El Grupo de Guerreros Del Nagual

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EL GRUPO DE GUERREROS DEL NAGUAL Cuando don Juan consideró que era hora de que tuviera mi primer encuentro con sus guerreros, me hizo cambiar de niveles de conciencia. En ese momento me aclaró que él no tendría nada que ver con la manera en que ellos me trataran. Me previno que si decidían golpearme, él no los iba a detener. Podían hacer lo que desearan, menos matarme. Subrayó una y otra vez que los guerreros de su grupo eran la perfecta réplica del grupo de su benefactor, salvo que algunas mujeres eran más feroces, y todos los hombres eran absolutamente poderosos y sin igual. Por tanto, mi primer encuentro con ellos podría resultar como una colisión frontal. Yo, por una parte, me hallaba nervioso y aprensivo, pero, por otra, curioso. Mi mente se abrumaba con infinitas especulaciones, la mayor parte de ellas sobre cómo serían los guerreros. Don Juan me dijo que él tenía dos opciones, una era la posibilidad de enseñarme a memorizar un elaborado ritual, como habían hecho con él, y la otra era hacer el encuentro lo más casual posible. Esperó un augurio que le señalara qué alternativa tomar. Su benefactor había hecho algo semejante, sólo que había insistido en que don Juan aprendiera el ritual antes de que el augurio se presentara. Cuando don Juan le reveló sus ilusiones de dormir con cuatro mujeres, su benefac- tor lo interpretó como el augurio, dejó a un lado el ritual y terminó negociando por la vida de don Juan. En mi caso, don Juan quería un augurio antes de enseñarme el ritual. El augurio llego cuando don Juan y yo viajábamos por un pueblo fronterizo en Arizona y un policía me detuvo. El policía creía que yo era un extranjero sin documentación. Sólo hasta que le mostré mi pasaporte, que él supuso falsificado, y otros documentos, me dejó ir. A don Juan, que estuvo junto a mí en el asiento delantero, el policía ni siquiera lo miró. Se había concentrado absolutamente en mí. Don Juan consideró que ese incidente era el augurio que esperaba. Lo interpretó como algo que señalaba lo peligroso que resultaría si yo llamaba la atención, y concluyó que mi mundo debía de ser de la máxima simplicidad y candor: toda pompa y rituales elaborados estarían fuera de carácter. Concedió, sin embargo, que sería adecuada una mínima observación de patrones ritualistas cuando me presentara a sus guerreros. Tenía que empezar aproximándome a ellos desde el Sur, porque ésa es la dirección que el poder sigue en su flujo incesante. La fuerza vital fluye hacia nosotros desde el Sur, y nos abandona fluyendo hacia el Norte. Me dijo que la única entrada al mundo del nagual era a través del Sur, y que el portal se hallaba custodiado por

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carlos castaneda

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EL GRUPO DE GUERREROS DEL NAGUALCuando don Juan consider que era hora de que tuviera mi primer encuentro con sus guerreros, me hizo cambiar de niveles de conciencia. En ese momento me aclar que l no tendra nada que ver con la manera en que ellos me trataran. Me previno que si decidan golpearme, l no los iba a detener. Podan hacer lo que desearan, menos matarme. Subray una y otra vez que los guerreros de su grupo eran la perfecta rplica del grupo de su benefactor, salvo que algunas mujeres eran ms feroces, y todos los hombres eran absolutamente poderosos y sin igual. Por tanto, mi primer encuentro con ellos podra resultar como una colisin frontal.Yo, por una parte, me hallaba nervioso y aprensivo, pero, por otra, curioso. Mi mente se abrumaba con infinitas especulaciones, la mayor parte de ellas sobre cmo seran los guerreros.Don Juan me dijo que l tena dos opciones, una era la posibilidad de ensearme a memorizar un elaborado ritual, como haban hecho con l, y la otra era hacer el encuentro lo ms casual posible. Esper un augurio que le sealara qu alternativa tomar. Su benefactor haba hecho algo semejante, slo que haba insistido en que don Juan aprendiera el ritual antes de que el augurio se presentara. Cuando don Juan le revel sus ilusiones de dormir con cuatro mujeres, su benefactor lo interpret como el augurio, dej a un lado el ritual y termin negociando por la vida de don Juan.En mi caso, don Juan quera un augurio antes de ensearme el ritual. El augurio llego cuando don Juan y yo viajbamos por un pueblo fronterizo en Arizona y un polica me detuvo. El polica crea que yo era un extranjero sin documentacin. Slo hasta que le mostr mi pasaporte, que l supuso falsificado, y otros documentos, me dej ir. A don Juan, que estuvo junto a m en el asiento delantero, el polica ni siquiera lo mir. Se haba concentrado absolutamente en m. Don Juan consider que ese incidente era el augurio que esperaba. Lo interpret como algo que sealaba lo peligroso que resultara si yo llamaba la atencin, y concluy que mi mundo deba de ser de la mxima simplicidad y candor: toda pompa y rituales elaborados estaran fuera de carcter. Concedi, sin embargo, que sera adecuada una mnima observacin de patrones ritualistas cuando me presentara a sus guerreros. Tena que empezar aproximndome a ellos desde el Sur, porque sa es la direccin que el poder sigue en su flujo incesante. La fuerza vital fluye hacia nosotros desde el Sur, y nos abandona fluyendo hacia el Norte. Me dijo que la nica entrada al mundo del nagual era a travs del Sur, y que el portal se hallaba custodiado por dos guerreras, quienes tendran que saludarme y dejarme pasar si as lo decidan.Me llev a un pueblo del centro de Mxico. Caminamos a una casa en el campo y cuando nos acercbamos a ella desde el Sur, vi a dos indias macizas, de pie, enfrentndose la una a la otra a un metro de distancia. Se hallaban a unos diez o quince metros de la puerta principal de la casa, en una rea donde la tierra estaba apisonada. Las dos mujeres eran extraordinariamente musculosas. Ambas tenan el pelo negrsimo y largo, juntado en una gruesa trenza. Parecan hermanas. Eran de la misma altura, del mismo peso: calcul que deban de tener alrededor de un metro sesenta de estatura y un peso de unos setenta kilos. Una de ellas era bastante oscura, casi negra, y, la otra, mucho ms clara. Se hallaban vestidas como tpicas indias del centro de Mxico: vestidos largos, hasta el suelo, rebozos y huaraches caseros.Don Juan me hizo detener a un metro de ellas. Se volvi hacia la mujer que se hallaba a nuestra izquierda y me hizo mirarla. Me dijo que se llamaba Cecilia y que eraensoadora.Luego se volvi abruptamente, sin darme tiempo de decir nada, y me hizo enfrentarme a la mujer ms morena, que se hallaba a nuestra derecha. Me dijo que su nombre era Delia y que eraacechadora.Las mujeres me saludaron con un movimiento de cabeza. Ni sonrieron ni hicieron ningn gesto de bienvenida.Don Juan camin entre ellas como si fueran dos columnas que sealaban un portn. Avanz un par de pasos y se volvi como si esperara que ellas me invitaran a pasar. Me observaron calmadamente durante unos momentos. Despus Cecilia me invit a entrar, como si yo me hallara en el umbral de una puerta verdadera.Don Juan gui el camino hacia la casa. En la puerta principal encontramos a un hombre. Era muy delgado. A primera vista era bastante joven, pero un escrutinio ms agudo revelaba que pareca tener casi sesenta aos. Me dio la impresin de ser un nio viejo: pequeo, fuerte y nervioso, con penetrantes ojos oscuros. Era como una sombra. Don Juan me lo present como Emilito, y dijo que era su propio, su asistente personal, y que l me dara la bienvenida a nombre suyo.Me pareci que Emilito en verdad era el ser ms apropiado para bienvenir a cualquiera. Su sonrisa era radiante, sus pequeos dientes estaban perfectamente alineados. Me dio la mano, o ms bien cruz sus antebrazos y apret mis dos manos. Pareca exudar gozo, y cualquiera habra dicho que estaba exttico de verme. Su voz era muy suave y sus ojos chisporroteaban.Entramos a un gran cuarto. All estaba otra mujer. Don Juan me dijo que se llamaba Teresa y que era la ayudante de Cecilia y Delia. Quizs apenas tena unos treinta aos, y definitivamente pareca ser hija de Cecilia. Era muy callada, pero amistosa. Seguimos a don Juan al fondo de la casa, donde haba una terraza techada. Era un da clido. Nos sentamos a una mesa, y despus de una frugal merienda conversamos hasta la medianoche.Emilito fue el anfitrin. Encant y deleit a todos con sus historias exticas. Las mujeres se animaron. Eran un pblico magnfico. Or su risa era un placer exquisito. En un momento, cuando Emilito dijo que ellas eran como sus dos madres, y Teresa como su hija, lo alzaron al vuelo y lo echaron al aire como si fuera un nio.De las dos, Delia me pareca la ms racional, con los pies en la tierra. Cecilia era quiz ms indiferente, pero pareca tener mayor fuerza interna. Me dio la impresin de ser ms intolerante o ms impaciente; pareca irritarse con algunos de los cuentos de Emilito. No obstante, definitivamente era toda odos cuando l contaba lo que llamaba sus "cuentos de la eternidad". Cada historia era precedida por la frase "saban ustedes, queridos amigos, que . . .?" La historia que ms me impresion trataba de unas criaturas que segn l existan en el universo y que eran lo ms prximo a seres humanos, sin serlo; eran criaturas obsesionadas con el movimiento, capaces de percibir la ms ligera fluctuacin dentro o en torno de ellas. Eran tan sensitivas al movimiento que ste constitua una maldicin para ellas, algo tan terriblemente doloroso que su mxima ambicin era encontrar la quietud.Emilito intercalaba entre sus cuentos de la eternidad los ms terribles chistes picantes. Debido a sus increbles dotes como narrador, me dio la impresin de que cada una de sus historias era una metfora, una parbola, a travs de la cual nos enseaba algo.Don Juan dijo que no era as, que Emilito simplemente reportaba lo que haba presenciado en sus viajes por la eternidad. La funcin de un propio consista en viajar por delante del nagual, como explorador de una operacin militar. Emilito haba llegado hasta los lmites de la segunda atencin, y todo lo que presenciaba lo transmita a los dems.Mi segundo encuentro con los guerreros de don Juan fue tan preparado como el primero. Un da don Juan me hizo cambiar niveles de conciencia y me inform que yo iba a tener una segunda cita. Me hizo manejar a Zacatecas, en el norte de Mxico. Llegamos all muy temprano en la maana. Don Juan me dijo que se trataba solamente de una escala, y que tenamos hasta el da siguiente para descansar antes de emprender mi segundo encuentro formal con las mujeres del Este y el guerrero erudito de su grupo. Me empez a hablar entonces de un delicado e intrincado asunto de eleccin. Dijo que habamos conocido al Sur y al propio a media tarde, porque l haba hecho una interpretacin personal de la regla y haba elegido esa hora para representar la noche. El Sur verdaderamente era la noche -una noche clida, propicia, agradable-, y propiamente debimos haber ido a conocer a las dos mujeres del Sur despus de la medianoche. Sin embargo, eso no hubiera sido buen auspicio para m, puesto que mi direccin general era hacia la luz, hacia el optimismo, un optimismo que se desenvuelve armoniosamente y entra en el misterio de la oscuridad. Dijo que eso era precisamente lo que habamos hecho ese da; habamos disfrutado nuestra reunin, conversando y riendo en la luz del da y en la total oscuridad de la noche. Me extrao en esa ocasin por qu no encendan las lmparas.Don Juan dijo que el Este, por otra parte, era la maana, la luz, y que deberamos visitar a las mujeres del Este en la maana del da siguiente.Antes del desayuno fuimos al zcalo y tomamos asiento en una banca. Don Juan me pidi que me quedara all y los esperase mientras l haca algunos mandados. Se fue, y poco despus lleg una mujer y tom asiento en el otro extremo de la banca. No le prest ninguna atencin y empec a leer un peridico. Un momento despus otra mujer se le uni. Quise irme a otra banca, pero record que don Juan haba especificado que yo deba sentarme all. Di la espalda a las mujeres y ya me haba olvidado que estaban all, puesto que todos estbamos en perfecto silencio, cuando un hombre las salud y se detuvo, justo frente a m. Me di cuenta, a travs de su conversacin, que las mujeres lo haban estado esperando. El hombre se disculp por su tardanza. Obviamente quera sentarse. Me deslic un poco para hacerle espacio. Me dio las gracias profusamente y se disculp por molestarme. Me dijo que los tres estaban absolutamente perdidos en la ciudad porque eran gente del campo, que una vez haban ido a la ciudad de Mxico y casi se mueren en el trfico. Me pregunt si yo viva en Zacatecas. Le dije que no y me dispona a concluir nuestra conversacin en ese momento, pero haba algo muy cautivador en su sonrisa. Era un hombre viejo, notablemente conservado para su edad. No era indio. Pareca un caballero agricultor de pueblo rural. Vesta traje y tena puesto un sombrero de paja. Sus rasgos eran muy delicados, y la piel era casi transparente. Tena nariz perfilada, boca pequea y una barba blanca, corta y perfectamente peinada. Se vea extraordinariamente sano y, a la vez, pareca frgil. Era de estatura mediana, musculoso, pero al mismo tiempo daba la impresin de ser delgado, casi dbil.Se puso en pie y se present. Me dijo que se llamaba Vicente Medrano, que estara en la ciudad solamente por ese da, y que las dos mujeres eran sus hermanas. Las mujeres se levantaron y nos miramos. Eran muy delgadas, ms morenas que su hermano. Tambin eran mucho ms jvenes; una de ellas lo bastante como para ser su hija. Advert que la piel de ellas era ms seca, no era como la de l. Las dos mujeres eran muy atractivas. Como el hombre, tenan facciones delicadas y sus ojos eran claros y apacibles. Las dos medan como un metro sesenta. Lucan vestidos bellamente cortados, pero con sus rebozos, sus zapatos sin tacn y sus medias de algodn oscuro semejaban campesinas adineradas. La de mayor edad pareca tener unos cincuenta aos, y la menor, cuarenta.El hombre me las present. La mayor se llamaba Carmela y la menor, Hermelinda. Me puse en pie y brevemente estrech sus manos. Les pregunt si tenan hijos. Esa pregunta por lo general era la manera con que yo iniciaba conversaciones. Las mujeres rieron y al unsono pasaron las manos por sus estmagos para mostrarme cun delgadas eran. El hombre me explic con mucha calma que sus hermanas eran solteronas, y que l mismo tambin era un viejo soltern. Me confi, con un tono semibromista, que por desgracia sus hermanas eran demasiado hombrunas, les faltaba esa femineidad que hace deseables a las mujeres, y que por tanto nunca haban podido hallar marido.Les dije que as estaban mejor, considerando el papel subordinado de las mujeres en nuestra sociedad. Las mujeres no estuvieron de acuerdo; dijeron que no les habra importado subordinarse si tan slo hubiesen hallado hombres que quisieran ser sus dueos. La ms joven dijo que el verdadero problema era que su padre no les haba enseado a comportarse como mujeres. El hombre coment con un suspiro que el padre era tan dominante que tambin a l le haba impedido casarse. Los tres suspiraron y se mostraron sombros. A m, me dio risa.Despus de un prolongado silencio volvimos a tomar asiento y el hombre dijo que si yo me quedaba all un poco ms tendra la oportunidad de conocer al padre de ellos, quien an era muy fogoso a pesar de su edad tan avanzada. Aadi, con un tono tmido, que su padre los iba a llevar a desayunar, porque ellos nunca llevaban dinero. Su pap era el que administraba la economa.Qued estupefacto. Esos viejos que parecan tan fuertes, en realidad eran como nios dbiles y azorados. Les dije adis y me puse en pie para retirarme. El hombre y sus hermanas insistieron en que me quedara. Me aseguraron que a su pap le encantara que yo los acompaara a desayunar. Yo no quera conocer a su padre, y a la vez tena curiosidad. Les dije que yo tambin esperaba a alguien. En ese momento, las mujeres empezaron a rer con unas risas ahogadas que despus se convirtieron en carcajadas estentreas. El hombre tambin se dej llevar por una risa incontenible. Me sent estpido. Mi deseo era irme al instante de all En ese momento don Juan lleg y me di cuenta de toda la maniobra. No me pareci divertida.Todos nos pusimos en pie. Ellos an rean cuando don Juan me dijo que las mujeres eran el Este; Carmela eraacechadoray Hermelinda,ensoadora; Vicente era el guerrero erudito, y el compaero ms antiguo de don Juan.Conforme nos alejbamos del zcalo, otro hombre se nos uni, un indio moreno y alto, quiz de unos cuarenta aos. Vesta pantalones de mezclilla y un sombrero de vaquero. Pareca ser terriblemente fuerte y hurao. Don Juan me lo present como Juan Tuma, el propio y el asistente de investigaciones de Vicente.Caminamos a un restorn que se hallaba a unas cuadras. Las mujeres me pusieron entre ellas. Carmela me dijo que esperaba que yo no me hubiera ofendido, que tuvieron la alternativa de simplemente presentarse conmigo o de jugarme una broma. Lo que los decidi en favor de embromarme fue mi actitud absolutamente esnob de darles la espalda y de querer cambiarme de banca. Hermelinda agreg que uno tiene que ser completamente humilde y no cargar nada que uno no tenga. que defender, ni siquiera su propia persona; la persona de uno debe protegerse, pero no defenderse. Al desairarlos, yo no me protega, sino que simplemente estaba defendindome.Me sent belicoso. Francamente, su broma me haba cado mal. Empec a hablar de mi enojo, pero antes de que expusiera mi argumento, don Juan vino a mi lado. Dijo a las dos mujeres que perdonaran mi belicosidad, que toma mucho tiempo limpiar la basura que un ser luminoso recoge en el mundo.El dueo del restorn a donde fuimos conoca a Vicente y nos haba preparado un desayuno suntuoso. Todos ellos estaban de magnfico humor, pero yo no poda acabar con mi enojo. Entonces, a peticin de don Juan, Juan Tuma nos comenz a hablar de sus viajes. Era un hombre de hechos. Me hipnotizaron sus secas narraciones de cosas que estaban ms all de mi entendimiento. Para m la ms fascinante fue la descripcin de unos rayos de luz o de energa que supuestamente entrelazan la tierra. Dijo que esos rayos no fluctan como todo lo dems en el universo, sino que se hallan fijos en un patrn. Ese patrn coincide con cientos de puntos del cuerpo luminoso. Hermelinda crea que todos esos puntos se encontraban en nuestro cuerpo fsico, pero Juan Tuma explic que, puesto que el cuerpo luminoso es bastante grande, algunos de esos puntos estn localizados hasta a un metro de distancia del cuerpo fsico. En cierto sentido se hallan fuera de nosotros, y sin embargo, esto no es as: estn en la periferia de nuestra luminosidad y, por tanto, pertenecen al cuerpo total. El punto ms importante se localiza a unos treinta centmetros del estmago, a cuarenta grados a la derecha de una lnea imaginaria que se desprende, recta, hacia delante. Juan Tuma nos cont que se era el centro donde se congrega la segunda atencin, y que es posible manejarlo golpeando suavemente con las palmas de las manos. Oyendo hablar a Juan Tuma, olvid mi enojo.Mi siguiente encuentro con el mundo de don Juan fue con el Oeste. Don Juan me dio variadas advertencias de que el primer contacto con el Oeste era un evento sumamente importante, porque ste decidira, de una manera u otra, lo que subsecuentemente yo debera hacer. Tambin me puso en guardia de que iba a ser un evento difcil, especialmente para m, que tan inflexible y tan importante me senta. Me dijo que por lo comn uno se aproxima al Oeste durante el crepsculo, un momento del da que ya en s es difcil, y que sus guerreras del Oeste eran poderosas, temerarias y enteramente exasperantes. A la vez, tambin conocera al guerrero que era el socio annimo. Don Juan me recomend que ejercitara la mayor cautela y paciencia; esas mujeres no slo estaban locas de atar, sino que ellas y el hombre eran los guerreros ms poderosos que haba conocido. En su opinin, los tres eran las mximas autoridades de la segunda atencin.Un da, como si se tratara de un mero impulso, sbitamente don Juan decidi que era hora de iniciar nuestro viaje para conocer a las mujeres del Oeste. Viajamos a una ciudad del norte de Mxico. Justo al atardecer, don Juan me indic que estacionara el auto enfrente de una gran casa sin luces que se hallaba casi en las afueras de la ciudad. Nos bajamos del automvil y caminamos a la puerta principal. Don Juan toc varias veces. Nadie contest. Tuve la sensacin de que habamos llegado en un momento inoportuno. La casa pareca vaca.Don Juan continu tocando hasta que, al parecer, se fatig. Me indic que tocara. Me dijo que lo hiciera sin parar porque las personas que vivan all eran medio sordas. Le pregunt si no sera mejor regresar ms tarde, o al da siguiente. Me dijo que continuara golpeando la puerta.Despus de una espera que pareci interminable, la puerta se empez a abrir lentamente. Una mujer rarsima sac la cabeza y me pregunt si lo que quera era tumbar la puerta al suelo, o enfurecer a los vecinos y a sus perros con mis golpes.Don Juan dio un paso como para decir algo. La mujer sali afuera y con brusquedad lo empuj a un lado. Empez a sacudir su dedo ndice casi sobre mi nariz, gritando que me estaba portando como si en el mundo no existiera nadie ms aparte de m. Protest. Dije que yo slo estaba cumpliendo lo que don Juan me haba ordenado hacer. La mujer pregunt si me haban ordenado derrumbar la puerta. Don Juan quiso intervenir pero de nuevo fue empujado a un lado.Pareca que esa mujer acababa de levantarse de la cama. Era una calamidad. La habamos probablemente despertado y en su prisa se puso un vestido, de su canasta de ropa sucia. Se hallaba descalza, su pelo encanecido estaba en desorden total. Tena los ojos irritados y apenas entreabiertos. Era una mujer de facciones ordinarias, pero de alguna manera muy impresionante: ms bien alta, de un metro setenta centmetros, morena y enormemente musculosa; sus brazos desnudos estaban anudados con duros msculos. Advert que el contorno de sus piernas era bellsimo.Ella me mir de arriba abajo, irguindose por encima de m, y grit que no haba odo mis disculpas. Don Juan me susurr que debera disculparme con voz fuerte y clara.Una vez que lo hice, la mujer sonri y se volvi hacia don Juan y lo abraz como si fuera un nio. Gru que l no debi hacerme golpear la puerta porque mi contacto era demasiado furtivo y perturbador. Tom a don Juan del brazo, lo condujo al interior y lo ayud a cruzar la puerta, que por cierto tena un pie muy alto. Lo llamaba "queridsimo viejecillo". Don Juan se ri. Yo me hallaba asombrado vindolo comportarse como si le fascinaran las absurdidades de esa temible mujer. Una vez que ayud al "queridsimo viejecillo" a entrar en la casa, ella se volvi hacia m e hizo un gesto con la mano para ahuyentarme, como si yo fuera un perro. Se ri al ver mi sorpresa: sus dientes eran grandes, disparejos y sucios. Despus pareci cambiar de opinin y me indic que entrara.Don Juan se diriga a una puerta que yo difcilmente poda distinguir al final de un oscuro pasillo. La mujer lo regao por ignorar hacia dnde se diriga. Nos condujo por otro pasillo oscuro. La casa pareca inmensa, y no haba una sola luz en ella. La mujer abri una puerta que conduca a un cuarto muy grande, casi vaco a excepcin de dos viejas sillas en el centro, bajo el foco ms dbil que jams he visto. Era un foco alargado, antiguo.Otra mujer se hallaba sentada en uno de los sillones. La primera mujer tom asiento en un pequeo petate y reclin su espalda contra la otra silla. Despus coloc sus muslos contra los senos, descubrindose por completo. No usaba ropa interior. La contempl, estupefacto.En un tono spero y feo, la mujer me pregunt que por qu le estaba yo mirando descaradamente la vagina. No supe qu decir y slo lo negu. Ella se levant y pareci estar a punto de golpearme. Exigi que confesar que me haba quedado con la boca abierta ante ella porque nunca haba visto una vagina en mi vida. Me aterr. Me hallaba completamente avergonzado y luego me sent irritado por haberme dejado atrapar en tal situacin.La mujer le pregunt a don Juan qu tipo de nagual era yo que nunca haba visto una vagina. Empez a repetir esto una y otra vez; gritndolo a todo pulmn. Corri por todo el cuarto y se detuvo en la silla donde se hallaba sentada la otra mujer. La sacudi de los hombros y, sealndome, le dijo que yo nunca haba visto una vagina en toda mi vida.Me hallaba mortificado. Esperaba que don Juan hiciera algo para evitarme esa humillacin. Record que me haba dicho que esas mujeres estaban bien locas. Se haba quedado corto: esa mujer estaba en su punto para el manicomio. Mir a don Juan, en busca de consejo y apoyo. El desvi su mirada. Pareca hallarse igualmente perdido, aunque me pareci advertir una sonrisa maliciosa, que ocult rpidamente volviendo la cabeza.La mujer se tendi boca arriba, se alz la falda y me orden que mirara hasta hartarme en vez de estar con miraditas aviesas. Mi rostro debi enrojecer, a juzgar por el calor que sent en la cabeza y el cuello. Me hallaba tan molesto que casi perd el control. Tena ganas de aplastarle la cabeza.La mujer que se hallaba en la silla repentinamente se puso en pie y tom del pelo a la otra; la hizo levantarse con un solo movimiento, al parecer sin ningn esfuerzo. Se me qued mirando con los ojos entrecerrados, y aproxim su rostro a unos cinco centmetros del mo. Su olor era sorprendentemente fresco.Con una voz muy chillante dijo que deberamos acabar con lo que empezamos. Las dos mujeres quedaron muy cerca de m bajo el foco. No se parecan. La segunda era de mayor edad, o daba esa impresin. Su cara se hallaba cubierta por una densa capa de polvo cosmtico que le daba una apariencia de bufn. Su cabello estaba arreglado en un moo. Pareca muy serena, salvo un continuo temblor en el labio inferior y la barbilla.Las dos eran igualmente altas y fuertes en apariencia; ambas se irguieron amenazadoras sobre m y me observaron un rato largo. Don Juan no hizo nada por romper su fijeza. La mujer de ms edad asinti con la cabeza y don Juan me dijo que se llamaba Zuleica y que eraensoadora. La mujer que haba abierto la puerta se llamaba Zoila, y eraacechadora.Zuleica se volvi hacia m y, con voz de loro, me pregunt si en verdad nunca haba visto una vagina. Don Juan ya no pudo conservar ms tiempo la compostura, y empez a rer. Con un gesto, le hice ver que no saba qu decir. Me susurr en el odo que lo mejor sera decir que no; de otra manera tendra que describir una vagina, porque eso me exigira despus Zuleica.Respond como don Juan me indic y Zuleica coment que senta lstima por m. Y luego orden a Zoila que me enseara su vagina. Zoila se tendi boca arriba bajo el foco y abri los muslos.Don Juan rea y tosa. Le supliqu que me sacara de ese manicomio. De nuevo me susurr en el odo que lo que deba hacer era mirar bien y mostrarme atento e interesado, porque si no tendramos que quedarnos all hasta el Da del Juicio.Despus de un examen cuidadoso y atento, Zuleica dijo que a partir de ese momento poda yo alardear de ser un conocedor, y que si alguna vez me topaba con una mujer sin pantaletas, ya no sera tan vulgar y obsceno como para quedarme bizco mirndola, porque ya haba visto una vagina.Caminando muy despacio, Zuleica nos condujo al patio. Me susurr que all se hallaba alguien esperando conocerme. El patio estaba en completas tinieblas. A duras penas poda distinguir las siluetas de los otros. Entonces vi el oscuro contorno de un hombre que se hallaba a unos cuantos metros de m. Mi cuerpo experiment una sacudida involuntaria.Don Juan le habl a ese hombre con una voz muy baja, y dijo que me haba llevado con l para que lo conociera. Le dijo cmo me llamaba. Despus de un momento de silencio, don Juan me dijo que el hombre se llamaba Silvio Manuel, que era el guerrero de la oscuridad y el verdadero jefe de todo el grupo de guerreros. Despus, Silvio Manuel me habl. Me dio la impresin de que tena un desorden en el habla: su voz era amortiguada y las palabras le salan como suaves estallidos de tos.Me orden que me acercara. Cuando trat de aproximarme, l retrocedi, exactamente como si flotara. Me llev a un receso an ms oscuro del pasillo, caminando, o eso pareca, hacia atrs y sin ruido. Murmur algo que no pude comprender. Quise hablar, pero la garganta me picaba y estaba reseca. Me repiti algo dos o tres veces hasta que comprend que me estaba ordenando que me desnudara. Haba algo abrumador en su voz y en la oscuridad que lo envolva. No pude desobedecer. Me quit la ropa y qued desnudo, temblando de temor y de fro.Estaba tan oscuro que no poda ver si don Juan y las dos mujeres an estaban all. Escuch un suave y prolongado siseo que se originaba muy cerca de m; entonces sent una brisa fresca. Comprend que Silvio Manuel exhalaba su aliento sobre todo mi cuerpo.Despus me pidi que me sentara en mi ropa y mirara un punto brillante que con facilidad yo poda distinguir en la oscuridad, un punto que daba una tenue luz mbar. Me pareci que me qued mirando horas enteras hasta qu de sbito comprend que el punto de brillantez era el ojo izquierdo de Silvio Manuel. Pude distinguir entonces el contorno de todo su rostro y de su cuerpo. El pasillo no estaba tan oscuro como pareca. Silvio Manuel avanz hacia m y me ayud a incorporarme. Me encant ver en la oscuridad con tal claridad. Ni siquiera me importaba estar desnudo o que, como entonces advert, las mujeres me miraran. Al parecer, ellos tambin podan ver en la oscuridad; me observaban. Quise ponerme el pantaln, pero Zoila me lo arrebat de las manos.Las dos mujeres y Silvio Manuel me observaron durante un largo rato. Despus, don Juan se present repentinamente, me dio mis zapatos, y Zoila nos llev por un corredor a un patio abierto, con rboles. Distingu la negra silueta de una mujer parada en la mitad del patio. Don Juan le habl y ella murmur algo como respuesta. Don Juan me dijo que era una mujer del Sur, se llamaba Marta, y era la asistente de las dos mujeres del Oeste. Marta dijo que podra apostar que yo nunca me haba presentado a una mujer estando desnudo; el procedimiento habitual es conocerse y desvestirse despus. Ri con fuerza. Su risa era tan agradable, tan clara y joven, que me estremeci. Su risa repercuti por toda la casa, aumentada por la oscuridad y el silencio que all reinaba. Mir a don Juan en busca de apoyo. Se haba ido, y Silvio Manuel tambin. Me hallaba solo con las tres mujeres. Me puse muy nervioso y le pregunt a Marta si saba a dnde se haba ido don Juan. En ese preciso momento, alguien me agarr de la piel de mis axilas. Grit de dolor. Supe que haba sido Silvio Manuel. Me levant como si yo no pesara nada y me sacudi hasta que se me salieron los zapatos. Despus me puso de pie en una estrecha tina de agua helada que me llegaba a las rodillas.Me qued en la tina durante un rato largo mientras todos me escrutaban. Despus, Silvio Manuel volvi a levantarme, me sac del agua y me coloc junto a mis zapatos, que diligentemente alguien haba puesto al lado de la tina.Don Juan de nuevo apareci y me dio mi ropa. Me susurr que deba de ponrmela y que lo corts era quedarse conversando por un rato. Marta me dio una toalla para que me secara. Busqu a las otras dos mujeres y a Silvio Manuel, pero no aparecan por ningn sitio.Marta, don Juan y yo permanecimos en la oscuridad conversando un largo rato. Ella pareca dirigirse principalmente a don Juan, pero cre que yo era su verdadero pblico. Esper una indicacin de don Juan para que nos marchramos, pero l pareca disfrutar la gil conversacin de Marta. Nos dijo que ese da Zoila y Zuleica haban estado en la cumbre de la locura. Aadi luego, en beneficio mo, que las dos eran extraordinariamente racionales la mayor parte del tiempo.Como si revelara un secreto, Marta nos cont que el cabello de Zoila estaba tan despeinado porque cuando menos un tercio de ste era pelo de Zuleica. Las dos haban tenido un momento de intensa camaradera, y se ayudaron mutuamente a peinarse el pelo. Zuleica trenz el pelo de Zoila como lo haba hecho cientos de veces, salvo que, como estaba fuera de control, anud parte de su propio cabello con el de Zoila. Marta dijo que al levantarse de las sillas hubo una conmocin. Ella corri al rescate, pero cuando entr en el cuarto, Zuleica ya haba tomado la iniciativa y se hallaba ms lcida que Zoila, decidi cortar la parte del pelo de Zoila que haba trenzado con el suyo. En el desorden que vino despus, Zuleica se confundi y acab cortando su propio pelo.Don Juan rea como si fuera lo ms chistoso que hubiera odo en su vida. Escuch suaves explosiones de risa que parecan tos y que provenan de la oscuridad del lado opuesto del patio.Marta aadi que haba tenido que improvisarle un moo hasta que le creciera el pelo a Zuleica.Re con don Juan. Marta me caa muy simptica. En cambio las otras dos mujeres me daban asco. Marta, por el contrario, pareca un parangn de calma y de voluntad frrea. No poda ver sus rasgos, pero la imagin muy hermosa. El sonido de su voz era cautivante.Muy cortsmente, ella le pregunt a don Juan si yo querra algo de comer. El respondi que yo no me senta muy a gusto que digamos con Zuleica y Zoila y que probablemente acabara en nusea. Marta me asegur que las dos mujeres ya se haban ido, y tom mi brazo y nos llev a travs de un corredor an ms oscuro hasta una bien iluminada cocina. El contraste fue excesivo para mis ojos. Me qued en el umbral de la puerta tratando de acostumbrarme a la luz.La cocina era de techo alto y bastante moderna y funcional. Tomamos asiento en una especie de desayunador. Marta era joven y muy fuerte; tena una figura llena, voluptuosa; rostro circular y nariz y boca pequeas. Su pelo negrsimo estaba trenzado y enroscado encima de su cabeza.Estaba seguro de que ella habra estado tan curiosa por examinarme como yo por verla en la luz. Nos sentamos y comimos y hablamos durante horas. Yo qued fascinado. Era una mujer sin educacin y, sin embargo, me tuvo absorto con su conversacin. Nos cont chistossimas y detalladas historias de las ridiculeces que Zoila y Zuleica hacan cuando estaban locas.Cuando salimos de la casa, don Juan expres su admiracin por Marta. Dijo que ella era quizs el ms admirable ejemplo de cmo la determinacin puede afectar a un ser humano. Sin ninguna base educativa o de preparacin, salvo su voluntad inquebrantable, Marta haba triunfado en la ms ardua tarea imaginable: la de cuidar a Zoila, Zuleica y Silvio Manuel.Pregunt a don Juan por qu Silvio Manuel se haba rehusado a que lo mirara en la luz. Me respondi que Silvio Manuel se hallaba en su elemento en la oscuridad, y que ya tendra incontables oportunidades de verlo. Durante nuestro primer encuentro, no obstante, era obligatorio que l se conservara dentro de los linderos de su poder: la oscuridad de la noche. Silvio Manuel y las dos mujeres vivan juntos porque formaban un equipo de brujos formidables.Don Juan me recomend que no me formara juicios apresurados de las dos mujeres del Oeste. Yo las haba conocido en un momento en que estaban fuera de control, pero esa ausencia de control slo tena que ver con la conducta superficial. Las dos tenan un centro interno que era inalterable; por tanto, hasta en los momentos de peor locura podan rerse de sus propias aberraciones como si se tratara de una representacin puesta en escena por otras personas.El caso de Silvio Manuel era distinto, no se hallaba trastornado de manera alguna. De hecho, su profunda sobriedad le permita actuar tan efectivamente con las dos mujeres, porque ellas y l eran extremos opuestos. Don Juan me dijo que Silvio Manuel haba nacido de esa manera y que todos los que lo rodeaban reconocan la diferencia. Aun el mismo benefactor de don Juan, que era duro e implacable con todos, prodigaba especial atencin a Silvio Manuel. Don Juan tard aos en comprender la razn de esa preferencia. Debido a algo inexplicable en su naturaleza, una vez que Silvio Manuel ingres en la conciencia del lado izquierdo, nunca ms sali de all. Su proclividad a permanecer en un estado de conciencia acrecentada, aunado a la soberbia capacidad de su benefactor, le permitieron llegar, antes que los dems, no slo a la conclusin de que la regla es un mapa y que, en realidad, existe otro tipo de conciencia, sino tambin el pasaje real y concreto que conduce al otro mundo de la conciencia. Don Juan deca que Silvio Manuel, de la manera ms impecable, equilibraba sus ganancias excesivas ponindolas al servicio del propsito comn de todos ellos. Silvio Manuel era la fuerza silenciosa que se hallaba tras don Juan.Mi ltimo encuentro introductorio con los guerreros de don Juan fue con el Norte. Don Juan me llev a la ciudad de Guadalajara a fin de llevarlo a cabo. Me dijo que nuestra cita era a slo una corta distancia del centro de la ciudad y que tendra lugar al medioda, porque el Norte era el medioda. Dejamos el hotel a las once de la maana, y nos paseamos tranquilamente por la zona del centro.Caminaba sin fijarme, preocupado por el encuentro, cuando me estrell de cabeza con una dama que sala apresurada de una tienda. Llevaba unos paquetes, que se esparcieron por la acera. Ped disculpas y empec a ayudarla a recogerlos. Don Juan me urgi a que me apurara para no llegar demasiado tarde. La seora pareca aturdida con el golpe. La sostuve del brazo. Era una mujer alta, muy esbelta, quiz de unos sesenta aos, vestida con suma elegancia. Pareca una dama de sociedad. Era exquisitamente corts y asumi la culpa, aduciendo que se haba distrado buscando a su sirviente. Me pregunt si la poda ayudar a localizarlo entre la multitud. Me volv a don Juan, quien dijo que, despus de medio matarla, lo menos que poda hacer era ayudarla.Tom los paquetes y regresamos a la tienda. A corta distancia localic a un indio de aire desamparado que pareca estar absolutamente fuera de sitio all. La seora lo llam y l fue a su lado casi como un perrito extraviado. Pareca que estaba a punto de lamerle la mano.Don Juan nos esperaba afuera de la tienda. Le explic a la seora que tenamos prisa y despus le di mi nombre. La seora sonri con gracia y me extendi su mano. Pens que en su juventud debi haber sido arrebatadora, pues an se conservaba hermosa y cautivante.Don Juan se volvi a m y abruptamente me dijo que el nombre de la seora era Nlida, que era del Norte, y que eraensoadora. Despus me hizo volverme hacia el sirviente y me dijo que se llamaba Genaro Flores, y que l era el hombre de accin, el guerrero de las hazaas del grupo. Mi sorpresa fue total. Los tres soltaron una carcajada, y mientras ms creca mi consternacin ms disfrutaban ellos.Don Genaro regal los paquetes a un grupo de nios, dicindoles que su patrona, la bondadosa seora, haba comprado esas cosas para regalrselas. Era su buena accin del da. Despus caminamos en silencio una media cuadra. Yo tena la lengua trabada. De repente, Nlida seal una tienda y nos pidi que nos detuviramos un instante porque tena que recoger una caja de medias que le estaban guardando all. Me escudri sonriendo, con los ojos resplandecientes, y me dijo que, ya en serio, brujera o no brujera, ella tena que usar medias de nailon y pantaletas de encaje. Don Juan y don Genaro rieron como idiotas. Yo me qued mirndola con la boca abierta, porque no tena otra cosa que hacer. Haba algo absolutamente terrenal en ella y, sin embargo, era casi etrea.En tono de broma le dijo a don Juan que me sostuviera porque estaba a punto de desmayarme. Despus cortsmente le pidi a don Genaro que fuera corriendo adentro y que recogiera el paquete. Cuando l proceda a entrar en la tienda, Nlida cambi de idea y lo llam, pero l al parecer no la escuch y desapareci en la tienda. Nlida se disculp y corri tras l.Don Juan oprimi mi espalda para sacarme de mis turbulencias. Me dijo que iba a conocer a la otra mujer del Norte, cuyo nombre era Florinda, por mi propia cuenta y en otra ocasin, porque ella sera mi enlace con otro ciclo, con otro estado de ser. Describi a Florinda como una copia al carbn de Nlida, o viceversa.Observ que Nlida era tan sofisticada y de tan buen gusto que la poda imaginar en una revista de modas. El hecho de que fuese bella y tan blanca, quiz de familia francesa o del norte de Italia, me sorprendi. Aunque Vicente tampoco era indio, su apariencia rural no lo haca ver como una anomala. Le pregunt a don Juan por qu haba gente blanca en su mundo. Dijo que el poder es lo que selecciona a los guerreros del grupo de un nagual, y que es imposible conocer sus designios.Esperamos en frente de la tienda por lo menos una media hora. Don Juan pareci impacientarse y me pidi que entrara y los apresurara. Entr en la tienda. No era un lugar grande, no haba puerta trasera, y ellos no estaban all. Les pregunt a los empleados, pero nadie pudo darme razn.Volv con don Juan y le exig que me dijera qu haba ocurrido. Me dijo que o haban desaparecido en pleno aire o haban salido a escurridillas cuando l me oprimi la espalda.Me enfurec y le grit que toda su gente eran unos embaucadores. El ri tanto que le rodaron lgrimas por las mejillas. Dijo que yo era la ideal vctima de engao. Mi sentido de impaciencia personal me empujaba a jugar el papel de un tonto sin remedio. Mi irritacin lo haca rer con tanta fuerza, que tuvo que apoyarse en la pared.La Gorda me relat su primer encuentro con los miembros del grupo de don Juan. Su versin difera slo en el contenido: la forma era la misma. Los guerreros quiz fueron un poco ms violentos con ella. La Gorda lo interpret como un experimento para sacarla de su modorra, o una reaccin natural, por parte de ellos, a lo que ella consideraba su detestable personalidad.A medida que revisbamos el mundo de don Juan, nos bamos dando cuenta de que ste era una rplica del mundo de su benefactor. Se poda ver que consista o de grupos o de casas. Haba un grupo de cuatro pares independientes de mujeres que parecan hermanas y que trabajaban y vivan juntas; otro grupo estaba compuesto por don Juan y tres hombres de la edad de don Juan, y muy allegados a l; un par de mujeres del Sur, ms jvenes que las dems, que parecan tener lazos de parentesco entre ellas, Marta y Teresa; y finalmente un par de hombres menores que don Juan, los propios Emilito y Juan Tuma. Pero tambin parecan consistir en cuatro casas aparte, localizadas muy lejos la una de la otra en distintas zonas de Mxico. Una se hallaba compuesta por las dos mujeres del Oeste, Zuleica y Zoila, Silvio Manuel y Marta. La siguiente estaba formada por las dos mujeres del Sur, Cecilia y Delia; Emilito que era el propio de don Juan, y Teresa. Otra casa estaba hecha por Carmela y Hermelinda, las mujeres del Oeste, Vicente, y el propio Juan Tuma; y, por ltimo, la de las mujeres del Norte, Nlida y Florinda, y don Genaro.Segn don Juan, su mundo no tena ni la armona ni el equilibrio del de su benefactor. Las dos nicas mujeres que se equilibraban completamente la una a la otra, y que parecan gemelas idnticas, eran las guerreras del Norte, Nlida y Florinda. Una vez, Nlida me dijo que las dos eran tan parecidas que incluso tenan el mismo tipo sanguneo.Para m, una de las sorpresas ms agradables fue la transformacin de Zuleica y Zoila, quienes haban sido tan repugnantes. Resultaron ser, como haba dicho don Juan, las guerreras ms sobrias que se pudiera imaginar. No lo poda creer cuando las vi por segunda vez. El ataque de locura haba pasado y ahora asemejaban dos seoras bien vestidas, altas, morenas y musculosas, con brillantes ojos oscuros como pedazos de resplandeciente obsidiana negra. Rieron y bromearon conmigo por lo que ocurri la noche de nuestro primer encuentro, como si otras personas y no ellas hubieran tomado parte en l. Puede comprenderse fcilmente el tumulto emocional de don Juan causado por las guerreras del Oeste del grupo de su benefactor. Para m tambin era imposible aceptar que Zuleica y Zoila pudiesen transformarse en criaturas repugnantes y detestables. Me toc la oportunidad de presenciar esa metamorfosis en varias ocasiones; felizmente nunca pude juzgarlas tan speramente como lo hice en el primer encuentro. Ms que nada, sus excesos me causaban tristeza.Pero la sorpresa ms grande me la depar Silvio Manuel. En la oscuridad de nuestro primer encuentro lo imagin como un hombre imponente, un gigante avasallador. En realidad era pequeo, pero no frgilmente pequeo. Su cuerpo era como el de un jinete de carreras, un jockey pequeo pero perfectamente proporcionado. Me pareci que hubiera podido ser un gimnasta. Su control fsico era tan notable que poda inflarse, como si fuera un sapo, hasta casi el doble de su tamao, expandiendo todos los msculos del cuerpo. Daba asombrosas demostraciones de cmo poda descoyuntar sus miembros y reacomodarlos nuevamente sin ninguna manifestacin de dolor. Al mirar a Silvio Manuel, siempre experiment un profundo, desconocido sentimiento de temor. Para m, era como un visitante de otro tiempo. Era moreno plido, como estatua de bronce. Sus rasgos eran afilados. Su nariz aguilea; sus labios gruesos y sus ojos oblicuos ampliamente separados, lo hacan parecer una figura estilizada de un fresco maya. Durante el da era amigable y simptico, pero tan pronto oscureca se volva insondable. Su voz se transformaba. Tomaba asiento en una esquina oscura y se dejaba devorar por la oscuridad. Todo lo que quedaba visible de l era su ojo izquierdo, que permaneca abierto y adquira un fulgor extrao, como ojos de felino.Una cuestin secundaria que emergi en el transcurso de nuestro trato con los guerreros de don Juan fue el tema deldesatino controlado. Don Juan me dio una explicacin suscinta de una vez que se hallaba exponiendo las dos categoras en las que obligatoriamente se dividen las mujeres guerreras:ensoadorasyacechadoras. Me dijo que todos los miembros de su grupo hacanensoaryacecharcomo parte de sus vidas diarias, pero que las mujeres que componan el planeta de lasensoadorasy el planeta de lasacechadoraseran las mximas autoridades de sus actividades respectivas.Lasacechadorasson las que enfrentan los embates del mundo cotidiano. Son las administradoras de negocios, las que tratan con la gente. Todo lo que tiene que ver con el mundo de los asuntos ordinarios pasa por sus manos. Lasacechadorasson las practicantes deldesatino controlado, as como lasensoadorasson las practicantes delensueo.En otras palabras, eldesatino controladoes la base delacechar, y losensueosson las bases delensoar.Don Juan deca que, hablando en trminos generales, el logro ms importante de un guerrero en la segunda atencin esensoar,y en la primera atencin el logro ms grande esacechar.Yo malentend lo que los guerreros de don Juan hicieron conmigo en nuestros primeros encuentros. Tome sus actos como ejemplos de engao y falsedad, y sa sera mi impresin hasta la fecha, de no haber sido por la idea deldesatino controlado.Don Juan me dijo que los actos de esos guerreros fueron lecciones maestras deacechar.Me dijo que su benefactor le haba enseado el arte deacecharantes que otra cosa. Para poder sobrevivir entre los guerreros de su benefactor tuvo que aprender ese arte a toda prisa. En mi caso, dijo don Juan, puesto que no tena que vrmelas con sus guerreros, tuve que aprender primero aensoar.Pero cuando el momento fuese apropiado, Florinda aparecera para guiarme a travs de las complejidades delacechar.Nadie ms qu ella poda hablar conmigo detalladamente delacecho; los otros tan slo podan ofrecerme demostraciones directas, como ya lo haban hecho en nuestros primeros encuentros.Don Juan me explic detalladamente que Florinda era una de las mximas practicantes delacecho, ya que su benefactor y sus cuatro guerreras, que eranacechadoras, la haban entrenado en los aspectos ms intrincados de este arte. Florinda fue la primera guerrera que lleg al mundo de don Juan, y por esa razn ella iba a ser mi gua personal: no slo en el arte deacecharsino tambin en el misterio de la tercera atencin, si es que yo llegaba a ese nivel. Don Juan no me explic nada ms acerca de ese punto. Me dijo que eso tendra que esperar a que yo estuviera listo, primero para aprender aacechar, y despus a entrar en la tercera atencin.Don Juan deca que su benefactor haba sido muy meticuloso con cada uno de sus guerreros al adiestrarlos en el arte deacechar. Utiliz toda clase de estratagemas a fin de crear un contrapunto entre los dictados de la regla y la conducta de los guerreros en el mundo cotidiano. Crea que sa era la mejor forma de convencerlos de que la nica manera que disponen para tratar con el medio social es en trminos deldesatino controlado.A medida que desarrollaba sus estratagemas, el benefactor de don Juan pona a la gente y a los guerreros frente a los mandatos de la regla, y dejaba que el drama natural se desenvolviese por s mismo. La insensatez de la gente tomaba la delantera y por un momento arrastraba con ella a los guerreros, como parece ser lo natural, pero siempre ser vencida por los designios ms abarcantes de la regla.Don Juan nos dijo que en un principio se sinti profundamente agraviado por el control que su benefactor ejerca sobre sus guerreros. Incluso se lo ech en cara. Su benefactor no se inmut. Sostuvo que su control era tan slo una ilusin que el guila creaba. El solamente era un guerrero impecable, y sus actos representaban un humilde intento de reflejar al guila.Don Juan deca que el impulso con el cual su benefactor llevaba a cabo sus estratagemas se originaba en su certeza de que el guila era real y final, y en su certeza de que lo que la gente hace es un desatino absoluto. Esas dos convicciones daban origen aldesatino controlado, que el benefactor de don Juan describa como el nico puente que existe entre la insensatez de la gente y la finalidad de los dictados del guila.

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