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El libro secreto deHitler

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Comentarios delectores en Amazon Es una lectura muy entretenida,interesante y una historia llena deintriga. Cuando llegué al punto de«continuará…» me quedé expectante enrelación a la segunda parte… Qué bienque ya está disponible, así puedocontinuar la lectura.Claudine Bernardes Te atrapa desde el principio, muyameno, ligero y cautivador, fácil lectura,

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repasas historia mientras lo lees; muyrecomendable, su lectura te envuelve.DancasTrama muy ágil y bien llevada. Muyrecomendable, muy actual. Se lee en unrato, no sientes el tiempo, te capturadesde el inicio.Rrivas

Comentarios de laprensa Escobar ha dado con una de las clavesde este mercado editorial online.

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ABC Cultural, Laura Revuelta Mario Escobar domina una clave que haconquistado a esa gran masa de lectoresque determina la lista de libros másvendidos, y que han adoptado autorescomo Carlos Ruíz Zafón, IldefonsoFalcones, Matilde Asensi, Javier Sierray Julia Navarro: ese cóctel de religión,historia e intriga que se ha convertido enla gran arca literaria de lo que va demilenio.Con ojo de lector, Nueva Jersey,Carlos Espinosa Mario Escobar viene a sumarse a larevitalización de los suspenses… porparte de firmas anglosajonas como las

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de Alan Furst, John Lawton o RobertWilson.Qué Leer Mi cadáver debe ser incinerado en elmismo sitio donde he trabajado por elpueblo alemán. No quiero que lossoviéticos exhiban mi cuerpo en unmuseo de cera como un trofeo.Adolf Hitler Yo pienso que Hitler está vivo y es muyprobable que se encuentre en España oArgentina.Joseph Stalin No hemos sido capaces de descubrir unapequeña evidencia tangible de la muerte

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de Hitler.Dwight D. Eisenhower

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Índice PrólogoPrimera parte. Madrid1. Visita2. El Escorial3. Viejo profesor4. La carta5. Propuesta6. Perseguida7. Identidad8. Viaje9. Montevideo10. La cuna de la serpiente11. Atentado12. Un viaje accidentado13. El comandante

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14. Una historiaSegunda parte. Bariloche15. Leyendas16. El hotel17. Sorpresa18. La Biblioteca secreta19. El plan20. La primera noche21. Huida desesperada22. Chile23. Diarios24. El libro25. Viaje a ParaguayTercera parte. Nueva Germania26. Presentimiento27. Lucha28. La hermana de Nietzsche29. El paraíso

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30. El proyecto31. Amerika32. HuidaEpílogo

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Prólogo Múnich, 31 de marzo de 1957 Tomó su abrigo y su sombrero para salira pasear como cada mañana. Las rutinaseran lo único que le mantenía con vida.Normalmente recorría la ribera del ríoIsar, mientras contemplaba las verdespraderas de Englischer. Llevaba toda lavida en aquella ciudad, menos losbreves periodos que pasó en Berlíndurante los años treinta. Para él Múnichera la mejor prueba de que, a pesar detodo, el mundo no cambiaba nunca. MaxAmann odiaba aquella Alemania

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dividida y amenazada por los rusos.Todos sus sueños de juventud se habíanevaporado, como si fuera una ligeraniebla matutina. La misma bruma que enaquel momento flotaba sobre el río ypenetraba hasta sus envejecidos huesos.Max había pasado diez años en prisión.En aquel momento se encontraba casi enla indigencia más absoluta, pero sabíaquién era y lo que había hecho por elpartido y el pueblo alemán. Aunque erairónico que él, uno de los hombres másricos de Alemania por sus inversionesdurante el Tercer Reich de los añoscuarenta, en la actualidad apenas tuvieraunos marcos para hacer la compra.El hombre anduvo con dificultad elúltimo tramo del camino. Aquella

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mañana sentía un fuerte dolor en elpecho y su aliento se congelaba apenassalía de sus gruesos labios. Cruzó por elpuente, para regresar a su minúsculoestudio, y notó unos pasos a pocadistancia. El hombre aceleró el paso,aunque apenas se notaba a pesar desuperar los cincuenta y cinco años deedad, su vitalidad era la de un hombrede ochenta años. Lo achacaba a los diezaños de reclusión y a sus problemas decorazón, aunque en el fondo sabía que loque había perdido era la voluntad devivir.El suelo helado crujía a su paso, decidiósalir del parque y adentrarse en lascalles de la ciudad. No se veía muchagente por las aceras y apenas pasaban

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vehículos por las calles. El único sonidoque se escuchaba en medio del silencioeran los pasos del desconocido, que lehabía seguido a través del puente ycruzado la calle.Max notó cómo el corazón se le aceleróde repente, parecía que se le iba a salirpor la boca, puso su mano derechainstintivamente sobre el pecho. El guantede cuero ajado percibió la rigidez delabrigo, que estaba completamentecongelado. A pesar del frío, la tensión yel paso acelerado hizo que comenzara asudar. Le costó llegar al edificio donderesidía, abrió con su llave la puerta delportal y tocó el botón del ascensor. Seescuchó el pesado mecanismo y sintió elviento que desplazaba al descender.

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Dentro del edificio el frío era muchomás tolerable. Respiró hondo e intentótranquilizarse un poco, pero cuando alfinal consiguió recuperar la calma,escuchó a su espalda cómo se cerraba lapuerta exterior. Se giró lentamente yobservó a una mujer alta, rubia,enfundada en un abrigo de pieles.La mujer caminó despacio hasta elascensor, le saludó educadamente yesperó a su lado. Max notó que su pulsovolvía a la normalidad.El ascensor llegó a la planta baja, elhombre abrió las negras puertas dehierro y después las más leves de lacabina de madera y cristal. Cedió elpaso a la mujer, y cerró de nuevo laspuertas y preguntó:

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—¿A qué planta se dirige?—A la última planta —dijo la mujer conun acento del norte de Alemania.El hombre apretó el único botón con sumano derecha, la única que conservaba.Los dolores de los dedos apenas lepermitían sostener una taza sin que letemblara y miró al suelo.—¿Conoce a Elsa Millman? —preguntóla mujer a Max.—Sí, la profesora jubilada, vive puertacon puerta conmigo.—Soy su sobrina Bárbara, vengo desdeHamburgo para visitarla. Lleva untiempo con la salud delicada —comentóla mujer.Max apenas le hizo caso, afirmó con lacabeza mientras no dejaba de mirar los

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botones que se iluminaban a medida queel ascensor ascendía. Estaba agotado, apesar de que el día acababa decomenzar. Deseaba quitarse la ropa,ponerse la bata y meterse debajo de dosmantas mientras escuchaba músicaclásica y leía algunos viejos libros.La cabina paró bruscamente, el hombreabrió primero las puertas de madera,más tarde las de hierro y dejó pasar a lamujer. Después se dirigió a la puerta yla abrió.—Auf wiedersehen —dijo antes deentrar en la casa, cerró la puerta y echóla llave. Colgó el abrigo en la percha dela entrada y le sorprendió comprobarque hacía más frío en su casa que en eldescansillo. Aquel había sido un

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invierno muy duro, había estado enfermola mayor parte del tiempo, deseaba lallegada de la primavera, pero aún el fríotardaría en marcharse.Max se quitó los zapatos, se puso la batay se dirigió hasta su viejo gramófono.Movió la aguja y comenzó a sonar laópera de Wagner El anillo delnibelungo. El hombre cerró los ojosunos instantes, después tomó dos librosde la vieja y polvorienta estantería demadera. Recorrió con la mirada elpequeño estudio y suspiróprofundamente.Apenas se había acomodado en el viejosillón cuando escuchó el timbre de lapuerta. Maldijo su suerte, se puso en piey caminó con torpeza hasta el recibidor.

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Miró por la mirilla y contempló a lamujer con la que había subido en elascensor. Por un instante pensó enignorar a la joven y regresar al sillón,pero al final quitó la cadena y loscerrojos.—¿Qué sucede señorita?—¿Tiene usted teléfono? —preguntó lamujer con el rostro angustiado.—Sí, claro que tengo teléfono —contestó el hombre malhumorado.—Mi tía no abre la puerta y estoy algopreocupada. Creo que está dentro, perono puede abrir.Max frunció el ceño. Miró de arribaabajo a la joven. Era realmenteatractiva, pensó en lo que hubiera hechocon ella si la hubiera conocido en su

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momento de más gloria y decidió dejarlaentrar.—El teléfono está colgado en la pared—dijo el hombre señalando con lamano.—Gracias —dijo la joven, quecomenzaba a mejorar el semblante y seempezó a tranquilizar.El hombre se dio la vuelta, para bajar unpoco la música, pero se quedó a mediocamino.—¿Quiere un té?La joven afirmó con la cabeza.Max apenas recibía visitas, los viejoscamaradas estaban muy preocupadosmedrando en el nuevo estado federal ypreferían que la gente no los viera conapestados como él. Muy pocos se habían

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mantenido fieles al Nacionalsocialismo.Encendió el infernillo y puso la tetera ahervir. Agradeció el poco calor quesalía del fuego azulado. Cuando la teteracomenzó a bufar la quitó del fuego ycolocó las bolsitas de té. Era el másbarato del mercado, pero al menos lelevantaba un poco el ánimo.Llevó la tetera a la mesita que habíaenfrente del sillón y sacó dos tazasdesportilladas de la vitrina. Despuéscolocó un azucarero con forma de cisney dos cucharas de plata. Aquel juego deté era lo único que conservaba de suantigua vida.La mujer se acercó al salón y se asomópor la puerta. Exceptuando el baño, todala casa, incluida una pequeña cama en la

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parte más baja de la guardilla, consistíaen aquella habitación pequeña, atestadade muebles decrépitos y de libros.—Muchas gracias por todo —dijo lamujer mientras se sentaba en el sillón.La falda se abrió un poco, la mujerhabía dejado su abrigo en la entrada ysus largas piernas con finas mediasnegras destacaban sobre su traje gris.—Los buenos vecinos estamos paraestas ocasiones —dijo Max, aunque eraperfectamente consciente de que nuncahabía invitado a uno de sus vecinos aentrar en su apartamento.—He telefoneado a mi madre, si mi tíano responde en las próximas horasllamaré a la policía —dijo la joven.Después comenzó a hurgar en el bolso.

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—Se me ha olvidado una cosa —dijoMax poniéndose en pie. Fue a buscarunas pastas y cuando regresó, la mujerya estaba con la taza en la mano dandosorbos cortos al té.El hombre tomó la suya y probó el saboramargo de aquel mejunje. Recordó el téque compraba directamente importadode la provincia de Yunnan en China,cuando aún era uno de los hombres másimportantes del Tercer Reich.—Espero que todo se solucione —dijoel hombre, mientras su taza humeante leempañaba las gafas.—¿Cómo se llama? Creo que no me hadicho aún su nombre —dijo la mujer.—Disculpe, no suelo ser tan maleducado. Vivo aquí como un ermitaño y

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a veces olvido los buenos modales. Minombre es Max Amann —dijo elhombre.—¿Es usted Max Amann? —preguntó lajoven sin poder disimular su sorpresa.—¿Ha oído hablar de mí? —preguntótemeroso el hombre. En los tiempos quecorrían la mayoría de los jóvenes habíansido criados en el odio a Hitler y supartido.—Naturalmente. Usted fue el gestor delos negocios del NSDAP y el director dela editorial del partido —dijo la joven.Max sonrió complacido. La mayoría dela gente con la que se cruzabaúnicamente veía en él a un pobre diabloarruinado.—¿Cómo ha podido reconocerme? —

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preguntó, justo en el momento en el quesentía que la cabeza comenzaba a darlevueltas.—Usted es un hombre muy conocido,Herr Amann. Guarda secretos quemuchos desearían conocer —dijo lamujer mientras dejaba su taza en lamesa.Max comenzó a verlo todo nublado,intentó hablar, pero los labios ya no lerespondían. Se derrumbó sobre el sillóny la mujer extrajo de su bolso unajeringuilla preparada. Levantó la mangade la bata del hombre, después le subióla camisa y le inyectó su contenido muydespacio, como si quisiera que aquelcuerpo envejecido prematuramenteabsorbiera hasta la última gota.

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Primera parteMadrid

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Capítulo 1Visita Madrid Regresar a Madrid después de quinceaños fue para ella como un sueño hechorealidad. Andrea Zimmer esperó a quesaliera su equipaje en la cintacorrespondiente de su vuelo en elaeropuerto Adolfo Suárez Barajas, unpar de maletas de piel teñidas deamarillo canario. Después se dirigiódirectamente al metro de Madrid. Teníaque ir a Atocha para tomar el primertren con destino a San Lorenzo de El

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Escorial. Hubiera preferido hospedarseen el centro de la ciudad, aunque eso lesupusiera gastarse la mitad del sueldoque recibía de la revista de actualidaden la que trabajaba en Buenos Aires,pero su viejo profesor Daniel Rocca yale había preparado una habitación en sucasa. No se veían desde hacía más detres años, aunque se habían mantenidoen contacto todo ese tiempo: algunoscorreos electrónicos, algunos mensajespor wasap y un par de llamadastelefónicas en Navidad.Andrea rodó sus maletas hasta lasmáquinas que hay a la entrada del metro,estuvo un rato intentando descifrar cómosacar un billete y después atravesó condificultad el acceso, demasiado estrecho

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para su inmenso equipaje. Su madreClaudia siempre le regañaba, noentendía por qué necesitaba tantísimoequipaje, pero ella empleaba la eternafórmula del por si acaso. Era verano enMadrid y, por lo que decían sus amigos,en julio el calor podía llegar a serinsoportable, pero la UniversidadComplutense la había invitado aparticipar en un taller sobre periodismoy ética. ¿Cómo iba a desaprovechar laoportunidad de viajar a Europa contodos los gastos pagados? Habíalogrado adelantar un par de días el viajepara ver a su antiguo profesor y despuésde la conferencia visitaría a algunosamigos que se habían instalado enEspaña al terminar su carrera.

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Curiosamente, ahora muchos españolesbuscaban en América una salidaprofesional y Europa se habíaconvertido en un continente decadente,desigual y obsoleto. Andrea sabía queAmérica tampoco pasaba su mejormomento, pero aquello formaba parte dela normalidad. Argentina no estaba encrisis, su amado país vivía en constanterecesión y todos sus compatriotasparecían haberse resignado a ello.Se sentó en el nuevo y reluciente vagóndel metro de Madrid y pensó cómo lesgustaba a los españoles estar a la última.La nación más vieja del mundo siempreesperaba vestirse con el último modelo,aunque su ajustado vestido comenzara arasgarse por todas partes.

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Independentismo, movimientosantisistema, reaccionarios nostálgicosde la dictadura, políticos corruptos yuna sociedad que había convertido lapicaresca en una verdadera seña deidentidad.Lo primero que le llamó la atención fuela diversidad étnica y cultural. En elvagón había africanos, latinos, personasdel Este de Europa, chinos y europeosde otros países de la Unión. Al principiopensó que era debido al aeropuerto, quetodas aquellas personas eran turistas queesperaban disfrutar de unas vacacionesen la ciudad, pero cuando llegó a laestación de Atocha, comprobó que no.La ciudad había cambiado mucho enaquellos años. La misma estación era

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totalmente diferente. Ya no veían losviejos andenes del siglo XIX, tampocolos viejos trenes eléctricos impuntuales,ruidosos y sucios. El edificio antiguoera un invernadero de plantas tropicalesy el nuevo un centro comercial, contrenes de alta velocidad con plataformasfuturistas. Tuvo curiosidad por ver cómose había transformado el resto de laciudad, pero hasta después de pasar unpar de noches con su amigo y dar eltaller, no podría visitar Madrid. Teníaganas de ir al Museo del Prado, tomaralgunas tapas y perderse por las callesdel centro de la ciudad, como cuandoera una recién licenciada de periodismo.Andrea se sentó en la segunda planta deltren de cercanías que la llevaba a El

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Escorial. Su amigo la pasaría a recogeren coche, al parecer había bastantedistancia entre la estación y su casa.Las primeras estaciones se asemejaban alas del metro, aunque algo más oscuras yanticuadas, pero de repente el tren salióa la superficie y a los pocos minutos, eltúnel oscuro se transformó en bosquesinterminables de pinos y encinas que sesucedían a ambos lados del vagón. Pudover ciervos, corzos, gamos y hasta unjabalí bebiendo en un arroyo. Nuncahabía imaginado que tan cerca de la granciudad hubiera un mundo salvaje que enparte parecía aún virgen.Conectó el teléfono y miró los mensajes.Había contratado una tarifa para elviaje, pero no quería gastar rápidamente

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sus datos. Envió un par de wasaps a sumadre, a su actual pareja y a un par deamigas. Todos le habían pedido que sepusiera en contacto en cuanto aterrizase.Después apoyó la cabeza sobre elrespaldo y cerró los ojos. Tenía las dosmaletas agarradas y el bolso pegado a lapared del vagón, pero cada dos o tresminutos miraba a su alrededor yobservaba quién subía y bajaba en cadaestación.Para ella aquel viaje era mucho más queuna escapada, significaba un punto deinflexión. Durante años había retrasadotomar ciertas decisiones, pero sentía queya no las podía postergar más. A sustreinta y tres años, la edad de Cristo,sentía la necesidad de tomar por fin las

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riendas de su vida.Su madre era una mujer judíadivorciada, que controlaba todo. Lallamaba constantemente, le preguntabacuándo se iba a casar y a darle un nietoy la atosigaba con sus ideas religiosas ysu particular manera de concebir lavida. Para ella, casarse con un buenpartido era la mejor inversión que podíahacer una mujer. Podía trabajar siquería, pero desde la comodidad yseguridad de un millonario que pagarasus facturas. De adolescente habíatenido que enfrentarse a ella paraestudiar Historia, para su madre era unacarrera absurda y sin futuro y, aunque nole faltaba razón, al menos en lo segundo,la Historia era para ella una vocación,

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algo que daba sentido a su vida. Llevabacinco años con Leopoldo, su relación seencontraba estancada. No es que elladeseara casarse, ni nada por el estilo,pero es que su pareja seguíacomportándose como cuando teníaveinte años y Andrea ya no disfrutaba delas mismas cosas y quería tener una hija.Lo reconocía, desde hacía unos años sehabía puesto en marcha su relojbiológico, pero dudaba mucho de lacapacidad de su pareja para ser padre.En el fondo era un inmaduro egoísta.Necesitaba distancia y Madrid leparecía lo suficientemente lejos. Inclusose había planteado no regresar. Rehacersu vida en España, aceptar la oferta deuna plaza libre de su revista en Europa e

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instalarse en la ciudad.Después de casi una hora y media deviaje el tren llegó a El Escorial. Andreaarrastró sus maletas y bajó las escalerashasta la primera planta y después hastael andén. La estación era muy pequeña.Un edificio de piedra antiguo, con tejasrojas y enredaderas por uno de loslaterales. La gente abandonóapresuradamente el andén y en pocosminutos se encontró prácticamente sola.Eran las diez de la mañana, apenashabía dormido nada en el viaje y seencontraba agotada. Se sentó en unbanco y esperó; temía que su viejoprofesor siguiera manteniendo suimpuntualidad argentina, rasgo que alparecer compartían con los españoles.

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Estaba comenzando a adormecersecuando escuchó su nombre.—¡Andrea! —gritó un hombre de pelocanoso y poblada barba gris. Llevabauna sencilla camisa de cuadros sacadapor fuera y unos pantalones vaquerosazules desgastados.La mujer tuvo que mirar de arriba abajoa su profesor para reconocerlo. A pesarde que seguía vistiendo igual que veinteaños atrás, había envejecido mucho enlos últimos años. Llevaba lentes y supiel estaba surcada por arrugas en lacomisura de los labios, la frente y losojos.—¡Daniel! —gritó Andrea mientras seacercaba para besar a su profesor.—¡Cuánto tiempo! Dios mío a veces

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parece que la vida se escapa tan rápido.El hombre la ayudó con las maletas yambos salieron de la estación. Fuerahabía una plazoleta y en un lado relucíaun viejo volvo azul medio destartalado.Daniel vivía con la pensión deArgentina y algunos ahorros de suesposa, que había fallecido un año antes.Una profesora española con la que sehabía venido a vivir a El Escorial trasdejar la universidad.Daniel cargó las maletas en el maleteroy entraron en el coche. Estabapolvoriento, con los asientos de atrásllenos de carpetas y libros sin ordenaparente. Andrea recordabaperfectamente la obsesión de su profesorpor los libros viejos, los papeles y los

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archivos particulares. Acudía acualquier casa que quisiera deshacersede documentos que él pensabaimportantes, aunque el resto del mundolos viera como simples papeles viejos.—¿Qué tal el vuelo? Hace tanto que noviajo a Argentina que se me ha olvidadolo pesado que es cambiar de horarios decomida y de sueño. Cuando lo hacíapodía pasar semanas hasta que meadaptaba de nuevo al horario normal.—Estoy muerta de sueño, pero imaginoque es mucho mejor que aguante hasta lanoche. Lo que no tengo por ahora eshambre —dijo Andrea sonriente. Sesentía muy contenta de ver a su profesor.Tenía la sensación de que no habíapasado el tiempo. Durante el viaje había

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pensado en lo incómodo que seríaencontrarse a una persona totalmentedistinta. Ese era siempre uno de losriesgos de reencontrarse con alguien queno veías en años.—¿Cuándo das el taller? —preguntóDaniel, mientras tomaba la carreterahasta San Lorenzo de El Escorial.—Dentro de un par de días. Es un tallersobre ética y periodismo —dijo Andrea,a la que se le hacía extraño ser ahora laprofesora y no la alumna. Después deHistoria había estudiado Periodismo,había hecho un máster en EstadosUnidos y comenzado Filosofía y Letras,tenía la sensación de estar estudiandotoda la vida.—Será un placer escucharte. Mi alumna

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preferida convertida en una periodistareconocida y una escritora de éxito.—Bueno Daniel, yo no diría tanto. Túsabes que el éxito de un escritor escomo la espuma del café: adorna,mancha, pero termina por desaparecer—comentó Andrea.El coche comenzó a ascender por unaempinada cuesta. A un lado se veíanunos hermosos jardines y al otro zonasresidenciales y algunas casas de lujo.Cuando llegaron a la parte más altaapareció a su izquierda el monasterio deEl Escorial, con su mezcla de austeridady grandilocuencia. Sus formas perfectas,imitando al famoso templo de Salomónno dejaron indiferente a la mujer, que sequedó fascinada observando el edificio

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hasta que atravesaron un arco de piedray llegaron a la zona donde vivía suamigo Daniel.—Si quieres luego damos un paseo,podemos entrar en el monasterio por latarde, soy muy amigo de la jefa de losguías. He estudiado el edificio desdetodos los puntos de vista, incluso desdeel exotérico. Algo que gustaba mucho enla época, y que obsesionó hasta a losjerarcas nazis en pleno siglo XX.—Sería estupendo —dijo la mujer.Había estudiado el reinado de Felipe IIy su famoso imperio en el que no seponía el sol. Desde entonces otrosimperios le habían sucedido, pero elreinado del «Rey Prudente» siempre lahabía fascinado.

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—España está repleta de misterios.Llevo años estudiando muchos de ellos.—¿En qué andas metido ahora? —preguntó Andrea intrigada. Su viejoprofesor no paraba de investigar, aunqueen la actualidad apenas publicaba nada,ni a nivel académico ni divulgativo.—Cosas muy gordas —sonrió —perocreo que antes te mereces un buen mate,—comentó el hombre mientras sacabaun mando y abrió la puerta de una verjaque daba acceso a una amplia finca.Andrea nunca se había imaginado que suprofesor pudiera vivir en una villa tanlujosa, sobre todo considerando lapensión que recibía de Argentina. Elcoche recorrió un sendero rodeado decastaños, hasta llegar enfrente de un

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invernadero. A un lado quedaba unasuntuosa mansión de piedra con tejadode pizarra negra. Sus formas eranrobustas, pero elegantes.—¡Guau! Vives en una verdaderamansión, como un magnate —bromeóAndrea.A Daniel se le escapó una sonrisamientras llevaba con dificultad lasmaletas sobre la gravilla del camino.Sabía lo que quería decir Andrea. Élsiempre había sido un activo militantede izquierdas, en muchos sentidosperonista, aunque conocía perfectamentelas contradicciones de un personaje tanconocido como Juan Domingo Perón.Para muchos Perón era un fascista, paraotros un simple populista que intentó

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apoyarse en las clases populares paraaferrarse al poder, o un verdaderoprotector de los trabajadores. Danielpensaba que posiblemente todos teníanalgo de razón. Aunque el régimen dePerón había sido posterior a losfascismos europeos, tenía sin dudaalgunos rasgos comunes, pero tambiénalgunos distintivos, puramenteargentinos.—A veces el destino nos ofrece regalos.¿Por qué desaprovecharlos? —comentóel hombre mientras cruzaba jadeante elumbral de la casa. Andrea sonrió tras él,su profesor siempre tenía una respuestaadecuada, ante cualquiercuestionamiento. Formaba parte de sucarácter. En cierto modo, era una de las

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cosas que le fascinaban de él.El recibidor era casi tan amplio como suapartamento en Buenos Aires. Suelo ypared forrados de una madera barnizadabrillante, cabezas de animalespresidiendo las paredes. Una ampliaescalinata central que se dividía en dosennoblecía aún más el edificio.—Dejaremos las cosas aquí. A no serque prefieras ducharte mientras preparoel mate. Si te quitas esa ropa estarás máscómoda —dijo el hombre mientras abríauna de las puertas laterales.—Es buena idea. Si me deshago algo delsudor pegajoso del avión y del camino,podré despejarme un poco.—Perfecto. Tu habitación está en lasegunda planta. Justo la primera por la

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izquierda. La mía está al lado de labiblioteca. Ya no estoy para andar todoel día subiendo y bajando escalones.La mujer tomó la maleta más pequeña yla subió por la escalinata. Entró en lahabitación y se quedó sorprendida por ladecoración lujosa, los muebles estiloLuis XIV y el amplio ventanal que dabaal jardín. Notó algo más de calor que enla planta baja, aunque comparado con elexterior la sensación era muy agradable.Se quitó la ropa y la dejó en medio de lahabitación. Su cuerpo aún se conservababello y esbelto, a pesar de que lededicaba muy poco tiempo. No solíahacer deporte, tampoco se preocupabamucho por la dieta, aunque tendía acomer más vegetales que carne y ya

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apenas fumaba.Caminó sobre el suelo de madera hastael baño. Una celosía de madera en laventana atenuaba algo la luz exterior.Dio al interruptor y el baño de azulejosárabes brilló por completo. Una enormebañera exenta estaba en mitad delgigantesco espacio, al fondo una pared,donde se encontraba una ducha modernade efecto lluvia. Andrea reguló la duchay se introdujo despacio. Por un momentopensó que no le costaría muchoacostumbrarse a aquel lujo y se alegróde haber ido a la casa de su viejoprofesor.Mientras el agua recorría su cuerpoblanquecino, con pecas anaranjadas, ysu pelo pelirrojo comenzaba a tomar un

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tono más oscuro, pensó en el misteriosocorreo de Daniel. No la había invitadoúnicamente para recordar viejostiempos, sabía que quería contarle algorealmente importante.En el correo hablaba de un posible libroque podía convertirla en una de lasescritoras más conocidas del mundo. Talvez aquello la ayudara a cambiar devida, romper con todo lo que la ataba enBuenos Aires y a comenzar una nuevavida en España. Ya se imaginabafirmando libros en la Gran Vía y en laFeria del Libro de Madrid, caminandopor los inmensos pasillos de la FIL deGuadalajara y Bogotá. Sería un regustoregresar a su ciudad para acudir a suimpresionante feria en abril, pero esta

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vez no como una reportera o unaescritora de segunda categoría, sinocomo una verdadera estrella del mundoeditorial.A Andrea aún le gustaba soñar. Creíaque mientras conservara esa capacidadpara imaginarse de mil formasdiferentes, la vida merecería realmentela pena.Salió de la ducha totalmente relajada, talvez demasiado para un viaje tan largo.Tuvo la tentación de tumbarse en lacama tal y como estaba, dejando que elcalor del mediodía la terminase desecar, pero hizo un esfuerzo, se puso unpantalón corto, una blusa blanca yligera, se dejó el pelo pelirrojo suelto ybajó descalza a la planta inferior.

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El recibidor estaba vacío y mudo ysintió cómo la observaban las cabezasdisecadas de los trofeos, después sedirigió a la puerta por la que había vistopasar a su profesor y entró en un ampliosalón. Estaba terminado a dos alturas.En una parte una mesa amplia para docepersonas, que daba a un inmensoventanal, al lado un gran piano de cola yuna moderna cadena de música. Al otroextremo un acogedor espacio con variossofás de piel frente a una chimeneanegra de estilo moderno, estanterías conlibros, una mesa baja de madera y variasfiguras orientales repartidas por todaspartes.—¿Ya has terminado? —preguntóDaniel con el mate en la mano. Estaba

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sentado en un gran sofá con orejerasblanco y llevaba puesto un jersey ligero.—Sí, me ha sentado muy bien, perotengo tanto sueño.La mujer se acomodó justo al lado delprofesor, bajo la luz menos potente delsalón le pareció más viejo y consumidoque cuando lo vio en la estación. Tuvoel extraño presentimiento de que estabamuy enfermo, aunque prefirió nopreguntarle nada.—He deseado muchas veces volver averte. Ya sabes que mi exmujer enArgentina es una pobre loca. Tampocotengo contacto con mis hijos, aunque elmayor me ha dado un nieto. Sería inútilintentar fingir un amor paternal que notengo. Para mí todos ellos son unos

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completos desconocidos.—Sí, lo entiendo —dijo Andrea, quetenía la impresión de que Daniel estabaa punto de introducirse en uno de susinterminables monólogos. Aunque enaquella ocasión lo prefería. No teníamuchas ganas de hablar de su familia, supareja o la revista en la que trabajaba.Su profesor siempre la había visto comouna futura ganadora del premio Nobel oel Pulitzer, cosa que le halagabasobremanera.—No quería asustarte por teléfono, perotengo algo que contarte —comentóDaniel muy serio. Las sombras delrincón en el que estaba sentadocomenzaron a extenderse por su rostro.El hombre se adelantó un poco y se puso

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casi a la altura de los ojos de ella.—¿Qué sucede Daniel?—Me muero, Andrea. Es cuestión desemanas, tal vez de días. Nunca hepensado mucho en mi muerte. No te voya negar que estoy un poco asustado.Los brillantes ojos de Daniel parecíanahora casi grises, las ojeras losempequeñecían hasta convertirlos enapenas dos pequeñas canicasinexpresivas.—¿Qué te sucede? —preguntó Andreapreocupada. Sentía un nudo en lagarganta que apenas le permitía hablar.—Un tumor en la cabeza. Me hanoperado varias veces, temían queperdiera el habla o la vista, en esesentido el cáncer ha sido benévolo

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conmigo, pero tengo metástasis y me henegado a continuar con el tratamiento.Andrea se acercó a su amigo y loabrazó. Las lágrimas comenzaron acorrer por su rostro, mientras Daniel ledecía palabras de consuelo.—He tenido una vida plena. Me hecasado tres veces, dos de ellas poramor. He tenido tres hijos reconocidos.He sobrevivido a una dictadura y avarias democracias. Estoy muyagradecido a la vida, pero necesitabaverte antes de partir. Tengo que darte unúltimo regalo, la investigación de losúltimos cinco años de mi vida. Unaexclusiva que podrá darte fama, dinero,reconocimiento, pero sobre todoindependencia. Sé que quieres hacer

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reportajes que denuncien la corrupción,la violencia, la desigualdad. Imaginaque pudieras hacerlo, que tuvieras elprestigio y el dinero para hacerlo.—Eso no me importa ahora, Daniel.Eres mi amigo del alma. Cuando meencontraba deprimida te llamaba ohablábamos por wasap y recuperaba lasfuerzas. ¿A quién llamaré ahora? Formasparte de la mejor etapa de mi vida… —comentó hasta que no pudo más yrompió a llorar.Daniel la retiró un poco y mirándola alos ojos le dijo:—Somos gotas en el océano. Todostenemos que morir, lo importante es elmundo que dejemos atrás. Un lugargobernado por extremistas, hipócritas,

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corruptos y cínicos. Bertolt Brecht decíaque «Cuando la hipocresía comienza aser de muy mala calidad, es hora decomenzar a decir la verdad». Tienes quededicar tu vida a ese propósito, yo lointenté, pero tengo que partir.—¿Qué importa la verdad? ¿No es todomentira? —preguntó Andrea enfadada.—No, afortunadamente no. Me criaronen un mundo en el que la verdad existía,un mundo en el que la libertad tenía unvalor infinito. No pertenezco a este sigloXXI, pero no puedo permitir que sedesintegre delante de mis ojos yquedarme con los brazos cruzados.Andrea se sentó en el suelo con laspiernas cruzadas. Miró al hombre quetanto había admirado y se dijo que

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dentro de poco dejaría de existir.Aquello le atenazó el alma. Sintió unprofundo vacío y una insoportablesensación de sinsentido.—¿Has oído sobre el libro de Hitler? —preguntó Daniel, intentando cambiar detema.—¿Quién no ha escuchado alguna vezsobre Mein Kampf? —contestó Andrea.—No me refiero a ese. Adolf Hitlerpublicó otro libro. Se ha especuladomucho sobre el tema que trataba yalgunos han vendido manuscritos falsoshaciéndolos pasar por ese segundo librode Hitler. Yo sé dónde está.La mujer frunció el ceño. Naturalmenteque había escuchado sobre la existenciade un segundo manuscrito de Hitler, pero

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muchos creían que lo había destruidoentre sus papeles quemados antes desuicidarse en el bunker de la Cancilleríade Berlín.—¿Cómo puedes saber dónde seencuentra? —preguntó Andreaextrañada.—Lo he descubierto, pero necesito quetú vayas a por él. Que busques El librosecreto de Hitler y puedas sacar a la luzlos secretos que esconde.

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Capítulo 2El Escorial San Lorenzo de El Escorial Andrea agradecía el aire fresco de latarde. Las malas noticias en casa deDaniel habían logrado levantarle unfuerte dolor de cabeza. Aquel viajeemocionante a España que habíaimaginado se había esfumado porcompleto. Su amigo caminaba a su ladosonriente, a pesar de que se fatigaba confacilidad y su espalda encorvadaanunciaba que llevaba un gran pesosobre sus hombros, como la sentencia de

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muerte de un reo que sabe que ya no lequeda mucho tiempo.Caminaron a la sombra de los castañoshasta que después de una curva vieron alfondo el monasterio de El Escorial.Caminaron hasta un mirador y desde allícontemplaron parte de los jardines, unestanque con carpas y los bosquesinterminables por todos lados.—¿No es un lugar muy bello? —preguntó Daniel alzando la vista.—Sí, es muy bello —dijo la chica, queintentaba sonreír, para que su amigo seolvidara un poco de su anteriorconversación.—Pasar mis últimos días aquí es otroregalo más que me ha dado la vida.—¿No echas de menos Buenos Aires?

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Dicen que un argentino jamás olvida sutierra —dijo Andrea, aunque no estabamuy segura de ello. Su país habíamaltratado tanto a sus ciudadanos, quelo normal es que muchos lo odiasen.—Yo no puedo odiar a mi vieja, nopuedo aborrecer a mi carne. Siempreseré bonaerense. Mis abuelos eranitalianos, nací en Palermo, pero no meimporta morir en El Escorial —dijoDaniel con las manos apoyadas en elmuro de piedra.Los turistas caminaban de un lado alotro, a veces en parejas, otras en gruposgrandes. Muchos de ellos eranextranjeros, pero también habíaespañoles. Gritaban, reían, se hacíanfotos y comentaban el paisaje y el

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imponente edificio. A ella todo aquellole parecía tan trivial, ahora que sabíaque le quedaba tan poco a Daniel, lascosas superfluas ya no tenían muchosentido.—¿Estás cansada? ¿Quieres queregresemos? —preguntó el hombre alpercibir el desasosiego de la mujer.—Me encuentro bien. ¿Podemos entrar?—preguntó Andrea cuando llegaron enla explanada enfrente del monasterio.—Sí, están a punto de cerrar al público,pero mi amiga nos dejará pasar.Los dos se dirigieron a una de laspuertas laterales. El ujier comenzó adecirles que estaban a punto de cerrar,pero al reconocer a Daniel los dejópasar. El profesor se dirigió hasta un

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grupo de mujeres vestidas con trajesazules, habló con una mujer rubia. Lajefa de los guías le sonrió y entraron poruna puerta acristalada a un patio deluces.—No tenemos mucho tiempo. Si teparece bien visitaremos lasdependencias del rey y la cripta. No nosdará tiempo a ver la biblioteca y otrassalas, pero tal vez podamos regresarmañana —dijo el hombre.Subieron por una escalinata de piedra ycomenzaron a recorrer los salones yhabitaciones del monasterio.—¿Por qué construyó este edificio? —preguntó Andrea. Aquello no se parecíaa ningún palacio que hubiera visto antes.La austeridad, sobriedad y simpleza de

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la decoración le parecían más bien lasde un convento que la de la residenciadel hombre más poderoso del mundo.—Los dictadores son megalómanos.Necesitan dejar un legado para laposteridad. En su época fue consideradola octava maravilla del mundo. Eledificio ocupa una superficie de más detreinta y tres mil metros cuadrados.Felipe II lo mandó construir tras suvictoria contra los franceses en labatalla de San Quintín. El edificio dicenque está justo en el centro de lapenínsula Ibérica. Tiene forma deparrilla para honrar la muerte de SanLorenzo, pero sus medidas coincidencon las del Templo de Salomón.Naturalmente el rey Felipe II era un

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ocultista apasionado, dicen las leyendasque eligieron este lugar porque en élhabía una cueva que llevaba a laverdadera entrada del infierno. En unade las torres Felipe II tenía unlaboratorio gobernado por FranciscoBonilla, un conocido alquimista. Algoparecido le pasaba a Himmler, la manoderecha de Hitler y su obsesión con lasreliquias, la reencarnación y la magianegra —dijo Daniel.—¿Hitler también era aficionado a esasprácticas? —preguntó Andrea.—Nunca mostró en público su interéspor los temas ocultistas, pero se sabeque perteneció a la Sociedad Thule yque de ella extrajo muchas de sus ideas.Aunque nunca me he preocupado mucho

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de ese aspecto de la vida de AdolfHitler, para mí es casi más inquietantesu ideología política, su capacidad depersuasión a las masas y cómo estasfueron capaces de dar un giroinesperado a la historia —le explicóDaniel.—Antes me estabas comentando sobresu libro. ¿Cómo lo llamaste? —preguntóAndrea.—Lo llamé El libro secreto de Hitler.Muchos desconocen de qué trata, aunquese ha especulado con el tema e inclusocon su existencia. Lo que contienepodría cambiar el futuro del mundo.Imagina, el legado del mayor dictadorde la Historia —comentó Danielmientras se detenían enfrente de la

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habitación de Felipe II. El cuarto eramuy austero, apenas una cama con dosel,un escritorio, el retrato de la esposafallecida y un balcón que daba a labasílica, para poder escuchar la misadesde la cama en el caso de sentirseenfermo.—Todo esto me recuerda a Hitler. Eratan austero como Felipe II —comentóAndrea.—Bueno, en parte eso es un falso mito.El sueldo de Hitler como cancillerascendía a 29.200 marcos, a lo quehabía que añadirle más de 18.000marcos en dietas. El sueldo puedeparecer modesto, pero tras la muerte deHindenburg, Hitler asumió su cargo ysueldo, que ascendía a 37.800 marcos al

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año más otros 120.000 marcos en dietas.Aunque eso era únicamente una pequeñaparte, Hitler poseía además más de800.000 dólares al cambio actual y másde 6 millones de dólares en bienesinmuebles, obras de arte y otrosconceptos. Por no hablar de losderechos de autor que ganó con suprimer libro, que vendió hasta 1945aproximadamente unos 12 millones deejemplares.—No podía ni imaginar que habíareunido una fortuna tan increíble —comentó Andrea sorprendida.Pasaron por unas impresionantes puertasde marquetería y se dirigieron al otrolado del palacio.—Todos sus bienes los gestionaba Max

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Zimmer, que también se hizo millonarioa costa del pueblo alemán y el partido.Zimmer pasó diez años en prisión yfalleció de repente en 1957, a pesar deno ser muy mayor. Además, Max Zimmerfue el encargado de gestionar laeditorial del Partido Nazi y publicar elprimer libro de Hitler. Aunque a sueditor nunca le gustó el libro. Él queríaque Hitler escribiese una autobiografía,pero la parte personal y familiar apenasocupan unas páginas en la primera partedel libro. La mayoría del texto se centraen su pensamiento político y sus teoríasracistas —le explicó el profesor.Caminaron hacia la cripta. Aquella erasin duda la parte más singular de todo elconjunto. Las escaleras de mármol

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marrón y gris parecían dirigirse hacia elmismo infierno. Al menos eso es lo quepensó Andrea al descender por ellas allado de Daniel. El profesor bajó conalgo de dificultad. Parecía cansado yponía gestos de dolor a cada paso.Cuando llegaron a la sala circular, conlas columnas y dinteles revestidos depan de oro, los angelotes sujetando lasvelas y los impresionantes sarcófagosnegros, la mujer se quedó boquiabierta.—Aquí se encuentran la mayoría de losreyes de España. Aunque la muerte sevista con sus mejores galas, no deja deser simplemente espantosa —comentóDaniel.Repasaron uno a uno los sarcófagos demármol, primero el de los reyes y

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después el de las reinas. Aquellaspersonas habían sido las más poderosasdel mundo, pero ahora lo único quedescansaba allí eran algunos huesossecos.—Este lugar siempre me evoca a losúltimos momentos de Hitler en sufamoso búnker de Berlín —dijo Daniel.—¿En el que se suicidó? —preguntó lamujer.—En el que dicen que se suicidó, perode eso ya hablaremos en otro momento.El tipo más poderoso de Europaencerrado en un agujero infecto.Deprimido e histérico, mientrasAlemania se desmoronaba. Se dice queen su locura se deshizo de todos susrecuerdos. Entre ellos sus documentos.

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Me refiero a los papeles que Hitlermandó destruir a Gertrud Junge el 30 deabril de 1945. Esta secretaria ayudó aHitler a escribir su testamento privado ypolítico. Junge logró escapar con vidadel Führerbunker con un grupo depersonas. Hans Baur, el piloto personalde Hitler, el guardaespaldas de HitlerHans Rattenhuber, la secretaria GerdaChristian, otra secretaria llamada ElseFrüger, el doctor Ernst-Günther Schencky su dietista Constanze Manzaiarly.Junge fue detenida por los soviéticoscuando regresó a Berlín.—¿La atraparon?—Sí, poco a poco todos fueron cayendoen manos de los aliados. La mujer fueinterrogada por los rusos, pero en la

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víspera del Año Nuevo de 1946 enfermóy su madre logró sacarla del territoriodominado por los soviéticos. Losnorteamericanos la interrogaron ydespués pudo vivir tranquilamente enBaviera hasta el año 2002. Logré hablarcon ella antes de su muerte y fue la queme facilitó la pista sobre El librosecreto de Hitler. Será mejor quesalgamos de aquí —dijo Daniel cuandollegó el último grupo de turistas y laguía comenzó a hablar en japonés.Recorrieron el resto de la cripta, laampliación realizada por la reina IsabelII, y subieron por la escalera del fondo.Cuando salieron del monasterio aún erade día, pero el calor sofocante de latarde había remitido al menos un poco.

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Subieron por una cuesta empinada hastallegar a una de las calles principales delpueblo, se sentaron en una de lasterrazas y pidieron unas cervezas. Labrisa desde las montañas era muyagradable, en algunos momentos Andreasentía escalofríos.—Debiste traer una chaqueta, aquícuando se pone el sol hace algo defresco.—No te preocupes. Es agradable,después del calor que he pasado.Estuvieron unos momentos en silenciodisfrutando del lugar. Las farolas seencendieron y el número de turistascomenzó a reducirse. El pueblo parecíaanimado por la noche, pero menossaturado que durante la tarde.

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—Debes estar agotada. Pedimos algopara comer y nos marchamos para quedescanses. ¿Cuándo me comentaste queimpartías el taller?—Pasado mañana.—Estupendo. Imagino que te levantarástarde, no te preocupes. Yo duermo poco,pero paso la mayor parte del tiempo enmi despacho. Entre mis papeles y mislibros es donde me siento realmente agusto. No sé qué pasará con todos elloscuando muera. No quiero dejarte laresponsabilidad de guardarlos. Aunquehe clasificado una parte de mi archivoque podría ayudarte en el futuro.—Gracias —dijo Andrea. Le sorprendíahasta qué punto Daniel pensaba en ella ysu bienestar.

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—Toda la información sobre El librosecreto de Hitler te la he enviado en unenlace que he hecho en la nube. Podrásusarlo en cualquier parte del mundo.También te daré algunos documentos enuna carpeta. Mañana entraremos endetalles —dijo mientras pedía algo parapicar.Andrea disfrutó de la cena. Era sencilla,pero exquisita. Se había olvidado de lomucho que le gustaba la comidaespañola. Caminaron hasta la casa a laluz de las farolas. Por la noche SanLorenzo de El Escorial era muytranquilo. Apenas había coches y lospocos viandantes que paseaban por lasavenidas de castaños, conversaban envoz baja o se limitaban a disfrutar del

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entorno.Diez minutos más tarde ya seencontraban enfrente de la verja. Danielabrió una puerta pequeña, recorrieron eljardín en silencio y entraron en la casa.—Estas son las llaves. Por si quieressalir o entrar, la clave de la alarma es lafecha de tu cumpleaños, la he cambiadopara que no te cueste mucho recordarla.Que descanses —dijo Daniel después dedarle un beso en la frente.—Gracias por tu hospitalidad y amistad—dijo Andrea algo emocionada. Alregresar a la mansión, de alguna manera,había recordado la enfermedad deDaniel y el poco tiempo que le quedabade vida.—Ha sido un verdadero placer verte de

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nuevo. Uno de esos regalos inesperadosque te da la vida —dijo Daniel con unasonrisa, aunque su rostro reflejaba uncansancio inusual. Era una frase que legustaba repetir, como si en parte creyeraen el destino.Andrea ascendió despacio por lasescaleras. Estaba agotada, pero sobretodo muy desanimada. No le gustaba versufrir a las personas que amaba. Unosaños antes había tenido que sobrellevarla muerte de su padre, una persona a laque adoraba, y poco después su hermanaClaudia se suicidaba por un desamorabsurdo. Dos de las personas que más leimportaban en el mundo habían fallecidoy ahora Daniel estaba muy enfermo. Elsentimiento de orfandad la invadió de

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nuevo, como una herida mal curada.Pensó en lo sola que se sentía en elmundo y tras quitarse la ropa intentódormir. Se tapó con las sábanas, intentódejar la mente en blanco, pero no le hizofalta, todo el estrés del viaje, lacaminata y las emociones del díaterminaron por vencerla.

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Capítulo 3Viejo profesor San Lorenzo de El Escorial Los pájaros comenzaron a cantar en eljardín y Andrea comenzó a despertarse.Había tenido un sueño reparador, peroaún se sentía confusa. Se estiró y, trasponerse un pantalón corto de color rosay una blusa verde, bajó las escalerasdescalza. No encontró a Daniel en laplanta baja. Se dirigió directamente a lacocina, miró el reloj y comprobó queeran más de las 11 de la mañana. Miró aun lado y vio unos churros, un chocolate

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y al lado una nota de su amigo:«He salido a comprar. Disfruta deldesayuno y la casa. No te preocupespor la comida, hoy comemos en casa ypor la noche te invito a un asadorfantástico que hay en el pueblo. Unabrazo. Daniel».La mujer calentó el chocolate en elmicroondas y después se sentó en una delas banquetas de la cocina. Saboreó loschurros, le encantaban. Prefería nopensar con cuantos kilos de másregresaría a Argentina.Después de desayunar decidió explorarla casa. Más tarde subiría para repasarun poco el taller. Lo sabía de memoria,pero después del vuelo, el cambio dehorario y las noticias de su amigo, se

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sentía algo embotada. No le gustaban lassorpresas ni los contratiempos y, desdesu llegada, había experimentado muchasemociones. Parecía que su estancia enEspaña no iba a ser ese remanso de pazque esperaba. Temía que más queaclarar sus ideas regresaría aún másconfusa a Buenos Aires.La propuesta de Daniel le habíainteresado mucho. Publicar El librosecreto de Hitler le proporcionaríalibertad económica y estabilidad,aunque le asaltaban muchas dudas.¿Cómo se haría con él? En caso deconseguirlo, ¿qué derechos de autorhabía sobre la obra de Hitler?Andrea caminó hasta la puerta deldespacho. La abrió ligeramente y

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encontró justo lo que se esperaba. Lasala era muy amplia, casi como elinmenso comedor de la casa. Teníaestanterías hasta el techo, que era muyalto, algo más de seis metros. A mitadde la pared había una rampa querodeaba toda la habitación, lo queequivalía a una segunda planta de libros.Una escalera de caracol ascendía hastaella y en un lado se encontraba unamplio escritorio de madera repleto demontañas de papel y libros. De hecho,las carpetas y los libros se acumulabanpor el suelo, dejando únicamente unestrecho pasillo hasta la mesa, laescalera y un sillón junto a la ventana.—¡Dios mío! —exclamó la mujer al vertodo aquel desorden. No entendía cómo

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su amigo podía encontrar algo entre laspilas de libros y papeles que ocupabansuelo y paredes.Ojeó algunos de los que estaban en laparte de arriba. La mayoría era dehistoria de la Segunda Guerra Mundial.Los había en casi todos los idiomas aexcepción del chino, árabe y el japonés,las únicas lenguas que Daniel nodominaba. Muchas de las carpetascontenían documentos originales de lasSS, la KGB y otros organismosoficiales.Después se dirigió a las estanterías. Unade las paredes estaba dedicadacompletamente a Adolf Hitler.Biografías, colecciones de documentos yhasta algunos ejemplares personales de

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la biblioteca del líder nazi. Andreasabía que su amigo estaba obsesionadocon Hitler, pero no hasta ese punto.Siempre le había interesado el TercerReich, incluso cuando era profesor enBuenos Aires, pero en los últimos añosse había convertido en el centro detodos sus estudios.Andrea recordaba que Daniel habíallegado a aficionarse por los nazis a raízde sus conexiones con el peronismo ymás tarde, al descubrir la estrecha redde relaciones entre los nazis y lasdictaduras latinoamericanas.Ella tomó uno de los libros y lo ojeó,después lo devolvió a la estantería y sedirigió a la escalera. Ascendió a lasegunda planta. Comenzó a caminar por

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la rampa observando las secciones.Curiosamente los libros de aquella zonaeran mucho más antiguos, la mayoríalibros originales, como varias versionesdel libro Mi Lucha de Hitler. Tomó unaedición en español publicada enArgentina en los años treinta, se sentó enun peldaño de la escalera y comenzó aleer. Hasta aquel día no había tenidoespecial interés por la obra escrita deHitler, pero si se iba a sumergir en labúsqueda del segundo libro del dictador,necesitaba saber de qué trataba elprimero.Escuchó un ruido en la ventana, se giró yvio una figura que parecía moverse porel jardín. Dio un respingo, se puso depie y se pegó a la pared justo encima del

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gran ventanal. Desde ese punto nadiepodía observarla.Un nuevo ruido la sobresaltó, parecíacomo si alguien estuviera intentandoabrir la ventana desde fuera.No sabía qué hacer. No llevaba elteléfono encima, pero si se quedabaquieta el merodeador entraría en la casa.Hizo algo de ruido, para intentarespantar al ladrón. Tiró un par de librosy después corrió escaleras abajo. Unavez en la planta inferior miró por laventana, una sombra pareció escondersetras los árboles. Ella corrió hacia elrecibidor, subió las escaleras de dos endos y se dirigió a su cuarto. Tomó elteléfono y llamó a su amigo.Escuchó el timbre de las llamadas en la

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planta baja. ¿Daniel se había olvidadoel teléfono en casa?, pensó mientras sedirigía de nuevo al recibidor, colgó elteléfono y comenzó a marcar el númerode emergencias. Estaba a punto de dar albotón verde, cuando vio a su amigo en lapuerta con unas bolsas. Estabacompletamente fatigado, pero al levantarla vista y verla en la parte alta de lasescaleras, esbozó una sonrisa.Andrea bajó las escaleras corriendo y seabrazó a él. El hombre frunció el ceñoconfuso.—¿Qué sucede? Únicamente fui acomprar algo de comida. La verdad esque podía encargarlo al supermercado,pero así me obligo a salir. Puedopasarme días encerrado en casa sin

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pisar la calle. La verdad que en estepequeño paraíso tengo todo lo quenecesito.—Me he asustado. Estaba husmeando unpoco en la biblioteca y vi algo que semovía fuera. Pensé que intentaban entraren la casa.—Eso es absurdo —dijo el hombrecerrando la puerta a su espalda.—Aquí tienes cosas muy valiosas. ¿Esque en España la gente no roba? —preguntó ella extrañada.—Sí, claro que roban, pero no a plenaluz del día y con gente en la casa. Tengola alarma desactivada, pero siempre lapongo por la noche.—De todas formas, he visto algo en eljardín. ¿No será mejor que llamemos a

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la policía? —preguntó Andrea inquieta.—La Guardia Civil no puede hacernada. Si había alguien merodeando ya sehabrá marchado al escuchar el coche.Estate tranquila. He traído algo depescado para comer. Si esta nochevamos al restaurante asador es mejorque comamos algo más suave —dijo elhombre dirigiéndose a la cocina.Andrea intentó quitarle las bolsas, paraque no fuera tan cargado, pero él seresistió.—No estoy tan mal, querida. Aún mequedan unas pocas fuerzas. Esperoaprovechar al máximo el día quetenemos juntos. Mañana estarás liadacon el taller y me imagino que los dosúltimos días preferirás pasarlos en

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Madrid. Aunque por mí puedes quedarteen casa hasta que quieras.—Gracias —dijo con un gesto indeciso.Había planeado pasar las dos últimasnoches en algún hotel en el centro de laciudad, pero ahora que sabía lo enfermoque estaba Daniel, ya no queríasepararse de él mientras estuviera enEspaña.—Esa cara lo dice todo. Piensas que nopuedes dejar solo a este pobre enfermo.No seas tonta. ¿Cuántas veces puedesviajar a España? Vamos a preparar lacomida y te explicaré mi plan —dijo elhombre soltando las bolsas.Daniel preparó una salsa exquisita y elpescado suave y delicioso le supo agloria. Comieron en un pequeño porche

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que daba al salón principal. Los árbolesrefrescaban con su sombra y el céspedhumedecía algo el ambiente. Cuandoterminaron el pescado, Daniel se levantóy regresó con una apetitosa tarta dequeso y frambuesa.—No sabía que cocinaras tan bien.¿Cuándo has aprendido? —preguntóAndrea mientras devoraba el postre.Daniel sonrió, sus ojos se iluminaron ycon una cara picarona dijo:—Lo cierto es que hay muchas cosasque no conoces de mí. Mi difunta mujerme reeducó. Era un tipo algo machista,inútil para las cosas de la casa. Lo únicoque me importaba eran mis libros, elfútbol y salir algunas veces con misviejos colegas, pero Margarita me hizo

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cambiar por completo, como cuando ledas la vuelta a un calcetín. Ya sabes queyo me crié en un barrio humilde, enPalermo. Mis padres eran dos personasobreras, tenían una tiendita en el barrioque vendía de todo, mis abuelos habíanvenido del Piamonte con una manodelante y otra detrás. Huyeron de Italiapor problemas económicos, perotambién políticos. Militaban en elpartido comunista, aunque mi abuela,paradojas de la vida, era muy católica.Lograron que estudiara en el colegio delos jesuitas, eso no era nada fácil enaquella época, pero como sacaba muybuenas notas, los padres debieronpensar que me haría un miembro de laCompañía. Aunque siempre he admirado

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su brillantez, odio su capacidad pararetorcer las cosas y manipular a la gente.Estudié en la UBA (Universidad deBuenos Aires), justo estaba cursandosegundo cuando se produjo el golpe del76. María Estela Martínez de Perón noera una lumbreras, pero lo que hizo esajunta militar no tuvo nombre. Hemostenido muchas dictaduras en Argentina,pero como aquella ninguna. Torpedearona toda una generación, mataron a milesde personas, secuestraron bebés. Yo melibré por los pelos —dijo Daniel.—¿Por los pelos? Esa historia nunca melas has contado.—Para contarla como Dios manda anteshay que tomar un buen mate —dijomientras se ponía en pie para

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prepararlos.Mientras regresaba Andrea encendió uncigarro y lo disfrutó a la vez que notabacómo le invadía el sopor de la digestión.Daniel le pasó el mate y comenzó arelatar su historia.—Bueno, ya te conté que estabaestudiando en la UBA, aquello era unverdadero enjambre de agitación social.Eran los setenta, querida, nada que vercon tu época.—La universidad siempre ha estadopolitizada —se quejó Andrea. Sabía quela generación anterior siempre presumíade más revolucionaria y luchadora quela suya. La única diferencia real era queles había tocado vivir diferentes épocasde la historia de Argentina.

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—La cosa es que uno de mis amigos,«El rubio», tenía un padre policía.Cuando comenzó a desaparecer gente mipadre me dijo que me fuera unatemporada para Córdoba, allí teníamosfamilia y las cosas parecían algo máscalmadas. Le hice caso, pero regresépoco después. Más tarde mis padres mepagaron un avión y me vine a España.Aquí la democracia estaba aúncomenzando a andar, pero bueno, poralguna razón este país me atraía más queItalia. Sería el idioma. Cuando regresécinco años más tarde, me encontré conmi amigo y su padre. Ya no llevaba elpelo largo, se había metido a policía,como su viejo. El padre me paró y medijo a bocajarro: «Danielito, qué bien te

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veo. El aire de España te sentó muybien. Menos mal que te marchaste. Unavez te quité de la lista de los que teníanque desaparecer, pero no lo hubierapodido hacer en una segunda ocasión».—Increíble —dijo Andrea.—A veces esquivamos a la muerte,aunque creo que en mi caso tendré queenfrentarme dentro de poco a la temidadama —dijo Daniel.—No hable así —contestó algo nerviosaAndrea.El hombre suspiró, después tomó algomás de mate y dijo:—Voy a echar de menos muchas cosas.Aunque puede que al final de la vidahaya algo y todo. Como decía HeinrichHeine: «Dios me perdonará: es su

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oficio».—Tú siempre apostando a la últimacarta —dijo la mujer.—Bueno, será mejor que te explique miplan. Al menos que no te interese buscarel libro —dijo Daniel muy serio, aunqueno había llegado a plantearse esaposibilidad.Andrea sonrió. Era su manera de decirleque naturalmente estaba interesada,aunque después frunció el ceño y dijo:—Aunque tú eres el que ha descubiertotodo. Pondré tu nombre en lainvestigación y yo únicamente aparecerécomo coautora.—Gracias, Andrea. Pero a estas alturasde la vida y con un pie en la tumba, elreconocimiento y el prestigio me

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importan bien poco. Lo único que deseoes que el mundo sepa la verdad. Durantemás de setenta años, la historia de laSegunda Guerra Mundial se haconstruido sobre muchas mentiras. Sehan ocultado demasiadas cosas, sobretodo de los últimos días del TercerReich, la utilización y ayuda que se hizode los nazis, por no hablar sobre AdolfHitler, su muerte y desaparición deescena.Andrea acercó su silla a la del profesor,pues no quería perderse nada de lo quetenía que contarle.—No sé si conoces la historia de unlibro aparecido en inglés en 1962, secree que robado y traducido del alemán.Sus primeros editores comentaron que

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había sido escrito por Adolf Hitler en1928, unos cuatro años después de queHitler publicara el primero. Lodescubrió el historiador Weinbergmientras investigaba en el archivo quelos Estados Unidos habían incautado alos nazis. Estaba investigando para sulibro Un mundo en armas. El libro fuepublicado poco después con algunasnotas del historiador. Yo creo que ese noes el verdadero libro de Hitler —dijoDaniel.—¿Por qué piensas eso?—Bueno, el libro salió avalado por elempleado de la editorial nazi EherVerlag, un tal Josef Berg y por TelfordTaylor, un general de brigada queparticipó en los juicios de Núremberg.

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Al parecer lo encontraron en un refugioantiaéreo, donde había estado ocultodesde 1935. Esto es absurdo. AdolfHitler nunca se habría separado de suquerido manuscrito. Nunca lo hizo conninguno de sus papeles importantes. Losllevó de un lado al otro hasta el búnker,donde supuestamente murió. El segundolibro debía haber estado con él allí.Hitler, como te comenté, mandó quemarcasi todos sus papeles días antes desuicidarse, menos el testamento privadoy público, pero creo que no quemó susegundo manuscrito.—¿Cómo sabes que no lo hizo? Puedeque ni siquiera escribiera un segundolibro —dijo Andrea.Daniel se recostó sobre la silla. Cerró

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los ojos como si estuvieraconcentrándose y comenzó a decir:—El año 1928 fue muy duro para Hitler.Es cierto que había logrado regresar a lapolítica y tomar las riendas de supartido tras salir de la cárcel, pero elNSDAP tuvo un resultado mediocre enlas elecciones del Reichstag en 1928.Hitler pensaba que el problema habíasido que el pueblo alemán no habíacomprendido su mensaje, por eso seretiró a Múnich, que siempre había sidosu refugio. En aquella época depresivaHitler escribió un segundo librocentrado, supuestamente, en la políticainternacional que emprendería tras sullegada al poder. En él narraba cómosería el dominio del mundo tras la

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batalla final entre los Estados Unidos ylos aliados de la Gran Alemania y elImperio británico. Al parecer sehicieron dos copias del manuscritooriginal. ¿Lo entiendes? Se hicieron doscopias, lo que explicaría que una deellas fuera destruida en el búnker, peroquedaba otra. El libro tenía unasdoscientas páginas. Hitler se lo entregóa la editorial y Max Amann le dijo aHitler que las ventas de su primer librono eran muy buenas, y que si sacaba otrotan rápidamente eso podría perjudicar alprimero. El manuscrito fue guardado,pero ¿por quién?—Por Max Amann —dijo ella.—Exacto. Max Amann guardó unacopia. Lo que encontraron y publicaron

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en los años sesenta era un primerborrador incompleto de doscientaspáginas. La versión final tenía más decuatrocientas y la conservó Max Amann.—Sí, pero nunca salió a la luz elmanuscrito —dijo Andrea.—Max Amann murió en extrañascircunstancias en 1957. Alguiendescubrió que para paliar su pobreza elantiguo editor de Hitler estabanegociando su publicación, por esofueron a su casa y robaron el manuscritoy, posiblemente lo asesinaron —dijo elprofesor.—¿Tan valioso era? Poco después saliópublicado y no sucedió nada —comentóAndrea.—El resumen que salió no contenía las

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partes más importantes y algunaspersonas no querían que sedescubrieran. Su contenido podía afectara ciertos intereses en el mundo.¿Comprendes? —preguntó Daniel muyserio.—No lo entiendo —dijo Andrea. Noseguía por donde podía ir su profesor.—Puede que Hitler desapareciera, peroquedaron millones de nazis dispuestos acontinuar con sus planes. En el librohabía una serie de guías para preparar elmundo con el que Hitler soñaba. Por esoel descubrimiento y publicación dellibro es mucho más que un simplehallazgo académico. Es sobre todo unaforma de desvelar esos planes e impedirque se cumplan —comentó Daniel.

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—Pero ¿eso puede ser peligroso?Imagino que muchas personas estaránintentando que el manuscrito no salga ala luz. Si mataron a Max Amann, puedenvolver a hacerlo. Además, si se lorobaron en 1957, ¿cómo se loquitaremos nosotros a ellos?—Por eso quería hablarte de la carta.Me llegó hace unos meses. Despuésrecibí una visita incómoda. Un tal KarlSchmundt, venía de Bolivia y meamenazó con matarme si seguíainvestigado sobre El libro secreto deHitler.Andrea comenzó a sudar. El bochornoera casi insoportable a esa hora, pero loque realmente le hacía sudar era lahistoria de su amigo. ¿No pretendería

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que se enfrentara a un grupo de nazispara encontrar un libro? No seconsideraba ninguna heroína.—No te asustes. Está todo previsto.Únicamente tienes que hacer un viaje,recuperar el libro, llevarlo a un editorcon el que hace tiempo tengo relación ola persona que tú creas más conveniente,escribir las notas y la introducción,después convocar una rueda de prensa ydejar que el libro haga el resto. Una vezque esté publicado ya nadie te haránada, serás intocable.—Suena muy peligroso —dijo Andrea,atreviéndose a expresar suspensamientos.—Lo es, pero desde que entraste en estacasa ya te expusiste a ellos, la gente que

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quiere hacerse con el libro no te dejaráen paz, aunque no quieras ir en subúsqueda —dijo Daniel.—Entonces, tu invitación era unaespecie de trampa. Ahora ya no mequeda más remedio que buscar elmaldito libro —comentó Andreaconfusa.—No me malinterpretes. He hecho todoesto para favorecerte, yo moriré pronto,pero tú podrás cambiar el curso delmundo y de la historia.—¿Por qué no me lo preguntaste antes?Tal vez podía haber dado mi opinión.—Siempre te quejas de tu trabajo. Creesque todo es mediocre, estás cansada detu vida y te ofrezco la oportunidad decambiarlo todo…

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Andrea se puso de pie llorando y sedirigió a su habitación. Tomó elpasaporte y el bolso. Después se pusounas sandalias y salió de la casa.Necesitaba aclarar sus ideas. No podíacreer que su mejor amigo la hubierametido en aquella encerrona. ¿Acaso sehabía vuelto loco? Una cosa eraproponerle un trabajo y otra muy distintalanzarla en brazos de unos locosfanáticos en busca de un libro de Hitler.Cuando llegó al recibidor se encontró decara con Daniel.—No te marches así —dijo el hombreintentando retenerla.Andrea lo apartó y abrió la puerta, cruzóel jardín y salió a la calle. No sabía adónde ir. Simplemente quería alejarse,

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poner en claro sus ideas. Tal vez seríamejor que se marchara al día siguiente,buscara algún hotel en Madrid y seolvidara de Daniel. Mientras caminabapor las calles del pueblo vio un senderoentre árboles, entró y comenzó a caminarsin rumbo. Mientras el sol comenzaba amenguar y el calor parecía remitir porfin, Andrea siguió escapando de símisma, de una vida mediocre que nodeseaba y de su propia cobardía. ¿Quéclase de periodista era? Daniel al menossupo enfrentarse a todo lo que odiaba,pero ella escapaba una vez más, incapazde luchar por descubrir la verdad yconvertirse por fin en la periodista quetantas veces había imaginado.

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Capítulo 4La carta San Lorenzo de El Escorial No sabía cuánto tiempo había caminado.Después del sendero siguió un caminoque indicaba la famosa Silla de FelipeII, continuó el sendero hasta la cima deuna montaña. En un lado había unpequeño chiringuito donde la gentetomaba algo y al otro unas rocas a lasque la gente se subía, para contemplar elpaisaje. Llegó hasta ellas y vio una sillalabrada en la roca. Se sentó en ella ycontempló el monasterio de El Escorial

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a lo lejos. Aún era de día, pero el solcomenzaba a ocultarse a su espalda. Sequedó observando el increíble paisaje,con la mirada perdida en el infinito.Estaba cansada, pero al menos lacaminata le había servido parareflexionar. Regresaría a casa de suamigo, cenaría con él y al día siguiente,tras dar su taller, se iría a Madrid.Imaginaba que los supuestos nazis quebuscaban el libro la perseguirían untiempo, pero al comprobar que no lobuscaba, la dejarían en paz.Bajó de las rocas y se dirigió de nuevoal sendero. Cuando estaba a mitad decamino la oscuridad era casi total.Encendió la linterna del móvil e intentódescender el monte sin tropezar. Estaba

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maldiciendo su suerte cuando una motoBMW tronó a sus espaldas. Después lapasó y se detuvo unos pocos metros másadelante.—Creo que necesitas ayuda —dijo unhombre de unos cuarenta años con elpelo canoso en las sienes, después dequitarse el casco.—No, gracias. Creo que puedoapañármelas.—Quedan un par de kilómetros dependientes y otros tres hasta el pueblo.En la Sierra de Madrid no hay leones,pero un jabalí puede darte un buen susto—dijo el hombre.Andrea se lo pensó dos veces. No erabuena idea montarse en la moto de undesconocido, pero tampoco lo era

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caminar por medio de un bosque enmitad de la noche. Al menos no era uncoche. En cuanto se parara podía saltary salir corriendo. Su lado más argentinole decía que no era muy inteligente irsecon el hombre, pero desde cuándo unargentino hacía caso a su sentido común.—¿Dónde te diriges?—Lo cierto es que vivo en Madrid, peropuedo acercarte a San Lorenzo de ElEscorial, estoy hospedado en un hotelunos días. He venido a los cursos queorganiza la Universidad Complutense.Imagino que vienes de allí. Es el pueblomás cercano.Andrea iluminó de nuevo el rostro delhombre. Era castaño, con esas canas quele daban un aire tan maduro, complexión

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atlética y ojos verdes. No dijo nada deque daba uno de los talleres, no loconocía lo suficiente para darle detallesde su vida privada.—Está bien. Te lo agradezco —dijoella.—Tu acento parece…—Argentino. Soy de Buenos Aires —comentó la mujer mientras se subía a laparte trasera de la moto.—Nunca he estado, pero he oído que esun lugar muy hermoso —dijo elmotorista.—Una ciudad a la que amas u odias sinremedio —contestó Andrea, justo antesde que el fuerte zumbido de la motoamortiguara su voz.El motorista aceleró y bajó por la

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carretera serpenteante a toda velocidad.Salieron a la vía principal, subieron poruna larga pendiente y atravesaron uncamino boscoso, después aparecieronlas primeras casas hasta que seaproximaron al centro del pueblo.Andrea por unos momentos olvidó todolo que le había sucedido. Respiró hondoy dejó que el viento fresco le despejarala mente. Cuando el hombre se detuvojusto en frente del monasterio de ElEscorial, la mujer se separó de sucuerpo y por primera vez esbozó unasonrisa.—Muchas gracias. Tal vez nosvolvamos a ver —le dijo ella.—Sería un placer —contestó él.—¿A qué curso vas mañana? —

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preguntó Andrea.—¿Curso? Al de ética y periodismoimpartido por Andrea Zimmer.La mujer no pudo evitar una cara desorpresa. Dudó por un instante, pero alfinal le comentó.—Me han dicho que es muy buena. A lomejor nos vemos allí.Andrea le devolvió el casco al hombretras bajarse de la moto. Él lo guardó enel compartimento del asiento.—Bueno, ha sido un placer —dijo elhombre con una sonrisa.Andrea le devolvió la sonrisa ycomenzó a caminar en dirección a lacasa de su amigo. Había recuperado enparte el sosiego, pero continuabasintiéndose muy confusa. Empujó la

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verja con su llave, entró en el jardín ycaminó medio a oscuras hasta la entradade la casa. Abrió la puerta y esperó veralgo de luz en el salón o el estudio, perotodo estaba en silencio. Dio alinterruptor del recibidor y caminó hastael despacho de su amigo. No se veía anadie, después buscó por el salón y elresto de la planta baja, pero sin éxito.Subió a la segunda planta y entró en lahabitación. Sobre la cama había unsobre. Dudó por unos instantes, pero alfinal lo tomó. Su nombre estaba escritofuera. Lo rasgó con los dedos y vio unanota manuscrita, una breve carta y unpendrive.«Siento mucho lo ocurrido. He pensadoque es mejor que estés sola esta noche.

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No quiero importunarte más con mispropuestas. Lo lamento mucho». Daniel.Miró la carta. No era muy larga, apenasuna cara escrita en letra apresurada y unpendrive en forma de mechero. Estimada Andrea,Sé que no estás interesada en esteasunto, pero tal vez cuando regreses aArgentina tengas las ideas más claras ocambies de opinión.Dentro del pendrive hay algunosinformes sobre el asunto, también elacceso a una nube en la que se encuentrala información más delicada. He abiertouna cuenta a tu nombre de la que puedesdisponer, en el pendrive tienes claveselectrónicas y acceso. En la nube

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también te he subido billetes de avión,reservas de hoteles y algunas cartas depresentación.Bueno, ha sido un placer volver a vertepor última vez.Tu querido amigo.Daniel. Ella se quedó con la carta entre losdedos y la sensación de que había sidodemasiado injusta con su amigo. Miró elpendrive en forma de encendedor, pensóen tirarlo a la papelera, pero al final loguardó en el pantalón que se iba a ponerel día siguiente. Tiró la carta y la nota.Después se cambió de ropa y se preparóun baño relajante.Mientras la bañera se llenaba de agua

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miró sus correos electrónicos, losmensajes del teléfono y sacó de lamaleta la charla que tenía que dar al díasiguiente.Entró en el baño. El vapor lo invadíatodo. La espuma casi rebosaba de lainmensa bañera blanca. Se quitó la ropa,se metió en el agua caliente y dejó quele invadiera un tranquilo y paulatinosopor.Tras unos minutos de relax, comenzó apensar de nuevo en el ofrecimiento de suamigo. Aquella parecía la oportunidadde su vida. Nunca se había consideradouna valiente, pero debía intentarlo almenos, se dijo mientras su cuerpocomenzaba a perder fuerza y su mente arelajarse por fin.

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Una hora más tarde salió del baño, sesecó el cuerpo ligeramente y se dirigió ala cama. Se vistió con un ligero camisóny se tumbó. Se puso a repasar las notaspara el taller, pero su mente acudía una yotra vez a la propuesta de su amigo.Dejó a un lado sus papeles y sacó sutablet, la conectó al wifi de la casa ycomenzó a buscar temas relacionadoscon la vida de Hitler, su primer libro yel segundo supuesto libro. Despuésconectó el pendrive y miró los informespor encima. Estaba tan cansada que sequedó dormida con la tablet en la manoy las gafas puestas.

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Capítulo 5Propuesta San Lorenzo de El Escorial Al escuchar el despertador se levantósobresaltada. Aquella noche habíadormido tan profundamente, que por uninstante no supo ni en dónde seencontraba. Miró a su alrededor yobservó la luz que se introducía por loshuecos de la persiana. Tomó su móvil ymiró horrorizada la hora. Era tardísimo,apenas quedaba media hora para suponencia y tenía que vestirse, repasar ycorrer al edificio donde la Universidad

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Complutense impartía los cursos deverano. Aún le rondaba por la cabeza siaceptar o no la propuesta de su amigoDaniel, pero no tenía tiempo parapensarlo.Sacó la ropa del armario, se vistió atoda velocidad y corrió hacia el baño,se recogió su pelo rojizo en un moño, semaquilló rápidamente y salió hacia lahabitación. Tomó el maletín de cueromarrón con su tablet y el manuscrito desu ponencia y se dirigió a la salida.Atravesó el jardín a grandes zancadas,después con los zapatos de tacón intentócorrer sobre los adoquines sin torcerseun tobillo, quince minutos más tarde seencontraba jadeante en la puerta deledificio.

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La gente se agolpaba en aquel momentoen la puerta, se veían cámaras de variosmedios de comunicación y unos guardiasde seguridad.—Hola, soy la ponente Andrea Zimmer,tengo que impartir un taller…—Por favor, ¿puede enseñarme susdocumentos? —preguntó el guardiajurado indiferente a su cara de angustia.Andrea buscó sus papeles en el maletíny tardó unos segundos en dar con elpasaporte, que relucía nuevo y brillante.—Está bien señora Zimmer. Tiene quepedir una acreditación en recepción,después subir a la primera planta. Es lasala del fondo —comentó el guardiajurado con indiferencia.Corrió desesperada hasta el mostrador.

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Una larga fila de quince personasesperaba delante de una chica jovenvestida con un uniforme azul y unacamisa blanca.—¡Disculpen! —dijo Andrea saltándosetoda la fila.—No se cuele —dijo una mujer rubiacon gafas de pasta.—Señorita, tengo que dar una ponencia—comentó Andrea.La azafata frunció el ceño al ver que seacercaba.—Disculpe, soy Andrea Zimmer —dijojadeante.—¿No ha visto la fila? —le preguntó lachica señalando a su espalda.—Soy una ponente, mi taller comienzadentro de cinco minutos —dijo

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desesperada Andrea.—¿Por qué no vino antes? —lerecriminó la azafata.La mujer respiró hondo, no queríaalterarse cinco minutos antes de suponencia. Sabía que necesitaba toda suenergía para hablar.—Por favor ¿me puede dar laacreditación?La joven la miró con desdén, después lepidió los datos y no volvió a dirigirle lamirada el resto del tiempo.—¿Qué taller imparte?—Ética y periodismo —dijo Andrea.—Bonito ejemplo ético está dando —lerecriminó de nuevo la mujer rubia.Andrea respiró hondo y cerró los ojos,no tenía que tentar al Karma. En la vida,

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según pensaba, siempre se recibía loque se daba.—Espere a que se imprima. Despuésdiríjase a la primera planta, es la saladel fondo.—Gracias —dijo apartándose a un lado.La mujer rubia la empujó a un lado y legritó en plena cara:—Malditos sudamericanos, vienen aquísaltándose todas las normas.Aquello fue la gota que colmó el vaso.Andrea se giró todo colorada y le dijo:—¡Maldita rubia nazi! ¡Ya le he dichoque tengo que dar un taller! ¡Puedemeterse sus comentarios xenófobos yracistas por donde le quepan!La rubia comenzó a gritar como una locapidiendo que fueran los de seguridad,

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pero cuando la acreditación salió por laimpresora, la atrapó entre los dedos,tomó una cinta y una funda paracolocársela y corrió escaleras arriba.De fondo se escuchaban los bramidos dela mujer, pero no le prestó la menoratención.Cuando llegó a la puerta de la sala viocolgado en un cartel su nombre y losdatos del taller. Entró, apenas había unascinco o seis personas. Aquello fue elgolpe de gracia. Después de recorrermedio mundo y de que su amigo Daniella metiera en un verdadero lío con susinvestigaciones nazis, ahora resultabaque nadie había ido al taller.Entró cabizbaja, se dirigió a la pequeñaplataforma y dejó su maletín sobre la

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mesa. Un técnico se le acercó y lecolocó un micro, después una mujermayor que ella, con una carpeta en lamano, se aproximó.—¿Usted es Andrea Zimmer?—Sí.—Lo lamento, esta no es su sala, seencuentra en una planta más arriba. Yovoy a presentarla. He intentadodecírselo, pero corría tan rápido que meha sido imposible alcanzarla.—Lo siento —contestó Andrearuborizándose.Caminaron hacia la salida y subieronotro tramo de escaleras. Siguieron porun largo pasillo y llegaron a una salainmensa en forma de anfiteatro. En laparte de arriba se veían varias cámaras

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de televisión. La sala estabacompletamente llena, más de un millarde jóvenes esperaban sentados mientraslas dos mujeres descendían por laescalinata.Bajaron hasta un estrado en forma desemicírculo, cuando Andrea se giró yvio la multitud, notó cómo se leaceleraba el corazón.—¿Se encuentra bien? —preguntó lamujer, al ver su cara roja.—Ha sido la carrera, creo que deberíahacer más ejercicio —dijo Andrea,intentando recuperar el control.Se sentaron en una larga mesa, al ladohabía un estrado transparente, demetacrilato. La mujer encendió elmicrófono de la mesa.

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—Buenos días. Bienvenidos en nombrede los Cursos de Verano de laUniversidad Complutense. Es para mí ungran honor presentarles a una mujer quelleva más de una década escribiendo endiferentes publicaciones españolas yargentinas. Andrea Zimmer ha dedicadotodo este tiempo a tratar temas políticosen profundidad sin descuidar la ética yla imparcialidad. En el mundo en el quevivimos, cada vez es más difícilencontrar profesionales que no seconviertan en mercenarios de lospoderosos o se inclinen hacia unaideología determinada. Andrea Zimmersiempre ha sido fiel a sus principios.Sus artículos sobre políticos enHispanoamérica y España siempre han

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guardado una gran profesionalidad y hanrecibido numerosos premios. Por eso esun honor que hoy pueda estar con todosnosotros. Recibámosla con un fuerteaplauso.Andrea se levantó indecisa, despuésmiró a la otra mujer, que le indicó quese aproximara al atril.Andrea recorrió con su mirada lasprimeras filas y después la levantó,abarcando toda la sala.—Josep Pulitzer dijo que «el poder paramoldear el futuro de una Repúblicaestará en manos del periodismo de lasgeneraciones futuras». Esa es nuestrafuerza y también nuestra debilidad. Elpoder siempre es atrayente, nos corteja yseduce hasta convencernos que no hay

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nadie mejor que nosotros para ejercerlo,nos persuade de que somosimprescindibles, que nada pasará sinosotros no actuamos. Pero ¿es el deberdel periodista contar la verdad ocambiar la verdad? Sin duda, nuestrodeber es contar la verdad. La prensa nodebe crear opinión, ante todo debe darinformación. La opinión tienen queformarla los ciudadanos. No podemostutelarlos, por muy tentador que nosparezca. Lo contrario de informar esadoctrinar. No estamos aquí para salvaral mundo, nuestra misión principal esdarle las herramientas para que secomprenda a sí mismo y sea capaz decambiar aquellas cosas que le sondañinas. En cierto sentido somos como

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las mitocondrias, somos la energía quemueve la democracia y la libertad, perono somos la democracia ni la libertad —dijo sin apenas levantar la vista. Poco apoco notaba que su cuerpo ibarelajándose. Cuando observó de nuevo ala gente se dio cuenta de que todo elmundo estaba en silencio y la mirabaatentamente.—Puede que os sorprenda, pero paraejercer el periodismo, ante todo, hay queser buenos seres humanos. Las malaspersonas no pueden ser buenosperiodistas. Si se es una buena personase puede intentar comprender a losdemás, sus intenciones, su fe, susintereses, sus dificultades, sus tragedias.Estas no son palabras mías, son de

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Ryszard Kapuscinski, el famosoperiodista bielorruso. En la actualidadser una buena persona parece unaextravagancia; la virtud se considera unvalor decadente y la decencia unaespecie de cinismo. Tenemos querecuperar la moral, puede que a muchosles irrite hasta el sonido de la palabra.Moral siempre se interpreta como unasunto religioso, pero es esencialmentedistinguir entre el bien y el mal. Cuandolo hayamos logrado, lo único que nosfaltará será cruzar esa puerta. El escritorAzorín siempre contaba la siguienteanécdota: «¿Por dónde ha entrado usted?Por la puerta. ¿Sabe usted que no sepuede pasar? He pasado. ¿Quién esusted? Un periodista».

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Se escuchó una carcajada general yAndrea levantó las manos como siestuviera dirigiendo una orquesta, quepor fin había llegado a la armoníaperfecta y dijo:—Gabriel García Márquez siempredecía que la ética debe acompañarsiempre al periodismo, como el zumbidoal moscardón. Mientras lo escuchemoses que todo está bien, el día que cese,nuestra ética se habrá quedado muda.Gracias.Toda la sala comenzó a aplaudir. Andrease retiró un par de pasos y la gente sepuso en pie para continuar aplaudiendo.Luego se dirigió a la mesa y se sentó.—Ha sido un verdadero placer escuchara Andrea Zimmer darnos esta magnífica

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lección de ética y periodismo. Unamujer que siempre se ha enfrentadotodos los retos que la vida le ha puestopor delante, sin temor a lasconsecuencias. Muchas gracias porvenir desde vuestra amada y lejanaArgentina.Andrea se puso en pie cuando se dio porterminado el taller. Varios estudiantes seacercaron a ella, después periodistas dediferentes medios. Cuando todo terminóal fin, la sala estaba casi vacía.Tomó su maletín y comenzó a ascenderpor la escalinata. Se sentía eufóricadespués de su gran triunfo. Estaba apunto de llegar a la puerta cuandoescuchó una voz a su espalda.—Me ha gustado mucho.

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La voz le era muy familiar.—No sabía que vendrías.—Tal vez ha sido un atrevimiento por miparte, pero no quería perdérmelo —dijoel hombre.—Ni siquiera nos presentamosformalmente. Mi nombre es Andrea —dijo ella.—Eso ya lo sé. Yo soy Marco Zebasco—dijo el hombre dándole dos besos.—Estoy agotada —dijo sin dejar desonreír.—¿Quieres que te acerque a casa? —preguntó Marco.—Será mejor que tomemos unascervezas, tengo la garganta seca ydespués comeremos algo —propusoAndrea, sorprendida de su propia

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soltura.—Tú mandas —contestó el hombre, leofreció el brazo y los dos salieron de lasala. Abandonaron el edificio y sedirigieron en moto al centro del pueblo.Buscaron una terraza a la sombra ypidieron algo de beber.—¿Por qué venías a los cursos? —preguntó Andrea intrigada.—¿Me ves demasiado viejo para ser unestudiante? —dijo el hombreirónicamente.—No, me refería al no ser de la zona…Marco tomó la cerveza y le dio un buentrago, después la miró directamente alos ojos. Sus grandes ojos parecían tanprofundos, que Andrea se los quedó unbuen rato mirando.

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—Llevo toda la vida viajando, herecorrido varios países como fotógrafoprofesional, sobre todo en países enconflictos, pero ya no me apasiona tantomi oficio. Quería establecerme ydedicarme a escribir.—¿A escribir?—Sí, novelas. Me han dicho que ahoraun buen escritor puede hacer muchodinero vendiendo novelas en internet —comentó el hombre.—Que yo sepa, los escritores nunca sehacen ricos.—Yo no pretendo hacerme rico.Simplemente vivir bien, poder hacer misviajes cuando me apetezca. Una vida deaventura, pero con cierto colchóneconómico —dijo Marco.

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—Te deseo mucha suerte —dijo Andreaproponiéndole un brindis.—Gracias, lo mismo digo.Los dos tomaron un par de cervezasmás, después algunas tapas y cuando elcalor apretaba, Marco se ofreció paraacercarla a la casa.—Gracias, pero tengo que irme dentrode una hora. Tomo un tren para Madrid,voy a ver a unos amigos allí —dijoAndrea algo triste. Ahora que habíaencontrado a alguien verdaderamenteinteresante, debía marcharse.—Dame tu teléfono y te escribiré por sitienes un rato en Madrid —comentóMarco.Andrea le dio el número, después sefueron hasta la moto y en un par de

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minutos se encontraban frente a la verja.La mujer se mordisqueó los labios y sepreguntó si su amigo Daniel estaría en lacasa.—¿Quieres pasar? Podemos tomar unaúltima cerveza antes de que me marche.—Está bien, después te acercaré a laestación de tren.Andrea abrió la verja y después sedirigieron hasta la entrada.—Ponte cómodo —le dijo mientras ibaa por unas cervezas a la cocina. Antesde llegar a la nevera, ya se habíaarrepentido de lo que había hecho.Todavía tenía novio, por no hablar deque Marco era un completodesconocido. Ella nunca se mostraba tanconfiada, pero ya no había marcha atrás.

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Estaba buscando un abridor cuandosintió a Marco justo a su espalda y laaferró con fuerza.—Marco…Antes de que pudiera continuar, sintió elbrazo del hombre apretándole el cuello.—Antes no te he contado toda la verdad.Durante estos años he viajado mucho,pero como mercenario. Me hanprometido mucho dinero si les llevotodo lo que tienes. Sé una buena chica yno hagas ninguna tontería

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Capítulo 6Perseguida San Lorenzo de El Escorial Andrea no podía dejar de sudar ytemblar. Estaba atada de pies y manos,tumbada en la alfombra del salón, ledolía el cuello y tenía náuseas. Entornólos ojos para que Marco no supiera queestaba consciente. El mercenario noestaba en la habitación, giró la cabeza yvio los jarrones rotos, los papelesesparcidos por todas partes y loscajones en el suelo. Marco estababuscando algo, seguramente la

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información que Daniel le habíafacilitado. Forcejeó las cuerdas, losnudos parecían fuertes, después lointentó con los pies, cedieron un poco eintentó desatarse los tobillos, uno quedóliberado y con la cuerda atada en el otrologró ponerse en pie. Caminó condificultad hacia el recibidor. Las lucesde toda la casa se encontrabanencendidas. Mordió la cinta americanaque le tapaba la boca, pero no logróromperla. Entonces vio su maletín. Seagachó e intentó buscar su pasaporte, loencontró entre el revoltijo de cosasinnecesarias que siempre llevaba. Loguardó como pudo en su pantalón eintentó abrir la puerta. Escuchó unospasos a su espalda, no se giró,

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simplemente abrió la puerta y comenzó acorrer.El jardín estaba en penumbra, no sabíacuántas horas había estado inconsciente,pero debían haber sido muchas. No sedirigió a la verja, pensó que Marcocorrería en aquella dirección. Se fuedirectamente al edificio que había allado, abrió la puerta y entró. Se quedóagachada debajo de una ventana yesperó unos minutos. Después se pusoen pie y miró la sala. Estaba a oscuras,pero parecía un taller de escultura.Seguramente era el estudio de la esposade Daniel. Caminó hasta el fondo y vioun pasillo, después una pequeña cocina.Buscó un cuchillo en uno de los cajonesy logró liberarse las manos. Tomó el

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cuchillo y se dirigió a la parte trasera,buscaría cómo saltar la verja desde unagran roca que había visto el día anterior,pero antes de que abriera la puertatrasera observó otra habitación con lapuerta entornada. Creyó ver lo queparecía una cabeza canosa. Se dirigióhacia ella y al abrir, la puerta chocó conel cuerpo de su amigo. Le tocó el cuello,aún parecía tener pulso.—Daniel, ¿estás bien?El hombre logró abrir los ojos apagadosy fríos.—¡Dios mío, tengo que avisar a unmédico! —dijo ella, pero no teníateléfono. Miró en la habitación, pero nohabía ninguno a la vista.—Andrea —dijo el hombre casi en un

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susurro.La mujer se agachó y puso su cara a laaltura de la del hombre, lo incorporó unpoco y notó la sangre viscosa y calientea su espalda.—¿Qué te han hecho?—No me queda mucho tiempo. Sientohaberte metido en este asunto. Intentaescapar…—No hagas más esfuerzo —dijo ella.—Intentarán involucrarte en mi muerte,son muy poderosos. Pensé que una cosaasí podría pasar, además de la cuenta,los viajes, dejé en una consigna de laestación de Atocha de Madrid papelesfalsos, algo de dinero en varios tipos demoneda y ropa.—¿Qué?

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—No tienes tiempo. Escapa… —le dijoantes de perder el conocimiento.Andrea intentó reanimarlo, pero elcorazón de Daniel se fue apagando pocoa poco. Puso su cara sobre el pecho ycomenzó a llorar. Sabía que no lequedaba mucho tiempo, pero no merecíamorir de aquella forma terrible.Intentó recomponerse. Se dirigió albaño, se limpió las manos y se miró alespejo. Tenía el pelo empapado desudor, unas ojeras profundas y la caratotalmente pálida. En ese momento levino una arcada y comenzó a vomitar.Tras refrescarse la cara se dirigió a laparte trasera.Escaló la inmensa roca e intentó saltaral otro lado de la verja. Logró poner un

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pie en la parte más alta y después saltóhacia la acera. Afortunadamente cayóbien. Se puso en pie y miró a un lado yal otro. Corrió bordeando un parque ysalió al monasterio de El Escorial.Corrió por la inmensa explanada y viola pendiente. Recordaba que habíansubido por una cuesta y comenzó acaminar a toda prisa. No se veía amucha gente por la calle. Apenas algúncoche que circulaba a toda velocidad.Llegó a una curva, al otro lado había untúnel, torció y vio la torre roja queindicaba la estación de cercanías deltren.Estaba entrando en una pequeña rotondacuando escuchó una moto a su espalda.No se molestó en girarse, comenzó a

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correr y entró en la pequeña estación. Laatravesó a toda prisa y llegó hasta losandenes. En el del fondo había un trenparado.Escuchó a su derecha una moto y vio aMarco. Llevaba el casco puesto, pero loidentificó enseguida.Saltó a las vías y corrió por ellas,después logró subir de nuevo al andén.Marco la siguió con su moto por lasvías, después dejó la moto y saltó parair detrás de ella.Andrea entró en el tren, se escuchó unpitido y se comenzaron a cerrar laspuertas. Marco las golpeó, pero elconductor nos las abrió.El tren comenzó a moverse lentamentemientras los ojos amenazantes del

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hombre no dejaban de mirar a la mujer.Andrea dio un suspiro y se sentó. Elvagón estaba casi vacío, pero los pocospasajeros que había la observaronintrigados. El sonido monótono del treny el agotamiento hizo que se durmiera denuevo. Cuando se despertó estaba en untúnel, se sentía destemplada y dolorida,pero al menos se encontraba mástranquila. Miró el plano del tren,quedaban dos estaciones para llegar aAtocha.Se sentó de nuevo, intentó recordar elnúmero de taquilla que le había dicho suamigo y la clave. Por unos instantes tuvola sensación de que había olvidado losdígitos, pero era a causa del estrés.Respiró hondo e intentó relajarse un

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poco. Cuando llegó a Atocha se puso enpie, bajó del tren y por unos instantes nosupo a dónde dirigirse. Había muchasvías, escaleras mecánicas, pasarelas y aesa hora aún se veía mucha gente portodos lados.Caminó despacio hasta el gran vestíbulode la estación. No tenía billete, no podíasalir por las puertas, pero aprovechóque una anciana no sabía introducir elbillete para ayudarla y pasar junto aella.Buscó la consigna y se paró unossegundos. Introdujo la secuencia y estase abrió con facilidad. Dentro había unamochila negra, la tomó y salió de laestación.La noche era fresca, casi mágica.

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Andrea se abrazó al sentir el frescor,caminó hasta un gran hotel justo enfrentede la estación. Se dirigió al mostrador ysacó el pasaporte falso que había dentro.También había un par de tarjetas decrédito y dinero en efectivo.Unos minutos más tarde subió a lahabitación, abrió la puerta y dejó lamochila sobre una silla. Se sentíaagotada, confusa y nerviosa, pero almenos estaba viva. Abrió las cortinas yvio la plaza, con la estación de Atochaal fondo. Después entró en el baño, sedio una ducha y se acostó con elalbornoz en la cama. Intentó poner susideas en claro, pero el agotamiento lavenció enseguida. Se quedóprofundamente dormida, fue una noche

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sin sueños, reparadora y tranquila. Deesas de las que uno no desea despertar.

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Capítulo 7Identidad Madrid Se despertó sobresaltada. Había tenidoun sueño inquieto, a cada momento levolvían las imágenes de lo que habíapasado la noche anterior. La persecuciónpor El Escorial y sobre todo la figuraensangrentada de su amigo Daniel.Apartó las sábanas y quiso pensar quetodo había sido una pesadilla, pero seobservó las muñecas amoratadas, loscardenales por todo el cuerpo y aquellasolitaria habitación de hotel y fue

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consciente, poco a poco, de la realidad.Miró los papeles que tenía en la mesilla,vio el mando de la televisión y laencendió. Revisó su pasaporte falso, uncarné de conducir argentino, unascredenciales de periodista y el dinero.En la mochila había un teléfono y algode ropa.Mientras intentaba aclarar su mente ypensar cómo volvería a Argentina,escuchó algo en la pantalla que le llamóla atención.«Esta madrugada se ha encontrado elcuerpo sin vida del escritor y profesorargentino Daniel Rocca. Aparecióapuñalado en la residencia en la quevivía en el madrileño pueblo de SanLorenzo de El Escorial. Todas las

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sospechas recaen sobre la periodistaAndrea Zimmer, que pasaba unos días enEspaña para impartir un taller en losCursos de Verano de El Escorial. Lamujer se encuentra en paraderodesconocido, pero se han encontrado sumaleta, ropa y huellas ensangrentadasjunto al cuerpo. Todo apunta a unasesinato pasional».Andrea miró sin parpadear la pantalla.Le parecía increíble que la prensa dierapor hecho que era la autora del crimen.Pensó en presentarse a la policía ycontarles todo lo sucedido, peroenseguida cambió de opinión. Su amigole había comentado que los naziscontinuaban teniendo mucho poder.Además, si era realista, todas las

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pruebas apuntaban en su contra. Seríamejor que saliera del país, se dirigiera aalguna parte de América y desde allíintentara aclarar las cosas. De algunamanera, la búsqueda del libro y supublicación serían la prueba quenecesitaba para explicar la muerte deDaniel, su huida y adoptar una identidadque no era la suya.Andrea se cambió de ropa y tiró la viejaa la papelera, después se recogió el peloy tomó la mochila. Bajó a recepción ydejó pagada la habitación. Entró en elMac Donald que había justo al lado y sepidió un café, un dulce y comenzó abuscar con el teléfono un vuelo aUruguay. Imaginaba que los vuelos aArgentina estarían vigilados por la

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policía. Después lo pensó mejor,prefería viajar a Brasil, la policíaestaría controlando los vuelos a paísescercanos al suyo. Después compró unvuelo desde Río de Janeiro aMontevideo, desde allí, tomando unbarco, en unas horas estaría en la capitalde Argentina. Después iría en aviónhasta San Carlos de Bariloche, donde seencontraba el contacto de Daniel.Al salir a la calle buscó una peluqueríay se tiñó el pelo de rubio. Una horadespués, cuando se miró al espejo,apenas se reconocía.Caminó hasta el Paseo del Prado y tomóun taxi para el aeropuerto. Cuanto antessaliera del país, antes podría respirartranquila.

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El taxi recorrió la amplia avenida.Observó el Museo del Prado a suderecha, después la fuente de Cibeles, laPuerta de Alcalá y el Parque del Retiro.Todos los lugares que había apuntado ensu itinerario para visitar, pero pensó queya tendría una oportunidad mejor deregresar a España, aunque no logróconvencerse. Se encontraba muyasustada, muy pocas veces había tenidoque enfrentarse con un caso como aquel.En su primera etapa de periodista habíadestapado algunos casos de corrupción.Empresarios de la construcción quepagaban mordidas a funcionarios delayuntamiento o políticos municipales;también se había enfrentado a algunospolíticos nacionales, pero jamás había

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tenido la sensación de que peligrase suvida. Sin duda podían desprestigiarla,amenazarla o presionar para que laechasen de su revista, pero no habíatemido nunca realmente por su vida.Andrea bajó del taxi frente a laimponente Terminal 4 y rezó para que nola detuvieran en el control de aduanas.Antes de dirigirse al control, compróuna maleta, algo de ropa, un sombrero,una tablet nueva, un ordenador portátil,zapatos y ropa de abrigo. Al sur deArgentina podía hacer mucho frío enaquella época. Se hizo con un par delibros y algunas revistas.Mientras se aproximaba al primercontrol, sentía cómo el corazón se leaceleraba y comenzaba a sudar. Lo pasó

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sin dificultad, sabía que el peor era elde la aduana.Bajó en ascensor hasta el tren y despuésllegó a la Terminal 4 Satélite. Subió lasescaleras y llegó hasta las cabinas delos policías de aduanas. Se puso en lafila de ciudadanos no europeos y avanzólentamente. A cada paso sentía que elcorazón se le iba a salir por la boca. Alllegar a la línea amarilla observó alpolicía desde lejos. Parecía amable y nohacía muchas preguntas.Andrea caminó con paso decididocuando el funcionario hizo un gesto conla mano. Llevaba su pequeña maleta queno había facturado y la mochila a laespalda. Dejó sobre el mostrador elpasaporte y el billete. El hombre se

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quedó unos segundos mirando y despuésdijo:—Parece que últimamente ha viajadomucho.Ella le sonrió.—¿A qué se dedica?—Comercial —dijo la mujer sin darmás explicaciones.—Que disfrute de Brasil —dijo elpolicía sonriente, le selló el pasaporte yse lo entregó de nuevo.Andrea caminó con paso calmado. Noquería levantar sospechas. Despuéstomó las escaleras mecánicas y llegó ala parte más alta de la terminal. Miróalgunas tiendas, despreocupada, parahacer algo de tiempo, después tomó otrocafé y pensó en lo que le gustaría tomar:

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un mate.Antes de que llamaran para embarcar sedirigió a su avión y se sentó frente a unagran pantalla. El canal repetía sin cesarlas últimas noticias. Su rostro salíaconstantemente en la televisión,afortunadamente las gafas de sol, elsombrero y el pelo rubio no permitíanque la identificasen con facilidad.Escuchó la llamada para su vuelo, secolocó en la fila preferente y unosminutos más tarde se encontraba sentadaen su asiento, con la cabeza apoyada enel respaldo e intentando relajarse unpoco. Nunca había viajado en primera,por eso cuando reclinó el asiento yconectó la música, se sintió como en lacama de un hotel.

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En cuanto el avión despegó conectó sutablet y pidió a la azafata un poco devino blanco. Abrió los archivos que suamigo le había subido a la nube ycomenzó a leer algunos datosinteresantes sobre el famoso libroinédito de Hitler y su trayectoria comoescritor. Conocía algunos detalles sobresu vida y había leído un par debiografías sobre él, pero apenasrecordaba nada sobre Mein Kampf.Andrea comenzó a leer el informe de suprofesor, dejando que las largas horasdel vuelo se convirtieran en apenas unsuspiro:«En el año 1924, cuando Hitler comenzóa escribir en su cautiverio en la fortalezade Landsberg, aún era un político

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provinciano, un cabo austríaco depalabra fácil, que se había sabidorodear de algunos elementosconservadores, que temían y odiaban apartes iguales a la República deWeimar. Desde un cuarto bastantecómodo, que parecía más la habitaciónde una posada rural que una celda, juntoa su fiel amigo Rudolf Hess, redactó suprimer libro.El libro, que en principio iba a ser unaautobiografía, se transformó en unalegato político y moral. La brevebiografía de Hitler estaba aderezada porlos principios que le habían permitidoconvertirse en un líder político. En ellibro, el autor, expresa una moralsevera, unos principios sólidos, la

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importancia de la voluntad y delsacrificio, que llevan al hombre a untipo de coraje cívico, que la mayoría desus contemporáneos apreciaban enaquellos tiempos de confusión. Amedida que avanza el libro, uno se dacuenta de que todos esos valores, susupuesta ética y voluntad cívica,únicamente se aplican a lospertenecientes al pueblo ario, los demásdebían ser tratados como elementospeligrosos y nocivos. El libro estáplagado de ideas antisemitas,anticomunistas y apoya la violenciacomo método lícito para conseguir losobjetivos políticos. Los judíos, losgitanos y los eslavos no formaban partede la comunidad y era necesario

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alejarlos de esta. La base principal delpueblo era la pureza racial, suconservación y propagación. El puebloalemán necesitaba una Lebensraum, unespacio vital hacia el este, en el quedesarrollarse. Este territorio loocupaban las zonas con poblacióngermánica y las llanuras del este deEuropa y Rusia. Para Hitler, el resto deseres humanos era subhombres, aexcepción de los británicos y algunosotros pueblos europeos».Andrea cambió de informe y comenzó aleer algunos detalles sobre el libro.«El libro Mein Kampf se compone dedos volúmenes, el primero saliópublicado en 1925, tras la salida de lacárcel de Hitler. El segundo volumen

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salió a la venta en 1926. Su compañeroy amigo Rudolf Hess le ayudó en laedición y publicación del libro. El títulooriginal era Cuatro años y medio delucha contra las mentiras, la estupidezy la cobardía. Max Amann, director dela revista nazi Franz Eher Verlag yeditor de Hitler, le cambió el título a MiLucha. Mucho más corto y sonoro.En el primer volumen, Hitler trata sobrela infancia, juventud y su llegada aMúnich. Después se desarrollan susideas sobre la traición a Alemania, elenemigo comunista, su llegada a lapolítica, el nacimiento del Nazismo, susideas de nación y raza, hasta la primeraetapa del partido.En el segundo volumen, desarrolla su

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filosofía política, su concepción delEstado, del ciudadano, el poder de lapalabra hablada, el superhombre, launidad frente al federalismo, la políticaexterior y el derecho a la guerra dedefensa.En ambas partes Hitler pone en su puntode mira a todos los que piensandiferente a él y su deseo de terminar conel sistema parlamentario».Andrea abrió una nueva carpeta tituladaZweites Buch (Libro Segundo). Sus ojosbrillaron ante la luz del monitor yempezaron a recorrer las líneas converdadera ansia. Aquel maldito librohabía terminado con la vida de suamigo, además de obligarla a ella aescapar de España y tomar una identidad

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falsa, tenía que encontrarlo cuanto antesy recuperar su vida.

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Capítulo 8Viaje Río de Janeiro A las dos horas de viaje se quedócompletamente dormida. Nunca habíaviajado en primera clase y tuvo lasensación de estar en una especie decama flotante. Todo un placer para lossentidos. Al menos pudo relajarse yrecuperar fuerzas. Se quitó el antifaznegro y le costó unos segundos recibirdirectamente la luz en los ojos. Tocó eltimbre de la mesita y enseguida acudióuna azafata.

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—¿Dónde estamos? —preguntó mientrasse frotaba los ojos.—Nos quedan un par de horas paraaterrizar en Brasil —contestó la azafata.—¿Vamos bien de tiempo? Tengo quehacer conexión con otro vuelo.—Sí, todo perfecto.Cuando la azafata se marchó, Andreaestiró los brazos y miró su portátil. Loabrió y al instante apareció el últimoarchivo que había leído. Sabía que teníaque trazar un plan. Lo primero que haríasería contactar con el profesorGoodman. Él le entregaría el libro,después regresaría a Buenos Aires,vería a una amiga editora en Planeta yprepararían la publicación. Cuando todosaliera a la luz todo, podría defenderse

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de las acusaciones que vertían contraella. Aquel sencillo plan pareciótranquilizarla un poco. A veces ordenarlos pensamientos era la única forma deprever lo que iba a pasar. Adelantarse alos acontecimientos siempre da ventajay cierto poder sobre ellos.Desayunó copiosamente, despuéscompró el vuelo de Buenos Aires a SanCarlos de Bariloche. No quería pasar niuna noche en Montevideo ni en la capitalde Argentina. Por eso reservó unahabitación en el Villa Huinid HotelBustillo. Se encontraba a las afueras delpueblo, pero alquilaría un coche alllegar al aeropuerto.Unos minutos más tarde escuchó la vozdel piloto anunciando el aterrizaje.

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No quería pensar en la pesada escala enRío de Janeiro, miró por unos segundoslas noticias en un periódico español. Lainvestigación sobre el asesinato de suamigo continuaba y la policíasospechaba que había abandonado elpaís. Sin duda la policía de BuenosAires estaba avisada, afortunadamenteno iba a pisar la terminal internacional.El avión aterrizó sin problema y Andreaesperó a su siguiente vuelo. Se sentó enla sala de espera VIP del aeropuerto yabrió de nuevo su portátil.Uno de los artículos de su profesor teníael título:Los 9.000 criminales de guerra nazique se refugiaron en Sudamérica.«América se llenó de criminales de

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guerra nazi desde unos meses antes definalizar la Segunda Guerra Mundialhasta finales de los años cuarenta.Los criminales nazis se repartieron demanera desigual en diferentes países. EnArgentina se escondieron hasta 5.000nazis, en Brasil el número ascendióhasta 2.000, en Chile la cifra fue de unos1.000 y el resto se repartió entreParaguay y Uruguay.Algunos de los nazis más destacadosfueron Joseph Mengele o AdolfEichmann. A pesar de la cifra másaceptada de 9.000 criminales de guerranazi, el número de miembros de estepartido que huyeron de Europa podríaascender a más de 300.000.Un gran número de miembros del

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partido nazi utilizó la conocida comoRuta de las Ratas. Al menos 800 nazislograron escapar de Europa gracias a laayuda del Vaticano, que les proporcionócobijo, documentación falsa y un pasajea Sudamérica».Andrea había leído otras veces sobreesos temas, pero nunca se dejaba deasombrar. ¿Cómo era posible que laIglesia Católica hubiera ayudado a gentecomo aquella? ¿Qué interesescompartían los nazis y la jerarquíacatólica? Sin duda su lucha contra elcomunismo, al que veían más peligrosoque el fascismo.«Las investigaciones del Sr. D. Schrimmen los archivos secretos de Brasil lepermitió descubrir que más de 20.000

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alemanes se establecieron en su paísentre los años 1945 y 1959. La mayoríaadoptó una identidad falsa y al pocotiempo, tras lograr establecerse en elpaís, trajeron a su familia. Lo queaumentaba aún más las cifras dealemanes emigrados a América conideología nazi.El caso argentino es paradójico. JuanDomingo Perón entregó a la famosaorganización ODESSA unos 10.000pasaportes en blanco.ODESSA eran las siglas para laOrganización de Antiguos Miembros delas SS. La contrainteligencia aliadadescubrió la organización secreta enjulio de 1946, cuando decenas de milesde nazis ya habían escapado a Oriente

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Próximo y a América.Los servicios de inteligenciadescubrieron en el campo deconcentración de Bensheim-Auerbachque los miembros de ODESSA buscabanprivilegios en la Cruz Roja Alemana.ODESSA se fundó en 1944 con el fin defacilitar la huida de nazis fugitivos deEuropa, pero lo que muchos de miscolegas no saben es que su intención noera tan solo proteger a miembros delpartido nazi, sino que su verdaderocometido era reorganizar el partido ycrear una zona de influencia en América,que les permitiera regresar al poder enel futuro. Los nazis eran conscientes dela inminente caída del Tercer Reich yorganizaron las bases para un Cuarto

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Reich. Para ello necesitaban reorganizarcolonias nazis en el extranjero.Colaboraron con varias organizaciones,tanto la Cruz Roja como el Vaticano y elejército norteamericano. ¿Qué finespodían tener en común dichasorganizaciones? La primera estabainfectada por viejos camaradas queutilizaron la organización humanitariapara sus fines poco altruistas. Las otrasdos, sin duda, pretendían controlargobiernos en América y otras partes delmundo, impidiendo el avance de loscomunistas».Andrea apuntó varias cosas en sulibreta, aún no entendía qué conexiónpodía tener todo aquello con el libroinédito de Hitler, pero no dudaría en

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preguntarle al supuesto contacto que laesperaba en Argentina.Abrió un nuevo archivo con el nombrede profesor Goodman.«El Profesor Goodman es uno de losmayores especialistas en literatura ybibliografía nazi. Lleva cincuenta añoscentrado en el estudio e investigacióndel pensamiento nazi. Judío de origenalemán, aunque afincado en Argentinadesde niño. Ha dedicado toda su vida aexplicar el nazismo. Reside enBariloche desde su infancia. Subiblioteca es una de las más importantesy extensas sobre el nazismo que existeen el mundo».En ese momento anunciaron que el vuelocon destino a Montevideo comenzaba a

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embarcar. Tomó su mochila y entró en elavión de las primeras. Se sentó en suasiento y esperó a que el avióndespegase. Pensó en su madre, en sunovio y en sus amigos. Todos estaríanpreocupados y sorprendidos. Sabían queella era incapaz de matar a una mosca ymucho menos a su viejo amigo Daniel.Intentó pensar en otra cosa, pero sumente siempre daba vueltas a lo mismo.Debía resolver todo aquel asunto loantes posible. Ya no le importaba eldinero, el prestigio o la fama. Queríarecuperar su monótona y anodina vida.Se prometió que nunca más se quejaríade nada. Hasta ese momento no habíacomprendido que la vida no era más quelos pequeños placeres cotidianos con la

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gente que realmente te importaba.Respiró hondo e intentó evitar que laslágrimas que parecían anudarle lagarganta terminasen por inundar susojos. Miró por la ventanilla, la inmensaselva se extendía como una interminablemancha verde. En cierto modo la vidaera algo parecido, impenetrable eincompresible, únicamente a medida quecaminabas por ella descubrías sussecretos. Estaba decidida a adentrarse,no le quedaba otro remedio, su vidadependía de ello. Cerró los ojos eintentó relajarse un poco. La imagen delcuerpo de su amigo Daniel acudió deinmediato a su mente y supo, que ademásde salvar su propia vida, debía vengar asu amigo. Aquellos asesinos parecían

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capaces de cualquier cosa para hacersecon el libro, ella sabría adelantarse ydenunciar al mundo sus secretos.

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Capítulo 9Montevideo Montevideo Andrea incorporó su asiento y se puso elcinturón de seguridad. Miró por laventanilla y vio la desembocadura delRío de la Plata. Montevideo brillabajunto al océano a medida que el aparatodescendía. El avión se aproximó atierra, sobrevolaron el parque Roosevelty aterrizaron sin mucha dificultad en lapista. Estaba amaneciendo cuando elaparato se dirigió hasta la terminal. Lamujer recogió rápidamente sus cosas y

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salió del avión algo aturdida. Tantashoras de viaje le habían hecho perder elsentido de la orientación. No sabía quéhora era y todos los aeropuertos delmundo le parecían similares. Para ellano había nada más solitario que unahabitación de hotel y la terminal de unaeropuerto. Echaba de menos sutranquila vida de periodista, ya nodeseaba abandonarlo todo y comenzarde nuevo. Pensaba que lo peor denuestros sueños es verlos cumplidos.En las pantallas de televisión de laaduana aparecía constantemente surostro, pero afortunadamente llevaba elpelo teñido y con esa ropa parecía unapersona completamente distinta. Dealguna manera pudo sentir lo mismo que

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muchos prófugos de la justicia. Unamezcla de libertad y temor constante aser descubierta.Antes de salir del aeropuerto alquiló uncoche con conductor. Pensó en dirigirsedirectamente al puerto y tomar el primerbarco a Buenos Aires, pero necesitabadescansar un poco. Se alojó en elSheraton, pidió una habitación normal,pero cuando el botones abrió la puerta,le pareció una verdadera suite de lujo.Dio una propina al joven y se dirigiódirectamente al baño. Necesitaba unaducha urgente, sentía el cuerpo pegajosoy la incomodidad de un largo vuelo.Después se metió en la cama y se quedóprofundamente dormida.Despertó seis horas más tarde. Tenía el

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cuerpo dolorido y la cabeza a punto deestallar. Tomó un paracetamol y se pusoa ojear el ordenador. Llevaba unosminutos consultando alguno de losinformes cuando le vino a la memoria unviejo colega de su profesor Daniel. Sellamaba Darío Greenstein. El profesorGreenstein había estado en variasocasiones en Buenos Aires. Ella lehabía escuchado en una conferenciatitulada Judíos y Nazis en AméricaLatina, cuando aún era una estudiante.No sabía si aún seguiría vivo, peromerecía la pena hablar con él antes de ira Argentina. Tal vez le pudiera aclararalgunas cosas de su amigo y la búsquedadel libro perdido de Hitler. Buscóinformación en internet. El profesor se

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había jubilado muchos años antes, peroen su ficha de la universidad decía queaún daba tutorías a alumnos que estabanrealizando su doctorado.Miró el reloj. Eran las doce delmediodía. Se vistió, se colocó unasgafas de sol y se dirigió a laUniversidad de Montevideo. Un cochela llevó desde la puerta del hotel hastauna zona residencial de edificios de dosplantas. Parecían antiguas villasseñoriales, con sus jardines frondosos yun aire decadente que las hacía aún másinteresantes. La universidad se dividíaen diferentes casas, cuya única señalexterna era un indicativo en el jardín.Buscó la facultad de Humanidades, tuvoque caminar un buen rato hasta llegar a

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una de las partes más antiguas deMontevideo. Le sorprendió loabandonada y deteriorada que seencontraba aquella parte de la ciudad.Las fachadas eran hermosas, muchas deellas decoradas al estilo francés, conarcos, columnas adosadas o frontonesclásicos, pero tenían la pinturadesquebrajada, pintadas en las paredes ylas calles se encontraban destrozadas ysucias.Andrea se lamentó del abandono de laciudad. La había visitado unos quinceaños antes y le había parecido tan bella.Ahora tenía un aire deprimente, que nopodía deslucir del todo su belleza.Pensó en Madrid a finales de los años80, cuando aún la prosperidad de la

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democracia no se había dejado sentir enun país atrasado y congelado en eltiempo durante cuarenta años dedictadura. Buenos Aires mismo, exceptoalgunas zonas renovadas, también sufríala pétrea mirada de la Medusa, quehabía logrado congelarla en un momentode la Historia, que la convertía a vecesen una ciudad fantasmagórica.Divisó la facultad de Humanidades, lafachada pintada de verde, conapariencia de escuela pública de losaños 40. La única modificación quehabía sufrido en todos esos años era unatosca pasarela de hierro que daba a lapuerta de madera interior, con suscristales pequeños, algunos rotos y otrossucios, que parecían querer disuadir al

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viajero despistado de atravesar suspuertas.En la entrada había un conserjeadormecido, con un uniforme gris llenode lamparones. Andrea pensó enpreguntarle por el despacho delprofesor, pero desistió ante su miradaausente y su aspecto huraño.Miró en un panel y comprobó que losdespachos de los profesores seencontraban en la última planta.Ascendió las escaleras de dos en dos,como si estuviera deseosa de encontrara alguien con el que poder compartir sucarga. No se encontró a nadie en elcamino, cuando llegó a la última planta,el silencio y la penumbra reinaban portodas partes. La Historia parecía haber

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devorado aquel adusto edificio,castigando a sus moradores, por intentardesvelar sus secretos. Miró las placasde latón en las puertas, hasta que dio conla del profesor. Llamó y entró sinesperar respuesta.Un hombre pequeño, moreno, con lacara algo picada, pero de profundosojos azules, levantó la cabeza. Su pelogris era muy tupido y largo, se extendíahasta un cuello de camisa algoennegrecido y desgastado. Llevaba unapajarita de color rojo, un chaleco verdey una chaqueta azulada, que brillaba porel desgaste de las últimas décadas.Andrea hubiera jurado que era la mismaropa con la que lo había visto unadécada antes.

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—¿Qué desea señorita? —preguntó elanciano en un tono cortés, que noocultaba algo de molestia y cierta fatiga.—Profesor Darío Greenstein, imaginoque no se acordará de mí. Era una de lasalumnas de Daniel Rocca.El hombre frunció los ojos, como si enel esfuerzo de recordar estuvieraponiendo la poca energía que aún lequedaba.—Últimamente mi cabeza no rige muybien. Imagino que es la edad, que hastaahora me había respetado, y quecomienza a robarme lo único quesiempre he tenido, la memoria. Danielfue alumno mío cuando estuve dandoclases en Buenos Aires, pero de eso hapasado mucho tiempo. Después se

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convirtió en profesor, tras regresar delexilio, pero no la recuerdo a usted,señorita.—No se preocupe, únicamente nosvimos dos o tres veces. Una ocasión fueaquí, en este edificio y las otras en laUBA (Universidad de Buenos Aires).—Lo lamento señorita, pero no larecuerdo.—Vengo de España, he estado unos díascon el profesor Daniel Rocca, ya sabeque desde hace casi una década resideallí.—Sí, su esposa era encantadora. Creoque falleció, aunque hace mucho que nosé nada de Daniel —contestó el anciano.Alargaba las frases, como si le costaravocalizar. Por sus labios se habían

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sucedido tantos torrentes de palabras,que ahora ya comenzaban a estarcansados.—Daniel me encomendó una misión,encontrar El libro secreto de Hitler. Medio algunas instrucciones para hacerlo,me habló del profesor Goodman y queeste había encontrado la pista del libroen Bariloche, he regresado a Argentinapara buscarlo —comentó Andrea. Amedida que le explicaba al viejoprofesor el motivo de su visita, se sentíaaún más confusa y aturdida.—¿El libro secreto de Hitler? —preguntó el hombre elevando la voz. Porunos instantes sus ojos apagadosbrillaron y se incorporó un poco.—Sí, al parecer su editor Max Amann

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no quiso editarlo en los años veinte ydespués no lo consideraron oportuno —comentó Andrea.El anciano se quedó callado, despuésencendió una pipa y aspiró unossegundos. El despacho se inundó de unolor dulzón y ácido a la vez.—Hay muchas leyendas alrededor deese libro. Ya sabe su supuestapublicación en el año 1961, con el títulode Raza y destino. Al parecer se loredactó en el año 1928 al propioAmann, pero estoy convencido, que laobra que se publicó en los años 60 noera el auténtico libro secreto de Hitler.—¿Por qué piensa eso?—La temática, el estilo y que estabaincompleto. Creo que la CIA censuró el

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libro, había algunos asuntos que podíancomprometer al gobierno de los EstadosUnidos, por no hablar de la repercusiónen América. La traducción la realizó laeditorial Grove Press, ya sabrá que lohabía descubierto en un archivo militaren Virginia el profesor Gerhard L.Weinberg, pero hace unos trece años élmismo reconoció que el texto había sidomutilado —dijo el profesor poniéndoseen pie y dirigiéndose a uno de susarchivos.—¿Por qué iban a mutilar el libro? —preguntó Andrea intrigada. No entendíaqué importancia podía tener un libroescrito por Hitler en los años 20 delsiglo pasado.El profesor sacó una carpeta marrón

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bastante ajada y la dejó sobre elescritorio repleto de libros y papeles.Abrió la carpeta y unos foliosamarillentos escritos con una antiguamáquina de escribir aparecieron ante losojos de Andrea.—La versión que tenían losestadounidenses no era la final.Simplemente el primer borrador escritoen 1928, pero Hitler continuó ampliandola temática hasta casi su muerte. En esaversión hace alguna mención a América,como la planificación de bombardeossobre Nueva York, pero no desarrollalos planes de Hitler para este continente.—Increíble.—Existían al menos dos copias delmanuscrito final. Una la guardaba Hitler

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en el búnker de la Cancillería, la otra seencontraba en la caja fuerte de laeditorial en Múnich y se cree que lasacó de allí el mismo Max Amann, quedespués fue detenido y encarcelado.Apareció muerto en 1957 en suapartamento en Múnich. En ese momentoalguien le robó el libro y se lo llevó.—¿Por qué Hitler no lo publicó?¿Pensaba que sería un fracasoeditorial? —preguntó Andrea.—No, querida. Simplemente se diocuenta de que revelar sus planes futurosle acarrearía muchos problemas. Élmismo se lo comentó a Hanfstaengl enlos años 30. Hitler estaba creando unared de colaboradores y simpatizantespor todo el mundo. Desde Argentina a

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Canadá, pasando por los paísesmusulmanes, el Reino Unido, los paísesnórdicos y buena parte de Asia. El librocomenzaba a revelar muchos de esossecretos, sobre todo las versionesfinales —dijo el anciano. Después sesentó de nuevo en su butaca de pieldesgastada, como si hubiera realizadoun gran esfuerzo.Andrea tomó asiento por primera vez.Miró al profesor y le dijo:—Entiendo el deseo de Hitler porocultar el libro, pero lo que nocomprendo es que la CIA lo censurara,sobre todo si su versión no era lacompleta.—En esa versión mencionaba a algunosnorteamericanos influyentes que

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apoyaban a Adolf Hitler y compartían suvisión del mundo.—No sabía que habían tenido tanto éxitolas ideas nazis en los Estados Unidos.—Querida, los Estados Unidos deNorteamérica apoyaron muchas de lasideas de Hitler. Rudolf Hess ordenó en1933, al poco tiempo de la llegada alpoder de los nazis, que HeinzSpanknöbel creara un partido nazi en losEstados Unidos. Heinz creó un partidoen Nueva York llamado Amigos de laNueva Alemania. La organizaciónpretendía promover la ideología nazi enel país y propagar su antisemitismo. Lamayoría de los componentes eran deorigen alemán. Realizaron desfiles porlas calles de Nueva York con el

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uniforme nazi, la banderanorteamericana y la esvástica. Laorganización perduró hasta 1935, peroRudolf Hess decidió disolverla y ungrupo de nazis norteamericanos fundó laFederación Germano Americana. Sulíder era un tal Fritz Julius Kuhn, unestadounidense de origen alemán, quehabía luchado en la Gran Guerra.Celebraban campamentos por todo elpaís, criticaban a Roosevelt por sucercanía a los judíos.—No sabía nada sobre estaorganización —dijo Andrea.—Los nazis se desvincularon de ella, sumanera de actuar en los Estados Unidosera mucho más sutil y esta organizaciónlo único que hacía era predisponer en

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contra de Hitler a la opinión públicaestadounidense. El embajador alemán enel país, Hans-Heinrich Dieckhoff,prohibió a los ciudadanos alemanes queingresaran en el partido pro nazi.Además, en 1939 el líder de laorganización fue acusado de desfalco deunos 14.000 dólares. La organización nolevantó cabeza y el Comité deActividades Antiestadounidenses lesinstó a renunciar a su ideología oterminar en la cárcel.—Entonces no tuvieron tanta influencia.—Esos pobres diablos no, pero sí lagran banca y Wall Street. Organismocomo JP Morgan, TW Lamont, losRockefeller, General Electric Company,el National City Bank, la Standard Oil y

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otras muchas empresas y bancosfinanciaron el nazismo. Por no hablardel apoyo personal de Henry Ford, queproporcionó ayuda financiera a Hitler;algunos hablan de hasta 40 millones dedólares de la época. Los nazisreconocieron su ayuda concediéndole ladistinción de la Gran Cruz de la OrdenSuprema del Águila Alemana. Otro desus mayores apoyos fue el senadorPrescott Bush —comentó el anciano.—¿Bush?—Sí, como imaginas, el padre y abuelode dos presidentes norteamericanos.También hubo sacerdotes católicos muymediáticos como Charles Coughlin yalgunos políticos que apoyaron a Hitler,pero cuando Estados Unidos entró en la

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guerra, la mayoría de ellosaparentemente se alejaron de laideología nazi —explicó el profesor.Andrea había tomado nota de algunos delos comentarios del anciano. Todoaquello le había creado más preguntasque solucionado algunas dudas.—Será mejor que me acompañe a labiblioteca, es muy modesta, perodespués de tantos años de investigaciónhe conseguido que la universidad reúnauna considerable bibliografía.Andrea siguió al anciano. Bajaron unaplanta y entraron en una sala, nodemasiado amplia, repleta de estanteríasacristaladas, la mayoría de ellascerradas bajo llave.El profesor abrió una de las vitrinas y

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extrajo un gran libro encuadernado enpiel de color verde. Lo dejó sobre unapolvorienta mesa y comenzó a ojearlo.—Estos son otros personajes famososque estaban fascinados con el fascismo.Por ejemplo, el aviador Lindbergh, queacusó al presidente Roosevelt y a losjudíos de llevar al país hacia la guerraen un discurso pronunciado enseptiembre de 1941.En ese momento escucharon un ruido yla puerta de la biblioteca se abrió. Doshombres jóvenes vestidos con traje seaproximaron a ellos. Andrea reaccionóretrocediendo y acercándose a laventana. El viejo profesor se quedóquieto, como si no le incomodara sullegada.

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—Profesor Darío Greenstein, señoritaAndrea Zimmer, esperábamosencontrarlos juntos.—¿Quiénes son ustedes y qué hacenaquí? ¿Quieren que llame a seguridad?—preguntó el hombre sin alterarse lomás mínimo.—Queríamos hablar con la señorita,pero ahora que ha entrado en contactocon ella, me temo que tendremos quellevarnos a los dos —dijo el queparecía mayor.Andrea miró por la ventana. No habíamucha altura, pero suficiente pararomperse una pierna o algo peor. Justoenfrente había un árbol con un troncogrueso. No se lo pensó dos veces, sesubió al alféizar de la ventana y saltó.

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Logró aferrarse al tronco durante unossegundos, después intentó descenderlentamente.El profesor intentó tocar la alarma deincendios, pero antes de que pudierahacerlo, los dos hombres lo aferraronpor los brazos y lo lanzaron por laventana. El anciano cayó de cabeza alasfalto justo cuando la joven llegaba alsuelo. Andrea dio un salto para evitarpisar el cadáver. Por unos segundos locontempló, tenía la cara destrozada,aunque aún podían verse sus brillantesojos.La mujer miró a un lado y al otro de lacalle, no sabía qué hacer, comenzó acorrer sin rumbo. Se preguntó cómo lahabían encontrado mientras se perdía

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entre las callejuelas de Montevideo, conla sensación de que nada ni nadie podíaprotegerla y de que su única oportunidadera descubrir dónde se encontraba esemaldito libro.

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Capítulo 10La cuna de laserpiente Montevideo Andrea corrió hacia el puerto, perodespués decidió regresar a su hotel. Allítenía el ordenador y otras cosas quenecesitaba. Después de media horaandando en círculos, paró un taxi yapenas quince minutos más tarde seencontraba a las puertas del Sheraton.Cruzó el recibidor a toda prisa y subióen el ascensor. Llegó hasta su habitación

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e introdujo la tarjeta temblorosa. Todoparecía en orden. El bolso, el ordenadory la maleta se encontraban en el mismositio. Respiró hondo antes de tomartodas sus cosas y correr escalera abajo.Tenía que pedir un taxi e ir al puertocuanto antes. No sabía cómo habíanlogrado localizarla en Uruguay, perocuanto antes llegara a su destino, anteslograría deshacerse de susperseguidores.Mientras el ascensor descendíalentamente no podía borrar de su mentela imagen de la cabeza destrozada delprofesor. Ya era la segunda persona quemoría por su culpa o, para ser másexactos, por culpa de ese maldito libroantiguo.

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—Por favor ¿pueden pedirme un cochepara que me lleve al puerto? —dijoAndrea todavía aturdida por losucedido.—Sí, señorita. Permítame que le hagauna factura por su estancia…—¡No necesito factura, cárguelo a latarjeta y pida el coche de inmediato! —dijo fuera de sí.El recepcionista la observó extrañado,después cobró la habitación y llamó a uncoche. La mujer se dirigió a la entrada yvio un gran Chevrolet negro. El copilototomó su equipaje y lo colocó en elmaletero, mientras ella subía al vehículoy se sentaba en los asientos de piel colorcafé con leche. Se puso a mirar suteléfono, buscaba noticias sobre la

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muerte del profesor en la facultad deHumanidades. Puso un vídeo en el queel presentador hablaba de un asesinato ydespués mencionaba a una sospechosamujer que había bajado por un árbol. Elujier explicaba ante las cámaras todoslos detalles sobre la sospechosa y elpresentador comentaba que toda lapolicía estaba buscando a la mujer,después ponían las imágenes de unacámara de seguridad. Afortunadamenteno se veían con mucha nitidez.Andrea se encontraba tan ensimismadacon las noticias que no se percató de queel coche cambió de rumbo y se dirigióhacia el parque Roosevelt, a la zonaalemana de la ciudad. Cuando levantó lavista, observó cómo el coche se detenía

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ante una verja alta, una puerta se abríalentamente y el coche abandonaba labulliciosa calle.—¿Dónde estamos? Les he pedido queme lleven al puerto —dijo Andrea.Después intentó abrir la puerta delcoche, pero se encontraba bloqueada.—Tranquilícese señora, en un momentosabrá dónde se encuentra.El coche se paró enfrente de unahermosa mansión estilo inglés, elcopiloto bajó del coche y le abrió lapuerta. Después la escoltó hasta laentrada. Antes de llamar salieron otrosdos hombres vestidos con trajes negros.El copiloto la acompañó por un largopasillo hasta un salón. Después la dejó asolas.

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Andrea miró a un lado y al otro inquieta.¿Dónde la habían llevado? ¿Quiénes laperseguían en Uruguay?Escuchó pasos a sus espaldas y cuandose giró, un hombre muy mayor, sentadoen una silla de ruedas eléctrica seaproximó hasta ella. El anciano llevabauna botella de oxígeno, vestía con unabata azul a cuadros, por encima de unchaleco y un pantalón de pinzas.—Señorita Zimmer, disculpe que la hayatraído hasta mi casa de esta forma tanpoco caballerosa, pero dadas lascircunstancias, no podía permitir que lapolicía la apresase.—¿Quién es usted? ¿Qué hago aquí?—Siéntese, le prometo que podrá saciartoda su curiosidad y resolver todas sus

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dudas. Déjeme que me presente. Minombre es Hebert Reuner, imagino queno le dirá nada, aunque esos malditosjudíos estuvieron buscándome durantedécadas. Seguramente piensan que ya hefallecido. En cierto modo, debía haberlohecho. Me capturaron al mismo tiempoque el conocido caso del letón HerbersCukurs, pero a él le pegaron un tiro y lometieron en una maleta, yo les logréconvencer de que se habían equivocado.El Mossad me llevaba buscando más deveinte años, pero gracias a mi perfectoespañol, pues me crie en Uruguay antesde alistarme en las SS en Alemania en elaño 1938, logré convencerlos de que erael nieto de pacíficos menonitasalemanes.

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Andrea se sentó en el sofá, el hombre seaproximó con su silla y se situó muycerca. La mujer se sintió algo incómoda,se recostó en el respaldo y frunció elceño.—Lo cierto es que una parte de aquellahistoria era verdadera. En plena guerraya había 16.000 alemanes en Uruguay.Muchos alemanes vieron en este paísuna tierra de oportunidades. ¿Sabe que anuestro país se lo denominó la Suiza deAmérica? El presidente José Batlle yOrdónez logró que la democracia y laprosperidad se consolidaran en Uruguay.Teníamos una legislación muy avanzadaa su época. Las mujeres podían votar, elsistema educativo era gratuito, universaly laico. La economía prosperó también

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gracias a las guerras en Europa, nohabía desempleo y los salarios eran muyaltos. Teníamos una extensa redtelefónica, eléctrica, de gas y losmejores tranvías del continente. Todaesa bonanza desapareció a mediados delos años 50. Los partidos de izquierdasquerían una revolución azuzada por elsionismo…—Ustedes, los nazis, siempre echan laculpa a los mismos —comentó Andrea.—No exagero, señorita, en ese momentoya había regresado de Alemania, variosgrupos terroristas acosaban al país. Losmás peligrosos eran los tupamaros. Paracombatirlos tuvimos que crear laJuventud Uruguaya de Pie. Al finallogramos imponer la dictadura cívico-

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militar y podíamos poner en práctica elexperimento nacionalsocialista enUruguay. El presidente Juan MaríaBodaberry con el apoyo del ejércitodisolvió las cámaras y prohibió lossindicatos, los partidos, la libertad deprensa. La democracia es una lacra, alfinal lo destruye todo. Por eso formaronel Consejo Nacional compuesto por losprohombres del país, el gobierno de losmejores que diría el gran Aristóteles —dijo el hombre. Después se puso lamáscara de oxígeno e intentó recuperarun poco de aliento.—No sé de dónde ha sacado todas esaspatrañas. La dictadura fue provocadapor la oligarquía que no quería perdersus privilegios, cuando la crisis llegó al

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país no asumieron el reparto justo de lariqueza. Los partidos revolucionariosquerían ayudar al pueblo —comentóAndrea.El anciano dio un largo suspiro. Estabaacostumbrado al escepticismo de muchagente. La mayoría no podía creer que losnazis tuvieran tanto poder en América.—Entiendo… el negacionismo se nosatribuye a nosotros, pero la realidad esque todos nos construimos una historia ala medida. Déjeme que le cuente algoque le va a parecer increíble. Hubo unplan nazi para invadir Uruguay. ¿Losabía?Andrea se quedó muy sorprendida. Todaaquella reunión con un viejo nazi, en unamansión en medio de Montevideo, le

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parecía de lo más surrealista, pero quelos nazis hubieran intentado conquistarun país de América Latina, se lo parecíaaún más.—Uruguay no fue tan ajena a la guerracomo la gente se imagina. Los alemanesuruguayos ideamos un plan para someterel país al Tercer Reich. Alemanianecesitaba las riquezas del Uruguay y, loque es más importante, su situaciónestratégica. La embajada alemana enMontevideo y los alemanes de Salto yConcordia en Argentina se unieron parahacerse con el gobierno. En el fondo elplan era un experimento. Los alemanesnos fuimos introduciendo paulatinamenteen todas las áreas del Estado.Utilizamos el mismo método que Hitler

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había usado en Austria, donde desde1930, de manera paulatina, los nazisfueron ocupando posiciones claves yminando al gobierno oficial. En aquelmomento había en Uruguay, como ya leindiqué, unos 8.000 alemanes. Los nazisalemanes nos organizamos en gruposllamados stutzpunkt. Al frente había unjefe de propaganda, el jefe de laorganización de mujeres, la organizaciónbenéfica y así todas las áreas. Nuestrojefe supremo era el gauleiter, el señorJulius Dalldorf. Recibíamos ayuda delmismo Rudolf Hess, que había creadoesta red en muchos países de América,incluidos los Estados Unidos.—Parece claro que estaban organizados,pero el sueño de dominar el Uruguay

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veo que era simplemente una fantasía enmentes enfermas como la suya —dijoAndrea con desprecio.El hombre tomó de nuevo la máscara deoxígeno y respiró hondo. Pensó enllamar a sus hombres y sacar lainformación que la mujer poseía agolpes, pero no era su estilo. Deseabaque comprendiera que no tenía muchoque hacer, que los tentáculos nazis seextendían por toda América y que todaresistencia era vana.—En Uruguay teníamos nuestras tropasde asalto SA, repartíamos nuestrapropaganda antinorteamericana; connuestro grupo de ingenieros influíamosen las más altas esferas del gobierno ydisimuladamente, creamos un aeródromo

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deportivo, que podía hacer las funcionesde base militar. El que gestó todo el planpara hacerse con el control del país fueArnulf Fuhrmann. Uruguay era un paísestratégico, para invadir despuésArgentina y Brasil, con grandes reservasde petróleo y todo tipo de materiasprimas. El plan comprendía un golpe deestado y que en quince días todo el paísestaría bajo control alemán. Dosregimientos se harían con Montevideo,dos compañías con la Colonia deSacramento y otras localidadescercanas. En aquel momento en Uruguayhabía unos dos millones de habitantes.En cuanto tomáramos el poder teníamosprevisto deshacernos de los judíos, losoponentes políticos y los masones.

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Después se proclamaría el país comocolonia alemana de campesinos.—¿Por qué no triunfó el plan? —preguntó la mujer. Aquello le parecíauna locura, pero intentaba ganar tiempo.Necesitaba buscar una vía de escape.—Un periódico llamado TribunaSalteña comenzó a hacer públicosnuestros planes. Sin duda había untraidor entre nosotros. El diputadosocialista José Cardozo propuso alparlamento realizar una investigación, seincautaron miles de documentos, sedetuvo a muchos de los nuestros,descubrieron nuestros arsenales dearmas y por último metieron en prisión aFuhrmann. A los pocos días se liberó atodos los conspiradores. El presidente

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de Uruguay Alfredo Baldomir no queríaenfrentarse a Alemania y darles unaexcusa para una invasión externa.Fuhrmann se trasladó a Argentina eintentó algo similar en la Patagonia. Alfinal el líder del golpe fue encarceladoen 1944 y el intento de hacerse conUruguay fracasó —dijo el anciano.—¿Por qué me cuenta todo esto? —preguntó Andrea.—Puede que hayamos fracasado en elpasado, pero hemos aprendido denuestros errores. Tenemos su ordenador,su teléfono, conocemos su identidadfalsa. Está acusada en dos países deasesinato, es una fugitiva de la justicia.Puede colaborar con nosotros, entoncesla dejaremos refugiarse en Brasil o

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algún lugar apartado o puede enfrentarsea nosotros y sufrir. Usted elige —dijo elanciano en un tono tan pausado y dulce,que parecía más un consejo que unaamenaza.—¿Acaso puedo escoger?—Siempre podemos escoger. Denostoda la información que le facilitóDaniel Rocca y el pobre profesor DaríoGreenstein. Necesitamos encontrar eselibro —dijo el anciano.—¿Por qué es tan importante paraustedes ese maldito libro? ¿PorqueHitler lo escribió?—Veo que aún no ha entendido nada,querida Andrea. El libro secreto deHitler es mucho más que un testamentopolítico, es un libro que puede cambiar

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la Historia.

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Capítulo 11Atentado Montevideo Los hombres rodearon la casa eintentaron determinar los guardias quehabía apostados en las puertas y eljardín. Fermín Abad dio la orden y loscinco asaltantes se dividieron en dosgrupos. El primero saltó la tapia por laparte trasera y el segundo se dirigió a lapuerta principal. Debían ser rápidos ymontar el menor escándalo posible.Fermín saltó la verja y apuntó a los dosguardas de la puerta. Las balas de su

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fusil apenas susurraron en el viento, lossilenciadores amortiguaban el estruendoque en medio de la noche habríadespertado a medio vecindario. Losvigilantes apenas tuvieron tiempo dereaccionar y se desplomaron al suelo.Abrieron la puerta principal y sedirigieron hasta el recibidor, estaban apunto de entrar en el salón cuandoescucharon pasos y vieron a doshombres descendiendo por la escalinatade mármol. Dispararon rápidamente ylos dos guardas rodaron escaleras abajo.El sonido de los cuerpos y el gemido delos hombres dio la voz de alarma.Afortunadamente, los otros miembrosdel comando habían entrado por la partetrasera, despejando el resto del edificio.

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Cuando entraron en el amplio salón, elanciano apuntaba con una vieja Luger aAndrea.—Señores, creo que esta vez hancruzado todos los límites. Llevábamosdécadas en relativa paz y armonía,desde los años 80 no había habidoenfrentamientos entre nosotros, pero hanterminado con esa paz —dijo el ancianosin dejar de apuntar a Andrea.—¿Nosotros? Usted ha ordenado matara Darío Greenstein. ¿Acaso no sabíanque pertenecía al partido comunistadesde los años cuarenta? ¿Por qué hanasesinado a ese pobre viejo? Ya estabajubilado, no le hacía daño a nadie —dijo Fermín Abad indignado.—Daños colaterales, teníamos que

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capturar a la señorita y el viejo profesorse puso en el punto de mira —explicó elanciano, como si el hombre al que habíaordenado asesinar fuera tan solo unobstáculo en su camino.El resto de hombres entró en el salón, serepartieron por la estancia sin dejar deapuntar al anciano.—¿Cree que me importa esa mujer? Nosé ni cómo se llama —dijo Fermín, conel ceño fruncido y acariciando el gatillode su fusil de asalto.—Tal vez sea mejor así —comentó elanciano, después levantó más el arma ysu dedo comenzó a apretar el gatillo,pero antes de que lograra disparar,varias ráfagas de fusil hicieron que sesacudiera. El hombre se retorció de

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manera grotesca y después se inclinóhacia delante. En medio minuto sangrabapor varias partes de su pecho y cabeza.Andrea levantó los brazos y miró a loshombres. Sus ojos expresaban unamezcla de temor y súplica.—Está bien, nos la llevaremos. Nopodemos dejarla aquí, puedereconocernos y la policía estaría muyinteresada en su declaración —comentóFermín.Todos tenían el rostro cubierto por unpasamontañas menos él, pero uno de losasaltantes se quitó el suyo. Al instanteuna larga melena morena y rizada seextendió por su espalda.—¡Maldita sea, no debemos dejar cabossueltos! —gritó la mujer.

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—Adriana, no te pongas melodramática.No somos asesinos. Limpiad la casa,tenemos que llevarnos lo que nos puedaser útil. Sobre todo llevaros lasgrabaciones, no dejéis rastro.El comando siguió las órdenes deFermín. Se dispersó de nuevo y por unosinstantes quedaron ellos dos solos en lasala.—Señorita…—Andrea Zimmer —dijo la mujer.—Otra judía no. Después de los nazis,los judíos siempre han sido nuestra peorpesadilla. Desde los dueños deHollywood hasta los malditos señoresde Wall Street, siempre han engañado,robado y asesinado…—Perdone que le interrumpa, pero…

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—¡Cállese! Tome sus cosas y sígame.Tiene que aprender a estar callada.Salieron del salón, se dirigieron aljardín. La mujer fue observando elreguero de cadáveres. Pensó que nuncapodría superar todo eso, que supsiquiatra tendría trabajo extra lospróximos veinte años. Cerró los ojos ysiguió al hombre.Un par de minutos después el resto delcomando se les unió. Salieron a la callesolitaria y silenciosa, subieron en ungran Land Rover y salieron de la zona atoda prisa. Andrea no sabía quién eraesa gente, pero no le tranquilizabamucho que la hubieran salvado.

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Capítulo 12Un viajeaccidentado Montevideo El trayecto no duró mucho. En mitad dela noche no pudo reconocer nada,simplemente calles solitarias y pocoalumbradas, después una carretera detierra repleta de baches y una villasolitaria, algo destartalada, que parecíaabandonada desde hacía años. Esperabaque tras interrogarla un poco la dejaranmarcharse a Buenos Aires, estaba

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deseosa de llegar a su país. Sabía que lapolicía la buscaba, pero al menosestaría en su tierra y podría pedir ayudaa algunos amigos.El coche se detuvo enfrente de una viejachoza. Abrieron el portón y escondierondentro el vehículo. La llevaron agarradapor ambos brazos hasta la casa. Laentrada daba a un salón con mueblesviejos y lámparas de queroseno.—No es la mansión de esos malditosnazis, pero es un lugar discreto —comentó Fermín al comprobar el rostrode la mujer.—Lo cierto es que lo único que deseo esque me suelten. No diré nada a nadie.Como comprenderá, esos tipos no eranamigos míos —dijo Andrea enfadada.

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Ya no tenía miedo, pero sentí unaespecie de furia que la invadía poco apoco.—Todo a su tiempo. ¿No será una espíasionista del Mossad?—No soy israelí. Es cierto que misantepasados eran judíos, pero eso esmás una casualidad que algo querealmente me influya.—¿Por qué estaba investigando a losnazis de Uruguay? —preguntó Fermín,sentándose en un sillón desvencijado.—No estaba investigando a los nazis enUruguay. Vengo desde Españaescapando de unos nazis que quieren unlibro, aunque yo no lo tengo.—Lo entiendo, pero me extraña que todoesto sea por un maldito libro.

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—Pues en este caso, todo lo sucedidotiene relación con un maldito libroinédito de Hitler. No sé muy bien de quétrata, aunque por lo que estoy viendo,hay información muy importante para losnazis en América.Fermín se rascó su barba de tres días.Sus ojos claros brillaron a la luz de laslámparas. Su traje de camuflaje le dabael aspecto de un guerrillero, su pelonegro y canoso por las sienes, leasemejaba demasiado al famoso CheGuevara, aunque él era más atractivo einquietante.—¿Qué hará cuando encuentre el libro?—preguntó Fermín.—Publicarlo —dijo ella sin dudar.—¿No es eso lo que quieren los nazis?

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Desde hace unos meses se venejemplares de Mi Lucha por todaspartes. Esa peste nazi se extiende comola mala hierba.—Bueno, en la última década, lo que seha extendido por toda América Latina hasido el Comunismo del siglo XXI y laRevolución bolivariana.—Esos flojos… no me comparará conellos. Nosotros somos verdaderosrevolucionarios. No creemos engobernantes oportunistas. Los líderes delos diferentes países son hijos deprivilegiados jugando a serrevolucionarios —dijo Fermín, molesto.—Lula no era precisamente hijo de unprivilegiado —respondió Andrea.—Lula no es un revolucionario,

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simplemente se las da desocialdemócrata. Por no hablar deltierno presidente de Paraguay, que ahoracolgó las armas para repartir sonrisas;el hijo del plantador de coca de Bolivia,el dandy de Ecuador, y el que montótodo esto, el golpista militar, visionarioy megalómano de Venezuela —dijo elhombre alterándose cada vez más.Andrea pensó que no era buena ideaalterarlo, pero era consciente de que suprudencia siempre cedía ante suimpetuosa forma de ser.—No quiero discutir de política, nocomparto su ideología, aunque meconsidero una mujer de izquierdas, perole estaría muy agradecida si me ayudaraa llegar al puerto. Del resto me encargo

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yo.—No se da cuenta ¿verdad? —dijo elhombre, después le mostró en suteléfono las últimas noticias de prensa.Andrea observó horrorizada sufotografía en todos los periódicos deAmérica. El titular no podía ser máscontundente: «La periodista AndreaZimmer sospechosa de dos homicidios».—¡Dios mío! —exclamó la mujertapándose el rostro.—No irá muy lejos si toma un barco aBuenos Aires —dijo el hombre demanera pausada—, pero si nos llevahasta el libro, la ayudaremos. Tenemosavionetas, barcos y otros medios detransporte. Sabemos movernos en laclandestinidad. Una vez que haya

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conseguido el libro, la dejaremoscontinuar con su vida.—¿Mi vida? ¿Qué vida? Me persigue lapolicía de dos continentes. La únicaforma de demostrar mi inocencia esmostrando al mundo el libro.—En ese caso, me temo que ya no tienevida. Pero no se preocupe, hay miles depersonas en el mundo viviendo vidasficticias. Puede comenzar de nuevo,adoptar el oficio y la personalidad quemás le guste. Nosotros la ayudaremos.La mujer agachó la cabeza. No confiabaen ese hombre, pero no veía más salida.Si al menos la sacaban de Montevideo,podría pedir ayuda en Argentina. Sepreguntó qué pensaría su novio y sumadre de todo lo que decían los

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periódicos. Ellos sabían que ella eraincapaz de hacer daño a nadie.—La acompañarán dos de mis mejoresguerrilleros. A una ya la conoce,Adriana Gómez, mi lugarteniente. Suotro acompañante será mi hijo Federico.Quiero que sepa que tienen orden dematarla si intenta darles esquinazo. Nohaga tonterías y tendrá una vida larga yfeliz. Ahora será mejor quedescansemos todos un poco. Ha sido unanoche estresante —dijo Fermín. Todossus hombres se fueron a descansar,menos los guardas.Adriana llevó a la mujer a unahabitación de la segunda planta y laencerró con llave. Andrea se tumbósobre la cama de muelles, el colchón

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estaba muy blando y la colcha olía ahumedad y polvo. Mientras intentabadormirse no podía dejar de pensar en sumadre y en su novio. Estaba casiconvencida de que no volvería a verloscon vida, pero la única oportunidad quetenía era continuar la búsqueda eintentar solucionar los problemas amedida que se planteasen.

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Capítulo 13El comandante Buenos Aires A primera hora de la mañana ladespertaron. Le facilitaron una toalla yjabón. Tenía que estar lista en mediahora. Después de asearse bajó hasta elsalón, los guerrilleros comían unguisado de mondongo. Andrea se limitóa tomar un poco de leche y despuésmate.—Será mejor que salgan antes de que sehaga completamente de día —dijoFermín.

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Federico y Adriana prepararon susmochilas, Andrea ya había guardado suscosas en la suya. Todos se dirigieron porun sendero hasta una zona boscosa, trasunos quince minutos caminando salierona una pequeña playa medio escondida.Sacaron una barca con motores defueraborda de entre los árboles y lapusieron en el río.—Esto les llevará hasta Buenos Aires,allí tomarán otro transporte hasta dondeella les indique —comentó Fermín a sushombres.Andrea subió a la barca, la lanchacomenzó a moverse y estuvo a punto decaerse al agua. Adriana se puso a losmandos y Federico se sentó a su lado.Cuando el motor fueraborda comenzó a

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rugir, en pocos segundos estaban muylejos de la orilla. Andrea se apoyó en laborda y dejó que el aire fresco de lamañana que comenzaba a despuntar lahiciera sentir de nuevo viva. A lospocos minutos vieron Argentina.Llevaba menos de una semana fuera,pero nunca había sentido tantas ganas devolver. La lancha parecía casi volarsobre las turbias aguas del Río de laPlata. El cielo azul apagaba los colores,mientras la costa parecía crecer porsegundos, como si se dirigiera haciaellos con los brazos abiertos.El ruido de los motores y el vientogolpeándoles la cara era tan fuerte, quesus oídos se taponaron. Al aproximarsea la costa, Adriana redujo la velocidad.

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—Buenos Aires queda más al norte —comentó Andrea al ver el rumbo delbarco.Adriana frunció el ceño y se limitó aapartarle la cara y mirar hacia otro lado.—No vamos a Buenos Airesdirectamente, nos dirigimos a Ensenada,cerca de la refinería. Allí pasaremosmás desapercibidos. Despuéstomaremos un coche hasta Marcos Paz.Allí tenemos una avioneta, que nosllevará directamente a la Patagonia —dijo Federico.El parecido físico con el padre eraasombroso, como si el jefe de losguerrilleros estuviera viviendo dosvidas paralelas, pero la expresión de lamirada era distinta. Federico parecía

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más humano, la vida no le habíamaleado tanto o por lo menos aúnconservaba algo de la ingenuidad queconvierte a los hombres en niños, apesar del paso del tiempo.Entraron en una zona pantanosa,escondieron la lancha entre el follaje ycaminaron por el barro hasta llegar a laciudad. Ensenada era una ciudad decalles rectas, edificios bajos malacabados, con la pintura desconchada yun aire decrépito que Andrea adoraba.Su Argentina podía ser muchas cosas,pero nunca sería uniforme, un paísorganizado y hermoso. Ella amaba elcaos arquitectónico, los edificios amedio terminar y la singularidad delargentino, que hasta en sus gustos

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estéticos mostraba su profundoindividualismo.Llegaron con las botas y los pantalonesembarrados hasta un edificiocochambroso al lado del puerto.Llamaron a la puerta y los recibió unamujer de mediana edad despeinada,vestida con un traje de flores y unmandil. Les dejó limpiarse en el patiointerior con una manguera amarilla ydespués, fueron a un cuarto grande yquitaron un toldo a un pequeño SeatPanda, viejo y destartalado.Salieron con el coche por la calle.Cerca de un largo muro pintado deamarillo las casas eran más pobres,algunas construidas con chapa o conladrillo visto sin enlucir. Se dirigieron a

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la carretera principal.Andrea no sabía cómo deshacerse deellos. Al menos al estar en Argentina nole sería muy complicado darlesesquinazo. Tomaron la 215, para luego irpor la 6 y evitar la ciudad.Tras dos horas de viaje llegaron aMarcos Paz. El pueblo era mucho másagradable, todas las calles estabanarboladas y en el centro decenas detiendas indicaban la prosperidad dellugar.—Iremos a la casa de un compañero,tenemos que viajar de noche —leexplicó Federico a la mujer.Llegaron a una casa de dos plantas queno sobresalía de las del resto de lacalle, pero en cuanto entraron Andrea

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comprobó que era un sitio agradable.Un hombre rubio los recibióamistosamente, les preparó un poco demate y se lo sirvió en un pequeño jardíninterior. Después le pidió a Adriana quele ayudara a preparar la comida.Andrea tenía mucha hambre. Apenashabía probado bocado en el desayuno yel día anterior ni había comido nicenado.—Siento tanta brusquedad. Lo cierto esque es por su bien —comentó Federicoen cuanto estuvieron solos. La cara deljoven tenía aún algunos rasgosinfantiles. No debía tener más de veinteaños y, aunque seguramente había tenidoque matar, aún era capaz de sonreír ymostrarse agradable.

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—¿Por qué hacéis todo esto? Losintentos revolucionarios en AméricaLatina lo único que han traído ha sidosufrimiento y violencia —dijo Andrea aljoven.—Puede que sea cierto, pero ¿quépodemos hacer ante la injusticia? Elcapital es el verdadero culpable. Paralos ricos no somos más que bestias decarga. Animales a los que explotar. Elneocapitalismo es despiadado y asesinaa más personas que las armas de losguerrilleros.—La mayoría de las bandas guerrillerasse han convertido en narcotraficantes.Destruyen la sociedad que pretendensalvar.—Creemos que la desestabilización es

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buena. Además, no tenemos muchas másformas de financiarnos. ¿Prefieres quesecuestremos a gente o robemos bancos?—preguntó el joven con una sonrisa.—Hay cauces democráticos. Aquí elpueblo pone y quita presidentes.Primero han gobernado los Kirchner, susideas peronistas los llevaron a tener unaactividad social muy fuerte. Elloslucharon contra el Banco Mundial, elcomercio global y todo aquello quevosotros odiáis.—¿Tú eres peronista? —preguntó eljoven.—No, creo que no lo soy. Un argentinonunca sabe a ciencia cierta si es o no esperonista, casi está inoculado en nuestrasangre —comentó Andrea.

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—Lo entiendo, al menos ustedes tienenesa figura controvertida que intentó dealguna manera favorecer a la claseobrera argentina.—Bueno, yo creo que Juan DomingoPerón era un fascista, al estilo latino,pero fascista —dijo Andrea.Fermín la miró sorprendido.—Juan Domingo Perón adoptó lasfórmulas europeas y las adaptó a laArgentina. Durante las crisis de losestados democráticos en el periodo deentreguerras, surgieron los movimientospopulistas y totalitarios. El fascismoitaliano de Benito Mussolini no era otracosa que comunismo mezclado connacionalismo. Mussolini fue un líderimportante del partido comunista

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italiano, pero la Gran Guerra le hizosepararse de algunas tesis comunistascomo el internacionalismo o la lucha declases. Mussolini defendía la idea de unEstado fuerte, en cierto sentidopaternalista, pero que amparaba al grancapital y las clases privilegiadas. Hitlersiguió sus pasos, para él, el fascismo erael modelo a imitar. Ninguno de los dosera militar de profesión, aunque Hitlerllegó a convertirse en cabo en la GranGuerra. Dos civiles que vieron en unEstado totalitario, capitalista ynacionalista, la solución de la decadenteEuropa de los años 20.—¿Qué tienen que ver estos individuoscon Perón? Ellos fueron criminales deguerra, genocidas y llevaron al mundo

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hasta su casi total destrucción —dijoFermín algo molesto. A pesar de seruruguayo, le ofendía que Andrea serefiriera a Perón como un fascista.—Nada o muy poco. Perón no fue ungenocida, tampoco fomentó el racismo,pero sin duda fue un megalómano, queintrodujo un virus en Argentina quecontinúa corroyéndonos por dentro. Yasabes que Perón participó junto a otrosoficiales en el golpe de estado del 4 dejunio de 1943. La llamada Revolucióndel 43. Quitaron al último presidente dela «Década Infame», dominada en lasombra por el dictador José FélixRamírez. Aunque al principio Perón fueun actor secundario en el eterno dramaargentino, terminó siendo el jefe del

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Departamento Nacional de Trabajo, unorganismo muy poco relevante. Después,tras sus acuerdos con los sindicatos,pasó a ser ministro de la Guerra enfebrero de 1944 y en marzo de 1945,Argentina declara la guerra a Alemaniay Japón —explicó Andrea.—Me está dando la razón. Perón eraministro de la Guerra y declaró la guerraa Alemania —argumentó el joven eljoven.—Todavía no he acabado. Perón llegó ala vicepresidencia junto al presidenteFarrell. Los Estados Unidos enviaron auno de sus fieles servidores, elembajador Spruille Braden para quederrocara al gobierno y cambiarlo porotro menos propicio a los obreros y que

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se ajustara más a los intereses de lasgrandes industrias de los EstadosUnidos. No consiguieron derrocar algobierno, los sindicatos y los obreros sepusieron de su parte, pero seconvocaron elecciones en 1946 y Peróndejó el ejército. Le quedaba dar elúltimo paso y abandonar el segundoplano que había tenido hasta esemomento. Perón ganó las elecciones ypuso en marcha sus políticas. Planesquinquenales económicos similares a losrealizados por los fascistas, nazis o elpropio general Franco en España. Creóvarias empresas estatales,nacionalizando las comunicaciones, losferrocarriles, las líneas aéreas. Logróque la alfabetización y la escolarización

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se extendieran a la mayor parte de lapoblación. Eso sí, los escolares debíanrecitar en la escuela: «¡Viva Perón!Perón es un buen gobernador. Perón yEvita nos aman». Con la asignaturaCultura Ciudadana se adoctrinaba a lapoblación en el culto al líder y se obligóa los escolares a leer el libro de EvaPerón: La razón de mi vida. Por nohablar de la represión política, lasdetenciones arbitrarias y otras muchasacciones totalitarias.—Los enemigos del Estado tienen queser barridos —dijo el joven.—Políticamente tal vez, pero nuncafísicamente.—Usted no sabe lo que es elsufrimiento. Mi padre tuvo que luchar

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contra la dictadura, fue de los pocos quetomó las armas contra los militares enUruguay. Cuando llegó la democracia lotrataron como un asesino. Losantiperonistas en Argentina cometieronel mismo número de actos infames quePerón, si no más.—No estoy defendiendo a la oposición,simplemente constato un hecho. Todotipo de populismo es malo, aunque enprincipio pueda mejorar la situación dela población, a largo plazo es dañino —dijo Andrea.—Tú no lo entiendes —dijo el chicofrustrado y la dejó a solas.Andrea miró a ambos lados del patio. Alfondo había una escalera que daba a unaterraza. Tomó su bolso con el ordenador,

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la cartera y el teléfono y corrió hasta laescalera. Subió a la azotea y saltó a lacasa de al lado. Estuvo de azotea enazotea hasta el final de la calle. Bajó aotro patio y salió por la puerta principal.Miró a ambos lados de la calle ycomenzó a correr. Tenía que buscar untransporte a Buenos Aires y contactarcon su novio.Salió a una de las calles principales yparó un taxi.—¿Qué me cobraría por llevarme aBuenos Aires? —preguntó la mujer alconductor.El hombre la miró muy serio y dijo:—Serán 1.000 pesos, señorita.Andrea no pensaba regatear el precio,necesitaba escapar cuanto antes. Subió

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al coche y se tumbó en el respaldo. Porfin se sentía verdaderamente a salvo.

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Capítulo 14Una historia Buenos Aires Lo primero que pensó mientras bajabadel taxi en la Plaza de Mayo fue enllamar a su amiga Luisa Rossi. Llevabancompartiendo intimidades y sueños dosdécadas y, a pesar de los vaivenes de lavida, continuaban siendo amigas delalma. Sabía que sus perseguidoresesperaban que acudiera a la casa de sumadre o su novio, pero no conocían aLuisa, una de las mejores diseñadorasde ropa del país.

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Caminó por la calle hasta la tiendaprincipal de su amiga. Por fuera parecíauna modesta tienda de ropa, pero Luisahabía conseguido convertirse en ladiseñadora de moda de la alta sociedadbonaerense.Andrea entró en la tienda y sonaron lascampanillas colgadas del techo. Unadependienta rubia, de formas perfectasla miró de arriba abajo, como si lehiciera una radiografía.—¿Qué desea la señora?Andrea sabía que su indumentaria no erala más apropiada. Pantalón decamuflaje, botas militares con barro y lacara sin maquillar.—¿Está la señora Doña Luisa Rossi?—No creo que pueda atenderla en este

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momento.—Anda, ve y dile que está aquí su amigaAndrea.—¿Andrea a secas?—Sí, boluda. Anda y no me colmes lapaciencia, que la tengo muy mermada.La joven corrió a la parte alta de latienda. A los pocos minutos vino Luisa,vestida con un traje blanco contrasparencias diseñado por ella.—¡Dios mío, Andreíta! ¿Qué te hapasado? Pareces una aparición.—Ya te contaré. ¿Podemos hablar asolas?—Sí, sube.Las dos mujeres fueron al taller de latrastienda, después pasaron al despachode la mujer.

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—He visto las noticias. Eres la mujermás buscada de América y Europa. ¿Quées toda esa mierda de que has matado ados viejos? Dos profesores de Historia,con lo que te gusta la Historia a ti.—No los he matado —dijo Andrea muyseria.—Ya lo sé, ¿cómo vas a matar tú anadie?Las dos mujeres se abrazaron y Andreano pudo evitar echarse a llorar. Llevabademasiados días asustada, escapando,hasta cierto sentido de ella misma. Alsentir la cercanía de una persona a laque amaba, sintió que todas sus defensasse hundían, por fin podía ser ella mismade nuevo.—Gracias —dijo entre sollozos.

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—No importa, descansa. La amistad esesto, cariño. Qué pena que únicamentepueda ofrecerte estos brazos. Sabes quepara mí eres mucho, amiga —dijo Luisamientras comenzaba a llorar.—He tenido mucho miedo, estoy metidaen un verdadero lío.—Todo tiene solución —dijo su amiga.—Necesito un sitio en el que descansary aclarar mi mente.—Ahora mismo tomamos mi coche y tellevo a la casa de la costa —dijo Luisa.Tomó su abrigo y bajaron directamenteal aparcamiento. En su Volkswagenescarabajo nuevo circularon a todavelocidad por la caótica Buenos Aires.Andrea no dejó de observar las arteriasobstruidas de su amada ciudad. Recordó

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la canción de Mi querida España, en laque la cantante Cecilia dice que Españaera para ella a veces madre, perosiempre madrastra. Ella sentía igual suamada Argentina. A veces se habíasentido maltratada por el Estado, lagente o las esquirlas de una culturaindividualista y prepotente, pero amabala charla, el valor de la familia, laexpresión de los sentimientos, labúsqueda del sentido de la vida. Sesentía argentina cien por cien.—Te vendrá bien una ducha, una siesta yalgo de comida. ¿Quieres que te hagamis raviolis?—Sería delicioso —dijo Andreareaccionando de nuevo. No había nadamás gratificante que sentirse mimada y

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querida.El coche dejó las avenidas principales,después la aglomeración urbana y seadentró en las más tranquilas carreterasde la costa. Luisa apenas le dirigió lapalabra en todo el trayecto, la dejódescansar y sosegarse. Para ella Andreaera puro sentimiento, pasión y arrojo,pero también necesitaba recuperar enocasiones el sosiego. No sabía en quélío se había metido, seguramente algunomuy gordo, pero ella la ayudaría aestabilizarse.Se habían conocido en la escuela. Lasdos se habían convertido en amigas delalma, después sus caminos se habíandistanciado un poco. Luisa habíapreferido el camino más fácil, asumir

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los roles que la sociedad le imponía.Convertirse en una súper madre,empresaria, mujer de éxito ycomplaciente esposa. Andrea continuabacon su vida patas arriba, sin casarse ycon trabajos inestables. A pesar de todo,los vínculos de la infancia y laadolescencia eran lo suficientementesólidos. Una amistad con buenoscimientos podía soportar el paso deltiempo, los cambios y las vicisitudes dela vida.Llegaron a una zona residencial,atravesaron el control de seguridad ydejaron el coche frente a la casa deveraneo de la familia. En cuanto Andreasintió la brisa del mar, el sol templado yel aroma oceánico, se sintió revivir.

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—¡Cuánto añoraba esto! —dijoextendiendo los brazos.—¿Te acuerdas de los veranos? Enaquella época pensaba que la vida eraperfecta…—En cierto modo lo es, querida Luisa.—Para ti sí, para una madre estresadacon la economía siempre a punto decolapsar y un marido que no ha pasadola fase adolescente, la vida no esperfecta.Las dos mujeres entraron en la casa y,mientras Luisa preparaba la comida,Andrea se tumbó al sol. Continuabavestida, con las gafas de sol puestas y lasensación que el calor, de algunamanera, estaba cargando de nuevo susbaterías agotadas.

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—En diez minutos comemos —anunciósu amiga.Entonces se dirigió a la ducha, dejó queel agua tibia aligerara sus cargas y salióvestida con un albornoz rosa y el pelomojado.—¿Por qué te has puesto ese color depelo? Con lo hermoso que es tu cabello.—Todo está relacionado. ¿No ves lasnoticias?—Ya te he comentado que no paro entodo el día. Cuando llego a la cama mequedo profundamente dormida. No meda la vida para más, pero me heenterado de lo tuyo. Lo sabe todoBuenos Aires —contestó su amigamientras servía la comida.Andrea devoró la pasta, no había

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probado algo tan rico desde antes de suviaje a España.—¿Me vas a contar? Me tienes en vilo—dijo Luisa, impaciente por lo quehabía sucedido.Andrea se detuvo en todos los detallesnecesarios, pero omitió otros. Sentíacierto temor por su amiga, ya que todaslas personas que conocían detalles sobreEl libro secreto de Hitler, terminabanmuriendo.—Mi niña, ¿has tenido que pasar todoeso? No te preocupes, ahora teencuentras a salvo.—No, al menos hasta que encuentre ellibro —contestó Andrea mientrasterminaba su plato de pasta.—¿Estás loca? Pon todo esto en

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conocimiento de las autoridades. Noserá muy difícil demostrar que eresinocente. Es todo un cúmulo de malosentendidos. La policía se hará cargo delcaso.—La policía no hará nada, tampoco losservicios secretos. Esto implica a gentemuy importante. Personas que llevandécadas viviendo entre nosotros,manipulando a la sociedad y que buscanperpetuarse en el poder.—No seas tan conspirativa.—¿Piensas que todos los males deAmérica Latina son casualidad? Hayvecinos poderosos a los que le interesanuestra debilidad, por no hablar de esosnazis que mantienen una especie deestatus quo. Hasta que no saque el libro

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a la luz no dejarán de perseguirme.Luisa asintió con la cabeza, ofreció a suamiga un té y las dos se trasladaron a ungran sillón al otro lado del salón.—Hay una cosa que me ha sorprendido.¿De verdad querías cambiarcompletamente de vida? —preguntóLuisa, mientras se calentaba las manoscon la taza. La casa estaba algo frescaen aquella época del año.—A lo mejor soy una ingrata, perosiempre me he sentido desubicada.—Tienes una madre que te quiere, unnovio encantador y un trabajoemocionante.—Yo no lo veo de la misma manera.Creo que mi madre únicamente piensaen su felicidad y que lo que quiere de mí

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es atención. Mi novio parece incapaz deasumir compromisos y mi trabajo estámal pagado, mal visto y cada vez soymás vieja, lo que quiere decir que enunos años no encontraré a nadie que mecontrate.—Yo no lo veo igual. Tu madre no esperfecta, pero es una madre. Mucho másde lo que yo he tenido nunca. A la mía loúnico que le interesaban eran sus fiestas,sus amantes y el dinero. Tu noviocontinúa enamorado de ti, por no hablarde que estaría dispuesto a hacer lo quele pidieras. Ser periodista, puede queesté mal pagado, pero has conseguidovarios reconocimientos y trabajas en loque realmente amas. ¡Eso es realmentevivir!

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Las dos amigas se abrazaron, en ciertosentido una complementaba a la otra.Eran dos caras de la misma moneda, dosmujeres intentando reconciliarse consigomismas.—Puede que tengas razón. Ahora quecasi lo pierdo todo, he comenzado avalorar lo que tengo.—Bueno, dejémonos desentimentalismos. Debemos serprácticas. ¿Cómo piensas llegar aBariloche? —preguntó Luisa.—Imagino que los aeropuertos estáncontrolados. Por eso, las dos únicasmaneras son en tren o en coche.—Te recomiendo que viajes en coche.Puedes llevarte el Jeep de mi marido.Únicamente lo utiliza en verano y no lo

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echará de menos. Tardarás al menos dosdías, conduciendo una media de ochohoras.—Intentaré descansar poco y llegar allílo antes posible.—Te acompañaría, pero no puedo dejara los niños —dijo la mujerlevantándose. Después se dirigió a unade las habitaciones y regresó con unapequeña caja metálica. La abrió con unallave minúscula y sacó un revólver.—Necesitarás esto. Espero que notengas que usarla, pero es mejor quevayas armada.Andrea tomó la pistola, miró el cargadory la dejó sobre el sillón.—Ahora descansa un poco. En cuantohayas recuperado fuerzas será mejor que

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emprendas el viaje.La mujer se recostó en el sillón. Suamiga la tapó y a los pocos segundos sehabía quedado dormida.

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Segunda parteBariloche

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Capítulo 15Leyendas Camino a Bariloche En cuanto tomó la carretera 143 lasoledad comenzó a atenazarla de nuevo.El paisaje comenzaba a ser muymonótono. Inmensas llanuras decultivos, algunos pueblos pequeños ydespués zonas semidesérticas, grandesextensiones de un vacío monótono. Apesar de llevar prendida la radio, deponer la música a todo volumen eintentar tener la mente distraída, nopodía evitar darle vueltas a todo lo que

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había sucedido. Las imágenes delcadáver de su amigo Daniel y elprofesor Darío Greenstein le venían unay otra vez a la cabeza. Pronto anochecióy tras una eternidad conduciendodecidió parar en un motel de carretera alas afueras de Neuquén. Aquella zonaera muy hermosa con bosques de pinos ybellos lagos. Le recordó a San Lorenzode El Escorial y la casa de su amigo,pero decidió irse directamente a suhabitación y descansar.Llevaba dormida poco más de dos horascuando se despertó. Tenía mucha hambreasí que se puso de nuevo la ropa y sedirigió al pequeño restaurante enfrentedel motel. Estaba abierto a pesar de sermuy tarde, no se veía a nadie en el

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salón, únicamente al dueño que mediodormitaba en la barra.—¿Qué desea, señorita?—Imagino que la cocina estará cerrada.—Depende de lo que quiera tomar.Puedo hacerle un sándwich o calentarlealgunas empanadillas.—Las dos cosas me servirán —comentómientras se sentaba en una banqueta altaen la misma barra.El hombre regresó al salón un par deminutos más tarde. El aroma delsándwich y las empanadillas aumentaronaún más su apetito.—¿No quiere nada de beber?—Bueno, una Coca Cola estaría bien.Andrea comenzó a comer en silencio sinque el hombre le quitara la vista de

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encima.—¿A dónde se dirige? En estas fechasdel año no hay tantos turistas, perousted no parece viajar por razones detrabajo.—En cierto sentido, estoy viajando porrazones de trabajo —contestó de formaescueta la mujer.—¿Viaja a Bariloche? —preguntó elhombre.—Sí, tengo que resolver unos asuntosallí.—Una bella ciudad y un entornoespectacular. Seguro que le gusta mucho.La Patagonia es una tierra decontrastes… uno de los regalos que nosdio Dios a los argentinos.—Nos dio muchos —contestó Andrea

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terminando el sándwich.—Los bosques de cipreses y coihué sonimpresionantes —dijo el hombre.—¿Qué son los coihué?—De lejos pueden parecer pinos, sontambién de hoja perenne, pero son otraespecie. Estas zonas son de una granbelleza natural. Nadie debería morir sinver antes estas tierras —comentó él.—Es la primera vez que vengo y temoque no podré apreciar mucho el paisaje.—Esta zona estaba habitada por lostehuelches, los puelches y pehuenches,pero en la segunda mitad del siglo XVII

llegaron los araucanos y dominarontodos los valles. Al parecer venían porlos pasos que encontraban en los Andes.De hecho, los españoles llegaron desde

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Chile. El primero en atravesarlo fue elcapitán español Juan Fernández que alparecer buscaba el reino mítico de laCiudad de los Césares, que algunosdecían que era una ciudad incaabandonada llena de riquezas. Unaespecie de El Dorado.—Esas leyendas motivaron a muchos adejarlo todo y buscar tesorosimaginarios —comentó Andrea.—En muchos sentidos, todos seguimosbuscando un lugar así. Deseamos pensarque existe de alguna manera.—Se llama esperanza, nadie puede vivirsin ella —comentó ella mientras tomabalas empanadillas.—Los jesuitas siguieron a losconquistadores, pero apenas se

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estableció en esta zona gente española.No fue hasta después de laindependencia que nuestro país mandolos primeros exploradores en 1872. Unode los exploradores más conocidos fueFrancisco Pascacio Moreno, eraantepasado mío. Aunque yo no heheredado para nada su espírituaventurero.—Curioso, tengo el honor de conocer aldescendiente de un gran explorador.—Tras los grandes exploradores vienenlos ejércitos y los colonos. En la décadade los 80 del siglo XIX llegaron sobretodo estadounidenses y alemanes. En1892 los primeros colonos seestablecieron en el Lago Nahuel Huapi.El más conocido fue un tal Carlos

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Wiederhold.—¿Un alemán? ¿Por qué precisamenteun alemán? —preguntó la mujerintrigada.—No estoy seguro, puede que lerecordara a las tierras de susantepasados. Bariloche siempre haestado llena de alemanes, como siatrajera a este tipo de gente. El alemánexportaba lana, papas, quesos y otrosproductos. A partir de 1901 llegó unacomunidad de suizos, al parecer con suscostumbres y religión propias. No se hanmezclado mucho con el resto de lapoblación. Muchos pensaron que seríael refugio perfecto para Hitler despuésde la guerra, pero eso son únicamenteleyendas.

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Andrea comenzó a notar el peso delcansancio y el sueño, se despidió delhombre y se dirigió de nuevo a suhabitación. Antes de dormirse intentóusar la débil señal wifi que tenía elestablecimiento. No podía quitarse de lacabeza las últimas palabras del dueñode aquella cantina. ¿RealmenteBariloche era el refugio perfecto paracriminales nazis? ¿Podía haberalbergado al mismo Adolf Hitler?

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Capítulo 16El hotel Bariloche Partió a primera hora de la mañana,pero cuando llegó a Bariloche ya habíaanochecido. El pueblo ya no era la aldeade madera y piedra de aspecto alemánde principios del siglo XX. En su lugarhabía una ciudad moderna, con edificiosaltos al pie del lago. En las dos últimasdécadas, gracias al avión, la reaperturadel ferrocarril y la mejora de lascarreteras se había vuelto una ciudadturística. Los amantes del esquí, la

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montaña y la aventura habían encontradoen aquella región remota de Argentinaun lugar seguro y casi virgen paraconvivir con la naturaleza.Andrea se dirigió directamente al hotelque había reservado. Un exclusivoresort llamado el Nido del Cóndor,desechando su primera opción. Elcomplejo parecía más la reproducciónde un pequeño pueblo bávaro que unhotel de lujo.En cuanto aparcó el Jeep en la puerta, unmozo la ayudó con la maleta y le llevóhasta la recepción. Unos minutos mástarde estaba acomodada en suhabitación. Una hermosa suite que dabadirectamente al lago. Las vistasespectaculares y la chimenea encendida

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crearon la sensación de que seencontraba en la misma Suiza.Se sentó en un sofá rojo, buscó en sutablet la casa en la que vivía el profesorGoodman, el investigador que decíaconocer el paradero del libro secreto deHitler. No vivía muy lejos del hotel. Aldía siguiente podría ir caminando. Erauna antigua villa de madera que estabarodeada de una verja de hierro negro yadornada con un frondoso jardín.Antes de acostarse pudo sacar másinformación de la nube, cambiar lasclaves e intentar que no pudieranlocalizarla. En el hotel había mostradoel pasaporte que le había prestado suamiga pues sabía que sus perseguidoresconocían su identidad falsa y la policía

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la perseguía por la muerte de Daniel y elotro profesor.Buscó los intereses alemanes en la zona.Al parecer habían comenzado en el año1921, cuando la compañía HamburgoSudamericana había comprado grandesextensiones de tierra en la Patagonia.Gracias a esta compañía muchosalemanes habían podido fundar pueblosen lugares muy apartados, donde elanonimato podía protegerlos delgobierno y viajantes curiosos.La mayoría de los alemanes sededicaron a la cría de ovejas o a otrastareas agrícolas. Alemania ademásenvió varias expediciones científicas ala zona.En los primeros años del siglo XX ya

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había en Argentina dos bancosalemanes, consorcios de inversión,infraestructuras, importantes casasalemanas de negocios. Antes de queestallara la Primera Guerra Mundial,Argentina ya era el segundo sociocomercial de Alemania no europeo traslos Estados Unidos de Norteamérica.Los servicios secretos aliados pensabanque el Káiser tenía pretensiones deexpansión militar sobre Brasil, Chile yArgentina si ganaba la guerra.La población alemana en Argentinacontinuó creciendo hasta llegar a más de140.000 hacia 1932; menos de ochoaños después la cifra ya sobrepasaba los250.000 inmigrantes alemanes. Desde unprimer momento, muchos de los

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emigrantes alemanes simpatizaron conlas ideas nazis. El primer golpe militarcontra la democracia argentina lo daríaun joven oficial instruido en Alemaniallamado José Félix Uriburu.Los primeros en introducir en Argentinael nacionalsocialismo fueron losmarineros que atracaban en los puertosdel país. En 1931 se fundó en BuenosAires el llamado Grupo de CampoArgentino del PartidoNacionalsocialista Alemán. Tres añosmás tarde lograron reunir en un teatro deBuenos Aires a más de 3.000simpatizantes. El embajador alemán enese momento, el señor Therman era unclaro partidario de los nazis.Tras la llegada de los nazis al poder, las

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escuelas de habla alemana comenzaron aimpartir el ideario nazi en las clases. Lamayoría de los colegios alemanesestaban bajo la dirección del estadonazi.Antes de que estallara la SegundaGuerra Mundial, los nazis establecieronen el país una red de espías, quepretendían crear en el territorio bases deaprovisionamiento y municiones. Elacorazado Schlesien llegó a BuenosAires el 31 de octubre de 1937, pararealizar una amplia campaña depropaganda pro nazi.Andrea se tumbó en la cama y observódurante un rato el fuego de la chimenea.Daniel había incluido algunas fotosinteresantes en las que aparecían

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instalaciones alemanas con banderasnazis o la celebración por parte de losargentinos austríacos de la anexión de supaís por los alemanes en 1938. El día 10de abril de ese año en el estadio LunaPark de la ciudad de Buenos Aires sereunieron más de 20.000 personasfavorables al nazismo.Al estallar la guerra, puertos remotossirvieron para abastecer a buques ysubmarinos alemanes. Aunque la alarmacundió en Argentina cuando se filtró undocumento de la embajada alemana en elque se hablaba de una posible ocupaciónde la Patagonia.Andrea dejó la tablet a un lado,necesitaba descansar un poco, al díasiguiente debía ver al profesor Goodman

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e intentar descubrir dónde se ocultaba Ellibro secreto de Hitler.Mientras el fuego crepitaba en lachimenea, Andrea logró relajarse hastacaer en un profundo sueño.

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Capítulo 17Sorpresa Bariloche Antes de visitar la residencia de losGoodman tomó un copioso desayuno enel hotel. En las últimas semanas habíaaprendido que nunca sabía cómo iba aterminar la jornada. Después pidió unmapa de la zona en recepción, se sentóen un sofá unos minutos y trascomprobar que el lugar estaba a pocomás de veinte minutos andando, decidióir a pie.La nieve aún se podía contemplar en los

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picos de las montañas. Como lahumedad y el frío parecían calársele enlos huesos como pequeñas tenazas,decidió parar en una tienda cercana ycomprarse algo de ropa de abrigo. Unosminutos más tarde reemprendió elcamino algo más abrigada.El amplio paseo de edificios deapartamentos y pequeños hoteles dejópaso a una zona residencial de hermosasvillas de piedra y madera. La mayoríapertenecían a las familias más pudientesde la ciudad, pero otras eran residenciasde veraneo de las fortunas más notablesde Argentina.Se paró enfrente de la residencia de losGoodman. Era una casa amplia,construida con gigantescos troncos de

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madera y piedras inmensas. Parecía tansólida como si llevara cien años situadaen el mismo lugar, aunque por algunosdetalles podía observarse que laconstrucción era mucho más moderna.Pasó la verja y cruzó por un sendero depiedra hasta la puerta principal. Llamóal timbre y esperó unos momentos.Nadie contestó y Andrea curioseó porlas ventanas que daban al porche, perounas cortinas blancas ocultaban elinterior.La puerta se abrió al fin y apareció unhombre de algo más de cuarenta años.Era alto, con el pelo castaño, aunque enalgunas partes comenzaba a blanquear,los ojos azules y una barbacompletamente canosa.

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—Perdone, venía a ver al profesorGoodman —dijo Andrea algo nerviosa.Esperaba encontrarse con un hombreanciano y la primera impresión de aqueldesconocido no coincidía con larealidad.—¿Usted quién es? —preguntó elhombre con el ceño fruncido.—Soy… —dudó por un momento. Nosabía con qué identidad presentarse,pero al final pensó que lo mejor era darsu verdadero nombre— Andrea Zimmer.—¿Andrea Zimmer? No recuerdo que miabuelo la haya mencionado nunca —dijoel hombre muy serio.—Su abuelo no me conoce, soy la amigade un colega suyo, Daniel Rocca. Alparecer los dos mantenían una relación

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epistolar y su abuelo le comentó a miamigo que conocía el paradero de unlibro en el que ambos estabaninteresados —dijo ella.—Por favor, pase. Mi nombre esTeodoro Goodman.Andrea entró en la casa con algo decautela, pero cuando observó junto alrecibidor la foto del hombre unos añosantes, junto a un encantador anciano depelo blanco, se tranquilizó un poco.Caminaron en silencio hasta el salón ydespués el hombre la invitó a que sesentase.—¿Desea tomar algo caliente? Estáhaciendo mucho frío y tiene la nariz roja—dijo el hombre.—Sí, por favor.

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El hombre preparó un té y despuésregresó al salón. Andrea no dejó deadmirar las paredes forradas de libros.Prácticamente no había sitio para otracosa.—Mi abuelo era un gran amante de lalectura —comentó el hombre dejando elservicio sobre una mesita hecha controncos de madera.—¿Era?—Sí, falleció hace menos de un mes.Todos esperábamos ese desenlace,llevaba años con problemas de corazón,pero uno nunca se está preparado para lamuerte de un ser querido.—Le entiendo.—Llevamos desde entonces pensadoqué hacer con la casa. Mi padre era hijo

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único, falleció hace unos años. Mishermanos no tienen interés en ella y yome lo estoy pensando. Me dedico almundo de la moda y viajo mucho,aunque tal vez sea un buen momentopara sentar la cabeza. A mi edad ya notengo ofertas tan atractivas como antes.—¿Es usted modelo?—Sí, también en ocasiones agente, perollevo más de veinte años como modelo.Andrea comprendió por qué le sonabatanto aquella cara. La había visto enalgunos anuncios y portadas de revistas.—Nosotros, los Goodman, somosoriginarios de Bariloche. Mi bisabuelollegó aquí en los años treinta, escapandocomo muchos otros de la pobreza enEuropa.

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—Entiendo.—¿Qué era exactamente lo que queríade mi abuelo?—Lo cierto es que él tenía ciertainformación sobre un libro importante—dijo Andrea.—¿El libro secreto de Hitler? —preguntó el hombre.Andrea se quedó boquiabierta. ¿Cómopodía saberlo?—Mi abuelo estaba obsesionado con ellibro. Llevaba años buscándolo. Creíaque en él se desvelaban muchos secretossobre Adolf Hitler y sus planes paraAmérica. No sé si logró encontrarlo,pero imagino que dirá algo en susapuntes. Lo hemos dejado todo tal ycomo estaba cuando lo encontramos

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muerto.—¿Lo encontraron muerto?—Sí, era muy cabezón y no quería quenadie viviera con él. Yo solía veniralgunas semanas en verano, perollevábamos casi un mes sin verlo. Todoslos días venía una chica a limpiar y ahacerle la comida. Una de las mañanas,cuando la chica llegó él ya estabamuerto. La autopsia dictaminó causasnaturales, tenía más de ochenta años,problemas de corazón y no se cuidabademasiado —le explicó el hombre.—¿Están seguros de que murió porcausas naturales? —preguntó Andrea.—Sí, él también era muy dado a creer engrandes conspiraciones, pero murió ensu cama, muy tranquilo.

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—Entiendo…—Si quiere entrar en el estudio, no meimporta que investigue. Yo llevo díashaciendo un inventario de todas lascosas. Tenemos que decidir quédejaremos y qué regalaremos. Mishermanos quieren vender la casa y yo notengo dinero suficiente para retenerla enla familia. La verdad es que es unaverdadera pena.El hombre la llevó hasta una puertagigante de doble hoja, la abriólentamente y los ojos de Andreacomenzaron a iluminarse. La sala eracompletamente redonda, pero de unasdimensiones increíbles. Los librosocupaban todas las paredes y unpequeño laberinto con la forma de la

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estrella de David.—Espero que no se pierda. Justo alfondo estaba su mesa de trabajo yarchivos personales. Mi abuelo no creíaen los ordenadores, guardaba cientos depapeles y pequeñas libretas de pielnegra. También toda la correspondenciaclasificada por años. Algunas veces metocó ayudarlo para poner orden.—Gracias —dijo emocionada.Caminó despacio por los pasillos deaquel increíble laberinto de libros hastallegar a un círculo en el que seencontraba la mesa del escritorio y unosarchivadores de madera. Se sentó en lamesa y alzó la vista, justo enfrente seencontraba la mayor colección de librosy obras sobre Adolf Hitler que había

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visto jamás, aún mayor que la de suamigo Daniel Rocca.

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Capítulo 18La BibliotecaSecreta Bariloche Andrea comenzó ojeando lacorrespondencia entre Daniel y elprofesor Goodman. Comprobó quecomenzaba varios años antes, cuando suviejo amigo aún vivía en Buenos Aires yse interrumpía poco antes de la muertedel profesor. En las cartas hablaban demuchas cosas, sobre todo relacionadascon la Segunda Guerra Mundial, el

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nazismo y la llegada de simpatizanteshitlerianos a América, pero en el últimoaño el único tema del que hablaban erasobre el libro de Hitler.En la última carta recibida porGoodman, ya que no tenía las enviadaspor este, su amigo le comentaba:«Es increíble que lo hayamos tenido tancerca y no pudiéramos verlo. Yo nopuedo viajar, pero alguien de miconfianza, que vive en Argentina, pasaráa buscar la información».Después de la correspondencia, estuvoleyendo por encima los diarios.Comenzaban en 1945, cuando elprofesor Goodman cumplió los quinceaños de edad y terminaban ese mismoaño.

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Andrea miró por curiosidad losprimeros diarios, aunque pensaba queapenas tendrían importancia, pero justoen el segundo de los diarios vio una notaque la dejó sorprendida:«Lo he visto, los rumores parecenciertos. Intentaré acercarme a la casauna de estas noches».La mujer tomó los primeros cuadernos yalgunos de los últimos y los guardó ensu mochila, quería pedir al nieto delprofesor que se los prestara para leerlostranquilamente aquella noche.Después registró los cajones, no habíagran cosa. Plumas usadas, algunosmapas viejos de Bariloche y otroslugares, una lupa y un abrecartas. Elcajón más pequeño estaba cerrado con

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llave. Buscó por la mesa, pero noencontró ninguna. Tomó el abrecartas yforzó la madera. El cajón se abrió y vioen el interior el dibujo de una especie degran esvástica y justo en el centro laletra H.Estuvo un buen momento intentadodescubrir de qué se trataba, hasta quemiró a su alrededor y comprendió queaquella sala tenía la forma de unainmensa esvástica dentro de un círculo.Se dirigió hasta el vértice y buscó, no seveían nada más que libros y estanterías.Hasta que se percató de una pequeñacruz de hierro de las que se concedíanen la Gran Guerra, la levantó y almomento escuchó un chasquido ydespués notó que se abría una compuerta

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detrás de la estantería. Entró y observóuna escalera en espiral que descendía, lasiguió, pero se paró a los pocospeldaños. Encendió la linterna de suteléfono y continuó descendiendo.Tuvo que bajar varios metros antes dellegar al suelo del sótano. Vio uninterruptor y prendió la luz. La sala seiluminó. Era de forma circular, pero máspequeña que la superior. En lasestanterías había libros, algunossímbolos nazis, pero lo que más le llamóla atención fue un gran mapa de Américacon muchos países señalados con unaesvástica. Miró en la estantería queestaba abajo y leyó:—Plan de Hitler para dominar América.Se quedó boquiabierta. ¿Qué era

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realmente lo que había descubierto elprofesor Goodman? Llevaba décadasinvestigando a Hitler, pero para él noera un tema del pasado, en el fondosabía que las ramas del nazismo habíanseguido creciendo todo ese tiempo.Andrea tomó uno de los tomos de colorrojo y los puso sobre un escritoriopolvoriento y comenzó a leer.

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Capítulo 19El plan Bariloche Andrea se sentó y comenzó a leer ellibro con verdadera devoción. Sentíacómo cada palabra, cada frase abría sumente a una realidad que desconocíahasta ese momento:«La mayoría de los historiadoressiempre han comentado que Adolf Hitlerno estaba interesado en el continenteamericano, que sus planes se centrabanen el Este de Europa y buscar el espaciovital para el desarrollo del pueblo

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germano. Los planes de Hitler paraAmérica siempre fueron material de altosecreto, aún después de la guerra losaliados no se atrevieron a hacerlospúblicos. Alemania declaró la guerra alos Estados Unidos después de PearlHarbor. Su política de alianzas parecíaabocarle a una guerra contra el «gigantedormido», que en aquel momento eranlos Estados Unidos.El ejército alemán había evitadoformular planes para un ataque aAmérica por el temor a que esoprovocara la entrada de los EstadosUnidos en el conflicto. Los alemanesdespreciaban la capacidad bélica de losnorteamericanos. No los considerabanlos artífices de la derrota de la Gran

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Guerra, ya que creían que la derrota sehabía debido a una traición interna.Hitler defendía que los judíos habíanminado el poder en Alemania, hastaconseguir que esta capitulara, cuando elresultado de la guerra aún era incierto.El gran problema para atacar losEstados Unidos no eran las defensasnorteamericanas sino la lejanía de losfuturos objetivos. Los nazis fueronocupando zonas más próximas a lascostas norteamericanas desde dondelanzar sus ataques. Adolf Hitler inclusoapoyó el proyecto de construir unbombardero llamado Amerika, quepodía llegar hasta Nueva York ybombardearlo.Todos estos planes eran apenas una

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pequeña muestra de los planes de Hitlerpara América. Desde los años treinta,Adolf Hitler había creado comunidades,bases y preparado soldados para laocupación total de Sudamérica. Encuanto la guerra se estabilizase enEuropa, los nazis tomarían el control depaíses como Argentina, Brasil, Uruguay,Paraguay, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador,Panamá, Colombia, Venezuela y algunasislas del Caribe.Los nazis instalaron en 1940 variasbases secretas en Argentina. Una deellas se encontraba en la provincia deMisiones.Las pruebas de la invasión deLatinoamérica fueron descubiertas porun espía norteamericano en Berlín que

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logró hacerse con algunos planos ydocumentos en los que los nazisreflejaban el nuevo orden mundial trasla guerra. Los nazis dividirían elcontinente en cinco países vasallos,terminando con la mayor parte de lospaíses más pequeños. Los cinco paíseseran: Argentina (con ella se incluíaUruguay, Paraguay y parte de Bolivia),Nueva España (Ecuador, Venezuela,Colombia y Panamá), Brasil (con partede Bolivia y las Guayanas) y por últimoChile con parte de Perú y Bolivia».Andrea paró un momento la lectura.Tomó unas notas habladas y despuéscontinuó.«Adolf Hitler no se limitó a soñar unaEuropa bajo su dominio, tenía un

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verdadero plan para gobernar el mundo.Sus doctrinas racistas pretendíansojuzgar Asia, África, Oceanía, Américay naturalmente Europa. Adolf Hitlerdesarrolló sus teorías racistas y sudeseo de expansión hacia el Este en sufamoso libro Mein Kampf. Esta visióngeopolítica durante su encarcelamientoen 1924 se vio ampliada por un librosecreto que nunca se llegó a publicar,pero que contenía las directrices aseguir en la expansión del Tercer Reichy un posible Cuarto Reich.Adolf Hitler dio un discurso en laUniversidad de Erlangen, en noviembrede 1930, en el que decía que losalemanes tenían el derecho a gobernar elmundo por completo. Para conseguirlo

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debía utilizarse la fuerza de las armas,pero también la astucia, la diplomacia yel engaño. El Estado nacionalsocialistaera profundamente inmoral, para él elbien supremo y el fin estaban por encimade los métodos a utilizar.Rudolf Hess describió en una carta aWalter Hewel, un diplomático nazi, en1927 que la paz mundial únicamentesería posible si había un dominio activode los alemanes y que este dominioúnicamente se alcanzaría con la fuerzade las armas. Los alemanes estabanllamados a convertirse en una especiede policía mundial y en árbitros de losgrandes conflictos.Heinrich Himmler, lugarteniente deHitler y fundador de las SS, opinaba que

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se necesitarían siete años de guerra paraconvertir a Alemania en el ImperioGermánico Mundial o GermanischesWeltreich.La visión de Hitler para Europa era lacreación de una Confederación Europea.La idea había surgido del ministro deAsuntos Exteriores alemán Joachim vonRibbentrop y comprendía una Europaunida bajo el dominio alemán, en el queestaría presente Alemania, Francia,Italia, Dinamarca, Noruega, Finlandia,Eslovaquia, Hungría, Rumanía,Bulgaria, Serbia, Croacia y Grecia.España podría ser estado asociado. Losúnicos estados independientes seríanPortugal, Noruega y Suiza. Fuera delcontinente estarían Gran Bretaña e

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Irlanda. La unidad sería total, pero serespetarían algunas singularidades. Deesa manera Hitler pensaba que semostraría una cara de unidad frente alresto de continentes.Además, existiría un Gran Reichgermano, donde se procuraría lagermanización de la población. Dentrode este Gran Reich estarían Austria,Alemania, República Checa, Ucrania,Polonia, Dinamarca Suecia, Finlandia,Repúblicas Bálticas, parte de Rusia,parte de Francia, Holanda y parte deBélgica. Para ello se asentaríapoblación alemana en estos territorios yse germanizaría a los paísesanexionados realizando una limpiezaétnica en los mismos.

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Alemania recuperaría sus colonias enÁfrica, además de las de origenportugués y francés en la zonasubsahariana.Asia se dividiría en dos, una parte parasu aliada Japón y la otra para Alemania.La división del territorio se produciríaen el río Yenisei en Siberia. Seríanestados vasallos Afganistán, Pakistán,Irán, India británica y Oriente Próximo.Oceanía se concedería a Japón, queocuparía Australia y el resto de islas delPacífico».Andrea estaba a punto de llegar a laparte en la que el libro hablaba de losplanes específicos para América,cuando escuchó pasos.—¿Cómo ha encontrado este lugar? —

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preguntó el hombre mientras descendíapor las escaleras.—Vi un plano en el cajón de la mesa desu abuelo, al parecer en esta salaescondía los libros más valiosos y suspapeles más importantes. Sin duda temíaque alguien pudiera encontrarlos —comentó Andrea.Teodoro contempló la sala, lasestanterías, los libros y losarchivadores.—¿Cómo nos ha podido ocultar estodurante tanto tiempo? ¿De qué tratanesos libros que está leyendo?—Son una colección publicada por laeditorial argentina Nuevo Orden. Nuncala había escuchado. Puede que fuera unaeditorial clandestina, que únicamente

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conocían los nazis de América. Esincreíble lo que cuenta, se lo aseguro.—¿De qué trata?—Sobre la política de Adolf Hitler paragobernar el mundo —contestó Andrea.—Bueno, eso ya no tiene muchaimportancia. No importa que tuviera losplanes más descabellados, ya estámuerto y los nazis no tienen ningúnpoder —dijo el hombre.—¿Está seguro de eso? —preguntóAndrea.Teodoro se quedó pensativo, despuéstomó el libro y lo observó por unosmomentos.—¿Los planes de Adolf Hitler paraAmérica?

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Capítulo 20La primera noche Bariloche Teodoro se sentó a su lado. Andrea tomóotro de los libros y comenzó a leer:«Los alemanes eran conscientes de queun ataque a los Estados Unidos o unainvasión de América era muy compleja.Por un lado, la lejanía de los objetivos ypor otro, la falta de una armada quepudiera dominar los océanos y prepararuna supuesta invasión. La estrategia deHitler era a largo plazo. Para ello apoyóla tesis que convertía en ario a todos los

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nativos norteamericanos. El propiopresidente Franklin D. Roosevelt hablóde los planes nazis para socavar odestruir las democracias parlamentariasen América.Hitler creía que una vez derrotada laGran Bretaña, podría utilizar su flotapara dominar los mares e invadirAmérica. Aunque los más osados eranlos planes de los nazis para dominarAmérica del Sur.Adolf Hitler al principio no prestómucha atención a América del Sur,pensaba que era una tierra de mestizos,cosa que abominaba, pero la instalaciónde grandes comunidades de alemanes yaustríacos durante el siglo XIX, le hizosoñar con la posibilidad de realizar en

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América todo tipo de experimentossociales.El primer objetivo fue crear unadependencia económica de América,para que los Estados Unidos dejaran deser el principal socio comercial delcontinente. La principal prueba queencontraron los aliados fue el mapa quedividía América en cinco países, pero¿cuál sería el papel de Alemania enAmérica una vez terminada la guerra?El documento secreto se encontró porcasualidad en Buenos Aires tras elaccidente de un mensajero delembajador, aunque muchos han dudadode la autenticidad del mapa.En primer lugar, Hitler quería persuadira las élites blancas de los países de

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Sudamérica y Centroamérica para que seconvirtieran a las ideas nazis».Teodoro miró a la mujer, llevaban variashoras en el sótano y aún no se creía queaquel lugar pudiera existir, tampoco lasideas aparentemente disparatadas detodos aquellos libros.—Puede que todo se trate depropaganda. Es algo muy común en losnazis. Inventaban falsos rumores ydespués los esparcían para crear pánico.—Esta editorial era privada yúnicamente servía libros a lossimpatizantes nazis. ¿Cómo podía crearrumores?—Es cierto, será mejor que se tome unrespiro. ¿Quiere cenar algo? Lleva todoel día aquí encerrada.

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—Sí, estoy muerta de hambre —comentó mientras estiraba los brazos.—Prepararé unas verduras y unos filetesde ternera. En esta zona hay muy buenacarne.—Estupendo. ¿Puedo llevarme losdiarios de su abuelo para leerlos en elhotel?—Sí, pero le pido que los cuide ydespués me los devuelva —comentó elhombre.—En ellos debe dar más informaciónsobre lo que he leído y el paradero dellibro secreto de Hitler —contestóAndrea.Teodoro se marchó a preparar la cenamientras ella ojeaba un poco más loslibros de las estanterías. La riqueza de

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la biblioteca secreta era increíble.Reunía algunos de los inventos secretosde los nazis, que no habían podido sacara la luz tras perder la guerra. Algunos sehabían llevado a cabo, pero otros aúneran meras teorías. Los más conocidoseran las famosas bombas voladoras V-1,los lanzacohetes Fliegerfaust, el coheteA9 y A10 AmeriKa. Algunos de loslibros detallaban un increíble cañónsónico, para destruir los tímpanos de losenemigos, un arma solar, el bombarderoHenschel hs 132, con un motor apropulsión. El cañón K, uno de los másgrandes concebidos en el mundo, capazde perforar un búnker. El tanque PanzerVIII Maus, con motor eléctrico híbrido,el gigantesco tanque Landkreuzer de

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1.000 toneladas. Uno de sus aviones másambiciosos era el cazabombarderoHorten Ho 229, una gigantesca alavolante con propulsión a chorro.—Andrea, la cena está lista —dijoTeodoro asomándose a la escalera.Dejó los libros. Muchas veces cuandoestaba tras una investigación tenía lasensación de que no necesitabaalimentarse o dormir. Después solíatener un fuerte decaimiento, pararecuperar la energía perdida.Ascendió hasta la biblioteca principal ydespués se dirigió a la cocina. Allíestaba él preparando una cenaimprovisada.—Todo tiene muy buena pinta.—Esta mañana temprano compré algo

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de pan, es otra de las delicias de estazona —comentó Teodoro.Se sentaron a comer y durante algunosminutos apenas cruzaron palabra,después Teodoro propuso un brindis y laconversación comenzó a fluir de nuevo.—Por la oportunidad que nos da la vidade conocer gente nueva —dijo él.—Brindo por eso.—¿No tiene la sensación de que amedida que uno se hace mayor conoce amucha menos gente?—No me hables de usted —dijo Andrea.—Perdona, es la costumbre. Por miprofesión continúo conociendo apersonas nuevas a menudo, pero lamayoría de las veces me da muchapereza profundizar en las relaciones.

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Por eso te lo comento.—A mí tampoco me conoces —dijoAndrea.—En cambio tengo la sensación deconocerte de antes.—Si has vivido en Buenos Aires, seguroque hemos coincidido en alguna parte.—No me refiero a que me suene tu cara,es la sensación de conocerte enprofundidad.—Tal vez en una reencarnación anterior—bromeó Andrea.—¿Tú también crees en esas cosas? —preguntó Teodoro.—No, era broma —dijo la mujerdejando que el efecto del vino larelajara un poco.—Me pasa únicamente con ciertas

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personas, será que logramos conectarantes, como si fuéramos almas gemelas.—¿Tu familia lleva aquí desde sullegada a la Argentina?—No, mi bisabuelo vivió antes enCórdoba, después vino aquí a probarfortuna. Mi familia se dedicaba aexportar algunas cosas; podemos decirque eran intermediarios, aunque ahoraesté mal visto.—¿Tu abuelo también?—El nació aquí. No en esta casa, pero síen la ciudad. Imagino que esto antes eranapenas algunas casas, la zona de lossuizos y poco más. Desde que era niñoBariloche ha cambiado mucho. Miabuelo construyó esta casa y todos losprimos veníamos aquí, mejor dicho,

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primos segundos. Yo tenía una relaciónespecial con él, siempre me comentabaque le recordaba a él de joven. Nuestrafamilia provenía de Austria, aunque nocreo que mi abuelo fuera nunca a esepaís. No sabemos alemán, aunque nosquedan algunas costumbres.—Qué interesante.—Nuestra familia provenía de unaantigua saga judía. Éramos sefardíes,nuestros antepasados vivían en Sevilla,pero tras la expulsión se instalaron enPraga y después en Viena. Se cambiaronel apellido Segovia por Goodman.Cuando los nazis llegaron al poder, mibisabuelo decidió venir a América.—Pues Bariloche no era el mejor lugarpara perder de vista a los nazis —

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comentó Andrea.—Nazis había en toda la Argentina. Eradifícil no toparse con ellos, pero lallegada al poder de Perón animó a mibisabuelo a trasladarse aquí. Siemprehubo nazis, pero la mayoría llegódespués de la guerra —dijo el hombre.—Incluso se rumoreó que Hitler habíavivido aquí, tras escapar del búnker.Teodoro miró a la mujer un rato,saboreó de nuevo la copa y después ledijo:—Venga a ver esto.Los dos dejaron la cocina y caminaronhasta el amplio salón. Allí el hombreabrió unos cajones y sacó varias fotosviejas en blanco y negro. No eran muynítidas, pero se veía claramente la figura

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de un hombre.—¿Es Adolf Hitler? —preguntó la mujersorprendida.—¿Usted qué cree?Andrea las observó con detenimiento.Quería cerciorarse de que no se tratabade una ilusión óptica.—Estas fotos las hizo mi abuelo afinales de 1945. Se trata de Adolf Hitlery la mujer que se encuentra a su lado esEva Hitler, más conocida por su nombrede soltera, Eva Braun.

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Capítulo 21Huida desesperada Bariloche Escucharon un fuerte ruido, como laexplosión de un cristal. Andrea aferró sumochila, que estaba en el suelo y seagachó. Teodoro miró a su espalda y viovarias sombras moviéndose por eljardín.—Ven —dijo a la mujer mientras corríahacia la parte trasera de la casa.Andrea lo siguió y entraron en lo queparecía un garaje. Allí había ungigantesco Hummer de color negro.

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Subieron al vehículo y el hombre pisó elacelerador. La puerta del garaje nohabía terminado de abrirse, pero elcoche la embistió como si fuera una hojade papel y salió a toda velocidad a unpista de tierra. Después Teodoro dio unvolantazo y recorrió los doscientosmetros que le separaban de la valla atoda velocidad. Golpeó la puerta y salióal paseo. Escucharon algunos bufidosque no supieron interpretar, pero que setrataba de disparos con silenciador.—No te preocupes, conozco estasmontañas como la palma de mi mano.Este coche siempre lo tengo dispuestoaprovisionado y cuenta con todo tipo deequipos de supervivencia. De vez encuando subo a la montaña y me gusta

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estar preparado.El Hummer cruzó las calles silenciosasa toda velocidad, después se dirigióhacia la carretera 40 y comenzaron abordear el lago.—¿Se puede saber quién demonios tepersigue?—Lo cierto es que no lo sé. En Madridun sicario intentó matarme, en Uruguayme capturó un grupo de nazis después deasesinar a la persona que fui a ver ydespués me liberó un grupo de extremaizquierda al que logré dar esquinazocerca de Buenos Aires.—Dios mío, eres muy peligrosa —dijoTeodoro mientras recorrían la carreteraa oscuras.—Lo siento —dijo Andrea a manera de

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disculpa, sabía que todas las personasque querían ayudarla terminabanasesinadas.—Curiosamente vamos hacia Villa laAngostura. Una ciudad algo máspequeña que Bariloche.—¿Qué tiene eso de interesante? —preguntó Andrea.—Justo a las afueras de la ciudad existeun lugar muy curioso. Una villa que en1943 compró un pro nazi llamadoEnrique García Merou, un amigo muycercano de Perón. La villa se llamabaInalco, la construyó Alejando Bustillo,un arquitecto muy popular en lacomunidad alemana de Bariloche. Eledificio es muy parecido al famoso Nidodel Águila de Hitler en Alemania, como

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si se la hubieran construido a propósito.Muchos creen que vivió aquí un tiempo,que usaba la residencia como su baseprincipal, pero que realizó viajes aChile, al Mar de Plata, paraentrevistarse con Ante Pavelic, el lídercroata que se refugió en esa ciudad yhasta a Córdoba, otra zona conimportantes líderes nazis.—¿Podemos verla?—Estás completamente loca. Nos siguenunos tipos armados.Aunque al final cambió de opinión.Teodoro pasó Villa La Angostura ycontinuó por la carretera 131, buscó uncamino forestal y ocultó el coche.—Está muy cerca. A menos de unkilómetro a pie —dijo señalando un

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sendero en mitad de los árboles.Bajaron del coche y Teodoro encendióuna linterna. Caminaron unos minutoshasta llegar a una playa. La casa estabajunto al río. La construcción unía variostipos de edificios hasta formar unacolosal mansión.—La mansión solía estar aislada eninvierno. La comunicación se hacíaprincipalmente por barco —dijoTeodoro al llegar hasta el límite delbosque.—Hay luz dentro —comentó Andreaseñalando una de las ventanas.—No puede ser… que yo sepa llevadécadas deshabitada, aunque tiene unnuevo dueño que se preocupa pormantenerla en buen estado e impedir los

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saqueos. Cuando yo era pequeño entréuna vez. El padre de uno de losguardeses era amigo mío.—¿Cómo es por dentro? —preguntó.—Una casa enorme de inmensossalones, tiene muchas estancias yhabitaciones. A mí me pareció siempremás un gigantesco campamento que unavivienda. Imagino que en otros tiemposvivieron en ella al menos mediocentenar de personas.—Un pequeño ejército —dijo Andrea,que comenzaba a sentir el frío en loshuesos a pesar del polar que le habíaprestado su acompañante.Teodoro apagó la linterna y se acercóagachado hasta la casa. Andrea losiguió. Se aproximaron a una de las

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ventanas y el hombre echó un vistazo.Fueron apenas unos segundos, perosuficientes para que pudiera contemplara unos hombres hablando. Eran deavanzada edad, pero parecían estar enbuen estado físico.—¿Qué has visto? —preguntó Andrea.—Unos hombres, nada sospechoso…—¿Nada sospechoso? Esta es lamansión en la que pudo habitar Hitler yhace una hora nos atacaron un grupo denazis en la casa de tu abuelo. No creoque se trate de una coincidencia.—¿Y qué quieres que hagamos?¿Llamamos a la policía?—No, ¿de qué los podemos acusar?Escucharon una lancha que seaproximaba al pequeño embarcadero.

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Media docena de personas bajaron deella y se dirigieron a la puerta principal.—Esos pueden ser los que nos atacaron—dijo la mujer señalando al grupo quehabía entrado en la casa.—Será mejor que nos marchemos deaquí —dijo Teodoro. Apenas habíapronunciado la última palabra cuandoescuchó el ladrido de unos perros.Corrieron de nuevo hacia el bosque,pero los ladridos se escuchaban cadavez más cerca. Escalaron la ladera endirección al coche y apenas habíanllegado de nuevo al sendero, cuando losladridos se convirtieron en gruñidos.Cuatro perros los rodeaban.La oscuridad únicamente permitía quevieran sus ojos brillantes y sus dientes

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blancos. Andrea reprimió un grito. Suacompañante sacó de la mochila unapistola de bengalas y apuntó a uno de losanimales. Antes de que este se lanzara apor él, logró disparar. El perro fuealcanzado de lleno. La bengala seincrustó en su boca y comenzó a arder,ante los gemidos desesperados delanimal. El resto de los perros se quedópetrificado, como si no supieran quéhacer.Comenzaron a correr de nuevo ysubieron en el coche. Teodoro salió a lacarretera principal y continuó sin miraratrás.—¿A dónde vamos? —preguntó Andrea.—Tengo un pequeño apartamento enChile, en una zona llamada Valdivia.

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Uno de mis hermanos lleva añosviviendo en Santiago, lo usa como casade veraneo.Viajaron sin parar hasta Anticura, allírepostaron y desayunaron algo. Elcamino era espectacularmente bello,pero Andrea tenía en la cabeza otrascosas. No estaba segura de si se estabaalejando o acercando a su objetivo. SiHitler había sobrevivido al búnker enBerlín y había llegado a Argentina, sinduda se había llevado el manuscrito desu libro. Entonces, ¿A qué se habíadebido la muerte de Max Amann? ¿Quésecretos guardaba realmente ese libroque ya había provocado tantas muertes?¿Qué había descubierto el profesorGoodman?

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Capítulo 22Chile Valdivia Llegaron al apartamento de noche.Estaba en una hermosa zona residencialde casas pequeñas de tejados muyapuntados. Parecía un pueblo del nortede Europa más que de la coste de Chile.Andrea ya había estado en el país, peronunca tan al sur. Siempre había ido aValparaíso o a Santiago de Chile.Argentina y Chile eran dos naciones quesiempre se habían dado la espalda.Desconfiaban la una de la otra y

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parecían siempre encontrarse en unaeterna disputa.Andrea entró en la casa, Teodoro buscóen la despensa algo que pudieran comer.Sacó algunas latas e improvisó la cena.Puso la mesa en el jardín de atrás ycuando la mujer estuvo lista comenzarona cenar.—Siento haberte metido en todo este lío—le dijo a ella.—Bueno, necesitaba un cambio de aires.La casa de mi abuelo me estabaasfixiando… son demasiados recuerdos.—Debió ser un gran hombre.—Sí, lo fue. Dedicó toda su vida a laenseñanza y el periodismo. Creo que tuprofesor y él se conocieron en launiversidad, debió ser alumno suyo. Mi

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abuelo no se fue al exilio en ladictadura, pero regresó a Bariloche, loque era poco menos que un exiliointerior. Entonces se obsesionó conencontrar las conexiones entre lasdictaduras que estaban surgiendo enSudamérica y los nazis.—Siempre se ha dicho que fueron losnorteamericanos y la CIA los queprovocaron los golpes de estado de losaños setenta y ochenta —dijo Andrea.—Sin duda la CIA participó, pero nofueron los únicos interesados en lasdictaduras de derechas.—¿Por qué se obsesionó tu abuelo coneste tema?—Él impartió clases en la universidadde Buenos Aires, pero al verse retirado

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de manera forzosa continuó algunasinvestigaciones que había comenzadosiendo aún un joven. Ya te comenté quecon poco más de quince años hizo lasfotos que viste. Descubrió que AdolfHitler no estaba muerto, sino querealmente había logrado refugiarse consu esposa en Bariloche.—Pero eso es imposible. El EjércitoRojo encontró los restos de Hitler y EvaBraun en los alrededores del búnker ydecenas de testigos afirmaron que sehabía suicidado el 30 de abril de 1945.—Eso es lo que siempre hemos creído,la versión oficial, pero mi abuelo sabíalo que había visto. Se puso a investigarel caso y encontró muchas cosas que nocoincidían. Supuestos errores en la

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versión final del suicidio.—¿Qué tipo de errores?—Según la versión oficial se suicidó almediodía, para ser exactos a las 15:30de la tarde. Un día antes habíapreparado su testamento político ypersonal, también se había casado conEva Braun, como intentando cumplir elúltimo deseo de la que fue su amanteoficial. El día del suicidio comió consus secretarias, después se despidió dela gente más cercana, sobre todo de losGoebbels, Magda incluso intentódisuadirlo para que no se suicidara. Sedespidió de sus edecanes Heinz Linge yOtto Günsche y después se encerró conEva en sus cuartos privados. Quinceminutos más tarde, cuando los edecanes

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entraron encontraron a Adolf Hitler ensu diván preferido junto a Eva. Hitlerestaba doblado sobre sí mismo con unamueca deformada en la cara y unapistola Walther PPK de 7,65 mm al ladode su mano derecha. Eva estaba a sulado, tendida a lo largo del diván y no sehabía disparado al caer fulminada por lacápsula de cianuro que había tomado.—Eso es lo que he leído.—Luego se deshicieron de los cuerpos,los llevaron fuera del búnker y losquemaron frente a Joseph Goebbels yotros cargos nazis. Los obuses que caíanal lado de la Cancillería impidieron quesiguiera el acto, todos se refugiaron enel búnker de nuevo y los cuerpos nollegaron a consumirse por completo a

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pesar de los 200 litros de gasolinautilizados. Pero ahora empiezan lascontradicciones.—Estoy impaciente por oírlas.Teodoro se levantó de repente.—Disculpa un momento —dijo mientrasse iba al interior de la casa.Salió con un cigarrillo encendido y sesentó de nuevo frente a la mujer.—El gobierno alemán anunció la muertede Adolf Hitler el 1 de mayo. Elencargado en anunciarlo fue el almiranteKarl Dönitz, el sustituto elegido porHitler para gobernar las cenizas delReich. Stalin no creyó una palabra yenvió un grupo de investigadores delNKVD. El SMERSH se encargó de lainvestigación, pero no dieron con los

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cuerpos de Hitler y Eva hasta el 9 demayo, más de una semana más tarde.—Es extraño que tardasen tanto tiempo.—La prueba determinante fueron laspiezas dentales que se habíanconservado, gracias a la ayuda de unaenfermera del dentista de Hitler. Stalinno creyó las pruebas de sus propiosinvestigadores. El líder soviético acusóa Occidente de ayudar a Hitler aescapar.—Eso no tiene sentido. ¿Por qué iban ahacer una cosa así?—Bueno, los rusos querían desprestigiara las potencias occidentales. Estabacomenzando la Guerra Fría, pero haymuchas contradicciones en la versiónque te he contado. Mi abuelo estuvo

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décadas investigando cada detalle ysacando sus conclusiones.—¿Qué conclusiones fueron esas?—En primer lugar, William F. Heimlech,ex jefe del Servicio de Inteligencia delas fuerzas estadounidenses en Berlín,comentó que era escéptico ante lamuerte de Hitler. Nunca hubo pruebasdeterminantes de que los cuerposencontrados fueran los de Hitler y suesposa. El propio general Eisenhowerdeclaró en un telegrama en octubre de1945 que aunque había creído alprincipio en la muerte de Hitler, en esemomento poseía pruebas quedemostraban lo contrario. En la radiooficial se había anunciado que Hitlerhabía muerto luchando, ya que según uno

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de los ayudantes de Gobbels Hitlerhabía muerto alcanzado por un obúsruso, después de ser capturado por lossoviéticos en Berlín. El propio mayorruso Deudor Pletonov dijo que elcadáver encontrado era el de un doblede Hitler, al que le habrían realizado losmismos trasplantes bucales para hacermás creíble la farsa.—Pero si no murió. ¿Cómo pudoescapar de una ciudad asediada?—Unos días antes del supuesto suicidioestá registrado el aterrizaje en la ciudadde Hanna Ritsche, la mujer piloto másfamosa de Alemania. Ella y OttoSkorzeny sacaron a Hitler y a su mujerde Alemania. Se cree que hicieronescala en el aeropuerto austríaco de

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Hörsching.—¿Dónde fue el avión?—El único aliado que le quedaba enEuropa era el general Franco. El aviónde Ritsche, que en sus memoriasreconoció haber sido la persona quesacó a Hitler de Alemania, lo llevóhasta Barcelona. En varios informes delFBI desclasificados, se habla del viajede Hitler a España. Allí hizo escala paratomar un submarino hasta Canarias,desde allí viajó hasta Argentina. EnBarcelona fue visto por algunosmiembros de la Falange y un sacerdotejesuita. Un tal Werner Baumbach, un nazique emigró a Argentina, llevaba variosdocumentos sobre la fuga de Hitler. Esteindividuo más tarde trabajó para el

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proyecto aeronáutico de Perón. El lídernazi cambió un poco su aspecto, seafeitó el bigote y se rapó el pelo. Hastael Estado alemán nunca lo dio pormuerto y hasta 1956 no se admitió sufallecimiento, pero sin pruebasconcluyentes. En el búnker se mató a undoble de Hitler, la mayoría del personalno sabía nada —dijo Teodoro.—¿Cómo pudo llegar con un submarinohasta Argentina sin ser interceptado?—Los submarinos alemanes eran muyeficientes. El que llevaba a Hitlernecesitaba una escala, no podía ir hastaArgentina sin salir a la superficie. Alparecer los nazis tenían una base secretaen la isla de Gran Canaria. Cerca de unbarranco llamado de Tamaraceite,

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dentro del cuartel Manuel Lois. Despuésde repostar allí, el submarino pasó unosdías en la isla de Fuerteventura, allídescansó Hitler en la mansión de uno desus simpatizantes, en la famosa casaWinter. Gustav Winter era un empresarioalemán simpatizante de los nazis. En sucasa Hitler recuperó fuerzas antes dehacer el último viaje hasta Argentina —le explicó Teodoro.—Parece verosímil, pero no haypruebas determinantes. ¿Verdad?—Son teorías. Otra apunta a que Hitlerllegó en avión hasta Cantabria, despuésviajó desde Vigo en submarino. Locurioso es que todas son parecidas:pasan por España y terminan en laPatagonia.

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—Sí, pero el cuerpo que encontraron losrusos…—Ese es otro misterio. Yuri Adópov,presidente de la KGB en 1970, pidió alPolitburó que se destruyeran los restosde Hitler y su esposa, para impedir quese conociera la fosa común enMagdeburgo en la que habían sidoenterrados. Se conservaron algunosrestos de la mandíbula y el cráneo, peroestán en manos del FBI en la actualidad.Un análisis realizado por la Universidadde Connecticut demostró no hace muchotiempo que los restos no pertenecían aun hombre de 56 años, la edad que teníaHitler, sino a una mujer de poco más de40 años.—Me dejas asombrada.

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—Además, ya te comenté que mi abuelovio a alguien que se parecía a Hitler afinales del año 1945 y le hizo las fotosque viste.—Entonces, Hitler no murió enAlemania, escapó a Argentina porEspaña y vivió allí hasta su muerte.—No, se cree que, tras la destitución en1955 de Perón en Argentina, Hitlerescapó a Paraguay, donde el dictadorAlfredo Stroessner lo acogió con losbrazos abiertos.Andrea tomó un poco más de vino. Seencontraba agotada, pero toda aquellaincreíble historia la había dejado conganas de conocer mucho más. ¿Hablaríade todo eso Goodman en sus diarios?—Será mejor que intentemos descansar

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un poco —dijo ella.—Tienes razón. Mañana tendremos lacabeza más serena.—Muchas gracias por ayudarme. Sé queno es un momento fácil para ti. Imaginoque echas mucho de menos a tu abuelo—comentó Andrea.—No sabes hasta qué punto, pero almenos el hablar de todos estos temas meha recordado las veladas que pasábamosjuntos.—¿No te dijo dónde podía encontrarseEl libro secreto de Hitler?—No lo recuerdo, puede que fuera unainvestigación más reciente y no medijera dónde estaba el libro. En losúltimos años no teníamos tanto contacto.Yo viajaba mucho, él estaba ya algo

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enfermo. A veces la vida nos separa deaquellos que más amamos. No somosconscientes del paso del tiempo ycuando queremos darnos cuenta,nuestros seres queridos ya no están aquípara mostrarles nuestro cariño.Andrea se retiró a su habitación.Aquellas palabras le hicieron pensar ensu madre. No sabía si su amiga Luisahabía podido hablar con ella. Con todolo que habían dicho en las noticias debíaestar muy preocupada. Decidiómandarle un wasap, para que al menossupiera que estaba bien. Después sacólos diarios del profesor Goodman ycomenzó a leer.

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Capítulo 23Diarios Valdivia En cuanto se quitó la ropa y se tumbó enla cama tuvo la tentación de dormirse.El viaje desde Argentina en coche habíasido agotador, apenas había dormido unpoco en el coche, pero a medida que seadentraba en aquel increíble misterio,sentía la necesidad de descubrir qué seescondía detrás. En muchos sentidos, deello dependía que pudiera recuperar suvida. El encuentro con TeodoroGoodman había sido toda una suerte o al

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menos así lo veía ella.Vació todos los diarios sobre la cama ycomenzó por el más antiguo. Las fechascomprendían los años 1945 a 1947. Leentusiasmó adentrarse en la mente de unadolescente que está comenzando adescubrir el mundo y de repente seencuentra con una historia tan increíblecomo aquella.«Era una mañana de noviembre comootra cualquiera. No esperaba quesucediera nada excepcional. Las tardesaún eran largas y el calor continuaba,aunque en Bariloche siempre refrescabapor las tardes. Aquel año algunos de misamigos habían ido de veraneo al otrolado de las montañas, peroafortunadamente Marcos permanecía

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conmigo.Caminábamos por la calle principal delpueblo cuando mi amigo me señaló unprecioso Mercedes que había a la puertade un restaurante de comida vegetariana.Era algo estrafalario, pero muchosalemanes tenían costumbres realmenteextrañas. Muchos de ellos eran extremoscomedores de carne y otros observabanla más estricta dieta vegetariana.Nos preguntábamos a quién podíapertenecer aquel precioso Mercedesnegro, pero apenas habíamos comenzadoa mirarlo, cuando vimos a dos fornidosalemanes dirigirse hacia nosotros. Nosdijeron que nos apartásemos delvehículo. Nos alejamos unos pasos, peroantes de que continuáramos nuestro

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camino con las bicicletas vimos a unapareja acercarse hasta el Mercedes. Ellaera una atractiva mujer rubia vestida conun elegante traje chaqueta y un discretosombrero. El hombre parecía muchomayor. Apenas tenía pelo, sus ojosazules, hundidos bajo unas intensasojeras negras, no disminuían su brillo.Llevaba puesto un sombrero verde estilotirolés y tenía una pequeña cicatriz en ellabio superior. Apenas nos dedicaronuna mirada, el hombre me sonrió y entróen el coche.Decidimos seguirlos un rato. El cocheiba despacio, como si estuvieran dandoun grato paseo después de comer. Alfinal se detuvo en una tienda, la mujerdescendió, compró lo que parecía unos

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dulces y subió de nuevo al vehículo. Loseguimos hasta Villa Campanario, unazona de casas exclusivas, donde vivíanalgunos alemanes muy ricos.Entramos discretamente en laurbanización, las casas estaban perdidasentre los árboles. Dejamos las bicicletasa un lado y observamos a la parejadescender del coche.Regresamos a casa, mi padre me regañópor llegar tarde a la cena. Después decomer algo ligero me tumbé en uno delos sillones del salón. Mi padre tenía enlas manos un periódico europeo enalemán. Yo no entendía el alemán, perovi la foto de Adolf Hitler, el líder deAlemania. Le pregunté qué ponía elperiódico y él me contó que el periódico

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era algo viejo, pero que hablaba delsuicidio de Adolf Hitler, el dictador másinfame de la historia.Le comenté que no podía habersesuicidado y, sorprendido, me preguntópor qué decía eso. Le contesté que lohabía visto esa misma tarde con suesposa en el centro de Bariloche. Mipadre arqueó una ceja y me dijo que nodijera sandeces».Andrea se rio de la última ocurrenciadel joven Goodman, después comenzó aleer de nuevo.«Mi amigo Marcos y yo decidimos ir ala casa del misterioso alemán.Necesitábamos hacerle unas fotografíaspara confirmar que se trataba del propioAdolf Hitler. Una de las tardes, después

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de que mis padres me dejaran salir, mepasé por casa de mi amigo. Tomamos lavieja cámara de mi padre —unassemanas antes me había enseñado arevelar las fotos— y nos dirigimos a lacasa del alemán.Nos acercamos despacio hasta la partede atrás. Allí había una piscina, tambiénuna mesa de mimbre con seis sillas yvarias tumbonas. El hombre estabasentado en una de las sillas leyendo unlibro, la mujer estaba tumbada con sutraje de baño. Nos apostamos detrás deunos árboles y le sacamos unafotografía, cambiamos de lugar y lesacamos otras dos o tres. Cuandollegamos a mi casa nos dirigimosdirectamente a la sala donde mi padre

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revelaba sus fotos. A los pocos minutosconseguimos revelar todo el carrete.Colgamos las fotos para que se secaran,nos las llevamos a mi cuarto y lascomparamos con las del periódico. Sinduda se trataba del mismo hombre,Adolf Hitler».Andrea tomó otro de los diarios, era eldel verano de 1947. Comenzó a ojearlohasta que llegó a una parte interesante.«Adolf Hitler y su esposa se trasladarondespués de unos meses a una residenciamás discreta junto al municipio de VillaLa Angostura. Mi amigo y yo lodescubrimos de manera fortuita.Habíamos ido con mis padres al PuertoAngostura por un negocio que tenía mipadre con unos austríacos y quiso

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llevarnos para pescar al lago. Mientrasestábamos con las cañas vimos quellegaba una embarcación, de elladescendían varias personas, entre ellasAdolf Hitler y su esposa. El hombreandaba más encorvado que un par deaños antes, pero apenas había cambiadode aspecto, ella sí parecía mucho mayor.Cuando el grupo se dirigió a la ciudadnos acercamos al barquero, era unargentino muy pálido, casi albino, hijode un pescador checo. Tenía algunosaños más que nosotros, pero aún erabastante joven. Le preguntamos por suspasajeros y nos contó que se trataba deun grupo de alemanes que residía en unamansión a la orilla del lago. Era un sitiomuy aislado, al que no se podía acceder

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sino a través del lago. Al parecer habíaun sendero en medio del bosque, peroera casi intransitable.Pensé que sería buena idea acercarse ala casa, puesto que mi padre no nosrecogería hasta la tarde y estábamosansiosos por descubrir algo nuevo sobreHitler. Caminamos unos seis kilómetrospor una carretera de montaña y bajamospor el sendero. La mansión era muchomás espectacular que la que Hitler teníacerca de Bariloche. La guardaban unoshombres uniformados con perros y habíaun grupo de soldados haciendoejercicios en la playa. Al poco tiempollegó Hitler con unos hombres mayores,que lo trataban con mucho respeto.Aquella era la verdadera guarida del

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lobo, como le gustaba llamar a Hitler asus escondites».Andrea vio que los diarios seinterrumpían durante casi cuatro años.«No pude regresar a Bariloche en cuatroaños. Mi padre me envió a Buenos Airesa estudiar y, tras la muerte de mi madre,la familia se trasladó a la capital.Fueron años tristes y novedosos, perome olvidé de Hitler y su escondite enArgentina. El país estaba convulso, EvaPerón se encontraba muy enferma y seintentó derrocar a su esposo delgobierno. La economía argentina estabaen serio declive y yo conocí a mihermosa esposa Olivia…».Andrea pegó un nuevo salto y llegó a losdiarios de los años de 1955 y 1956.

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«La caída de Perón en Argentina asustóa muchos nazis que habían encontradorefugio bajo su mandato. Juan DomingoPerón decidió marcharse al exilio,primero a Paraguay con AlfredoStroessner, el dictador del país, que lepidió que dejara el país al no poderasegurar su integridad. El expresidenterecorrió la mayoría de las dictaduraslatinoamericanas, pero terminóresidiendo en Madrid.Mis estudios de Historia en launiversidad me ayudaron a investigar laSegunda Guerra Mundial y la huida demuchos nazis a América Latina. Logréhacerme con los primeros libros quecuestionaban la muerte de Adolf Hitler ydecidí ponerme en contacto con mi viejo

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amigo Marcos, que permanecía enBariloche. Le pedí que investigara siAdolf Hitler aún continuaba en la zona.Visitó la mansión, pero se encontrabavacía. Algunos antiguos miembros delservicio le comentaron que el alemán sehabía marchado a Paraguay. Hitler ya noestaba en Argentina».Andrea se quedó sorprendida, Hitler sehabía atrevido a dirigirse a Paraguay. Enese momento debía tener unos 67 años,tampoco era tan mayor como para nopoder viajar. Además, llevaba diez añosviviendo totalmente apartado de la vidapública.Andrea miró los diarios de los añossetenta. En ellos hablaba de su encuentrocon Daniel Rocca y cómo llegaron a

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hacerse amigos, después continuaba consus investigaciones en Paraguay.«El sargento Fernando Nogueria deAraujo asistió al entierro de Hitler enParaguay en el año 1973, tras fallecer alos ochenta y tres años de edad. Alparecer el sargento fue invitado por unamigo llamado Haroldo Ernest, hijo deun líder nazi afincado en Brasil, parapasar unos días en el país. Al parecerNogueira fue invitado al sepelio que serealizó en un búnker, se había realizadouna cripta para enterrar el féretro quefue tapiada tras la ceremonia. Algunosalemanes afincados en Paraguay me hancorroborado que el dictador nazi vivió ymurió en dicho país. Entre ellos elprofesor Karl Bauer, un famoso

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antropólogo alemán. También elmenonita Helmut Janz, director delperiódico Neues gür Alle. Al parecerHitler se refugió en la zona de Altos,donde había una extensa comunidadalemana. El dictador residió en unagranja cercana a la ciudad de Caacupé.La embajada alemana estaba al tanto dela residencia de Hitler en Paraguay,ayudó en su entierro y después sedeshizo de papeles comprometedoressobre el asunto.Hitler viajó a Paraguay con el nombrede Bormann y se estableció en 1956 enla vivienda de Alban Drug, enHohenauen en la zona de Alto Paraná.Fue asistido por el médico JosephMengele entre los años 1958 y 1959.

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Cuando falleció en 1971, ya estaba muyenfermo y no se levantaba de la cama.El propio dictador Stroessner sabía queHitler estaba en Paraguay; él mismohabía autorizado su paso al país ante lapetición del propio Perón, al salir deArgentina por el golpe de estado».Andrea dejó los diarios sobre la cama.No podía dejar de leer, pero estabademasiado cansada y se le cerraban losojos. Se tumbó en la cama y no tardómucho en dormirse. Sus últimospensamientos fueron sobre el libro,Goodman no lo mencionaba en ningunode los diarios, aunque aún le quedabaleer los más recientes.Adolf Hitler, al parecer, había tenidouna larga y tranquila vida en América,

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pero qué ocultaba el libro. Lasupervivencia del dictador alemán noimplicaba nada en sí peligroso, peroAndrea había podido experimentar enlas últimas semanas el poder queconservaban aún los nazis en América.¿El libro desvelaría sus planes secretos?¿Mostraría la compleja tela de araña delos nazis en el continente?Andrea se durmió tan profundamente queno se dio cuenta de la presencia deTeodoro en la habitación. El hombre laobservó unos momentos en la cama ydespués tomó algunos de los diariospara soltarlos poco después. Su rostroparecía ensombrecido por la oscuridaddel cuarto, pensó en Goodman, todoaquel tiempo había merecido la pena, se

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dijo mientras se dirigía a su habitación.

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Capítulo 24El libro Valdivia El olor a café la despertó. Nunca habíasido una amante de la cafeína, peroúltimamente parecía haberse convertidoen la única forma de estimular su cuerpoagotado. La tensión de las últimassemanas, los constantes cambiosemocionales y el puro miedo habíanterminado por descomponer su frágilsistema emocional. A pesar de todo sesentía satisfecha, había superado algunaspruebas muy duras y aún seguía viva.

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Se estiró tras sentarse en la cama,después pasó por el baño para asearseun poco y terminar de vestirse. Teodorola esperaba en la cocina con el desayunopreparado. Una deliciosa tortilla deespinacas.—Espero que te guste —dijo mientrasse la servía.—Tengo tanta hambre, que creo que mecomería un buey.Los dos desayunaron en silencio y unosminutos más tarde se encontraban en eljardín, el hombre mirando algo en suteléfono y Andrea leyendo los últimosdiarios del profesor Goodman.«Después de toda una vida dedicada alestudio del nazismo en América, al finalde mis días he encontrado el libro que

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puede cambiar la historia de estecontinente. Lo más triste es que durantetodos estos años ha estado tan cerca,pero al mismo tiempo tan oculto bajo lasinterminables capas de secretos ymentiras.El otro día contacté con Daniel Rocca,creo que es la única persona en elmundo que me puede comprender. Yo leinoculé la curiosidad por los nazis enAmérica, llevamos media vidacompartiendo nuestras investigaciones.Quería que viniera a Argentina, parajuntos poder descubrir El libro secretode Hitler, pero los dos somosdemasiado viejos.Daniel me ha prometido que alguienvendrá a por el libro. ¿Será hombre o

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mujer? No lo sé, espero que al final todosalga a la luz. Lo deseo por el bien delmundo y de mi amado continente.No quiero poner por escrito el lugarexacto donde se encuentra el libro,últimamente noto que me observan y yasoy demasiado viejo para defenderme.Simplemente daré tres pistas quecualquiera que haya estado en lasconversaciones y estudios que Daniel yyo hemos compartido, podrácomprender:Se encuentra en río que originó el mar.En la morada del lago, en la casa de losAlbizeschi.Corazón de la Madre Tierra.Allí está El libro secreto de Hitler, en elque se encierran los secretos del futuro,

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pasado y presente de América».Andrea se quedó pensativa. Llevabatanto tiempo buscando el libro y ahoradebía desvelar el lugar exacto en el quese encontraba.—¿Has encontrado algo? —preguntóTeodoro sin prestarle mucha atención.—Sí, aunque está todo en clave: Seencuentra en río que originó el mar. Enla morada del lago. Corazón de laMadre Tierra.—No entiendo —comentó el hombre.—Creo que la primera parte se refiera aParaguay, el topónimo del país significaalgo parecido.—Bueno eso ya es una pista importante.El libro está en Paraguay. Deja quetraiga un mapa.

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Teodoro fue en busca de un mapa deParaguay. No era un país muy extenso niestaba excesivamente poblado.—Debemos buscar un lugar o unaciudad en un lago —comentó Andrea.—La única ciudad situada en un lago esSan Bernardino, además es una famosaciudad fundada por alemanes. Creo quefue fundada en 1881, está próxima aAsunción. Fue fundada por un suizoalemán llamado Santiago Schaerer. Alparecer se quedó viudo muy joven, no sesabe si eso fue lo que lo animó adirigirse primero a Uruguay y después aParaguay. En Uruguay fundó la ciudad deNueva Helvecia. Pasó a Paraguay y secasó con Isabel Vera, fundó SanBernardino y se convirtió en su

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administrador. Su hijo Eduardo Schaererfue presidente del país unos años mástarde.—Bueno, la ciudad donde está el libroen San Bernardino. ¿Es muy grande?—Nunca he estado —comentó Teodoro.Buscaron algunos datos sobre la ciudad.Apenas tenía 23.000 habitantes, perotardarían semanas en encontrar el lugaren el que ocultaban el libro.—Claro, es San Bernardino. El santoitaliano tenía el apellido Albizeschi —dijo Teodoro.—Sí, pero en qué parte de la ciudad. Heleído que la tumba de Hitler está en unbúnker bajo un hotel. Eso reducebastante —dijo Andrea.Teodoro encontró algo más de veinte

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hoteles.—Lo llama «La morada del lago». Tieneque estar cerca del agua.—El Hotel del Lago —dijo Teodoro.—Puede que esté allí —comentó ella.—Deja que te lea esto: «Muchos creenque la tumba de Adolf Hitler seencuentra en un búnker o una cripta bajoel Hotel del Lago. El líder nazi llegó aParaguay tras el derrocamiento de JuanDomingo Perón. Llegó al país con elnombre de Kurt Bruno Kirchner, segúnunos; otros comentan que con el nombrede Boarmann. Se piensa que falleció el5 de febrero de 1971. La ciudad de SanBernardino fue fundada por alemanes en1888, un año antes del nacimiento deHitler. El nazismo se hizo muy popular

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en Paraguay en la década de los treinta,en especial entre la comunidad alemana.Bernhard Förster, un conocido defensorde la raza aria, intentó fundar unacolonia pura alemana en Paraguay».—Tenemos que partir para SanBernardino lo antes posible —comentóAndrea entusiasmada.Esperaba encontrar el libro de Hitler enla misma cripta en la que había sidoenterrado. Después podría editar ellibro y recuperar su vida. Cuando sucontenido se hiciera público, ya nadiequerría terminar con ella.

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Capítulo 25Viaje a Paraguay San Bernardino Tomaron un vuelo interno de Valdivia aValparaiso y desde allí hasta Asunciónen Paraguay. Por la tarde ya estabantomando un coche alquilado hasta SanBernardino. Una hora más tarde habíanllegado hasta el Hotel del Lago.Decidieron alquilar dos habitaciones dela primera planta. Sería más sencilloacceder a la cripta si estaban inscritosen el hotel.Después de cambiarse y asearse bajaron

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para la cena. No había muchos turistasen esa época del año, disfrutaron de unacena sencilla en el salón principal ydespués tomaron una copa en una terrazacerrada que daba a los jardines.El hotel conservaba aún el aire de losaños treinta. Suelos de madera, paredespintadas con colores cálidos, lámparasantiguas que habían visto el paso deltiempo. Andrea miró el jardín, a muypocos metros se encontraba el lago, unazona de esparcimiento para loshabitantes de la capital y los turistasextranjeros.—Espero que este sea el fin de mi viaje.En muy pocos días he recorrido cincopaíses. Antes de que sucediera estocreía que mi vida no era emocionante,

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pero te aseguro que ahora no piensoigual.—Ya sabes la frase: «Ten cuidado conlo que deseas».—Sí, en mi caso ha sido totalmentecierta.—A veces la bendita monotonía es unregalo del cielo —comentó Teodoro.—Tampoco puedo quejarme. Aún estoyde una pieza y a punto de hacer un granhallazgo. Imagina, lo que tu abuelo yDaniel llevaban tantos años buscando.Puede que ahora mismo estemos sobreel cadáver de Adolf Hitler, la pruebairrefutable de que no murió en el búnkerde Berlín, por no hablar de que su librosecreto descansa junto a su cadáver.—Me alegra haberte acompañado en

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esta parte del camino. Mi profesiónpuede ser muy solitaria —dijo Teodoro.—Bueno, ser un supermodelointernacional tampoco es la peorprofesión del mundo —bromeó la mujer,después de beber un poco más de sucopa.—Viajando siempre, de hotel en hotel,no te creas que es una vida tanfascinante. Hace tiempo que quierosentar la cabeza, tal vez formar unafamilia. ¿No te has planteado casarte?—¿Es una proposición? —preguntóAndrea sonriente.—¿Quién sabe?Andrea se quedó un par de minutospensativa, después miró de nuevo aljardín y dijo:

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—Antes creía que formar una familiaera la cosa más desagradable delmundo. Tal vez, porque mis padresfueron un desastre. Aunque no los juzgo,no creo que yo lo hubiera podido hacermejor. A veces los inmigrantes y susdescendientes no encuentran su lugar enel mundo. Las nuevas y viejascostumbres se mezclan y uno ya no sabea qué lugar pertenece. ¿No crees? Mirael hotel, parece un pequeño hotel alemána orillas de uno de esos hermosos lagosbávaros, pero en realidad estamos enParaguay.—Entiendo lo que dices. Muchas vecesno sabemos lo que somos. Por un lado,conservamos nuestras culturas europeas,nuestras costumbres y formas de ver la

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vida, pero por otro somos americanos.Una verdadera locura.Andrea sintió algo de frío y Teodoro ledio su chaqueta. Aquel hombre era tangalante y atractivo que pensó que no leimportaría formar una familia con él.Parecía un buen nieto, una personafamiliar y tenía un conocimiento de lahistoria vastísimo, por no hablar de sufísico. Un aspecto maduro, pero muyatractivo y varonil.—¿Cuál es tu defecto? —le preguntóintentando coquetear un poco.—Tengo muchos, pero el peor sin dudaes el egoísmo. He vivido para mímismo, sin darme cuenta de que lo másimportante es hacerlo para los demás.Pertenecemos a algo más grande, que

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nos supera. Nuestras vidas por separadono valen gran cosa.—Puede que tengas razón. A mí me hasucedido algo similar. Siempre hecreído que los demás tenían quehacerme feliz, pero no me he planteadosi yo les hacía felices a ellos.Las estrellas se veían claramente en elfirmamento. No había ni una sola nube.Parecía una noche casi mágica. Andreaquiso pensar que estaban allí como dosenamorados, una pareja disfrutando deunos días de vacaciones.—¿A qué hora bajaremos? —preguntóTeodoro rompiendo el hechizo de lavelada.—Creo que a las tres de la madrugadaserá una buena hora. Imagino que todos

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estarán durmiendo. ¿Has visto laescalera que baja al sótano?—No —contestó Teodoro.—Puede que más abajo tengamos algúntipo de cancela o cadena.—Yo me ocuparé de ella —aseguró él.—Bueno, será mejor que descansemosun poco. Después de recuperar el librotendremos que irnos. Interrogarán a lagente del hotel, puede que inclusollamen a la policía.—No creo, ¿qué les van a decir?Tenemos abajo el cadáver de AdolfHitler y pensamos que han entrado a sutumba para llevarse algo.—Es cierto, no lo había pensado.Ella se puso en pie y entraron en elhotel. Le devolvió la chaqueta, subieron

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por las escaleras hasta la segunda plantay se despidieron. Andrea entró en sucuarto y se desnudó. Se tumbó en lacama y se tapó con las sábanas.Fantaseó unos instantes con la idea deque Teodoro llamara a la puerta, perodespués se limitó a pensar en lo queharían en unas horas. Se sentía nerviosa,pero al mismo tiempo emocionada. Porfin podría descubrir de qué hablaba esemaldito libro y sacarlo a la luz cuantoantes.

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Tercera parteNueva Germania

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Capítulo 26Presentimiento San Bernardino Su sueño fue inquieto. Se despertósobresaltada y sudando, como si hubierasufrido una pesadilla. Recordó la muertede su amigo Daniel, aquella casa enmitad de las montañas y la sensación deangustia que todo aquello le producía.Miró la hora. Aún quedaba poco más deuna hora para que bajaran a la cripta.Comprobó la señal wifi y se conectó ainternet. Buscó más datos sobre el hotel,sus anteriores propietarios, la relación

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con la comunidad alemana. No tardómucho en encontrar información.Entre los distinguidos inquilinos delhotel se encontraban destacados naziscomo Joseph Mengele, más conocidocomo el Ángel de la muerte, por susexperimentos con niños en el campo deexterminio de Auschwitz. Aunque elinquilino más interesante parecíaBernhard Förster, un racista que habíasoñado con una colonia de alemanespuros.Una de las torres la solía ocupar lamillonaria de ascendencia alemana ynacionalidad francesa, Hilda Ingenohl,ferviente nazi, más conocida como la«Tigresa». Amiga personal de Hitler yuna de sus propagadoras en Paraguay.

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Aquel lugar parecía un verdadero nidode nazis. Andrea sintió un escalofrío.Ella no dejaba de ser una mujer judía,aunque su familia no practicara desdehacía décadas.Decidió levantarse y salir a la terrazapara tomar el fresco. Tenía un malpresentimiento. Aunque en los últimosdías, desde el encuentro con Teodoro,las cosas parecían ir mucho mejor,sentía que algo malo estaba a punto desuceder. No creía mucho en ese tipo decosas. Se había criado como una mujerracional, moderna y totalmenteagnóstica, pero por otro lado pensabaque el ser humano aún conservabaalgunos instintos irracionales que leadvertían en ciertos casos.

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Se vistió, tomó todas sus cosas y esperóa que su compañero tocase la puerta.Pasaron algo más de diez minutos antesde que el hombre golpeara con suavidadla madera.Bajaron con sigilo por las escaleras. Novieron al recepcionista, debíaencontrarse dormitando en algún cuartointerior. Bajaron hacia el sótano sinencender las luces. Teodoro llevaba unagran linterna. Apuntó a los escaloneshasta que llegaron a una puerta demadera. Forzó la cerradura y entraron enun largo pasillo. Abrieron dos o trespuertas, la mayoría eran almacenes ydependencias del hotel. Siguieron por elpasillo hasta una puerta más grande, dedoble hoja. El hombre tuvo que forzarla

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para poder entrar. Enseguida vieron unaamplia escalera, descendieron aoscuras, únicamente iluminados por lalinterna. Al llegar abajo vieron otropasillo, caminaron un par de minutoshasta lo que parecía una gran bóveda. Lasala estaba preparada con algunas sillas,banderolas nazis con la esvástica, unpequeño escenario y varios bustos deHitler.—Aquí deben hacer las ceremoniassolemnes —comentó Andrea. El hombreafirmó con la cabeza.Al fondo de la sala, justo donde seencontraba el escenario, había unpequeño altar con flores marchitas. Justoencima había un gran cuadro de AdolfHitler enmarcado en una elaborada

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cenefa de escayola.—¿Dónde está la tumba? —preguntó él.Andrea subió al escenario. En un rincónhabía una caja de herramientas, tomóuna maza y se dirigió directamente alcuadro. Lo golpeó con todas sus fuerzas.El lienzo se desgarró. Golpeó de nuevohasta que se hundió en la pared.El hombre la observó asombrado. Ellasiguió golpeando hasta que se abrió ungran agujero.—Trae la linterna —pidió la mujer.Enfocaron al interior y apareció una salaamplia, tenía un féretro de mármol negrojusto en el centro, a su lado otro máspequeño. Por todos lados habíabanderas y todo tipo de simbología nazi.Apartaron un poco los cascotes y

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entraron con dificultad a la cripta. AdolfHitler descansaba junto a su esposa enaquel apartado lugar, muy lejos de suquerido Reich, pensó Andrea.Dieron un salto y se escuchó el eco desus pasos. Andrea se dirigiódirectamente a la tumba grande e intentómover la lápida, pero era demasiadopesada. Teodoro la ayudó y vieron uncuerpo momificado. No reconocieron aHitler en aquel cuerpo delgado, vestidocon un uniforme gris, apenas parecía unasombra del famoso dictador, pero sinduda era él. Uno de los genocidas mássanguinarios de la Historia.—¿Dónde está el libro? —preguntóAndrea mientras miraba la tumba portodas partes.

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—Mira allí —dijo el hombre señalandounos inmensos cofres.Corrieron hasta los cofres dorados ycomenzaron a abrirlos. Encontraronalgunas piezas de oro y plata muyvaliosas, piedras preciosas y otrosobjetos sagrados del nazismo.—No lo veo —gimió Andreadesesperada.Teodoro abrió el otro cofre, en él habíaobjetos valiosos de la vida de Hitler y, aun lado, un pequeño cofre de oro condiamantes incrustados y un cierre.—El libro —dijo Teodoro tomándolo enlas manos.La linterna hizo que los destellos de lacubierta de oro brillaran. Andrea alargólos brazos y Teodoro dejo el objeto en

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sus manos.—Increíble —dijo Andrea.—Era real. Te das cuenta. Tenemos ellibro inédito de Adolf Hitler —exclamóél.—Lo que mi amigo y tu abuelo llevabantanto tiempo buscando.—Tenemos que irnos. Espero que nohayamos hecho mucho ruido.Andrea miró al resto de los objetos.Cuadros desconocidos de Hitler, joyasde Eva Braun, broches del dictador conla esvástica y algunos recuerdos de suinfancia y juventud.—Déjalo, esto es lo más importante —le dijo él.Salieron de nuevo a la sala.Ascendieron las dos plantas y llegaron

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hasta la recepción. El recepcionistaseguía desaparecido. Salieron al jardíny abrieron la verja con cuidado.Teodoro había dejado el coche dealquiler justo en la puerta. Dejaron todoen los asientos de atrás y salieron de lacalle lo más rápido que pudieron.—¿Crees que podremos pasar con ellibro por la aduana? —preguntó ella.—Estamos a poco más de catorce horasen coche de Buenos Aires —aseguró él.Andrea estaba ansiosa por leer el libro,pero era mejor regresar antes aArgentina. En cuanto supiera sucontenido se pondría en contacto con suamiga la editora. Esperaba que antes deque terminara el año, el libro estuvieraen todas las librerías del mundo. Ese era

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su salvoconducto y al mismo tiempo lamejor manera de sacar a la luz losplanes de Hitler para América.Se mantuvo despierta mientras sedirigían hasta Asunción, pero al pocorato se quedó dormida. Cuando abrió denuevo los ojos se encontraban en algúnlugar desconocido, en mitad de la selvade Paraguay.

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Capítulo 27Lucha Nueva Germania —¿Dónde estamos? —preguntó Andreanada más despertarse.—Estamos al norte de Asunción, cercade Nueva Germania —aseguró elhombre.—¿Por qué? Nos dirigíamos a BuenosAires —exclamó la mujer algo nerviosa.—Nunca tuve la intención de ir aBuenos Aires. Gracias a ti hemospodido localizar el libro.Andrea miró al hombre asustada. No

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entendía a qué se refería.—Llevamos mucho tiempo buscándolo.No queríamos que cayera en malasmanos.—¿A qué te refieres?—Yo me crié cerca de aquí. Aunque hevivido la mayor parte de mi vida enArgentina. Hace mucho tiempo meencomendaron la misión de descubrirdónde se encontraba el libro.—¿No eres Teodoro Goodman?—No tengas tanta prisa, sabrás todo a sudebido tiempo.El coche se introdujo en un caminoforestal, atravesaron varios ríos hastallegar a una gran cerca de madera. Elhombre tocó el claxon y abrieron elportalón dos jóvenes rubios. Entraron a

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una gran plaza, alrededor había casas demadera, algunos talleres, varios cochesy banderas alemanas por todas partes.—Bienvenida a Nueva Germania.Teodoro paró el coche debajo de unárbol y después tomó la mochila de lamujer. Abrió la puerta de su lado y lainvitó a bajar.—Creo que eres la primera mujer consangre judía que atraviesa esas puertas.Un extraño honor en un lugar como este.Caminaron hasta un gran edificio. Dosjóvenes estaban de guardia, los dejaronpasar y se dirigieron por un pasillo hastauna inmensa sala, la atravesaron ypasaron por una puerta a lo que parecíanunas oficinas.—¿Qué es este sitio?

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—Ya queda poco tiempo para que losepas todo, será mejor que antesdescanses.El hombre abrió una puerta y la dejópasar.—En el armario tienes ropa, puedesducharte y asearte antes de ver a lahermana Elisabeth —le aclaró él.—¿Cómo te llamas realmente? —lepreguntó ella antes de que el hombre laencerrara.—Me llamo Teodoro, pero no Goodman,mi verdadero nombre es TeodoroFörster.Andrea abrió los ojos, como si intentasecomprender.—Sí, mi antepasado fue BernhardFörster, el fundador de Nueva Germania,

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pero de eso hablaremos luego.Cerró la puerta y echó la llave. Andreainspeccionó la habitación. Tenía unaventana grande, pero con gruesosbarrotes de hierro y la del baño erademasiado pequeña para escapar.Se sentó en la cama e intentó pensar,pero estaba completamente bloqueada.¿Por qué se había dejado engañar denuevo? Todo parecía indicar que aquelhombre era el nieto del profesorGoodman. La recibió en su casa, su fotoestaba en la entrada. Conocía la historiafamiliar de los Goodman. Lo único quele había sorprendido era que conocieratan bien la historia de Hitler y suparadero en América.Se puso en pie y comenzó a caminar de

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un lado al otro de la habitación.Él le había dicho que era undescendiente de Bernhard Förster, lopoco que sabía de él era que se tratabade un antisemita anterior al propioHitler. Un loco que había intentado crearuna colonia alemana en mitad de laselva de Paraguay.¿Para qué querían el libro de Hitler?¿Eran ellos los que habían intentadomatarla en España?Intentó tranquilizarse. Se dio una duchalarga y miró en el armario. Todos lostrajes eran iguales. De algodón muyblanco, largos y sin adornos. Se pusouno, después unas sandalias tambiénblancas y se sentó a esperar. Antes deque se hiciera de noche, se escucharon

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pasos y aparecieron dos chicas jóvenesvestidas como ella.—¿Quiénes sois? —preguntó.Las chicas parecían no entenderla.—¿No habláis mi idioma? —preguntóde nuevo.Las dos chicas sonrieron. Las pecas desus caras brillaron a la luz del candilque llevaban. Le indicaron que lassiguiera y la llevaron al gran salón.La sala estaba completamente llena. Lasmujeres y las niñas vestían todasiguales, los hombres con pantalonesnegros y camisas blancas.Las chicas llevaron a la mujer y lasentaron en la primera fila. A su lado seencontraban varias mujeres con un lazorojo en el cuello.

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Se escuchó música y apareció en elescenario Teodoro. Todos seemocionaron al verlo, comenzaron aaplaudir, hasta que levantó las manospara que se calmasen.El hombre comenzó a hablar en alemán.Andrea no entendía nada de lo quedecía, pero el público comenzó aexaltarse y al final terminaron cantandouna especie de himno.Al terminar la ceremonia la sala se fuevaciando hasta que Andrea se quedócompletamente sola. Teodoro bajó de laplataforma y la tomó de la mano.—¿Tienes hambre? Creo que necesitascomer algo y recibir una explicación.Podemos hacer las dos cosas a la vez.Llevo tiempo sin probar la comida de

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Nueva Germania.La mujer se dejó llevar. Llegaron hastauna casa, parecía la residencia deTeodoro. Alguien había preparado unahermosa mesa en el jardín. Aquel lugar,rodeado de frondosos árboles, conbellos jardines y senderos empedradosparecía el paraíso.Algunos de los colonos les sirvieron lacomida. Una crema de zanahoriasexquisita y codillo de cerdo.—Espero que te guste. Sé que nopracticas el judaísmo, por eso pedícerdo. ¿No te importa?—No, lo he comido muchas veces —contestó la mujer.—Bueno, creo que te debo unaexplicación. Ya sabes mi verdadero

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nombre. Soy el descendiente deBernahrd Förster, él y su esposavinieron aquí en 1887 para crear unacolonia. No eran simples aventureros,tenían altos ideales y eran conscientesde que no podrían cumplirlos en Europa.—Entiendo —aseguró Andrea.—Alemania se había construido comonación hacía poco. Era la esperanzapara todos los germanos, que siemprehabían dependido de los emperadoresaustríacos, unos degenerados que habíanconstruido un imperio mestizo, unaverdadera abominación. Viena, lacapital de ese imperio decadente, estaballena de judíos que con sus ideascaducas debilitaban el espíritu alemán—afirmó Teodoro.

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—Pero ¿qué tiene todo eso que ver conel libro de Hitler?—Ten paciencia, querida. En unmomento lo entenderás todo. Miantepasado era médico, un hombre cultoy preparado. Había conocido a suesposa Elisabeth en Leipzig, ambos eranamigos de la familia Wagner, el famosocompositor alemán. Algunos llamaban alos amigos del compositor el «círculode los Wagner». Mis antepasados secasaron en 1885, Bernhard quería fundaruna colonia en América, aunque aún nosabía dónde. Quería llevar a la prácticasus teorías sobre la superioridad de laraza aria. Los conceptos de raza aria sonmuy anteriores a Hitler, él solamente lospopularizó y utilizó políticamente de

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manera magistral —le comentó.—Sí, ya sabía que en el fondo comenzócomo un término meramente lingüístico,el término ario viene de las lenguasindoeuropeas —declaró Andrea.—Exacto. Todos los idiomas que sehablan en Europa, incluido el griego y ellatín, provenían de una misma lenguaprimigenia. La palabra «ario» viene delsánscrito y avéstico y significa «noble».Desde los montes Urales llegaronalgunos pueblos nómadas, algunosfueron al sur de Asia, dando lugar a lospueblos iranios, otros formaron lospueblos indostánicos y los que más nosimportan, llegaron a Europa, en concretoa la zona de Grecia e Italia. En todas lasculturas indias se habla del pueblo ario,

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desde el Rig-veda, pasando por elzoroastrismo, el budismo o elhinduísmo. Hasta el propio Buda losnombró ante el rey Bimbisara. El propioDarío I, el Grande, se llamaba a símismo «un ario, del linaje ario». Losarios eran un pueblo nómada quedominaba la rueda y el caballo. Se creeque llegaron desde los Urales yocuparon la zona de Escandinavia yAlemania. Los pueblos arios siemprefueron enemigos de los semíticos, comoindican los libros de Arthur deGobineau.—¿Quién?—¿No lo conoces? Pues curiosamentese trata de un filósofo y diplomáticofrancés. Fue él, quien creó la teoría de

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la superioridad de unas razas conrespecto a otras. Su famosa obra Ensayosobre la desigualdad de las razashumanas, fue muy conocida y leída. Ensu libro comentaba que los germanoseran los únicos europeos que habíanconservado su pureza racial. Sus ideasllegaron a personas como Wagner yotros intelectuales alemanes en plenoauge del nacionalismo. Nietzsche fueuna de las personas a las que másinfluyó esta obra. Poco a poco secomenzó a hablar de que los arioshabían creado las castas en la India, queeran blancos y habían sometido a lospueblos de piel oscura. De estas ideassurgió el movimiento teosófico fundadopor Helena Blavatsky y Henry Olcott. En

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Alemania surgió la ariosofía, quedefendía las mismas ideas, peroexaltando la idea de una raza ariasuperior.—¿Qué tiene que ver eso con todo esto?—preguntó Andrea señalando a sualrededor.—La mujer de mi antepasado no era otraque Elisabeth Nietzsche, hija de unpastor luterano, una mujer instruida y tanconvencida como su esposo, y de que laraza aria se estaba deteriorando almezclarse con otros grupos, en especiallos judíos. Naturalmente era hermanadel famoso filósofo. Llegaron aSudamérica el 15 de febrero de 1887,con el fin de crear una raza pura, alejadade todo tipo de mezclas étnicas.

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—Pero eso es una locura. América es unpueblo mestizo…—Sí, era un pueblo mestizo, pero ellossoñaban con una nueva América.Elisabeth quiso tener hijos con suesposo, pero no pudo, además este seenvenenó el 3 de junio de 1887, según laversión oficial, por su frustración al nopoder desarrollar de manera adecuadaNueva Germania, pero la realidad esque se escandalizó al saber que variosde los hombres importantes de sucolonia se habían relacionado con indiasy mestizas paraguayas.—Pero ¿qué tiene todo eso que ver conHitler?—La hermana de Nietzsche regresó aAlemania, su hermano Friedrich estaba

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muy enfermo. Todos lo habíanabandonado, los Wagner lo repudiaron,tuvo que dejar la universidad y malvivircon una pequeña pensión. ¿Por qué unhombre enfermo, rechazado por losintelectuales de su tiempo se iba aconvertir en el filósofo más influyentedel siglo XX? —preguntó Teodoro.—¿Por su genialidad?—Nietzsche era un hombre enfermofísica y mentalmente. Odiaba la religióncristiana por la severidad de su madre,viuda muy joven, al morirprematuramente su padre y con lo quesupuso eso para toda la familia. Suhermana Elisabeth siempre fue muyposesiva hacia él, incluso le espantó avarias novias. Sobre todo Lou Salomé,

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una rusa de origen hugonote. Elisabethpensaba que Lou estaba pervirtiendo asu hermano. Tras su ruptura, Friedrich,profundamente frustrado decide escribirAsí habló Zaratustra. Desde esemomento sus escritos se volvieron másviolentos: la muerte de Dios, elsuperhombre… recupera la relación consu hermana, que se ha quedado viuda alpoco de casarse y ha regresado deParaguay, influyendo en las obras delfilósofo.—¿Quieres decir que la obra deNietzsche fue manipulada por suhermana?—Elisabeth dedica el resto de su vida asu hermano, lo cuida en la casa familiaren Weimer, hasta la muerte de este el 25

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de agosto de 1900. Allí Elisabeth trazóun plan, un proyecto…—¿Qué proyecto?—Crear al superhombre del que habíahablado su hermano en sus libros.Capítulo 28La hermana de NietzscheNueva GermaniaAndrea escuchaba fascinada laspalabras de Teodoro. Nunca habíapensado en la filosofía de Nietzschecomo una conspiración, como unproyecto científico.—Nietzsche acusó al cristianismo dehaber creado una cultura endeble. Elamor a los débiles y la compasiónhabían degenerado a la raza humana,frente a la voluntad de poder y la

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supervivencia del más apto. Sus ideasnihilistas, su concepto de libertadsuprema, chocaban con los valorescristianos y burgueses de su tiempo.Elisabeth entendió toda esa energía yquiso canalizarla, no se conformaba conla filosofía de su hermano, queríaplasmarla en realidad. Se daba cuentade que su marido había fallado en lobásico, no era suficiente con aislar alhombre ario puro, la mente de esoshombres, y en parte su biología, estabancontaminadas; ella triunfaría dondetodos habían fallado.—¿Quería crear a un superhombre? —preguntó Andrea.—Exacto, tenía un plan, tenía la teoría,pero necesitaba algunos otros elementos.

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Para ello se serviría del darwinismosocial y las teorías de Gregor Mendel.Ya sabes que Gregor Johann Mendel eraun monje agustino, pero sobre todo eraun naturista. Había nacido en Austria.Mendel descubrió al mezclar diferentestipos de guisantes unas leyes, que luegodarían origen a la teoría de la herenciagenética. Uno de sus discípulos y el queinventó el término genética fue el danésWilhelm Johannsen, que desarrollóalgunas de las teorías como el genotipoy el fenotipo. Elisabeth conocía todosestos avances, pero no tenía el dinerosuficiente para crear a un individuo osuperhombre, por eso pidió ayuda a unode los hombres más ricos de Europa,Albert Salomon Anselm von Rothschild.

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—¿Un miembro de la famosa y ricafamilia judía de Rothschild? ¿Por quéiba a apoyar un proyecto para crear alario perfecto?—Buena pregunta… no lo sabía. Élcreía que Elisabeth le estabaproponiendo crear a un hombre perfectogenéticamente, que tuviera sus genes,pero en su lugar, Elisabeth puso los desu hermano.—¿Hitler fue el resultado de unexperimento genético para crear unaraza de superhombres? No era alto, nifuerte, ni siquiera rubio —exclamóAndrea sorprendida.—Tú estás pensado en la perfeccióncorporal, pero Elisabeth buscaba unsuperhombre en el sentido de la filosofía

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de su hermano. Ario puro, con lasabiduría y la fuerza interior de unsuperhombre. Por eso intentó ocuparsede su educación y de que asimilaraciertas ideas.—¿Por qué eligieron a la familia deHitler? Eran unos don nadie.—Alois, el padre de Hitler, era hijoilegítimo de Albert Salomon Anselmvon Rothschild. Un tipo avaricioso,pervertido y que amaba el dinero sobretodas las cosas. Le propusieron fecundara su esposa Klara, que era mediosobrina y había servido de criadamientras la primera esposa de Aloisconvalecía. Cuando esta murió se casócon ella. Todos los hijos de la parejafallecieron. Por eso Klara accedió al

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experimento. Por eso Alois nunca quisoal niño, sabía que no era suyo. Aunquesí recibía bien el dinero que AlbertSalomon le enviaba para que criara alniño.—Entonces, Hitler era hijo biológico deFriedrich Nietzsche —aseguró Andreacon estupor.—No, simplemente formó el carácter yla mente del joven. Ayudó en la sombraa Hitler, que a pesar de su padreadoptivo Alois logró llegar a la edadadulta. Buscó que lo adoctrinaran en susideas de raza aria en Viena y loconvenció de que era el hombre elegidopor el destino. Cuando terminó la GranGuerra y se instaló en Múnich, pidióayuda a varias amistades, sobre todo a

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los miembros de la Sociedad Thule y aDietrich Eckart. Siempre se mantuvo enun discreto segundo plano, hasta lallegada al poder de Hitler. Adolf Hitlerfue a visitarla a su casa en Weimar en1934, allí le confesó que sus valoreseran de su hermano y le entregó elbastón que había llevado los últimosaños. Fue al funeral de Elisabeth al añosiguiente en 1935. Al parecer aquello lehizo obsesionarse con la capacidad delhombre de manipular las ideas de otrosy más tarde, la propia manipulacióngenética. ¿Se podía crear una razasuperior?

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Capítulo 28La hermana deNietzsche Nueva Germania Andrea escuchaba fascinada laspalabras de Teodoro. Nunca habíapensado en la filosofía de Nietzschecomo una conspiración, como unproyecto científico.—Nietzsche acusó al cristianismo dehaber creado una cultura endeble. Elamor a los débiles y la compasiónhabían degenerado a la raza humana,

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frente a la voluntad de poder y lasupervivencia del más apto. Sus ideasnihilistas, su concepto de libertadsuprema, chocaban con los valorescristianos y burgueses de su tiempo.Elisabeth entendió toda esa energía yquiso canalizarla, no se conformaba conla filosofía de su hermano, queríaplasmarla en realidad. Se daba cuentade que su marido había fallado en lobásico, no era suficiente con aislar alhombre ario puro, la mente de esoshombres, y en parte su biología, estabancontaminadas; ella triunfaría dondetodos habían fallado.—¿Quería crear a un superhombre? —preguntó Andrea.—Exacto, tenía un plan, tenía la teoría,

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pero necesitaba algunos otros elementos.Para ello se serviría del darwinismosocial y las teorías de Gregor Mendel.Ya sabes que Gregor Johann Mendel eraun monje agustino, pero sobre todo eraun naturista. Había nacido en Austria.Mendel descubrió al mezclar diferentestipos de guisantes unas leyes, que luegodarían origen a la teoría de la herenciagenética. Uno de sus discípulos y el queinventó el término genética fue el danésWilhelm Johannsen, que desarrollóalgunas de las teorías como el genotipoy el fenotipo. Elisabeth conocía todosestos avances, pero no tenía el dinerosuficiente para crear a un individuo osuperhombre, por eso pidió ayuda a unode los hombres más ricos de Europa,

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Albert Salomon Anselm von Rothschild.—¿Un miembro de la famosa y ricafamilia judía de Rothschild? ¿Por quéiba a apoyar un proyecto para crear alario perfecto?—Buena pregunta… no lo sabía. Élcreía que Elisabeth le estabaproponiendo crear a un hombre perfectogenéticamente, que tuviera sus genes,pero en su lugar, Elisabeth puso los desu hermano.—¿Hitler fue el resultado de unexperimento genético para crear unaraza de superhombres? No era alto, nifuerte, ni siquiera rubio —exclamóAndrea sorprendida.—Tú estás pensado en la perfeccióncorporal, pero Elisabeth buscaba un

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superhombre en el sentido de la filosofíade su hermano. Ario puro, con lasabiduría y la fuerza interior de unsuperhombre. Por eso intentó ocuparsede su educación y de que asimilaraciertas ideas.—¿Por qué eligieron a la familia deHitler? Eran unos don nadie.—Alois, el padre de Hitler, era hijoilegítimo de Albert Salomon Anselmvon Rothschild. Un tipo avaricioso,pervertido y que amaba el dinero sobretodas las cosas. Le propusieron fecundara su esposa Klara, que era mediosobrina y había servido de criadamientras la primera esposa de Aloisconvalecía. Cuando esta murió se casócon ella. Todos los hijos de la pareja

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fallecieron. Por eso Klara accedió alexperimento. Por eso Alois nunca quisoal niño, sabía que no era suyo. Aunquesí recibía bien el dinero que AlbertSalomon le enviaba para que criara alniño.—Entonces, Hitler era hijo biológico deFriedrich Nietzsche —aseguró Andreacon estupor.—No, simplemente formó el carácter yla mente del joven. Ayudó en la sombraa Hitler, que a pesar de su padreadoptivo Alois logró llegar a la edadadulta. Buscó que lo adoctrinaran en susideas de raza aria en Viena y loconvenció de que era el hombre elegidopor el destino. Cuando terminó la GranGuerra y se instaló en Múnich, pidió

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ayuda a varias amistades, sobre todo alos miembros de la Sociedad Thule y aDietrich Eckart. Siempre se mantuvo enun discreto segundo plano, hasta lallegada al poder de Hitler. Adolf Hitlerfue a visitarla a su casa en Weimar en1934, allí le confesó que sus valoreseran de su hermano y le entregó elbastón que había llevado los últimosaños. Fue al funeral de Elisabeth al añosiguiente en 1935. Al parecer aquello lehizo obsesionarse con la capacidad delhombre de manipular las ideas de otrosy más tarde, la propia manipulacióngenética. ¿Se podía crear una razasuperior?

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Capítulo 29El Paraíso Nueva Germania Andrea terminó la cena. Se encontrabasorprendida de las cosas que le habíacontado Teodoro. Sabía que lasfecundaciones in vitro no se habíanconseguido hasta los años setenta, lasmanipulaciones genéticas en humanosmuy limitadas no se habían producidohasta la primera década del siglo XXI yhacía muy poco que se había logradodescifrar todo el genoma humano.¿Cómo podía Elisabeth y su grupo de

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extremistas arios haber manipulado unembrión y fecundado a una mujer afinales del siglo XIX?—No es que no te crea, pero me cuestamucho pensar que todo esto es real —confesó Andrea.—¿Te cuesta mucho pensarlo? ¿Quédirías si te comentara que yo mismo fuiun niño probeta modificadogenéticamente?—Pensaría que estás loco —aseguróella.—Puede que lo esté, pero no por ser unhombre modificado genéticamente.Cuando Alemania perdió la guerra, ya sehabía dispuesto en América un refugiopara los jerarcas nazis, pero lo que eramás importante, se había puesto en

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marcha un proyecto genético. Antes setenía que transmitir a la sociedad unaserie de valores de origen nazi o ario.Puede que nuestro ideal fuera derrotadopor las armas, pero nuestra ideologíacontinuó activa, transmitiéndose en todotipo de medios.—¿De qué tipo de valores hablas? —preguntó Andrea.—Piénsalo bien. Nosotros no creamosla propaganda, pero la perfeccionamos.Nuestro objetivo nunca fue imponernuestras ideas, más bien fue inocularlas,eliminando a los que pensaban diferente.Algunas ideas eran para consolidarnuestro poder, otras para cambiar a lasociedad y un tercer grupo para hacermás aceptables las otras dos.

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—Ponme un ejemplo —pidió Andrea.—Tengo varios. El nazismo siempre fueuna mezcla de modernidad yconservadurismo. Fueron impulsores dela eugenesia, aunque no sus creadores.La eugenesia era la limpieza racial, paraello había que deshacerse de losantisociales, deformes o impurosracialmente. En la actualidad laeugenesia se ha normalizado, cualquierembrión no viable, defectuoso odeforme es eliminado en el vientre de lamadre. Hay un exterminio progresivo delas personas con Síndrome de Down ydentro de muy poco, los padres podránescoger el color de la piel del niño, delos ojos o su inteligencia. La eutanasiafue otro de los supuestos «derechos»

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que introdujimos en la cultura. Elderecho a morir, primero a través de unaeutanasia pasiva y ahora ya se estáutilizando la eutanasia activa. El idealde perfección genética se encuentra en lamente y el alma de casi todos loshabitantes del planeta.—No puedes comparar eso con elexterminio de pueblos enteros, con elHolocausto del pueblo judío —bramóAndrea indignada.—Creo que estás llena de prejuicios.Estamos creando el Paraíso en la tierra.Gente sana, sin enfermedades físicas nimentales. ¿Puedes imaginar cómo seráun mundo así?—Un mundo en el que gobierne unacasta perfecta, mientras es servida por

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el resto de pueblos y razas. Lo quequeréis es convertir al resto en vuestrosesclavos —aseveró Andrea poniéndoseen pie.—Mañana te enseñaré el proyecto,seguro que lo comprenderás mejor. Aveces las cosas son únicamente cuestiónde perspectiva.Teodoro se puso en pie y pidió a dos desus hombres que acompañaran a lamujer hasta su habitación. Andrea lessiguió en silencio, pero una vez que sequedó sola no pudo evitar echarse allorar. Aquella gente eran verdaderosmonstruos. Debía detenerlos a cualquierprecio.

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Capítulo 30El Proyecto Nueva Germania Le llevaron el desayuno al cuarto.Dejaron sobre la cama un vestido deflores y unos zapatos bajos, también unafina chaqueta a juego. Una hora mástarde dos chicas la pasaron a recoger. Lamontaron en un coche y la llevaron hastalos laboratorios. Andrea se quedó muysorprendida por el tamaño del complejo.Podían vivir allí varios miles depersonas. Todos tenían aspectosaludable, la mayoría era de pelo rubio

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y ojos claros. Las únicas personasmorenas, con rasgos indígenas, seencargaban de los trabajos más duros ydenigrantes.Se pararon delante de un edificio muygrande, estaba construido con troncos yparecía una gran mansión, pero encuanto atravesaron la puerta aparecióante sus ojos un complejo delaboratorios y salas de experimentación.Teodoro esperaba en uno de loslaboratorios. Debajo de una bata blancase asomaba algo parecido a un uniforme.—Hola Andrea, espero que hayaspodido descansar un poco. Te hepreparado una visita guiada para quepuedas conocer lo que nosotrosllamamos el Proyecto. Esta es

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únicamente una de las muchas coloniasque hemos abierto por todo el mundo.Tenemos más de cien en lugaresapartados y discretos como Canadá,Alaska, el resto de los Estados Unidos,algunas islas privadas en El Caribe y elPacífico, también en Australia, NuevaZelanda, África y en toda Sudamérica yCentroamérica.—¿Cómo puede ser? ¿Nadie se hapercatado de vuestra fábrica demonstruos clonados? —preguntó Andreaindignada.—¿Te parezco un monstruo clonado?Somos gente normal, perfeccionadagenéticamente, pero normales.—No he visto muchos morenos opersonas negras por aquí —apuntó.

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—Yo creo que ya hay demasiados. Laraza blanca está sufriendo un descensonotable, mientras que la negra y laoriental no para de crecer. Simplementequeremos echar una mano a laNaturaleza —aclaró Teodoro con unasonrisa.—Estáis jugando a ser dioses.—Comenzamos el primer laboratorio en1946, el sitio te sonará, el Hotel Edén enArgentina. Es un edificio en La Falda, enla provincia de Córdoba en Argentina.—Sí, claro que lo conozco. Es uno delos lugares donde supuestamente se vioa Adolf Hitler.—Exacto. El proyecto comenzó allí. Enese hotel de 100 habitacionescomenzamos nuestros experimentos. Al

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principio eran poco más queLebensborn, como las que creamos enEuropa durante la Segunda GuerraMundial. Conocerás el programa de lasSS para que las mujeres de raza aria detoda Europa tuvieran niños con soldadosalemanes arios.—Sí, otra de vuestras locuras.—Pero ese método era muy primitivo yla llegada del doctor Mengele aSudamérica en el año 1949 hizo que sepusiera en marcha el Proyecto. Mengelese reunió con Hitler en Bariloche, él lepropuso liderar el Proyecto. En 1958comenzamos el Proyecto a gran escala.Aquí se inició una de las primeras«Casas de niños». Lo cierto es que,gracias a sus descubrimientos, se pudo

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manipular genéticamente a decenas demiles de niños, hoy superamos varioscientos de miles. Además, tenemosclínicas en muchos países, que usamospara continuar nuestra labor encubierta.Muchas parejas desesperadas vienen anosotros y terminan con un bebégenéticamente modificado por nosotros.—¿Por qué buscabais El libro secretode Hitler? ¿Qué tiene que ver con todoesto?—Es una historia larga de contar, vamosa mi despacho, allí podremos hablar contranquilidad.Atravesaron varias maternidades condecenas de niños y cuidadoras, que losatendían en todo momento. Andrea mirócon horror a las pobres criaturas.

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Entraron en un amplio despacho, losmuebles de estilo colonial parecíannuevos, detrás había varias estanteríascon libros sobre temas relacionados conla población mundial o la herenciagenética.—Permíteme que te ofrezca un café —dijo el hombre.Andrea no contestó, pero Teodoropreparó dos tazas y las puso sobre eltapete del gran escritorio.—El Proyecto comenzó a gestarse en1933, después de que Adolf Hitler seenterara del verdadero origen de susideas. El tema le obsesionó y creó unasección especializada dirigida porHimmler. Durante la guerra, gracias alos experimentos con prisioneros,

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avanzaron muy rápidamente. Hitlerordenó crear colonias por todo elmundo, en algunos casos se aprovechóde algunas como esta, formadas conanterioridad. La mayoría de los colonosaceptaron el mandato nazi, los que no lohicieron fueron asesinados oexpulsados. En los años cincuenta eldoctor Mengele desarrolló el Proyectoen Sudamérica, en especial en Chile,Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.Poco a poco se fue extendiendo a nivelmundial.Hitler incluyó algunos capítulos en susegundo libro con sus ideas sobregenética, pureza racial y manipulaciónde la herencia, pero nunca llegó apublicarlo. Únicamente había dos

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copias. Una la tenía el propio Hitler, laotra su editor Max Amann. Se intentórecuperar la copia de Amann, pero estese negó, pidió una suma gigantesca dedinero, de no complacerle, publicaría ellibro y descubriría el Proyecto almundo. Como imaginas, tuvieron queeliminarlo.—Otro asesinato más en los millonesque hicisteis durante la guerra —soltóAndrea.Teodoro se recostó en su sillón. Noentendía por qué Andrea era tan reacia asus planes, aunque intentar hacercomprender a una periodista deizquierdas y judía su plan era cuantomenos una osadía por su parte. Pero, porotro lado, había notado algo especial en

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ella. Una posibilidad de convencerla deque estaba en lo correcto.—Todo es mucho más complejo que eso—afirmó él tranquilamente.—Ya lo sé, pero vosotros simplificáistodo, no entendéis de matices.—Ya sabes, el Diablo está en losdetalles —dijo bromeando Teodoro.—En este caso, no —contestó ella.Teodoro comenzó a juguetear con unemblema nazi que tenía sobre elescritorio. Estaba comenzando acansarse de la actitud de la mujer. Sabíaque tendría que eliminarla finalmente,pero disfrutaba describiéndole su plan,como el diseñador que explica a uncomprador sus logros, aun a sabiendasde que no le apoyará en el proyecto, si

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no solo como simple lucimientopersonal.—El otro libro quedó en manos deHitler hasta la noche de su muerte, enese momento desapareció, pero comouna broma del destino, siempre estuvoen su tumba.—¿No sabías dónde se encontraba latumba de Hitler?—Claro que lo sabíamos, pero nadiepodía imaginar que el libro estaba allí,puede que no llevara tanto tiempo. EvaBraun murió después de su marido,posiblemente ella lo guardó en secreto,nos se debía fiar de que muchos nazis larespetasen, para algunos nunca fue nadamás que una prostituta que complacíatodos los caprichos de su amo.

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—Veo que tenéis en la mismaconsideración a las mujeres que a laspersonas no arias.—La mayoría únicamente tienen unpapel y un deber: dar hijos arios. Escierto que hay excepciones, pero sonmuy poco probables.Andrea se puso en pie y comenzó apasear por el despacho.—¿Cómo acabaste tú en la casa delprofesor Goodman?—Fue muy sencillo. El profesoresperaba a alguien que viniera aayudarle, yo me hice pasar por eseenviado de Daniel. Intenté convencerlopara que me dijera lo que sabía, peropor alguna razón desconfiaba. Al finalterminé asesinándolo. Oculté el cadáver

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y continué mi búsqueda, pero fueinfructuosa. Entonces llegaste tú. Mehice pasar por su nieto…—Y luego yo encontré la sala secreta.—Exacto, eso me dejó sorprendido —comentó Teodoro.—Entonces ¿quién nos atacó aquellanoche en la casa? —preguntó Andreaintrigada.—Debieron ser los guerrilleros que tesecuestraron en Uruguay, con eso no tuvenada que ver. Esperaba que resolvieraslos acertijos y encontraras el libro —leaseguró.—Entonces, ya no te soy útil.—No, la verdad. Ya no nos eres útil,dentro de poco nuestro Proyecto estaráterminado. ¿No lo sabes verdad?

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—¿El qué?—Lo de la resolución —contestó.Ella lo miró sorprendida. Todo aqueltiempo la había utilizado y no dudaría endeshacerse de ella en cualquiermomento. Tenía que pensar cómoescapar de allí y mostrar al mundo lalocura de esa gente.

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Capítulo 31Amerika Nueva Germania Andrea regresó a su habitación, seencontraba desolada. No se sentíapreparada para morir. Creía que nadielo estaba, pero ella aún menos. Muypocas veces había reflexionado sobre lamuerte. Tal vez en la adolescencia, peroen los últimos años se había centrado enser feliz, aunque cada vez se sentía másdesdichada.Se aferró a los barrotes de su celda eintentó moverlos, pero no sirvió de nada

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y después lo intentó con la puerta. Secerraba por fuera y estaba reforzada conhierro. Buscó por la habitación algo conque hacer palanca, al final lo intentó conla pata de una silla que había logradoarrancar al estar la soldadura muy débil,pero no logró abrir la puerta.—¡Por favor! —gritó para intentaratraer a alguien.Tardó varios minutos en conseguir quealguien se acercase. Cuando loconsiguió, vio al otro lado de la puerta auna joven adolescente de apenas catorceaños que llevaba unas largas trenzaspelirrojas y tenía un rostro bastanteamigable.—Se ha roto la silla y me he hecho dañoen la pierna —dijo la mujer sentada en

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la cama.La joven se acercó y ella aprovechópara inmovilizarla en la cama, despuéstomó la barra y la golpeó en la cabeza.No le dio muy fuerte, pero sí losuficiente para que perdiese el sentido.Después la colocó sobre la cama, latapó y salió a toda prisa, después decerrar la puerta. Necesitaba ganar algode tiempo antes de que salieran en subúsqueda. Desconocía dónde seencontraba el pueblo más próximo.Corrió por el pasillo y después salió aldeslumbrante día. Miró a un lado y alotro. No había mucha gente por laspulcras calles, buscó algún tipo decoche, pero no encontró ninguno.Caminó por la avenida hasta llegar a la

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empalizada. No podía escapar por lapuerta principal, debía buscar una salidaalternativa.Al final encontró otra salida creada paralos camiones de provisiones. Esperó aque uno se preparara para partir y secoló dentro. Un par de minutos mástarde el camión arrancó y ella seescondió en un rincón con la esperanzade que el conductor no se percatase desu presencia hasta que se hubieraalejado de la colonia.Andrea se sentó en el suelo rodeada decajas de alimentos en lata. Una de lasmaneras que tenía la colonia definanciarse. No llevaba reloj, tampocoteléfono, no sabía cuánto tiempo llevabaen el camión, pero después de un buen

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rato notó que paraba y que el camioneroabrió la puerta y un toro mecánico sacóalgunos palés. La mujer aprovechó parasalir corriendo. El pueblo no era muygrande, apenas una larga calle donde sesucedían casas de una planta sobre unapegajosa tierra arcillosa, que enseguidacomenzó a pegarse a sus zapatos. Almenos parecía que nadie se habíapercatado de su huida.Corrió hasta una pequeña comisaría alfinal del paseo. Al parecer era la únicaen todo el departamento. La mujer entróen el edificio a toda prisa. Un policía depelo castaño y ojos verdes la miró concuriosidad cuando intentó recuperar elaliento antes de hablar.—¿Se encuentra bien?

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—No —susurró —, me han secuestrado,pero he logrado escapar. Hay unagigantesca colonia de nazis a unos pocoskilómetros de aquí.—Tranquilícese y tome asiento.Redactaré su declaración, en una horallega el jefe de policía. No se preocupe,ya está a salvo.Andrea comenzó a contarle todo alpolicía, omitiendo algunos detallescomo que la perseguían por sospechosade asesinato en varios países.El agente le preparó un café y dejó quese relajase en una sala de espera. Unahora más tarde llegó el jefe de lapolicía. Era un hombre mayor, conbigote blanco, el pelo canoso y la pielalgo tostada por el sol. Entró en la sala y

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con una amable sonrisa le pidió que leacompañase.Salieron al aparcamiento de lacomisaría y le invitó a que subieradetrás.—¿Dónde nos dirigimos? —preguntó.—No se preocupe. Este pueblo esdemasiado pequeño y, si lo que cuentaes cierto, necesitaremos a la policíaestatal. Iremos a Libertad, allí podránmandarnos refuerzos.Andrea se recostó en el asiento e intentótranquilizarse, media hora más tarde vioun cartel que ponía Nueva Germania ygolpeó el cristal del coche policial.—¿Dónde me lleva? Esto es NuevaGermania.—No se preocupe —dijo el hombre,

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después tomó un desvío hasta que llegóa la empalizada. Abrieron la puerta yentraron de nuevo en la colonia. Elcoche paró enfrente del despacho deTeodoro. Tocó el claxon y el hombresalió.—Buenas tardes jefe Herzog, ¿qué metrae por aquí? —dijo Teodoro mientrasobservaba a la mujer entre los cristalesdel coche.—Otra loca que se os escapa. La gentepuede ponerse nerviosa, tenéis que sermás cuidadosos —dijo el policía.—No te preocupes, de esta me encargoyo personalmente —comentó.El policía abrió la puerta del coche ysacó por los pelos a la mujer, después laarrojó a los pies de Teodoro.

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—Muchas gracias jefe, dentro de pocole mandaremos sus honorarios.—Gracias, pero ya sabe que todosnosotros apoyamos la causa —comentóel policía. Después subió de nuevo alvehículo y se alejó.Teodoro miró con el ceño fruncido a lamujer. No podía creer que se hubieravuelto a escapar. Era más inteligente delo que creía.—Bueno, quería conservarte un par dedías más con vida. Aquí a veces meaburro, la mayoría de ellos no tienen lacapacidad que tú posees para laconversación. Los preferimos dóciles yfelices, únicamente algunos tienen unaalta capacidad y se convierten enlíderes. Ven, mujer —dijo tirando del

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pelo de Andrea, mientras esta le seguíaa cuatro patas.Entraron en su despacho, él le dio unapatada y la mujer rodó por el suelo.—Tendré que eliminar a todas laspersonas con las que te has puesto encontacto. Eso incluye a todos tus amigos,tu madre, tu novio…—No, por favor, no les hagas daño.Haré todo lo que me pidas —suplicóaún desde el suelo.—Pareces muy dócil, pero estoyconvencido de que en cuanto me dé lavuelta me volverás a traicionar, formaparte de tu ADN.Andrea se arrastró hasta un sillón y sesentó en él.—Nuestro proyecto es imparable, ya te

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comenté antes que dentro de un par dedías la ONU aceptará una resoluciónque permita a las clínicas perfeccionarembriones, primero será para evitarenfermedades hereditarias, pero dentrode poco la gente pedirá hijos perfectos.Nosotros les ofreceremos nuestraespecial idea de los hijos perfectos.—Eso es terrible —dijo Andrea.—Ya gobernamos indirectamente en losEstados Unidos, Francia, Austria,Holanda, Dinamarca, Italia, Hungría yGrecia, y dentro de poco lo haremos enAlemania y otros muchos países deEuropa y América. Por fin nuestro sueñose verá cumplido. Cuando consigamos elnúmero suficiente de niños arios,dividiremos el continente en los cinco

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países que soñó Adolf Hitler y unapequeña élite gobernará la nuevaAmerika.Andrea observó el rostro del hombre,parecía totalmente fuera de sí.—Será mejor que nos ocupemos de ti.Te aseguro que tu muerte será lenta ydolorosa.El hombre aferró a la mujer por lamuñeca y se la llevó del despacho.Caminaron hasta los pabellones de lagranja. Pasaron delante de variosestablos con vacas, después llegaronhasta las porquerizas.En cuanto subieron a una pasarela,Teodoro comenzó a lacerar con uncuchillo las manos, los brazos y laspiernas de la mujer. Después la puso al

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borde de la pasarela.—Creo que nuestros cerdos tendrán hoyun gran banquete.Abajo un centenar de cerdos gruñían enel barro rojizo. Andrea comenzó a gritar,mientras Teodoro la dejó casi en el aire.Escucharon unos disparos a susespaldas. El hombre se giró y soltó a lamujer. Notó cómo dos impactos lealcanzaban en el abdomen. Intentóreaccionar, pero otros dos le alcanzaronen una pierna y el hombro. Perdió elequilibrio y se cayó junto a la mujer a laporqueriza. Andrea se movía e intentabaponerse en pie, pero los animalescomenzaban a rodearla y a olisquearla.Cuando Teodoro cayó justo al lado, losanimales se giraron y se dirigieron hacia

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él.Andrea se arrastró hasta la cerca, peroun cerdo gigante comenzó a morderle lapierna. Comenzó a gritar hasta que unosbrazos tiraron de ella con fuerza. Lamujer levantó la vista y vio el rostro deFederico, justo antes de perder elconocimiento.

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Capítulo 32Huida Nueva Germania Andrea recuperó la consciencia una horamás tarde. Viajaba en la parte trasera deun coche todoterreno. Se miró los brazosy las manos, alguien se las había curado.Giró la cabeza y vio a Adriana que ledevolvió la mirada con cara de pocosamigos.—¿Qué ha pasado?—Que a pesar de que nos disteesquinazo en Argentina, te hemos vueltoa salvar el pellejo —comentó la mujer.

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—No seas tan dura con ella —dijoFederico—, todavía está convaleciente.—¿Qué le sucedió a Teodoro?—Me temo que se convirtió en comidapara los cerdos, una muerte digna paraun nazi —bromeó Adriana.—¿Cómo hemos logrado salir de lacolonia?—Afortunadamente se formó un granrevuelo al enterarse los colonos de lamuerte de su líder, por eso nos diotiempo de robar un vehículo y salir deallí lo antes posible —dijo Federico.—Todo esto parece una pesadilla —comentó Andrea incorporándose en elasiento.Federico tomó una salida en dirección aSan Estanislao.

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—Dentro de un par de horas llegaremosa Asunción, allí tenemos unos amigosque nos llevarán en avión hastaArgentina —comentó Federico.—¿Lograsteis recuperar el libro? —preguntó Andrea.—Sí, se encontraba en el despacho deTeodoro —dijo Adriana.—¿Sabéis qué contiene? —preguntóAndrea, con la casi convicción de quedesconocían por completo los planes delos colonos.—No estamos seguros, pero el que loposea podrá hacer una verdadera fortunacon él —comentó Federico.—Es mucho más que eso —dijo Andrea,comenzando a contarles todo lo quesabía.

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Cuando llegaron a Asunción los dosguerrilleros ya estaban informados delplan de los nazis y su deseo demanipular genéticamente a la población.Federico llamó a su padre y le contó lospormenores de lo sucedido.Mientras Adriana llevaba sus cosas a laavioneta, Andrea esperaba sentadasobre una caja. El sol parecía calentaralgo su cuerpo. Por alguna razón sentíaun frío espantoso, posiblemente por lapérdida de sangre.Federico se acercó al avión sonriente.—Nos dirigiremos a Buenos Aires paraque contactes con la editora lo antesposible, creemos que es mucho mejorpara nuestra causa que se conozca lo quecontiene ese maldito libro.

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Andrea le devolvió la sonrisa. Aquellaera la mejor noticia que podía haberoído. Por un lado, el descubrimiento delsecreto de Hitler le permitiría ponerse asalvo, por el otro lograrían parar suproyecto en la ONU.Tras cuatro horas de vuelo, la avionetaaterrizó en un pequeño aeródromo al surde Buenos Aires. Allí los esperaban elnovio de Andrea y su amiga Luisa.—Bueno, aquí nos tenemos que separar—dijo Federico en cuanto tomarontierra y soltaron la escalerilla.—Muchas gracias por todo. De no serpor vosotros ahora estaría muerta.—A veces la vida nos da extrañosaliados —contestó Federico.—Es cierto, pero creo que tú sabrás

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cambiar tu destino. No creo que la luchaarmada sea la respuesta para traer la pazy la prosperidad a este continente —comentó Andrea.—Puede que tengas razón —dijo eljoven dándole la mano.Andrea bajó del avión con una mochilaverde colgada a la espalda y con un trajede camuflaje del mismo color. Luisa fuela primera en acercarse y abrazarla,después su novio Leopoldo.—Me alegro mucho de volver a verte.He estado muy preocupado —dijoLeopoldo.La acompañaron hasta el coche y encuanto salieron del aeródromocomenzaron a hacerle preguntas. Andrearespondió poco a poco a todas las

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cuestiones y les explicó lo sucedido.—Julia te espera esta misma mañana. Encuanto le hablé del libro se volvió comoloca —comentó Luisa. La editora nohabía dudado ni un minuto en publicarEl libro secreto de Hitler. Sabía quesería un gigantesco éxito editorial.Una hora más tarde estaban frente a lasede de la editorial. Entraron en ellujoso vestíbulo, la gente mirabaintrigada a Andrea con su aspecto deguerrillera, pero ella parecía inmune atodo lo que la rodeaba. Subieron por elascensor dorado hasta la planta doce.Atravesaron las exclusivas oficinas dela editorial hasta el despacho de ladirectora editorial que los esperabaimpaciente.

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—Hola Julia. ¿Te acuerdas de nuestracompañera Andrea Zimmer? —preguntóLuisa.—Claro que sí, algunas de susinvestigaciones han sido premiadas.—Muchas gracias por recibirnos tanpronto. Creo que voy a ofreceros lahistoria más increíble que nadie os hacontado nunca.Julia echó para atrás su melena rubia yse sentó en la butaca negra. A sus pies laciudad de Buenos Aires parecía brillarbajo el intenso sol del mediodía.—Soy toda oídos, querida.

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Epílogo Nueva York El libro escrito por Andrea llevaba yaun mes en la calle cuando la Asambleade la ONU la invitó para dar una charla.Desde entonces había escuchado todotipo de comentarios a pesar de que cincoexpertos habían confirmado que elmanuscrito había sido escrito por AdolfHitler. Su novio Leopoldo laacompañaba aquella mañana fríamientras entraba en el descomunaledificio. Un representante de laasamblea les dio la bienvenida y losacompañó hasta el auditorio. Mientras

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Leopoldo se dirigía a la tribuna deinvitados, el delegado de la asamblea lehizo esperar detrás de una puerta. Laspiernas le temblaban, tenía la boca secay ganas de salir de allí corriendo.Las puertas se abrieron y una potente luzlo deslumbró, comenzó a caminar y amedida que se dirigía hasta el estrado,escuchó una ovación cerrada. Se pusofrente a la asamblea, observó a loscientos de representantes de todas lasnaciones del mundo y comenzó a hablar.—Señorías, representantes de lasnaciones de este bello planeta llamadoTierra, me presento ante ustedes este díacon el corazón encogido ante lamagnitud y gravedad de los hechos quevoy a narrarles, pero también con la

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esperanza de que unidos, podamosconvertir a este mundo en un lugarmejor.En los últimos años, el odio, el racismo,la xenofobia y el machismo parecenhaber recuperado mucho terreno. Hoy,más que nunca, se persigue y asesina ala gente por sus creencias, el color de lapiel o su género, pero a pesar de latendencia mundial de la última décadaaún estamos a tiempo de cambiar denuevo la Historia.La vieja Sociedad de Naciones no supofrenar el ascenso de los fascismos. Lasdébiles democracias europeas yoccidentales se vieron impotentes anteel auge de los totalitarismos queprometían terminar con la corrupción,

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depurar la sociedad y repartir lariqueza. Sabemos que no fue así, lo quetrajeron fue la más cruel y aplastanteguerra que ha conocido la Humanidad.Desde hace varias décadas se vieneconformando un plan que someta denuevo al ser humano, que convierta agran parte de la raza humana enesclavos, para que unos pocos puedanvivir como amos absolutos. Hace unassemanas salió publicado mi libro Ellibro secreto de Hitler, en él pudeexplicar el complejo sistema que losnazis dejaron en marcha después de sudesaparición en la escena pública. Granparte de ese plan ya está en marcha,únicamente las naciones pueden cambiarde nuevo el curso de la Historia. En sus

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manos está, devolver la libertad denuevo a todos los pueblos y naciones dela Tierra.

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Algunasaclaracioneshistóricas

• La mayoría de los datoshistóricos sobre los nazis enAmérica son verídicos. Tambiénlas cifras de emigrantes alemanesdurante el siglo XIX y XX.

• Las relaciones de algunosjerarcas nazis con Juan DomingoPerón están probadas, aunquenunca se ha podido demostrarplenamente que el políticoargentino estuviera a favor del

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nazismo.• La historia del libro secreto de

Hitler es verídica. Adolf Hitlerescribió una segunda obra que,supuestamente salió a la luz enlos años sesenta. Siempre seespeculó sobre su contenido yautenticidad.

• La historia de los nazis enUruguay está basada en datosreales.

• La historia de la fundación deNueva Germania y susfundadores es verídica.

• Elisabeth, la hermana deNietzsche, es verídica. Ella fundójunto a su esposo NuevaGermania, regresó a Alemania

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tras la muerte de este y cuidó a suhermano. Fue una conocida pronazi y regaló el bastón de suhermano a Hitler en 1932.

• La idea de manipular a Hitlerdesde la niñez es totalmenteinventada.

• El plan de Hitler de dividirSudamérica en cinco países esreal, se encontró dicho mapa enBuenos Aires.

• Mucho se ha hablado de laposibilidad de Hitler de huir aAmérica. Nunca se pudocorroborar su muerte de maneradefinitiva. El posible trayecto yestancia en Argentina estánbasados en datos reales, aunque

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no se han podido demostrar.• El aumento de los populismos

pone de nuevo sobre la mesa elaumento del racismo y laxenofobia, ideologías quellevaron a la Segunda GuerraMundial y a la muerte demillones de personas.

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Otros libros delautor El Círculo«Tras el éxito de Saga, Misión Verne yThe Cloud, Mario Escobar nossorprende con una aventura apasionanteque tiene de fondo la crisis financiera,los oscuros recovecos del poder y laCity de Londres».«Una noche sin aliento para salvar a sufamilia y descubrir el misterio queencierra su paciente».El famoso psiquiatra Salomón Lewin hadejado su labor humanitaria en la Indiapara ocupar el puesto de psiquiatra jefe

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del Centro para EnfermedadesPsicológicas de la Ciudad de Londres.Un trabajo monótono, pero bienremunerado. Las relaciones con suesposa Margaret tampoco atraviesan sumejor momento y Salomón intentabuscar algún aliciente entre los casosmás misteriosos de los internos delcentro. Cuando el psiquiatra encuentra laficha de Maryam Batool, una jovenbróker de la City que lleva siete añosingresada, su vida cambiará porcompleto.Maryam Batool es una huérfana deorigen pakistaní y una de las mujeresmás prometedoras de la entidadfinanciera General Society, pero en elverano del 2007, tras comenzar la crisis

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financiera, la joven bróker pierde lacabeza e intenta suicidarse. Desdeentonces se encuentra bloqueada yúnicamente dibuja círculos, perodesconoce su significado.Una tormenta de nieve se cierne sobre laCity mientras dan comienzo lasvacaciones de Navidad. Antes de lacena de Nochebuena, Salomón recibeuna llamada urgente del Centro. Debeacudir cuanto antes allí, Maryam haatacado a un enfermero y parecedespertar de su letargo.Salomón va a la City en mitad de lanieve, pero lo que no espera es queaquella noche será la más difícil de suvida. El psiquiatra no se fía de supaciente, la policía los persigue y su

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familia parece estar en peligro. La únicamanera de protegerse y guardar a lossuyos es descubrir qué es «El Círculo» ypor qué todos parecen querer ver muertaa su paciente. Un final sorpredente y unmisterio que no podrás creer.¿Qué se oculta en la City de Londres?¿Quién está detrás del mayor centrode negocios del mundo? ¿Cuál es laverdad que esconde «El Círculo»?¿Logrará Salomón salvar a su familia?

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Mario Escobar Autor bestseller con miles de librosvendidos en todo el mundo. Sus obrashan sido traducidas al chino, japonés,inglés, ruso, portugués, danés, francés,italiano, checo, polaco, serbio, entreotros idiomas. Novelista, ensayista yconferenciante. Licenciado en Historia yDiplomado en Estudios Avanzados en laespecialidad de Historia Moderna, haescrito numerosos artículos y librossobre la Inquisición, la ReformaProtestante y las sectas religiosas.Publica asiduamente en las revistas MásAllá y National Geographic Historia.Apasionado por la historia y sus

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enigmas, ha estudiado en profundidad laHistoria de la Iglesia, los distintosgrupos sectarios que han luchado en suseno, el descubrimiento y colonizaciónde América; especializándose en la vidade personajes heterodoxos españoles yamericanos.

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