El libro como un puente

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E E l l l l i i b b r r o o c c o o m m o o u u n n p p u u e e n n t t e e Andares de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca Alfredo Mires Ortiz

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Discurso con ocasión de homenaje a la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca

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Alfredo Mires Ortiz

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Alfredo Mires Ortiz

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Discurso en ocasión del Homenaje que la Universidad Nacional de Cajamarca rindiera a la

Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, el 27de mayo del 2004

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Alfredo Mires Ortiz El libro como un puente Andares de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca Discurso en ocasión del Homenaje que la Universidad Nacional de Cajamarca rindiera a la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, el 27de mayo del 2004. Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca Apartado 359, Cajamarca, PERÚ Avenida Perú Nº 416, Cajamarca Telefax (51) 76 364397 [email protected] [email protected] http://bibliotecasruralescajamarca.blogspot.com/ Cajamarca, junio 2005

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Discurso en ocasión del Homenaje que la Universidad Nacional de Cajamarca rindiera a la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, el 27de mayo del 2004

Muy buenos días con todas y con todos:

Como ya lo ha señalado nuestro Coordinador General, nosotros estamos muy reconocidos por este homenaje. Y esta gratitud es colectiva en la medida que quienes ahora estamos presentes –compañeras de nuestra Oficina Central, los gene-rosos mingueros1 de nuestro local, el Comité Central de Coor-dinación, los Coordinadores de Campo, la familia y los amigos entrañables– sólo somos una pequeña parte del movimiento y la organización de Bibliotecas Rurales.

Pero quisiera, con la venia de los organizadores y las autoridades presentes, tomar también esta ceremonia como un homenaje a la memoria del Padre Juan Medcalf, fundador de la Red de Bibliotecas Rurales: este próximo 8 de Julio se estarán cumpliendo 2 años de su muerte. Que de él Dios goce.

Juan siempre decía que en la Universidad faltaban llan-ques2, ponchos y sombreros, es decir, la cultura de las comu-nidades campesinas siempre era la gran ausente en la estruc-tura educativa oficial y siempre será más que necesario su-perar esa limitación.

1 Trabajadores voluntarios en tareas comunales. 2 Ojota, sandalia indígena-campesina.

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Hoy, de alguna manera, los flagelados de la historia, los

marginados de la macroeconomía, los ignorados por la ciencia oficiosa estamos presentes aquí, no como objetos de estudio, sino como sujetos de nuestro propio proceso y como protago-nistas de un camino construido a punta de fuerza y alma.

¿Qué significado tiene el libro y la lectura en el contexto que atravesamos y, más aún, qué puede significar para una población cuyo desafío primordial consiste en atravesar el es-cabroso sendero de la pobreza material, tramontar las ham-bres cotidianas y capear los racismos más sutiles o brutales que le asedian?

El paradigma de la modernización compulsiva, como sabemos, demanda la supresión del rostro propio. La socie-dad de consumo ha hecho posible que la necesidad del otro también se vuelva un recurso.

¿Quién va a traer la lluvia si los bosques ya se destru-yeron?, ¿se puede construir el futuro sin haber tomado des-ayuno?, ¿bastará con que se regalen tractores y alimentos?, ¿las chacras3 producirán electricidad para hacer funcionar las computadoras que se donaron a los colegios descamisados?, ¿en qué rincón de estos pueblos se fue forjando el experto del desarrollo de estos pueblos?; y aquel futuro ¿no lo inventaron acaso quienes no saben de qué recuerdo vinieron?; ¿tendrán los pueblos mañana si se les tima el pasado y se les niega el presente?; ¿es posible conocer lo que el otro quiere sin haber hecho el esfuerzo siquiera por conocerlo?

No faltan preguntas mientras se sube los cerros. El pe-dregal y el silencio dicen más que mil documentos. Pero la convicción ha podido más que el tormento. Por eso los pue-blos siguen viviendo y en el fondo jamás sucumbieron. 3 Campos comunitarios de cultivo.

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En la sierra norte del Perú la miseria se cuelga de las

paredes, se estaciona en los camastros y en los sombreros. La erosión de los campos es enorme, las plagas han aprendi-do que el insecticida es bueno para su crecimiento y los en-tendidos pregonan que la ignorancia es la madre de tantísimo desconsuelo.

Pero en estas comunidades no se ha perdido el afecto, aquel que permite criar los desafíos para hacerlos producir: no el calco que vuelve docto al inepto, sino la misma capacidad que hizo posible criar millares de semillas propias e incorporar también el trigo y la letra, amansar a los caballos y hacer trinar de mil modos diferentes a las guitarras que tampoco eran de aquí

Donde unos ven simples instrumentos musicales, otros vemos a los convocadores del trabajo comunitario. Donde unos observan folklóricos clarines otros percibimos a los ex-hortadores del ánimo. Donde unos ven arcaicos danzantes nosotros evidenciamos la restitución del pacto con la naturale-za y con las deidades. No es la pura fiesta: es la garantía de permanecer juntos, al amparo de la propia solidaridad y del propio espacio. No es la costumbre: es el principio que ha ga-rantizado la salud y el auto sustento.

El ánimo de vivir es una bandera que junta a todos los pueblos: penetro en mi comunidad para aflorar al mundo. Construyo una casa para poder abrir las puertas y las venta-nas. Amaso el pan de mis hijos con el fermento de todos los tiempos y con el trigo de todos los pueblos. Ése es el espíritu comunero.

Y se brinda por el mañana con el fresco trago añejo. Porque no vive mejor el pueblo que abandonó sus recuerdos. Porque el auto último modelo no suple el mutuo respeto, ni la

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tarjeta de crédito el calor de los afectos. No es más feliz el que sólo consume y no siembra. Que consumir es la mejor manera de ser consumido pero no consumado.

Por eso el libro es como un puente para franquear el abismo de los olvidos, para pasar del ayer al hoy con las luces que nuestros padres aprendieron a encender. El libro como un camino: aviarse para la marcha, porque la forma de caminarlo es leyéndolo.

El libro es también entonces como una herramienta pa-ra labrar la chacra de la memoria, para aporcar los recuerdos y hacer amacollar la capacidad de capear los desafíos.

Por eso leemos en las comunidades campesinas de Cajamarca, donde se gestó y perdura nuestra Red de Biblio-tecas Rurales, una experiencia que desde 1971 trabaja con el libro como un medio para fortalecer la capacidad del discerni-miento, afirmar la cultura propia y consolidar la dignidad de los pueblos.

La Red está constituida como una asociación civil sin fines de lucro y labora en más de setecientas comunidades, en diez de las trece provincias del Departamento de Cajamar-ca. Los bibliotecarios rurales son elegidos en asamblea comu-nitaria y su labor es completamente voluntaria.

Dada la idea convencional que se tiene de una bibliote-ca, es necesario ubicarse en el contexto: en nuestras comuni-dades no hay alumbrado eléctrico, ni servicios de agua o de-sagüe. En muchas de ellas las familias alcanzan a comer una vez al día lo poco que ha producido la chacra. Pese a que las estadísticas dicen lo contrario, en muchos caseríos más de la mitad de la población no sabe leer ni escribir y, si alguna vez lo supo, se le olvidó bastante pronto por falta de práctica o material de lectura apropiado o a su alcance.

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Aunque sostienen con su trabajo las mesas de todo el

país, los campesinos reciben precios de burla por sus produc-tos. Y Cajamarca es aún más pobre desde que se explotan impunemente en su territorio las minas de oro más ricas del continente.

¿Por qué razón continúa existiendo esta Red y cómo engarza su quehacer con esta realidad?

Una cuestión básica es que las Bibliotecas Rurales sus-tentaron su formación en las propias demandas de los pobla-dores y no existen, aún hoy, como un programa preestableci-do, sino que adecua su funcionamiento a las características y posibilidades de cada zona.

Su gesta, por lo demás, tomó como fundamento la tra-dición cultural de las comunidades andinas: esto significa, por ejemplo, que la lectura es mayormente colectiva y en las pro-pias casas de los comuneros. Y de la misma manera como en las ferias de los pueblos se intercambia el maíz con las papas o los ollucos con las habas, así mismo se canjean los libros. De manera que no es un volumen enorme de libros asentados en un solo lugar, sino que los títulos y lo leído van rotando en-tre las comunidades.

No existe, entonces, un local exclusivo para el servicio de lectura, como tampoco muebles, ni vehículos, ni asalaria-dos. Y aunque la asamblea de la comunidad elige muchas veces a una persona, es toda la familia del bibliotecario rural la que atiende a los lectores.

En este sentido, es casi siempre la esposa del bibliote-cario titular la que va aprendiendo, por cuenta propia, a leer y manejar la biblioteca. O sus hijos, los que a la vez van ense-ñando a leer al resto. El que sabe enseña al que no sabe, sin

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el temor que suele tenerse con alguien ajeno que cumple su horario o juzga la aparente ignorancia del otro.

De este modo, la lectura es un acto de libertad, no una obligación a cumplir para obtener una nota, como ocurre en un sistema educativo que califica desde afuera y reduce las re-ales posibilidades de quienes pertenecen a una cultura con necesidades diferentes.

Pero no ha sido fácil sobrevivir treinta y tres años como organización y movimiento cultural. La Red no cuenta con apoyo alguno de ninguna entidad del Estado y durante el tiempo de la violencia en el país fuimos una suerte de lechuga del sándwich. Aún hoy no faltan quienes se preguntan qué es eso de que los indios lean; que cuidado, leer es peligroso por-que los campesinos aprenden y se vuelven alzados. Mientras que los propulsores de la modernización y el progreso también opinan lo suyo: esto de bibliotecas en el campo es un desper-dicio porque los libros no se comen.

Pero comemos de lo que aprendemos. Y sabiendo comprendemos la diferencia entre usar las palanas4 para ex-cavar sepulturas o para abrir surcos. Que si lo que sabemos no sirve para ponerlo al servicio de la comunidad, sólo servirá para aprovecharse de ella. Que nosotros no aprendemos para destruir la tierra sino para seguir viviendo bien con ella.

Bastante temprano comprendimos el modo brutal cómo se miente la historia. De cómo los libros también podían ser letra muerta. Fue así que, sin dejar de lado los conocimientos foráneos, empezamos a hacer nuestros propios libros. Desde hace casi un cuarto de siglo comenzamos a rescatar los cuen-tos y testimonios que nos daban las ancianas y los ancianos de las comunidades. Eso dio lugar a que fundáramos, al inter-

4 Pala o azada. Instrumento de labranza.

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ior de la Red, el Proyecto Enciclopedia Campesina de Caja-marca.

Está claro que si no alcanzamos a comprender la hon-dura de nuestras raíces, poco podremos hacer para amacollar la fronda de nuestros mañanas.

Esta necesidad de comprender las fuentes que nos han hecho posibles, devino en la publicación, a la fecha, de más de un centenar de títulos que retornan a las comunidades, escritos con las propias palabras de los comuneros y en los que se señalan los nombres de quienes contaron y los lugares de donde proceden. Y no para congelar la tradición oral, sino para potenciar la capacidad que hizo viable la transmisión de saberes ancestrales, por los cuales las comunidades alcanza-ron a vivir en armonía con el entorno.

Por esta razón también, y como parte de los intensos procesos de capacitación interna que lleva a cabo la Red, se viene enfatizando en esos últimos cinco años una serie de investigaciones en torno al arte rupestre del área de Cajamar-ca, el testimonio gráfico más antiguo legado por nuestros ma-yores.

Como parte de las propuestas de la Red, está también el Programa Comunitario para el acompañamiento de perso-nas con capacidades proyectables, el mismo que en el propio campo reivindica el rol unificador que los “minusválidos” siem-pre tuvieron para nuestros pueblos.

Así, la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca no ha cesado en ningún momento sus labores. La autoevaluación permanente le permite reconocer las fallas a corregir, de ma-nera que, aunque con muchos años de existencia, la propues-ta siempre puede hacerse nueva.

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No han faltado, sin embargo, quienes se han aprove-chado de nuestra organización para incrementar sus ganan-cias: sabemos de quienes se atribuyen nuestro trabajo por el solo hecho de haber sostenido alguna vez alguna relación ins-titucional. Mientras que a las comunidades campesinas les sobran esfuerzos gimnásticos, hay otros a los que les faltan escrúpulos olímpicamente.

Para terminar quisiera referirme al cuento de una seño-ra que había comprado un aparato de cocina y comenzó a armarlo ayudada con el manual de instrucciones; al cabo de tres horas de trabajo se dio por vencida y dejó todas las pie-zas esparcidas en la mesa y salió a la calle a tomar aire. Cuando regresó al poco rato, encontró que su empleada, una mujer del campo, había armado completamente la máquina. Sorprendida preguntó cómo es que había logrado semejante hazaña: “Verá, señora –le dijo la campesina–, cuando uno no sabe leer se ve obligada a usar el cerebro”.

Hoy, el libro, tan ausente y distante para nuestros pue-blos, se ha ido amansando y criando por estos lares. Ahora es un franco compadre, acompañador de un andar que busca recuperar la dignidad de los ninguneados, afianzar los saberes propios, reivindicar la capacidad edificante del conocimiento y afirmar la razón de ser comuneros.

Muchas gracias

Alfredo Mires Ortiz Asesor Ejecutivo Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca /

Director Proyecto Enciclopedia Campesina Apartado 359, Cajamarca, Perú

Telefax (51) 76 361077 [email protected]

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RED DE

BIBLIOTECAS RURALES DE CAJAMARCA

La Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca es una institución sin fines de lucro

y constituye un movimiento educativo cultural sustentado por campesinos cajamarquinos empeñados en el rescate, la revitalización y el fortalecimiento de la Cultura Andina,

tomando el libro como herramienta animadora.

Esta experiencia se desarrolla a través de diversos trabajos educativos en relación

al analfabetismo como tal y por desuso, lo que permite afirmar la capacidad de discernimiento

a través de la lectura y su aplicación práctica.

Bibliotecas Rurales desarrolla su trabajo desde 1971 en los andes norteños del Perú,

a través de un servicio bibliotecario adaptado al medio y conducido por los propios campesinos.

El sistema funciona sobre la base del canje de libros, las decisiones de la comunidad, el trabajo voluntario

y la ausencia de burocracia.

Actualmente suman un promedio de 600 Bibliotecas Rurales ubicadas en 10 provincias

del Departamento de Cajamarca.

Agradecemos por las opiniones y comentarios sobre el presente documento. Cualquier comunicación favor hacerla llegar al Apartado 359, Cajamarca, Perú

[email protected]

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Por eso el libro es como un puente para franquear el abismo de los olvidos, para pasar del ayer al hoy con las luces que nuestros padres aprendieron a encender. El libro como un camino: aviarse para la marcha, porque la forma de caminarlo es leyéndolo.