Hermoso texto de Ernest Hemingway sobre los temores en la vida y cómo enfrentarlos. TEMORES.
El Invicto - Ernest Hemingway
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l invicto
anuel G arcía subió las escaleras hasta el despacho de
don
Miguel
Retana.
Dejó
la
maleta
en el
suelo
y
llamó
a
la puerta. No hubo
respuesta.
Manuel de pie en el
pasi
llo, percibió quehabía alguien en la oficna. Lo percibió através de
U puerta.
—Retana —dijo aguzando el oído.
No hubo respuesta.
l -stá ahí, ya lo creo se dijo Manuel.
-Retana
—dijo
y dio un golpe en la puerta.
—¿Quién llama? —dijo alguien en el despacho.
—Soy yo Manolo —dijo Manuel.
—¿Qué quieres?— preguntó la voz.
—Quiero
trabajar
—dijo Manuel.
Se oyeron varos chasquidos en la puerta y esta seabrió. Ma-
i i i l entró, trajinando la
maleta.
Un
hombre menudo
estaba
sentado tras
un escritorio al
otro
I
Hliemo de la oficna. Sobre su cabeza colgaba la cabeza de un to
o
disecada por un taxidermsta de Madrid; en las paredes había
iiii)grafías enmarcadas y carteles de corridas de toros.
El hombrecllo sequedó mrando a Manuel.
—Pensaba que tehabían matado
—dijo.
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Manuel se
incorporó
y se lo
quedó
mirando.
—Hola, Zurito— dijo.
—Hola,
muchacho
—dijo
el
grandullón.
—Me he
quedado
dormido. —Manuel se frotó la frente con el
dorso del puño.
—Eso me ha parecido.
— ¿Cómo
va todo? l
—Bien. ¿Cómo
te va a ti?
— No
tan bien. 1̂
Los dos se quedaron callados. Zurito, el picador, miró la cani
pálida de Manuel. Manuel se fijó en las
enormes manos
del pica
dor, que doblaba el periódico parametérselo en el bolsillo.
—Tengo que pedirte un favor, Manos
—dijo
Manuel.
i
Manosduras
era el apodo deZurito.
Cada
vez quelo oía pensa
ba en sus manazas. Las
colocó sobre
la mesa, bien a la vista, coii .
cíente
de lo grandes que
eran.
—Vamos a
echar
un trago —dijo. »
—Caro
—dijo
Manuel.
El
camarero
llegó,
se fue y
volvió. Salió
de la
sala
mirando
a
h
r,
dos hombres de la mesa. •
—¿Qué
pasa, Manolo?
— Zurito puso
el
vaso sobre
la
nir„i
— ¿Me harías de picador con dos toros mañana por la
ncK
lu,
—le
preguntó
Manuel, levantando la mirada
haciaZurito.
— No —dijo Zurito— .
Ya no hago de picador.
Manuel bajó la mirada hacia su vaso.
Esperaba
esa respui:.i,i
ahora
la
había oído.
Bueno, ya
tenía
el no.
— Lo siento, Manolo, pero ya no hago de picador
—dijo
/ i n
t
to mirándose
las
manos.
— No pasa
nada —dijo
Manuel.
—Soy
demasiado viejo
—dijo
Zurito.
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—Solo
te lo
quería
preguntar
—dijo
Manuel.
—¿Es para la corrida nocturna demañana?
— Sí.
Pensaba que si
tenía
un buen picador,
podría sacarla
ade-
lante.
— ¿Cuánto
te
pagan?
.
—Trescientas
pesetas.
;>. i\ i>v
— A mí me pagan más por picar.
— Lo sé —dijo Manuel—. No tenía derecho apreguntártelo.
— ¿Por qué sigues toreando, Manolo? — preguntó Zurito—.
¿Por qué no te
cortas
la coleta?
— No
lo
sé —dijo
Manuel. • .
—Eres
casi
tan viejo como yo
—dijo
Zurito.
— No
lo sé
—dijo
Manuel—. Tengo que hacerlo. Todo lo que
quiero es
tener
otra oportunidad. No puedo dejarlo. Manos.
— Sí
que
puedes.
—No, no puedo. He intentado mantenerme
lejos
del toreo.
, —Sé lo que sientes. Pero eso no es bueno. Deberías dejarlo y
volver.
— No
puedo.
Además, últimamente
me ha ido bien.
Zurito
lo
miró
a la cara. , •
—Has estado
en el hospital.
—Pero lo estaba haciendo muy bien cuando tuve la cogida.
Zurito
no dijo
nada. Vertió
en la
copa
el
coñac
que
tenía
en el
platillo.
—Los periódicos dijeron queno sehabía visto una faena mejor
—dijo
Manuel. : • i .
Zurito se lo quedó mirando.
—Ya s bes que
cuando
me lo tomo en
serio
soy bueno —dijo
Manuel.
—Eres demasiado
viejo
—dijo
el picador.
ip - i fii- n y-
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Manuel se recostó. Entonces le pusieron algo en la cara Todo
le resultaba muy familiar. Inhaló profundamente. Se sentía muy
cansado. Estaba muy, muy cansado. Le quitaron lo que le habían
puesto en la
cara
—Lo estaba haciendo bien
—dijo
Manuel débilmente—. Lo
estaba
haciendo muy bien.
Retana miró
a
Zurito
y se
dirigió hacia
la puerta >
—Yo
me
quedaré con
él
—dijo Zurito.
í
Retana
se encogó de hombros. •
• I
Manuel
abrió los ojos y miró a Zurito.
1
—¿No lo
estaba
haciendo bien. Manos? —preguntó, pidiendo
confirmación.
—Claro
—dijo
Zurito—.
Lo estabas haciendo muy bien. ^
El
ayudante del médico colocó la mascarilla sobre la cara i\
Manuel y esteinhaló profundamente. Zurito, incómodo, se qurdo
mirando.
n
tr
país
n
otoño
la guerra
seguía
en todas partes, pero nosotros ya
no íbamos
a
volver. En otoño hacía frío
en
Milán
y
osen
re
acia
muy temprano. Luego
encendían
el alumbrado
eléctri-
«o y era
agradable
pasearsepor las cales mirando los escaparates
I labia mucha cazacolgando en el exterior de las tiendas, y la nieve
espolvoreaba las
pieles
de los zorros y el viento
agtaba
sus colas,
.os ciervos
estaban
rígidos,
pesados
y huecos, y unos pajarillos re
voloteaban al viento y el viento les
agtaba
las plumas. Era un oto-
fio Irío
y el viento
llegaba
de las
montañas.
( ada tarde
íbamos
todos al hospital, y
había
diversas
rutas pa
ii i (tuzar la ciudad andando a
través
del
crepúsculo.
Dos de
elas
« Huían
los
canales,
pero eran
muy largas.
De todos modos, siem
| c tenías que cruzar u n canal poru n puente para entrar en el hos-
jiliiil. Se podía elegr entre tres puentes. En uno de ellos una mujer
Vriidía castañas asadasEl fuego de carbón emitía un calor agrada
lilt V luego las castañas
estaban
calentitas dentro del bolsillo. El
lutipital
era muy viejo
y
m uy hermoso, y se entraba por una verja,
«
n izaba
un patio y se salía por otra verja al
otro
lado. General-
Mu
ule
había cortejos fúnebres que salían del patio. Más allá del viejo
l»t<«|alal estaban los
nuevos pabellones de
ladrillo,
y
ahí nos
encon-
H-tl .tinos
cada
tarde, todos muy
educados
y muy
interesados
por