El Hombre Alienado Por El Pecado

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EL HOMBRE ALIENADO POR EL PECADO La Biblia designa originalmente como alienación la situación del hombre que abandona a Dios «para erigir sus ídolos en su corazón». Según el concilio, «el pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud» El concilio Vaticano II califica como «división del hombre» (GS 10,13): en el hombre hay tendencias espontáneas e imposibles de suprimir que contrastan con otras tendencias y con el curso inevitable de la naturaleza. Según una división tradicional, podemos considerar tres aspectos de este conflicto del «corazón» humano: el tema de la muerte, inevitable pero siempre aborrecida; el tema de la inclinación al mal (la «concupiscencia»), inclinación espontánea a ciertos comportamientos que el hombre juzga como malos; y el tema de la inevitabilidad del pecado, que mancha la existencia humana con un sentimiento de culpabilidad. El mensaje cristiano no insiste en el terror de la muerte, a no ser en cuanto que el Padre por Cristo les ofrece a los que creen en él la victoria sobre este terror. El hombre encuentra dificultades para caminar en simplicidad delante de Dios (Gén 6,9): de una manera espontánea e instintiva se ve inclinado a buscar la satisfacción inmediata, individual, terrena y temporal, independientemente de toda norma superior; aborrece incondicionadamente la muerte, el dolor y cualquier limitación de su bienestar. El Nuevo Testamento conoce el impulso espontáneo suscitado por el Espíritu Santo en el corazón de los fieles hacia el bien, pero habla también de los impulsos espontáneos hacia el mal que existen en el hombre, en cuanto «carnal» y «animal», esto es, en cuanto que no está animado por el Espíritu (Rom 1,24; 13,14; Gál 5,16-17; Ef 2,3; 4,22). La reflexión teológica ha intentado explicar el desorden, la falta de armonía existente en el hombre, dentro de dos modelos de pensamiento, positivo el primero v negativo el segundo. El primer modelo considera la concupiscencia como una fuerza

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EL HOMBRE ALIENADO POR EL PECADO

La Biblia designa originalmente como alienación la situación del hombre que abandona a Dios «para erigir sus ídolos en su corazón». Según el concilio, «el pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud»

El concilio Vaticano II califica como «división del hombre» (GS 10,13): en el hombre hay tendencias espontáneas e imposibles de suprimir que contrastan con otras tendencias y con el curso inevitable de la naturaleza. Según una división tradicional, podemos considerar tres aspectos de este conflicto del «corazón» humano: el tema de la muerte, inevitable pero siempre aborrecida; el tema de la inclinación al mal (la «concupiscencia»), inclinación espontánea a ciertos comportamientos que el hombre juzga como malos; y el tema de la inevitabilidad del pecado, que mancha la existencia humana con un sentimiento de culpabilidad.

El mensaje cristiano no insiste en el terror de la muerte, a no ser en cuanto que el Padre por Cristo les ofrece a los que creen en él la victoria sobre este terror. El hombre encuentra dificultades para caminar en simplicidad delante de Dios (Gén 6,9): de una manera espontánea e instintiva se ve inclinado a buscar la satisfacción inmediata, individual, terrena y temporal, independientemente de toda norma superior; aborrece incondicionadamente la muerte, el dolor y cualquier limitación de su bienestar.

El Nuevo Testamento conoce el impulso espontáneo suscitado por el Espíritu Santo en el corazón de los fieles hacia el bien, pero habla también de los impulsos espontáneos hacia el mal que existen en el hombre, en cuanto «carnal» y «animal», esto es, en cuanto que no está animado por el Espíritu (Rom 1,24; 13,14; Gál 5,16-17;Ef 2,3; 4,22).

La reflexión teológica ha intentado explicar el desorden, la falta de armonía existente en el hombre, dentro de dos modelos de pensamiento, positivo el primero v negativo el segundo. El primer modelo considera la concupiscencia como una fuerza extraña a la verdadera naturaleza del hombre, introducida desde fuera.

La concúpiscencia sería, por tantó, un conjunto de inclinaciones espontáneas e irracionales, que tienden hacia los valores sensitivos, especialmente a lo deleitable, y que no están sometidas a la razón, hasta el punto de que siguen sobreviviendo aun cuando las desapruebe la razón ,

pudiendo incluso arrastrarla hacia algo que ella misma juzga como malo.

El segundo modelo «negativo» de pensamiento, concibe la concupiscencia, no ya como una fuerza inserta en el hombre sino más bien como la

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supresión o debilitamiento de una fuerza, que debería completar y mantener en equilibrio a las demás inclinaciones, igualmente buenas.

El pelagianismo es la expresión de una actitud siempre presente en la vida intelectual de la humanidad, que tiende a considerarse autosuficiente en la construcción de su propia historia. Por eso, el pelagianismo no fue solamente un episodio cualquiera en la historia de los dogmas, sino una ocasión para que la Iglesia formulase conceptualmente uno de los aspectos más importantes de su antropología: el hombre nace en un estado en el que, sin el influjo del redentor, es absolutamente incapaz no solamente de salvarse, sino incluso de realizar una existencia verdaderamente humana.

El concilio cartaginense del año 418, que acabó prácticamente con la controversia pelagiana, enseña en su primer canon (D 222) que el hombre se ha hecho mortal por el pecado. No enseña, sin embargo, el concilio que sin el pecado la vida terrena hubiera sido interminable.

El concilio de Orange del año 529, al condenar a los semipelagianos, enseñó no sólo que la muerte ha sido introducida en el mundo por el pecado de Adán, sino también que, por este mismo pecado, ha quedado herida la libertad humana y el hombre se ha hecho esclavo del pecado. En el año 1546, el concilio tridentino: El primer hombre ha pecado, y por su pecado ha perdido la justicia y la santidad en que había sido constituido, se ha hecho mortal y ha caído bajo el imperio del diablo, «empeorando en el alma y en el cuerpo».

El concilio Vaticano II, al hablar de la división del hombre, pone su causa en este pecado del mundo. Por eso es legítima la tendencia, hoy bastante difundida entre los teólogos, a explicar la condición actual de la humanidad, fijándose en el pecado del mundo, esto es, en todos los pecados cometidos por la humanidad, en el pasado y en el presente. El concilio tridentino dice que por el pecado del primer hombre todos han sido hechos pecadores.

Trento afirma que los primeros hombres estuvieron ordenados intrínsecamente a la visión beatífica, y que esta ordenación implicaba en ellos la posesión actual de una perfección real interna, añadida gratuitamente a la naturaleza humana, con anterioridad a toda actitud del hombre, y que lo inclinaba a la opción sobrenatural por Dios.

En el Antiguo Testamento, Job 4,3-4.17; 15,15-16; 25, 4-6 y Sal 51,7 experimentan de alguna manera que todos los hombres, desde el principio, son impuros delante de Dios, no solamente por su vida personal, sino en cuanto que son «hijos del hombre.

En el Nuevo Testamento el texto clásico al que hace frecuentemente referencia la Iglesia para fundamentar su doctrina sobre el pecado original

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es el de Rom 5,12-21. Se utilizan en dicho texto tres categorías. A la primera podríamos llamarla religiosa.

La doctrina del concilio tridentino puede resumirse sintéticamente de esta manera. La afirmación principal está contenida en el canon 5 (D 1515): el pecado original desaparece por la gracia de Cristo en el bautismo de la iglesia, ya que entonces se borra «todo cuanto tiene verdadera y propia razón de pecado». Para que esta afirmación no sea interpretada de manera pelagiana, se coloca de antemano un sumario de la doctrina tradicional sobre el pecado original, tomado del concilio de Cartago (D 223 : D 1514) y del con-cilio de Orange (D 371-372: D 1511-1513), en donde se pueden distinguir cuatro aspectos:a) El aspecto cristológicob) El aspecto eclesiológicoc) El aspecto antropológicod) El aspecto «histórico

Queda de manifiesto cómo el pecado original guarda cierta analogía con el estado de pecado personal, condición en que permanece aquél que ha cometido un acto pecaminoso. Por consiguiente, el hombre en estado de pecado original sigue siendo libre, aunque incapaz de optar por Dios como amigo y salvador suyo, ya que le faltan las condiciones para el diálogo, mientras Dios no se le manifieste como salvador dándole la revelación y la gracia.

Podemos definir el pecado original de la siguiente manera: el pecado original es la alienación dialogal con Dios, esto es, la incapacidad de amar a Dios sobre todas las cosas, dependiente de un pecado, cometido al comienzo de la historia y solidario con todos los demás pecados del mundo. La Iglesia, al llamar «pecado» a esta alienación, llama la atención sobre la analogía existente entre esta condición y el estado que sigue al acto pecaminoso personal; habiendo una verdadera analogía, está justificada la terminología que empezó a usarse en tiempos de san Agustín. Pero dado que entre el pecado personal y el pecado original hay solamente una analogía, no podemos desaprobar la actitud de quienes, para evitar el malentendido de una univocidad, proponen un cambio de terminología..

Como conclusión: el que no es capaz de dialogar con el Padre, no está en Cristo, porque ha perdido la perfección de la imagen que se le concedió al hombre precisamente en orden a la vida teologal con Dios (cf. n. 137).

Por esta misma razón, el hombre en estado de pecado original está proyectado haciaCristo solamente en virtud de una ordenación óntica: la verdad es que entonces, infaliblemente, se encaminará a otros fines (hacia bienestar individual o colectivo, terreno y temporal), o rechazará todo fin, aceptando

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echar a perder su propia vida: de esta forma «pervertirá» su vida, desviándola del curso de la historia de la salvación.

La alienación dialogal con Dios hace que también degenere el diálogo con el prójimo, ya que, cuando no se vive en comunión con el creador, el prójimo se convierte en parte del yo egoísta o bien se reduce a ser un me-dio o un obstáculo para el propio bienestar individual.

De este modo el hombre, aunque viva en sociedad, está excluido de toda verdadera comunión universal. Al parecer, deberíamos concluir esta primera parte de nuestra antropología con la comprobación del fracaso de los designios benévolos del creador. Pero no hemos de olvidarnos, como con frecuencia ha sucedido en el pasado, de que la infeliz condición del hombre en Adán se nos ha revelado a la luz del evangelio de la gracia, precisamente para que resalte más el valor inaudito de este evangelio.

Reflexión personal

La libertad humana es un don que Dios nos ha regalado y debemos gozar de la alegría de ser libre. Sin embargo mucha veces caemos en la tentación de quererla rechazar porque el uso de ésta nos esclaviza y desearíamos no tener voluntad para así no pecar y no sentir la culpa que nos hace sentir ya que deseamos estar bien con Dios. El mal existe porque nosotros somos quienes lo permitimos, de hecho ya hay varias reflexiones que nos indican que éste no existe sino que es ausencia de Dios.

Pecado es ausencia de gracia, el mal es ausencia de bien, el bien si tiene plenitud pero el mal nunca la alcanzará porque en éste no hay perfecciones. Ni siquiera Satanás es plenamente malo porque entraríamos en un antagonismos entre el dios del bien y el dios del mal, sin embargo sabemos que solamente hay un Dios que es perfectísimo y el cual es la Suma Bondad y esto no equipara en el caso del demonio ya que él no es el sumo mal, aún en este ser prevalece algo de bondad y así como al ser humano nos hace imperfecto el mal que nos acecha, al maligno lo hace imperfecto el bien con el que fue creado.

El hombre fue creado para la vida, sin embargo el mal uso de la libertad de nuestros primeros padres nos hizo mortales porque por el pecado entró la muerte. A Adán y a Eva se les presentó un fruto muy atractivo que además les proporcionaría muchas cosas que su soberbia mente anhelaba y así pasa en la actualidad con la humanidad entera, ya que el mundo nos ofrece muchas cosas que nos llaman la atención y que nos hace olvidarnos de nuestro Creador y poner nuestros deseos por encima de su amor infinito.

Es muy cierto que nosotros por sí solo somos incapaces de recuperar la gracia, fue necesaria la muerte de Jesucristo para que se nos devolviera la amistad con Dios y día a día necesitamos de la Misericordia para ser

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perdonados, sin embargo esto no nos convierte en personas pasivas, esperanzadas al perdón de Dios por la pura gracia sin hacer un esfuerzo personal por estar bien con Dios. El ser humano es más libre y más feliz cuando es fiel a las leyes y éstas son aceptadas en la medida que se ama a Dios. Cuando cumplimos una ley por miedo a ser castigado no se está gozando de una libertad y mucho menos de la felicidad. Los mandamientos se deben de cumplir por el temor de fallarle a Dios y se aclara la palabra “temor” muy diferente al terror.

En cuanto a la concupiscencia, es un tema que me crea confusión ya que es algo evidente que el hombre por naturaleza se inclina hacia el mal, y es mucho más fácil hacer el mal que hacer el bien aunque después duela más el pecado que el bien que se hizo pero esto no quiere decir que el hombre haya sido creado ya con esa inclinación, la pregunta sería, en qué momento el ser humano comienza a atraerse hacia el mal y según mis respuesta es en el momento en que comienza a tener contacto con la sociedad. Veamos por ejemplo el caso de un bebé, de un niño pues no tienen malicia, pero en medida que se va desarrollando en la sociedad surgen necesidades que lo orillan a caer en constante pecado, cegado por obtener placeres propios y alimentar su soberbia. La mejor manera de salir del pecado es enamorándose de Dios y esto se logra con la oración, con su Palabra y con los sacramentos.

ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA

EL HOMBRE ALIENADO POR EL PECADO

REPORTEDE LECTURA QUE PRESENTA:

HERACLIO CHAVEZ VILLALOBOS

ASESOR DEL CURSO:

PBRO. VÍCTOR RAMÍREZ AGUILAR, MSP

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TARÍMBARO MICHOACÁN A 22 DE SEPTIEMBRE DE 2012