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El gran tinglado de la felicidad Una apología de la autoeducación Jesús Gabriel Prólogo de Jenny Moix

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El gran tinglado de la felicidad

Una apología de la autoeducación

Jesús Gabriel

Prólogo de Jenny Moix

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El sufrimiento y la neurosis son las consecuencias de la traición que uno se hizo a sí mismo para intentar

encajar en un tinglado que no escogió.

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Indice. Prólogo de Jenny Moix Primeras palabras. Exposición de motivos. Iluminar los valores. Iluminar las trampas. Iluminar el fracaso. Capítulo inicial. Un conjunto de potestades. Educación versus formación. Tu personalidad es tu presencia. Ocupar la vida. Desprecio inconsciente de lo justo y natural. Honrar la sabiduría instintiva. El arte de asumir las propias cualidades. Las estancias y el tejado. I.- Responsabliizarse de sí mismo. Reconocer lo que se es en lo que uno hace. Reventar la burbuja. Percibir y encarnar lo que en esencia es. La opinión de uno como influencia propia. La arquitectura humana. II.- El delirio del amor. La redención a través del amor. El bucle del engaño. El amor que nos toma. El amor sin trampa. Las exigencias del amor. La construcción de la armonía. El amor que nos sostiene. Honestidad revolucionaria. La envoltura sagrada. III.- Los beneficios del malestar. La fuerza de la necesidad. El telurismo de la existencia. La vida en acción. El furor de la vida. La forja del carácter. La tensión humana. IV.- La ocupación del cuerpo. Carácter, propósito y destino. El sustrato biológico del cambio. El cuerpo, el temperamento, la cotidianidad. La sabiduría corporal. La patria emocional.

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V.- El arte de la nominación. Verbalidad y conciencia. La caja de los truenos. La palabra como contrato. El verbo se transmuta en consecuencia. El batir de las alas de la mariposa. Sintonizar con lo sutil. VI.- Ponerse al servicio del ser. El vino y la botella. Ocupar el espacio. Los demás te presentan a ti mismo. La presencia de la sonrisa. VII.- El respeto por los propios límites. Creencias y piedras enquistadas. El comportamiento como prisión. La realidad de los límites. Acerca del Karma. Lo putriscible y lo luminoso. VIII.- La libertad como falacia. Gaia y nosotros. La revolución fractal. La pirámide holística. El árbol genealógico y el jardinero. IX.- El alma maniatada: el secuestro de los valores. La proliferación del Yo. La financiación de la felicidad. El Yo ritualizado. Educando para la igualdad. Reinventar la psicología. Descontaminar el Yo. El olvido estratégico. X.- El derecho a la propia muerte. Afrontar la muerte. Nominar el sufrimiento. El dinero como lenguaje. La mercantilización de lo espiritual. Particularización de la estupidez. Reivindicación del fracaso. La culpabilización por la falta de éxito. Ubicar y nominar los propios límites. El fracaso como auténtica vía de realización. XI.- Educar la felicidad. El poder educativo de la experiencia. La cuna de los valores. Los derechos del cuerpo. La medicalización de la existencia humana. El fracaso de los diagnósticos.

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XII.- La experiencia como creadora de identidad. El carácter y sus atributos. Aprendizajes y hallazgos. Capítulo final. La realidad no tomada.

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Prólogo

Cuando Jesús Gabriel me pidió prologar este libro, me invadieron dos

sensaciones al mismo tiempo: orgullo y responsabilidad.

Creo que una de las motivaciones que nos llevan a escribir es la necesidad de

estructurar todas las ideas que llevamos dentro. Lo fascinante es que antes de

ordenarlas tienes que encontrarlas. Vas escribiendo y te vas descubriendo. Te

adentras dentro de tu propio bosque y te vas sorprendiendo de lo que alberga.

E.M Forster, autor de “Pasaje a la India” se preguntaba: "¿cómo voy a saber lo

que pienso si aún no lo he dicho? Y en el mismo sentido, José Antonio Marina

nos confiesa “antes de decirlo -o de escribirlo- ignoro lo que pienso" .

Escribimos para saber lo que pensamos. Traducir las ideas en palabras es una

forma de descifrar nuestras ideas. Así que intuyo que a Jesús Gabriel escribir

le ha permitido descubrirse. Al poner una palabra detrás de otra, no sólo viajas

al interior sino que ese interior lo exhibes a los demás. Muestras tu bosque

particular. Y para eso se necesita mucho coraje. Es un streaptease intelectual,

emocional, existencial ante los demás. Escribir un libro es algo tan cargado que

por ese motivo se compara, a veces, con tener un hijo. Así que me siento

orgullosa y honrada de que Jesús Gabriel quiera que sea yo quien lo prologue,

porque nadie deja a su hijo a manos de cualquiera. Se elige con cuidado.

La responsabilidad me pesa porque un prólogo es como las puertas de la casa:

según cómo te las abran y te inviten a entrar, entras o no, o lo haces con una

predisposición u otra. Intentaré abrirlas de par en par tal y como estás páginas

se merecen.

Si me pidieran que describiera a Jesús Gabriel diría que es un captador de

esencias. No sólo las capta sino que encima tiene la habilidad de

transformarlas en palabras, muchas veces hermosas metáforas, para que

nosotros también las podamos entender y degustar. En esta obra ha plasmado

aspectos medulares de la vida. Sientes como te coge de la mano y te lleva por

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muchos lugares diferentes. A reflexionar sobre la religión, las rutinas, el cuerpo,

la sociedad, la muerte, el amor… El valor principal de estas reflexiones es

desde donde las hace. Está claro que sus pies están en el suelo pero su

mente, no. Sólo puedes observar con nitidez “el gran tinglado” si te sitúas

fuera de él. Desde dentro no se ve, ni eres consciente de cómo te afecta. Es

como los problemas, los que mejor podemos analizar son los de otros, o los

que ya hemos superado. La distancia y el tiempo nos dan la perspectiva

necesaria. Por ese motivo, Jesús Gabriel nos ha hecho el favor de situarse

fuera y describirnos con mucho detalle este gran tinglado, este gran lio en el

que andamos metidos. Nos describe este mundo en el que nos perdemos

confusos. Nos aclara lo que es importante y lo que no, donde está la esencia y

donde, lo superficial.

En algunas ocasiones, al leer a los grandes sabios de todos los tiempos

notamos que no dicen nada nuevo. Y es que cuando una idea es importante

necesita ser repetida y pierde la novedad. Y muchas son reiteradas

constantemente porque aunque teóricamente las entendemos, no hay forma de

que las integremos. No somos capaces de aplicarlas a nuestra vida particular.

Por eso creo que Jesús Gabriel, desde sus palabras, subraya viejas y sabias

ideas para ver si con su enfoque podemos captarlas con mayor profundidad.

Pero eso no solo depende del autor sino, sobre todo, de nosotros…

Las prisas rebajan el valor y el aprendizaje de todo lo que hacemos. Son las

que nos hacen pensar en la actividad dos cuando estamos realizando la

actividad uno, y en la tres cuando estamos en la dos. No nos enteramos de lo

que estamos haciendo. La distracción que comporta nuestra aceleración no

nos permite exprimir el aprendizaje que está escondido en cada momento de

nuestra vida y, además, nos impide algo crucial: elegir la actitud. Si, antes de

ponernos a trabajar, nuestra mesa está muy desordenada, es indispensable

ordenarla para rendir al máximo y estar a gusto. Pues no sólo debemos

ordenar la mesa, sino que debemos también chequear el estado de nuestra

mente. Hemos de buscar la actitud apropiada. Antes de escribir un email, de ir

a una reunión, de cocinar un plato, de tomar un café con un amigo…

deberíamos pararnos y elegir la actitud que la ocasión se merece. Esta parada

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reflexiva en busca de la mejor actitud, desgraciadamente, no nos caracteriza,

ya que generalmente entramos a bocajarro dentro de cualquier actividad.

Me gustaría invitar al lector a antes de abrir este libro, resituarse, pensar que

en sus manos se encuentra el resultado de mucha experiencia, reflexión, que

merece ser bien exprimida. Son unas páginas que deben ser leídas sin prisas.

En mi caso, lo he hecho con un lápiz en la mano, para ir capturando las

grandes perlas que están desparramadas por doquier. Los puntos y aparte

están para parar antes de pasar del párrafo siguiente. En esta obra, deben ser

aprovechados para parar y pensar en qué nos ha dicho ese párrafo a nosotros

en concreto, qué lección podemos sacar de él, cómo lo traducimos a nuestra

vida en particular. Si lo hacemos así, al acabar el libro habremos introducido

lúcidos cambios en nuestra mirada y forma de actuar. Habremos logrado que el

gran tinglado no nos succione como lo está haciendo.

Jenny Moix

www.jennymoix.com

25 de Julio de 2014

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Primeras palabras.

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Bienvenido/a seas, querido/a lector/a. Este libro que tienes en tus manos trata de las variadas manifestaciones que en nuestra vida tiene tanto la posibilidad de ser feliz como lo que lo impide, ya sea por razones externas o porque es uno quien tiende a descuidar o dificultar la propia existencia. En los diferentes capítulos he ido desgranando algunas de estas posibilidades en forma de doce micro ensayos independientes que pueden ser leídos tal cual, según el orden con que los fui escribiendo, o al azar, según tu apetencia. En cualquier caso, sea cual sea el orden de lectura que decidas, notarás que un único hilo los ha ido tejiendo y dando forma.

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Exposición de motivos

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Iluminar los valores. Uno de los hilos conductores de este libro trata de los valores, elementos básicos en el proceso de construcción del carácter. Unidos, carácter y valores, alumbran el sentido de la propia vida. Sin embargo, la idea de fondo expresada aquí sostiene que otros intereses, a la que nos descuidemos, pueden solaparse hasta eclipsar una visión sencilla y clara del asunto. El gran tinglado humano se encarga de ello, a menudo prometiendo e intentándonos vender, lo que sólo en nuestras manos puede ser sostenido. El otro enemigo, a parte del gran tinglado, es la propia candidez, la credulidad, la falta de visión crítica sosegada. Por otro lado, tanto de los valores per se, que también, el libro trata de cómo la encarnación de éstos es intervenida de múltiples maneras: por la familia, por la proyección de anhelos que los padres hacen sobre los hijos, por la educación, por las categorías y clasificaciones sociales, por la sociedad, por la economía, por la política, por el propio afán de realización, por el miedo al fracaso, por tótems, tabúes y creencias incrustadas, por nuestra falta de conciencia, por no ponerse uno a pensar por cuenta propia, etcétera. Iluminar las trampas. Así, pues, planteo este libro como un viaje por todas aquellas trampas con que continuamente somos seducidos, acaso para que abdiquemos de lo que sólo a nosotros nos corresponde vivir. Ceder en ello supone poner en manos ajenas una responsabilidad que nos atañe plenamente. Esperar de los habladores del gran tinglado humano que sus recetas acerca de la felicidad y el bienestar funcionen en cada uno de nosotros es una actitud cándida en la que frecuentemente caemos. Lo único cierto es que la felicidad viene de un trabajo interior basado en la propia experiencia. Iluminar la experiencia. El otro propósito del libro gira alrededor de la felicidad: de la felicidad de ser tú mismo, la que surge como consecuencia de percibir las cosas como son, con sus limitaciones, con sus posibilidades. Estamos, pues, proclamando una percepción del mundo desafectada y liberada de toda tentación de esperar de él otra cosa que no sea lo que ahora hay. Así, pues, iniciamos un paseo por todas las deformaciones que al anhelo de felicidad, amor, plenitud y autorrealización le ha sido añadido. Tantas veces nuestra mente obtusa tergiversó lo que es dable en la vida de forma natural, que llegamos a creer que lo normal es alcanzar el éxito, cuando la realidad certifica que lo más habitual es el fracaso. O, si lo prefieres, más que fracaso, intento eterno de llegar a algún lugar mejor. Así, pues, la vida de los humanoides es un intento por llegar a ser humanos plenos. De estos intentos, alguno llega a ser algo que parece acercarse al éxito; del resto, si no lo quieres llamar fracaso, llámalo perseverar en el intento. Sin embargo, y debo decirlo ahora, ni el fracaso debería llevar al malestar o a la frustración ni el éxito garantiza la permanencia en el bienestar.

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Reconozcamos, pues, y empecemos por aquí, que el autoengaño, fundamento del fracaso mal vivido y de la frustración, es la principal lacra a combatir si queremos alcanzar la felicidad real. El único éxito posible sólo puede venir de una autoeducación prodigada a conciencia. Su resultado, el verdadero éxito, es la lucidez que únicamente la propia experiencia puede engendrar. La felicidad, pues, no surge de la libertad sino de la discriminación y del sacrificio: de la capacidad para escoger lo que humildemente podamos realizar en esta vida y del saber renunciar a golosos delirios que no nos corresponde vivir. En definitiva, de la aceptación de las limitaciones y del aprovechamiento de las posibilidades. La felicidad, pues, sobrevendría de la conciencia de estar destilando lo que uno es a partir de la experiencia vital.

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Capítulo inicial

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Un conjunto de potestades. Si la personalidad es un conjunto de atributos, y todos ellos buscan ser abrazados hasta formar un todo coherente contigo, y a cada uno de ellos le corresponde una potestad, entonces, pues, podríamos definir la personalidad como una integración de potestades, atributos y recursos. Esta integración, dicho sea de paso, conlleva un proceso dinámico que evoluciona, se acomoda, se desencaja, se vuelve a encajar, pasa por crisis, resoluciones y disoluciones sucesivas de forma más o menos fluida en función de cómo aceptes y gestiones este hecho. Y es aquí en donde la educación juega un papel determinante en el éxito de este camino hacia la cohesión. El resultado de su acción es que la experiencia nos vaya convirtiendo en conocimiento. Volvamos. Si tu personalidad es un conjunto de potestades, podríamos entender que la conciencia, que para eso la tienes, busca continuamente la rectificación. Es por ello, para captar la sustancia de esta conciencia, que es necesario dar un concienzudo paseo, estancia por estancia, por esa casa metafórica. O, si lo prefieres, para hacer una tabla rasa, procúrate de una espátula con la que ir sacando las capas de pintura que otros pintaron sobre tu madera natural, querido árbol. Sigamos. Puede que haya atributos que no reconozcas, con lo cual también tendrás potestades que no estás advirtiendo que tienes. Y qué sucede con ellas, te preguntarás. Es muy posible que permanezcan dormidas a la espera de un gesto por tu parte que las despierte y reconozca. También puede pasar que te resulte más fácil percibirlas en los demás, o que tengas de ellas una percepción deformada en lo que se refiere a ti; y más aún: que sean los demás quienes mejor las perciban en ti, mientras permaneces ciego o sordo ante ellas. Dicho de otro modo, ¿qué hay en ti que esté pidiendo ser reconocido, conquistado, ocupado, encarnado, valorado, etcétera?, ¿qué cualidad o atributo puedes estar manifestando sin darte tú cuenta y que los demás adviertan con facilidad?, ¿o acaso no estás por la labor de tomar responsabilidades al respecto y sigues esperando que sea otra circunstancia la que abra la puerta de tu propio reconocimiento? Vuelvo a la educación. La solemos entender como el proceso por el que tu personalidad fue condicionada por el proceso de socialización, imbuyéndote de normas con las que poder encajar en los valores de la sociedad en la que te iba a tocar desenvolverte, lo cual, dicho sea de paso, da como para preguntarse acerca de qué valores son esos y si contradicen o apoyan la naturaleza real de las personas, o si eso que estamos llamando educación, más que servirnos, hace que seamos nosotros quienes sirvamos a un sistema que acaso esté enfermo, lo cual nos convierte también a nosotros en enfermos. Es posible que la palabra usada, educación, no sea la más correcta y que de lo que debamos hablar es de formación o formateo -homologación, clasificación, categorización, etiquetado- de la personalidad. Las perversiones en el uso del lenguaje dan como para pensar que formación y educación, palabras que suelen ser utilizadas como si se tratara de una misma cosa, puede llevarnos a pensar que si estamos formándonos ya estamos siendo educados. Sólo con las experiencias no es suficiente; sólo con la formación, tampoco. Debe haber

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un hilo conductor patroneado por una intención que ayude a hacer de ello un todo. Este hilo es el que hace danzar nuestra biografía, es el que une lo ya vivido con lo por vivir. Educar, educarse, es honrar ese hilo siendo coherente con él. Educación versus formateo. Educación no es dejarse formatear, más bien al contrario. Formarse se compone de una serie de actividades concretas orientadas a obtener una capacitación, un cierto formateo, orientada a que las personas resultemos encajables en un determinado entorno académico o laboral mediante una adquisición y puesta en práctica de habilidades concretas. En cambio, educación es un proceso continuado. Si uno pone conciencia en ello constará que la educación está aconteciendo en todo momento. Aunque uno no esté en la tesitura de recibir formación, sí en cambio está recibiendo educación o, cuanto menos, está siendo educado por la misma vida. Entonces, pues, podemos decir que educación es un acto de conciencia. Y el resultado es el aprendizaje que uno pueda atesorar. Así, pues, la experiencia nos educa y, con la debida conciencia, obtenemos a través de ella un aprendizaje y una sabiduría vital. Reducir el hecho educativo a una serie de actividades formativas equivaldría a pensar que todas las personas podemos llegar a saber y aprender lo mismo. Sin embargo, y a Dios gracias, cada uno de nosotros destilará una sabiduría muy particular que nos hará valiosos ante la comunidad. Y este es el fruto preciado derivado de esa educación, la cual nos lleva a pulirnos, y a ser pulidos por la experiencia, de forma continuada durante las 24 horas de todos los días de nuestra vida. Así, pues, eso que llamamos realidad es una conquista que depende de tu propia capacidad para percibirte dentro de ella, aprender, formarte y educarte según experiencias que la vida va poniendo ante ti y que son reflejos de tu propia capacidad. Educación comporta, pues, un desafío constante. Una forma de entender esta diferencia es mediante unas preguntas: ¿Qué has aprendido hoy? ¿Te has dejado educar por los acontecimientos? ¿Tuviste alguna actitud quejosa con respecto a algún contratiempo sin haber sido capaz de extraer alguna enseñanza de ello? ¿Pusiste algún impedimento para seguir aprendiendo? ¿Podrías desarrollar una mayor conciencia en relación al potencial educador de la vida? A mayor conciencia de estar siendo educados por la vida, más capacidad para atraer oportunidades desarrollamos. Educación es permanecer despierto mediante una actitud abierta que desafía todos los cánones y creencias. Formación, según cómo, puede suponer mantener cerrados los ojos a la naturaleza de la realidad en la que participas. Si acudes a recibir formación, no olvides que lo que te educa y lo que vas a aprender va a depender más de tu conciencia que del currículum o del programa que te propongan. Pasar por alto estos matices equivaldría a malbaratar las oportunidades que la vida te trae o, simplemente, negar el

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hecho de que todo ello depende de tu actitud y predisposición puede llevar a que tu vida se empobrezca y tú acabes cercenado emocional y psicológicamente. Tu personalidad es tu presencia. O, si lo prefieres, el modo con el que te haces presente y haces presente tus atributos, cualidades y potestades. Es el volumen que ocupas, el espacio que la vida tiene reservado para ti, para que puedas desarrollarte. Si hubiese partes de ese volumen no ocupadas por ti, algo o alguien que no eres tú tomará posesión de ellas. Si sabes de alguien que no acaba de encontrar su lugar, es posible que esté permitiendo que un espacio suyo esté siendo ocupado por otro. Este otro, el invasor no invitado, puede ser un mercader de lo espiritual, una teoría, un sistema de creencias, etcétera. Pregúntate si el invadido pudieras ser tú. O, también, por las mismas razones, si estás invadiendo espacios de otros. Ocupar la vida. Entendamos, pues, que la personalidad es una conquista. O, mejor dicho, la conquista del espacio, del volumen y del tiempo que tu presencia necesita para que tus atributos puedan desarrollarse plena y felizmente. Como te decía, cuando un elemento de tu personalidad no ha sido conquistado desde la conciencia es que no ha sido tomado o ha sido entregado sin tu consentimiento. Ese elemento no está habitado por ti sino por algo o por alguien a quien inconscientemente has dado la potestad de hacerlo, algo o alguien cuya voluntad acaso puedas no conocer. Otro hecho, muy relacionado con esto que te acabo de plantear, es lo que se deriva de la sobrecompensación o impostación ante la falta de presencia total de ti en ese espacio. Me estoy refiriendo a trucos y trampas que solemos utilizar para tapar la carencia, la no ocupación de tu vida por ti. En efecto, aquello que no hemos conquistado pretendemos encarnarlo en su expresión más superficial. Y como ello no nos hace sentir plenos, nos metemos en un bucle. Habría otro modo alternativo: la inhibición, el retiro o la dejación. No habitar o sobreactuar son dos formas defensivas igualmente perniciosas, pues llevan a lo mismo y señalan una dejación de soberanía personal. Renunciar a ella o exagerarla histriónicamente -respectivamente, negando lo obvio o arrogándote lo que no te corresponde- llevan a un mismo resultado: vacío, desamor, desperdicio de la propia energía. Sin embargo, buenas noticias, la educación está para llevarte a ocupar la vida. Me refiero, claro está, a la conciencia de estar siendo educado por la vida. Desprecio inconsciente por lo justo y natural También es interesante observar otro comportamiento de los humanos consistente en dejar de regirse por lo natural y permitir que lo artificial o lo normativo tome protagonismo. Lo podemos percibir cuando dejándonos

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engatusar por lo innecesario permitimos que lo nimio se convierta en importante, al tiempo que permanecemos poco conscientes en relación a cierta realidad básica cuya atención nos ayudaría a simplificar la vida. Ahí nos vemos, permitiendo que lo artificial tergiverse nuestras necesidades, rodeados de tinglados, burbujas, especulaciones, tecnologías, adicciones y sofisticaciones que no nos llevan a ninguna parte. Viviendo en medio de tanta falsa necesidad, qué fácil nos resulta confundir y permitir que lo urgente se contradiga con lo verdaderamente importante y necesario. Lo grave es esperar de la superficialidad una satisfacción profunda. Sin duda, el sistema humano ha intervenido y coaccionado el estar natural de las personas hasta hacer de ellas un mero reloj, un objeto sin alma, un conjunto de rasgos impelidos por urgencias superfluas; mientras tanto, el ritmo natural, el que nos lleva a los logros y a las experiencias plenas, queda solapado y enredado entre toda esa parafernalia. Así, pues, ¿qué hacer con todas esas trampas de la artificialidad con que el sistema nos tienta?, ¿cómo hacer para desprogramarlas o, mejor aún, desprogramar nuestra viciada mente adicta a ellas? Si la sabiduría natural está en uno mismo, marcando ritmo y dirección, ¿qué hacer para escucharla, para seguirla?, ¿cómo tomar la realidad partiendo del derecho natural que tenemos de ella por el sólo hecho de estar vivos aquí y ahora? Respetar este derecho conlleva armonía. Saltártelo, por contra, puede comportar malestar y enfermedad. Llegados a este punto, podemos plantear lo siguiente: Puesto que vivimos en medio de tramas sociales complejas, conozcámoslas. Sin dejarnos embaucar por sus asedios, contemplémoslas y contemplemos cómo las personas podemos quedar enredadas en sus promesas seductoras. Hay que decir que gran parte de ellas ya están en la propia familia, y que lo que ocurre en la sociedad es sólo una reverberación o representación en otra escala. La sociedad es como el tronco de un árbol cuyas raíces se hunden en una tierra que ha sido nutrida por las familias a lo largo de generaciones. Así, pues, estamos hablando de algo que nos implica emocionalmente, y cualquier opinión que se tenga sobre lo social, especialmente cuando uno se siente agraviado o injustamente tratado, es tan sólo un reflejo de algo que se empezó a vivir en el caldo de cultivo familiar. Podrás haber observado que personas quejosas en relación a lo social -por ejemplo, sobre temas de trabajo- llevan guardadas dentro de sí agravios profundamente sentidos procedentes de su particular relación con la familia, con los sentimientos, con la propia infancia. Entonces, pues, mayor razón para contemplar sin enjuiciar, procurando detectar creencias, turbulencias y quejas, esas mismas quejas que detectamos antes en los demás que en nosotros mismos. Seamos capaces de no perder visión de ese estar y ser natural que, aún con todo, debe predominar. Estar centrado para poder captar la perspectiva de cada acontecer, de cada pensamiento, de cada gestión que hacemos en relación a las acometidas de la vida. Honrar la sabiduría instintiva.

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Así, pues, contemplemos todas esas trampas desde ese centro con la mayor neutralidad y equilibrio. Se trata de recuperar la percepción de la sabiduría instintiva, la cual, como decía antes, puede ayudar a facilitarnos la plenitud vital. El instinto de nuestra propia niñez vive en cada uno de nosotros, agazapado entre la maraña de conveniencias y connivencias propias de los códigos adultos. Soltemos aquello a lo que nos agarramos y dispongámonos a descubrir nuestra propia sabiduría natural. Tomemos conciencia, además, que está en nuestra potestad tanto el soltar lo superfluo como el recuperar la esencia sabia de nuestro instinto. Ah, y sin olvidar la responsabilidad, clave del cambio, por la cual ya nadie que no seas tú va a ocupar o a tomar una potestad que sólo a ti te corresponde ejercer. El arte de asumir las propias cualidades. De ello va este libro, de las potestades no asumidas, de la responsabilidad de su conquista, del descubrimiento de la sabiduría del instinto infantil, del gozo de estar aquí y ahora, del saber confiar en ese regalo maravilloso que es tu sabiduría elemental. Antes de dejar este capítulo me gustaría comentarte algo que he experimentado y he visto que otras personas, antes y después que yo, han vivido y viven. Es un alegato a la responsabilidad. Me refiero a que nos pasamos gran parte de nuestras vidas sin hacer uso completo del derecho a la vida y, dicho sea de paso, de los deberes con respecto a ella. Es una forma de alquimia que nos pasamos por alto. Aceptar un deber supone tomar un derecho. Renegar de un deber te quita legitimidad para hacer uso de un derecho. Por otro lado, se trata de algo que no requiere de ninguna revolución -ya llegará, si es que tiene que llegar-; tampoco requiere desmantelar tu sistema de vida -también llegará, si ello es bueno para ti-. Se trata, más bien, de clarificar la visión de tal modo que puedas percibir el volumen justo que cada cosa ocupa en tu vida y, ya puestos, de ti mismo en ella. Más que una revolución, una transformación hacia el modo pleno de mirar. Dejamos la avidez, las justificaciones, los juicios, las peticiones, las quejas, y permitamos que surja la facultad de contemplar cómo funciona el mundo, y cómo funciona uno en él, constatando las leyes que obedecemos; distinguiendo las falsas de las auténticas, las antinaturales de las naturales. De este modo, si hacemos caso de leyes falsas nos convertimos en corruptos y fraudulentos; lo contrario, captar y procurar el cumplimiento de las leyes auténticas favorecerá nuestra claridad y honestidad. Actuar sin ambajes, con nuestra energía emanando autenticidad y plenitud de recursos. Las estancias y el tejado. Y como no podemos llegar al tejado de una casa sin haber entrado en ella, aprovecharemos dando un paseo por su interior. Estancia por estancia, iremos a por todas aquellas trampas con las que nos traicionamos y que nos han ido sirviendo para delegar potestades en el mundo exterior de facultades -y de sus respectivas responsabilidades- que sólo compete a nosotros ejercer. También, obviamente, deberemos cuestionarnos acerca de si estamos cargando con

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responsabilidades que no deberían ser cosa nuestra. Me estoy refiriendo a si nos estamos atribuyendo algo que le correspondería ejercer a otra persona. Convendrás conmigo que en este troquel que es la vida, cada derecho legítimo no tomado casa con una obligación tomada en exceso, sin control o sin tu consentimiento consciente. Sin embargo tú, aquí y ahora, puedes invertir ese hecho. Como decía, es cuestión de saber captar el volumen real que cada cosa tiene en tu vida, dejando de lado obnubilaciones y lealtades que no sirven a propósitos, si es que alguna vez sirvieron para algo. Llegados a este punto, una potestad es digna de ser tenida en cuenta: la de hacer tabla rasa con todo ello, deteniéndote a reflexionar acerca de cómo gestionas y expresas tus necesidades, tus compromisos, tus derechos, tus deberes. Atrévete a definir cada cosa, clarificando tu actitud en relación a cada una de ellas. La idea básica es tomar conciencia acerca de lo que es justo y necesario, desafiando, si cabe, automatismos, preocupaciones ficticias, pensamientos repetitivos, fantasías, creencias y emociones parásitas. Procurarse un espacio para esta higiene facilitará el que te des cuenta de la cantidad de delegaciones que haces sobre el mundo exterior, lo cual te lleva a estar pendiente de anhelos que no se realizan o reconocimientos que no llegan, ni llegarán, pues para que eso que esperas pueda llegar deberías vaciar esas viejas obligaciones o lealtades con las que te pertrechas y que no sirven a nada ni a nadie, ni a ti mismo.