El imperio azteca y otros cuentos

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EL IMPERIO AZTECAY OTROS CUENTOS

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© JORGE ALBERTO LEY DELGADO

CUIDADO EDITORIAL

• Dirección de PublicacionesDISEÑO

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• Irma Itzel Avendaño MenesesCORRECCIÓN DE ESTILO

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ILUSTRACIONES: ALIBEY RAMOS SANTOS.

D.R. © 2007 Consejo Estatal para lasCulturas y las Artes de Chiapas, Bou-levard Ángel Albino Corzo No. 2151,fraccionamiento San Roque, TuxtlaGutiérrez, Chiapas. C.P. 29040.

ISBN: 970-697-225-5HECHO EN MÉXICO

Lic. Juan Sabines GuerreroGOBERNADOR DEL ESTADO DE CHIAPAS

Mtro. Alfredo Palacios EspinosaDIRECTOR GENERAL

Lic. Óscar David Herrán SalvattiCOORDINADOR OPERATIVO TÉCNICO

Lic. Carlos Gutiérrez VillanuevaDIRECTOR DE PUBLICACIONES

Jorge Alberto Ley Delgado

EL IMPERIO AZTECAY OTRO CUENTOS

CONSEJO ESTATAL PARA LAS CULTURAS Y LA ARTES DE CHIAPAS

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CONTENIDO

Los 3 gigantes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

El cementerio de los antiguos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14

La colonia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

La nueva especie . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

El inventor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

La sociedad perfecta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26

Dr. geoff . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

La burbuja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32

La voz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34

El fin del mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37

El imperio azteca capítulo ICuauhtémoc: emperador de los aztecas . . . . . . . . . . . . 39

Capítulo II México en la mira del mundo . . . . . . . . . . . 45

Capítulo III La guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

Capítulo IV “El ejército de los ocho grandes” . . . . . . . . . 52

Capítulo V Cuauhtémoc: emperador del mundo . . . . . . . 54

La armadura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

Los comenubes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

El pergamino y la pluma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

El futuro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68

El escudo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74

La biblioteca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78

El espejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

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Los 3 gigantes

HACÍA MÁS DE 4,500 años que el último ser humano había pereci-do; de entre la tierra árida nacieron tres gigantes, los cualescontrolaban grandes extensiones de terreno. Lentamente latierra se repuso de su mal estado, mediante la ayuda de es-tos tres personajes de proporciones mayúsculas. Diariamen-te, Pasado, que era el nombre de uno de los tres gigantes,regaba la tierra con una escudilla, el agua la extraía de unode los diez pozos que había cavado; esa ardua tarea le toma-ba alrededor de tres horas. Para cuando concluía, su herma-no, cuyo nombre era Presente, le decía: “qué caso tiene queriegues la tierra para que crezca pasto verde, no existe nin-gún ser humano, que haga uso de los frutos de la tierra”. Aloírlo, Futuro, que era el nombre del hermano mayor; agregóque, si existiese un ser humano de seguro que construiríauna máquina para aprovecharse de la tierra, y si estuviesendos, el primero le vendería al segundo el producto que la tie-rra generosamente brinda sin cobranza alguna.

Franqueado el medio día, y después de un frugal desa-yuno, Pasado, Presente y Futuro se dirigieron a una lagunaen la que, se observaban peces extraños; uno de estos es-pecímenes poseía en su cuerpo cuatro colores: negro, azul,

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Dos árboles cayeron a los pies de Pasado, Presente y Futuro.“¿Qué hacen?”, preguntó atemorizado Presente. “Es la talade primavera”, contestó Pasado, y continuó: “diariamenteuna veintena de hombres se dedican a cortar estos árbolespara convertirlos en utensilios u objetos que el hombre con-sidera de primera necesidad o simplemente de lujo”. “Ahoraentiendo por qué en el lugar donde vivimos no existen árbo-les”, indicó Presente. “Actividades como la que acabamosde presenciar se dan en todas las partes del mundo. Árbo-les, mares, lagos, vaya, pues, flora y fauna, para ser másconcreto, son las presas del hombre diariamente”, puntua-lizó Pasado. En ese mismo instante el reloj emitió un pujan-te sonido y de un solo paso retornaron a su época.

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amarillo y rojo, lo que, unado a sus cinco ojos, lo hacía unpez sumamente atrayente.

Pasado comunicó a sus hermanos que les mostraríacómo era el planeta Tierra cuando el ser humano lo habita-ba. De una vasija extraña y un tanto deforme, extrajo unreloj de arena, artefacto formado por dos cilindros de vidrioque se unían entre sí, dotándole de una forma sumamenteagradable a la vista.

Pasado colocó el reloj de arena sobre una pequeña mon-taña, y los tres peculiares hermanos se sentaron a esperar aque sucediese algo.

Transcurridos un par de minutos, el reloj comenzó avibrar y de un único paso fueron trasladados a la época enque el ser humano pobló la tierra. Una gigantesca nube losubicó sobre una gran urbe, y el ruido ensordecedor molestóa Presente y Futuro. “¿Qué son esas cajitas que se muevende un lado a otro?”, preguntó Futuro. “Son automóviles”, res-pondió Pasado. “¡Qué ruido! ¡Qué ruido!”, exclamó Presente.

La nube los llevó hasta un rascacielos, dentro del que, sepodía observar pequeñas criaturas que andaban unas yotras en un estado de encrespamiento. La aflicción se lespodía notar en cada uno de sus rápidos movimientos. Alcabo de un buen rato, Pasado ordenó a la nube que los tras-ladase a un lugar que los terrestres denominaban selva.“Quedan únicamente tres minutos antes de que la arena delreloj termine, démonos prisa”, le ordenó a la nube. Ésta ace-leró el ritmo de avance a una velocidad increíble. Ya en laselva, bajaron de la nube, caminaron lentamente; un pensa-miento cruzó por la mente de Futuro y comunicó a Pasadoque los seres humanos podrían mirarlos, ya que habíanbajado de la nube”. “No te preocupes, es imposible que no-ten nuestra presencia”, respondió Pasado.

No bien habían dado el décimo paso, cuando se escuchóun ¡fuera abajo! Acompañado de un estruendoso ruido, unsegundo ¡fuera abajo! Y su consiguiente ruido ensordecedor.

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estar en el campo de batalla, mi posición natural es al ladode un rey, brindarle protección ante cualquier peligro; ¿re-cuerdas cuando juntos defendimos la misma causa?” “Lo re-cuerdo, mi viejo amigo”, respondió, y continuó diciendo:“Encontrar aquella montaña de tesoros de incalculable valorfue para mí lo más grande que he realizado; la larga esperaa que nuestros reyes, expertos en la administración de talesrecursos, llegaran, fue un tanto monótona, los 3,000 com-batientes que tenía a mi cargo, aún cansados por la terriblecarnicería, me observaban esperando recibir la orden de quetomasen cuanto desearan de aquellos doblones de oro, pla-ta y bronce”. “Sí, contestó el otro, al tiempo que realizabaesfuerzos enormes por buscar un lugar donde sentarse, “encambio para mí fue el día más triste, no escoltar a mi rey ensu larga andanza; me tenía preocupado, y si bien la guardiareal infundía terror al más desalmado, entre todos yo era elúnico que contaba con la experiencia suficiente para hacer-le frente a cualquier amenaza”.

“Pero ahora que observo, respondió uno de ellos, que lastécnicas y las formas de combate han cambiado radicalmen-te, no me queda más que recordar con nostalgia mis tiem-pos. No entiendo la nueva forma de guerrear de esta gente,presionan unos cuantos cuadros, observan una especie decajas que emiten una luz brillante y sus enemigos son elimi-nados casi al instante. Extraña forma, no existe para nada elsentido del honor, la valentía y la entrega a una noble causa,todo se resume a la acción antes que la palabra”. “Mi sombraha vagado en un interminable número de sitios y puedodecirte, dijo el otro, que en casi todas partes es lo mismo;con excepción de algunos sitios, en estos lugares la lucha espor alimento, los seres que he observado tienen una formaextraña, sus huesos sobresalen por entre la escasa carne, pla-gas los persiguen a donde quiera que van. ¡Eso, mi viejoamigo, es terrible! En nuestro tiempo las personas no sufrí-an por escasez de alimento, la sana distribución hizo prospe-

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El cementerio de los antiguos

LOS 24 GUERREROS ANTIGUOS yacían en sus respectivas tumbas, ellugar en el que sus restos descansaban era sagrado y ningúnhabitante de los poblados cercanos y lejanos se atrevía a cu-riosear siquiera por sus alrededores.

Una mañana de invierno la sombra de dos de los 24 gue-rreros se hizo presente en su respectiva morada; el primerode ellos portaba un singular atuendo, elaborado por finastelas confeccionadas en lugar y fecha imprecisos; su larga yafilada espada, hecha de oro puro denotaba su valor y lopeligrosa que era.

El segundo guerrero, el de menor rango entre todos, por-taba un atuendo más discreto, de tela que sencilla y pococolorido; su pequeña espada hecha de plata pura, que estuvoal servicio de un rey cuyo nombre la historia condenó al olvi-do, fue la incansable defensora del reino. Pero ahora que delos dos guerreros quedaba únicamente su sombra, no podí-an participar en ningún combate, y se lamentaban el uno yel otro estar atrapados en el eterno y prisionero limbo.

El de mayor jerarquía dijo: “Cuán feliz me haría participaren una batalla, blandir mi espada en nombre de un granrey”. El otro inquirió: “Mi humilde posición no me permitiría

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La colonia

LA JUNTA COMENZÓ A eso de las 2:15 p.m., cuando los rayos sola-res incidían con mayor fuerza sobre la tierra húmeda; el díaanterior, las gruesas gotas de una lluvia persistente hume-decieron de manera significativa toda la pradera. La cualorgullosa presentaba un sinfín de flores, desde las máspequeñitas que apenas rebasaban unos cuantos milíme-tros, hasta las que se erguían a medio metro del suelo. Ma-riposas surcaban el cielo intentando esquivar entre piruetasy saltos, dignos de un acróbata de circo, los rayos solares.Al mismo tiempo que un gusano realizaba esfuerzos enor-mes por salir del suelo, las abejas no se daban abasto en elacarreo constante del néctar de las flores.

No muy lejos de allí, un hormiguero cuyo montículo eraenorme, se cimbraba ante la voz de la hormiga reina, la cualpor tercera ocasión repetía: “La humanidad es la causa deque nosotras vivamos debajo de la tierra, para nadie es des-conocido, ni para el mismo hombre, que representamosmayoría de todas las criaturas del planeta, nuestros primoslos insectos están de acuerdo en esto” “¡Viva! ¡Viva la reina!”exclamaban las hormigas obreras, al tiempo que lanzabanpequeños trozos de hojas por el aire. Las larvas, a un solo

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rar a más de una docena de regiones.” “La verdad, respon-dió su contraparte, ya no deseo que mi sombra observe tan-tas calamidades de este tiempo tan horrendo, apresurado ytriste; por eso, he pedido a los dioses antiguos que mi som-bra no vague nunca más.

A la mañana siguiente, las sombras de uno y otro guerre-ro desaparecieron de la faz de la tierra para siempre.

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Nuevamente los gritos de júbilo cimbraron la colonia, ylas hormigas celebraron toda la noche, bebiendo una com-binación de extracto de jugos de frutas, para fortalecerlas enla batalla que estaba pronta a comenzar.

Al día siguiente, un movimiento espectacular hizo que elhormiguero quedase destruido ante la peculiar fuerza deuna pala, que de tajo arrancó el hogar de las hormigas; y enese movimiento, la reina encargada de la insurrección detodas las hormigas, falleció. Como murieron miles y milesdentro de la colonia debido al acontecimiento atroz. Cuandolos hormigueros de todo el mundo se enteraron de la tristenoticia, las armas fueron depuestas antes de que la guerracomenzase.

En ese mismo instante, cuando la reina era sepultadacon honores, en pleno entierro un par de seres humanos,armados con palas acabó con toda la colonia, puesto que enese lugar habría de construirse una casa.

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paso de convertirse en pupas y posteriormente en adultas,se retorcían dentro de su pegajoso encierro.

—Es hora de rebelarse, los hijos de los hombres arruinannuestro hogar, incendian nuestras casas y nuestra esperan-za de vida decrece día a día ante las constantes arremetidasdel hombre–, y antes de recibir gritos de júbilo por parte desus obreras, continuó: –he mandado a diez de mis mejoresemisarios a diferentes partes del mundo, solicitándoles a lasdemás reinas apoyo militar, la hora de retomar el planetatierra ha llegado– ¡Viva la reina! ¡Libertadora de las hormi-gas! El calor aumentaba con cada grito de júbilo; en eso dos,hormigas que custodiaban la entrada al hormiguero abrie-ron paso a uno de los diez emisarios, no sin antes revisarlacompletamente para evitar un posible intento de asesinatoa su adorada reina. Tiempo atrás, una reina, cuyo hormigue-ro se localizaba a cientos de metros, le había declarado laguerra, por considerar un acto de perpetración a su sobera-nía, haber transportado el cadáver de un gusano que, sedecía, había muerto en sus terrenos; de ahí pues que laseguridad dentro y fuera del hormiguero fuera estricta.

El emisario se acercó a la reina; dos hormigas guerreras,graduadas de la escuela militar con los más altos promedios,se le acercaron para proteger la integridad de la reina. “Hasde disculparme, hormiga obrera, pero es bien sabido que lareina del sur, en más de una ocasión, ha intentado hacermedaño”. Eso lo sé, contestó el emisario, te ruego que permitasleerte el mensaje de un centenar de hormigueros ubicados enel viejo continente”; y sacando lentamente un rollito de papel,que tenía escritos caracteres en clave, cuyo código le eraincomprensible al ser humano, leyó en voz alta: “Provisionesal tope, tropas listas, y puesto que tú, reina del oeste, eres laprimera en convocar a una guerra tan singular, de ahora enmás eres la responsable y la máxima autoridad mientras durela guerra. Enviamos saludos y esperamos instrucciones. Res-petuosamente, los hormigueros del viejo continente.

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en toda la extensión del término, con normas, códigos detoda clase y, por supuesto, con respeto mutuo. Sin embar-go, en algún rincón de ese vasto entramado mental, el serhumano, dueño y señor de todo lo existente en el planeta,enloqueció y palideció ante la serie de barbaridades quecometió en contra de sí mismo, es decir, en perjuicio de laraza humana. Como era de esperarse, cuando trató de re-mediar la situación, ya no sólo era tarde, sino que tres cuar-tas partes de la población mundial habían perecido, pormúltiples causas. Y las pocas personas que sobrevivieron,soportaron durante algún tiempo las heridas de una guerranuclear como nunca antes en la historia humana.

El nuevo humano caminó, para beneplácito de los doscientíficos, encerrados en esa mediana biosfera construidapor ambos. Él los observaba como idiotizado; una mirada,de derecha a izquierda, era muestra inequívoca de que igno-raba todo a su alrededor. Y no sólo manifestaba ignorancia:el miedo era una constante en todo lo que observaba. “Venaquí”, ordenó George. T12, ese fue el nombre que le pusie-ron, obedeció al instante. “¿No crees que le falte la inteligen-cia necesaria para responder y adaptarse?” Cuestionó Max.No lo creo, respondió su amigo de toda la vida.

El día siguiente fue destinado a enseñar a T12 todos losnombres de los objetos circundantes. “Vaso, vaso”, le decíapor segunda ocasión Max. “Mesa”, le decía George.

Convencidos de que debían buscar un método en el queT12, aprendise con rapidez, los dos científicos se sentaronante poderosas computadoras para diseñar un programaque le permitiera a su creación un aprendizaje dinámico yeficaz. Estaban tan absortos en esto, que su creación co-menzó a caminar y observar todo a su alrededor. En prime-ra instancia, el miedo le impidió tocar algunos objetos, perodespués de un par de horas los tomaba entre sus manos ylos analizaba cual microscopio pone al descubierto lossecretos de un tejido.

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La nueva especie

LOS DOS CIENTÍFICOS ORGULLOSOS observaban atentamente a su crea-ción. Es perfecto, decía uno. “Me parece que le falta algo”,argüía el otro.

Max y George, los únicos sobrevivientes a la tercera ycuarta guerra mundial, habían creado a un nuevo ser huma-no. Mientras que Max era genetista de toda la vida, Georgehabía revolucionado el campo de la medicina en un par deocasiones. Al principio, la comunidad científica no avalabasus proyectos por considerarlos una tentativa en contra dela naturaleza, pero ahora, que tan sólo tenía la compañía desu mejor amigo, podía sin ningún obstáculo llevar a cabo suidea de “ser humano perfecto”.

El planeta Tierra era parcialmente un verdadero basure-ro de toda clase, podían verse aquí y allá muestras de lascivilizaciones pasadas y presentes. Una llanta aquí, un aco-razado por allá. Las consecuencias de la cuarta guerra mun-dial fueron catastróficas. Max y George sobrevivieron gra-cias a un refugio que construyeron en tiempos de paz,aquellos tiempos en los que se creía que el ser humano, pro-ducto de largos años de evolución, había abandonado elestado de salvajismo para constituirse en un ente racional

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El inventor

LA MEDIANA CAJA, COLOCADA en una de las esquinas de la habita-ción, contenía una serie de pequeñísimos mecanismos dediversas formas y múltiples usos. En otra esquina, se obser-vaba un reloj, al cual sólo le hacía falta que le ajustasen lahora correcta. Un cuadro colgado enfrente de la cama, pin-tado en una fecha imprecisa, y sin que su creador lo termi-nase, mostraba una docena de relojes de distintos tamañosy con diferentes horas.

El inventor aún se encontraba en cama y profundamen-te dormido, cuando los 24 relojes de toda la casa indicaronlas 8:00 a.m. El efecto acústico de los respectivos campana-zos provocaron que los muros se cimbraran.

El inventor se levantó, y, tallándose los ojos por un par desegundos, con aire resuelto se dirigió a la cocina. Su fielempleada doméstica le tenía listo el desayuno, y un pitidoagudo provocó que su creador revisara el indicador de cargade las baterías, después de conectar a Dorothy en uno de lostantos enchufes de la cocina. Comenzó a desayunar. Cadabocado era acompañado de una pausa, de una mirada haciala puerta de su laboratorio. Finalmente, a las 8:32 a.m. se in-ternó en su laboratorio y se colocó la bata que estaba colga-

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En un acto fortuito, T12 activó el botón correspondientede la puerta de la biosfera, salió y observó un panorama de-solador: cráneos, esqueletos enteros y semienterrados porgruesas capas de polvo, otros más aplastados por tanques yarmas que fácilmente rebasaban los cientos de toneladas. Aldar su décimo paso, sus pulmones se colapsaron, puestoque el oxígeno proporcionado por la maquinaria de la bios-fera no abarcaba más allá de donde T12 se hallaba. En unacto desesperado trató de retornar, pero fue demasiadotarde, sus débiles piernas lo arrojaron al suelo y, carente delsentido del habla, falleció segundos después.

Una hora más tarde, Max y George localizaron a su crea-ción tirada y semienterrada por un polvo negruzco. Max ledio la vuelta y al observarlo con los ojos salidos, los labiospartidos y el rostro inflamado debido a la presión de variasatmósferas y la alta contaminación, lo colocó en la posiciónen la que lo halló. Se reincorporó, ajustó la cantidad de oxí-geno de su traje protector y el de su amigo George y me-diante un mecanismo electrónico le propuso a George hacerun nuevo ser humano, que fuera más inteligente y precavi-do que el anterior.

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des científicas de todo el mundo, como consecuencia de sumaravilloso invento que erradicó para siempre la hambrunay la sequía a nivel internacional.

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da en uno de los percheros, como lo venía haciendo desdehacía veinte años. Manchada de diferentes sustancias, labata era muestra inequívoca de que su dueño era hombrecreativo e inclinado a armar desde su prolífica imaginaciónartefactos de todo uso.

“Estoy cerca”, fue la primera frase que expresó. En unpizarrón, se observaba el dibujo de una máquina cuyas di-mensiones eran de un cuadrado, de un metro en cada unode sus lados. Al lado de dicho dibujo, una lista de materia-les y los costos de cada uno de éstos, junto con otro dibu-jo detallando paso a paso el armado de tan complicadoartefacto.

Terminó de observar sus dibujos, cogió el aparato arma-do casi en su totalidad, y lo acercó al pizarrón “pieza ‘R’con pieza ‘Q’, ‘T’ con ‘P’. Ahí está mi error, uní la pieza ‘R’con ‘T’ y ‘Q’ con ‘P’. Por eso no funciona”. Terminó la sen-cilla pero no menos trabajosa tarea de unir las piezascorrectamente; cuando terminó, sus ojos irradiaron una luzde victoria. Colocó en su brazo derecho el aparato y se diri-gió a la salida.

El invento consistía en un aparato diseñado para atraerlas nubes cargadas de agua y con ello provocar la lluvia.

La prueba fue un éxito; acompañada de muchas otras,enseñó el invento y su uso a familiares y amigos, quienes leaconsejaron que lo mostrase ante los diferentes líderes delas naciones.

Estando ante 40 líderes de distintos países, atrajo las nu-bes e hizo llover en el lugar en donde se encontraban; todosaplaudieron y su invento tuvo una acogida sensacional.Además de las aplicaciones prácticas e inmediatas, se en-contraba que harían llover en las regiones más calurosas delplaneta y, por supuesto, en aquellas en donde la falta deagua era una necesidad aún no suplida en años.

Es así que el inventor fue invitado a las principales con-venciones de ciencias y aceptado en más de 80 comunida-

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a observar la forma de vida de su ciudad. Daniel indicó aGeorge que darían un paseo al centro de la ciudad.

Los comercios, las tiendas y la industria automotriz noeran distintos de la ciudad de la que provenía George, a noser por el detalle antes mencionado. Cuando ingresaron enuna tienda departamental, George buscó ávidamente el pre-cio de una camisa que atrajo su atención; no la miró en nin-guna parte de la prenda, pero sí visualizó un pequeño trozode papel que pendía de la manga derecha, en el cual pudoleer: 3 sonrisas. Se dirigió a otra prenda, y en esta ocasiónescudriñó en un pantalón y leyó: 4 sonrisas. Cuestionó acer-ca de ello a Daniel, quien le respondió que no era momen-to de preguntas, que observara cuanto artículo le llamara laatención y que al final del recorrido realizara las preguntasque deseara. George aceptó y continuó observando las pe-culiaridades de la tienda; se cuestionaba una y otra vez quépodían significar esas etiquetas sin sentido. Su pensamien-to fue interrumpido por un anuncio de la tienda: ¡No olvidenenseñar su Sonricard al momento de su compra! George vol-teó a mirar a su amigo Daniel quien estaba a su lado almomento del anuncio, pero como las preguntas quedabanpara el final, George se abstuvo de realizarlas.

Todas las prendas presentaban un descuento del 30% almomento de la compra. Del departamento de ropa, pasaronal departamento de electrónica, en donde tampoco encon-tró diferencias notables respecto al de la ciudad que prove-nía. Sin embargo, las extrañas etiquetas que indicaban unnúmero determinado de sonrisas eran visibles en los apara-tos electrónicos; aunado a esto, observó un anuncio bastan-te grande que indicaba que los instrumentos de música,como guitarras, violines, teclados, panderos, baterías, etc,costaban 10 sonrisas y 2 actos humanitarios. Las preguntasrodearon entonces más que nunca su mente.

Se trasladaron a un mediano mapa de localización, pues-to que el centro comercial era de muy amplias dimensiones;

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La sociedad perfecta

LAS PERSONAS DE AQUELLA peculiar ciudad se desenvolvían casi co-mo cualquier otra, con la diferencia de que en ésta no exis-tía el dinero; por lo tanto, no existían ni pobres, ni ricos.Todos formaban un conglomerado de ciudadanos dispues-tos a velar por los intereses de su vecino.

La particularidad en la forma de comprar y vender erasumamente extraña, si se toma en cuenta que la invenciónde la moneda por parte del hombre cumplía la función decubrir la suma de un artículo, un bien o un servicio, porparte de un comprador. Sin embargo, la moneda presenta-ba un inconveniente mayúsculo, difícilmente superado porparte de las personas más desprotegidas en todos los as-pectos. Es por ello que en esa sociedad la utilización de lamoneda quedó suprimida.

George estaba sumamente impresionado por la forma decomprar y vender de la sociedad perfecta. Las calles senombraban de manera inusual; él, por ejemplo, se lo-calizaba en la calle: Amistad esquina con Libertad, casa #5.“Te parecerá increíble el nombre de las calles”, le decía porsegunda ocasión su buen amigo Daniel, quien lo había invi-tado en múltiples ocasiones a visitar su casa y por supuesto

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sonrió levemente, y contestó que no sólo habían encontra-do la manera de resolver los problemas, de eliminar lamoneda, sino que también desarrollaron un amplio esque-ma mental de honradez, ética y moral. “Te parecerá utópi-co, si así lo deseas, indicó Daniel, pero los resultados saltana la vista. Observa bien, las calles están libres de desechos,los animales en su totalidad están amaestrados y no existesobrepoblación de ellos; y ¿de qué forma se organizan? Unconsejo ciudadano formado por 8 personas y elegido deacuerdo con el mayor número acumulado de sonrisas yactos humanitarios, tomados en cuenta en un periodo de 6meses, son los encargados de administrar razonablementeagua, luz y los servicios necesarios para la población”, con-cluyó Daniel. “Como podrás darte cuenta, al no utilizarrecursos económicos, la corrupción es hoy inexistente; ade-más: ¿Quién mejor que la población puede determinar lasnecesidades de todos? Es admirable todo lo que ha logradola sociedad en la que vives”, indicó George.

Al cabo de una semana, George regresó a casa, ahoracon un panorama más amplio de lo que resulta el hacerbien las cosas, y por supuesto los frutos que se obtienen alactuar con eficiencia.

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ahí se podía leer: tienda de ropa, tienda de aparatos electró-nicos y su consiguiente localización: Usted se encuentraaquí, departamento de enseres domésticos, en fin, todos losdepartamentos que posee una tienda. Pese a ello, George noencontró en el mapa el señalamiento o la ruta de una posi-ble oficina o centro de quejas en caso de ser maltratado ver-balmente por un empleado.

Todas las personas de la tienda, tanto empleados comoconsumidores, eran amables en verdad, se sonreían losunos a los otros, se prestaban mutua ayuda.

Al finalizar el recorrido por toda la tienda y casi para salirde la misma, George no aguantó más y cuestionó a su ami-go acerca de las etiquetas. Daniel respondió que sólo siendoamables y regalando cálidas y sinceras sonrisas todos loshabitantes de la ciudad habían comprendido que los proble-mas tenían solución e inclusive su desaparición era casi se-gura. Y así sucedió en el correr del tiempo, los problemasmás comunes presentes en la sociedad encontraron su finuno a uno, pero esto fue hasta que los habitantes de lasociedad perfecta nos dimos cuenta de que afrontándolos yaplicando todo de nuestra parte era posible mantener unorden de paz, armonía y progreso.

“Cuando tú regalas una sonrisa cálida a una persona alcomenzar tu día te es tomada en cuenta como por dos; deahí en más deberás llevar una cuenta de cuántas sonrisasprocuraste y te fueron devueltas de la misma forma por laspersonas. Los actos humanitarios también son tomados encuenta. Esto consiste en que si observas a una persona quese encuentra ante un problema, tú lo ayudas y cumples asíun acto humanitario. Al final del día debes dirigirte al cen-tro de sonrisas en donde serás atendido amablemente porun empleado, deberás indicar cuántas sonrisas y actoshumanitarios realizaste y te serán depositados en tu Son-ricard”, “¿Pero y qué tal si miento acerca de las sonrisas ylos actos humanitarios que realicé?”, indicó George. Daniel

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Dr. Geoff

LA LIGA DE LAS naciones mostraba preocupación ante la actualsituación del planeta Tierra; los pormenores eran transmiti-dos en los principales noticiarios, diarios y estaciones de ra-dio. Ello sumado a que el asunto se convirtió en crónica detodos los habitantes. La preocupación era mayúscula.

Geólogos, biólogos, químicos, ingenieros, astronautas re-tirados, en fin, especialistas de todas las ciencias se agrupa-ron en la estación mundial ubicada en México. La situación:la separación de la órbita de la tierra; en los últimos tresaños la Tierra se alejaba del sol a un ritmo poco alentador.Lo que provocaba que diversos países se estuviesen mate-rialmente congelando.

Dos intentos por reposicionar al planeta en su órbita ori-ginal fueron un rotundo fracaso. El hecho dejó sumida a lacomunidad científica en un estado de indefensión ante talesresultados. La conferencia de prensa ofrecida por los mejo-res científicos no brindó ningún avance, por lo que cesaronsus actividades, en lo concerniente a un nuevo intento dedevolver calor a la tierra. Sin embargo, todos continuabancavilando nuevos planes.

El Dr. Geoff recibió una llamada en donde se le precisa-

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ba volar a la Ciudad de México. A su llegada, los periodistasse acercaron a tal punto que no pudo seguir caminando, yel nutrido grupo fue retirado por los guardias encargados dela seguridad del doctor. Éste subió a un vehículo que se per-dió a lo lejos.

La tecnología militar e industrial fue puesta a disposicióndel Dr. Geoff y después de una ardua semana de trabajo selogró construir el aparato destinado a reposicionar al plane-ta en su órbita original. Fue preciso hacer uso de la tecnolo-gía nuclear, causante de la situación actual, para transportarel gigantesco artefacto que devolvería la tranquilidad a losseres humanos.

Al cabo de ocho horas el gigantesco artefacto había logra-do mediante sus poderosos lentes que refractaban la luzsolar, y haciendo uso de la energía atómica, brindar calor yretornar a la tierra en su área original.

Los seres humanos aprendieron la lección de no utilizarenergía que podía salirse de control y que había sido utiliza-da en los tiempos de cerrazón para usos militares. Y fue asíque altos funcionarios, renombrados generales y diversoslíderes firmaron un acuerdo para desmantelar de una vez ypara siempre, todo armamento causante de sufrimiento,angustia y soledad.

Finalmente el hombre comprendió lo importante del cui-dado de la naturaleza y así se redujeron las catástrofes natu-rales.

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La burbuja

En memoria de mi sobrina Danielita, a quien cariñosamente llamaba ti-ti;

su luz me guía desde el cielo.

LOS PADRES AFLIGIDOS MIRABAN al doctor, quien con una seña dio aconocer a las enfermeras que lo ayudaban que todo era inú-til: el alma de aquella criatura que en vida alegró a sus pa-dres, abuelos, tíos y demás familiares había escapado delcuerpo de Danielita, que durante meses había sostenidouna feroz lucha contra un padecimiento biliar.

Ella llegó a la entrada de una burbuja enorme, cuyoingreso estaba protegido por un niño que en su mano dere-cha ostentaba un cetro que movía de un lado a otro y en elcual podía leerse: Guardián de los infantes. Otro niño, rodea-do de pequeñísimos mecanismos, unía piezas para formarindescriptibles juguetes; él reía, reía y reía, y orgullosamen-te mostraba una banda en cuya inscripción era notoria lasiguiente frase: Felicidad.

Danielita se acercó a ellos con la curiosidad propia de unchiquillo. El guardián de los infantes la invitó a pasar. Unapuerta gigantesca se abrió ante la orden potente y clara del

encargado. Ante sí tenían una cascada pequeña; al atrave-sarla, la niña vio restablecida su salud en el acto.

Aquel lugar era parecido a un jardín de niños: pelotas, ins-trumentos musicales, juguetes de diversas formas y tamañoseran manipulados por miles y miles de niños; un arroyo quecon sus límpidas aguas partía por la mitad la burbuja, lanza-ba por los aires chorros de agua a cientos de metros que, altocar el techo, se precipitaban en forma de lluvia. Las risas,los juegos, los cantos infantiles eran audibles.

Danielita se adaptó al grupo de pequeños con una faci-lidad asombrosa, mientras que en la tierra sus padres, sollo-zando aún por la partida de su primogénita, dirigían su vistaal cielo.

Un niño se acercó a la recién ingresada y le dijo: “No tepreocupes, aquí vienen todos los niños de diferentes países, atodas horas, y son felices. En este lugar, alejados de la mortí-fera mano del ser humano, vivimos en un ambiente donde serespira aire vivificante, los dolores no existen más y la felici-dad es plena. Tus padres serán notificados en las próximashoras de una u otra forma. ¡Sígueme! Te presentaré a los otrosniños y verás cómo nos divertiremos”.

Y así, mientras la Tierra gira y gira sobre su propio eje yse suceden las noches y los días, la burbuja aloja a todos losinfantes que por una u otra causa abandonan el planeta,para llegar a un lugar en donde la felicidad suprime el dolory el llanto.

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presuroso y avancé un tramo considerable de terreno, endirección al norte, pero por una extraña circunstancia lavoz no menguaba su intensidad, ni donde me di cuenta desu existencia, ni donde me encontraba en esos momentos.Me detuve al caer en la cuenta de que corría sin rumbo fijo,y sin saber a quién buscaba. En ese momento en que miraciocinio mantenía una plática con mi corazón, la voz sehizo más fuerte y clara. Un segundo estremecimientorodeó e invadió mi cuerpo que pedía a gritos localizar a laportadora de la voz.

Lancé una mirada escrutadora hacia todas direccionessin que hubiese rastro de presencia alguna. ¿Cómo llegué aeste lugar? Me pregunté en voz alta, en un momento de des-esperación. Grité: “¿Quién eres?” Pero la voz, ignorando micuestionamiento, repetía una y otra voz mi nombre. Cuandoestaba a punto de echarme a llorar como un niño, una deli-cada mano rozó mi hombro derecho, tomé con sumo cuida-do la mano que se posó en mi hombro y, muy cerca deloído, escuché mi nombre. Giré para ver quién era, pero alhacerlo distinguí una especie de silueta borrosa que, sinduda era de una mujer. La silueta echó a correr, no sin antesdecirme que la siguiera para conocer la causa del sufrimien-to del ser humano. La seguí sin esgrimir argumento en con-tra. Por más que me esforzaba, la silueta me aventajaba porcinco o seis pasos de distancia. No la perdí de vista; se detu-vo repentinamente ante una fuente de la cual emanabanmúltiples flujos de agua, algunos de los cuales, lo hacían deabajo hacia arriba y otros tantos a la inversa. Los que fluíande abajo hacia arriba no me parecieron extraños, pero losque fluían de arriba hacia abajo, sí que me impresionaron.No podía ver en ninguna parte la procedencia del agua. Meencontraba tan absorto en esto, que cuando levanté la cabe-za para observar finalmente la silueta, ya no conservaba suestado anterior, ahora era una hermosa joven con una larga,muy larga cabellera que rozaba el pasto.

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La voz

ESCUCHÉ UNA TIERNA VOZ que repetía mi nombre; al principio, pen-sé que estaba soñando, pero pasado un tiempo me percatéde que tanto la voz como mi presencia ahí eran reales y noeran producto del sueño, mucho menos de la imaginación.

Intenté infructuosamente localizar la fuente de la voz,aquel lugar estaba cubierto por verdes pastos hasta dondealcanzaba mi vista.

Caminé lentamente para ver si podía encontrar a la po-seedora de tan extraordinaria voz. Transcurridos 15 o 20 mi-nutos, concluí que no la hallaría, al menos en donde meencontraba. Decidí pues alejarme, y no encontré otro mediopara tal fin que hacer uso de mis piernas; al principio acele-ré el paso, después de unos segundos corría presurosamen-te, como si alguien me estuviese esperando en algún puntode aquel inimaginable sitio.

Me cansé mucho más rápido de lo que yo esperaba; mederrumbé en el pasto, y estando ahí recuperé poco a pocoel aliento y por supuesto las fuerzas. La voz cesó de repen-te, para mencionar de nueva cuenta mi nombre, pero enesta ocasión lo hacía con mayor ansiedad y con un jadeointermitente que me erizaba todo el cuerpo. Me levanté

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El fin del mundo

EL CAOS IMPERABA EN todo el planeta. La naturaleza había so-portado las perversas creaciones humanas. Los inventosiban de la mano con los avances tecnológicos, y éstos, a suvez, provocaron paulatinamente el deterioro irreversible delmedio ambiente.

La mayoría de los seres humanos añoraba los tiempostranquilos. Angustia, llanto, desesperación, dolor, etc., eranreflejo de dos meses de profundos cambios en la corteza te-rrestre: la actividad tectónica en el interior había provocadoque dos de los cinco continentes desaparecieran bajo elinflujo de las aguas oceánicas. Las transmisiones radiales yde televisión estaban imposibilitadas para advertir a lapoblación que la situación actual era la misma que en otrospaíses. Huracanes, tornados, maremotos, terremotos, eranlas principales armas de la naturaleza.

Automóviles, casas, comercios, consulados, estacionesde policía, embajadas, se encontraban ahora desiertas. Lascalles que ostentaban un colorido de luces y un mosaico depersonas eran ahora presas de la penumbra y la desespera-ción que rondaban y causaban estragos en los afligidosseres humanos.

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Me cogió de ambas manos y me llevó corriendo haciaun camino que presentaba una bifurcación, yo no podía ar-ticular palabra alguna, la belleza de la joven era impactan-te, proyectaba radiaciones de calidez humana que tan sólomi corazón sentía. Sus ojos eran parecidos a playas de in-comparable majestuosidad, y, más al fondo, se distinguíaun ocaso de dimensiones colosales. Volví de mi estado deperplejidad, cuando ella se dirigió a mí de una maneraamable y respetuosa. Tomaríamos el camino de la derechasegún me indicó; unos segundos más tarde, llegaríamos aun lugar donde miles y miles de personas de ambos sexoschocaban entre sí, parecía pues que estaban ciegas. La her-mosa joven me dijo: “Las personas que observas con tantacuriosidad son aquellas que teniendo el amor verdaderoenfrente de sí mismos, intentan mirarlo con los ojos y nocon el corazón, es por ello que yo, el amor, las he cegado”.

Volvió a cogerme de ambas manos y me llevó corriendoal camino de la izquierda, en el trayecto mencionó, que noteníamos mucho tiempo. Llegué jadeante al sitio a dondeme condujo el camino de la izquierda; ahí observé porsegunda ocasión a miles de personas: a todas podía notár-seles la felicidad a flor de piel; se les podía ver agrupadaspor parejas, mujeres y hombres con su respectiva pareja delsexo opuesto. “Las parejas que observas, me dijo la bellajoven, quien instantes antes me dijo que era el amor, son laspersonas que gozan del amor verdadero, puesto que hanhecho uso de su corazón y no tan sólo de sus ojos”. Yhabiendo dicho esto, por tercera ocasión me cogió deambas manos, y con un leve e inexplicable movimiento mehizo regresar de un solo paso al lugar de origen donde laescuché por primera vez, y de improviso, desperté.

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CAPÍTULO I

Cuauhtémoc: emperador de los aztecas

LA MAYORÍA DE LOS seres humanos desarrollaban sus actividadesde manera normal; en distintos países las noticias matuti-nas anunciaban las variaciones del tiempo, tráfico, cotiza-ciones, etcétera. Nada extraordinario, parecía ser otro díamás en la vida del planeta y de sus habitantes.

En la Ciudad de México y los estados de Morelos y Pue-bla, la noticia de que el volcán Popocatépetl había emitido,por momentos, fumarolas, inquietó a la población y lasautoridades se mantuvieron alertas. La noticia, pues, corriópresurosamente por todo el país. En la tarde del mismo día,el gigante calmó su ira y las fumarolas que antes ostentabadesaparecieron en su totalidad. Sin embargo, y pese a quelas personas estudiosas del tema afirmaron la casi imposibi-lidad de una erupción, ésta se registró a las 8:15 horas de lanoche. Una violenta sacudida cimbró las construcciones delos estados circunvecinos y por supuesto del propio Estadode México. Una segunda sacudida, más violenta que la ante-

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Se podían ver aquí y allá cadáveres de personas de dife-rentes edades las que aún seguían con vida se refugiaban en“lugares seguros”. Esto ocurría cuando la lluvia se hizo sen-tir custodiada por fuertes vientos.

Al cabo de dos meses más de profunda e implacable acti-vidad natural, sólo un país había quedado en pie. México,con serios daños, se erguía como el sobreviviente de la peortragedia humana. Sus resquebrajadas calles y una decenade edificios con daños profundos en sus cimientos eran lamuestra inequívoca de que la naturaleza tan sólo reclamabael lugar que le correspondía.

Los pocos sobrevivientes se asomaron a las calles, paraser testigos de la destrucción, y aunque no todos hablabanel mismo idioma, sus ojos transmitían destellos que enotros tiempos señalaban al ser humano como “el amo delplaneta Tierra”. Los daños causados eran de dimensionesmayúsculas, más del 95% de la población mundial habíasucumbido ante los constantes embates de los fenómenosnaturales.

Las pocas plantas y animales que quedaron fueron bo-rradas de la faz; gigantescas nubes se opusieron, durantemeses, al paso de los rayos del astro rey. Otra parte de la po-blación humana agonizó ante dicho fenómeno, y finalmen-te perecieron. Los contados seres humanos, sepultaron a lasvíctimas.

El clima de todo el planeta se modificó, imperaba una delas peores heladas de las que se tuvieran registro. El alimen-to y el agua escaseaban. De entre los escombros ahora baña-dos por una capa blanca de una pertinaz y brillante nieve, unpequeñín se inclinó a buscar algún mendrugo de alimentoentre la abundante nieve. Al no encontrarlo, se irguió sobresus débiles y cansadas piernas, y dirigiéndose con un gestode desesperación hacia su padre, le cuestionó:

—¿Qué hicimos para que la naturaleza se enojara tanto?

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zó a tomar un poco más en serio. Hasta los más incrédulosempezaron a mostrar cierta preocupación de lo sucedido.

Los pobladores que afirmaron haber visto días atrás acentenas de personas en las faldas del volcán, decían una yotra vez a periodistas y reporteros que si seguían mandan-do a más gente allá arriba, los resultados serían los mismos.El volcán está enojado, prorrumpía con gritos desesperadosla última persona entrevistada.

De las entrañas de la tierra y por la boca del Popocaté-petl emergieron dos mil personas, lo que fue corroboradodespués al analizar con mayor detenimiento la cinta de unvideoaficionado y, por supuesto, de las cámaras instaladasrelativamente cerca del gigante. En la cinta se podía obser-var la extraña vestimenta de los seres que bajaban del volcánen forma lineal. Los trajes que portaban estaban elaboradosen su mayor parte por materiales naturales; aunado a esto,los largos penachos que ostentaban en su cabeza eran real-mente atrayentes. Adelante del nutrido grupo de personas,se visualizaba a un individuo cuya vestimenta era sencilla; ensu mano derecha sostenía una concha de dimensionesmedianas. El largo descenso duró aproximadamente treshoras; para cuando esto sucedió, todos los medios de comu-nicación se encontraban presentes. Las dos mil personas sesepararon en dos grupos al pie del volcán, mil de un lado ymil del otro; un espacio entre ambos grupos, de al menostres metros, era visible.

El cuerpo de seguridad de la Ciudad de México acordonóel área y nadie, excepto ellos, tenían la posibilidad de acer-carse a tan peculiares seres. Uno de los uniformados seaproximó a uno de los seres que formaba uno de los dosgrupos de mil personas; lo observó largo rato, y cuando de-cidido le palpó, un grito de dolor le hizo soltar el brazo delextraño visitante. Rápidamente todos los uniformados des-enfundaron sus armas y apuntando a los seres, les pregun-taron qué deseaban. Pregunta que no encontró respuesta al

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rior, fue acompañada del material propio que contiene unvolcán, es decir, lava, que en ríos interminables ern visibledesde las cámaras colocadas por las autoridades. Dichofenómeno provocó la rápida movilización de los cuerpos deprotección civil para desalojar a las personas vulnerables. Laerupción cesó al siguiente día, a las 10:30 horas de la maña-na, según lo informaron distintos medios de comunicación.

Tres días después, la calma se hacía presente en la pobla-ción, pese a esto, un par de pobladores contaron a un curiosoperiodista que habían observado salir del volcán a cientos depersonas. Afirmaban una y otra vez que a pesar de la distan-cia en la que se encontraban, no era un efecto visual. Lascámaras colocadas para la vigilancia de la actividad del volcáncaptaron el hecho e inmediatamente los encargados revisaronlos videos sin que pudieran determinar el extraño suceso.

Una televisora en el estado de Puebla recomendaba a lapoblación estar alerta ante cualquier nueva actividad delgigante. El relato de otras personas, donde se afirmaba elmismo extraño suceso de la aparición y desaparición decentenas de personas en las faldas del volcán, fue tomadocomo una simple broma; también se le consideró un ardidpublicitario, y en casos extremos como provenientes de per-sonas incompletas de sus facultades mentales.

El relato pronto se convirtió en un asunto que no podíandejar de lado las autoridades de la Ciudad de México y los es-tados de Morelos y Puebla. Por ridículo que pareciese el tema,los tres estados aportaron, cada uno tres expertos y decididosexploradores, bajo el pretexto perfecto de que irían a revisar yregistrar las lecturas que proporcionasen aparatos sofisticadosde diversa índole. Los nueve expertos, además de cuatroexploradores de otras partes de la República Mexicana, seencaminaron, sin saberlo, en lo que sería su última actividadprofesional. Cuarenta y ocho horas después, los mandos de lostres estados estaban realmente preocupados ante la desapari-ción de las trece personas. Fue aquí, donde el asunto se empe-

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agradeció en voz alta a Ehécatl, dios del viento de los azte-cas, por haber expulsado al grupo de extraños. Y aunqueEhécatl era invisible para su ejército, para el emperador eracondición natural poderle observar.

—Lo veo, –dijo Cuauhtémoc, señor de los aztecas–, veoa Ehécatl con su máscara en forma de ave acuática de colorrojo, pronto ofreceremos sacrificios a todos nuestros diosespara que nos ayuden en la batalla que está por librarse.

Inmediatamente ordenó a un grupo de sus súbditos cons-truir en ese mismo lugar el Tzompantli, una estructura dondese acumularían los cráneos de las personas sacrificadas.

Y como en la época de apogeo de la civilización azteca,los primeros cráneos fueron depositados en ese lugar. Lasvíctimas: reporteros, uniformados y curiosos que horas an-tes habían sido arrojados por un viento terrible controladopor Ehécatl. Para cuando esto fue informado en todoMéxico y en diferentes partes del mundo, la comprensiónante tal suceso por millones y de personas de diferentes cul-turas era diversa.

Militares mexicanos sobrevolaron el área, mientras queotro nutrido grupo de ellos se aproximaba por tierra al lugar,con un arsenal extenso. El militar de rango superior se apro-ximó a Cuauhtémoc, cuestionándole lo siguiente:

—¿Quién eres?—Te responderé para que corras y difundas la noticia de

que los aztecas retomarán el lugar que la historia ha reser-vado para nosotros. Soy Cuauhtémoc, emperador de los az-tecas, y te exijo que depongas tus armas y tendrás un lugaren mi imperio. Sus armas no representan una verdaderaamenaza para nosotros, así que ordena al grupo que tienesa cargo que se nos unan.

Al principio, el militar no sabía si reír o tomar en serio laspalabras de aquel personaje que se hacía llamar Cuauhté-moc. Los militares esperaban la orden de sus superiores pa-ra atacar. Una hora más tarde, la orden de agredir fue dada.

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instante. El ser que sostenía la concha en su mano derechase acercó al oficial y le dijo: “Nuestro Señor Cuauhtémocestará aquí en un par de horas, nosotros formamos parte desu ejército, es mejor que se tranquilice, la hora de retomarel orden natural ha llegado.”

Un viento poderoso y repentino derribó al grupo de ofi-ciales, reporteros y curiosos en el lugar, expulsándolos lejosdel sitio, quedando sólo en pie las dos mil personas y el serque sostenía la concha.

Para cuando un helicóptero de un medio informativonacional sobrevoló el área, habían pasado dos horas; los dosgrupos, inicialmente divididos en mil personas cada uno,eran ahora de veinte mil personas cada cual, dejando lostres metros de espacio anteriores entre ellos. Las ahora 40

mil personas se inclinaron sobre una de sus rodillas, mien-tras todo esto era captado por la cámara de un medio infor-mativo y transmitido en vivo en cadena nacional e inter-nacional. La salida de personas de las entrañas de la tierraa través del volcán no había cesado, salvo un lapso insigni-ficante. De entre todas éstas, destacaba un personaje acom-pañado por un séquito en dos líneas de idéntica vestimentaa las personas que se encontraban al pie del volcán, el cualestaba vestido de manera diferente. En su cabeza portabaun tocado de finos penachos, su cuello sostenía una especiede gargantilla de oro que bajaba hasta su pectoral, una espe-cie de manta de materiales diversos pero naturales.

Una hora después la concha emitió un largo y estremece-dor sonido bajo la influencia de quien la manipulaba condestreza. Los guerreros inclinaron su cabeza ante el peculiarser antes citado, la concha cesó su pujante sonido, y quienla sostenía se acercó y con una reverencia magistral, se diri-gió al personaje: ”Mi señor, emperador de Tenochtitlán, elgran Cuauhtémoc, he aquí parte de tu numeroso ejército,dispón de él en el momento que juzgues conveniente”. Talesfueron las palabras del hombre de la concha. El emperador

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CAPÍTULO II

México en la mira del mundo

LA SALIDA DEL EJÉRCITO del emperador duró una semana más.Eran cerca de 100 mil efectivos. En ese lapso, grupos de pro-tección civil del estado de Puebla y de otros más se dedica-ron a desalojar a los pobladores. Para cuando concluyeron,la orden directa de la presidencia de México era atacardesde el aire; una docena de aviones dieron en el blanco.Veinte minutos después, el ejército de Cuauhtémoc se en-contraba intacto, una burbuja invisible los protegía.

Los militares tomados como prisioneros fueron ofrecidosen sacrificio al dios Xipe Totec (nuestro señor desollado),dios de los aztecas.

Se solicitó la entrada de fuerzas especiales apoyadas porla fuerza armada de México para frenar el avance de los“intrusos”, como se les decía. Hacía más de una hora queavanzaban en dirección al centro de la Ciudad de México. Ala hora prevista dos grupos de militares atacaron y de ellosno se volvió a saber nada.

Las televisoras, las estaciones de radio y la prensa dabana conocer los últimos pormenores de los acontecimientos.

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Las más altas autoridades militares consideraron que losmisteriosos personajes habían violentado la soberanía deMéxico. El ataque se realizó; dos aviones dotados de armasde alto poder y exclusivas de las fuerzas armadas acertaronen el blanco. Quince minutos después la infantería entró ala zona para sorprenderse: las 40 mil personas y aquel enig-mático personaje que se hacía llamar Cuauhtémoc nosufrieron daño alguno. Cuauhtémoc se acercó a la infante-ría, los miró y ordenó a una docena de sus hombres desar-mar y hacerlos prisioneros.

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civiles inconformes ante tal situación, será mejor que no a-tenten en contra de mi ejército o tendrán que sufrir una se-rie de castigos y muy posiblemente la muerte.

Todos aquellos ciudadanos que tengan a bien unirse a lanueva organización de la República Mexicana, que a partirde este momento se llamará Tenochtitlán, pueden ser parteactiva de la misma, y yo, Cuauhtémoc, tlatoani de los azte-cas, les garantizo que su vida estará bajo protección de miejército.

Las personas se agolpaban en diferentes sitios de la geo-grafía mexicana para observar y escuchar atentamente elmensaje del Emperador. Aún existían personas incrédulasante tal situación, pocos eran los que aceptaban ese aconte-cimiento. Parecía un cuento o, peor aún, una broma de muymal gusto.

Los líderes de distintos países no sabían como actuar. Endistintas ocasiones intentaron comunicarse con las altas auto-ridades mexicanas, pero sus intentos fueron infructuosos.

El país vecino, los Estados Unidos de Norteamérica, des-conocía en un comunicado a la nueva autoridad mexicana.Al tiempo que la frontera con dicho país era custodiada conefectivos del emperador. El flujo de personas, vehículos ymercancías quedó suspendido.

El congreso norteamericano se acaloraba ante los argu-mentos de los republicanos, ante la iniciativa de declararlela guerra a la antigua República Mexicana, ahora conocidaen todo el mundo como Tenochtitlán.

Mientras que los demócratas, apelando a la diplomacia,pedían que el conflicto se solucionase mediante esta vía.

Durante este debate, los efectivos del emperador no ce-saban de emerger de las entrañas de la tierra, eran inconta-bles, algunos pobladores afirmaban que eran tres millones deefectivos, mientras que otros decían que eran cinco millones.

La tarde del mismo día el emperador exigió a la autori-dad norteamericana, en un despacho firmado y sellado con

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Un grupo de hombres del emperador Cuauhtémoc llegóa Pachuca y pese a los esfuerzos de la policía local y de ungrupo militar, ésta cayó y en el centro de la misma fue colo-cada una bandera en cuya inscripción podía leerse:Tenochtitlán.

Habían transcurrido tres días y dos estados ya habíansido sometidos. Los invasores comunicaron a la poblacióncivil que tomaran cuanto desearan de los centros comercia-les sin provocar daños estructurales a los edificios, ademásde que someterían a cualquier persona que intentase dañara cualquier integrante del ejército del emperador.

La población, temerosa, salió de sus hogares después detres días, debido a la escasez de alimento, así que despuésde un par de horas largas filas eran visibles a kilómetros ala redonda de los centros comerciales de Pachuca. Se sirvie-ron de los carritos de los supermercados para acarrear losinvaluables comestibles: agua, productos enlatados y artícu-los de limpieza.

Una hora después, los “intrusos” llegaban al zócalo de laCiudad de México y, como era de esperarse, en las entradaslos aguardaban tanquetas del ejército mexicano, que fueronarrojadas a cientos de metros por los vientos controladospor Ehécatl. El segundo Tzompantli fue construido en lascercanías del zócalo; se podían contar al menos 20 mil mili-tares mexicanos ofrecidos en sacrificio a una docena de dio-ses aztecas.

Las televisoras fueron tomadas por un grupo selecto delemperador, quienes eran hábiles en el uso de diversos idio-mas. Todo intento de frenar a los “intrusos” fue inútil, los trespoderes de México fueron derrocados al cabo de quince días.Al tiempo que Cuauhtémoc, emperador de los aztecas y aho-ra de todo México, pronunciaba el siguiente discurso:

—Los estados restantes que cuentan con efectivos milita-res han sido derrotados; este es un aviso claro y contunden-te de que si existiesen aún pequeños grupos militares o de

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CAPÍTULO III

La guerra

FINALMENTE, Y DESPUÉS DE superar escollos políticos, la declaraciónde guerra a la nueva Tenochtitlán fue firmada y aprobadapor las autoridades norteamericanas. El ejército enviado pormar y tierra estaba conformado por tres destructores, tressubmarinos impulsados por energía atómica, cuatro porta-viones, el temible bombardero B2, ochenta aviones de gue-rra cuyo tipo no dio a conocer la autoridad norteamericanapor considerarlo un alto secreto militar, 19 mil marines y 30

mil militares.La ONU intentó persuadir al Congreso estadounidense de

echar a tierra la declaración de guerra, y a este intentoinfructuoso se unieron países como Rusia, Italia, Alemania,Japón, Corea, e incluso el aliado de Estados Unidos de Nor-teamérica, Inglaterra.

El ataque tuvo lugar el 25 de octubre de 2045. Los marinestocaron tierra en las primeras horas del día, mientras quelos aviones iniciaron el bombardeo franqueado el mediodía.Para cuando el bombardeo tuvo lugar, los marines habían si-do; sacrificados en honor a Tezcatlipoca, dios del cielo oscu-

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un águila devorando a una serpiente, las siguientes exigen-cias:

1.- El ejército y la población de los Estados Unidos deNorteamérica deberán ser retirados en un plazo no mayorde 12 horas, hasta el límite fronterizo que ocupaba dichopaís en el año de 1835.

2.- Si algún integrante de mi real ejército es atacado, laguerra será inminente y aunque los Estados Unidos son unapotencia militar, nunca han enfrentado a un ejército con téc-nicas antiguas, renovadas energías y con un conocimientoamplio acerca de las nuevas armas.

La respuesta a tal misiva era la esperada: el rechazopúblico ante una conferencia de prensa de todos los países,la cual tuvo lugar en la capital norteamericana.

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mayor parte de nuestro territorio”. El mensajero se retiró ydías después le comunicó al Emperador la respuesta.

Ochenta mil guerreros aztecas invadieron la UniónAmericana, después de más de un mes de cruenta lucha, enque los dioses aztecas prestaron pronto auxilio al ejércitodel emperador. En cuanto era capturado un prisionero, erasacrificado éste en honor a algún dios, actividad que estabaa cargo de un grupo especial. Fue necesario que el empera-dor enviase 300 mil elementos aztecas más, para asegurar lavictoria sobre los Estados Unidos.

La capitulación norteamericana fue firmada por el pre-sidente de aquella nación el 10 de diciembre de 2045.

Aunque el ejército inglés fue derrotado en suelo nortea-mericano, faltaba que Inglaterra se rindiera, puesto que aúncontaba con el 60 por ciento de su real ejército. La capitula-ción de Inglaterra no fue posible.

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ro, la luna y las estrellas, quien hizo oscurecer a Tenochti-tlán, convirtiendo el día en noche.

De ahí pues la derrota de la mayoría de los marines; ade-más de que los guerreros del emperador estaban adaptadosa guerrear cuerpo a cuerpo y en las peores condiciones,fuese de día o de noche.

De nada sirvió el multimillonario y sofisticado armamen-to norteamericano, las más de ocho mil horas de entrena-miento de cada marine y soldado.

En las primeras planas de los diarios a nivel mundial,podía leerse: “Estados Unidos ¿Derrotado?”. Las televisoras,principalmente las norteamericanas, minimizaron dicha de-rrota, puesto que el grueso del ejército se encontraba aún in-tacto y en territorio estadounidense.

Inglaterra cambió su postura neutral y se hizo enemigode Aztlán. El 40 por ciento del ejército inglés se aproximó aterritorio norteamericano; entre tanto Cuauhtémoc envióuna segunda misiva con un mensajero, el cual llegó a piehasta la frontera. Las doce horas que fijó el emperador parala atención de la carta fueron rebasadas por mucho. Al finse le dejó pasar y fue transportado hasta la misma CasaBlanca; en el recorrido la población civil se burlaba y escu-pía el auto en el que viajaba aquel humilde mensajero, cuyavestimenta era sencilla, compuesta de una manta blancaque cubría la mitad de su espalda y pecho, sin nada que pro-tegiese sus pies.

Al llegar, la guardia presidencial lo escoltó hasta el des-pacho oval; no lo revisaron, puesto que el poco vestido queportaba no hacía sospechar alguna clase de arma. En eselargo trayecto, los guardias reían, bromeaban a costa delmensajero.

Una vez entregada la carta escrita en un perfecto inglés, elpresidente respondió: “La guerra ya está declarada y no meimporta si ese ser llamado Cuauhtémoc intenta invadir minación, perecerá como su ingenua pretensión de quitarnos la

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consecutivos, para lo cual se reunieron: 5 mil aviones de tec-nología de punta., 80 portaviones y 50 mil tanques de guerrade última generación. Tal era la dimensión del ejército de“Los ocho grandes”.

El Tlatoani de los aztecas desplegó un osado ejército queincluía dos millones de guerreros jaguar, 700 mil caballeroságuila y otros elementos necesarios para garantizar la victoria.

Los aviones reunidos por las potencias surcaban espacioaéreo mexicano; en el puerto de Veracruz, una fila intermi-nable de oficiales navales tocaba tierra mexicana. Un ancia-no observaba tibiamente el desembarco con una sonrisaque hacía notar un rostro acribillado por las arrugas; un o-ficial naval le indicó que se retirara del sitio. El leve vientomatutino se hizo sentir, acompañado de una parvada de a-ves que se detuvieron en el aire con un pequeño movimien-to del brazo del anciano. Las aves que segundos antes vola-ban en completa libertad estaban ahora sin movimientosuspendidas por los aires; el oficial observó esto e intentómover al anciano quien no era otro sino Xiuhtecuhtli, el diosdel fuego, el señor del año y dueño del tiempo, según lamitología azteca. Detuvo el tiempo por completo en el puer-to de Veracruz. Los oficiales quedaron inmóviles, algunoscasi para dar otro paso y otros tantos a punto de desembar-car. Las naves de guerra que apuntaban sus cañones, ahoradetenidos por Xiuhtecuhtli, eran muestra inequívoca de queel dios de los aztecas había cumplido su parte.

Los guerreros aztecas derrotaron al ejército enviado portierra a diferentes partes de Tenochtitlán; los capturadosfueron ofrecidos en sacrificio de los dioses aztecas que pres-taban pronta ayuda al ejército del emperador.

CAPÍTULO IV

“El ejército de los ocho grandes”

LA NOTICIA DE LA rendición incondicional de los norteamericanosprovocó que muchos países que se mantenían al margen dela guerra entrasen de lleno en ella. Inglaterra, Rusia, Italia,Alemania, Japón, Corea del Norte, Francia y España forma-ron un poderoso frente en contra del emperador Cuauh-témoc, quien hizo llegar a los cuerpos diplomáticos de cadauno de los países antes señalados su intención de mantenerla paz, si se respetaba la conquista de México sobre losEstados Unidos de Norteamérica; de no ser así, estaría en laruta a una guerra en la cual no minimizaría el esfuerzo porapaciguar o exterminar a los que se opusieran a sus preten-siones.

Los países que formaron el frente común se denominaronLos ocho grandes. Un poderoso y numeroso ejército se ibaformando poco a poco. Las autoridades se reunieron enInglaterra, en donde se llegó al acuerdo de reunir a un millónde soldados de infantería, 800 mil especialistas en minas yaparatos explosivos, 700 mil oficiales navales. En cuanto a lasaeronaves se planeó bombardear con ellas durante diez días

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En cuanto a los calpulli (casas), éstos se localizaban al surdel gran Imperio Azteca, eran miles de casas iluminadas porantorchas que fácilmente rebasaban los diez metros de altura.

De diferentes partes del mundo eran enviados tributos aTenochtitlán, los cuales incluían oro, plata, cobre y alimen-tos diversos; fue así que a partir del año 2050 se vivió en latierra un nuevo orden de esperanza, progreso equitativo ynulas confrontaciones entre los seres humanos. Y como erade esperarse, la moneda actual se suprimió, pues fue consi-derada la autora de la estratificación de las clases sociales.La tierra fue trabajada por casi todos los seres humanos, conexcepción de aquellos que poseían una habilidad en lasartes y las ciencias.

CAPÍTULO V

Cuauhtémoc: Emperador del mundo

AL OCURRIR LA DERROTA del ejército de los ocho grandes, pocos paí-ses se atrevieron a pronunciarse en contra del EmperadorAzteca; enviaron a sus agentes diplomáticos con la única in-tención de unirse al Imperio. Cuauhtémoc, sentado en ungran trono y sosteniendo un recipiente con un líquido quebebió hasta saciarse, indicó: “La organización social, políti-ca y militar del pueblo azteca es disciplinada pero benevo-lente con aquellos que cumplan con sus obligaciones, pue-den irse tranquilos y afirmar a sus superiores queCuauhtémoc cumplirá su palabra de no lastimar a los habi-tantes de todo el planeta, además de considerarlos parte delImperio Azteca.

Y como en la época de esplendor de la civilización az-teca, se construyeron tres calzadas de proporciones gigan-tescas, con la diferencia de que cada una abarcaba una lon-gitud de treinta kilómetros, las cuales conducían hasta lagran Tenochtitlán. Observarla significaba maravillarse, milesde personas se agolpaban en sus calles a intercambiar susartículos, cada uno de los cuales tenía un valor según el gra-do de interés que despertase.

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na balanza. –Alcanzará–, –indicó en son de triunfo–, elácido nítrico había sido fabricado dos días antes para obte-ner la mayor cantidad posible de oro separada de la plata.

Ya estaba amaneciendo cuando el alquimista fundió el oro,al que comenzó a dar forma vaciándolo en unos extraños mol-des. Al haber terminado su ardua tarea, se dispuso a comeralgo, las muchas horas dedicadas a su labor le crearon unaintensa necesidad de alimento. Saciada el hambre, se dirigió alos moldes y con una intensa mirada de satisfacción esperólargo rato a que el oro poco a poco se solidificará, obteniendoasí su forma definitiva. Los rayos solares empezaban a decre-cer cuando el oro fue separado de los moldes; once horas entotal duró el proceso de enfriamiento del metal precioso traslas que el alquimista comenzó el recuento de cada una de laspiezas que formarían la armadura, sirviéndose de un muñecode madera, previamente construido e igualado en dimensio-nes y forma con los moldes. El almete fue colocado en la cabe-za del muñeco, la babera fue puesta en el cuello que, a su vez,cubría el mentón y la boca; el espaldarcete en los hombros, elpeto en el pecho, el codal cubriendo los codos, los guanteletesen las manos, la escarcela cubriendo el muslo y que pendía delpeto, el quijote como una segunda protección al cubrir losmuslos, la cota de mallas aferradas en la parte frontal del qui-jote, las rodilleras en su sitio, la greba cubriendo las piernas ensu totalidad, y por último el escarpe colocado en los pies. Elalquimista quedó satisfecho, y al poco rato dormía sobre elpiso enmohecido de la vivienda.

Al levantarse suspiró mientras contemplaba la alabarda,hecha del mismo material que la armadura, y se decidió acolocarle en el guantelete. Si bien la alabarda era un armautilizada por los sargentos de la infantería romana, esto nole importó. Podía decirse que por primera vez en su vidahabía creado algo de inigualable belleza e incalculable valor.La madera del muñeco crujía al sentir el peso de la armadu-ra de oro puro; sin embargo, el muñeco de madera resistió.

La armadura

LA PUERTA RECIBIÓ DOS golpes fuertes. Un hombre alto y de sem-blante decaído lanzaba miradas hacia todas direcciones. Elhombre que habitaba la vivienda le ordenó que entrase. Enel interior se podían distinguir recipientes de cristal de muyvariadas medidas; al fondo, se visualizaba un viejo horno, yun poco más a la derecha se encontraban piezas de metal.Era visible que en aquella pequeña habitación se realizabanactividades propias de un alquimista, experimentos de todanaturaleza.

—¿Lo conseguiste?– preguntó el viejo alquimista. –Asíes– respondió el extraño visitante– no te imaginas por loque tuve que pasar y hacer para cumplir con tu encargo.Primero tuve que entrar a la tienda de ese charlatán sin serdetectado por la caballería romana, hurtar el oro y matarlo;no quería matarlo, en verdad que no quería, pero no medejó otra opción– se puso a gritar como loco.

—Bueno, bueno, olvida ya eso –intervino el alquimista–es parte de tu trabajo. Ponlo en la mesa que está junto alfuelle, recoge el pago de tu trabajo y márchate–. La puertase estremeció al ser cerrada de manera violenta.

El viejo se acercó al oro y lo transportó hasta una media-

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dado de alta categoría que haciendo uso de la alabarda par-tió en dos al segundo oficial.

El alquimista estaba pasmado, la armadura retornó a suposición original. El viejo tomó el caballo y colocó la arma-dura en la posición que la había transportado y retornó a suvivienda con rapidez. Una vez dentro, tocó su creación, unay otra vez no sucedía nada, el viejo deseaba que la armadu-ra se moviese. Pero la gigantesca figura de oro puro no semovía ni un centímetro.

El alquimista tomó unas cuantas monedas de plata pues-tas en la mesa. Su salida de Roma era inminente, la muertede los dos oficiales daba pie para cazarle como a un animalsalvaje. Necesitaré más que una daga, pensó en voz alta, laalabarda, eso es, quien se me ponga enfrente sentirá el pesode mi furia. La armadura caminó y se colocó enfrente de sucreador, estirando el brazo le entregó la alabarda, el viejo lacogió con sus dos manos y observó idiotizado a su creación.

“¡Me obedece! ¡Me obedece!”, gritó el viejo. “Toma la ala-barda”, le ordenó. La armadura obedeció. “Vuelve a tulugar”, volvió a ordenar, y ésta retornó al lugar. “¿Me prote-gerás, pase lo que pase?, le preguntó el alquimista a la arma-dura, y ésta, con un movimiento de aceptación, movió elalmete (cabeza). El viejo guardó las monedas en uno de losbolsillos de su nutrida vestimenta y salió de su vivienda, nosin antes ordenarle a su creación que lo siguiera. A cadapaso dado por el viejo, la armadura lo secundaba, si élcorría su creación también lo hacía.

Dos semanas más tarde, arribaron a una pequeña pobla-ción suiza, tan pequeña, que ni siquiera aparecía en los mapas.Se establecieron alrededor de seis meses, tiempo suficientepara que el viejo y mañoso alquimista timara a más de unaveintena de personas del poblado, obteniendo así una peque-ña fortuna. Nuevamente partieron, llegando a China despuésde veintidós meses, en los cuales al alquimista le quedó claroque su invención lo defendería ante cualquier peligro.

La armadura en su conjunto brillaba a la viva luz delhorno aún encendido, parecía un soldado de la guardia realque se encontraba protegiendo al viejo alquimista y sus per-tenencias. Un pensamiento de inseguridad cruzó por lamente del viejo, así que con paso presuroso atrancó doble-mente la robusta puerta de madera, aseguró y cubrió laúnica ventana; sólo así recobró tranquilidad.

Al día siguiente, muy de mañana se dispuso a transpor-tar la armadura a campo abierto. Retiró la madera del inte-rior de la armadura y se sirvió de un caballo para el arras-tre, mientras él se conformó con caminar y no montar enancas del caballo.

Luego de adentrarse en el bosque y saberse solo, laarmadura fue objeto de un examen meticuloso por parte desu creador. ¡Es perfecta!, repetía en voz alta. Tan concentra-do estaba en su labor, que no se percató de que era vigiladomuy de cerca por dos oficiales romanos. “Hermosa armadu-ra”, indicó uno de los oficiales.

“Así es”, respondió el alquimista, un tanto asustado porla presencia de los oficiales romanos.

“Tengo órdenes de apresarte”, indicó el oficial romano.“¿De qué se me acusa?”, respondió un tanto contrariado elviejo. “De hurto y de asesinato”, le respondieron.

Un minuto de silencio fue acompañado de un leve vientomatutino. El alquimista se encolerizó y de su abundante ves-timenta extrajo una daga y se lanzó directo al cuello de unode los oficiales que se hizo a un lado evitando así la filosadaga. El otro oficial desenvainó su espada y cuando estaba apunto de ocasionarle un daño severo al viejo alquimista, elbrazo del oficial cayó al suelo a la par de un desgarrador gritode dolor. El oficial fue rematado por un corte directo al cue-llo que lanzó su cabeza por los aires. El otro oficial tomó laespada de su compañero, mientras se escuchó el chirriar delos metales; el viejo alquimista no sabía lo que ocurría, hastaque observó a su creación moverse con la agilidad de un sol-

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él creada, y por supuesto de la obediencia ciega que ésta letenía. A una sola orden su creación se acercó a su amo y obe-deció cada una de sus instrucciones. Fao Lung estaba perple-ja, no podía creerlo. Cuando la lluvia cesó su ira, Fao Lungretornó a casa, dos habitantes observaron su salida, y porsupuesto, no miraron con buenos ojos que una ciudadanachina se mezclara tanto con un extranjero.

Al día siguiente, los dos vecinos de Fao Lung le hicieronuna visita, cuestionándola acerca de su profundo acerca-miento para con el extranjero, ella, respondió que era unapersona agradable y de una moral intachable, de ti no lodudamos, respondieron sus vecinos, pero él es un extranje-ro, nadie conoce su pasado y claro está, él no habla de ello.Fao Lung no pronunció ya más palabra y se dedicó a susactividades, con lo cual sus vecinos entrometidos se mar-charon, llevaban en mente hacerle una pequeña visita alextranjero, como le llamaban todos.

El alquimista se encontraba dándole forma a una espada,encargo de un chino, cuando los sujetos le interrogaron, sinsiquiera saludarlo. ¿Qué es lo que tú deseas extranjero?Preguntaron los dos al unísono, el viejo sin voltearlos a ver,continuó su trabajo, éstos volvieron a realizar el mismocuestionamiento, al no encontrar respuesta, se arrojaroncon dos pequeñas espadas con la intención de causarle lamuerte al viejo alquimista, el cual, cayó tratando de llamara su creación para su defensa, sin embargo, él mismo leordenó unos momentos antes de recibir la visita de los dosautores de su agonía, que debería de permanecer adentro,puesto que el material de la armadura era demasiado codi-ciado en la región. Así pues encontró la muerte el alquimis-ta, los dos sujetos se retiraron a prisa. Un par de segundosbastaron para que la muerte invadiera su cuerpo. Tres horasdespués los dos sujetos retornaron al lugar del crimen, regis-traron toda la casa y por supuesto codiciaron la armadura,la cual, rígida los observaba, esperando tener a alguien a

En su largo trayecto, el fiel protector del viejo había ter-minado con la vida de al menos treinta y cinco personas dediferentes países, todas las cuales experimentaron unamuerte cruel al sentir con todo su peso la alabarda, ya seapartiendo su cuerpo, cortando su cabeza o bien sus extremi-dades; sea como fuere, aquella terrible y bestial creación seconvirtió pronto en crónica de casi todos los habitantes delviejo continente. Algunos afirmaban que el mismísimo de-monio había mandado a una criatura de aspecto fantasmalque daba cuenta de cuanta persona se le pusiese en frente.Otros más decían que eran soldados romanos los que ate-rrorizando a las poblaciones de un sinfín de fronteras,demostraban el poder del imperio romano.

Los ciudadanos más adinerados comentaban que tan só-lo eran rumores y especulaciones de la gente para no traba-jar todo el día y que se les pagase aun sin trabajar. Sin em-bargo, pese a todos los comentarios, por muy descabelladosque estos fueran, ninguno explicaba la forma tan horrendade cómo los cadáveres presentaban heridas tan mortales,sin dejar de lado que algunas víctimas eran guardias o mili-tares de muy variadas regiones. Es así pues que la armadu-ra iba dejando a su paso una estela de muerte y sembrandoel terror por casi toda Europa.

En China, el alquimista conoció a una hermosa joven denombre Fao Lung, quien se dedicaba a las labores del hogary a cuidar una pequeña granja heredada por sus abuelos.

A diferencia del pasado tormentoso y poco moral delalquimista, ahí vivía de manera tranquila, dedicándose al ofi-cio de forjador de espadas, todo el que quería una espada debuena calidad se dirigía a su taller. Un sábado por la tarde lalluvia se hizo sentir con toda su fuerza custodiada de fuertesvientos. Esto sucedía mientras Fao Lung y el alquimista seentretenían en largas conversaciones sobre diferentes temas,en un momento de imprudencia, el viejo alquimista le parti-cipó a Fao Lung acerca del especial poder de la armadura por

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Los comenubes

EN LOS ÚLTIMOS TRESCIENTOS años aquel pintoresco pueblo habíapadecido el calor propio de una caldera, y ni qué decir delos efectos catastróficos. Los contados infantes sufrían dedeshidratación por el día y de alucinaciones por la noche.

Apenas se posaban unas pocas nubes, los comenubes seaprestaban a cazarlas, como si se tratasen de deliciosas pre-sas. Levantaban sus gigantescos y espantosos brazos, y deun solo salto que hacía estremecer el pueblo las atrapabancon sus poderosas manos y no había escapatoria; las devo-raban con ansiedad y con un gesto que hacía que se lescayeran pedacitos de piedra de sus rostros que al precipitar-se por alguna pendiente se convertían en otro problemapara aquel poblado.

Estas moles existieron mucho antes que el hombre. Su ori-gen es desconocido y por más que los primeros pobladoresse unieron para derrotarlos les resultó imposible. Después detodo, ¿qué arma era capaz de destruir las montañas?

Una vez que habían saciado su bestial apetito, se despe-rezaban y se quedaban como absortos mirando directamen-te al sol; al no haber nubes, los pobladores padecían las con-secuencias antes mencionadas.

quien proteger, sin embargo, los dos malintencionados suje-tos, vendieron la armadura a un comerciante griego, cuyaprincipal actividad era precisamente la venta de distintosmetales, el ambicioso comerciante sacó partido de la situa-ción pagándoles la mitad del costo real del material de laarmadura, después de todo, no importaba la forma quetuviese, sería fundida de nueva cuenta.

La armadura fue colocada entre una serie de cachivaches,en un rincón de la mediana embarcación del comerciante.Se dirigía a Grecia, su patria, a dos días antes de llegar a cos-tas griegas, la armadura cegó de la vida al comerciante únicotripulante de aquella embarcación, al intentar éste, para sumala fortuna, tratar de fundir a la armadura quien contabacon vida propia. Así que, jamás la familia del comerciantevolvió a saber algo de él, y la armadura y su profundo miste-rio yacen hoy en algún punto incierto de las profundas aguasdel Mar Mediterráneo.

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El pergamino y la pluma

LA TORMENTA SE ENCONTRABA en su punto álgido. Aquél hombre co-rría desesperadamente, ante los gritos de sus perseguidoresque se entremezclaban con un trueno: ¡atrápenle!, ¡atrápen-le! Una vuelta a la derecha, otra más a la izquierda. Una balale rozó uno de sus hombros, pero su frenética carrera nocesó; redobló esfuerzos y cuando creyó ponerse a salvo,entró a una vivienda semidestruida. De su abundante vesti-menta extrajo un pergamino y una pluma, y así escribió:Mis perseguidores perecerán bajo…” La detonación de unapistola le obligó a soltar el pergamino y la pluma, al tiempoque caía sin vida. Los pobladores del mediano poblado fran-cés aplaudieron por espacio de cinco minutos al ver que dosde sus conciudadanos sacaban el cuerpo de JamesFrenchet. Una vez sepultado su cuerpo, procedieron a des-truir el pergamino y la pluma aún manchada de sangre dela última víctima del ahora occiso.

Intentaron por todos los medios posible que existían enel año de 1678, despedazar esos dos objetos; sus intentosresultaron infructuosos. Se conformaron con enterrarlosbajo los cimientos de una casa en ruinas, junto a una notaescrita en cuatro idiomas que decía:

Al atardecer se levantaban, su altura rebasaba fácilmentelos quinientos metros, colocaban sus brazos como si se estu-viesen dando un abrazo, se arrodillaban y finalmente oculta-ban su cabeza; para dejar únicamente su amplia y hercúleaespalda que se distinguía a miles de metros. Cuando algúncomerciante llegaba para presenciar a los comenubes, loúnico que distinguía era una montaña. Por más que lospobladores solicitaron ayuda a distintos poblados cercanos ylejanos, les fue negada. Nadie, salvo ellos, habían presencia-do de generación en generación la actividad tan nociva delos comenubes.

Por las noches la fresca brisa del mar y la posición denuevas nubes reconfortaban de manera momentánea a lospobladores. Todos sabían que al emerger el sol, los comenu-bes acabarían con la única sombra protectora de los mortí-feros rayos solares.

La población disminuyó alarmantemente, obligando a quelos contados pobladores se reunieran una fresca noche deinvierno y determinaran abandonar en definitiva el pueblo.

A la mañana siguiente, hombres y mujeres tenían em-pacadas sus pocas pertenencias y las bestias de transporteestaban listas para su larga jornada de trabajo. Miraron porúltima vez el poblado que había visto nacer a muchas gene-raciones, y con un largo suspiro se encaminaron al siguientepoblado. Al avanzar unos cientos de metros, un movimientoespectacular provocó la caída de las casas y la rotura de las“espaldas” de los comenubes. Las montañas, ahora sin viday partidas prácticamente en dos, sirvieron de nuevas casas alos habitantes que felizmente retornaron a la tierra que losvio nacer. De los comenubes quedan ahora sólo sus especta-culares “espaldas”, a las que la humanidad sigue denomi-nando montañas.

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víctimas”. Esa misma noche, una de las dos personas másrespetables del pueblo pereció bajo la ambición del malin-tencionado sujeto poseedor de tan escalofriantes objetos.Frente a una pequeña mesa rozó la punta de la pluma conla sangre fresca de su víctima y escribió: “Deseo estar conel pergamino y la pluma eternamente”. En ese mismo ins-tante, el humo negro emanado por la pluma lo paralizó y,reduciéndolo al tamaño de la pequeña cavidad de la pluma,lo absorbió para siempre.

Al día siguiente, uno de los familiares de la víctima dioaviso a las autoridades del pueblo acerca del triste aconteci-miento, recogió el pergamino y la pluma y guardándolos enuno de sus amplios bolsillos se retiró del lugar. Dichos obje-tos fueron depositados junto al cadáver de su familiar.

Doscientos años después y debido a movimientos natu-rales y artificiales, los objetos vieron la luz después de unlargo tiempo. Una persona dedicada a coleccionar antigüe-dades los encontró, y desde ese momento pasaron a formarparte de sus raros y antiquísimos objetos. Y sin saberlo, elpergamino y la pluma llenaron de ambición su corazón,para absorberlo diez días después. Y así, de mano en mano,esos dos infernales objetos, testigos mudos de una serieincontable de muertes, se apoderan del corazón de quienlos posee.

Ambición y muerte encontrará la persona que haga uso de estos dos objetos

Transcurriedos cien años, los habitantes olvidaron la adver-tencia de sus antecesores acerca del pergamino y la pluma.

Estos dos objetos fueron construidos por un viejo alqui-mista con materiales desconocidos para su época. Dichosobjetos tenían la propiedad de hacer realidad al instantecualquier cosa que se escribiese sobre el pergamino con laayuda de la pluma. En vez de tinta, aquella infernal plumanecesitaba la sangre de un ser humano para su funciona-miento.

La vivienda y los cimientos en donde habían sido enterra-dos los objetos fueron removidos debido a la construcción deuna nueva casa. El dueño del terreno encontró intactos losobjetos a pesar del tiempo, y un pequeño trozo de papel yamuy desgastado. Desechó el papel y cogió con ambas manosel pergamino y la pluma, sus ojos resplandecieron, y susmanos comenzaron a temblar ante el descubrimiento.

Pasado un año habitó la vivienda y colocó los objetosencima de una mesa, caminaba de un lado a otro sin expli-carse por qué había asesinado a sangre fría a tres poblado-res. Las personas ya no salían más de noche, por temor aencontrarse con el asesino hasta entonces desconocido.

La violencia se apoderó de él inexplicablemente, y enpunto de las ocho pm. se encaminó a la pequeña vía queconducía a una serie de casas. Eligió una y entró sigilosamen-te, para después escribir sobre el pergamino: “deseo rique-zas”. Retornó a su casa, lanzando una mirada escrutadora acada paso.

A la mañana siguiente, se encontró rodeado de piedraspreciosas y de tesoros difíciles de describir. “¡Soy rico!” gritócon júbilo, se quedó pensativo unos segundos, y cogiendo elpergamino y la pluma, se dijo: “No sé quién o quiénes losfabricaron, pero ofrecen un poder inmenso. Necesito más

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transportadoras. Bajó de la cápsula, el aparato de frenadocontroló la terrible velocidad, y de esa mancha blanca emer-gió Julio, un poco mareado, pues aún no se acostumbraba alos viajes de miles de kilómetros.

Avanzó un par de metros. A diferencia de la ciudad, ahílas calles apenas mantenían una pequeña capa de protec-ción, en algunas partes sustituida por un poco de tierra.

A un par de metros un anciano lo observaba con una curio-sidad poco usual. Lo llamó: “¡Hijo! ¡Acércate! ¡No temas!” Julio,un tanto precavido, se aproximó. El anciano le invitó a pasara su humilde vivienda. Estando adentro, Julio notó las deplo-rables condiciones en las que vivía el anciano, quien le dijo:“Sé lo que estas pensando”. El dueño de la vivienda le ofrecióagua, y a diferencia de la ciudad, el agua ofrecida por el ancia-no era escasa. Sí mi querido amigo, el agua escasea por estoslugares, dijo el anciano, estarás acostumbrado a derrochar elagua cuando te aseas y cuando la bebes. Aquí es diferente,sobrevivimos ante la indiferencia de una sociedad supuesta-mente avanzada”. Y sin que Julio dijese algo, el anciano le rela-tó la historia de los últimos años.

“Recuerdo aquellos tiempos en los que tranquilamentese podía uno refrescar con las limpias aguas de un río, por-que yo ya no tuve la fortuna de conocer el mar, ya que suluz se extinguió como muchas de las criaturas debido alavance mortífero de la tecnología”. El anciano hizo una pau-sa y prosiguió lenta y pausadamente: “Sólo las compañías ylas industrias más fuertes en el mercado sobrevivieron a latremenda escasez de alimentos, sus propietarios acapararonel mercado mundial, ya sea de alimentos, suministro eléc-trico, etc. Y a las personas que consideraron débiles lasexcluyeron de sus planes, todo se contaminó y en el peor delos casos se extinguió. Fue ahí donde los productos sintéti-cos nacieron de la mente perversa del ser humano; poco apoco las aguas de los pocos ríos existentes en ese entoncesvieron su fin y la mayoría de los animales se extinguieron

El futuro

MILES DE IMÁGENES ERAN proyectadas en callejones y avenidas dela gran urbe. Ciudadanos en sus amplios y avanzados vehí-culos surcaban el cielo, y otros se distraían en las enormestiendas que ofrecían los últimos avances tecnológicos.

Julio avanzaba con regularidad entre pasillos ampliospero atestados de personas. El avance se hizo lento cuandoen una parte de la tienda exhibían una cinta titulada: “El serhumano hace 600 años”. Julio la observó un par de minutos.Se veían diferentes familias en los denominados días decampo, con gruesos y decorados manteles, y arriba de éstosun festín que incluía comidas de diferentes regiones, paste-les, gelatinas, en fin, todo lo necesario para agradar al másexigente paladar. Al fondo de todo ese ambiente familiar,eran visibles árboles y animales que ahora sólo se podíanobservar mediante medios electrónicos, y un poco más a laderecha un arroyo que invitaba a refrescarse en sus límpi-das aguas. La cinta aún no concluía cuando decidió mar-charse. Llevaba en mente visitar la zona cero, como le lla-maban todos a las personas que intentaban alejarse de todoaquello relacionado con la tecnología.

Julio llegó a la zona cero, luego de utilizar las cápsulas

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más pobres depositan a sus seres queridos en las contami-nadas aguas del océano; sólo las personas más adineradascuentan con el privilegio de enviar a sus familiares al espa-cio exterior, lejos de la mortífera mano del hombre.

”Los aparatos eléctricos abundan en la época actual yhan venido a tratar de sustituir a los animales domésticosque alguna vez estuvieron en casa. Los perros, aves y gatoselectrónicos son comprados en las tiendas por mayoreo, yson capaces de sentir los estados de emoción de sus dueñosy actuar de acuerdo con dichos estados. La comunicaciónentre padres e hijos es casi nula, se conforman con hablar-se y verse a través de medios electrónicos; los niños máspequeños son cuidados por máquinas que, si bien les brin-dan alimento, no les proporcionan el contacto insustituiblede sus padres, cariño, amor y todo lo necesario para formarun ser humano consciente de sus actos.

Como puedes ver, en mi humilde vivienda aún conservopartes de lo que antes era bueno y agradable, algunas fotosde cosas que ahora ya no existen. El paso del tiempo las haopacado, mas no así las imágenes de mi mente, ni ha hechomella en los más profundos anhelos que todos poseemospero dejamos de usar; y cuando esto sucede estamos muer-tos en vida. Somos como los difuntos que fríos yacen en sustumbas, pero con la diferencia de que éstos experimentaronuna muerte material y nosotros una muerte espiritual. Po-seemos corazón, pero no alma; mente, pero no razón,manos, no creamos, sino que destruimos; piernas, pero noavanzamos. Retrocedemos, pretendemos explicarnos todo anuestro alrededor y lo único que logramos es interferir conla sabia naturaleza que, tarde o temprano, reclama el lugarque por regla le corresponde.

”En la mayoría de los hogares se vive un ambiente fríorodeado de máquinas automatizadas que cubren muchosaspectos que antes el ser humano ocupaba. Las máquinashan llegado para quedarse y eliminar todo lo anteriormente

debido a que su hábitat fue sustituido por una densa capade gases y polvo que emanan las industrias actualmente”.

“Es cierto que la tecnología ha venido a simplificar lostrabajos más arduos y complicados del ser humano; en con-traparte, ha sido la causante de la desaparición de los cua-tro continentes: América, Asia, Oceanía y África. El únicoque sobrevivió a los terribles acomodamientos de las placastectónicas y también a la alta contaminación global fue elcontinente europeo, y no en su totalidad; actualmente esta-mos divididos en tres regiones. La región 1 la ocupa Ingla-terra, en la que nos encontramos; la región 2 la ocupaFrancia, y finalmente, la región 3 es ocupada por Alemania.El resto de los países sucumbió ante los embates tecnológi-cos, los habitantes rechazados por la nueva orden imperan-te a nivel mundial sobrevivieron gracias a las pocas especiesanimales que resistieron los profundos cambios climáticos;en pocos años consumimos las últimas especies. Es increí-ble ver cómo las hormigas ya no existen; en un suelo tanárido, contaminado con toda clase de desechos tóxicos, nin-guna criatura es capaz de sobrevivir.

”En la actualidad las aguas oceánicas ocupan la mayorparte del planeta. Nosotros tan sólo somos una isla en mediode aguas contaminadas en su mayor parte. El ser humanoagotó las provisiones del planeta, el oxígeno es racionado porregiones, debido a la alta contaminación existente y a la rup-tura definitiva de la capa de ozono; todo el oxígeno es sumi-nistrado por una gigantesca maquinaria y es repartido deacuerdo con el número de habitantes que alberga una región.

”Lo que más duele es la extinción lenta de los seres hu-manos que aún habitamos este planeta. Los cementerios yano existen, fueron eliminados tiempo atrás. Cuando yo nací,mi madre murió, según me contó mi abuelo, quien conlágrimas en los ojos me confesó lo duro que había sido élarrojar los restos mortales de mi madre al océano, que fuepara lo único que le alcanzó; ya que tienes que saber que los

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propuso conversar con familiares y amigos para lograr uncambio difícil, abandonar lentamente una vida cómoda yrodeada por las frías máquinas, a una donde el ser humanose replanteara su efímero paso por la tierra.

establecido; en la actualidad los alimentos son hechos a ba-se de productos sintéticos comestibles, la tierra, cansada detantos abusos cometidos por el hombre, ya no produce. Seañoran aquellos tiempos tranquilos y pacíficos, en los quese podía dar un paseo por el parque y saludar amablemen-te a las personas, pocas de ellas conservan esa costumbrecasi extinta. Las compras eran hasta cierto punto divertidas,puesto que nunca sabías si el cajero se comportaría de ma-nera amable o de forma contraria; hoy en día todas las tien-das poseen un cajero automatizado, el cual se concreta a pe-dirte que pases tu tarjeta de identificación por la ranura desu brazo electrónico. La interacción que existía antes, pormínima que ésta fuera, quedó en el recuerdo. El futuro quenos fuimos forjando fue cristalizándose poco a poco en loque hoy existe, los errores del pasado que nunca fueronenmendados hoy son la base de la extinción de las criaturasde la tierra y, dentro de poco, del ser humano y del planeta.

”Si observas bien, la densa capa de gas y polvo aprisionalas fosas nasales, y el poco oxígeno que logra filtrarse hastaaquí es apenas suficiente para que tú y yo podamos seguircon vida. A la extinción de la flora le sobrevino la extinciónanimal; solamente en un museo encontrarás perros, gatos,aves y otros animales conservados tras un grueso cristal quemantiene temperaturas bajas que hacen posible la conserva-ción de dichas especies en estado inmóvil.

”A la oleada de la extinción de la fauna, le siguieron losniños, quienes al no haberse desarrollado en un ambientepropicio murieron en grandes cantidades, sólo unos pocosque emigraron hacia las zonas un poco menos contamina-das lograron su supervivencia.

Julio no aguantó más la conversación del anciano, y enun acto de desesperación regresó a la cápsula transportado-ra. Después de unos segundos se hallaba de nueva cuentaen la imponente urbe. Observó con profunda tristeza la faltade elementos naturales a su alrededor. Y desde ese día se

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realizar el viaje de regreso. Dos meses de intensa lucha con-tra las masas de hielo que, en una danza casi coordinada,impidieron el paso veloz de la gigantesca embarcación quecomandaba.

Dirigió sus pasos a una de las imponentes montañas dehielo que era circundada por una masa endurecida desde elprincipio de los tiempos, y estando ahí con catalejo enmano, divisó las masas árticas que se perdían en la inmen-sidad del horizonte. Al cabo de una hora de obstinada obser-vación, fue informado por uno de los dos suboficiales quelas reparaciones al motor habían sido realizadas. Con unmovimiento de manos, que interpretó a la perfección el sub-oficial Komarov Andréi, preparó su fusil, siguiendo al capi-tán a una distancia prudente, se detenían tras avanzar unpar de metros, para continuar con su marcha. Una y otravez repitieron este procedimiento; la naturaleza del sitio asílo exigía, ninguna precaución estaba de más.

Al llegar a la pared con mayor extensión de la montañade hielo, un movimiento rápido de Komarov, apuntando suarma a una enorme mancha blanca que daba muestras demovimiento y que se perdió en las heladas aguas tras la des-carga, dejó una enorme mancha roja en un área extensa.Dorfman y Komarov intercambiaron miradas, el primero deagradecimiento y el segundo con una ligera sonrisa e indi-cando con el dedo la entrada baja a una especie de cueva.Komarov recargó su fusil, y el capitán, inclinado para ob-servar con mayor detenimiento el acceso, resolvió internar-se, el espacio apenas hacía posible su ingreso, por lo quetuvo que hacer uso, en el último tramo, de su piqueta.

En el interior de la cueva, un silencio inusual y un ligeroviento de imprecisa procedencia se dejaban sentir, la cue-va de unos tres metros de altura por unos diez metros deextensión comenzó a ser irradiada por una extraña luz.Dorfman, aún solo, puesto que Komarov se había retrasa-do debido a que su gruesa complexión le impidió ingresar,

El escudo

LOS EXPLORADORES DEL ÁRTICO, cansados, desilusionados y casi sinesperanzas de encontrar el invaluable escudo azteca, hicie-ron alto total sobre una zona en la que era posible descen-der. A la voz del capitán, toda la tripulación desembarcó,con excepción de los maquinistas, quienes aprovecharonpara realizar pequeñas reparaciones al gigantesco motor.

Dorfman Nikoláievich capitán de la embarcación rusa,dejó huella de sus zapatos especiales para la nieve, el 30 deoctubre de 1890, en una región desconocida del ártico, mien-tras que el resto de la tripulación, armados con fusiles de unsolo tiro, expectantes ante cualquier amenaza, lanzaron unamirada escrutadora a derecha e izquierda. La probabilidadde que seres humanos anteriores a ellos hubiesen realizadouna expedición de tal importancia, era desconocida.

El antiguo manuscrito indicaba que el poderoso escudo,utilizado en la época de gloria del imperio azteca por elemperador Ahuizotl, fue transportado por una misteriosaembarcación en una fecha indeterminada a algún punto dela peligrosa región ártica.

Dorfman determinó desembarcar en ese sitio, puestoque las reservas de combustible apenas si alcanzaban para

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paso de un par de millas náuticas recorridas, se dirigió a proay extrayendo de su abundante vestimenta el manuscrito quedaba fe de la existencia del escudo, lo lanzó y con este actose perdió toda posibilidad de que otro ser humano codiciarael escudo azteca.

se acercó a una elevación que sostenía un objeto difuso; amedida que se acercó, la luz disminuyó su intensidad. Elescudo azteca, radiante y majestuoso, estaba frente a suimperturbable mirada. Lo apresó con ambas manos, lo obser-vó cual científico presta atención a un conejillo de Indias y locolocó en su brazo derecho, mediante la correa interior delescudo para tal efecto.

Su cuerpo tembló, su vista se aturdió y después de unossegundos, fue transportado al pasado, a la época gloriosadel imperio azteca. Observó impasible al emperadorAhuizotl, que comandaba un ejército de miles de personas,y entre gritos de guerra y flechas lanzadas por los aires, sedesató la batalla. Ambos bandos sufrieron bajas. Al cabo detres horas de cruenta lucha, los guerreros de mayor rangodel soberano azteca trasladaron ante Ahuizotl al jefe delejército enemigo; Ahuizotl lo observó y dirigiendo su vista alcielo, ahora cubierto por nubes grises y monótonas, le cortóla cabeza ante gritos de júbilo por parte de sus guerreros.Los sobrevivientes del ejército derrotado, pasaron a formarparte de los numerosos esclavos del emperador azteca.

Dorfman no reaccionó, el escudo que sostenía lo habíaubicado cerca de la batalla, la sangre vertida por los guerre-ros era visible aún a cientos de metros a la redonda, los árbo-les, ahora adormecidos por un leve viento procedente delnorte, movían sus gigantescos brazos en señal de la tempes-tad que se avecinaba. Los guerreros de Ahuizotl marchabancansados pero felices por la victoria, cada cual mostraba a sucompañero las armas y otros artículos capturados de losmuchos muertos. En ese momento, el escudo emitió la ra-diante luz antes conocida por Dorfman y fue retornado a suépoca. Colocó el objeto en su sitio, y entendiendo que la po-sesión de un elemento tan valioso como era el escudo azte-ca del emperador Ahuizotl debía permanecer imperturbableen su prisión de hielo, invitó a Komarov a salir de la cueva.Dirigiéndose al barco, ordenó poner el motor en marcha; al

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Sí, asintió con una de sus páginas abiertas el libro de econo-mía, al tiempo que lanzaba por el aire toda la teoría de unolvidado economista. El libro de química se entretenía reali-zando día con día, experimentos sencillos, con los que sematenía ocupado. El libro de derecho recitaba una y otra vezartículos, párrafos, leyes y todo lo relacionado con el conjun-to de ordenamientos.

El libro de poesía se entretenía recitando versos de losmás distinguidos poetas, mientras que el libro de astrono-mía colocaba la representación de la próxima Centauri en eltecho de la amplia biblioteca.

“Qué tristeza, qué tristeza”, repetía sin detenerse el libro dehistoria, “aún tengo miles de páginas en blanco para que losseres humanos escriban su historia, una historia diferente.Han de saber, indicó para todos sus colegas, que la mayoría demis páginas están llenas de capítulos tristes, de muertes, sin-sabores, odio, infamia, guerras y todo aquello que representadestrucción”. Todos los libros alzaron la voz, cada uno emitíasu punto de vista acerca de lo dicho por la historia; se encon-traban en esto, cuando la amplia y polvorienta puerta de labiblioteca quedó abierta, apenas si cada libro logró acomodar-se en su respectivo sitio.

Una niña de escasos años curioseaba de aquí para allá,se detuvo en un estante que indicaba la sección infantil,cogió un libro de cuentos y sentándose en el descuidadopiso, abrió el libro y comenzó a leer.

La biblioteca

EL LIBRO DE FÍSICA contempló a sus amigos por segunda ocasión yse dispuso a un largo y tranquilo descanso. La última vez queun ser humano ingresó a la biblioteca fue en los tiempos enque las personas ansiaban leer para transformar su mundo;sin embargo, con la eclosión de muchas guerras, la mayoríade las personas se dedicaron a reconstruir el planeta; deforma lenta la tierra fue sustituida por gruesas capas de acero,robots, máquinas y todo lo relacionado con la tecnología. Deahí el resultado de que la única biblioteca sobreviviente de lasguerras se encontrase solitaria desde años atrás.

El libro de español, lanzando a casi todo el abecedario desus últimas páginas, bajó del tercer gran estante y con pacien-cia recogió y pegó en sus hojas letra por letra. Al tiempo suvecino le decía: “¿Qué caso tiene que llenes tus páginas sinadie las lee?” El libro de español no respondió. Entretanto,el libro de matemáticas comenzó a decir una serie incom-prensible de frases en las que sobresalían algoritmos, ecua-ciones de primer y segundo grado. “Ya empezó de nuevacuenta con sus berrinches”, dijo el libro de geografía, “está asídesde que el último ser humano lo consultó para la resoluciónde algo llamado… no lo recuerdo, pero era algo complicado”.

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todos los señores de la tierra, digno de elogios, y dueño detodo lo conocido, hoy vengo ante tu real presencia para quese haga justicia, la gigantesca calabaza que es disputa demis hermanos campesinos, la coseché en mi tierra, la cuidé,le brindé atención igual o más que a cualquier otro fruto. Yhoy, mediante engaños desean arrebatarme lo que es mío”.El rey, llevándose una copa de oro puro hacia su boca quecontenía el mejor vino de la región y limpiándose su ampliabarba, indicó: “¡Ustedes, hablen!” –refiriéndose a los doscampesinos restantes, uno de los cuales dio la misma ver-sión que la anterior; ante esto, el monarca ordenó:¡Traedme esa calabaza!, como castigo por estar en de-sacuerdo acerca del origen de este fruto, seré yo quien loconsuma, y estarán aquí hasta que saboree el último trozo.

Cuatro días estuvieron los campesinos observando cómoel rey consumía aquella calabaza, en cada bocado el corazónles latía más y más fuerte. Para cuando la calabaza quedóreducida a nada, el rey los hizo salir del castillo. Los tres cam-pesinos retornaron a sus actividades y al paso del tiempo dosde ellos olvidaron aquel penoso asunto, pero uno de ellosdeseaba darle una lección al rey. ¿Cómo podría manifestar sudesacuerdo ante el rey? Si la guardia real no permitía quenadie hablase a menos que el rey lo permitiese.

Cierto día, el campesinoencaminó sus pasos a la vivien-da del mago Baduk, el más poderoso de los magos, de quiense decía que había exterminado las criaturas más mortífe-ras del planeta, sin que le causaran ni un solo rasguño. Deahí su reputación.

“¡Mago Baduk!, gritó con voz fuerte, ¡Mago Baduk!” volvióa decir, y una figura envuelta en nubes blanquecinas apare-ció y tomó forma poco a poco. “¿Qué deseas?”, indicóBaduk. “El rey…” Sí, ya sé, dijo el mago, sin siquiera esperara que su visitante completara la frase. Deseas darle una lec-ción al rey, ya que nadie del reino se atreve a contradecirle ya señalarle que la mayoría de sus órdenes son incorrectas”.

El espejo

EN LOS PRIMEROS TIEMPOS del hombre, cuando el alimento abunda-ba, la tierra rica en nutrientes brindaba a las cosechas delhombre lo mejor de sí, los animales merodeaban de aquípara allá, las plantas cubrían grandes extensiones de terre-no. El ser humano fabricó los primeros instrumentos, lenta-mente avanzó en el uso de diferentes materiales y con elloobtuvo el conocimiento genuino de las cosas. La especiehumana ocupó decenas y decenas de ricas hectáreas, emi-gró cuando lo consideró necesario. Y finalmente llegaron aformar poblados, pero uno entre todos era el reino de aque-lla vasta región llamada: Prosperidad.

El rey, máxima autoridad, gozaba de amplios privilegios,y aunque se encontraba en constante cercanía con los hom-bres más viejos y, por lo tanto, más sabios, cometía erroresen la toma de decisiones.

Cierto día, tres campesinos que se peleaban una gigan-tesca calabaza, fueron llevados ante el rey. Tres guardias rea-les efectuaron la reverencia magistral y notificaron la razónde la disputa. El rey, que en esos momentos se disponía aprobar alimento, miró fijamente a uno de los humildes cam-pesinos, quien le dijo: –“¡Oh gran rey! Benevolente entre

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ción, registraron todo, durante al menos diez minutos ya quela habitación era enorme. “Pueden retirarse”, indicó el rey.

“El espejo te habla ¡Oh monarca! Deberías cambiar tumal proceder en acciones buenas que tiendan a elevar lacalidad de vida de tus gobernados”. Y así, el rey compren-dió que no se podía gobernar con necedad y cada vez quese presentaba un candidato para ocupar un puesto, el reypedía consejo al espejo, que desde ese día pasó a formarparte de su real consejo. No está de más señalar que sureino se tornó en el más próspero, justo y rico de todos losconocidos.

“Veamos, veamos”, decía Baduk, mientras buscaba entreuna serie de cachivaches, “¡lo tengo!” “Pero eso es un espe-jo”, indicó el resignado campesino. “No es un espejo cual-quiera, éste tiene la propiedad de reflejar el interior de unapersona, desechando la parte de la imagen exterior que depoco o nada sirve. Tómalo y obséquialo al rey, bajo el pretex-to que prefieras”. “¿Funciona?” preguntó atemorizado. “claroque funciona, indicó Baduk. “Observa, dijo acercando elespejo al rostro del campesino. En el mango del espejo len-tamente despertó un rostro que lanzando un gran bostezodijo: “¿Quién se atrevió a despertarme luego de 200 años?pero si es… claro ¡Baduk! A tu servicio”, dijo el espejo, y emi-tiendo una serie de luces que emanaban de sus ojos, indicó:“una persona de poca belleza física; sin embargo, de unnoble corazón. Noto una pequeña porción de sed de vengan-za, que contrasta con su natural don de servicio, humildad ygenerosidad”. La imagen que reflejaba el espejo era la de unniño hermoso y radiante. “Bien, ese es tu reflejo interior”.“Este espejo nunca miente”, dijo Baduk, al entregárselo.“Debo admitir, continuó diciendo, que tienes un alma gene-rosa. Dirígete al castillo y dáselo como regalo al rey”.

Muy de mañana, del día posterior a la entrevista con elmago, solicitó audiencia con el rey y le fue concedida. “¡Ah! Esel campesino de la calabaza, señaló el rey, ¿qué deseas?” “Letraigo este humilde obsequio”, y sacando el espejo de unabolsa de cuero fuertemente costurada, se acercó al rey man-samente, y éste, estirando el brazo, agradeció y ordenó que seretirara puesto que la hora de su descanso estaba por llegar.

Al levantarse, el monarca se desperezó y acercó el espejo,del cual una voz indicó: “Una persona gruñona, infeliz, va-nidosa y con un alma impura; nunca en la vida que llevó co-mo espejo había reflejado un interior tan negro”. “¿Quién seatreve a decir semejantes barbaridades? ¡Guardias! ¡Guar-dias! Gritó con voz descompuesta el rey. Después de unossegundos, cinco corpulentos guardias ingresaron a la habita-

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El imperio aztecase terminó de imprimir

en diciembre de 2007 en Talleres Gráficos,

en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Los interiores se tiraron sobre papel cultural

de 44,5 kg y la portada sobre cartulina cou-

ché de 169 kg. En su composición tipográfi-

ca se utilizó la familia ITC Usherwood.

Se imprimieron mil ejemplares.

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