El Líbano. El corazón cristiano del Medio Oriente

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El Líbano. El corazón cristiano del Medio Oriente Catholic.net (Revista Misión, junio de 2016).- Entre mar y montañas, el Líbano ha sobrevivido a guerras e invasiones, permaneciendo fiel a su fe en Cristo. Hoy en día, en medio de una región en crisis, los cristianos libaneses –el 50 por ciento de la población– mantienen viva su identidad, entre la tradición y la modernidad. Al llegar al aeropuerto de Beirut y tras coger el coche hacia la ciudad, enseguida nos encontramos sumergidos en el frenesí del Medio Oriente. En la carretera, no existen reglas. Pasamos por el suburbio sur, dominado por Hizbulah, el grupo islamista chiita. Recorremos, luego, la famosa Corniche de Beirut, el malecón por el que se suceden los rascacielos frente al mar Mediterráneo. Una vez que llegamos a la parte este de la capital libanesa, la zona cristiana, el ambiente cambia por completo. En el Líbano, todos conviven, aunque cada grupo reside en su propio barrio. Esta geografía refleja el sistema político en vigor desde la independencia del país (en 1943): el confesionalismo, es decir, la repartición del poder entre las muchas confesiones que componen el país, lo que hace que se mantenga en un frágil equilibrio. Milagrosamente, después de la terrible guerra civil que tuvo lugar entre 1975 y 1990, y tras la presencia del ejército sirio en el territorio de 1990 a 2005, el país sigue resistiendo. Se ha repuesto, una y otra vez, de los conflictos y de las olas de violencia que suelen asolar la región, aunque los edificios de Beirut exhiben las huellas de las guerras pasadas. Los cristianos En la zona cristiana, encontramos una estatua de la Santísima Virgen o una cruz en cada esquina. Llegamos al barrio de Sabtieh, a poca distancia del centro, donde el padre Elías Bou Saba nos acoge en su casa. A sus 71 años, este sacerdote del rito greco-católico, casado, padre de cinco hijos y abuelo de cinco nietos, disfruta de una vida plena. Nos cuenta cómo se organiza para vivir esta vocación de servicio en la tradición oriental. Cada día, a las ocho de la mañana, celebra la misa en la iglesia ubicada a pocos minutos andando del página 1 / 8

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(Revista Misión, junio de 2016).- Entre mar y montañas, el Líbano hasobrevivido a guerras e invasiones, permaneciendo fiel a su fe en Cristo. Hoyen día, en medio de una región en crisis, los cristianos libaneses –el 50 porciento de la población– mantienen viva su identidad, entre la tradición y lamodernidad.

Al llegar al aeropuerto de Beirut y tras coger el coche hacia la ciudad,enseguida nos encontramos sumergidos en el frenesí del Medio Oriente. En lacarretera, no existen reglas. Pasamos por el suburbio sur, dominado porHizbulah, el grupo islamista chiita. Recorremos, luego, la famosa Corniche deBeirut, el malecón por el que se suceden los rascacielos frente al marMediterráneo. Una vez que llegamos a la parte este de la capital libanesa, lazona cristiana, el ambiente cambia por completo. En el Líbano, todosconviven, aunque cada grupo reside en su propio barrio.Esta geografía refleja el sistema político en vigor desde la independencia delpaís (en 1943): el confesionalismo, es decir, la repartición del poder entre lasmuchas confesiones que componen el país, lo que hace que se mantenga enun frágil equilibrio.Milagrosamente, después de la terrible guerra civil que tuvo lugar entre 1975y 1990, y tras la presencia del ejército sirio en el territorio de 1990 a 2005, elpaís sigue resistiendo. Se ha repuesto, una y otra vez, de los conflictos y delas olas de violencia que suelen asolar la región, aunque los edificios deBeirut exhiben las huellas de las guerras pasadas.

Los cristianosEn la zona cristiana, encontramos una estatua de la Santísima Virgen o unacruz en cada esquina. Llegamos al barrio de Sabtieh, a poca distancia delcentro, donde el padre Elías Bou Saba nos acoge en su casa. A sus 71 años,este sacerdote del rito greco-católico, casado, padre de cinco hijos y abuelode cinco nietos, disfruta de una vida plena. Nos cuenta cómo se organiza paravivir esta vocación de servicio en la tradición oriental. Cada día, a las ocho dela mañana, celebra la misa en la iglesia ubicada a pocos minutos andando del

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piso donde vive con su familia. En este barrio cristiano, los muchoscampanarios saltan a la vista. “Aquí está la iglesia maronita, esta es la sirio-ortodoxa y ahí se ve la iglesia baptista”, enseña el abuna (‘padre’ en árabe)Bou Saba antes de entrar a la suya, la de San Simón, de rito greco-católico omelquita.Los melquitas son cristianos de rito bizantino; forman parte de la Iglesiacatólica desde el siglo xviii. Con 1.300.000 de miembros, es la segundacomunidad católica más numerosa del Medio Oriente. Está implantada en elLíbano, Siria, Tierra Santa, Egipto y Jordania. Pero, en este país, la comunidadmás numerosa es la maronita, un rito específicamente libanés. Por su historiaparticular, los ritos orientales recibieron la autorización eclesial paramantener su tradición ritual y, por eso, en estos ritos podemos encontrarhombres ya casados que reciben el sacramento del orden sacerdotal. “Desde pequeño, tenía claro que quería ser sacerdote y, por eso, estudié enel seminario menor, pero, como mis padres no querían que lo fuera, tuve queregresar al pueblo…”, narra el abuna Bou Saba. Tras terminar los estudios,empezó a trabajar como profesor de francés. A los veintiséis años, se casócon una de sus alumnas. Vivían tranquilos en su pueblo del sur del Líbano.Los sábados, se dedicaba a estudiar catequesis y liturgia. Un día, el sacerdotede su parroquia se presentó en su casa con el obispo. “Me preguntaron siquería ser cura y les dije que no, pero el interrogante no se me quitó de lacabeza”, recuerda. Pasados unos meses, cogió el coche rumbo alarzobispado. Un año después, lo ordenaron y le cedieron una parroquia de lazona. “Entonces, tenía tres hijos. La guerra era siempre más dura en el sur; elejército israelí estaba en los pueblos, los palestinos se oponían a estaocupación… Decidimos refugiarnos toda la familia en Beirut y, desdeentonces, soy párroco aquí”.Esta historia es un reflejo de lo que han vivido un gran número de familias delLíbano; no es casualidad que hoy haya muchos más libaneses fuera quedentro de sus fronteras. El abuna Bou Saba y su mujer tuvieron dos hijos más.“No siempre es fácil compaginarlo todo, la disponibilidad para la familia ypara la parroquia, pero Dios nos guía hacia delante”, asegura.

Tierra de santosEn este minúsculo país, repleto de montes y valles, se halla una granespiritualidad. Para todos los cristianos del Líbano, su punto de referencia es,sin duda, Nuestra Señora del Líbano, que domina y acoge, con sus brazosextendidos, la bahía de Jounieh, ciudad situada a unos veinte kilómetros deBeirut.La estatua está ubicada a unos 650 metros sobre el nivel del mar, en lamontaña de Harissa. “Oh María, Reina de las montañas y los mares y la Reinade nuestro amado Líbano....”, fueron las palabras que le dedicó el patriarcamaronita Elías Hoyek el día de su inauguración, en 1908. Su fiesta es el

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primer domingo del mes de mayo, pero todos los días del año recibe la visitade numerosos peregrinos.En 1997, san Juan Pablo ii visitó este lugar especial. Por su parte, en 2012,Benedicto xvi eligió la basílica melquita San Pablo, a poca distancia, parafirmar la exhortación apostólica “Ecclesia in Medio Oriente”.Subiendo hacia el norte, se llega al convento de San Marón en Annaya, dondevivió el santo patrono del Líbano, san Chárbel (1828-1898). Nacido en unafamilia pobre de la montaña, Youssef Antun Makhluf se hizo religioso de laorden maronita. Quince años después, se instaló como eremita en una casitapoco más arriba del convento, donde vivían los demás hermanos, y, desdeentonces, dedicó su vida a la oración.Acompañados por dos de los hijos del abuna Bou Saba, llegamos a la tumbadel santo, cuyo cuerpo no dejó de derramar sangre tras su muerte. Estefenómeno milagroso contribuyó a difundir su fama de santidad.En medio de los muchos peregrinos que han venido a rezar a san Chárbel,nos llama la atención una pareja de jóvenes musulmanes. La mujer, que llevavelo, está llorando de emoción. “Vienen muchos musulmanes – explicaMichel, uno de los hijos del abuna Bou Saba– ellos también piden milagrospara curar a algún ser querido enfermo, por ejemplo”.Rafqa (en español, ‘Rebeca’) de Himlaya (1832-1914) es otra santa por quienlos libaneses sienten gran devoción. Esta monja de origen campesino,también maronita, sufrió varias enfermedades. Pero, aun estando ciega y casiparalítica, ofrecía todo a Cristo. El lugar de su sepultura se encuentra en elconvento de San José, que ella fundó y construyó, con algunas hermanas, enla región de Batrun.

La cuna del rito maronitaSiguiendo por las carreteras, más al norte, se llega al Uadi Qadisha, el vallesanto donde se esconden algunos de los monasterios más antiguos del MedioOriente. Este espectacular lugar, declarado patrimonio de la humanidad porla Unesco, está formado por dos profundos cañones. Se cuenta que en supunto de encuentro, Dios habría creado a Adán y Eva. Es en los acantiladosabruptos de esta parte de la cordillera del Monte Líbano donde nació el ritomaronita y, también, donde fue instalada la primera impresora de toda laregión.Esta inmersión en la fuente del cristianismo oriental puede necesitar, almenos, dos días, pues, en las cercanías, se encuentra el bosque de los Cedrosde Dios, árboles que, antiguamente, cubrían todas las laderas del MonteLíbano. Su madera sirvió para la construcción de muchos edificios, sobre todoreligiosos.

Situación geopolíticaHistóricamente, el Líbano siempre ha sido el país con más cristianos de la

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región y, además, el único en el que están completamente implicados en elsistema político. “El hecho de tener una representación efectiva y establecidaen nuestra Constitución es una garantía”, subraya el general Michel Aoun,principal líder cristiano, jefe del partido de la Corriente Patriótica Libre. Dehecho, por ley, el presidente de la República Libanesa tiene que ser maronita.Sin embargo, por un bloqueo político, no se ha conseguido elegir a un nuevojefe del Estado desde el final del mandato del último, hace dos años.Aun así, el Líbano es uno de los pocos países relativamente estables de laregión. Cuando se pasea de noche por los bares de Achrafieh o de lasciudades de la costa, nadie diría que, a pocas decenas de kilómetros, seestán produciendo los combates de Siria. El Líbano tiene una de las vidasnocturnas más activas de la región.No obstante, detrás de las apariencias, se esconden muchos problemas. Aeste minúsculo país han llegado más de 2.000.000 de refugiados sirios desdeel comienzo del conflicto. Estos se suman a los numerosos iraquíes que hanhuido de sus casas, muchos de ellos cristianos, y a los 300.000 refugiadospalestinos llegados tras la creación del Estado de Israel en 1948, después deser expulsados de Jordania a principios de los años setenta. Los refugiados nopretenden establecerse en el país, sino obtener un visado para viajar aEuropa o a América. Pero, a veces, pasan muchos años… y ahí siguen.“El país está asumiendo una carga que le queda grande”, subraya el generalAoun. Las relaciones con Siria no han sido fáciles en las últimas décadas,pues Damasco ocupó el Líbano durante treinta años en la segunda mitad delsiglo xx.

El espíritu libanésCerca del abuna Bou Saba, la parroquia San Miguel prepara, cada día, lacomida para los que lo han perdido todo en la guerra. Este tipo demovilización se activa en todo el país. La Iglesia católica asegura una ayudaque coordina con las Naciones Unidas y distintas ONG. Sin embargo, lasituación parece cada vez menos sostenible y los libaneses piden unaresolución política.Los cristianos del Líbano también se encuentran ante un reto demográfico. Enlos últimos cincuenta años, muchos de ellos han emigrado. Y los que se hanquedado en el país conviven con sus hermanos musulmanes.A pesar de todo, el carácter alegre y fuerte de los libaneses llama la atención:son especialmente acogedores y no dejan de sonreír a pesar de su difícilhistoria. Como ocurre en la mayor parte de las familias libanesas, la delabuna Bou Saba tiene muchos miembros en el extranjero (Estados Unidos,Canadá, Australia, Francia…), quienes, durante las vacaciones, regresan a sutierra para disfrutar de sus hermosas costumbres, fieles a su querido Líbano,pues pocos países se guardan con tanto fervor en el corazón.

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El abuna (‘padre’ en árabe) Elías Bou Saba, de 71 años, es sacerdote del ritogreco-católico, casado, padre de cinco hijos y abuelo de cinco nietos.

San Chárbel

En la iglesia del convento donde vivió san Chárbel, justo detrás de una reja dehierro forjado, se encuentra la tumba del ermitaño más famoso del Líbano.Los habitantes del país, cristianos y musulmanes, saben que todo se lopueden confiar: penas y deseos recónditos. En la penumbra, envueltos en lafrágil luz de las velas y el olor a incienso, miles de devotos rezan todos losdías. Los milagros atribuidos al santo son muchos; uno de los más grandes esque, en este santuario, cristianos y musulmanes oran juntos.

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La comidaBajando por las gargantas del monte para volver hacia la costa, se puedehacer una pausa en un restaurante para probar algunas de las especialidadeslibanesas: hummus (puré de garbanzos y crema de sésamo), los famososkibbeh (albóndigas de carne, cebolla y piñones) y el tabulé (ensalada conmucho perejil, menta, tomate y bulgur). Estos platos son clásicos de lasgrandes comidas familiares. En Zaitunay Bay, por el puerto turístico de Beirut,al igual que en los áticos del centro de la capital, también se puede disfrutarde una buena cena.

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Nuestra Señora del Líbano

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El santuario mariano de Nuestra Señora del Líbano está ubicado en el poblado deHarissa, situado a veinte kilómetros al norte de Beirut.

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