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El «Grand Tour» inglés a su paso por El Escorial Preludio del Romanticismo español Agustín M. PELÁEZ Granada I. Precedente histórico y social de la Europa del 'lux. II. Viajes y viajeros ingleses a su paso por El Escorial hasta 1850. III. Ambiente social español del siglo xix. IV. Los viajeros. 4.1. Edward Clarke (1730-1786) 4.2. Henry Swinburne (1743-1803) 4.3. Joseph Townsend (1739-1816) 4.4. Richard Ford (1796-1858) 4.5. William George Clark 4.6. George John Cayley 4.7. Théophile Gautier V. Bibliografía.

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El «Grand Tour» inglésa su paso por El Escorial

Preludio del Romanticismo español

Agustín M. PELÁEZGranada

I. Precedente histórico y social de la Europa del 'lux.

II. Viajes y viajeros ingleses a su paso por El Escorial hasta 1850.

III. Ambiente social español del siglo xix.

IV. Los viajeros.

4.1. Edward Clarke (1730-1786)4.2. Henry Swinburne (1743-1803)4.3. Joseph Townsend (1739-1816)4.4. Richard Ford (1796-1858)4.5. William George Clark4.6. George John Cayley4.7. Théophile Gautier

V. Bibliografía.

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¿Quién no habrá oído hablar de El Escorial?

De ese sombrío y soberbio palacio que es a la vezmonasterio, castillo, catedral y mausoleo.

No pudo concebirlo otro hombre que Felipe II.

A mape

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I. EL PRECEDENTE HISTÓRICO Y SOCIAL EN LA EUROPA DEL XIX

Los augurios de la subida de Felipe V al trono de España no eranpropicios: a los quince meses de su entrada en Madrid procedente deFrancia, las potencias de la gran alianza, bajo la dirección de Inglate-rra y las Provincias Unidas, declaraban la guerra. En la década si-guiente su patria iba a ser escenario intermitente de esta guerra deSucesión, que terminó con el Tratado de Utrecht en abril de 1713.

Las pérdidas territoriales de España en Europa fueron humillan-tes, pero en lo económico y político el Tratado no resultó adverso.Aligerada del «peso muerto» de los Países Bajos, España pudo ha-ber consagrado sus recursos a la tarea de remozar las estructurasinternas; pero el deseo irresistible de compensar la pérdida de Italiala condujo en cambio a una política beligerante en el Mediterráneo,con el resultado de que de los cuarenta y cinco años del reinado deFelipe V, solamente diez vivió en paz. Durante este período, asícorno el reinado más breve de su hijo Fernando VI, las relacionesdiplomáticas entre Inglaterra y España fueron a menudo tirantes, yen ocasiones se vieron interrumpidas. Los tiempos no eran propi-cios para viajar.

Por otro lado, sin duda, los pasos que daría el siglo XIX en ma-teria de pensamiento y expresión artística no podrían separarsenunca de su evolución anterior y estaría siempre condicionado ensu desarrollo posterior.

El Despotismo Ilustrado y la Ilustración representan dos fenó-menos de transición entre el feudalismo y el capitalismo, entre la«edad moderna» y la «contemporánea». Con el primero, no sólovaría el concepto de Estado, sino que éste asume nuevas funciones;la Ilustración se inserta socialmente en el ámbito de la burguesíaascendente.

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Constituye la elaboración teórica de lo que más tarde iban a plas-mar las revoluciones políticas y la revolución industrial. Filosófica-mente, se apoya en las ideas antropocéntricas del Renacimiento y enlas corrientes racionalistas y empiristas del siglo xvitt. En el planoeconómico exalta el individualismo, el igualitarismo, el universalis-mo iusnaturalista, la tolerancia y el postulado de la libertad.

Racionalismo, empirismo y pragmatismo se hallan en la base delprogreso del siglo >0x. El decenio 1750-1760 fue decisivo para losacontecimientos artísticos del siglo siguiente, contribuyendo prin-cipalmente tres eventos: los progresos de la arquitectura, los gran-des viajes de exploración arqueológica y la consiguiente publica-ción de grandes selecciones de documentos.

Pero la España del «Grand Tour» surge tras la formación de lanueva Europa surgida del Congreso de Viena, celebrado entre1814-1815, y con el que el imperio napoleónico quedaba comple-tamente arrasado.

Así como los artistas neoclásicos se alimentaron en la tradicióngrecolatina y en el racionalismo, los románticos se inspiraron en laEdad Media, en la mtierte, la locura, lo irracional, lo oculto, lossueños, lo inconsciente .. En arquitectura se vuelve al gótico. Enpintura, Fuseli y Blake, con sus ilustraciones, acercarán precozmen-te al público los temas básicos del Romanticismo con una cargapoética hasta entonces desconocida. La pintura del paisaje, con sudoble finalidad (descubir la poesía en la apariencia objetiva de lascosas y el paisaje como creación de la fantasía patética), conocerádos excelentes intérpretes en Constable y Turnen Una de las conse-cuencias del retorno a la fuente esencial del pensamiento y del arteeuropeos, es decir, a la Edad Media, fue también la reavivación dela religiosidad y del deseo de llegar a la unidad cristiana anterior ala reforma. Por su parte, también la música será uno de los mediosmás escogidos para la expresión romántica y dará genios como Liszt,Chopin, Berlioz, Rossini, Beethoven, Schummann y Mendelssohn,entre otros.

El verdadero movimiento viajero se produce en la mayor partede Europa una vez que se entra en un período relativamente largode paz: entre 1830 y 1848, paso del Liberalismo a la Revolución.En arte, las ideas de la época se traducen en el denominado Rea-lismo, cuya mayor preocupación consistía en pintar únicamente lopercibido por el ojo, rechazando todo lo que fuera arte idealista. El

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realismo de Coubert, Millet y Daumier se centró básicamente enlos acontecimientos de la época y en las situaciones de proletarios ycampesinos. Millet, cuando cobró conciencia de los cambios queproducía la urbanización y la revolución industrial, y estimuladopor la revolución de 1848, empezó a pintar temas campesinos.Coubert, tras pasar por una etapa política que acabaría llevándole ala cárcel, se dedicó a pintar paisajes y bodegones de su gusto. Lalitografía, una técnica nueva en el arte de este siglo, sería uno delos descubrimientos de mayor trascendencia social al ser divulgadapor la prensa. Daumier, en sus excelentes litografías, expresó li-bremente su espíritu republicano; Gustave Doré, de poderosa fan-tasía, no escatimó recursos para desplegar su sátira social y políti-ca, aunque es en su visión de lo medieval donde se aprecia toda suvalía artística. Y participando al mismo tiempo del lenguaje aca-

démico y del Realismo, surgirán gran número de artistas cuyos te-mas eran muy variados. Camine Corot y la Escuela de Barbizon re-presentan, en cambio, una tendencia totalmente independiente den-tro del arte realista.

II. V IAJES Y VIAJEROS INGLESES A SU PASO POR EL ESCORIAL

HASTA 1850

Con anterioridad a la subida al trono de Carlos R1, los relatos deviajeros ingleses por España fueron muy escasos. Desde muchotiempo atrás España venía teniendo un atractivo peculiar para losviajeros ingleses, pero por quedar muy a trasmano de los itinerarioshabituales 1 pocos la visitaban.

Aunque existiera una predisposición favorable al país, no todolo que el viajero veía en España, ni todas sus experiencias, le inspi-raban elogios: algunos, como ocurre con Henry Swinburne, viaja-ron por placer o «para captar lo desusado»; otros, como George Bo-rrow, llevaban un propósito específico. Los hubo más o menos se-lectivos y también, en algunos casos, irremediablemente aburridos.Otros, en cambio, se han configurado como la base para cualquier

I. Todos los textos del siglo xvii. que hablan de formación y educación de loshijos fuera de Inglaterra, muestran como el periplo europeo a Francia. Italia yAlemania. Por su parte, libros como The Grand Tour de Nugcnt, publicado en1778, ignoran completamente a España, aunque otros como Truvels no the Comi-nem, de Mariana Starke y publicado en 1820, consagra al menos veintiuna páginasa la Península.

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estudio sobre viajeros ingleses en España durante el siglo XIX: es elcaso de Richard Ford y su libro Hand-Book for Spain, donde hizouna descripción de España, que sería la utilizada por el resto de suscontemporáneos y posteriores viajeros para el desarrollo o intro-ducción de sus obras sobre este país. El autor escribe: «Nunca seaconsejará bastante al que se dispone a recorrer España que pres-cinda de ideas preconcebidas y conclusiones apriorísticas, pues sonel más pesado de los equipajes. Ocasión tendrá de formular susopiniones una vez conocido el país y estudiados los nativos. Mu-chas cosas de allí podrán parecer, y tal vez sean, absurdas y anti-cuadas a ojos del visitante libre, desenvuelto e ilustrado, que pro-cede del Viejo o del Nuevo Mundo. Pero ¿convencerá nunca al es-pañol de que abandone «sus» preferencias naturales o nacionales?

Se limitará éste a fumar su cigarrillo y pensar que a los críticosles mueve la envidia, o son gentes de pocos alcances, o ambas co-sas a la vez. Y después de todo, el propio español tiene que sermejor juez de lo que conviene a su persona y condición de que unsimple extranjero, ignorante de los factores religiosos, políticos ysociales de que sus maneras son espejo. «Más sabe el necio en sucasa que el cuerdo en la ajena». En España «las costumbres hacenleyes», y a estas normas consuetudinarias se han sometido sus des-póticos gobernantes, neutralizando «en la práctica» muchas insti-tuciones que «en teoría» resultaban atroces. A ellas se esforzará poracomodarse el prudente; y quien no sepa hacerlo, prefiriendo im-pugnar lo que la nación entera aprueba, no debe sorprenderse nisentirse vejado si los españoles un día le dijeran, como a buen se-guro le dirán: «Vaya usted con Dios. Que siga cada cual su caminoy cuanto menos nos veamos, mejor» 2.

Se intenta analizar en el presente estudio la diversidad de reac-ciones de cada viajero que pasó por El Escorial; sus críticas y co-mentarios sobre sus experiencias, sus diagnósticos del monumentoy su interpretación posterior. Algunos de estos comentarios no po-drán evitar analizar desde su punto de vista la situación política ysocial que se vivía en el país y que repercutía directamente en mu-chos aspectos, como el tema cultural nacional, e incluso para losviajeros extranjeros que lo visitaban. De este modo, comenta Ed-ward Clarke: «España marcha dificultosamente bajo el peso de dosdesventajas materiales, que son la carencia de libertad de prensa yel sometimiento a la censura de la Inquisición».

2. ROBEwrsON, I., Lo.s• curiosos impertinentes. Madrid 1988.

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Esta afirmación es completamente cierta, pues la inhibición cau-sada por la Iglesia en casi todas las actividades intelectuales eraparticularmente criticable, pues hasta la muerte de Fernando VII lainstitución a que se refiere Clarke ejercía una presión restrictiva in-negable, a pesar de los denodados esfuerzos precedentes de algunosministros ilustrados por limitar su influencia.

Con respecto a los itinerarios de estos viajeros habría que partit-de la advertencia de que los únicos mapas de las provincias españo-las que podían encontrarse sin dificultad desde 1765 hasta la guerrade la Independencia fueron los publicados, a lo largo de los años,por Tomás López (1730-1802). Reunidos todos ellos, con portada eíndice, constituyeron su Atlas Geográfico de España publicado en1804. El mismo año apareció la Guía General de Postas, de Ber-nardo Espinalt y García, con un mapa de las rutas de correos y quevino a sustituir a una guía publicada por Campomanes en 1761.

En 1810 las autoridades francesas lanzaron un Li pre de Postesque en muchos aspectos mejoraba lo existente, pero hasta 1830 noapareció una obra tan respetable como la Guía de Correos, Postas yCaminos, bajo la dirección de Francisco Xavier de Gabanes. Entre-tanto, Tomás Mauricio López (1776-1835) proseguía las activida-des cartográficas de su padre, revisando algunas de las planchasoriginales. Vinieron éstas a constituir la base de las versiones mejo-radas de Stockdale y Faden, en Londres, y Collin y Mentelle enParís, entre otros.

Estas obras ofrecían una representación aceptable del terrenopero no basada en un estudio trigonométrico, y aunque daban ideade las distancias, contenían numerosos errores y deformaciones,según pudo comprobarse sobre el terreno durante la guerra. Mien-tras que como la obra de James Wyld, Atlas containing the princi-pal battles... of the Peninsular War, no aparecía hasta 1841, resul-taba difícil de llevar en los viajes por su enorme tamaño, aparecie-ron un cierto número de mapas generales de España, bastanteexactos, que podían conseguirse por el viajero, aunque esto últimono resultase siempre fácil.

III. EL AMBIENTE SOCIAL ESPAÑOL

El tema de España, además de ser una de las constantes máscontrovertidas de la historia de Europa, fue también una de las más

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prolongadas ocasiones de curiosidad de los viajeros europeos, so-bre todo en y a partir del siglo xlx, que fue cuando la imagen y laleyenda de lo español fueron verdaderos protagonistas de una lite-ratura y un arte peculiares de Europa, y también de la Arnérica an-glosajona (sin hablar de la proyección española en lo hispanoame-ricano), como ilustran bien las obras de Prescott, Ticknor, Irving,apasionados viajeros por España, cuyas narraciones estimularon lafantasía de sus compatriotas con visiones tan románticas que pare-cen inspiradas en las estampas de Vil laamil, como la alucinaciónespañola de Walt Whitman, con sus Derrumbadas catedrales, pa-lacios en ruinas y tumbas levíticas.

Un aire galante y aventurero recorría la visión de los caminosespañoles del siglo pasado, cierto que movido ya en la centuriaanterior, pero consagrado como leyenda obligada en el siglo ro-mántico, con músicas (habaneras) que hacen soñar, tardíamenteya, al París de Eugenia de Montijo, y que se hacen delicioso po-purrí en el Capricho español de Rimsky Korsakoff, puede quevenido a España estimulado por el Don Juan sevillano de Pus-chkin, y por ese incomparable repertorio de óperas motivadas enSevilla.

Aquellas músicas, y los dramas musicales aquellos, desper-taban todavía más la curiosidad de los viajeros, que hacían deEspaña la meta de sus ansias de aventura. Las Orientales, deVíctor Hugo, y El último abencerra je, de Chateaubriand, pre-sentaban España como un país de bellas mujeres, misteriosasciudades y romances de sangre y amor. El ilustrado y excesiva-mente racional siglo XVIII se venga, en el )(IX, de su frialdad depeluca empolvada.

El minué derrite su hielo al descubrir el fuego del fandango. Unadescripción de cualquiera de ellos podría encajarse en ésta: Hay, másacá de los Pirineos, un país en el que las mujeres tienen los ojos ne-gros, los hombres matan toros fieros, se ajusticia con garrote vil y losbandoleros generosos bajan las sierras en bellísimos caballos.

Todo parecía pues dispuesto en Europa para emprender la se-ductora aventura del viaje a España: la acabada pesadilla de lasguerras napoleónicas, el clima sugestivo que había creado la nove-la, las sugerentes músicas y la divulgación de una literatura (desdelos clásicos grecolatinos a los ilustrados del >mi) hacían de Espa-ña meta de todos los sueños.

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IV. LOS VIAJEROS

4.1. Edward Clarke (/730-1786)

Visita España con treinta años como capellán del conde deBristol. Su estancia en la Península es de un año para pasar otrosocho más en Menorca, también como capellán, pero en la isla delgeneral Johnson y sus respectivos sucesores.

Su obra, Letters concerning the Spanish Nation, se publicó en1763, y en 1765 y 1770 3 aparecieron, respectivamente, las edicio-nes alemana y francesa. Su itinerario fue el siguiente: La Coruña,Lugo, Astorga, Benavente, Madrid (El Escorial, Aranjuez, Toledo ySegovia), Talavera de la Reina, Trujillo, Mérida, Badajoz y Lisboa.

Tiene especial interés, en la descripción que Clarke hace deMadrid y sus alrededores, no necesariamente las descripciones delos monumentos o parajes de la zona, sino el retrato minucioso queéste hace del rey, que por entonces hacía una entrada oficial a Ma-drid desde Barcelona, procedente de Nápoles. Dicho retrato fueposiblemente el primero que se publicó en Inglaterra, aparte de losestatales que salían de los despachos diplomáticos, y uno de los quemenos transformaciones ha tenido.

Se pueden destacar algunos párrafos como los que siguen:

«Su católica majestad tiene ahora cuarenta y seis años, y todavía lacaza es su gran pasión: es el mayor Nimrod de su tiempo. Lo sacri-fica todo a este placer favorito, y se disgustó con su entrada oficialporque le privaba de cuatro días de deporte».

«Se levanta a las siete de la mañana, abre sus propias persianas, es-cribe las cartas o despachos pendientes, y acto seguido, tanto sillueve como si luce el sol, parte para la caza, con escopeta, porquenunca caza con fusil, como hacemos en Inglaterra».

«Regresa de su diversión antes de mediodía. Como regularmente alas once, siempre en público, en presencia de los ministros extranje-ros y otros personajes distinguidos próximos a la corte. Lo habituales que coma seis cosas distintas, beba tres veces y no permanezcalargo rato en la Mesa. Después de la comida vuelve a cazar, y rara-mente regresa hasta que oscurece, o más tarde. Escucha luego, du-rante una hora, a sus ministros de Estado, o asiste al llamado despa-cho; visita luego a la reina madre en su apartamento, y se acuesta

3. Los párrafos entrecomillados referentes a este autor están extraídos del libroque hace referencia a esta nota y cuya edición es de 1770.

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entre nueve y diez. Esta es la rutina diaria de la vida de su majestad.Hacia febrero o marzo se traslada todos los años al palacio de ElPardo, y en abril, a Aranjuez. Regresa a Madrid en junio, marchan-do a fines de julio a San Idelfonso; en octubre reside en El Escorial,y desde allí retorna en noviembre a Madrid».

Clarke visita El Escorial unos meses después de la muerte de lareina y su primera impresión fue lógica, pues, como el mismo des-cribe, lo primero en ver fue el pudridero del cementerio real: «Esun vasto, complejo y espléndido edificio». El autor se lamentó deque la biblioteca escurialense estuviera en manos de monjes jeró-nimos analfabetos, «tan celosos de estos tesoros como si percibie-ran su valor». Comenta que con mucha dificultad, y gracias al inte-rés demostrado, consiguió echar un vistazo a los manuscritos: «Sitomaba alguna nota o cotejaba documentos se sentían recelosos,pues arguyen que si dejan copiar los manuscritos, no valdrán nadalos originales. Lo que es como decir que si los originales son de al-guna utilidad, perderán su valor».

Clarke criticará la obra Description of the Escorial de GeorgeThompson, recién publicada en 1760, afirmando que las inscripcio-nes estaban mal transcritas y daba una impresión muy poco erudita yconfecciona para su libro una lista de parte de los cuadros que vio,incluyendo los de la colección de Carlos I, vendidos por Cromwell, yafirmando que en España existían otras importantes colecciones quese escondían en los múltiples conventos e iglesias del país.

En este sentido, elogia a toda España al compararla con Italia yadvirtiendo que sería un error imaginar que esta segunda naciónfuera la única escuela para pintores, porque España «ofrecía a losojos de algunos de nuestros artistas, si la visitaran, tesoros nuevos,asombrosos e intocados..., y recomiendo a los distinguidos patronesde las artes y las ciencias, como tema digno de su atención, quedespachen allí a alguien con este designio».

Clarke aprovecha seguidamente la oportunidad de explicar bre-vemente otras residencias reales, como el Buen Retiro o El Pardo,pero estas descripciones no pertenecen al desarrollo de este tema.

4.2. Henry Swinburne (1743-1803)

Buena parte de su juventud transcurrió en el continente. Estudióen Burdeos, París y Turín, visitando después Italia. En 1774, en

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compañía de su amigo sir Thomas Gascoigne, entró en España porlos Pirineos y en ella permaneció hasta 1776. Fruto de sus correríaspor este país fueron las publicaciones, en 1783 y 1785, de las obrasSpain y Naples and the Two Sicilies.

Su recorrido por la Península no penetró en Portugal, pero síexhaustivamente en España. El propio autor admite en su obraSpain que cuando partió para España andaba pensando ya en publi-car el relato de sus viajes 4.

Se proponía ante todo investigar el suelo, cultivos, administra-ción, comercio y costumbres de este país, aunque su principal y ver-dadera inclinación era el estudio de los vestigios de otros tiempos, enespecial los árabes, pues las descripciones con las que contaba, afir-maba que eran «viejas y anticuadas, y por tanto inadecuadas, en mu-chos aspectos, para dar idea precisa de su condición presente, y sim-ples descripciones del paso por una determinada provincia...».

El 6 de junio de 1776 partía Swinburne hacia El Escorial, des-pués de obtener pasaportes y un permiso para sacar animales (unamula y caballos, concretamente) de España, así como la promesa deque su equipaje no sería registrado en el viaje de regreso a su pa-tria. Lo más destacado de la descripción a su paso por este edificiorecayó en la monumentalidad de las fachadas de éste, pero el autorencontró que ese estilo sin gracia no le satisfacía; en cambio, loscatafalcos de Leoni le parecieron espléndidos y la calidad de laspinturas, superior a lo que esperaba. Afirma que le hubiese gustadovisitar la biblioteca con detenimiento, pero el tiempo apremiaba.

4.3. Joseph Tovvnsend (/739-18/6)

Joseph Townsend visita España entre los años 1786 y 1787. Suobra Journey through Spain in the years 1786 and 1787 5 se publi-có en 1791, y a finales del mismo año apareció una traducción ale-mana. En 1792 vio la luz una segunda edición, que en 1809 era tra-ducida al francés por T. P. Pictet-Mallet. Hasta 1814 no se publicóuna nueva edición, en dos volúmenes en cuarto, de su obra, a la quehabía añadido un prólogo de diecinueve páginas sobre el tema Cau-ses of the overthrow of the Spanish Monarchy.

4. ROBERTSON, I., Los curiosos impertinentes, Madrid 1988, pp.96 y ss.5. ROBERTSON, I., Los curiosos impertinentes, Madrid 1988, pp.I 34 y ss.

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Towsend pasó todo un mes en El Escorial; la impresión grabadaque llevó a las hojas de su publicación fue la siguiente:

«Durante mi estancia de un mes no dejé un solo día de visitar elconvento, y no lo abandoné nunca sin pesadumbre, cuidando siem-pre de prestar muy especial atención a las obras de los artistas me-nos conocidos de Inglaterra».

«Como residencia real está lejos de ser acogedora, pues sufre elazote de la nieve y los vientos helados o del sol abrasador. Cuandola corte se instala allí, los ministros, tanto nacionales como extran-jeros, dan buenas cenas y hacen cuanto pueden porque esta soledadsea soportable: pero como escaseaba el alojamiento para las damas,los festejos carecían de la vivacidad que caracteriza al sexo».

«El rey, que estaba ya en los setenta y un años, dedicaba aún la ma-yor parte de su tiempo a la caza, excepto dos días en la época dePascua, durante los cuales se dice que está tan malhumorado quenadie osa acercásele; incluso cuando se pensó que uno de sus hijosestaba a punto de morir, salió al monte como de costumbre insis-tiendo en todo momento en que sin duda se recobraría y cuando lecomunicaron que había muerto contestó, con su habitual calma:"Bien, puesto que nada cabe hacer, aprovechemos lo que se puedaaprovechar"».

San Lorenzo de El Escorial.

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4.4. Richard Ford (1796-1858)

Su madre, Marianne Ford, era hija de Benjamín Booth, conseje-ro de la East India Company, y su padre era sir Richard Ford, sub-secretario del Ministerio del Interior.

Estudió Derecho aunque nunca ejerció la abogacía. En 1830, jo-ven y acomodado, se trasladó en barco, con toda su familia, a Es-paña, donde permanecería tres años: de 1830 a 1833.

A su regreso se instaló cerca de Exeter, en el condado deDevonshire. Desde 1834 venía pensando en escribir un libro so-bre España, que no llegaba a tomar forma, y hasta 1837 no apa-reció su primer artículo sobre un tema español en la QuartelyReview.

En 1845 publicaba, al fin, John Murray su obra Hand-Book forTravellers in Spain 6 , que convertiría a Ford en autor del más am-plio, preciso e influyente relato sobre España aparecido hasta en-tonces. En cuanto obra de un solo hombre no iba a tener compara-ción, y es improbable que sea nunca separado. Gerald Brenan vinoa comentar que con la sola excepción de Travels in Arabia Desertade Doughty, el libro de Ford es la mejor descripción de un país ex-tranjero que se haya escrito en lengua inglesa.

De los tres años de estancia en España, fue en 1831 cuandoFord visitó El Escorial. Aunque en un primer momento su itine-rario no apuntaba por entonces a Madrid, desde su salida de Za-ragoza, que le pareció gris, anticuada, triste y toda ella de ladrillo,Ford llega a El Escorial hacia finales de octubre, esbozando de éluna pobre descripción; escribe que decepciona a primera vista,porque la expectativa le fue exagerada, aunque se autoconvencede que ese es el tributo que debe pagar el crédulo viajero, quesiempre espera demasiado a pesar de las decepciones que en suexperiencia ha acumulado. Advierte que no hay nada en la formao color de esa edificación que sea majestuoso, antiguo o sacro... yque las cualidades que la salvan son la proporción, la simplicidady el emplazamiento.

Ford cuenta algunas leyendas oídas sobre el monasterio real sa-cadas de la Descripción Artística que Damián Bermejo publicó en1820:

6. ROBERTSON, 1., Los curiosos impertinentes, Madrid 1988, pp.206 y ss.

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Cristo de Cellini. Panteón Real.

«Pasé por los fríos corredores, notando que en la lonja norte existíauna galería subterránea perforada en 1770 para facilitar el paso du-rante los temporales de invierno, que en cierta ocasión, segúncuentan los guías, se llevaron por los aires a un embajador con sucarroza, por no hablar de los faldones de los monjes y las mujereshinchadas como globos por el viento, que arrastraba en remolino agran número de chambelanes como hojas caídas. También se cuen-ta, sin desdoro para los piadosos célibes, que por ese pasaje fueronintroducidos muchos visitantes del sexo débil».

Por último, hace referencia Ford a las reliquias, mayormente re-copiladas por Felipe II al que denomina «el relicomaníaco» por suafición a la colección de huesos, afirmando que éste coleccionabalos huesos con mayor avidez que Tizianos, y además, los hacíamontar en oro y plata, aunque el robo de esta colección por parte deLa Houssaye, que dejó tiradas las reliquias llevándose consigo eloro y la plata, siempre dificultó la identificación de las mismas,perdiendo así tanto su validez económica como su devoción paracualquier creyente.

Pero, además, Ford tuvo la oportunidad de presenciar un funeralreal; durante los diez días que éste permaneció en Madrid, murió

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Fernando VIL El viajero pudo contemplar su cuerpo yacente en elpalacio real y su impresión la refleja en sus escritos en donde porúltima vez se refiere al complejo de El Escorial, en esta ocasión nopara hablar como tal, sino del cortejo fúnebre organizado para di-cha ocasión: «Pude ver su cuerpo yacente en el palacio; su rostro,tan feo en vida, ahora era purpúreo como un higo maduro, vistiendouniforme de gala, con tricornio y fusta en la mano. El rey fue lleva-do con solemnidad a El Escorial en coche de colleras, con los piesasomando por las ventanas de delante, escoltado por grandes quevestían casacas bordadas en oro y calzones negros, a lomos de suscabalgaduras, todo ello archiespañol, mezcla de insignificancia yesplendor, sin que a nadie le importara nada un comino».

4.5. William George Clark

No todos los ingleses que acudían a Madrid, atraídos algunospor el incentivo de visitar los monumentos de la ciudad, otros porla especulación del gas o los ferrocarriles.., se conducían con esaarrogancia e indiscreción. Clark pasa desapercibido entre las multi-tudes ciudadanas y se dedica a escribir.

La obra de este viajero, que conoce España en el año 1849,Gazpacho; or, Summer Months in Spain, publicada en 1850, es unode los más entretenidos libros de viajes entre cuantos empezaron acircular en su tiempo. Fue el primero en admitir que si a RichardFord se le ocurriera hojearlo, podría encontrarse con que le habían«rateado algunos ingredientes de su despensa», y que posiblemente«los hubieran estropeado al guisarlos».

Clark vino a España sin un propósito definido, tal como distri-buir la Biblia o supervisar la construcción de un ferrocarril, por loque se vio libre de las persecuciones o entorpecimientos con quehubiera tropezado aquel que se ocupase estrictamente a alguna deesas tareas.

Lo que distinguió el viaje de Clark de otras excursiones o co-rrerías del resto de viajeros ingleses es que no contaba en su librocómo era España, sino cómo la veía él, emplazando a los lectoresque si querían lo primero recurriesen a los Hand-Books de Murray.

De igual modo, Clark se limitó a describir lo que se le apetecíade los lugares por donde pasaba, dejando muchos blancos de su

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viaje de lugares señeros, tal como El Escorial, donde paró duranteuna noche y un día, pero que al parecer no le llegó tan profunda-mente como para derramar tinta en su obra por él.

4.6. George John Cayley

Visita España entre los años 1851 y 1852. Conoce El Escorialde forma fortuita, por desvío de su ruta hacia Madrid, por lo que sudescripción es copia textual de la corta explicación que le dio elconductor de la carroza donde viajaba; ésta no pasó a ser escritapero sí la de un guía ciego que le aburrió bastante la tarde, segúnpalabras textuales suyas:

«Cornelio, el guía, me habló de los distinguidos huéspedes que per-noctaron aquí, entre los que destacó el célebre Alexandre Dumas,que en unión de sus acompañantes insistió en preparar sus propiascomidas.»

«La visita con Cornelio, el guía ciego, que por costumbre señalabaun cuadro al describir el vecino, aburrió bastante y me cansó estegrande y espléndidamente feo- lugar, por lo que lo abandoné congusto».

Cayley se muestra única y especialmente impresionado en este. lugar por la serie de habitaciones con paneles de marquetería, ra-

'' rámente citados.p'or otros 'viajeros.

Eni 8.53 apareció el rélato de los viajes de Cayley bajo el títuloLas Alforjas; or, the Bridlé Roads ,of Spain, y en junio de ese mis-mo aikpublicaba Ford una crítica en la Literary Gazette elogiando

autor por haber recorrido España según le dio a entender su buencriterio y sin intención apresurada, y por abstenerse de ofrecer unaversión aguada del Murray rojo.

4.7. Théophile Gautier

El trabajo de este viajero . no inglés es una excepción en esterápido y corto resumen acerca de los románticos ingleses quevisitaron El Escorial en fechas determinadas de la pasada cen-turia.

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De la obra de William G. CIARK.

De la obra de George J. CAYLEY.

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Gautier fue uno de los pocos autores franceses o extranjeros engeneral, que vieron sus obras traducidas de inmediato al inglés.Una parte de los viajes de Théophile Gautier (1811-1872) aparecióen la Revue de Deux-Mondes, y al año siguiente (1843) la obra fueeditada, ya en forma más completa, bajo el título Tra[sic] losMontes.

En 1845 se publicó una versión revisada, Voyage en Espagne,traducida al inglés en 1853 bajo el título Wanderings in Spain, conilustraciones de MacQuoid. Hasta 1971 no vio la luz una versiónespañola, Viaje por España 7.

En mayo de 1840, Gautier y su amigo Eugéne Piot salían de Pa-rís rumbo al Sur, donde antes de lo imaginado perdió una de susilusiones, al ver desvanecerse ante sus ojos el país de sus sueños,«la España del Romancero, de las baladas de Víctor Hugo, las his-torias de Mérimée y los cuentos de Alfred de Musset».

Gautier fue de los primeros en introducir en España una máqui-na fotográfica, motivo que causó gran alarma en la aduana. De lasimpresiones más fuertes en Madrid para este viajero francés desta-can dos: Goya, de quien comentaba que «se llevó a la tumba el arteespañol antiguo; todo ese mundo, desvanecido ya para siempre, detoreros, majos, manolas, frailes, contrabandista, salteadores, al-guaciles y brujas; dicho en dos palabras, todo el colorido de la Pe-nínsula.

Goya surgió en el momento oportuno para inventariar todos esostipos y perpetuarles. Pensó que no hacía más que producir un ciertonúmero de apuntes caprichosos, cuando en realidad estaba trazandoel retrato y escribiendo la historia de la España de otros, con elconvencimiento de servir a las ideas y credos de los tiempos actua-les. Sus caricaturas serán vistas, a no tardar, corno monumentoshistóricos».

La segunda, la descripción de Gautier para El Escorial, es la si-guiente:

«... luego fui a visitar ese Leviatán de la arquitectura, El Escorial...,que a buen seguro debe ser, con excepción de las pirámides deEgipto, el mayor amontonamiento de granito que existe... Con elcorazón en la mano, no puedo por menos de verlo como la edifica-ción más sombría y agobiante que un fraile taciturno, y a la vez re-

7. ROBERTSON, I., Los curiosos impertinentes, Madrid 1988, pp.297 y ss.

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Según Thenphile GAUTIER

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celoso tirano pudo jamás concebir para mortificación de sus seme-jantes».

«Sin pretenderme tocado por la menor sospecha de ferviente devo-ción, nunca penetro en una catedral gótica sin experimentar unasensación misteriosa y profunda..., pero aquí me sentí tan apabulla-do y deprimido, tan por entero a merced de un poder sombrío e in-flexible, que por un momento estuve convencido de la inutilidad delas plegarias.»

«Al regresar a Madrid, todos los conocidos expresaron su asombroy contento al contemplarnos de nuevo, sano y salvos. Pocos son losque vuelven de El Escorial: o mueren de consunción en dos o tresdías, o se pegan un tiro, si son ingleses. Por fortuna, nosotros go-zamos de una robusta naturaleza; y como dijo Napoleón, refiriéndo-se al proyectil que hubiera de matarle, no se ha levantado aún eledificio que vaya a matarnos.»

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V. BIBLIOGRAFÍA

CLARK, William George, Gazpacho; or Summer Months in Spain. Londres1845.

CLARKE, Edward, Letters concernig the Spanish Nation. Londres 1770.ESPINALT Y GARCÍA, Bernardo, Guía general de postas. Barcelona 1804.GAUTIER, Théophile, Voyage en Espagne. París 1845.MURRAY, John, Hand-Book for Travellers Spain. Londres 1845.PICTET-MALLET, T. P., Voyage pour l'Espagne dans l'anées 1786 y 1787.

París 1782. Edición francesa tomada íntegramente de la original inglesade Joseph Townsen, publicada en Londres en 1791.

ROBERTSON, Jan, Los curiosos impertinentes. Madrid 1988.STARKE, Mariana, Travels on the Continent. Londres 1820.SWINBURNE, Henry, Spain y Napples and the Two Sicilies. Londres 1783.WITMAN, Walt, Desrrumbadas catedrales, palacios en ruina y tumbas

levíticas. Madrid. Edición facsímil. Sin fecha.