El Hombre Que Se Ha Perdido a Sí Mismo

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El hombre que se ha perdido a sí mismo [Cuento. Texto completo.] Giovanni Papini

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El hombre que se ha perdido a s mismo[Cuento. Texto completo.]

Giovanni Papini

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Nunca he tenido pasin por los bailes o por los disfraces, y no s cmo dije que s al seor Secco, que me invit a una fiesta que daba la ltima noche de carnaval. La nica razn, creo, fue sta: que todos tenamos que ir vestidos con un domin blanco y un antifaz negro y bailar sin hablar. Para ver lo que sera, fui.Qu noche tan extravagante fue aquella! Quin era el hombre y quin era la mujer? Encima de cada cara haba un antifaz de raso, negro; sobre cada cuerpo, un holgado ropn blanco, Bailaban, creo, incluso hombres con hombres y mujeres con mujeres, y nadie hablaba. A determinada hora terminaron los bailes y todos aquellos embozados, silenciosos, comenzaron a vagar por las habitaciones alfombradas sin hacer ruido ni siquiera con los zapatos, e iban del brazo, o solos, o en grupos, sin orden, sin saber qu hacer. Aquel silencio bajo las grandes luces tranquilas de aquella multitud blanca y negra era ms pavoroso que una misa de difuntos.A m, no acostumbrado a aquella ceremonia de saltar en pareja, el calor y la fatiga me haban producido dolor de cabeza, de manera que estaba cubierto por un sudorcillo helado y temblaba como si tuviera fiebre. Notaba una confusin, una debilidad tal, que si hubiese tenido fuerza me habra escapado en seguida. Me pareca que la sangre bajara poco a poco del cerebro, que las piernas se doblaran; senta una opresin angustiosa alrededor del estmago y de la espalda. Estaba a punto de desmayarme, imagino, cuando, levantados los ojos para buscar la salida ms prxima, se me puso delante un grandsimo espejo que iba desde el suelo hasta el techo, y tan ancho que cubra media pared. En este espejo se vean reflejados todos aquellos mascarones blancos y negros que vagaban por all y me entraron ganas -estpidas ganas infantiles- de mirarme, de ver qu tal estaba metido por primera vez en aquel desmaado vestido.Miro..., remiro..., busco..., contemplo el espejo..., me asusto. Pero dnde estoy, Dios mo? Quin soy? Cul es mi cuerpo entre todos estos cuerpos iguales? Yo ya no estoy!Todos iguales, todos de la misma manera! No ser capaz de encontrarme?Estoy con la cara hacia el espejo..., pero hay otros que la tienen tambin en la misma direccin.Yo soy alto, pero casi todos son tan altos como yo. Me muevo para reconocerme, pero casi todos se mueven a mi alrededor!Dnde estoyyo, pues, entre todos ellos?Dnde est mi yo entre toda esta gente extraa y silenciosa? Todos blancos con las caras negras... Yo tambin, como los dems..., todos iguales, todos Pero yo me quiero a m! Quiero buscarme! Quiero sentirme a m mismo! Verme con los dems, pero diferente,destacadode los dems!Quiero verme, ser yo!Me he perdido; me he perdido a m mismo...Dnde estoy? Bsquenme, encuntrenme!...Mientras as me afanaba se me nublaron los ojos, sent que caa al suelo, y desde entonces, en bastante tiempo, ni supe ni vi nada ms.2Cuando recomenc a ver y a hablar era el tercer da de Cuaresma. Me encontr en un corredor largo y blanco, metido dentro de una cama de hierro negro, en medio de varias camas negras iguales a la ma, y de las sbanas iguales y blancas asomaban rostros blancos y amarillos como el mo. Tambin all me busqu: al sentirme murmurar acudi un doctor vestido de blanco que me mir con curiosidad y me pregunt qu me pasaba. Le dije, en pocas palabras, que me haba perdido a m mismo en una fiesta y que quera encontrarme lo ms pronto posible. El doctor, como es costumbre de esas bestias presuntuosas, sonri cortsmente, me recomend que estuviera tranquilo y me dijo que me contentara. Sin embargo, saba perfectamente que no haba credo una palabra de cuanto le haba dicho y, dentro de m, comenc a pensar en la manera de salir de aquellas sbanas blancas y de aquella cama negra.Al da siguiente vinieron otros doctores y, todos de acuerdo, dijeron que estaba fuera de m.Era verdad, pero no como lo entendan ellos. Me haba perdido a m mismo, no la razn. Esta razn no era la ma, porque la ma la haba perdido junto a m mismo, pero era una razn y, por tanto, no estaba loco.Tanto es as, que entenda lo que decan y responda, sin equivocarme, a sus preguntas. Pero de nada me sirvi con aquellos bobos obstinados.Y entonces? Pens escapar y, dicho y hecho, despus de dos das de aquel sufrimiento, a la hora en que vena la gente de fuera para ver a los enfermos, me confund con otros y sal a una plazoleta soleada que reconoc en seguida. La primera cosa que hice fue ir a casa de aquel seor Secco, que me haba invitado a la fiesta, esperando que me encontrara all, en aquella habitacin. Llego, doy un tirn de la campanilla, y viene a abrirme un muchacho que no me quera conocer. Le di un empujn y pas. El seor Secco estaba tumbado en una mesa y dormitaba, pero se despert al or ruido, salt, agarr un bastn que tena siempre cerca y, en cuanto me reconoci, me hizo un montn de caricias, se congratul conmigo por el peligro de que haba escapado, me dio de beber y escuch muy serio mi narracin. El seor Secco no es un doctor y por eso no dud de lo que me haba ocurrido. Es ms, me acompa por toda la casa para convencerme de que yo no me haba quedado all la noche de la fiesta. As, pues, me haba perdido en algn otro sitio! Quin poda saberlo? Pregunt al seor Secco los nombres de todos los que haban ido a su baile y l me dio la lista sin hacerse rogar. Qu amable y servicial estaba aquel da! Del seor Secco nunca he tenido ocasin de quejarme, ni entonces ni despus.Sal de su casa un poco consolado, pero no contento. Dnde poda haber ido a parar? Me acord de aquel alemn -de Pedro Schlemil- que haba vendido su sombra y la iba buscando por el mundo. Pero l no haba perdido casi nada comparado conmigo, que haba perdido el alma, el cuerpo, todo!Vagu por la ciudad hasta la noche, y miraba a la cara de todos los que encontraba para reconocerme, y todos me miraban mal, y nadie era yo. Fui a casa de aquellos que haban estado conmigo en aquella maldita fiesta de las mscaras blancas. Pero uno estaba fuera; otro no me dej entrar; el tercero me trat mal; el cuarto quera llamar a la Polica para que volvieran a llevarme al hospital; el quinto me dio la direccin de un mdico; el sexto me aconsej el uso del agua fra; el sptimo me hizo un gran recibimiento, pero no quiso ni or hablar de mi pena; el octavo neg que hubiera estado en el baile; el noveno admiti que haba estado, pero no se acordaba de nada; el dcimo estaba enfermo y no hizo otra cosa que desahogarse conmigo sobre la inutilidad de los purgantes; el undcimo se acordaba perfectamente de la fiesta y me dijo que estaba en la sala cuando vio caer como muerta a una mscara, pero no saba otra cosa sino que aquel desvanecido no era l; el duodcimo palideci cuando le habl del baile y sac la bolsa ofrecindome dinero; el decimotercero...Qu importa el decimotercero! Fueron todas visitas intiles y palabras perdidas. Y cuando, por la noche, volva hacia casa, me desesperaba y preguntaba continuamente en voz baja: Dnde estoy? Qu har para reencontrarme?3Cunto me busqu tambin los dems das! Entr en cien cafs; pas las noches en diez teatros; tom parte en demostraciones polticas; asista a los sermones de Cuaresma; me hice invitar a comidas y recepciones; fui a las clases de la Universidad; me mezcl con la gente de los paseos; pas horas enteras en la ventana, o quieto en la acera junto a una esquina; mir y escrut miles y miles de caras, segu a miles y miles de hombres, siempre con la esperanza de reencontrarme y la desesperacin de no reconocerme.Se me ocurri imprimir unos manifiestos con la descripcin exacta de cmo era antes de perderme, y aquello s que fue grande. Al cabo de un da que los avisos estaban en las paredes, me atraparon tres o cuatro tipos que decan: Es ste, es ste! Y as gritando me llevaron a mi casa. Golpearon la puerta, tocaron el timbre, llamaron, pero nadie respondi. Yo no tena ni familia, ni criada, y en casa no haba nadie. Al fin, indignados, me dejaron.-Maldito t y quien te busca!-Pero qu buscar! Esta es una burla de algn seor extravagante. Los hombres no se pierden como los perros!Estbamos ya casi al final de la Cuaresma y todava no tena ningn indicio de m, y cada hora que pasaba era una esperanza menos. Senta que viviendo de aquella manera, con aquel deseo, con aquella congoja, me volvera loco de verdad, y no vea la manera de salir de todo eso. Pasaba el da mirando y espiando a la gente, y los ojos me salan de la cara a fuerza de mirar; me haba crecido la barba; me haba vuelto seco, amarillo, espantoso. Cuando pasaba por delante de un espejo, volva los ojos a otra parte para no verme. Me daba cuenta de que los hombres, las mujeres, y especialmente los nios, se rean a mis espaldas, y alguna vez incluso a la cara. Muchos caballeros me preguntaban, con aire piadoso, si me encontraba mal.Una vez, una viejecita me regal algunas pastillas, elogindolas mucho.Pero no estaba enfermo, no.Me quera a m mismo! Qu haba de malo en ello? Todos los hombres quieren este bien. Cada uno se posee a s mismo: nadie puede ser privado de s mismo. Por qu aquella imposible, inaudita desgracia me haba sucedido precisamente a m? Qu haba hecho para merecerla? Acaso porque haba ido a aquella estpida fiesta? Y los otros, entonces? Tambin ellos haban ido, y haban vuelto a su casa con su cuerpo y su alma, y ahora se rean a mi costa! Sin embargo, tena que haber un medio para poner remedio a tal desgracia. Quien no muere se encuentra. Se encuentra un bolso ajado, y no se encontrara un hombre? Qu hace el Ayuntamiento que no se ocupa de estos casos? Y el Estado, no es responsable de todos los ciudadanos?Movido por esos y parecidos pensamientos, fui una maana al casern del Municipio, sub al despacho del Registro Civil y pregunt a un empleado en dnde se encontraba en aquel momento Fulano de Tal, es decir, yo mismo, el yo que haba perdido. El empleado me pidi dinero, y, despus de haber buscado un poco, me dijo mi direccin, la direccin de mi casa! Intent entonces explicarle que aquella haba sido, en efecto, la casa de aquella persona, pero que desde haca algn tiempo se haba perdido y que precisamente por eso preguntaba en dnde podra encontrarla. Aquel ignorante no quiso o no supo entenderme; me dijo que no era posible que uno se perdiera a s mismo y que, de todos modos, l no saba nada ms. Le contest que la cosa era tan posible que me haba sucedido precisamente a m, y que l, como funcionario del Municipio, tena el deber de saber dnde se encontraban todos los habitantes de la ciudad, del primero al ltimo.No hubo manera: l empez a gritar, yo a chillar.Llegaron sus compaeros y me echaron de all por las malas.Cuando estuve en los porches del palacio me dejaron, y yo, en lugar de escapar, empec a pasear arriba y abajo, furioso, esperando a que saliera alguien que pudiera darme tazn. Paseando de esta manera, a lo largo de la pared, me llam la atencin un gran cartel que tena escrito arriba:Objetos perdidos encontrados. Me estremec, y me puse a leerlo con cuidado: siete llaves, una cartera con tres letras, una aguja de plata, dos pares de gafas, unaDivina Comedia, un bolso de seora, cinco paraguas,un domin blanco con mscara negra......Sent un escalofro por la espalda. Mi domin? Era un indicio, el primer indicio! Corr al despacho donde guardan todas las cosas encontradas y ped mi domin. Di todos los detalles que me solicitaron: me ensearon mi vestido blanco. Estaba un poco sucio por una parte, pero lo reconoc: era el mo! Lo haba encontrado un muchacho, el primer da de Cuaresma, por la maana temprano, en la calle donde viva el seor Secco. Todo contento lo li, me met el antifaz en el bolsillo y sal corriendo hacia casa.Por qu estaba tan contento? Sin embargo, aquel maldito saco blanco haba sido el motivo principal de mi desgracia y, en aquel momento, no poda verdaderamente ayudarme a encontrarme a m mismo.Pero, como empujado por un anhelo sin tazn, apenas llegu a casa, me lo puse nerviosamente, me coloqu la mscara sobre la cara y corr ante un gran espejo antiguo, en el que haba pintadas, hacia los ngulos, algunas descoloridas flores sentimentales.Me mir... Heme aqu!Era yo! Soy yo!Me haba encontrado. Era yo, en persona. Yo solo.No haba otros hombres a mi alrededor.El vestido blanco era mo y senta que dentro de l estaba mi cuerpo; la mscara negra era la ma y cubra de verdad m rostro. Me reconoc. Haba vuelto. Me haba atrapado a m mismo. Re y llor de gozo. Me acarici.Pero desde aquel da no he tenido el valor de desnudarme, y estoy siempre en casa, solo, vestido con mi domin blanco, con mi mscara negra sobre la cara, para estar seguro de no perderme nunca ms...FINPalabras y sangre, 1912