El Jardinero y El Señor

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El jardinero y el seor[Cuento infantil. Texto completo.] Hans Christian Andersen

A una milla de distancia de la capital haba una antigua residencia seorial rodeada de gruesos muros, con torres y hastiales. Viva all, aunque slo en verano, una familia rica y de la alta nobleza. De todos los dominios que posea, esta finca era la mejor y ms hermosa. Por fuera pareca como acabada de construir, y por dentro todo era cmodo y agradable. Sobre la puerta estaba esculpido el blasn de la familia. Magnficas rocas se enroscaban en torno al escudo y los balcones, y una gran alfombra de csped se extenda por el patio. Haba all oxiacantos y acerolos de flores encarnadas, as como otras flores raras, adems de las que se criaban en el invernadero. El propietario tena un jardinero excelente; daba gusto ver el jardn, el huerto y los frutales. Contiguo quedaba todava un resto del primitivo jardn del castillo, con setos de arbustos, cortados en forma de coronas y pirmides. Detrs quedaban dos viejos y corpulentos rboles, casi siempre sin hojas; por el aspecto se hubiera dicho que una tormenta o un huracn los haba cubierto de grandes terrones de estircol, pero en realidad cada terrn era un nido. Moraba all desde tiempos inmemoriales un montn de cuervos y cornejas. Era un verdadero pueblo de aves, y las aves eran los verdaderos seores, los antiguos y autnticos propietarios de la mansin seorial. Despreciaban profundamente a los habitantes humanos de la casa, pero toleraban la presencia de aquellos seres rastreros, incapaces de levantarse del suelo. Sin embargo, cuando esos animales inferiores disparaban sus escopetas, las aves sentan un cosquilleo en el espinazo; entonces, todas se echaban a volar asustadas, gritando rab, rab!. Con frecuencia el jardinero hablaba al seor de la conveniencia de cortar aquellos rboles, que afeaban al paisaje. Una vez suprimidos, deca, la finca se librara tambin de todos aquellos pajarracos chillones, que tendran que buscarse otro domicilio. Pero el dueo no quera desprenderse de los rboles ni de las aves; eran algo que formaba parte de los viejos tiempos, y de ningn modo quera destruirlo. -Los rboles son la herencia de los pjaros; haramos mal en quitrsela, mi buen Larsen. Tal era el nombre del jardinero, aunque esto no importa mucho a nuestra historia. -No tienes an bastante campo para desplegar tu talento, amigo mo? Dispones de todo el jardn, los invernaderos, el vergel y el huerto. Cierto que lo tena, y lo cultivaba y cuidaba todo con celo y habilidad, cualidades que el seor le reconoca, aunque a veces no se recataba de decirle que, en casas forasteras, coma frutos y vea flores que superaban en calidad o en belleza a los de su propiedad; y aquello entristeca al jardinero, que hubiera querido obtener lo mejor, y pona todo su esfuerzo en conseguirlo. Era bueno en su corazn y en su oficio. Un da su seor lo mand llamar, y, con toda la afabilidad posible, le cont que la vspera, hallndose en casa de unos amigos, le haban servido unas manzanas y peras tan jugosas y sabrosas, que haban sido la admiracin de todos los invitados. Cierto que aquella fruta no era del pas, pero convena importarla y aclimatarla, a ser posible. Se saba que la haban comprado en la mejor frutera de la ciudad; el jardinero debera darse una vuelta por all, y averiguar de dnde venan aquellas manzanas y peras, para adquirir esquejes. El jardinero conoca perfectamente al frutero, pues a l le venda, por cuenta del propietario, el sobrante de fruta que la finca produca. Se fue el hombre a la ciudad y pregunt al frutero de dnde haba sacado aquellas manzanas y peras tan alabadas. -Si son de su propio jardn! -respondi el vendedor, mostrndoselas; y el jardinero las reconoci en seguida. No se puso poco contento el jardinero! Corri a decir a su seor que aquellas peras y manzanas eran de su propio huerto. El amo no poda creerlo. -No es posible, Larsen. Podra usted traerme por escrito una confirmacin del frutero? Y Larsen volvi con la declaracin escrita. -Es extrao! -dijo el seor. En adelante, todos los das fueron servidas a la mesa de Su Seora grandes bandejas de las esplndidas manzanas y peras de su propio jardn, y fueron enviadas por fanegas y toneladas a amistades de la ciudad y de fuera de ella; incluso se exportaron. Todo el mundo se haca lenguas. Hay que observar, de todos modos, que los dos ltimos veranos haban sido particularmente buenos para los rboles frutales; la cosecha haba sido esplndida en todo el pas.