El Mando de Un Submarino

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EL MANDO DE UN SUBMARINO. Wolfgang Luth fue uno de los más famosos comandantes de submarinos. En catorce cruceros efectuados desde enero de 1940 a octubre de 1943 hundió cerca de 250.000 toneladas de buques. Durante este período estuvo más de seiscientos días en la mar, estableciendo un récord con doscientos tres días en un solo crucero al océano índico. Poseía la Cruz de Caballero de Cruz de Hierro con hojas de roble, espadas y brillantes. Siendo comandante de la Escuela Naval de Flensburg Muerwick, encontró trágico fin al caer mortalmente herido por el disparo de un centinela cuya voz de alto no pudo oír a causa de la fuerte tormenta que había en aquel momento. Otro gran soldado, que tras haber desafiado tantos peligros, encuentra la muerte de manera tonta. En 1943 dio en Weimar una conferencia en un curso para oficiales de Marina sobre su experiencia en el mando de los submarinos. El manuscrito de dicha conferencia lo reproduzco aquí textualmente, permitiéndome la sola licencia de suprimir algunos párrafos.

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EL MANDO DE UN SUBMARINO.

Wolfgang Luth fue uno de los más famosos comandantes de submarinos. En catorce cruceros efectuados desde enero de 1940 a octubre de 1943 hundió cerca de 250.000 toneladas de buques. Durante este período estuvo más de seiscientos días en la mar, estableciendo un récord con doscientos tres días en un solo crucero al océano índico. Poseía la Cruz de Caballero de Cruz de Hierro con hojas de roble, espadas y brillantes. Siendo comandante de la Escuela Naval de Flensburg Muerwick, encontró trágico fin al caer mortalmente herido por el disparo de un centinela cuya voz de alto no pudo oír a causa de la fuerte tormenta que había en aquel momento. Otro gran soldado, que tras haber desafiado tantos peligros, encuentra la muerte de manera tonta. En 1943 dio en Weimar una conferencia en un curso para oficiales de Marina sobre su experiencia en el mando de los submarinos. El manuscrito de dicha conferencia lo reproduzco aquí textualmente, permitiéndome la sola licencia de suprimir algunos párrafos.

EL MANDO DE UN SUBMARINO

«Mi tarea como comandante de un submarino es hundir barcos, y para conseguirlo necesito una dotación que colabore conmigo.

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Para que su ayuda sea eficaz, mis hombres deben no tan sólo cumplir perfectamente su cometido a bordo, sino hacerlo con satisfacción. Todos mis cruceros han sido diferentes, y en la mayoría de ellos he tenido oficiales y marineros distintos. En todos he aprendido algo nuevo. Así que en el último, que duró siete meses, mi experiencia era ya considerable.

LA VIDA DE UN SUBMARINISTA

La vida a bordo tiene largos períodos de monotonía. Hay que aprender a soportar durante semanas y quizá meses la irritante falta de éxitos. Cuando, además, esto va acompañado de cargas de profundidad, la tensión nerviosa gravita sobre todos, pero especialmente sobre el comandante. El hombre que aguanta un ataque con cargas de profundidad metido en un submarino se encuentra en la situación del aviador que está siendo acosado por tres cazas al mismo tiempo. Uno y otro oyen distintamente cada uno de los proyectiles disparados contra él, y cada explosión, tanto si le da como si no, la siente hasta el fondo de su ser. Pero el submarinista, a diferencia del aviador, no puede escapar por los aires, ni moverse, ni contestar al fuego enemigo. A menudo, bajo las explosiones de las cargas de profundidad, el submarino queda sin luz, y, cuando las tinieblas rodean a un hombre, es fácil presa del terror. Por otra parte, la vida en un submarino es antinatural e insana, comparada con el servicio en un buque de superficie. Apenas hay distinción entre el día y la noche, ya que las luces deben estar continuamente encendidas. Los fines de semana y los días de fiesta son indistinguib1es, y tampoco se nota el cambio de las estaciones. El ritmo normal de la vida queda completamente trastornado y reducido a una eterna monotonía; es obligación del comandante hacer cuanto pueda para provocar en ella cierta variedad. La capacidad y estado de salud de la tripulación queda afectada, además, por los continuos y bruscos cambios de clima durante los cruceros. Se pasa de los alisios a los trópicos, del frío glacial al calor tórrido, de una zona climática a otra, indistintamente. Como un submarino opera principalmente de noche, otro problema es la falta de regularidad en el sueño, agravado especialmente para el comandante, por el peso de la responsabilidad abrumándo1e durante semanas y meses enteros y manteniéndole continuamente en aguda tensión. El vaho maloliente y la perpetua humedad, el estrépito de los motores y el bamboleo del submarino son otros tantos factores que contribuyen a destrozar los nervios de los submarinistas. El

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café muy cargado y el fumar con exceso son perjudiciales para los nervios y la salud, particularmente de noche y con el estómago vacío. Yo he visto algunos jóvenes marineros con sólo veintitrés años que, al cabo de dos años de navegación, han quedado inútiles para el servicio en los submarinos. Naturalmente, tampoco debe uno beber demasiado en tierra. Creo que en tiempo de guerra es cuando deberá beberse menos. En crucero, jamás he querido tomar el tan popular café de guardia de media. Personalmente lo encuentro demasiado fuerte. En tierra, nunca bebo. Bueno, tanto como nunca...

LA MORAL DE LA TRIPULACIÓN

La moral de las dotaciones depende: 1) De la disciplina. 2) De los éxitos del comandante. Las dotaciones siempre preferirán un comandante afortunado, aunque sea exigente, a otro que les tenga muchas consideraciones pero que no hunda barcos. 3) De la perfecta organización de la vida de a bordo. 4) De que los oficiales traten correctamente a los hombres y sean un ejemplo en su conducta. 5) De que el comandante cuide de sus hombres tanto en su aspecto físico como espiritual.

DISCIPLINA

Es deber primordial de un comandante procurar que el ambiente de un rancho de marineros sea dirigido e influido por los mejores y no por los peores. Debe proceder, más o menos, como el jardinero que protege las buenas hierbas y extirpa las malas. Esto no es difícil de conseguir, porque en los submarinos tenemos siempre gente joven; los marineros suelen tener de veinte a veintidós años, y los suboficiales, de veintitrés a veinticinco. Será una ayuda en este aspecto tener el mayor número posible de hombres que en tierra hayan aprendido algún oficio manual, y, de no ser así, son preferibles los que posean parte de estudios de enseñanza media y que han abandonado, bien porque ya estaban hartos de sus profesores o por cualquier otro motivo. Mis dotaciones proceden de toda Alemania. Un veinte por ciento de Renania y el resto de las demás regiones, cada una con un diez por ciento, incluyendo la de los sudetes.La mayoría de los suboficiales están casados o a punto de estarlo, y

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personalmente considero que los hombres casados dan más rendimiento. No ignoro que las mujeres pueden a veces debilitar la moral y el espíritu combativo de los hombres, pero también creo que su simple existencia puede alentarlos y fortalecerlos. A menudo he podido comprobar que los casados regresan de los permisos más animosos que los demás. No hace falta decir que algunos de los castigos que determina el Código Militar son inaplicables en tiempo de guerra en un submarino. Me refiero a la reducción de los permisos, por ejemplo. Otros, como el calabozo y las retenciones de pagas, no tienen razón de ser. Supongamos que aplico a un marinero catorce días de arresto. No podrá cumplirlo, de todos modos, hasta que termine el crucero y lleguemos a puerto. Por consiguiente, tendremos que correr juntos los mismos peligros y celebrar iguales éxitos hasta que volvamos a la base. ¿Cómo puede esperarse que en estas condiciones mande a mi hombre al calabozo después de meses de cometida la falta? Me consideraría un perturbado si así lo hiciera. Pero el hecho es que el Código de Justicia Militar sigue existiendo y que en ciertos casos graves los oficiales esperan qUe uno lo haga cumplir. Una réplica a un superior cuesta, normalmente, tres días de arresto. En su lugar, yo le mando tres días al «lecho duro»; esto significa tres días de dormir en el suelo de la cubierta, sin colchoneta ni manta. Creo que es más efectivo que el calabozo. La prohibición de fumar o de participar en los juegos durante tres días da también excelentes resultados. Todo castigo es anunciado oficialmente a la dotación, bien en el periódico de a bordo o bien en tablón de anuncios, y, si el asunto es grave, a la dotación reunida. Pero de ningún modo debe dejarse que el transgresor se sienta víctima o se crea objeto de persecución. Debe continuar sintiéndose como uno más de la tripulación, que comparte con todos el mismo destino. En general, yo castigo lo menos posible. Pero a veces uno no se puede cruzar de brazos y esperar que las cosas se resuelvan por sí solas... En cierta ocasión que andábamos escasos de víveres, uno de los marineros se apoderó de lo que otro se había guardado. Decidí castigarlo duramente y le impuse dos semanas de silencio. Durante este tiempo, nadie le podía hablar. Y además, catorce días de «lecho duro». Cumplido el castigo, todo se olvidó; nadie volvió a mencionar lo ocurrido, y la camaradería se restableció nuevamente. Otra vez tuve en mi dotación uno de esos tipos que suelen encontrarse en la vida civil: el clásico desobediente y eterno

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protestón que todo lo encuentra mal y siempre se está quejando. Después de varias semanas sin conseguir ningún éxito, empezó a quebrantar la moral de mis hombres con sus murmuraciones. Tuve que escarmentarlo en serio. Para ello hice inmersión a cuarenta metros de profundidad, dejé el submarino bien trimado, con tres hombres de confianza en la cámara de mando, y reuní a toda la dotación en la cámara de proa. Entonces puse al culpable ante la siguiente alternativa: O procuras que cuando lleguemos a la base te considere como un buen amigo, o haré que te destinen a una compañía: de castigo en el frente ruso. De momento, durante catorce días harás los peores trabajos de a bordo, según un horario que tendrás que cumplir al pie de la letra. Le presenté un programa por escrito y se lo hice firmar. Varias copias se fijaron en .el tablón de anuncios y otras en diversos puntos del submarino. A partir de entonces no tuve la menor queja. Mientras navegábamos por los trópicos mondó las patatas más sucias, dejó como el oro las sentinas y realizó los trabajos más repugnantes. De tal modo se condujo desde entonces, que le propuse para la Cruz de Hierro - que se le concedió -. Y al que me sucedió en el mando del submarino se lo recomendé para el puesto de timonel en los combates. La fruta, el chocolate y cuanto podía considerarse como una golosina se reservaba para premiar los trabajos duros y para castigar con la privación de ellas a los que cometían alguna falta. Esta clase de premios y castigos dan a bordo mejor resultado que la aplicación rigurosa de leyes y reglamentos. Lo importante es obrar con justicia; después todo se olvida y la alegría y el compañerismo vuelven a reinar. A los pocos días de haberse concedido a un serviola una alta condecoración, avisó con retraso el avistamiento de un destructor. Lo único que pudimos hacer fue sumergirnos y esperar. Era evidente que estábamos corriendo un peligro que pudiera haberse evitado. Sin embargo, no lo castigué. Recibimos tal lluvia de cargas de profundidad, que estuvimos quince horas sin poder salir a la superficie. Mientras se producían las explosiones, todas las miradas estaban fijas en el culpable, y éste fue el peor castigo que pudo recibir. En otra ocasión, un destructor nos arrojó tantas cargas de profundidad que, aun hallándonos a una cota muy baja, nos reventaron una válvula del servicio de achique. El agua entró en el submarino y, al llegar al cuadro de motores eléctricos, éste empezó a arder, al mismo tiempo que la luz se apagaba.

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A bordo había un castigado que deseaba rehabilitarse, y él fue el que se introdujo entre las llamas y apagó el fuego. Hoy posee la Cruz de Hierro de primera clase y es suboficial. Huelga decir lo importante que es a bordo la observación rigurosa del horario. El puntual relevo de las guardias es una cuestión de honor. El puesto de serviola es uno de los principales de a bordo. Desempeñarlo a la perfección depende más del carácter del individuo que de su buena vista. Durante mis cruceros, los serviolas han avistado más de cien aviones, y solamente tres veces nos han bombardeado. Algunos de estos vigías han anunciado más de una vez la llegada de aviones durante la noche. En dos ocasiones se enteraron de su presencia por el oído. Sin embargo, yo permito a mis guardias de puente que hablen y fumen. Ya sé que a las dotaciones que se instruyen en tierra se les prohíbe despegar los labios a menos que exista un motivo de gran importancia. Pero cuando se están meses enteros navegando no se puede mantener a un hombre callado durante cuatro horas. Sabiendo que están atentos a su misión y que no dejan sus prismáticos, no me importa que crucen unas palabras. Que se fume de noche lo dejo a la discreción del oficial de guardia. Lo único que les exijo es que prescindan del tabaco en la guardia de alba (de cuatro a ocho de la mañana), pues entonces tienen el estómago vacío y es muy perjudicial. Una vez, en alta mar tuvimos a bordo un muerto y dos heridos. Para sustituir aquél me enviaron un voluntario de un mercante alemán que en aquellos momentos estaba por aquella zona. Tenía diecinueve años y desde los catorce estaba navegando por los siete mares en buques alemanes. Cuando llegó. a bordo del submarino, con su sombrero de paja, me saludó de este modo: - Muy buenas, capitán; aquí me tiene usted. No tenía la menor idea de la milicia. Uno de mis mejores suboficiales se encargó de educarlo militarmente y le enseñó todo aquello que no debe dejar de saber ningún submarinista. A los catorce días estaba preparado para los servicios de a bordo. Entonces se organizó una pequeña ceremonia de jura de bandera. Nos sumergimos y adornamos la cámara de proa con banderas y gallardetes; la dotación se adecentó lo mejor posible y se escogieron las canciones para el acto. Todo salió a la perfección. El novato fue obsequiado con un cuaderno en el que un compañero que poseía una magnífica letra había copiado «las obligaciones del soldado». El joven del mercante llegó a ser un magnífico soldado. Se le

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concedió la Cruz de Hierro y el distintivo de submarinista sin que hubiera pasado por la Escuela de Submarinos. Normalmente, a bordo de los submarinos no se permiten bebidas alcohólicas. Sin embargo, ciertas ocasiones hay que celebrarlas con un trago. Por ejemplo, cuando se hunde un buque,se celebra un cumpleaños o... algún infeliz se ha mojado más de la cuenta durante su guardia y hay que hacerle reaccionar. Cuanto más estrecha sea la cooperación entre suboficiales y oficiales, tanto mayor será la disciplina en el barco. Durante los cruceros, continuamente los instruyo acerca de lo que pueden permitir y las limitaciones que deben imponer a la marinería. La mayoría de los suboficiales son jóvenes y necesitan ayuda. En los ratos libres llamo a algunos de ellos y les planteo problemas de disciplina para que los resuelvan. Un comandante debe estar realmente interesado en el bienestar de sus hombres, comprender sus sentimientos y ser su guía en todos los aspectos. Cuando se ordena algo extraordinario, hay que decirles claramente lo que se espera de ellos, para que así sean capaces de obedecer. El comandante debe en todo momento ser asequible y atender las peticiones o consultas de sus hombres. Si muestra contrariedad, quedará aislado y tarde o temprano encontrará a faltar la necesaria información. Sobre las concesiones de medallas se ha discutido mucho y se seguirá discutiendo. Esto indica la importancia de la cuestión. No debemos olvidar que algunos submarinistas, después de haber obtenido la Cruz de Hierro, enferman repentinamente de extraños males, invisibles a los rayos X: reuma, corazón y estómago son los recursos más corrientes. En el caso de que haya dos marineros propuestos para una recompensa y sólo conceden una cruz, prefiero dársela al que queda a bordo y no al que desembarca o ingresa en una escuela para ascender a cabo o suboficial. La Cruz de Hierro es un premio al valor, y después de ganarla es cuando más hay que demostrar que se es digno de ella.

INFORMACIÓN

En los submarinos, la dotación actúa con la desventaja de no participar directamente en el combate: el comandante es el único que aprecia la situación, y toda decisión e iniciativa está única y exclusivamente en sus manos. Pero, al mismo tiempo, la más pequeña falta o descuido de sus hombres - cerrar una válvula antes de abrir otra, por ejemplo puede malograr un ataque. Tales faltas son responsables directas del fracaso.

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Cuando todo el mundo, en cambio, ha cumplido perfectamente con su obligación y, como resultado, se ha obtenido un hundimiento, los hombres pueden pensar que su papel ha sido secundario. Por esta razón, cuando se ha obtenido algún éxito, el comandante debe hacer cuanto pueda - si las circunstancias, naturalmente, lo permiten para que todos se sientan partícipes del mismo. En cierta ocasión, en mitad de la noche, tropecé inesperadamente con un convoy. Estuve a punto de entrar en colisión con un destructor y conseguí zafarme de otro. La visibilidad era escasa y la situación confusa, así que me puse a navegar despacio hasta ver cómo estaban las cosas. Llamé al jefe de máquinas y le describí a grandes rasgos la situación, a fin de que pudiera explicársela, a su vez, a la dotación a través de los altavoces. Poco antes de virar les dije: «Voy a empezar el ataque.> Cuando el torpedo fue disparado, pasaron más de cuarenta segundos sin que sucediera nada. Por supuesto, todos contaban el tiempo. Un oficial estaba ya pensando en destapar la botella de la victoria y la marcha triunfal estaba lista en el tocadiscos. Después de transcurridos dos minutos, consideré fracasado el ataque y terminé con mi acostumbrada palabra de dos sílabas: «¡M...!» ' . Cuando un barco es hundido y a continuación soportamos las cargas de profundidad, considero que es la ocasión para contar a los hombres algo más acerca del combate. Si tengo la suerte de poder seguir en superficie, llamo a uno o dos hombres al puente para que vean el mercante mientras se está hundiendo, y si escapamos en cota periscópica, les dejo echar una mirada a través del periscopio. Un día avisté a un mercante que navegaba casi a la misma velocidad que el submarino. Tras una larga persecución conseguí darle alcance y echarlo a pique. Durante la caza hacía subir al puente a la dotación, haciendo que se fijaran en los detalles del barco, para que ellos mismos lo buscaran en el libro-registro de buques.

SEGURIDAD

«Las únicas cosas interesantes de oír son las que están prohibidas», dicen los alemanes. Lo mismo pensaban mis hombres. Así, en nuestro último crucero, cuando estábamos cruzando el golfo de Vizcaya, de regreso a la base, hicimos inmersión profunda y hablé a la tripulación sobre la seguridad. No sólo les advertí de lo que no podían decir, sino que les

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indiqué algunas de las cosas que podían contar y que la gente consideraría interesante. Después mandé colocar en la tablilla de anuncios un modelo de cartas en los siguientes términos: «Querida Erika: Sano y salvo otra vez en casa. Hemos obtenido hermosos éxitos y hundido unos cuantos mercantes. También hundimos un tiburón. Gané el primer premio en el campeonato de ajedrez...,> y añadía una lista de las cosas que se podían mencionar acerca del crucero y de las que cada uno podía escoger las que más le gustasen.

ORGANIZACIÓN DE LA VIDA A BORDO

Si unos hombres son colocados en un submarino y deben considerado desde entonces como su hogar -lo que acontece al cabo de poco tiempo -, su vida diaria debe ser organizada de forma permanente, pero sin que esté sobrecargada. Cuando no están de servicio, el tiempo libre es enteramente suyo y tienen derecho a que se los deje en paz. Como a bordo de un submarino los días y las noches tienden a confundirse, es necesario hacer algo para distinguidos artificiaImente. Durante la cena ordeno rebajar la luz en todo el barco, y una hora más tarde se da una sesión de música con discos. Como la guardia se cambia a las veinte horas, el concierto empieza una hora antes y termina una hora después, con un descanso en medio. También procuro destacar la diferencia entre el domingo y los días corrientes de la semana. Se empieza el domingo con un concierto, y el primer disco es siempre el mismo: «Es mi placer dominguero quedarme en cama hasta las diez y descansar mis pies...», y el último disco del día también es siempre el mismo, aunque algo distinto del primero: «Canción de cuna», cantada por el Coro Infantil de la catedral de Regensbury. En los días festivos me gusta que mis hombres tengan especial cuidado en su presentación y policía. Yo les digo: «Si a alguno le queda todavía alguna cosa limpia, que la guarde para el domingo...» Al empezar el crucero, todos traen a bordo docenas de revistas ilustradas. Hay siempre suficientes para que todo el mundo se entretenga con ellas, y el último día del crucero todavía queda alguna sin leer. El asunto del retrete puede ofrecer ciertas dificultades, sobre todo cuando embarca gente nueva y no saben manipular correctamente la bomba. Para que no se quede nadie esperando mucho tiempo, hago colocar un cartel en la entrada, que dice:

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«Sed breves.» Dentro hay un cuaderno colgado, en el cual cada usuario debe anotar su nombre. Así, en cuanto se produce un atasco, se conoce al «culpable», que deberá darle a la bomba hasta que todo quede claro. Para que esto no parezca la confesión de un crimen, se permite añadir al lado de cada nombre los versos que se deseen; y al final del crucero hay tantos escritos que se podría pasar una tarde entera recitándolos. En los cruceros largos hay que organizar de vez en cuando zafarranchos de limpieza personal. Esto suele hacerse los sábados y se ameniza con música.

COMIDAS

Es algo muy difícil decidir las minutas y acertar con los gustos de todos. Yo dejo que cada rancho elija por su cuenta lo que va a comer, con la única condición de que no se consuman las cosas buenas en los primeros días. En los cruceros de gran duración hay que establecer, naturalmente, y desde el primer día, un racionamiento severo y adecuado. Considero una cuestión esencial que todos, pero especialmente los suboficiales, vayan correctamente vestidos cuando se sientan a comer. No por razones estéticas, sino porque su autoridad podría sufrir menoscabo. He visto suboficiales reprender a un ranchero por un plato algo sucio, sin darse cuenta de que sus manos, llenas de grasa, ensuciaban todo cuanto tocaban. Esta clase de inconsecuencias, fáciles, por otra parte, de evitar, pueden conducir a situaciones tirantes. A bordo de mis submarinos se cuece el pan; pero como el horno no suele funcionar muy bien, se me ocurrió organizar un campeonato de panadería. Cuatro que sabían algo del oficio tomaron parte en la competición, y así conseguimos tener un pan de primera calidad. La cantina requiere también especial cuidado. Mi norma es que todo cuanto hay en ella se reparta por igual a todos, de capitán a paje. Y si se hace alguna excepción se explica detalladamente el porqué a todos.

SANIDAD

Yo nunca he permitido las «revistas de médico» a bordo. Creo que con una dotación sana y normal no es necesario. Acostumbro a la gente a que en cuanto sientan la menor molestia se presenten al médico o a mí. Es mejor curar un forúnculo desde el primer momento, aunque les dé vergüenza el declararlo, que no cuando ya está peor.

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Algunas normas de higiene: tengo dada la orden de que todos lleven fajado el vientre, y se lo recuerdo todas las tardes a través de los altavoces, antes de que empiece a oscurecer. Nadie puede beber agua helada estando en los trópicos. A los marineros jóvenes les prohíbo fumar con el estómago vacío, y procuro que el café que se reparte en la guardia de media no sea tan fuerte como es costumbre en los barcos. En uno de mis cruceros tuve un enfermo de difteria. Cuando lo advertimos ya había pasado, afortunadamente, el peligro de contagio, y no se produjo ningún otro caso. El enfermo estuvo rebajado de servicio durante varias semanas, y aún pudo hacer su trabajo durante los dos meses que faltaban para terminar el crucero. Se curó sin haber visto la luz del sol. El problema sexual no ha existido jamás en mis submarinos, ni aun en los cruceros largos. Tengo prohibido que en los mamparos, junto a las literas, peguen fotografías de mujeres desnudas. No porque se tenga hambre hay que pintar atractivas hogazas en las paredes. Es una buena costumbre echar de vez en cuando un vistazo a los libros que haya bordo. Si se encuentran algunos de los que sólo tienden a halagar los bajos instintos del hombre, es mejor echarlos por la borda. En cuanto llegamos a tierra aconsejo a mis hombres que compren muchos regalos para sus familias; así estoy seguro que gastarán su paga en algo de provecho. Pero cuando están de regreso a la base creo que debe dejárseles en libertad para echar cuna cana al aire.

LOS OFICIALES

La moral de una dotación depende en gran medida del ejemplo de los oficiales. Hasta ahora he tenido, en total, bajo mis órdenes unos diecisiete oficiales. Cuatro de ellos no eran muy apropiados para los submarinos, aunque finalmente consiguieron por sí mismos adaptarse. Siete eran guardiamarinas, y, de ellos, uno solo fracasó. En cuanto a los demás, todos fueron excelentes y contribuyeron a que la vida de a bordo fuera lo que vulgarmente se dice los días fiesta. Con los oficiales jóvenes hay que tener un cuidado especial. Quieren distinguirse en todo, y si acaso uno lo olvida, ya se encargan ellos de hacer que se note. En un largo crucero a bordo de un barco pequeño no se debe permitir la menor incorrección o historias de mal gusto en las cámaras de oficiales, no sólo por cuestión de educación y moral, sino porque, una vez se empieza, no se sabe cuándo ni cómo

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terminan, y, lo que es peor, constituye un mal ejemplo para la dotación. Para mí, todos los oficiales son marinos; unos están en el puente y otros se cuidan de las máquinas, como en otro tiempo se hubieran encargado del velamen de un bergantín. Todos están en la mar y en el mismo barco. Este punto es esencial para mantener la unión y el compañerismo. A menudo charlo con los oficiales de guardia y les pregunto Qué harían si de pronto avistasen unos cuantos destructores o si apareciese de repente la aviación enemiga. ¿Harían inmersión o seguirían en superficie? ¿ Cuál sería el momento mejor para el ataque y por qué banda? Discuto la situación con ellos y los dejo hacer sus sugestiones, que generalmente están inspiradas por el más temerario espíritu agresivo (es mejor así, porque, en cuanto a aprensión, no hace falta ayuda). De los guardiamarinas he sacado siempre muy buen partido. Al principio, por su excesiva juventud, están desconcertados ante la extraña vida en el interior de un submarino, pero su optimismo los ayuda a adaptarse pronto a cualquier situación. Ante todo, hay que alojarlos adecuadamente. Como en la cámara de oficiales no hay sitio y con los suboficiales no es conveniente, lo mejor es meterlos a proa. Desde allí pueden observar cuanto sucede en el submarino. Como es lógico, se les invita con frecuencia a comer con los oficiales, a jugar o a charlar. Pero a los guardiamarinas los hago trabajar más de firme, sin dejarles parar un momento, guardias, trabajos, clases, problemás..., por lo que no es extraño que digan que la dorada vida de un guardiamarina es un «cuento». Mis guardiamarinas, sin embargo, han aprendido rápidamente las obligaciones y deberes en un barco, que un día tendrán que mandar.

CARGAS DE PROFUNDIDAD

Cuando están cayendo cargas de profundidad, todo el mundo fija su mirada en los oficiales. De tanto oírIo decir, parece un tópico, pero es lo que ocurre siempre. Yo tuve un oficial con una tranquilidad fuera de lo común. En un ataque con cargas de profundidad no estaba de servicio, se quedó dormido y no se despertó hasta que algo le cayó encima de la cabeza; entonces lanzó un gruñido de mal humor, murmuró algo así como que «no le dejan descansar a uno en paz» y se volvió a quedar dormido. Cuando salimos a superficie nos encontramos en un campo de minas, y como le preguntase por dónde le parecía que debíamos ir, si a estribor o a babor, Ige contestó, con la mayor naturalidad:

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«No hay por qué preocuparse. Si mañana nos despertamos es que habremos acertado el buen camino.» No era ni mucho menos un botarate, sino una persona de carácter plácido, con un fondo de humor amargo. El puesto de mayor importancia durante un ataque con cargas de profundidad es el hidrofonista: él es el primero que oye cuándo se acercan los destructores enemigos. Bajo ninguna circunstancia permito que el operador me diga en voz alta las marcaciones obtenidas. Los informes me los pasa otro marinero escogido comó hombre tranquilo con voz suave. Nunca se usa la palabra destructor, es una palabra tabú. Se sustituye por «un barco pequeño», y así no se alarma innecesariamente a la gente. Durante los ataques con cargas de profundidad hay que procurar que los hombres francos de servicio se echen a descansar o a dormir, asegurándose que todos llevan - incluidos los oficiales - los cartuchos de potasa para respirar, por incómodos que sean. No hay que olvidar que muchos tienden a quitárselos cuando saben que nadie los mira. Cuando ya todo está en orden, es conveniente que también el comandante se eche en su litera. A la dotación eso la tranquiliza, y piensan que, al fin y al cabo, las cosas no deben de ir tan mal como parecen.

LA MORAL

En una navegación larga, los oficiales deben hacer gala de su imaginación y recursos, y los hombres de la tripulación deben estar dispuestos a colaborar entusiasmadamente. Prefiero no ser yo mismo quien les organice las distracciones; simplemente, hablo de ello con los oficiales y marineros, les hago alguna sugerencia y dejo lo demás a su elección. Las damas y el ajedrez son los juegos más fáciles de organizar. Los resultados de las partidas se colocan en las tablillas de anuncios. Las primeras veces, esto les divierte mucho, pero terminan por aburrirse, y entonces hay que cambiar de diversión. También se deben celebrar las festividades importantes. Durante el Adviento colocamos lucecitas eléctricas sobre la clásica corona. Los pasteles de Navidad se empiezan a preparar con catorce días de anticipación, y todos participan en los preparativos como si estuviesen en su propio hogar. En la Nochebuena instalamos un árbol de Navidad en la cámara de proa, y todos los marineros reciben de Papá Noel de obsequio, y se cantan las consabidas canciones navideñas. Las

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mesas para la cena son profusamente adornadas, y todos los oficiales comen repartidos en las mesas con la marinería. Sobre el paso del ecuador, nada nuevo puedo decir. Por difíciles que sean las circunstancias, nunca deja de prepararse la ceremonia, que se celebra con el mejor buen humor. La dotación de un submarino debe saber por qué está luchando. Los domingos, muchas veces bajo a una profundidad tranquila y reúno a toda la tripulación. Les hablo de la historia del Reich, de nuestros héroes y guerreros y de las largas luchas que han sido necesarias a través de los siglos para conseguir su unidad' y grandeza. Los oficiales dan conferencias sobre su especialidad. El jefe de máquinas, por ejemplo, de la importancia del carbón como materia prima; otro, sobre el Atlántico, sus corrientes, su clima, su vida animal, los alisios, los peces voladores, etc., es decir, de todo lo que debe saber un marino. Con estas charlas se proporciona a los hombres tema de discusión para sus horas libres, y, cuando el asunto les interesa, suelen estar hablando y discutiendo de ello días y días, pues lo que más les gusta a los marineros es pasar sus horas de descanso en las literas charlando con los vecinos. Igual que en otros submarinos, tenemos también nuestro periódico. Empieza con un extracto de las noticias políticas, y como esta parte la considero muy delicada, las selecciono por mí mismo. La segunda parte se dedica a las noticias locales, es decir, a los acontecimientos ocurridos en el submarino, tratados con el mejor humor. Antes de salir de viaje hay que llevarse una buena cantidad de libros, tanto obras serias como ligeras. Tengo. que decir algo particular sobre este punto. A la gente le gusta leer; pero, después de largas y pesadas horas de guardia de pie, no hay que esperar que se pongan a leer ante una mesa más o menos estable, con una mala luz, metido entre torpedos y otros cacharros. Lo que desean es estar lo más cómodamente posible, y para ello es muy fácil disponer a la cabecera de cada litera una pequeña luz eléctrica, con lo que pueden leer a su mayor comodidad. El tocadiscos no debe funcionar continuamente, sino sólo una hora diaria. De lo contrario, llega a cansar e incluso aumenta el estado de nerviosidad. En resumen, dos cosas son esenciales para tener éxitos en un submarino. La primera, la disciplina, y la segunda, un constante y riguroso entrenamiento de la dotación aun en los más pequeños detalles de sus obligaciones. Esto es bien sabido, y no voy a extenderme en ello. Pero hay otro aspecto sobre el que quiero insistir. Un comandante debe mostrar un real interés por

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el bienestar de sus hombres. No basta con dar órdenes y castigar las faltas de vez en cuando. El éxito depende de que los hombres se identifiquen con su comandante. Unos y otros deben vivir única y exclusivamente para el barco, y todos deben sentir la satisfacción de navegar bajo las órdenes de su comandante y no de otro. . Voy a contar algunos casos para explicar lo que quiero decir. Tras una larga permanenc:ia en los astilleros, me hice nuevamente a la mar, con más de un tercio de la dotación de gente nueva. El primer barco que avisté navegaba a gran velocidad. Era ya de noche. Después de penosa persecución logré situarme en posición de lanzamiento y dije al oficial, que efectuaba su primer viaje: - El primer torpedo diríjalo al palo de proa; el segundo, al de popa. y él, en su afán de hacer las cosas con naturalidad, dijo en voz baja y con toda calma: - ¡Tubo uno..., fuego! Pero lo dijo tan bajo, que el sirviente de fuego ni le oyó. Como me pareció que su voz había sido demasiado débil, le dije que al segundo disparo diera la orden con voz más fuerte. Pero esta vez el sirviente no había quitado el seguro del botón y el torpedo tampoco salió. Tanto este marinero como el torpedista que estaba en la cámara de torpedos eran nuevos a bordo, lo que explica que no se entendieran a través de los tubos acústicos. En otro crucero tuve un contramaestre, eficiente pero con una desafortunada tendencia a azorarse. En cierta ocasión que teníamos que atravesar un campo de minas propio le dije:- Mañana, a las tres de la madrugada, empiece a zigzaguear,

porque al clarear podríamos encontrar algún submarino enemigo. A las cinco cambiaremos el rumbo del trescientos al setecientos.

- Cuando a la mañana siguiente, a las cinco, subí al puente, me enéontré que, al mismo tiempo que empezó el zigzag, había cambiado de rumbo dos horas antes de lo ordenado. Después de navegar en zigzag un cierto tiempo al 270, había confundido babor con estribor, y a la siguiente corrida del zigzag metió al 230 en vez del 300. ¡Durante dos horas habíamos estado serpenteando a través de un campo minado!

¡Por este fallo podíamos haber saltado estúpidamente por los aires! No pude abstenerme de decirIe que si hubiésemos dado con una mina nos habríamos ido todos al infierno por su culpa. Lo único que pude hacer para salir de aquel volcán fue volvér

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para atrás siguiendo los mismos rumbos que antes hizo, pero al revés. . ¿De quién era la culpa? Evidentemente, el comandante tiene la obligación de revisarlo todo, y la responsabilidad de cuanto ocurre a bordo recae enteramente sobre él. Tanto el comandante como sus oficiales deben hacer todo cuanto esté en su mano para reducir los posibles fallos, pues si las cosas salen mal serán ellos los responsables. Estoy seguro de que muchos submarinos se han perdido a causa de errores, tal vez más pequeños que éste, y que más de un éxito se ha malogrado por no haberse previsto, todos los detalles.

Pero no hay que olvidar esto: es deber del comandante confiar en sus hombres, aunque en algunas ocasiones le puedan defraudar. Tenemos una gran ventaja: los marineros jóvenes llegan a los barcos con un ardiente espíritu combativo, y, si son conducidos certeramente, estarán siempre dispuestos a volver una y otra vez al combate.Debemos cuidarlos y quererlos.