El Gran Tablero De Pekin

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Foreign Policy Edición Española nº 7 FEB/MAR 2005 http://www.fp-es.org/ Página 1 de 2 El gran tablero de Pekín Ashley Tellis, es investigador asociado en el Carnegie Endowment for International Peace, en Washington (Foreign Policy Edición Española, nº 7 FEB-MAR 2005) En 2003, los asesores del presidente chino Hu Jintao fraguaron una nueva teoría, denominada "ascenso pacífico" de China, según la cual -como contraposición al comportamiento belicoso de las grandes potencias emergentes del pasado- los lazos económicos entre Pekín y sus socios comerciales no sólo harían impensable la guerra, sino que, además, permitirían el progreso de todas las partes. El nombre de la teoría no sobrevivió a las luchas de poder dentro del Partido Comunista, pero la idea general se mantiene con nuevas y actualizadas formulaciones como "desarrollo pacífico" y "coexistencia pacífica". Independientemente de la etiqueta que acuerden en última instancia los burócratas chinos, una cosa está clara: China invierte mucho tiempo en preocuparse por lo que otros países piensan de ella. Y con razón: su crecimiento económico en los últimos 20 años ha generado una enorme riqueza nacional, pero también ha suscitado temor fuera de sus fronteras. Pekín sabe que EE UU y los países asiáticos le vigilan de cerca, preocupados de que pueda convertirse a la larga en una potencia hegemónica que amenace su seguridad. El gigante asiático es consciente de que necesita una nueva gran estrategia, que le permita continuar con su crecimiento, su modernización tecnológica y su fortalecimiento militar sin despertar una costosa rivalidad en otros países. La China que vemos hoy de un lado a otro en el escenario mundial está cortada por el patrón de esa nueva gran estrategia. Pekín comenzó limpiando su entorno. Ha procurado establecer relaciones amistosas con los principales Estados de su periferia: Rusia, Japón, India y los países del centro y del sureste asiático, socios que potencialmente podrían desempeñar un papel estabilizador ante una futura coalición antichina liderada por EE UU. Este enfoque de buena vecindad difiere enormemente de su comportamiento durante los 90. En lugar de reivindicar sus derechos en disputas territoriales y marítimas, como ocurriera durante aquella década, hoy Pekín está haciendo un esfuerzo especial para convencer a otros Estados de que tiene las mejores intenciones. Ha aceptado respetar códigos de conducta cuando los contenciosos territoriales tienen consecuencias económicas, como el del mar de la China meridional. Ha empezado a resolver conflictos fronterizos con vecinos importantes, como India, y a tomarse mucho más en serio sus obligaciones de no proliferación, e incluso está dedicando esfuerzos a hacer más estrictos los controles de las exportaciones de tecnologías de doble uso potencialmente peligrosas. También ha expresado su buena disposición para aparcar conflictos políticos que no pueden resolverse de manera inmediata, siempre que ninguna de las otras partes, como Taiwan, rompa el statu quo. En 1994, durante el pulso nuclear entre Washington y Pyongyang, el papel de Pekín fue bastante modesto. En la actualidad, es el motor impulsor de las complejas negociaciones multilaterales sobre el arsenal nuclear norcoreano, en las que participan las dos Coreas, Japón, China, Rusia y Estados Unidos. Ninguna relación refleja mejor este cambio diplomático radical que la relación de Pekín con Washington. El primero intenta tranquilizar a Estados Unidos demostrándole que no tiene la intención ni la capacidad de desafiar su liderazgo en Asia, aunque pretenda promover un escenario regional en que la presencia política o militar estadounidense resulte finalmente innecesaria.

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Proyecciones de la politica exterior china

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Foreign Policy Edición Española nº 7 FEB/MAR 2005

http://www.fp-es.org/ Página 1 de 2

El gran tablero de Pekín

Ashley Tellis, es investigador asociado en el Carnegie Endowment for International Peace, en

Washington (Foreign Policy Edición Española, nº 7 FEB-MAR 2005)

En 2003, los asesores del presidente chino Hu Jintao fraguaron una nueva teoría, denominada

"ascenso pacífico" de China, según la cual -como contraposición al comportamiento belicoso de las

grandes potencias emergentes del pasado- los lazos económicos entre Pekín y sus socios comerciales

no sólo harían impensable la guerra, sino que, además, permitirían el progreso de todas las partes. El

nombre de la teoría no sobrevivió a las luchas de poder dentro del Partido Comunista, pero la idea

general se mantiene con nuevas y actualizadas formulaciones como "desarrollo pacífico" y

"coexistencia pacífica". Independientemente de la etiqueta que acuerden en última instancia los

burócratas chinos, una cosa está clara: China invierte mucho tiempo en preocuparse por lo que otros

países piensan de ella. Y con razón: su crecimiento económico en los últimos 20 años ha generado

una enorme riqueza nacional, pero también ha suscitado temor fuera de sus fronteras. Pekín sabe que

EE UU y los países asiáticos le vigilan de cerca, preocupados de que pueda convertirse a la larga en

una potencia hegemónica que amenace su seguridad. El gigante asiático es consciente de que necesita

una nueva gran estrategia, que le permita continuar con su crecimiento, su modernización tecnológica

y su fortalecimiento militar sin despertar una costosa rivalidad en otros países. La China que vemos

hoy de un lado a otro en el escenario mundial está cortada por el patrón de esa nueva gran

estrategia.

Pekín comenzó limpiando su entorno. Ha procurado establecer relaciones amistosas con los

principales Estados de su periferia: Rusia, Japón, India y los países del centro y del sureste asiático,

socios que potencialmente podrían desempeñar un papel estabilizador ante una futura coalición

antichina liderada por EE UU. Este enfoque de buena vecindad difiere enormemente de su

comportamiento durante los 90. En lugar de reivindicar sus derechos en disputas territoriales y

marítimas, como ocurriera durante aquella década, hoy Pekín está haciendo un esfuerzo especial para

convencer a otros Estados de que tiene las mejores intenciones. Ha aceptado respetar códigos de

conducta cuando los contenciosos territoriales tienen consecuencias económicas, como el del mar de

la China meridional. Ha empezado a resolver conflictos fronterizos con vecinos importantes, como

India, y a tomarse mucho más en serio sus obligaciones de no proliferación, e incluso está dedicando

esfuerzos a hacer más estrictos los controles de las exportaciones de tecnologías de doble uso

potencialmente peligrosas. También ha expresado su buena disposición para aparcar conflictos

políticos que no pueden resolverse de manera inmediata, siempre que ninguna de las otras partes,

como Taiwan, rompa el statu quo. En 1994, durante el pulso nuclear entre Washington y Pyongyang,

el papel de Pekín fue bastante modesto. En la actualidad, es el motor impulsor de las complejas

negociaciones multilaterales sobre el arsenal nuclear norcoreano, en las que participan las dos Coreas,

Japón, China, Rusia y Estados Unidos.

Ninguna relación refleja mejor este cambio diplomático radical que la relación de Pekín con

Washington. El primero intenta tranquilizar a Estados Unidos demostrándole que no tiene la intención

ni la capacidad de desafiar su liderazgo en Asia, aunque pretenda promover un escenario regional en

que la presencia política o militar estadounidense resulte finalmente innecesaria.

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A tal efecto, Pekín ha utilizado la guerra contra el terror para tomar posición como socio de EE

UU. Sin embargo, también ha pretendido evitar una potencial coalición liderada por Washington

reforzando sus lazos económicos con aliados estadounidenses como Japón, Corea del Sur, Taiwan y

Australia. Esos países pagarían un alto precio económico si apoyasen cualquier política antichina por

parte de Washington en el futuro. Además, China ha explotado con habilidad toda manifestación de

insatisfacción regional respecto a la obsesiva y autoritaria guerra contra el terrorismo de Estados

Unidos, procurando presentarse como la alternativa amistosa y de no injerencia frente al poder

estadounidense en la región. Incluso está proponiendo nuevos planes institucionales en los que pueda

ejercer el papel de líder excluyendo a EE UU, como la Comunidad Económica del Sureste Asiático.

Pekín también ha procurado que su presencia se sienta fuera de Asia. La mayor parte de su

actividad diplomática mundial ha sido impulsada por la necesidad de garantizar fuentes de energía

estables para abastecer su inmensa máquina económica. En la actualidad, está enviando

sistemáticamente misiones comerciales no sólo a Asia central y al golfo Pérsico, sino también a África

y Latinoamérica. Y, como avisando de su desembarco definitivo como gran potencia en el escenario

mundial, se ha convertido en un miembro mucho más fuerte en la ONU, la Organización Mundial de

Comercio (OMC) y otros organismos internacionales. Y lo que es más interesante, se ha concienciado

de la necesidad de promover su cultura en el extranjero, en parte porque reconoce los beneficios del

poder blando, pero también porque cree que un verdadero reconocimiento de la rectitud confuciana

será muy útil a la hora de mitigar sospechas sobre cómo Pekín podría ejercer su poder en el futuro.

Esta estrategia de poner el énfasis en el ascenso pacífico de palabra y de obra probablemente

beneficiará a los intereses de China hasta que ésta se convierta en un auténtico rival para EE UU. En

ese momento, Pekín se enfrentará a otra encrucijada estratégica. Sólo el tiempo dirá si una

asertividad molesta o una adaptación más profunda representará el futuro de la orientación

geopolítica de China. Pero Washington debería reconocer que si descuida sus relaciones con sus socios

presentes o futuros, podría tener que enfrentarse a la ausencia de aliados precisamente cuando más

los necesite. La gran estrategia actual de China se centra en hacer de ese escenario una realidad.