El lamento del jazz mexicano, América Economía Internacional mayo 2014

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106 AMÉRICAECONOMÍA / MAYO, 2014 LÍNEA DIRECTA DAVID CORNEJO radios privadas no lo apoyan”, lee otro en una declaración, “en un país ensombrecido por las balas y el reggaetón”. Cuando nació el rock el jazz pasó a ser considerado música para la elite. “No puedes transmitir el jazz a jóvenes que bailan en discotecas”, dice uno de los productores de la mesa redonda. “Porque no es música para ellos, sino para el público que le corresponde”. Esto a propósito de una radio estatal que transmite jazz en las tardes para atraer a los jóvenes. No entiendo si quieren más público o no. A las siete de la tarde, en el edificio de enfrente, asisto al cierre del encuentro de jazz. Es en el Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y se trata de un concierto del Cris Lobo Cuar- teto. Lobo es el guitarrista y toca con un baterista chilango, un contrabajista brasileño y un trompetista gringo. En el salón principal del museo hay unas 50 personas. El concierto comienza y tras un par de minutos viene un solo de contrabajo. El sonido no está bien amplificado y no se escucha el instrumento. La gente se mira entre sí extrañada, mientras el contraba- Sale loco de contento, con su cargamento, para la ciudad”, dice la letra de Lamento borincano. La canta un chilango de unos 50 años en un local ubicado a un costado del Zó- calo, en el centro histórico de la capital mexicana. Tiene un pendrive con pistas de ritmo en su teclado Yamaha, sobre las que hace solos con sonido de trompeta. “Para que vean que no estoy doblando”, explica. Y aunque me causa nostalgia la canción, que conozco de un disco de vinilo que heredé, mis lágrimas son por lo picante de las enchiladas. En el local hay oficinistas, novios, señoras con bolsas de compra, una cas- cada y mucho calor desde las cocinas. Una mesa vecina tiene una pata coja y la mesera vuelve con un papel doblado para solucionar el problema. Tras unas canciones, el músico se pasea con un vaso de monedas por las mesas. “Es mi único sueldo”, dice, y vuelve al teclado a cantar a pedido Somos novios, de Armando Manzanero. Tiene un cuaderno con letras escritas a lápiz y su música no quedaría mal en un disco de world music. O en una película de David Lynch. Luego de comer, del otro lado de la plaza asisto a un encuentro de jazz en el Palacio del Arzobispado. Es la charla final de un evento gratuito de dos días, seis mesas redondas y 30 especialistas invitados, según dice un folleto. Su- pongo que los especialistas no somos las 30 personas que estamos de público en el salón. La mesa redonda la integran periodis- tas, productores y gente de medios. Se quejan del poco apoyo al jazz en México. “Trabajamos gratis”, dice un locutor. “Los medios que lo tocan son oficiales, las El lamento del jazz mexicano jista sigue en trance. El “nadie nos escucha” de la mesa redonda se hace carne. Algunos se van. Pero no todo está perdido. De a poco el sonido se va arreglando, escuchamos al contrabajo brasileño, el trompetista improvisa inspirado y el baterista golpea firme su tambor. La música de Lobo se eleva y aparece finalmente ese secreto de iniciado entre las notas. La banda anuncia canciones como Bésame mucho y las toca de reojo, desarmándolas, deconstruyéndolas, y cayendo al final en el acorde perfecto. Ponen un muro entre tú y las canciones, pero te invitan a saltarlo. Si el reggaetón sirve para olvidarse de los problemas y salir de lo cotidiano, supongo que el jazz no es muy distin- to. En Brasil el jazz se mezcla con los ritmos locales, en Argentina llevan décadas de jazz rock y en Chile existe el desgarbado jazz guachaca que nació en los burdeles. Tal vez el jazz mexicano necesita amigarse con las demás músicas para sacarse la soledad y salir del ostracismo. Ranchera jazz, te invocamos. n David Cornejo en Ciudad de México Músicos invisibles, música abstracta: el jazz chilango busca amigos.

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106 AMÉRICAECONOMÍA / MAYO, 2014

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radios privadas no lo apoyan”, lee otro en una declaración, “en un país ensombrecido por las balas y el reggaetón”.

Cuando nació el rock el jazz pasó a ser considerado música para la elite. “No puedes transmitir el jazz a jóvenes que bailan en discotecas”, dice uno de los productores de la mesa redonda. “Porque no es música para ellos, sino para el público que le corresponde”. Esto a propósito de una radio estatal que transmite jazz en las tardes para atraer a los jóvenes. No entiendo si quieren más público o no.

A las siete de la tarde, en el edificio de enfrente, asisto al cierre del encuentro de jazz. Es en el Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y se trata de un concierto del Cris Lobo Cuar-teto. Lobo es el guitarrista y toca con un baterista chilango, un contrabajista brasileño y un trompetista gringo. En el salón principal del museo hay unas 50 personas.

El concierto comienza y tras un par de minutos viene un solo de contrabajo. El sonido no está bien amplificado y no se escucha el instrumento. La gente se mira entre sí extrañada, mientras el contraba-

“Sale loco de contento, con su cargamento, para la ciudad”, dice la letra de Lamento borincano.

La canta un chilango de unos 50 años en un local ubicado a un costado del Zó-calo, en el centro histórico de la capital mexicana. Tiene un pendrive con pistas de ritmo en su teclado Yamaha, sobre las que hace solos con sonido de trompeta. “Para que vean que no estoy doblando”, explica. Y aunque me causa nostalgia la canción, que conozco de un disco de vinilo que heredé, mis lágrimas son por lo picante de las enchiladas.

En el local hay oficinistas, novios, señoras con bolsas de compra, una cas-cada y mucho calor desde las cocinas. Una mesa vecina tiene una pata coja y la mesera vuelve con un papel doblado para solucionar el problema. Tras unas canciones, el músico se pasea con un vaso de monedas por las mesas. “Es mi único sueldo”, dice, y vuelve al teclado a cantar a pedido Somos novios, de Armando Manzanero. Tiene un cuaderno con letras escritas a lápiz y su música no quedaría mal en un disco de world music. O en una película de David Lynch.

Luego de comer, del otro lado de la plaza asisto a un encuentro de jazz en el Palacio del Arzobispado. Es la charla final de un evento gratuito de dos días, seis mesas redondas y 30 especialistas invitados, según dice un folleto. Su-pongo que los especialistas no somos las 30 personas que estamos de público en el salón.

La mesa redonda la integran periodis-tas, productores y gente de medios. Se quejan del poco apoyo al jazz en México. “Trabajamos gratis”, dice un locutor. “Los medios que lo tocan son oficiales, las

El lamento del jazz mexicano

jista sigue en trance. El “nadie nos escucha” de la mesa redonda se hace carne. Algunos se van.

Pero no todo está perdido. De a poco el sonido se va arreglando, escuchamos al contrabajo brasileño, el trompetista improvisa inspirado y el baterista golpea firme su tambor. La música de Lobo se eleva y aparece finalmente ese secreto de iniciado entre las notas.

La banda anuncia canciones como Bésame mucho y las toca de reojo, desarmándolas, deconstruyéndolas, y cayendo al final en el acorde perfecto. Ponen un muro entre tú y las canciones, pero te invitan a saltarlo.

Si el reggaetón sirve para olvidarse de los problemas y salir de lo cotidiano, supongo que el jazz no es muy distin-to. En Brasil el jazz se mezcla con los ritmos locales, en Argentina llevan décadas de jazz rock y en Chile existe el desgarbado jazz guachaca que nació en los burdeles.

Tal vez el jazz mexicano necesita amigarse con las demás músicas para sacarse la soledad y salir del ostracismo. Ranchera jazz, te invocamos. n

David Cornejo en Ciudad de México

Músicos invisibles,

música abstracta: el jazz chilango

busca amigos.