El libro de los abrazos

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Tu voz nos llegó desde lugares remotos, no por la lejanía

geográfica, sino por otras distancias. Nos traía ecos y palabras y

desgarros de confines perdidos. Pero a veces esos lugares,

rincones del corazón o de la conciencia, estaban tan próximos que

nos habitaban sin que fuéramos conscientes de ello hasta que nos

enfrentabas al espejo: "Somos lo que hacemos para cambiar lo

que somos".

Si te dijera que estamos huérfanos de ti mentiría. No nos dejas en

la orfandad. Tu marcha multiplica las presencias. Más allá de la

guardia pretoriana, del círculo íntimo de la amistad, ¡son tantos y

tantas los que aún no conocíamos hasta que hemos coincidido

ahora en sentir el dolor de tu ausencia! Tú nos hermanas. Como

has hermanado una América Latina que hoy sería otra a la luz de

muchos ojos si no se hubieran posado sobre "Las venas abiertas..."

No te alarmes, no te indignes: no te lloramos. O no te lloramos

más de lo estrictamente necesario. Porque tampoco vamos a

permitir que nuestras lágrimas se sequen antes de brotar.

¡Déjanos empuñar nuestra rabia y nuestro dolor! Con ellos

seguiremos vagamundeando en un mundo patas arriba durante

días y noches de amor y de guerra mirándonos en los espejos

como hijos de los días entonando las palabras andantes con las

bocas del tiempo que nos traen la canción de nosotros en la que

habita la contraseña de la memoria del fuego y el secreto del libro

de los abrazos.

Y ahí estás con nosotros, hermano....

Fran Sevilla