes, me da tiempo. Además, les cierro a los centrales. -Cuidado… -Lo tengo. En esa acción fallida, desesperada, intenta tocar la pelota; quiere sacársela, apartarla, desviarla; pero es tarde, y en su empeño, cae hacia atrás. Como

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el balón: ese pelotazo con mando a distancia no tiene ya quien se oponga y se entrega al beso con la portería. Se aloja, definitivamente -para siempre-, dentro de la portería inglesa. El temblor del estadio -de Zaragoza y España entera- es el pellizco en tu sueño, Nayim. Medio mundo explota con el grito universal de la pasión del fútbol: ¡¡¡¡¡¡¡¡¡Goooooooooool!!!!!!!!. Y tú, persiguiendo ese dedo que es la imagen de tu magia, buscas refugio en los tuyos. Alí, papá, va por ti: por tu seguridad, por tu confianza, por tu fe, por tu apoyo. El abrazo de la admiración, el del banquillo, el de todos sus compañeros, derrota al ceutí, que cae por fin, agotado, incapaz de escapar del asedio de la felicidad. En una puerta, el mundo cae a plomo encima de Seaman, que busca el refugio de la trinchera en su propia portería. Queda la imagen del guardameta, aturdido por el zarandeo del genio y empeñado en agarrarse a algún consuelo. ¿Lo hay?: sabe que la sombra de ese gol le perseguirá para siempre. En la otra, la felicidad se refleja en Andoni Cedrún que, en un protocolo extraño, vive su pasión golpeándose, mientras suspira por abrazar a sus compañeros, a los que no se atreve a saludar. Extremadamente prudente, guarda su territorio para evitar otro zapatazo -como aquel que sufrió el paraguayo Chilavert en La Romareda-; permanece en su área, a la espera del inmediato pitido final. Ambos simbolizan en su soledad la inesperada resolución de un duelo que les llamaba a ser protagonistas. Sin consultar a nadie, una genialidad cambió el guión y dejó admirado al mundo.

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Empuja, Nayim, y abre la puerta de la gloria. Todos te seguimos, empeñados en firmar contigo la página más brillante de la Historia del Real Zaragoza.