El Historiador y La Geografía

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EL HISTORIADOR Y LA GEOGRAFÍA Josep FONTANA Universitat Pompeu Fabra En un pasado no tan distante historiadores y geógrafos vivíamos en un ambiente de mutuo conocimiento de nuestros respectivos trabajos e incluso de colaboración. Entre mis maestros he tenido a dos que, como Jaume Vicens Vives y Fierre Vilar, me enseñaron que era necesario conocer el escenario en que se desarrollan las vidas de hombres y mujeres, para entender mejor su suerte. En algún momento, sin embargo, esa capacidad de entendernos y comunicarnos se quebró. En cuanto se refiere a quienes trabaja- mos en la investigación y la enseñanza de la historia, que es de quienes puedo hablar con algún conocimiento, este desvío comen- a partir del viraje que se inició en los años de la guerra fría, cuando en Estados Unidos los investigadores comenzaron a perca- tarse de que las instituciones que concedían becas y ayudas recha- zaban aquellos proyectos que mostraban preocupaciones «sociales» e iniciaron lo que se llamaría el «giro cultural», que se transmitiría a Europa más tarde, cuando los desengaños de 1989 se llevaron por delante, no sólo una retórica degradada que pasaba fraudulen- tamente por marxismo, sino toda la tradición de lo que solía deno- minarse la historia económica y social. Instaladas en una visión de la historia que lo reducía todo a poco más que el discurso y la representación ¿qué pueden aportar estas nuevas tendencias a una mejor comprensión de un mundo como el actual en que los grandes problemas se llaman hambre, migración o desarrollo sostenibíe, toda una serie de cuestiones que exigen un regreso con urgencia al mundo real? Es cierto que hay economistas neoliberales que sostienen que la pobreza es una in- vención de quienes compilan los índices de bienestar humano de las Naciones Unidas. Pero hay hechos tan crudos e innegables co- mo los de la mortalidad infantil que se nos imponen por su propio

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  • EL HISTORIADOR Y LA GEOGRAFA

    Josep FONTANAUniversitat Pompeu Fabra

    En un pasado no tan distante historiadores y gegrafos vivamosen un ambiente de mutuo conocimiento de nuestros respectivostrabajos e incluso de colaboracin. Entre mis maestros he tenido ados que, como Jaume Vicens Vives y Fierre Vilar, me ensearonque era necesario conocer el escenario en que se desarrollan lasvidas de hombres y mujeres, para entender mejor su suerte.

    En algn momento, sin embargo, esa capacidad de entendernosy comunicarnos se quebr. En cuanto se refiere a quienes trabaja-mos en la investigacin y la enseanza de la historia, que es dequienes puedo hablar con algn conocimiento, este desvo comen-z a partir del viraje que se inici en los aos de la guerra fra,cuando en Estados Unidos los investigadores comenzaron a perca-tarse de que las instituciones que concedan becas y ayudas recha-zaban aquellos proyectos que mostraban preocupaciones socialese iniciaron lo que se llamara el giro cultural, que se transmitiraa Europa ms tarde, cuando los desengaos de 1989 se llevaronpor delante, no slo una retrica degradada que pasaba fraudulen-tamente por marxismo, sino toda la tradicin de lo que sola deno-minarse la historia econmica y social.

    Instaladas en una visin de la historia que lo reduca todo apoco ms que el discurso y la representacin qu pueden aportarestas nuevas tendencias a una mejor comprensin de un mundocomo el actual en que los grandes problemas se llaman hambre,migracin o desarrollo sostenibe, toda una serie de cuestiones queexigen un regreso con urgencia al mundo real? Es cierto que hayeconomistas neoliberales que sostienen que la pobreza es una in-vencin de quienes compilan los ndices de bienestar humano delas Naciones Unidas. Pero hay hechos tan crudos e innegables co-mo los de la mortalidad infantil que se nos imponen por su propio

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    peso y se niegan a dejarse reducir a discurso: tasas de mortalidadcomo la del 165 por mil en Sierra Leona o del 153 por mil en N-ger, que implican que muere prcticamente uno de cada seis naci-dos, contrastan con tasas de menos de 5 por mil en Europa occi-dental, incluyendo Espaa, que implica la muerte de uno de cadadoscientos (de uno de cada trescientos en el caso de Suecia).

    Lo que me propongo hacer es repasar algunos aspectos por losque la geografa vuelve a emerger en las preocupaciones de aque-llos historiadores que se plantean hoy la necesidad de volver a ocu-parse de los problemas reales de los hombres y las mujeres y noslo de los discursos con que se presentan o disfrazan.

    Empezar por uno tan daino, y tan vigente, como el empeode convertir en protagonista de la historia al Estado-nacin, que sedefine como una realidad trascendente, asentada eternamente en elespacio que ocupa, como si su delimitacin fuese consecuencia dealguna caracterstica natural o fruto de una concesin divina. Estaconcepcin invalida, por ejemplo, el proyecto actual de hacer unahistoria de Europa que se pretende construir sumando las historiasindividuales de los estados que integran en la actualidad el mapadel continente.

    La falacia estatista que obliga a los historiadores a trabajar apartir de los marcos polticos actuales, artificialmente proyectadoshacia atrs, ignora deliberadamente que las fronteras supuesta-mente tnicas de nuestros das son el resultado de siglos de gue-rras, de migraciones forzadas, de expulsiones y de operaciones delimpieza y genocidio cultural, que se han agudizado en el siglo XX:esto es, ignora aquello en que consiste esencialmente la historia.Valga, si no, el ejemplo de una Yugoslavia integrada y desintegra-da en el transcurso de setenta y cinco aos; hace apenas veinticincoaos hubiramos considerado lgico hablar de la Yugoslavia me-dieval; hoy esto carece de sentido.

    Con un planteamiento tnico-estatista no podemos comprenderla realidad de un continente cuya poblacin se ha formado agluti-nando una serie de oleadas de invasores que han llegado a sus tie-rras desde el norte de frica, desde el Oriente prximo o desdeAsia Central. La propia cultura europea tiene sus orgenes en elOriente prximo, de donde ha recibido conocimientos tan funda-mentales como los de la agricultura, la urbanizacin y la escritura,y se ha enriquecido en la edad media con las aportaciones de laciencia islmica, entre las cuales hay que contar la transmisin del

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    sistema numrico que usamos, al que denominamos numeracinarbica, en contraste con la romana, que sera la propiamente eu-ropea. Un sistema sin el cual los progresos de la ciencia modernahubieran sido harto difciles (imagina alguien el clculo infinitesi-mal con numeracin romana?). Europa es, por definicin, un con-tinente mestizo, algo que la historia de los estados pretende ocul-tar.

    La nica historia de Europa legtima sera la que nos hablase decmo se establecieron las relaciones entre los habitantes de los di-versos espacios del continente a lo largo del tiempo. Y sta no sepuede investigar sin ahondar en las complejas relaciones entre loshombres y los territorios, que nos llevan en ocasiones fuera delestricto marco continental, a unos espacios privilegiados de relacio-nes, intercambios y encuentros que son los mares vecinos.

    Barry Cunliffe ha publicado una ambiciosa revisin de la histo-ria antigua y medieval europea que sostiene que hay una Europaatlntica que va de Islandia a Gibraltar, pasando por Galicia, don-de milenios de vida frente al ocano habran dado lugar a que cel-tas, bretones y gallegos tuviesen una relacin ms estrecha con susvecinos martimos que con sus coterrneos ingleses, franceses oespaoles .

    Hay mucho ms que esto para sostener la existencia de lo queBernard Bailyn propone llamar una historia atlntica 2. Sin lasrelaciones entre las diversas orillas del Atlntico, al norte y al sur,es imposible explicarse el desarrollo econmico moderno europeo.David Hancock nos ha explicado la forma en que un grupo decomerciantes instalados en Londres establecieron una factora en laisla de Bance, en el ro de Sierra Leona, donde no slo adquiran losesclavos que vendan a los plantadores norteamericanos, sitio quealmacenaban los productos con que pagaban los esclavos (adquiri-dos a cambio de tejidos de la India, hierro sueco, ron de las Anti-llas y manufacturas britnicas), en un complejo sistema de relacio-nes que enlazaba cuatro continentes, en una combinacin de loque define como planting, slaving and contracting: produc-cin de coloniales en las plantaciones americanas, comerciointernacional, trata de esclavos africanos y negocios financieros

    1. Barry W. Cunliffe, Facing the Ocesn. The Atlantic wotld and its peo-pies, 8000BC-AD 1500, Oxford, 2001.

    2, Bernard Bailyn, Atlantic history. Concepf and contours, Cambridge,Mass., 2005.

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    diversos, ligados en buena medida a estas mismas actividades,puesto que los esclavos solan venderse a crdito a los plantadores.De una combinacin semejante de actividades en el marco delAtlntico, que fue en los siglos XVIII y XIX e! mar de los esclavos,surgieron los estmulos que favorecieron el crecimiento industrialbritnico, que en modo alguno se puede explicar en el interior delmaceo de las islas britnicas 5.

    Pero hay ms. Desde una perspectiva radicalmente distintaPeter Lnebaugh y Marcus Rediker nos muestran un mundo at-lntico que abarca las costas de Europa, de frica y de Amrica,donde marinos, esclavos y campesinos lucharon durante dos siglosy medio contra el proceso de globalizacin que engendr el capita-lismo, para preservar su libertad y sus medios de vida. Una historiaoculta del Atlntico revolucionario que, como ha dicho Ira Berln,nos sirve como un eficaz espejo para nuestro tiempo, en la medidaen que nos enfrentamos a las iniquidades y la violencia que conti-nan marcando la globalizacin del siglo XXI .

    Algo semejante sabemos acerca del Mediterrneo, donde Hor-den y Purcell han iniciado lo que pretende ser la historia de tresmil aos de vida en comn de europeos, asiticos y africanos, situa-da siempre en el contexto de la relacin de los hombres con su en-torno !.

    Contra tantos estudios sobre los inexistentes estados europeosen las pocas medieval o moderna, lo que necesitamos son otrosque nos hablen de las migraciones, de las rutas de comercio queunan el Bltico con el mar Negro, de los caminos seguidos por losdisidentes religiosos (que pueden explicar que los lolardos inglesesperseguidos se refugiasen en Bohemia e influyesen en los husitaschecos), de fenmenos culturales tan trascendentes como los deri-vados de la dispersin de los sefardes expulsados de la PennsulaIbrica, de la convivencia de los pastores por encima de las fronte-ras polticas, de los recorridos de los buhoneros por todos los cami-nos del continente, de la comunidad de los hombres de mar y de

    3. David Hancock, Gcizens of che worid. London merchants and theintegration of the British Atlantic community, 735-1785, Cambridge, 1995.

    4. Peter Linebaugh y Marcus Rediker, La hidra de la revolucin. Marine-ros, esclavos y campesinos en a historia oculta del Atlntico, Barcelona, 2005.

    5. Peregrine Horden y Nicholas Purceel, The corrupting se&. A study ofMeditefranean history, Oxford, 2000; vase tambin John Wansbrough, Lin-gua franca in the Mediterranean, Richmond, 1996,

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    tantas otras actividades y relaciones colectivas que establecieronlazos de unin y propiciaron aproximaciones culturales muchos si-glos antes de que los gobernantes inventaran ia unidad europeadesde arriba.

    Pero cmo estudiar todo este complejo de relaciones sin situar-las en el medio en que se producen? Siguiendo con atencin lostestimonios de los viajeros y estudiando los condicionamientos delos viajes y los trficos, los tiempos del recorrido y sus ritmos esta-cionales, Michael Me Cormick nos ha descubierto que aquella altaedad media europea que creamos cerrada y vaca estaba llena devida y de movimiento, de un movimiento de diplomticos, peregri-nos, guerreros o comerciantes, con quienes circulaban mercancas eideas .

    La preocupacin por recuperar el palpitar de los seres humanoscubicndolos en el espacio ha llegado incluso al terreno de la histo-ria cultural. Franco Moretti, profesor de literatura de la Universi-dad de Stanford, ha escrito un Atlas de la novela europea y hateorizado la necesidad de tomar en cuenta el espacio, no slo atravs de los mapas de los lugares reales en que tuvieron lugaracontecimientos histricos, de mayor o menor calado, sino constru-yendo mapas/diagramas de mundos de ficcin, en que lo real y loimaginario coexisten en proporciones diversas, con frecuencia elusi-vas

    Pero no se trata tan slo de los condicionamientos que el medioimpone al hombre, sino de considerar tambin la accin de stesobre el medio.

    Nuestra cultura la de los europeos y de sus descendientesinstalados en otros continentes ha visto tradicionalmente la na-turaleza como algo que nos ha sido dado para nuestro servicio; laconquista el dominio de la naturaleza se presentan normalmentecomo signos indiscutibles de progreso. Hay otras civilizaciones, encambio, que haban aprendido a vivir en un equilibrio ms efectivocon su entorno, a utilizarlo de una forma distinta, menos expoiia-

    6. Michael McCormick, Orgenes de Ja economa europea. Viajeros ycomerciantes en ia alta, edad media, Barcelona, 2005.

    7. Franco Moretti, Graphs, maps, trees. Abstract models for & literarytheory, Londres, 2005, pg. 63. Las ideas de Moretci han abierto un campo dediscusin, como en Christopher Prendergast, Evolution and iterary hisrory. Aresponse to Franco Moretti, en New/efe review, 34 (july/august 2005), pgs40-62.

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    dora. ste era el caso, por ejemplo, de las civilizaciones americanasanteriores a la conquista espaola, como lo muestran la utilizacincombinada de los pisos ecolgicos de los Andes por los pueblosperuanos, la forma en que los indgenas de la Amazonia habanaprendido a explotar el bosque con criterios conservacionistas o laagricultura de los mayas.

    Todo lo cual se acab con la presencia de los europeos. Cuandose habla de los intercambios entre Europa y los continentesdescubiertos, por ejemplo, nos solemos limitar a hacer un inven-tario de las especies animales y vegetales que han pasado de uno aotro, como si se tratase de los trminos de un canje mutuamenteprovechoso. Pero la actuacin de los europeos en las nuevas tierrasa las que llegaban fue mucho ms all de la introduccin de espe-cies tiles, puesto que con ellas tambin llevaron plagas y herba-jos, que venan mezclados con las semillas de cereales, sin habersido llevados exprofeso, pero cuyo efecto fue a menudo devastador.Seguan a los europeos dondequiera que fuesen; el sesenta por cien-to de los peores de Canad y la mayora de los de Nueva Zelanda odel Sur de Australia son de origen europeo. En Per plantas comoel trbol lo invadieron todo y ayudaron a preparar el terreno parala sustitucin completa de la vegetacin (la de origen europeo esta-ba mejor adaptada para resistir el pastoreo de los grandes rebaos).En la Pampa argentina slo la cuarta parte de las plantas que cre-cen espontneamente son nativas. Fueron un elemento esencial delimperialismo ecolgico europeo . No hubo, en cambio, los mismosefectos de retorno sobre una Europa que se apropi de las nuevasplantas cultivadas y que gracias a ellas, gracias sobre todo al mazy a la patata que no eran especies naturales, sino cultivos elabo-rados pot las culturas indgenas americanas pudo sostener lagran expansin demogrfica del siglo XIX.

    Cuando decimos que los europeos acomodaron el ecosistema deotros continentes a sus necesidades, lo acostumbramos a interpre-tar en trminos de la introduccin de una agricultura avanzada ensustitucin de una explotacin ms primitiva (es, por ejemplo, elargumento que se utiliza para justificar la expoliacin y el extermi-nio de los indios norteamericanos). A menudo no fue as. En luga-res como Mjico o Per los sistemas agrarios indgenas estabanacomodados al medio y los cambios imprudentes que hicieron los

    8. Alfred W. Crosby, Imperialismo ecolgico. La expansin biolgica deEuropa, Barcelona, 1999, pgs. 164-191.

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    colonizadores supusieron un retroceso. Conocemos, por ejemplo, elcaso del valle del Mezquital, al norte de la actual Ciudad de Mji-co. Esta zona tena en tiempos indgenas una agricultura intensivairrigada, rica y compleja, que los otoms haban desarrollado du-rante cuatro siglos de ocupacin del territorio y que mantena unapoblacin muy numerosa. La introduccin de las ovejas por partede los espaoles, y su actuacin para forzar el aumento de los reba-os (por ejemplo, quemando los bosques para disponer de mspastos) lo cambi todo. A fines del siglo XV] un 60 por ciento deas tierras estaban dedicadas a pastos y el retroceso de la produc-cin agrcola haba hecho disminuir catastrficamente la pobla-cin: el resultado no fue crear un nuevo paisaje a la europea, sinoun territorio medio desierto que produca mucho menos que en lostiempos anteriores a la conquista.

    Todo ello debe ayudarle al historiador a entender que la rela-cin del hombre con la naturaleza es muy compleja. No podemoscontentarnos con verlo como un conquistador que lucha pata do-minara, pero tampoco basta con deplorar el impacto nocivo de suintervencin; debemos esforzarnos en entender que entre el hom-bre y el medio hay una relacin de simbiosis, o mejor de pertenen-cia. Que el hombre est en la naturaleza, porque forma parte deella: que su propia evolucin est estrechamente condicionada porlas posibilidades que le ofrece el medio en que vive. No podramosentender muchos episodios de ascenso y de decadencia de los pue-blos en la historia, si dejsemos de tomar en cuenta informacionestan esenciales como las que se refieren a la relacin de las socieda-des con su entorno.

    Antes he mencionado una palabra que se repite constantementeen las discusiones acerca del presente, una palabra de peligrosaambigedad: globalzacin. Si se consulta internet, nos dice Gio-vanni Gozzini, globalzacin es una palabra ms frecuente hoyque otras como capitalismo, multinacionales o subdesarro-llo, lo que significa que est desplazando la atencin de proble-mas reales hacia un concepto que resulta an nebuloso y, sobretodo, ambivalente s, ya que, como se ha dicho: Los defensores delcapitalismo y de la libertad de comercio ven la globalizacin comouna fuerza positiva y progresiva que crea puestos de trabajo y eleva

    9. Giovannt Gozzini, La parola globalzzazione en Passaro e presente, 58(2003), pgs. 5-15; Matthew J. Gbney, en M. J. GJbney

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    en ltima instancia los niveles de vida en el mundo entero. Loscrticos la ven como un medio para expropiar los recursos de lospases pobres, hundindolos en el endeudamiento, llevndoles ausar el trabajo mal pagado de los pobres y acelerando la degrada-cin del medio ambiente lo. Y, sin duda, la globaizacin es 10uno y lo otro.

    Pero cmo es posible hablar de un mundo globalizado sin ana-lizar las corrientes que lo enlazan y las transformaciones que seproducen en cada uno de los puntos que unen y en ocasiones en-frentan? Vandana Shiva nos descubre, por ejemplo, las consecuen-cias que ha tenido la prdida gradual de los derechos comunitariossobre el agua, la privatizacin de un recurso precioso para la sub-sistencia de los campesinos, en el empobrecimiento de una granparte del mundo y sostiene que muchos conflictos que se nos pre-sentan como de origen tnico o religioso tienen en realidad en sutrasfondo la lucha por ei agua n. Conozco el caso de un ingenieroque trabajaba en la construccin de grandes presas fluviales enfrica y que abandon su trabajo por motivos de conciencia, aldarse cuenta de que no estaba colaborando en algo que significabauna contribucin al progreso comn sino en el instrumento de undespojo.

    No se trata tan slo del espacio, las comunicaciones y los recur-sos naturales. Hoy estamos volviendo, por ejemplo, aprestar aten-cin a la influencia del clima. Cmo podramos dejar de hacerloen un tiempo que parece ser de grandes cambios en este aspecto?Desde la antigedad ha sido frecuente especular sobre la influenciaque las diferencias de clima tenan en las sociedades humanas.Montesquieu sostena que en los pases del norte el aire frescoaprieta las extremidades de las fibras exteriores de nuestro cuerpo,favorece el retorno de la sangre al corazn, hace a los hombres msfuertes y activos, les da confianza en s mismos y los hace ms va-lientes y conscientes de su superioridad. En los pases clidos, encambio, las fibras se relajan, disminuye su fuerza y los hombres sonperezosos. No piensen sin embargo que sta era una opinin desin-teresada, puesto que le serva al cabo para justificar que se escavi-

    10. A. G. Hopkins ( ed.), GJobaJization in World history, Londres, 2002,dtadepgs. 1-2.

    11. Vandana Shiva, Wacer wars. Privatizacin, pollution and profit, Lon-dres, 2002.

    a los negros que vivan en los trpicos, porque no trabajaran10 se es obligaba a hacerlo.n Europa anee el espejo cit dos textos de Montesquieu sobreesclavos, el primero era una justificacin implcita de la esclavi-

    |l: uno no puede hacerse a la idea de que Dios, que es un ser muy, haya puesto un alma, y en especial una alma buena, en un

    frerpo enteramente negro. El segundo sacaba las consecuenciaslcticas de esta afirmacin, diciendo: el azcar sera demasiado

    >, si no se hiciese trabajar la planta que lo produce por medio declavos. Cuando se iba a hacer la traduccin francesa del libro Jac-les Le Goff protest indignado dicindome que yo no haba enten-

    jdo que Montesquieu deca estas cosas en un sentido sarcstico. Quieren ustedes, a m lo que me parece un sarcasmo es que la rep-ka francesa fundada por la revolucin mantuviese el trabajo forza-

    f de los indgenas en sus colonias africanas hasta despus de 1945.Lo malo es que estos tpicos climtico-racistas han sido en oca-

    Ifftmes aceptados en el propio sur en que vivimos, como en la Espa-a que, por boca de Fraga, lanz al mundo civilizado aquella ro-

    ftunda afirmacin de que este pas no era Europa, porque era dife-Pente. No crean ustedes que eso era muy nuevo. Hay un folleto de|l848, titulado Espaa y Europa, que sostiene lo mismo; su autorfie alegraba de que este pas no se estuviese industrializando, por-gue as se ahorrara revoluciones como las que conmovan Europa.fuste fue, en consecuencia, el pas del que inventen ellos, en que

    lleg a decir que a una gente que haba conquistado el mundono se la poda hacer perder el tiempo mirando por un microscopio.

    1939 se public un libro, La nueva escuela espaola, obra de^Antonio J. Onieva, asesor tcnico del Ministerio de EducacinRacional 12, que contena afirmaciones tan gloriosas como sta:^Europa es el mundo ideal del 2 y 2 son 4- me dijo un da miAmaestro. A lo que yo le respond: Y Espaa es el mundo pasio-|?naJ del 2 y 2 son 5.

    Cuando Gil de Zarate planeaba la reforma de la enseanzassecundaria espaola, hacia 1845, sostena que mtodos como losImplicados en Blgica y Alemania, buenos para los hijos del norter{...), ms atentos y meditabundos, eran inadecuados para los

    12. Onieva comenz siendo carlista y fue sucesivamente reformista y repu-blicano radical, antes de convertirse al franquismo imperial y escribir, adems

    "del engendro que cito, libros de lecturas con ttulos como Escudo imperta/ y.As quiero ser el nio del Nuevo Estado.

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    ingenios vivos, ardientes de los que nacen en el medioda. Claroque como el gobierno espaol no iba a poner ni un duro para pa-gar esta segunda enseanza, que deban sostener las diputacionesprovinciales y los municipios con sus escasos recursos, poco impor-taban los mtodos. No me extraa por ello que durante la GuerraCivil Franco decidiese cerrar bastantes institutos de los que habacreado la repblica, considerndolos excesivos: deba creer que loshijos ardientes del sur no necesitbamos tanta enseanza. Y as nossigue yendo ahora.

    Pero hoy no consideramos el cambio climtico con la vieja pti-ca fatalista que se situaba frente a sus consecuencias extremascalificndolas de catstrofes naturales. Una de las cosas que noshan enseado los estudiosos de las grandes hambrunas africanas esque hay muy pocas catstrofes que haya que atribuir a la naturale-za, puesto que la mayora de ellas son de origen humano.

    En un reciente estudio sobre la crisis espaola en el reinado deFelipe IV, Geoffrey Parker ha vuelto a plantear el tema, que pare-ca olvidado, como pasado de moda, de la crisis mundial del sigloXVH, y la interpreta como la consecuencia de un repentino episo-dio de "enfriamiento global" que coloc a muchas zonas de unplaneta superpoblado bajo una extrema presin, insistiendo enque no se trata de considerar tan slo el clima, sino que la crisissurgi de una combinacin de los factores naturales y los humanos,del empeoramiento de las condiciones climticas actuando sobre

    e j >C Uun rgimen demogrfico tenso .Algunos tal vez se pregunten si merece la pena que los historia-

    dores nos metamos a ocuparnos de los problemas que afectan hoya los hombres y mujeres de nuestro entorno, como si lo que hace-mos sirviera para algo. Yo pienso que, en efecto, nuestro trabajopuede aportar algo til, en la medida en que tenemos un papelesencial en la construccin de la memoria colectiva.

    Djenme que divague un poco acerca de la funcin de la memo-ria. Sabemos hoy que la memoria personal de cada hombre o mu-jer, aquello que contribuye a darle un sentido de identidad, no esun simple almacenamiento de percepciones del pasado. Contra laidea comn, nuestros recuerdos no son restos de una imagen queconservamos en el cerebro, sino una construccin que hacemos apartir de fragmentos de conocimiento muy diversos que ya eran,

    13. Geoffrey Parker, El desatollo de la crisis en G. Parker (ed.), La crisisde la monarqua de Felipe IV, Barcelona, 2006.

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    en su origen, interpretaciones de la realidad y que, al volverlos areunir, reinterpretamos a la luz de nuevos puntos de vista. La sim-ple produccin de un recuerdo puntual es un acto intelectual muycomplejo .

    Quien ms all nos ha llevado una nueva concepcin de la me-moria que la presenta como el fundamento de la conciencia es ungran neurobilogo, el premio Nobel Gerald Edelman, quien sealaque una de las funciones esenciales de la memoria es la de haceruna forma de recategorizadn constructiva cuando nos enfrenta-mos a una experiencia nueva. Esta recategorizacin no es una merareproduccin de una secuencia anterior de acontecimientos, sinouna estrategia para evaluar situaciones nuevas a las que hemos deenfrentarnos mediante la construccin de un presente recordado,que no es la evocacin de un momento determinado del pasado,sino que implica la capacidad de poner en juego experiencias pre-vias para disear un escenario contrafactual al cual puedan incor-porarse los elementos nuevos que se nos presentan. O sea, que larecategorizacin es el proceso por el cual la memoria interpretalos datos de situaciones nuevas que recibe la conciencia, basndoseen experiencias pasadas .

    Pienso que estas ideas acerca de la memoria personal valen tam-bin para comprender mejor la naturaleza de nuestra memoriacolectiva, que es la historia. La funcin de los historiadores no es lade sacar ala luz acontecimientos que estaban enterrados en el olvi-do, sino que lo que nos corresponde es usar nuestra capacidad decrear presentes colectivos recordados, si me permiten que adapteas la expresin de los neurobilogos, para contribuir a la forma-cin de una conciencia comn que responda a las necesidades delmomento, no deduciendo lecciones inmediatas de situaciones delpasado que no han de repetirse, sino ayudando a crear escenarios

    \4. Daniel L. Schacter, Searching for memory, The brain, chemind, and chepase, Nueva York, 1996; Alwyn Scott, Stairway ro the mnd, Nueva York,1995,pg.78.

    15. Gerald M. Edelman y Giulio Tononi. El universo deia conciencia. CmoJa materia se convierte en imaginacin, Barcelona, 2002 y Getald M. Edelman,Wider rhan che sky. A revolutionary view if consciousness, Londres, 2005; demodo semejante Giles Fauconnier y Mark Turner en The way we think. Con-ceptual bending and che mind's hidden complexices, Nueva York, 2002,sealan la importancia de la construccin de lo irreal, del uso de escenarioscontrafactuales, como son los de los presentes recordados.

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    en que sea posible encajar e interpretar los hechos nuevos que senos presentan.

    Pero cmo vamos a contribuir a esta elaboracin de escenariospara enfrentarnos al presente sin un conocimiento adecuado de losproblemas del mundo de hoy? Hablando de la globalizacin y delas pugnas que produce Hopkins ha escrito: Sus protagonistas sedirigirn cada vez ms a la historia para encontrar apoyo. A loshistoriadores nos toca la obligacin de asegurarnos cuando menosde que la historia que se utilice se base en evidencia y no en datosextrapolados y de esforzarnos en ver cmo podemos utilizar, encontrapartida, argumentos acerca del presente para mejorar nues-tra comprensin del pasado l .

    Unas palabras que me recuerdan que Fierre Vilar rechazabatambin el tpico simplista de que el conocimiento del pasadosirve para entender el presente, como si el estudioso que vive ence-rrado en el archivo, alejado del contacto con la calle y comunicn-dose intelectualmente tan slo con los miembros de su propia tri-bu, tuviese lecciones que dar a un mundo exterior que conoce maly que no es seguro que entienda. A esta visin tpica Vilar le opo-na, como un contraveneno, otra que nos propona comprender elpasado para conocer el presente, esto es, para someter a anlisis lainformacin deformante que recibimos, para defendernos de lairracionalidad cotidiana con la reflexin y para situar los conteni-dos adecuados detrs de cada palabra.

    Slo a la luz del conocimiento del presente se pueden exploraraquellas zonas del pasado que contienen enseanzas tiles para loshombres de hoy. Lo entendi en los momentos finales de su vida,mientras luchaba en la resistencia contra los nazis, Marc Bloch,que reivindicaba la capacidad del historiador para cambiar las co-sas. Una conciencia colectiva, deca, est formada por una multi-tud de conciencias individuales que se influyen incesantementeentre s. Por ello,

    formarse una idea dar de las necesidades sociales y esforzarseen difundirla significa introducir un grano de levadura en lamentalidad comn; darse una oportunidad de modificarla unpoco y, como consecuencia de ello, de inclinar de algn modoel curso de los acontecimientos, que estn regidos, en ltimainstancia, por la psicologa de los hombres.

    16. Hopkins, Globalization in worid htstory, pg. 9-

    | Quisiera insistir en estas hermosas palabras de Bloch: formarseuna idea clara de las necesidades sociales y esforzarse en difundir-la, porque me parece un esplndido programa para el trabajo deun historiador' .

    Para poder llevar a cabo una tarea semejante necesitamossumergirnos en la realidad, estudiarla de cerca, esforzarnos en en-tenderla. Para ello, est claro, necesitamos de la colaboracin de los

    f gegrafos, que deberan volver a echarnos una mano, como en el pasado, para ayudarnos a comprender mejor el mundo complejo

    que nos rodea. Tal vez debamos pedirles, para ello, que no caigan,I,como nos ha sucedido a nosotros, en la trampa de complacerse en

    el vicio solitario de una ciencia abstracta, sin utilidad social alguna,sino que se esfuercen en recuperar espesor de humanidad en su

    i; trabajo. De este modo podremos auxiliarnos, los unos a los otros,en la tarea de ensear a los hombres y mujeres de nuestro entorno,en estos tiempos de perspectivas tan sombras, aquello que WalterBenjamn acert a describir con tanta precisin: a descubrir lasfuerzas oscuras a que su vida ha sido esclavizada 18.

    17. Marc Bloch, La extraa derrota, Barcelona, 2003, pgs. 163-166.18. Walter Benjamn, Direccin nica, Madrid, 42005, pg. 30.