El Libro de Job - scristom.org Apuntes Charla … · Los designios de la Providencia son...

15
CURSO DE INTRODUCCIÓN A LAS SAGRADAS ESCRITURAS El Libro de Job

Transcript of El Libro de Job - scristom.org Apuntes Charla … · Los designios de la Providencia son...

CURSO DE INTRODUCCIÓN A LAS SAGRADAS ESCRITURAS

El Libro de Job

ÍNDICE

1. INTRODUCCIÓN

2. CONTEXTO BÍBLICO

3. MARCO HISTÓRICO

4. MARCO GEOGRÁFICO

5. EL LIBRO DE JOB

-Historicidad del relato

-Estructura y división

-El sufrimiento del inocente

6. BIBLIOGRAFÍA

7. FRAGMENTOS DEL LIBRO DE JOB

8. FRAGMENTO DEL LIBRO “LUCHAS Y AMAR”, DE ANSELM

GRÜN

1. INTRODUCCIÓN

El libro de Job constituye la obra maestra literaria del movimiento sapiencial en Israel. Gira en torno a la

tragedia de un justo, no israelita –se supone vivió en Edom entre los “hijos de Oriente”-, que fue sometido

a terribles pruebas por Dios para aquilatar su desinteresada virtud.

En realidad, el problema teórico que se plantea es el de la razón del sufrimiento del justo en esta vida,

cuestión que ha sido estudiada en las diversas literaturas de la antigüedad. El autor, en lugar de plantear

el problema en abstracto, prefiere presentar la historia de un justo irreprochable, el cual, a pesar de su

acrisolada virtud, sufre las más terribles penalidades: pérdida de la hacienda, de los hijos y de la misma

salud. Con todo, acepta resignado la prueba, pues todo viene de Dios: lo bueno y lo malo.

La tesis tradicional en la sociedad israelita era que Dios premia en esta vida la virtud y castiga el vicio. A

los cumplidores de la ley divina les están reservados toda clase de bienes temporales –longevidad de vida,

prosperidad material, numerosa posteridad-, mientras que a los pecadores les espera la muerte

prematura, la pérdida de los bienes y la esterilidad. Por otra parte, se establecía una relación causal entre

el pecado y el sufrimiento, de forma que todo el que sufría contrariedades de orden físico o moral tenía

por causa indefectible el pecado. La historia del justo Job será la prueba demostrada de que esta tesis,

comúnmente aceptada por la sabiduría tradicional, no tiene validez en todos los casos, y, por tanto, no se

debe atribuir necesariamente la desventura y la enfermedad al pecado como causa propia.

Los designios de la Providencia son misteriosos y, por tanto, no deben aventurarse juicios temerarios

sobre la culpabilidad del que sufre. Esta es la conclusión del libro, puesta en boca de Dios. El enigma del

sufrimiento del justo queda, sin embargo, sin resolver, pues no se da la verdadera clave del misterio: los

sufrimientos de esta vida encuentran su compensación en los premios y gozos de la eterna. Esta

perspectiva es desconocida del autor del libro de Job, y no se encuentra en la Biblia hasta el siglo II a.C.,

en el libro helenístico de la Sabiduría.

2. CONTEXTO BÍBLICO

Las Biblias actuales siguen, o bien el canon hebreo (en tres conjuntos) o bien el canon griego (en cuatro

partes).

Atendiendo al canon hebreo (que fue seguido por los judíos y recogido por los protestantes), el libro de

Job se encuentra en el grupo denominado “los Escritos (Ketubim)”.

De acuerdo con el canon griego (que fue adoptado por los católicos y los ortodoxos), el libro de Job se

incluye dentro de los libros poéticos.

Libros Sapienciales es la denominación que habitualmente reciben cinco libros del Antiguo Testamento, a

los que luego se añaden dos, que son más bien poéticos, líricos. Esto no quiere decir que sean los únicos

libros que encierran poesía y sabiduría, porque hay partes importantes de los libros históricos, de los

profetas y de los salmos que tienen las características del género sapiencial; no obstante, claramente dos

de ellos son fundamentalmente poéticos: El “Libro de los Salmos” y el “Cantar de los Cantares”, y la

sabiduría es el centro de los otros cinco: Job, Proverbios, Eclesiastés (=Qohelet), Sabiduría y Eclesiástico

(=Sirácida, sabiduría de ben Sira).

3. MARCO HISTÓRICO

No conocemos al autor del libro de Job más que por la obra maestra que ha compuesto. Aunque el héroe

del drama no sea judío, sin embargo, el autor ciertamente era un israelita nutrido en las obras de los

profetas y en la enseñanza de los sabios. Vivía muy probablemente en Palestina, pero debió de viajar o

residir en el extranjero, especialmente en Egipto. Sobre la fecha en que vivió sólo se tienen hipótesis. El

libro es posterior a Jeremías y Ezequiel, con los que tiene contactos de expresión y de pensamiento, y su

lenguaje está fuertemente impregnado de aramaísmos1. Por ello, la composición del libro se sitúa

después del exilio babilónico. Sus poemas reflejan la sabiduría judía del periodo persa en el siglo V a.C.,

a excepción de los discursos de Elihú (32-37) y el himno a la sabiduría, que están considerados como más

recientes. El poema o himno sobre la Sabiduría (28) difícilmente puede ponerse en labios de Job, puesto

que contiene una noción de la sabiduría que no es la de Job ni sus amigos; por el contrario, tiene

afinidades con el discurso de Yahvé (38-39).

Después del Destierro, el israelita se replegó sobre sí mismo buscando solución a los problemas

personales del individuo en su dimensión humana, y entre ellos estaba el enigma del dolor del justo. La

obsesión por la suerte de la nación es sustituida por la preocupación del destino individual.

El regreso del exilio

Al regreso del exilio, el pueblo de Israel recupera su tierra, y pronto su Templo. Pero no recuperará a su

rey. Por el contrario, la función de la Torá crecerá. Los oráculos de los antiguos profetas se editan y se

escucha a los nuevos profetas.

A partir del 538 a.C., y durante dos siglos, los judíos forman parte del inmenso imperio persa, dividido en

veinte “satrapías”. La lengua administrativa es el arameo. Entre el 538 y el 520, algunos exiliados regresan

a Jerusalén guiados por el sumo sacerdote Josué y el gobernador Zorobabel, un descendiente de David.

En el 520 a.C. Jerusalén se reconstruye, pero el Templo permanece en ruinas. Ageo llama a su

reconstrucción, aunque deba servirse primero al Señor. En la misma época, bajo una forma ya

apocalíptica, se redacta el comienzo del libro de Zacarías. Una vez restaurado el Templo, Malaquías eleva

su voz, porque el culto y los sacrificios van acompañados, como antaño, de ritualismo e infidelidad a la

Ley. Más tarde, mientras Nehemías, hacia el 445-430, trata de volver a dar lustre a Jerusalén, predica el

·Tercer Isaías”. El libro de IsaÍas recibe su forma final. Hacia el mismo período habrían sido redactados los

libros de Abdías y de Joel.

El Judaísmo, al cerrarse sobre sí mismo, creará un particularismo que aparece en las profecías de Abdías y

Joel, en contraposición al universalismo que reflejan los libros de Isaías, Malaquías y Jonás (Dios quiere

que todos los hombres se arrepientan y se salven).

En la época helenística, el pequeño libro de Jonás, en el que Nínive se parece a una metrópolis helenista,

podría haber sido escrito en el siglo II a.C. Un poco más tarde se edita el rollo de los Doce profetas,

poniendo punto final a la literatura profética.

En el post-exilio, el profetismo puro tiende ya a desaparecer y va adoptando el género literario

denominado como “apocalipsis”. Los profetas son anónimos y sus escritos son breves.

1 De la época persa

4. MARCO GEOGRÁFICO

Job es un extranjero de la región de Edom, del país de Hus (sin duda, al noreste de Jordania)

5. EL LIBRO DE JOB

Historicidad del relato

Aunque el libro de Job se terminó de escribir, probablemente, entre los siglos VI y III a.C., contiene un

tema y algunos rasgos teológicos cuyo origen es mucho más antiguo. Nos encontramos ante un poeta que

sabe hacer un uso genial de todos los recursos estilísticos de la poesía hebrea.

En la tradición bíblica encontramos un personaje llamado Job, modelo de santidad y amigo de Dios,

citado junto a Noé y Daniel por el profeta Ezequiel (Ez 14,14). En el libro del Eclesiástico se le llama «fiel

en los caminos de la justicia» (Eclo 49,9). En el libro que lleva su nombre es presentado como un jeque

nómada, modelo de rectitud moral y de piedad religiosa, a pesar de no ser israelita.

El personaje principal de este drama, Job, se supone vivió en la época patriarcal, en los confines de

Arabia y del país de Edom, en una región cuyos sabios eran célebres, y de donde también proceden sus

tres amigos.

Nunca en sus labios aparece el nombre de Yavé -privativo del Dios de lsrael-, sino Elohím o Eloah, que

expresa la idea genérica de divinidad entre los semitas.

El problema a dilucidar es saber si en el relato del libro de Job se trata de una historia real o de una ficción

literaria en torno a un personaje legendario de la tradición. A pesar de que la tradición comúnmente ha

entendido el relato en sentido histórico, las peculiaridades literarias del libro parecen insinuar que nos

hallamos ante una composición didáctica estructurada artificialmente en función de una tesis teológica.

Así, en el prólogo hay muchos detalles que no se pueden entender literalmente: consejo de Dios con los

ángeles, con asistencia de Satán; sucesión automática de las calamidades que sobrevienen a Job,

salvándose de ellas sólo uno para dar la noticia; el silencio de siete días y siete noches de los tres amigos

de Job, sentados a su lado antes de emprender un ciclo de discursos que se suceden artificialmente, y,

conforme a un plan prefijado, la intervención de Dios desde el torbellino.

Finalmente, el epílogo responde a las exigencias del prólogo: a Job se le devuelven los bienes duplicados,

y lo mismo sus hijos, siendo el héroe plenamente rehabilitado ante la sociedad. Todo esto da a entender

el carácter convencional del relato, que se desarrolla escénicamente como una composición dramática

redactada en función de la demostración de una tesis: no hay conexión necesaria entre el pecado y el

sufrimiento.

Estructura y división

El libro de Job tiene dos elementos bien diferenciados: un relato en prosa y un cuerpo de poemas

didácticos en forma de discursos. El relato en prosa, independiente y completo, adapta, tal vez, la leyenda

oriental. Es como el prólogo y la conclusión de la obra; sirve al autor para mostrar, realizado en un

hombre concreto, rico y justo, el tremendo problema teórico que va a plantear en el resto del libro.

En el conjunto de la obra se pueden distinguir cuatro fragmentos literarios:

1. Prólogo y epílogo

2. Ciclo de discursos poéticos de Job y sus tres amigos: Elifaz, Bildad y Sofar.

3. Discursos de Elihú

4. Intervención de Dios

El uso de diversos nombres para designar a Dios y la redacción del prólogo y epílogo en prosa, en

contraposición a los diálogos poéticos centrales, parecen insinuar diversas manos en su redacción.

Primero es una conversación entre cuatro: en tres ciclos de discursos (3-14; 15-21; 22-27), Job y sus

amigos contraponen sus concepciones de la justicia divina; las ideas avanzan aparentemente sin excesiva

sujeción a un plan, gracias a una luz que se concentra intensamente sobre los principios establecidos ya

desde el comienzo.

Elifaz habla con la moderación de la edad y también con la severidad que puede dar una larga experiencia

de lo que son los hombres. Elifaz viene a decir que Job no podría sufrir la suerte del culpable si realmente

fuera inocente. Que acepte el sufrimiento como una corrección y volverá, otra vez, a tener sus bienes.

Sofar se deja llevar por arrebatos de la juventud. Sofar, el más agresivo, habla por su propia autoridad.

Dice que la profundidad de Dios es inagotable (aunque él parece tener acceso a ella). El hombre puede ser

pecador, aun inconscientemente.

Bildad es un hombre sentencioso que se mantiene en un término medio. Bildad se pone a sí mismo como

defensor de Dios, que siempre tiene razón. No admite oscuridades en el misterio de su gobierno.

Reafirma la teoría tradicional de la retribución. Piensa que la conversión de Job logrará el cambio de su

suerte.

Pero los tres defienden por igual la tesis de la retribución terrena: si Job sufre, es que ha pecado; puede

creerse justo en su fuero interno, pero no lo es a los ojos de Dios. Ante las protestas de inocencia de Job,

se limitan a endurecer su postura.

A estas consideraciones teóricas, Job opone su dolorosa experiencia y las injusticias que llenan el mundo.

Lo repite sin cesar, y sin cesar choca con el misterio de un Dios justo que aflige al justo. No avanza,

forcejea en la noche. En su confusión moral tiene gritos de rebeldía y palabras de sumisión, al igual que

tiene momentos de crisis y de alivio en su sufrimiento físico.

Este movimiento alternativo alcanza dos cumbres: el acto de fe del capítulo 19 y la protesta final de

inocencia del capítulo 31. Entonces interviene un nuevo personaje, Elihú, quien a la vez desautoriza a Job

y a sus amigos y trata de justificar la conducta de Dios con una elocuencia difusa, 32-37. Elihú declara que

Dios envía los sufrimientos para aquilatar la virtud, poniendo al descubierto su sinceridad. Elihú

representa un intento posterior de responder al problema planteado y dejado sin solución. Reprende a

los amigos de Job por no haber defendido bien a Dios; y a Job por haberse creído justo delante de Él. Ante

el sufrimiento no hay que preguntarse el por qué, sino el para qué. Job es culpable por no entender, ni

aceptar ese medio educativo.

La interrumpe el propio Yahvé, que responde a Job “desde la tormenta”, es decir, en el marco de las

antiguas teofanías, o que más bien se niega a responder, porque el hombre no tiene derecho a juzgar a

Dios, que es infinitamente sabio y omnipotente, y Job reconoce que ha hablado neciamente (38-42).

El libro concluye con un epílogo en prosa: Yahvé censura a los tres interlocutores de Job por no haber

sabido medir sus palabras, haciendo juicios temerarios, y devuelve a éste hijos e hijas, junto con sus

bienes duplicados (42).

La recuperación de la salud y de los bienes por parte de Job prueba a las claras el carácter convencional

del libro, que se desenvuelve en función de una tesis de un drama preconcebido.

El sufrimiento del inocente

En el segundo milenio a.C., algunos sabios de Egipto y de Babilonia ya habían reflexionado sobre el

doloroso enigma del “justo sufriente”. En el Antiguo Testamento esta difícil cuestión se plantea

claramente en diversos salmos de súplica (por ej., Sal. 44) o de meditación (Sal. 73); asimismo, en las

confesiones de Jeremías. Sobre todo es la gran figura del siervo sufriente, en el segundo Isaías (Is 52, 13-

53, 12) la que profundiza el enigma: el misterio del inocente que, al dar su vida, abre el camino de la

salvación para los culpables.

El autor del libro de Job considera el caso de un justo que sufre. Para la doctrina corriente de la

retribución terrena, semejante caso sería una parábola irreal: el hombre recibe aquí abajo el premio o el

castigo de sus obras.

La doctrina tradicional de los sabios de Israel afirmaba, fundada en la fe, que existe un orden, según el

cual cada hombre debe recibir su adecuada retribución: la del pecador es el mal y el sufrimiento. Los

amigos de Job aplican esta doctrina al caso particular de este hombre que sufre, sacan la conclusión de

que Job no puede ser inocente, y se presentan ante él para declarar este juicio en nombre de Dios.

Mas si cada uno ha de ser tratado conforme a sus obras, ¿cómo es posible que sufra un justo?. Ahora

bien, hay justos que sufren, y cruelmente, y testigo es Job. En el prólogo se dice que los males de Job

vienen de Satán y no de Dios, y que tratan de probar su fidelidad. Pero Job no lo sabe, ni tampoco sus

amigos. Estos dan las respuestas tradicionales: la felicidad de los malos es de breve duración, el infortunio

de los justos prueba su virtud, o bien la pena es castigo de faltas cometidas por ignorancia o por

debilidad. Esto, mientras creen en la inocencia relativa de Job, pero los gritos que el dolor le arranca y sus

arrebatos contra Dios les llevan a admitir en él un estado de injusticia mucho más profundo: los males

que Job padece no pueden explicarse más que como castigo de pecados graves.

Los discursos de Elihú ahondan en estas soluciones: si Dios aflige a los que parecen justos, es para

hacerles expiar pecados de omisión o faltas inadvertidas o bien –y ésta es la aportación más original de

estos capítulos- para prevenir faltas más graves y curar el orgullo. Pero Elihú mantiene como los tres

amigos, si bien con menor dureza, la conexión entre el sufrimiento y el pecado personal.

Contra esta rigurosa correlación se alza Job con toda la fuerza de su inocencia. No niega la retribución

terrena; la espera, y Dios se la concederá finalmente en el epílogo. Mas para él resulta un escándalo el

que le sea negada actualmente, y en vano busca el significado de su prueba. Lucha desesperadamente

para encontrar a Dios, que se le oculta y a quien sigue creyendo bueno. Y cuando Dios interviene, lo hace

para revelar la trascendencia de su ser y de sus designios y para reducir a silencio a Job.

Esta es la lección religiosa del libro. El hombre debe persistir en la fe incluso cuando su espíritu no

encuentra sosiego. En aquella etapa de la revelación, el autor del libro de Job no podía avanzar más. Para

esclarecer el misterio del dolor inocente, era necesario esperar hasta que llegase la seguridad de las

sanciones de ultratumba, y se conociese el valor del sufrimiento de los hombres unido al sufrimiento de

Cristo. Dos textos de San Pablo responderán al angustioso problema de Job: “Los sufrimientos del

tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Rm 8 18) y

“completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”

(Col 1 24).

6. BIBLIOGRAFÍA

«Job: comentario teológico y literario». Alonso Schökel, L.; Sicre Díaz, J.l. Ediciones Cristiandad. 2002.

«Job. Experiencia del mal, experiencia de Dios». Asurmendi Ruiz, Jesús María. Colección: El mundo de

la Biblia. Editorial Verbo Divino.

«La impaciencia de Job». Cabodevilla, J.M., Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Madrid 1967.

«Para leer el Antiguo Testamento». Gruson, Philippe / Billon, Gérard. Editorial Verbo Divino.

«Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente: una reflexión sobre el libro de Job». Gutiérrez,

Gustavo. Ediciones Sígueme. Salamanca, 2006.

«Job: el libro y el mensaje». Lévêque, Jean. Cuaderno Bíblico 53. Editorial Verbo Divino.

«La Biblia de nuestro pueblo». Schökel, Luis Alonso. Editorial Sal Terrae, 2011.

«El Dios de Job». Van Wolde, Ellen. CONCILIUM Revista Internacional de Teología 307. Editorial Verbo

Divino. Navarra, 2004-

«Biblia para la iniciación cristiana»- 3 Tomos. Editorial: Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid,

1977

«Job y el silencio de Dios». VV.AA.CONCILIUM. Revista Internacional de Teología. Nº 189. Ediciones

Cristiandad. Madrid, 1983.

7. FRAGMENTOS DEL LIBRO DE JOB

8. FRAGMENTO DEL LIBRO “LUCHAS Y AMAR”, DE ANSELM GRÜN

La imagen arquetípica del justo sufriente se asemeja a la del mártir. Pero hay una diferencia. El mártir se encuentra con el sufrimiento por permanecer firme en sus convicciones. El justo sufriente desconoce la razón por la que tiene que sufrir. Sufre, y no es ni por ser justo ni por ser pecador.

El sufrimiento es un misterio. Job no puede explicar el porqué de su sufrimiento. Él puede únicamente decir sí al sufrimiento que le ha tocado vivir. Su misión es la de aceptar la provocación del sufrimiento e ir madurando así.

Los hombres esquivan con facilidad el sufrimiento. Lo eliminan o intentan vencerlo con todos los medios posibles: medicamentos, técnicas espirituales, dietas de alimentación, etc. Desean combatirlo, aun a costa de quedar atrapados entre sus garras. Sufrir es para ellos una provocación, algo que ha de cambiar, y se deciden a hacer frente al sufrimiento de manera activa. Esto es sin duda algo saludable en el hombre.

Pero hay también un sufrimiento que no se puede ya combatir ni vencer. Uno ha de saber reconciliarse con él. Frecuentemente, esto resulta difícil para los hombres. Consideran como enfermedad narcisista el reconocer que no pueden vencer el sufrimiento con sus propias fuerzas. Pero cuando ellos aceptan su sufrimiento y lo ven como un reto, entonces se convierte para ellos en un maestro importante. Les obliga a abandonar las ilusiones que se han hecho sobre sí mismos, la ilusión por ejemplo de que ellos tienen la vida en sus manos o de que pueden garantizar su salud con una forma sana de vivir.

En la enfermedad y el sufrimiento se me arrebata todo aquello en lo que me había apoyado. No puedo ya definirme por mi éxito, por mi fuerza, por mi salud. Necesito un fundamento más profundo para poder vivir, y Dios se

presenta en última instancia como el verdadero fundamento.