El match de Cupido - ForuQ

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Índice

PortadaSinopsisPortadillaDedicatoriaPrimera parte. La Oficina del Amor

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Segunda parte. Las Flechas16171819202122232425

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2627282930

Tercera parte. La Finis313233343536373839404142434445

Cuarta parte. Directora general46474849505152535455565758596061

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AgradecimientosSobre la autoraCréditos

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Sinopsis

Con 17 años, Lila descubre que Cupido, lejos de ser un mito, existe realmente. Dehecho, los cupidos están organizados como una agencia secreta y se dedican a enlazarpersonas sin que nadie lo sepa. Pero la mayor sorpresa no es esta: el auténticodescubrimiento para Lila será que ella, una adolescente mortal, ha sido enlazada conel auténtico dios del amor: el verdadero Cupido. ¿Se trata de una broma? Muy alcontrario, ¡es una maldición!

Para empezar, ella no buscaba novio. Por otra parte, resulta que Cupido es del todoinsoportable. Y para colmo, las relaciones entre cupidos y humanos están prohibidas,por lo que si llegan a enamorarse se arriesgan a la pena capital.

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EL MATCH DE CUPIDO

Lauren Palphreyman

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A Jamie, por su apoyo incondicional y por escucharme hablar sobrecupidos sin descanso durante los últimos cuatro años.

A mi madre, a mi padre y a mi hermana por animarme siempre.

Y a mis lectores de Wattpad. ¡Lo conseguimos!

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Primera parte

La Oficina del Amor

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Estimada Lila:Me pongo en contacto con usted en nombre de la Oficina del Amor.Seguramente no haya oído hablar de nosotros, pero somos una organización que trabaja

entre los bastidores de la sociedad, identificando el alma gemela de cada persona.No es habitual que nos pongamos en contacto con nuestros clientes, ya que preferimos

operar en secreto creando el ambiente ideal para que nuestras parejas se encuentren deforma fortuita.

Sin embargo, hemos pasado recientemente sus datos por nuestro sistema y... Bueno... Ensu caso...

Creemos que es mejor que venga.Por favor, responda lo antes posible.Reciba un urgente saludo.

LA OFICINA DEL AMOR

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1

Sobre el escaparate del edificio se leen las letras «Oficina del Amor» con una caligrafía elegante.En la puerta hay un cartel que dice: «En estos momentos no aceptamos nuevos clientes».

—Aquí nunca aceptan a ningún cliente nuevo —le dice una chica a su amiga mientras pasan pordelante con varias bolsas en las manos.

Miro el edificio de arriba abajo, con el ceño fruncido y protegiéndome del sol con el montónde cartas que he traído.

«No me puedo creer que esté aquí.»Como no fui capaz de encontrar ninguna información en internet, di por hecho que sería una

agencia pequeña. No me esperaba un rascacielos con ventanas doradas y angelitos esculpidos enla pared de piedra blanca. Me siento fuera de lugar, no creo que nadie con unas Conversedestrozadas, pantalones de pitillo y chaqueta de cuero haya cruzado nunca esta puerta.

No es que me haya hecho mucha gracia pasar mi último día de vacaciones de verano en unautobús a Los Ángeles. Si alguien se hubiera dignado a responder al teléfono, no habría tenido quehacerlo.

Empujo la puerta de cristal y suena una campanilla cuando entro.El suelo está cubierto de baldosas blancas brillantes y hay varios sillones de colores fosforitos

alrededor de una mesita de café llena de revistas de moda. En el otro lado de la sala hay unmostrador alto de piedra, donde una chica rubia con un traje de chaqueta blanco impoluto habla aunos auriculares. Sobre ella, colgando del techo por unos cables, hay una gran flecha dorada.

Me llama la atención un destello en la pared. Es una placa que dice: «Tres mil años creandoparejas».

Sacudo incrédula la cabeza mientras me acerco y suelto el montón de cartas encima delmostrador. La chica rubia me mira sorprendida. Lleva prendida en el bolsillo de la chaquetablanca del traje una chapita con el nombre «Crystal».

—Ahora te llamo —dice a los auriculares—. Me acaba de surgir algo.Me mira de arriba abajo con sus ojos azules. De pronto, me doy cuenta de la pinta que debo de

tener; ella está impecable, no tiene ni un pelo fuera de su sitio. Y luego estoy yo, que me he pasadohora y media en el apestoso autobús que me ha traído desde Forever Falls. Veo el reflejo de mipelo oscuro y enredado en la puerta de cristal: podría ser perfectamente la del polo opuesto.

—Lo siento —dice—, ahora mismo no aceptamos nuevos clientes.Toquetea los auriculares y me doy cuenta de que está a punto de continuar con su conversación.

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Me estoy cabreando, lo noto.—No he venido para inscribirme, sino para deciros que dejéis de molestarme.La chica me mira confundida.—¿Cómo dice?Le hago un gesto para señalarle las cinco cartas que he dejado encima del mostrador de

recepción.—Lleváis todo el verano enviándome cartas, mensajes y correos electrónicos —le cuento—.

No estoy interesada en vuestros servicios. No sé cómo habéis conseguido mi informaciónpersonal, pero tenéis que eliminarme de vuestras listas de correo. Ya tengo novio, muchas gracias.

Me doy la vuelta y me dirijo a la salida.—Espere.Habla más bajo y con más asertividad que antes. Puede que incluso con urgencia.Me vuelvo de nuevo. Ella me mira con confusión.—A ver, es que... no es normal.Coge una de las cartas que he soltado encima del mostrador. Lleva la manicura recién hecha.—No contactamos con nuestros clientes. Nunca. Va en contra de nuestras...—¿Leyes de privacidad? —le suelto—. Me da igual. Lo único que quiero es que me dejéis

tranquila, ¿vale?Cuando estoy a punto de volver a darme la vuelta, se levanta de un brinco.—¡No! —dice, ahora con una voz más fuerte y aguda—. ¡Por favor! —Como si de pronto fuera

consciente de lo raro que resulta su comportamiento, se vuelve a sentar con una sonrisa robótica—. Deje que ponga su nombre en el ordenador para averiguar qué ha pasado. Así podremoseliminarla de nuestra base de datos, ¿de acuerdo?

Suspiro.—Está bien.Parece que se relaja un poco cuando empiezo a andar de nuevo hacia el mostrador.—¿Nombre?—Lila Black.Las uñas repiquetean contra el teclado al escribir mi nombre. Hace una pausa de unos

segundos, arruga la frente y vuelve a escribir algo a toda prisa. Se queda mirando fijamente lapantalla con la cara completamente pálida. Una expresión de sorpresa sustituye a la sonrisa falsa.Y percibo también alguna emoción más.

«¿Miedo?»—Señorita Black, tenemos un gran problema. Ha sido usted emparejada con... —Para de

hablar y se muerde el labio—. Creo que... Creo que será mejor que le aclare la situación uno denuestros agentes. Por favor, siéntese, vendrá alguien enseguida.

—La verdad...La recepcionista levanta una mano y me hace un gesto para que me calle mientras pulsa un

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botón blanco en el interfono que tiene a su lado. Tras unos segundos, se oye una voz masculinaamortiguada por el pequeño altavoz.

—¿Qué ocurre, Crystal? —No parece muy contento.—Cal —responde—, necesito que vengas a recepción inmediatamente.—Ya sabes lo que hay que decir, Crystal —contesta él—: no aceptamos clientes nuevos.La chica tose, un poco avergonzada. Se quita los auriculares y coge el receptor.—No se trata de eso —susurra—. Tienes que venir ahora mismo, en serio.Se oye un murmullo en el otro lado y Crystal cuelga el teléfono. Vuelve a aparecer la sonrisa

robótica en su cara.—Uno de nuestros agentes la atenderá enseguida.Estoy a punto de decirle que no quiero ver a ningún agente, que solo quiero que dejen de darme

la brasa, cuando la puerta de cristal mate que hay junto a la recepción se abre y aparece un chicojoven que deduzco que es Cal.

Es tan guapo como Crystal, con el pelo rubio impecable y los ojos de un gris plateado. Llevaun traje blanco y parece que tiene más o menos mi edad: diecisiete años. La verdad es queresultaría muy atractivo a quien le guste ese estilo. Para mí es demasiado pulcro.

Mira molesto a Crystal y luego se fija en mí.—Lo siento —dice con desprecio—, no aceptamos nuevos clientes.—Sí, ya me he enterado —digo apretando los dientes—, pero no he venido para apuntarme. He

venido a decirles que dejen de molestarme.—Ven a ver esto, Cal —dice Crystal.Exhala profundamente por la nariz y se acerca al mostrador, inclinándose sobre Crystal para

leer lo que hay en la pantalla. Se le ensombrece la mirada. El asombro se refleja en todos losrasgos de su cara, pero recupera la compostura.

—Así que eres tú —dice finalmente—. De todas las chicas del mundo, tú eres su alma gemela.He de admitir que no me esperaba que fueses así. Por favor, señorita Black, acompáñeme,tenemos algo muy importante de lo que hablar. Su vida entera podría estar a...

Crystal tose y le lanza una mirada de advertencia. Él suspira.—Por favor, venga conmigo, señorita Black. Se lo explicaré todo.Se da la vuelta y se dirige hacia la puerta de cristal.Considero durante un momento marcharme de allí, a pesar del asentimiento alentador de

Crystal. Pero mi mejor amiga, Charlie, todavía no ha vuelto del campamento de periodistas, yJames, mi novio, trabaja todo el día en el restaurante. Así que o entro, o me voy a casa sin ningunaesperanza de que la Oficina del Amor me deje tranquila.

Además, odio admitirlo, pero me pica la curiosidad sobre quién es exactamente la persona dela que soy el alma gemela.

—Está bien —digo—. Pero, para que lo sepan, todo esto es muy raro.Camino hacia la puerta, la abro y entro.

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2

Tras la puerta hay una oficina inmensa y diáfana.Predomina el blanco, como en la zona de recepción, pero con unas columnas clásicas negras

que llegan hasta el techo, y la pared izquierda parece un collage de caras, nombres y lugaresunidos por trozos de cuerda rosa. Tras una arcada en la pared del fondo, solo puedo ver unaestatua de piedra algo gastada de una mujer envuelta en una toga.

Hay gente vestida de blanco corriendo de un lado a otro y hablándoles a unos auriculares. Nopuedo evitar fijarme en que todos los empleados son asquerosamente atractivos, como si serguapo fuera un requisito para poder trabajar aquí.

Cal avanza entre ellos, mirando hacia atrás por encima del hombro mientras yo lo sigo entre lasfilas de ordenadores, maniobrando entre gente a la que no parece importarle que choquemos.

«Parece más una oficina de corredores de bolsa que una empresa de citas.»A medida que avanzamos, me fijo en que hay bastantes monitores en los que se muestran

diferentes imágenes en bucle. La frase «Los diez más indeseables» aparece de pronto en una delas pantallas, seguida de la foto de un tío con una mirada penetrante. Pero la imagen se desvaneceantes de que pueda fijarme en nada más.

Cal abre la puerta de una oficina con paredes de cristal y me indica con un gesto que entre.—Siéntese, señorita Black —me dice con un tono de voz aún frío.Lo miro mientras me acomodo en un sillón rojo.Él cierra la puerta, coge un sobre negro del archivador que hay contra la pared y se sienta tras

el escritorio. Suelta un fuerte suspiro que le hace parecer más mayor. De hecho, todo sucomportamiento hace que parezca más adulto: hay mucha confianza en la forma que tiene demantener el contacto visual, y creo que nunca he visto a un adolescente sentado tan recto en unasilla.

—No es lo que me esperaba —dice mientras abre el sobre.—Sí, ya me lo has dicho. ¿Me vas a contar ya qué hago aquí?Cal saca un folio del sobre negro y lo examina.—Hace poco pasamos sus datos por nuestro sistema —dice—, y la ha emparejado con alguien

que no esperábamos que se emparejara con nadie.Agito la cabeza.—¿Por qué habéis pasado mis datos por el sistema? ¿Por qué tenéis mis datos?Cal sonríe con frialdad.

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—Tenemos los datos de todo el mundo, pero esa no es la cuestión que nos ocupa.—Y ¿puedes decirme cuál es la cuestión que nos ocupa?Tiene una mirada plateada y fría.—Es una situación complicada. Me arriesgo a romper nuestras... leyes al decirle lo que estoy a

punto de decirle.—Este club tiene muchas normas, ¿no?Cal me ignora y respira hondo.—Somos... cupidos —dice mientras se pasa una mano por el perfecto cabello rubio—.

Emparejamos a la gente. Llevamos muchos siglos haciéndolo. Pero no nos inmiscuimos en elamor, es demasiado peligroso. Hace mucho tiempo, uno de los nuestros se descarriló. Seentrometió en los asuntos de los humanos, en sus corazones. Se obsesionó con las mujeres e hizoque ellas se obsesionaran con él. Se convirtió en alguien muy peligroso. Su poder creció y suideología se radicalizó. Así que lo expulsamos de nuestra organización. Para siempre.

Me quedo mirándolo fijamente.—¿Es una broma?Cal niega con la cabeza.—Me temo que no, señorita Black.Me enderezo un poco en el sillón y me fijo en la caótica oficina mientras calculo mentalmente

cuánto tiempo tardaría en llegar hasta la salida.—Muy bien, Cal, genial.Intento mantener la voz lo más neutra posible y fuerzo los labios para poner lo que yo creo que

es una sonrisa tranquilizadora. Charlie se va a morir de la risa cuando se lo cuente. Seguramentequerrá ponerlo en su blog: «¡Una empresa de citas donde los empleados se creen cupidos!».

Por la forma en la que Cal frunce el ceño, creo que mi actuación no es tan buena como yopensaba.

—Y ¿qué tiene que ver todo esto conmigo? —pregunto siguiéndole el juego.Cal se me queda mirando fijamente y vuelve a respirar hondo.—Hace poco, por primera vez en la historia de los cupidos, ha sido emparejado con una

persona. —Sacude la cabeza—. Ni siquiera debería estar en el sistema. No debería tener un almagemela, ni por asomo. Es muy peligroso. Y si se entera... —Cal hace una pausa, pero no aparta lamirada de mi cara—. Señorita Black, hará todo lo que esté en su mano para conseguir lo quequiere. Es el original. El más poderoso de todos nosotros. Es Cupido en persona, el de verdad. Ysu alma gemela... es usted.

Nos quedamos los dos en silencio durante un momento. Luego empiezo a reírme, no puedoevitarlo. Cal casi no me mira; tiene los ojos inexpresivos.

—¿Me estás diciendo que mi alma gemela es Cupido? —pregunto—. ¿El pequeñín con alas yun arco y una flecha?

Durante un instante me pregunto si no me habrán llevado a un programa de la tele. Echo otro

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vistazo a la oficina, con una leve esperanza de ver a un equipo de cámaras, pero lo único que veoes una fila de trajes de chaqueta blancos y un poco de la estatua de piedra que hay detrás del arco.

Cal me pasa lentamente la hoja de papel que tiene en las manos.—No —dice—. Este es Cupido.Cojo la hoja brillante. Es una foto en blanco y negro de un chico con el pelo despeinado y unos

ojos que parecen clavarse en los míos, incluso desde el papel. Aunque podría tener la misma edadque Cal, hay algo más maduro en sus rasgos: tiene la mandíbula más cuadrada y los hombros másanchos. Los labios le dibujan una sonrisa traviesa y se le forma un hoyuelo muy mono en labarbilla que suaviza la robustez de sus características con un toque de encanto juvenil.

No se puede negar que es guapo —la foto podría estar sacada de una revista de ropa interiormasculina—, y hay algo en él que me resulta muy familiar.

—¿Este es Cupido?Vuelvo a mirar a Cal, que parece algo decepcionado.—Se le han dilatado las pupilas —dice mirándome a la cara de forma inquietante—. Le parece

atractivo.—Dices cosas muy raras.Pone una mueca de confusión porque, claro, a la gente le encanta que le digan que tiene las

pupilas dilatadas. Dejo la fotografía en el escritorio y lo miro directamente a los ojos.—Tengo novio. Ya lo he dicho.Pienso un momento en qué diría James si se enterara de que he venido a un sitio como este. No

se lo he dicho, ha estado tan ocupado trabajando durante el verano que no hemos tenido tiempo devernos mucho.

Cal parece irritado.—Sí, pero su novio no es su alma gemela. Su alma gemela es... —hace una pausa— otra

persona —continúa, ignorando mi mirada de desprecio—. Se la ha emparejado con Cupido.Vuelvo a mirar la fotografía. De pronto, recuerdo dónde he visto esa cara antes.—Esta es la foto que he visto en la pantalla de fuera. Es uno de los diez más indeseables,

aunque no tengo ni idea de lo que significa eso.Cal asiente, serio.—Es el indeseable número uno.Parpadeo. Luego vuelvo a mostrar mi sonrisa rara.—Vaaale, entiendo. Bueno, pues muchas gracias, Cal. Ha sido muy... esclarecedor. —Coloco

las manos en los reposabrazos y me levanto lentamente del asiento—. Voy a ir... marchándome.—Siéntate, por favor, Lila Black —dice Cal—. Y deja de sonreír así. Me pones muy nervioso.—¿Yo te estoy poniendo nervioso a ti? Ahora en serio, ¿qué narices es esto? ¿Estás intentando

estafarme o algo así?Cal respira hondo y se aprieta el tabique de la nariz.—No me crees. No crees nada de lo que te estoy diciendo.

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—¡Claro que no!Me mira fijamente.—Tienes que aceptarlo. Estás en peligro. Va a ir a por ti.De pronto, enciende el monitor del ordenador con un dedo largo y delgado. Veo que tiene

dedos de pianista, pero elimino rápidamente ese pensamiento mientras escribe a toda velocidadalgo con el teclado. Tras un momento de silencio, muestra una mirada de satisfacción.

—Tengo que enseñarte una cosa, algo que hará que creas en los cupidos.Coge un trozo de papel y garabatea una serie de números. Luego se levanta con los ojos

relucientes de triunfo.—Sígueme, Lila Black. Estoy seguro de que te interesará ver esto.

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No me muevo. Cal se detiene y me mira sin parpadear.—Si sigues sin creerme después de ver lo que voy a enseñarte, dejaremos de enviarte cartas —

dice.—Y correos electrónicos. Y mensajes.—Me encargaré de ello yo mismo.Respiro profundamente.—Más te vale...Inclina la cabeza con seguridad, luego se da la vuelta y me guía a través de la caótica oficina

hasta llegar al patio interior que se intuía detrás del arco. Sobre un puente de piedra se encuentrala estatua que vi antes. El agua es tan cristalina que refleja perfectamente el cielo de verano queasoma por el tragaluz. Una hiedra trepa por la pared y sobre los otros tres arcos. El olor queimpregna el aire es una mezcla extraña de añejo y dulce, como flores en un museo.

Es muy bonito y tranquilo, un contraste evidente con la oficina de la que acabamos de salir.Cal se detiene a mirar la estatua de piedra de forma extraña, con una mirada que no soy capaz

de descifrar y, a continuación, sigue avanzando con pasos rápidos hacia uno de los arcos que estánen el otro extremo. Puede que solo sean imaginaciones mías, pero parece que deja todo el espacioposible entre él y la mujer togada.

La estatua es muy antigua, tiene la cara desgastada y el cuerpo descascarillado. Se ha borradocualquier rasgo reconocible. Hay algo inquietante en sus ojos en blanco, así que desvío la miradahacia el pedestal que la sostiene, donde hay algo grabado: una lista, aunque solo soy capaz de leeruna línea que dice: «Ningún cupido debe ser jamás emparejado».

—Señorita Black —me llama Cal con expresión grave—. No tengo todo el día.Lo miro todo lo seria que puedo.—Ya, ser un cupido debe de suponer mucho trabajo.Él me mira con frialdad. Luego, a medida que desaparece bajo el arco cubierto por la hiedra,

lo oigo murmurar:—Debería haberme imaginado que su alma gemela sería problemática.Entramos en un pasillo largo con el mismo patrón de colores que la oficina. Está ligeramente

alumbrado por lámparas con velas falsas y flanqueado por puertas cerradas y papel pintado conespirales en negro azabache. Cal se dirige hasta la puerta del fondo mientras sus pasos hacen ecoal chocar contra el linóleo blanco. Los dos entramos en la habitación.

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Parpadeo un par de veces hasta que los ojos se me acostumbran a la penumbra.Estamos en un espacio enorme y oscuro. Hay haces de luz artificial que atraviesan la oscuridad

creando manchas blancas sobre las baldosas negras del suelo. Una pantalla gigante rodeada porcientos de monitores más pequeños domina la pared frontal. En cada uno hay diferentes personashaciendo cosas cotidianas: tomando café en una terraza, comiendo helado en el parque, esperandoen la cola de la caja del supermercado e incluso alguno durmiendo.

Toda la sala huele a electricidad. Ese aroma a ordenador me recuerda a la oficina dondetrabajaba papá antes de que lo despidieran.

Cal camina hasta un panel de control en el centro de la habitación. Hay un joystick, un teclado yuna línea de botones rojos y ámbar. Pulsa algo y las pantallas se quedan en negro.

—¿Quiénes son? —pregunto—. ¿Saben que los estás vigilando? Sois un servicio de citas, no laCIA, joder.

Cal no me mira. Escribe algo con el teclado y aparece un número de serie en el centro de lapantalla grande.

—Oye —digo, frunciendo el ceño—, no me has contestado.—No somos un servicio de citas. Somos cupidos. ¿Cuántas veces voy a tener que repetírtelo?

—Me mira y, aunque estemos casi en total oscuridad, sus ojos relucen como la plata—. Esnecesario que monitoricemos a nuestros clientes para poder crear una pareja. Utilizamosalgoritmos estadísticos muy avanzados para asegurarnos de que nuestros clientes se encuentren enel lugar oportuno en el momento adecuado. Pero, por desgracia, las estadísticas no siemprepredicen el comportamiento humano. A veces es necesario intervenir manualmente. Bueno —dice,mirando de nuevo a la pantalla—, te voy a enseñar algo que te va a sorprender un poco. Algo paralo que puede que no estés preparada. Pero no me dejas otra opción.

Antes de que pueda rechistar, pulsa el intro y en la pantalla más grande aparece una escena conmucha gente. Cuando toca otro botón, la pantalla hace zoom en una persona que se está riendo.Cojo aire y siento una sacudida en el corazón.

Ojos brillantes, hoyuelos en las mejillas. Reconocería esa cara en cualquier parte.Es mi madre.«Pero... ¿cómo es posible?»Mi madre murió hace dos años.Cal pulsa otro botón y la imagen se congela. No puedo dejar de mirar a esa mujer. Es mi

madre, no me cabe ninguna duda. Aunque, si me fijo, parece más joven que cuando murió. Unaadolescente.

Miro a Cal.—¿Qué es esto?Esta situación ya no me hace ninguna gracia.Cal aparta la mirada del monitor y su expresión se suaviza durante una milésima de segundo,

antes de volver a su cara de póquer.

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—Mi más sentido pésame.No digo nada, centro toda mi atención en la imagen de mi madre. Está preciosa y parece no

tener preocupaciones. Le brillan los ojos y tiene el pelo superbonito, rubio rosado. Esta imagen esde antes de que le diagnosticaran el cáncer, antes de la batalla que se vio obligada a luchar, antesde que se le cayera el pelo y sus ojos perdieran el brillo. Esto fue antes de que yo naciera, antesde que la quisiera, antes de que se fuera para siempre.

Siento un nudo en la garganta.—¿Sabes cómo se conocieron tus padres? —pregunta Cal.Una parte de mí se quiere ir. Otra quiere coger a Cal y aplastarlo contra la pared hasta que

sienta una fracción del dolor al que me acaba de someter. En mi interior, noto la violenciaacumulada que he intentado erradicar desde que ella se marchó y nos dejó solos. Me aferro a losejercicios de respiración que el psicólogo del colegio me obligó a aprender después de empujar aalguien que había escrito un comentario sobre mi madre en una taquilla.

«Inhala. Cuenta hasta cuatro. Exhala. Cuenta hasta ocho.»No puedo irme sin saber qué son estas imágenes.«Necesito saber por qué las tiene.»Me trago la rabia y me tranquilizo.—Se conocieron en una bolera. El encargado se equivocó con sus zapatos.Cal asiente y pulsa otro botón en el panel de control. La imagen se aleja y vuelve a

reproducirse.Es una bolera.Veo cómo mi madre se acerca alegremente al mostrador, se quita despacio los zapatos de bolos

y los deja con cuidado en la barra. Un empleado con un uniforme a rayas y una gorra de béisbol enla que pone «Bolera Castillo Diezbolos» los recoge y los mete junto a otros en un compartimentocúbico. No le veo la cara cuando coloca un par de zapatos para hombre encima del mostrador.

Ella se queda mirando durante un instante, confusa, y a continuación se ríe echando la cabezahacia atrás. Un poco más alejado, un chico con pinta de rarito, pelo negro y ojos grises estámirando un par de tacones.

«Es mi padre.»Se acerca a ella. El vídeo no tiene sonido, así que no puedo oír lo que están diciendo, pero sé

que mi padre le ha contado uno de sus chistes malos; a mi madre se le ilumina la cara tal como lohacía cada vez que él intentaba hacerse el gracioso.

Intercambian los zapatos.Cal pausa la imagen.Lo miro con tristeza. No quiero que pare.—¿Por qué tienes esto? —pregunto—. ¿Por qué me lo enseñas?Él no dice nada, simplemente se vuelve hacia el panel de control y mueve el joystick a la

izquierda. Rebobina la grabación y empuja la palanca hacia delante para ampliar la imagen del

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empleado de la bolera inclinándose sobre los compartimentos cúbicos. Cuando veo queintercambia los zapatos, digo:

—Un momento, ¿lo hizo a propósito?Cal acelera la grabación y veo cómo se conocen mis padres tres veces más rápido. Luego

vuelve a pausar y vuelve a ampliar la imagen del empleado. Doy un paso hacia atrás, en shock.Ahora veo la cara que se esconde bajo la gorra.Este vídeo debe de tener unos treinta años, pero él está exactamente igual que ahora: aspecto

de unos diecisiete años, ojos intensos, pelo rubio y piel suave.Es Cal.

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4

Cinco minutos después, volvemos a estar en el despacho de Cal. Ninguno de los dos ha dichonada. Me siento en el sillón rojo, apretando las manos con tanta fuerza que se me han empezado aponer los dedos blancos.

—Tú emparejaste a mis padres —digo, al cabo de un rato.Él asiente y me mira con curiosidad.—Estás molesta.Me encojo de hombros. La verdad es que no sé cómo estoy.—¿Té?Sin esperar respuesta, se levanta y se dirige a la esquina de la habitación, donde se pone a

toquetear un viejo hervidor de plástico que se encuentra sobre el armario archivador. Miro cómoecha el agua en una taza desconchada.

Me la trae. En la taza pone: «El mejor novio del mundo».—¿Quién te ha regalado esto? —pregunto distraída, mientras se la quito de las manos—.

Pensaba que los cupidos no se emparejaban. No te la habrás comprado tú mismo, ¿no?Cal parece avergonzado. Niega con la cabeza y se sienta en la silla giratoria.—Es una larga historia.Me acerco la taza a los labios; el líquido caliente tiene un olor dulce, como el jardín de hierbas

aromáticas de mi abuela en verano.—Manzanilla y lavanda —dice Cal—. Calma los nervios.Doy un sorbo y la verdad es que sí que hace que me sienta mejor.—¿Me crees ahora? —pregunta.Dejo la taza en el escritorio, al lado de la fotografía de Cupido.—Pongamos que te creo. Digamos que acepto que el vídeo que me has enseñado es real... ¿Qué

significa? —Miro al chico irresistiblemente guapo de la foto—. Aunque fuera verdad que este serparanormal y supermalo es mi alma gemela, no tengo ningún interés en estar con él. Tengo novio.Se llama James, llevamos casi un año juntos. Y...

La puerta de la oficina se abre y aparece un chico alto con el pelo moreno rizado.—¿Qué pasa, Curtis? —pregunta Cal un poco borde—. Estamos algo ocupados.—Me pediste que te informara de inmediato sobre cualquier cosa relacionada con el... —Me

lanza una mirada de reojo y baja la voz— caso.Cal se inclina hacia delante y junta las manos.

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—¿Y bien? ¿Lo has encontrado?—Todavía no. Pero los archivos son enormes. —Curtis entra en la oficina y cierra la puerta—.

Si tuviera acceso a más recursos...—Ya te lo he dicho: no quiero que nadie más sepa que lo estoy buscando.Curtis apoya la mano abierta en la mesa, invadiendo considerablemente mi espacio personal, y

se acerca a Cal. Me vuelve a mirar.Pongo los ojos en blanco mientras cojo la taza y me echo hacia atrás en el sillón. Como si me

importara lo que están cuchicheando, vamos. Ya me han hablado de Cupido. Puede que tambiénestén buscando al Conejo de Pascua.

—Claro —dice en voz baja—, porque piensas que puede que la gente cuestione tus... lealtades.Cal se pone muy serio.—¿Hace falta que te recuerde con quién estás hablando?Curtis se queda mirándolo un poco más. Luego exhala y da un paso hacia atrás como muestra de

sumisión.—Lo siento. Tienes razón. Te avisaré cuando lo encontremos. —Su mirada vuelve a deslizarse

hacia mí una vez más, al tiempo que camina hacia la salida—. ¿Esta es la chica?—Sí.—No me la esperaba así.Le lanzo una mirada furiosa mientras la puerta se cierra tras él y me derramo un poco de té

caliente en los pantalones. Maldigo con los dientes apretados.—Curtis está... se está encargando... de un recado para mí —dice Cal de forma muy poco

elocuente.Poso la taza descascarillada encima del escritorio y Cal se pone rígido y mira hacia la pared

de cristal de la oficina.—Sí, bueno, no me importa. —Miro la foto de Cupido que sigue sobre el escritorio—. Estaba

diciéndote que todo esto es ridículo. Porque no tengo ningún tipo de interés en este tío. Soy muyfeliz en mi relación, gracias. Y, aunque estuviera interesada, no lo conozco. Podría estar encualquier parte del mundo, ¿qué probabilidades hay de que se crucen nuestros caminos?

Cal se frota la nuca.—Ese es el problema, señorita Black. En circunstancias normales, habríamos eliminado tus

datos de nuestra base de datos para asegurarnos de que el mundo nunca se enterase de este desliz.Y lo hicimos. Pero se produjo un pequeño error administrativo antes de eso.

Lo miro con intensidad.—¿Qué error administrativo?Cal se mueve inquieto.—Se activó la ruta del emparejamiento. —Junta las manos sobre el escritorio—. ¿A qué

instituto vas?—Instituto Forever Falls.

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Cal asiente y suspira levemente.—Sí, eso me temía —dice—. Cupido empieza mañana.

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5

El cielo está de un ardiente color naranja cuando me bajo del autobús en la plaza de ForeverFalls.

Es un lugar muy diferente al centro de Los Ángeles. No hay prácticamente nada, aparte de unapequeña tienda de ultramarinos, una floristería, una tienda de segunda mano y los dos únicos sitiosde todo el pueblo en los que quedar. Paso de largo el pasadizo oscuro que lleva hasta el LoveShack, el más guay de los dos, y me fijo en el restaurante medio en ruinas, Romeo’s.

James seguirá trabajando.Apago el podcast sobre viajes que me ha hecho compañía durante la hora y media de trayecto,

me quito los auriculares y empiezo a caminar hacia el restaurante.No tenía pensado ver a James hoy, pero la movida sobre los cupidos, dioses del amor y que el

alma gemela de mi novio no sea yo, sino otra persona, me ha confundido. Aunque sea algocompletamente ridículo.

Conforme entro en Romeo’s, saludo a Martha, una de las camareras mayores, y me siento en misitio favorito, junto a la ventana, donde todavía hay un batido de chocolate y mantequilla decacahuete a medio beber esperando que lo recojan. Es el favorito de Charlie.

—Hace tiempo que no te vemos por aquí, cariño —me dice Martha.—¿Cómo? Ah. Sí...Se inclina para recoger la mesa y una mezcla de olor a perfume floral y desinfectante me

golpea.—¿Lo de siempre?Sonrío.—Por favor. ¿Está James?—Le diré que estás aquí.Sus tacones chocan contra el suelo gastado de baldosas blancas y negras al caminar hacia la

cocina. Cuando desaparece de mi vista, miro la cámara de seguridad de la esquina.Después de contarme lo del «error administrativo», Cal me acompañó hasta la recepción y me

dijo que «monitorizaría la situación». Me parece que he vuelto a la sala llena de pantallas de laOficina del Amor.

—Si me estás viendo, Cal, para ya —susurro. Luego suspiro y me recuesto contra el respaldoforrado de cuero—. Ahora resulta que hablo sola. Está claro que me estoy volviendo loca.

—¡Lila! —Doy un respingo al oír la voz de James cuando se sienta al otro lado de la mesa—.

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¡Hola!Sonrío. Puede que James no parezca un modelo como Cupido, pero es muy atractivo, sin duda:

ligeramente más alto que yo, con cuerpo atlético y un suave bronceado; por no hablar de lo seguroque debe de sentirse para ponerse debajo del delantal el jersey rosa y negro en el que pone«Forever Falls». Empuja un batido de fresa hasta mí.

—¿Qué haces aquí? —pregunta—. Se acaba de ir Charlie.Hago una mueca.—¿Charlie ha estado aquí?—Sí. Acaba de volver del campamento ese para periodistas. Vino a esperar a Marcus mientras

iba a la tienda. Su familia va a celebrar una cena de bienvenida, por lo visto. —Se pasa una manopor el pelo castaño claro y arruga la frente cuando ve mi expresión—. Te habrá mandado unmensaje, seguro. Hay muy poca cobertura aquí y la Wifi se ha vuelto a caer. Seguramente tellegará más tarde.

—Sí..., seguramente.La verdad es que no sé muy bien por qué me molesta no haber sabido nada de ella todavía. Los

tres somos amigos desde la guardería, no es extraño que se haya pasado por aquí sin mí.Fuerzo una sonrisa y James se inclina sobre la mesa y me besa. Noto que se me encoge el

estómago.«Su novio no es su alma gemela. Su alma gemela es... otra persona.»Me aparto, sacudiéndome de la cabeza las estúpidas palabras de Cal.Puede que, cuando James y yo empezamos a salir, no hubiera fuegos artificiales, pero estuvo

conmigo cuando perdí a mi madre, y hemos construido nuestra relación sobre la amistad y laconfianza. Es algo realista. Así es como debe ser.

La mera idea de las almas gemelas es ridícula. Las relaciones son algo más que unacompatibilidad estadística, o las milongas que me haya contado Cal. Y, la verdad, yo no creo ennada de eso.

—Bueno, ¿qué haces por aquí? ¿Me echabas de menos? —pregunta James sonriente—. ¿O solohas venido por las bebidas gratis?

Le doy un sorbo al batido.—Qué pasa, ¿una chica no puede venir a hacerle una visita a su novio sin levantar sospechas?—¡Claro que sí! Pero me ha sorprendido, hacía mucho que no venías. ¿Tu padre está bien?Me encojo de hombros.—Con sus altibajos, ya sabes.Me sonríe con comprensión, sin presionarme. A mi padre lo despidieron de su empleo como

contable hace unos meses. No rendía desde la muerte de mamá. Odiaba ese trabajo, pero estarencerrado en casa no le está haciendo bien.

—Aunque me ha prometido que mañana hará tortitas para desayunar —digo un poco máscontenta.

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—Tu madre siempre os las preparaba el primer día de clase, ¿verdad?—Sí. El año pasado se le olvidó, pero creo que el hecho de que lo haya propuesto significa

que intenta mejorar.—¿Te acuerdas, en quinto, cuando Charlie y yo nos quedamos a dormir en tu casa? Casi

llegábamos tarde al colegio, pero tu madre insistió en que estuviéramos bien alimentados antes dellevarnos.

—Comiste tanto que pasaste todo el día con dolor de estómago.—¡Sí! Y Charlie se derramó un montón de sirope en una camiseta nueva.Me reí, aunque me dolía un poco recordarlo.—Sí. A Charlie no le hizo ninguna gracia.—Cuéntame, ¿qué has estado haciendo? —me pregunta James.«Pues, ya sabes, lo normal. He visitado una agencia de citas sobrenatural, donde he conocido

al tío que emparejó a mis padres y me he enterado de que Cupido me está buscando.»He tenido un día demasiado raro para hablar de él, así que me encojo de hombros.—Poca cosa.La puerta del restaurante se abre y entra un grupo muy escandaloso del equipo de debate de

segundo año.—¡Jack está enamorrrrrrrrrado! —grita uno de ellos, dándole una torta a un tío bajito con el

pelo negro que estaba detrás, mientras los cinco se apelotonan en una mesa.—¿James? —Martha lo llama desde el otro lado de la sala, con una taza de café y una pila de

platos en precario equilibrio sobre los brazos.—¡Ya voy! —Se levanta y pone una mueca de disculpa—. El deber me llama. ¿Te quedas un

rato?Echo un vistazo a la cámara de seguridad y me imagino a Cal mirándome.—Creo que me voy a ir —digo mientras me levanto.James me da otro beso. Esta vez me hundo en su cuerpo cuando me agarra por la cintura.

Durante un momento, me permito disfrutar de su calor y de su colonia, que, por algún motivo, esmás acogedora con el deje de grasa de hamburguesa y mantequilla de cacahuete.

James es mi novio. Soy feliz. Y no necesito que una extraña agencia de citas me diga locontrario.

Me aparto de él y le sonrío, y esta vez sin esforzarme.—Te veo mañana en clase —le digo.Al salir, miro furiosa la cámara de seguridad de la esquina. Me imagino a Cal al otro lado. No

me importa que este misterioso Cupido empiece mañana en mi instituto.No tengo ningún interés en él.

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6

A la mañana siguiente me levanto temprano, lista para desayunar tortitas con papá. Pero cuandobajo, me encuentro la cocina vacía. Lo llamo, meto los platos sucios que hay sobre la encimera enel fregadero y preparo los ingredientes para la masa.

Luego me hago un café instantáneo en una taza descascarillada en la que pone «Contigo hehecho pleno» que mamá le compró a papá, y me siento a la mesa. Mi decepción aumenta conformevoy sorbiendo el café.

Papá no va a bajar. Se ha olvidado. Otra vez.Miro el reloj del microondas.Me planteo despertarlo, todavía hay tiempo. Pero respiro profundamente, me bebo de un trago

el resto del café y me pongo en movimiento.Qué más da. Tampoco es para tanto. Además, quería ponerme al día con Charlie antes de clase.Cojo la chaqueta de cuero del perchero del pasillo y me voy a esperar el autobús del instituto.Cuando llego, me voy directamente a la clase de informática, que también hace las veces de

redacción del periódico digital del instituto. Charlie todavía no ha llegado y la sala está vacía, aexcepción de una chica de primero, Laura, sentada con dos amigas frente a un ordenador.

Las oigo hablar en voz muy baja mientras llevo una silla al sitio de Charlie. Está frente a laventana que da al patio del instituto, lleno de flores y mesas de pícnic. Una vez me contó quepodía ver todo lo que pasaba desde aquí: quiénes se besaban, a quién ignoraban, quién llevabatres días con la misma ropa. En la mesa, al lado del teclado, estaban su cuaderno rosa y un vasode cartón vacío, así que debía de haber ido a la máquina expendedora.

—Antes apenas me hablaba —dice Laura, ajustándose la coleta castaña—. Al menos desde queme llamó empollona en cuarto. Y ahora me manda cartas, flores, bombones... No tiene ningúnsentido.

—¡A mí me parece muy mono! —dice su amiga Lisa, con los ojos relucientes bajo un flequillooscuro.

—Yo diría más bien turbio... —discrepa Rachel, otra amiga, arrancándose un hilo suelto de lamanga.

Saco el teléfono y me pongo a juguetear con él mientras espero a Charlie. Me doy cuenta deque, contra todo pronóstico, estoy un poco nerviosa por el hecho de que Cupido vaya a venir a miinstituto, aunque sigo sin estar del todo convencida de que todo esto no forme parte de un extrañoprograma de televisión.

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«De todos modos, tengo novio —me recuerdo a mí misma—, así que, ¿qué más me da quevenga?»

De pronto, la puerta se abre de golpe. Me vuelvo y veo a Charlie corriendo entre losordenadores, con su melena negro azabache ondeando tras ella.

—Buenorro... Hay... un... buenorro... —Hace una pausa para jadear, inclinándose ligeramente,con las manos en las rodillas, para recomponerse—. Un buenorro... empieza hoy —consigue decirantes de derrumbarse en la silla que está a mi lado—. Lo he visto... en la oficina deinscripciones... cuando he ido a por... una barrita de desayuno...

Parece estar encantadísima consigo misma por contarme la novedad.Me da un vuelco el estómago. ¿Cupido? Debe de ser él.Finjo una sonrisa.—¿Y has venido corriendo desde la máquina expendedora para contarme esto?Sonríe mientras enciende el monitor del ordenador y aparece el blog de los estudiantes del

instituto. Empieza a escribir, las teclas suenana al ritmo de sus dedos. En una página en blancoaparecen las palabras: «¡Ha llegado un buenorro nuevo!».

—No: para contárselo a todo el mundo —me corrige.Pongo los ojos en blanco.—Sí, al señor Butler le va a encantar...—Solo le doy a la gente lo que quiere, Lila —dice.Yo me río.—¿Cuánto crees que tardará en borrarlo? ¿Durará más o menos que tu disertación sobre la

noche en la que los profesores salieron al Love Shack?—¡Oye! Pues tuvo suerte de que no contara nada de su flirteo con la señorita Green —

responde.—¡Uy, sí! Te contienes un montón.Me hace una mueca burlona.—En fin, a lo que iba... —Deja de hablar de repente y abre mucho los ojos mirando algo por

encima de la pantalla—. ¡Que sean dos buenorros!Sigo su mirada con el ceño fruncido. El estómago me da otro vuelco cuando veo una cabeza

rubia pasar por la ventana frente a nosotras. Solo puedo verlo de espaldas y ha cambiado el trajede chaqueta blanco por unos vaqueros y una camiseta de cuadros azules y blancos, pero loreconozco de inmediato.

Es Cal.Lo veo pasar entre las mesas de pícnic, hasta que llega a la entrada del instituto, con una

chaqueta de cuero marrón colgando del hombro.«¿Qué está haciendo aquí?»—... verano? ¿Lila? ¿Hooooooooola? —dice Charlie, agitando la mano delante de mi cara.—¿Qué?

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Charlie levanta las cejas.—¿Qué te pasa? Te he preguntado que cómo has conseguido superar las tediosas horas sin mí

cuando me fui al campamento.—No me creerías si te lo dijera. Espera un momento.Me levanto —ignoro la mirada desconcertada de Charlie— y me acerco hasta la puerta. Cal

está a unos nueve metros, abriendo una de las taquillas frente a un grupo de jugadores de fútbolcon camisetas rosas y negras de Forever Falls. Salgo a toda velocidad de la sala de ordenadores yme pongo a su lado.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto en voz baja.Cal no me mira: está absorto en el contenido de la taquilla.—Es mejor que no te vean hablando conmigo.—Sí, bueno, sería más fácil si estuvieras en tu agencia de citas en lugar de en mi instituto.Cal se vuelve para mirarme.—He venido a monitorizar la situación. Ayer te dije que lo haría.—Sí, pero no pensaba que fueras a presentarte en mi instituto.Cal se quita la mochila y saca lo que parece ser la sección entera de «La vuelta al cole» de

Walmart.—Cuando llegue Cupido vas a necesitar mi ayuda.Observo cómo coloca una calculadora al lado de una carpeta de Los Vengadores. Me parece

una elección un poco rara para un emparejador severo e inmortal.—¿Eres fan de Marvel? —le pregunto.Me mira como si hablara en otro idioma.—¿Qué?Sacudo la cabeza.—Da igual. Mira, el tal Cupido no me va a interesar, ¡ya te lo he dicho!Cal me mira con frialdad por debajo de las pestañas.—Sí, lo has hecho —dice despectivamente—, pero si se entera de que eres su alma gemela, sí

le vas a interesar, y mucho. Por eso he ideado un plan para que no te preste atención durante elmayor tiempo posible. Una parte importante es que no hables conmigo.

Mi irritación va en aumento, pero me contengo.—Está bien. Pero ¿podrías decirme exactamente cuál es tu plan?Cal sonríe tranquilo, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado.—Voy a hacerme amigo de otra estudiante para que Cupido piense que tengo que protegerla a

ella.—Vaaale, pero si ese plan tan maravillosamente bien pensado funciona... ¿no estarás

simplemente trasladando el peligro hacia otra de mis compañeras?Las facciones marcadas de Cal adoptan una expresión que no consigo descifrar.—No funciona así. Su alma gemela eres tú. La única que está en peligro eres tú, nadie más.

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Suena el timbre que indica que empieza la primera clase y el pasillo se va llenando de gente.Vuelvo la cabeza y veo que Charlie está en la puerta hablando con Laura, pero me está mirando amí.

Cal no es el único que no quiere atraer la atención hacia nuestra conversación. Charlie me va ahacer un millón de preguntas.

—Bueno, lo que tú digas. Pero ¿Cupido sabe que trabajas para la Oficina del Amor? Porque, sino lo sabe, todo esto me parece un poquito inútil.

A Cal se le ensombrece la mirada.—Cupido y yo nos conocemos desde hace mucho.Antes de que pueda volver a abrir la boca, me entrega una hoja de papel doblada, se da la

vuelta y cierra la taquilla.Le miro la espalda mientras se aleja por el pasillo. Luego, desdoblo rápidamente la hoja y la

leo, consciente de que solo tengo cinco segundos antes de que Charlie aparezca con sus preguntas.

Quedamos después de clase al lado del gimnasio. Si quieres resistirte a sus encantos, necesitarás unentrenamiento intensivo en las artes de los cupidos. No llegues tarde. Cal.

Gruño. Lo único que quería era un trimestre agradable, simple, sin dramas. En cambio, pareceque he conseguido un agente paranormal un tanto irritante, un alma gemela y... ¿entrenamiento enlas artes de los cupidos?

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7

—Bueno —dice Charlie mientras caminamos hacia clase de Historia, la primera del día—, ¿mevas a contar de qué iba todo eso? ¿Conoces a ese tío?

Me encojo de hombros, consciente del mensaje críptico que llevo en el bolsillo del pantalón.—La verdad es que no.No quiero contarle lo que pasó ayer. A Charlie le encantan los dramas amorosos y se pondría

insoportable si creyese que hay la más mínima posibilidad de que sea verdad que me hanemparejado de forma sobrenatural con alguien que no sea James. Especialmente, si ese alguienestá lo suficientemente bueno como para que ella corra por todo el instituto para difundir lanoticia de su llegada.

Me mira expectante.—Qué vestido más bonito —le digo, intentando poner una sonrisa inocente.La verdad es que el vestido le queda bien, es de un rosa pastel que pega mucho con su piel

oscura.Hace una mueca, pero sé que está encantada. Estoy segura de que lo compró especialmente

para el primer día de clase.—¡No cambies de tema! No te habrás enrollado con él, ¿verdad? —hace la pregunta firme,

pero le brillan los ojos.No puedo evitar reírme. «¿Enrollarme con Cal? ¡Venga ya!»—¡No! —respondo—. A ver, ¿de qué estabais hablando Laura y tú?Es otro intento de cambiar de tema, pero esta vez sí que funciona. Los ojos se le han iluminado,

como cada vez que tiene algún cotilleo.—Por lo visto, Jack, ¿sabes quién te digo?, el del grupo de debate, lleva varias semanas

supercolado por ella —dice—. Así, de pronto. Nunca habían quedado antes ni nada. En fin, elchico nuevo misterioso...

Cuando nos acercamos al aula de Historia, veo a James por la ventana. Nos saluda desde unpupitre en el medio de la sala.

—Déjalo ya —digo—. No quiero que James se piense lo que no es.—Está bien —dice Charlie—. Pero ¡esto no se acaba aquí!James señala los dos pupitres vacíos que hay detrás de él y le sonrío mientras vamos hacia allí.

Se levanta y, antes de que me instale en uno, me da un besito en los labios mientras me agarra porla cintura.

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—Oye, he pensado una cosa —dice—. Ya hace casi un año que salimos juntos. Deberíamoshacer algo. ¿Te acuerdas de cuando fuimos a surfear a Venice Beach?

Vuelven a aparecer las palabras de Cal en mi cabeza: «Tu novio no es tu alma gemela». Loignoro.

—Vale, lo pasamos genial; aunque seas un manta.—Venga ya. Solo me caí una vez y porque no quería abrumarte con mis habilidades.—¿Que te caíste? Qué curioso, porque yo no recuerdo que consiguieras subirte a la tabla —

bromeo.—¡Ya verás! ¡Tendrás que comerte tus palabras, Lila Black!Sonríe y se da la vuelta para seguir hablando con uno de sus amigos. Charlie se inclina hacia

mí y señala a Cal.—Tu amante no se separa de Chloe.—¡Chisss! —le chisto, pero termino mirando.Cal está hablando animadamente con una de las chicas del equipo de hockey. Debe de ser el

primer paso de su ingenioso plan para distraer a Cupido.De pronto, me siento ofendida al recordar la sorpresa de Cal porque yo fuera el alma gemela

del cupido original. Ha sido muy borde conmigo, pero, por lo visto, Chloe sí que tiene madera dealma gemela.

No sé por qué me molesta lo que haga Cal. No quiero que nadie piense que soy el alma gemelade Cupido: ni Cupido, ni Cal, ni nadie. «Relájate, Lila», pienso, apartando la mirada justo cuandose abre la puerta del aula.

Se me corta la respiración. Toda la clase se queda en silencio.Lleva una chaqueta de cuero negra sobre una camiseta de algodón gris ceñida al vientre. Rodea

con el brazo a Kelly, una amiga de Charlie del comité de organización de fiestas, que se ríe acarcajadas de algo que él ha dicho. Es alto y ancho, con el pelo rubio y despeinado, como si seacabara de levantar. Tiene un brillo malicioso en los ojos.

La foto en blanco y negro no captaba ni un tercio de su belleza.De pronto, me mira. En su cara aparece una peligrosa media sonrisa y noto un cosquilleo en el

estómago. Pero luego mira a Cal. Lo reconoce de inmediato, pero no parece sorprendido.A Cal se le han tensado los hombros y tiene una postura mucho más rígida que cuando lo

conocí. Se le tensan aún más cuando Cupido mira a Chloe.Este sonríe de forma perversa, y yo exhalo, sin ni siquiera darme cuenta de que estaba

aguantando la respiración. «¿Habrá funcionado el plan de Cal? ¿Cree que ella es su almagemela?»

Charlie se inclina hacia mi escritorio.—¡Ya te dije que estaba bueno! He oído que lo expulsaron de su anterior instituto. Se mudó a

Forever Falls a mediados de verano y ya ha salido con la mitad de nuestro curso.—Pues parece un capullo.

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—Un capullo buenorro.Cupido se deja caer en un asiento de las primeras filas y Kelly va a sentarse con sus amigas.

Tengo que hacer un esfuerzo para no mirarlo; los ojos se me van solos hacia él sin que yo puedaevitarlo.

«Solo tienes curiosidad por todo lo que te ha contado Cal. Tienes novio —me recuerdo—. YCupido no es tu alma gemela porque eso no existe. Todo esto es ridículo.»

Saco un cuaderno cuando la señorita Green entra en el aula, golpeando el linóleo con sustacones altos.

—Bienvenidos, chicos. Espero que hayáis tenido un verano fantástico y que estéis preparadospara estudiar.

Acentúa el tono mientras me mira por encima de las gruesas gafas de pasta. Fue mi profesorade Geografía el año pasado y se frustró mucho porque observó que yo no alcanzaba todo mipotencial en la que una vez fue mi asignatura favorita.

Mientras ella se arregla el pelo corto y canoso y se sienta al escritorio, Cupido se vuelve paraver a quién había mirado. Levanta la comisura de los labios. Miro el cuaderno con determinaciónmientras la señorita Green pasa lista. Levanta una ceja cuando llega a Cal.

—Cal Smith. Eres nuevo, ¿verdad? —pregunta.—Sí, señora.Ella inclina la cabeza y vuelve a mirar a la pantalla para continuar con el listado de nombres

con voz monótona. Eleva las dos cejas por encima de las gafas cuando llega a Cupido.—¿Cupido? ¿Cupido Bellator?—Ese soy yo —dice, saludándola con la mano antes de reclinarse en la silla y estirar las

piernas.Un montón de gente se ríe, y James se da la vuelta y murmura:—¿Y este tío?«A mí me lo vas a contar.»La señorita Green parece un poco confusa.—Muy bien, eh..., Cupido —dice—. Hay dos alumnos nuevos este curso, qué emocionante.

Chicos, espero que hagáis que se sientan cómodos y bienvenidos.Cuando acaba, se alisa la falda de tubo y se acerca a la pizarra para escribir «Historia Clásica

y Antigua».—En este trimestre exploraremos el mundo antiguo: los dioses y diosas, las guerras, el arte y

las gentes. Para empezar, vamos a inspirarnos en nuestro amigo Cupido. —Le sonríe—. ¿Alguiensabe cómo se llamaba la diosa romana del amor?

Charlie se inclina hacia mi pupitre.—Está completamente colgada por él.Hago una mueca.—¡Qué asco!

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—He oído que lo llaman Cupido por su reputación con las chicas.Si supiera la verdad... Bueno, la verdad según Cal, quiero decir.—¿No me has dicho antes que lo habían expulsado de su antiguo instituto? —pregunto,

pensando en si eso no será más que una tapadera.Debe de serlo. No creo que un ser con edad sobrenatural vaya al instituto por voluntad propia.

Charlie está a punto de responderme cuando la señorita Green hace su ya famoso carraspeo de«No me gusta que me interrumpan».

—Iba a pedir voluntarios para ser los mentores de los nuevos alumnos, para que sepan cómofunciona todo —dice mirándonos—. Pero como vosotras estáis tan charlatanas esta mañana, no mehace falta. Charlie, tú ayudarás a Cal —dice.

Luego me mira a mí.Cupido se da la vuelta para volver a mirarme a los ojos. Se nota que está disfrutando. Respiro

hondo. Ya sé lo que va a decir la señorita Green.—Lila, tú serás la pareja de Cupido.

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8

A Charlie no parece molestarle su nuevo trabajo de mentora. En cuanto suena el timbre, vacorriendo hacia Cal, que, por cierto, se pasó el resto de la clase lanzándome miradas de odio.Ahora parece aburrido mientras mi amiga intenta hablar con él sobre el baile de bienvenida queestán organizando para el viernes de la próxima semana.

Guardo mis cosas rápidamente, con la esperanza de poder escaparme sin tener que lidiar conCupido.

—Te veo a la hora de la comida —le susurro a James.—¿No quieres acompañar al «dios del amor» del instituto?—Me conoces demasiado bien.Esquivo a mis compañeros de clase, intentando no llamar la atención de la señorita Green, que

está concentrada preparando otra clase. Por fin llego a la salida y miro hacia atrás. Cupido siguefijando en mí esa sonrisa placentera que se hace perversa cuando pongo mis mejores ojitos deniña inocente. Él tose escandalosamente.

La señorita Green levanta la mirada del escritorio.—Lila —dice con voz firme—, tienes que acompañar a Cupido a su próxima clase. Creo que

es Lengua.—Seguro que la encuentra él solito —protesta Cal.—Habla por ti —dice Cupido—. Yo prefiero que me acompañe Lila.Tiene un acento diferente: americano con un toque británico que me lleva a pensar que ha

pasado una temporada en Inglaterra. Dice mi nombre como si le gustara sentirlo en la lengua, y esome pone nerviosa. Es demasiado familiar, demasiado personal. Sus ojos verdes azulados brillancon intensidad.

—Pues venga —digo, caminando hacia la puerta.No miro atrás para ver si me está siguiendo, pero sé que sí.—Bueno, Lila —dice cuando salimos.Hace una pausa y yo me paro para mirarlo. Hay algo casi angelical en sus rasgos. La luz

artificial del pasillo, que no favorece a nadie, le da un ligero brillo a su piel. Huele a verano, acésped y a miel y a suavizante de flores. Noto el calor que irradia su cuerpo a medida que seacerca a mí más de lo apropiado.

Pero, no sé muy bien por qué, yo no me aparto. Es embriagador. Quiero estar más cerca de él,beberlo, tocarlo, muy a mi pesar. Hace que me sienta pequeña —mi cabeza apenas le llega al

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hombro— y recuerdo lo que dijo Cal en la Oficina del Amor: «Se entrometió en los asuntos de loshumanos, en sus corazones. Se obsesionó con las mujeres e hizo que ellas se obsesionaran con él».

Cupido sonríe.—Parece que tu profesora cree que deberías darme todo lo que necesito.Durante un segundo, me siento como una mosca cuando se queda atrapada en una tela de araña.

«¿Qué narices me pasa?» Parpadeo y hago de tripas corazón para poder continuar caminando porel pasillo.

—Por supuesto. Siempre y cuando lo que quieras sea llegar a la clase de Lengua sinmolestarme soberanamente.

Cupido se encoge de hombros y baja las escaleras a mi lado.—Oído —dice—. ¿Tú también tienes Lengua?Niego con la cabeza. No me apetece mucho seguir con la conversación. Él da zancadas muy

largas, así que tengo que acelerar el paso al salir al patio que hay en el centro del instituto. Un solde finales de verano baña las mesas de pícnic con su luz cálida.

—No has parado de hablar en toda la clase de Historia —continúa—. No te gustan mucho losmitos, ¿verdad?

—No —digo mirándolo a la cara—. La verdad es que no. No me van los cuentos de hadas. Megusta el presente, no las reliquias del pasado.

Él vuelve a sonreír.—Pues yo creo que deberías dar una oportunidad a los mitos. Puede que signifiquen más de lo

que tú crees.—Lo dudo mucho.Cuando nos acercamos a la puerta del otro lado del patio, Cupido se detiene.—Parecía que ese otro chaval nuevo no quería que yo tuviera una mentora. ¿Por qué será?Me lanza una mirada pícara que hace que me pregunte si a Cal no se le habrá escapado sin

querer que yo soy el alma gemela de Cupido. Sería irónico que lo que alertara a Cupido de queiba en la buena dirección para encontrarse con su pareja hubiera sido ver a Cal aquí. Sabía desdeel principio que era un plan estúpido.

—No me he fijado. ¿Conoces al otro chico nuevo? —pregunto, siguiéndole el juego—. Me hadado esa sensación.

Cupido hace una mueca burlona, pero no dice nada, y volvemos a entrar en el instituto.Mientras caminamos por otro pasillo lleno de taquillas, un par de chicas se quedan mirándolo deforma muy poco sutil, y Cupido finge, también sin disimular, no darse cuenta.

—¿Cómo se llama la chica con la que estaba hablando? —dice, ignorando mi pregunta.—Chloe.Nos quedamos parados fuera de la clase.—Chloe. Creo que debería conocerla un poco más. —Me mira con los ojos ligeramente

entornados, como si intentara conseguir una reacción.

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«No se la voy a dar.»Yo sonrío.—Yo creo que ya has conocido a más de una.Él se ríe con una risa lenta, casi musical, que atrae la mirada de alguna admiradora más.—¿Qué quieres que te diga? Soy un tío majo. —Se abre la chaqueta de cuero y saca un trozo de

papel de un bolsillo interior—. ¿Tienes un boli?Levanto una ceja.—¿Vienes al instituto sin boli?Se le ilumina la cara.—No me interesa aprender, he venido aquí por algo mucho más interesante.La forma en la que lo dice hace que el corazón me lata tan fuerte en el pecho que, por un

instante, creo que él lo ha oído.«Ha venido por mí.»Pongo los ojos en blanco y me paso la mochila hacia delante para poder sacar un bolígrafo azul

de un bolsillo lateral.—Toma.Nuestros dedos se tocan cuando lo coge y noto otra vez el cosquilleo en el estómago.«En serio, ¿qué me pasa?»Para mi sorpresa, parece que a él también lo ha pillado desprevenido. Está mirándose la mano.—¿Crees en las almas gemelas, Lila? —me pregunta de pronto.Ya veo la tormenta en su mirada.«Está intentando averiguar si soy la chica a la que ha venido a buscar.»Le sostengo la mirada.—No. El amor nace de la amistad, de la confianza y del esfuerzo. No es una fuerza mágica. —

Me acuerdo de mis padres: él, perdido en sus recuerdos; y ella, que ya no está en este mundo—. Yno siempre tiene un final feliz.

Su cara refleja una emoción que no termino de identificar. Tiene una expresión seria, atenta.Luego vuelve esa sonrisa maliciosa.

—¿Malas experiencias? —dice.—Soy muy feliz en mi relación, gracias.—Seguro que sí. —Cupido me mira fijamente a los ojos durante unos segundos más; luego

garabatea algo en el trozo de papel y me lo da.—¿Qué es esto?—Mi dirección. Mi madre está... fuera. Y voy a celebrar una fiesta este viernes. Deberías

venir. Tu amiga también.Me doy cuenta del énfasis que ha puesto en que su madre esté fuera.«Pero ¿los Cupidos tienen madres? Tengo que preguntárselo luego a Cal.»Cupido se da la vuelta y entra en el aula, pero, antes de desaparecer, mira hacia atrás.

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—Por cierto, ya no me interesa tanto Chloe —dice—. Es a ti a quien quiero conocer mejor,Lila Black.

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9

Después de clase me digo a mí misma que no voy a ir al gimnasio a reunirme con Cal para el«entrenamiento en las artes de los cupidos». Pienso que es mejor que vaya a casa para ver qué talestá mi padre y sugerirle que, no sé, igual podríamos cenar tortitas. Pero cuando paso por eloscuro gimnasio de camino a la salida, la curiosidad me puede y termino entrando.

Parece vacío. Los rayos del sol se deslizan ligeramente por las ventanas y provocan sombrasalargadas que se extienden hasta las espalderas que están contra la pared.

—¿Cal? —pregunto vacilante y sintiéndome un poco estúpida cuando el eco de mi voz meresponde—. ¿Estás aquí?

Durante un momento solo hay silencio, luego oigo el sonido de unos pasos.—Sí.Miro hacia la canasta de baloncesto que hay en el otro extremo del gimnasio. Cuando Cal

aparece de entre la penumbra, doy involuntariamente un paso atrás. Tiene un arco amarrado alcuerpo y un delgado carcaj sobre un hombro.

—¡Por Dios santísimo! No habrás andado con eso por el instituto, ¿no?Cal frunce el ceño.—Por supuesto que no. Lo tenía en el coche.—No vas a... dispararme, ¿verdad?Cal parece ofendido.—Ya te lo dije antes: voy a entrenarte en las artes de los cupidos.—¿Y eso implica dispararme?Cal se encoge de hombros.—De momento, no.—¡¿De momento?! —Doy otro paso hacia atrás. «Esto es una locura.»—No son flechas normales —dice—. Todos los cupidos tienen acceso a ellas. Nuestra sucursal

ya no las usa, nos parecen un poco anticuadas. Pero si quiero que comprendas cómo actuamos yque comprendas al propio Cupido, nos vienen bien para empezar. Eran muy comunes hastaprincipios de este siglo, cuando decidimos a confiar en la tecnología avanzada.

Da un paso hacia delante mientras saca una flecha de la funda. Es más pequeña que una normal,está bruñida en plata muy brillante con una marca indescifrable en la base del astil. La punta esrosa pastel.

—Los cupidos tenemos tres tipos de flechas, todas muy peligrosas —explica—. Flecha número

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uno: la Capax, o «amor de los tontos», que es como se la conoce.Antes de que pueda moverme o reaccionar, eleva el arco, me mira fijamente, apunta y dispara.Dejo escapar un grito ahogado cuando la flecha me pasa justo al lado de la cara. Me da la

sensación de que ha ocurrido en cámara lenta: el sonido al cortar el aire, la pluma estabilizadorarozándome la mejilla y el subidón de adrenalina que hace que el corazón me dé un vuelco y todomi cuerpo se quede frío.

Se oye un golpe seco cuando el proyectil golpea la pared a mi espalda. La flecha tiembla sobreel mural de las Langostas de Forever Falls, pintado sobre una de las salidas, y sirve de obstáculopara uno de los crustáceos que bota una pelota de baloncesto hacia la canasta. Me doy la vueltaconsternada y me doy cuenta de que me tiemblan las manos.

—¡¿A qué mierda ha venido eso?!Por supuesto, Cal no piensa que haya hecho nada mínimamente raro. Saca una segunda flecha,

esta vez dorada con la punta rojo sangre.—Flecha número dos —declara mientras las sujeta—: Ardor, o «llama ardiente».Vuelve a disparar. Me estremezco cuando el proyectil perfora el aire a mi lado y se clava junto

al otro.—Oye...—Y, por último —dice Cal, ignorando mi protesta y sacando una delgada flecha negra—, la

flecha de Cupido.Mientras la número tres pasa a toda velocidad silbando por mi lado, la expresión de Cal se

ensombrece. Me quedo de pie, completamente inmóvil, con las pulsaciones disparadas.—¿Era necesario darme esos sustos? —pregunto débilmente, intentando recuperar la

compostura.—Mira detrás de ti.Lo contemplo con curiosidad y luego me doy la vuelta. Las tres flechas, alineadas,

simultáneamente se convierten en ceniza que cae al suelo.—Quería que lo vieras —dice.Camina hacia una gran colchoneta azul que ha arrastrado por el suelo. Se sienta con elegancia

con las piernas cruzadas y coloca el arco y otras tres flechas delante de él. Niego con la cabeza.Creo que lo más raro de todo esto es que empiezo a creerme lo que veo.

Me siento en la colchoneta, engullida inmediatamente por el olor a pies descalzos ydesodorante que parece habitar en todos los gimnasios de instituto.

—Todavía recuerdo cuando mi vida era normal —digo.Cal me mira con curiosidad.—Ah, ¿sí?Entonces caigo en que es la primera vez que Cal se interesa por saber algo de mí. Me encojo

de hombros. No quiero responder, la verdad. Mi vida lleva bastante tiempo sin ser normal. O nonormal del todo. Desde que nos dejó mamá. Más bien he fingido la normalidad, una vida aburrida:

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mi padre hace como que no pasa nada mientras empieza a mimetizarse con el sofá; y yo sigo unguion que se escribió antes de que ella muriera pero que he dejado de sentir mío. Pero ese tipo deanormalidad no tiene nada que ver con esta locura.

—Dijiste que había tres tipos —cambio de tema mientras miro las armas que hay entrenosotros.

Si a Cal le molesta que no haya contestado a la pregunta, no lo demuestra.—La primera, Capax, es la más leve. Solo dura un par de horas. Un poco más si se clava en el

corazón. La persona a quien se le clave esta flecha se vuelve más susceptible al amor o a lasugestión. Se utilizaba para acelerar los emparejamientos antes de que tuviéramos acceso a latecnología.

—¿Una especie de control mental?Cal se encoge de hombros.—Más bien hipnosis. Tiene que haber un sentimiento inicial para que funcione.Paso con cuidado un dedo por el astil de la flecha plateada y me fijo en que es casi igual que

los ojos de Cal. Es fría al tacto y tiene unos surcos con símbolos rúnicos tallados.—¿Duele cuando se te clava?Cal dice que no con la cabeza.—Los humanos no pueden sentirlo. De hecho, se dice que da una especie de sensación de

euforia. No deja ninguna marca y los humanos se olvidan de inmediato de que se les ha clavadoalgo.

Examino la segunda flecha: rojo intenso y dorado.—¿Y esta qué hace?Cal me mira con seriedad.—La Ardor tiene efectos más importantes que la Capax. Hace que la víctima se obsesione con

pasión. Se diseñó para utilizarla únicamente como castigo. Consume a la persona; algunos acosana quienes creen que son su alma gemela, otros mueren de anhelo.

Hago una mueca extrañada.—¿Y la última?La expresión oscura vuelve a aparecer en la cara de Cal mientras se fija en la flecha negra.—La última es, sin ninguna duda, la peor de todas. —Hace una pausa—. Convierte a los

humanos en algo como yo: en un cupido. Fuerte, rápido, poderoso, inmortal...—Desliza su miradahacia la mía; sus ojos plateados son profundos y tristes—. Solitario.

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Cal se levanta de repente, coge las tres flechas y las vuelve a meter en la aljaba que lleva alhombro. Cuando se dirige a una de las puertas, me levanto y lo sigo. Le ha cambiado el humor, sinduda.

—¿Va todo bien? —le pregunto mientras caminamos por el pasillo del instituto, ligeramenteiluminado y decorado con folletos de pruebas para equipos, audiciones para la producción deRomeo y Julieta del grupo de teatro y un par de pósteres rosas del baile del instituto, que estoysegura de que ha colgado Charlie.

Cal continúa con la mirada fija hacia delante.—Sí.Pasa unos instantes sin hablar y me doy cuenta de que no puedo dejar de mirar el arco y las

flechas que le cuelgan del hombro.—Deberías tener más cuidado —dice Cal de pronto, cuando salimos.Rodea el edificio en dirección al aparcamiento y acelero el paso para ponerme a su lado.—¿A qué te refieres?Me mira, exasperado.—Con Cupido. Lo acabas de conocer y ya eres su tutora —niega con la cabeza—. Como ya te

he dicho, la ruta de vuestro emparejamiento está en marcha. Os atraeréis el uno al otro. Y siCupido se da cuenta de quién eres, hará lo posible por estar a solas contigo. Pero tú debesimpedirlo, no crear más oportunidades.

—No fui yo quien puso la ruta del emparejamiento en marcha.Cal parece un poco avergonzado durante un instante, luego saca una llave del bolsillo y apunta

hacia delante. Suena un pitido doble y las puertas laterales de un Lamborghini rojo se abren haciaarriba.

—¿Ese es tu coche? Una buena forma de encajar entre los estudiantes, Cal. Por lo visto, sercupido está bien pagado, ¿no?

Levanta ligeramente la comisura del labio.—Tiene sus ventajas. —Se sienta en el asiento del conductor—. ¿Te llevo a alguna parte?Pensaba dar un paseo por el pueblo hasta el Love Shack, uno de los pocos sitios de Forever

Falls para pasar el rato. Había quedado con James y Charlie, y normalmente el primer día declase suele haber bastante buen ambiente.

—Claro —digo mientras me siento en el asiento del pasajero—. ¿Conoces el Love Shack?

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Cal asiente mientras da la vuelta suavemente y sale del recinto. Dejamos atrás las casasrepartidas a ambos lados de una carretera poco transitada y miro por la ventana con una sensaciónrepentina un poco rara. No tardamos en llegar a la plaza de adoquines del pueblo. Cal se detienejunto al callejón, entre la floristería y el restaurante. El Love Shack está al fondo.

—¿Quieres...?Levanta un dedo para mandarme callar y se acerca el teléfono a la oreja.—¿Curtis? —dice apremiante.Pongo los ojos en blanco. Cal actúa como si todo fuera una situación de vida o muerte. Se me

ocurre dejarlo a solas con su llamada telefónica.Él entorna los ojos.—Si Los relatos de la Finis no están en nuestros archivos, será que no es una sucursal de la

Oficina del Amor. —Baja la voz para continuar—. No, no metas a nadie más en esto. Avísamecuando lo encuentres.

Cuelga y vuelve a guardarse el teléfono en el bolsillo de los pantalones. Me mira, confundido.—¿Y bien? Ya estamos aquí —dice.Respiro un poco molesta.—Ya lo sé, Cal. Te estaba preguntando si querías entrar. Así conocerás a gente nueva. James,

Charlie..., puede ser divertido.Al mencionar a mi mejor amiga, adopta una expresión temerosa, y me acuerdo entonces de que

estuvo hablando con él antes, en clase. No se me ocurre una pareja más improbable: él, firme ysilencioso; ella, alegre y escandalosa.

—No es tan horrible cuando la conoces —digo.Él frunce el ceño.—¿Va a haber mucha gente del instituto?—Sí. Un grupo bastante grande. No hay otro sitio adonde ir.Cal saca las llaves y se desabrocha el cinturón.—Entonces Cupido estará ahí, será mejor que entre. —Me lanza una mirada penetrante—. Me

aseguraré de que no te metes en problemas.Cal cierra el coche, que emite un bip electrónico, y nos adentramos en el callejón adoquinado.—Y... ¿qué es lo del cuento fino ese? —pregunto en un intento de comenzar una conversación.—Los relatos de la Finis. Nada. —Sigue con la mirada fija hacia delante.Pongo los ojos en blanco de nuevo. Pues nada, que no se diga que no lo he intentado.El aire de la tarde huele a petunias y a lavanda al pasar por la floristería de camino al Love

Shack. Miro de reojo a Cal, que no hace ningún esfuerzo por esconder su desagrado por el letrerorosa parpadeante que hay sobre la puerta. Nos llega el sonido de la música pop de los noventa amedida que nos vamos acercando.

Eric, el portero, que es amigo de mi padre, nos bloquea la entrada.—¡Hombre, Lila! —dice, dándome un abrazo de oso—. ¿Cómo está tu padre? ¿Mejor?

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—Sí, está bien —miento, dándole la mano para que me ponga el sello de menor de veintiuno.Eric mira con sospecha a Cal. No suele haber mucha gente nueva en Forever Falls.—Te presento a Cal. Acaba de mudarse desde Los Ángeles.Eric hace un gesto de indiferencia y estampa al agente del amor, que parece horrorizado, la

palmera que mancha su piel pálida.—Es el tercer tío nuevo que ha entrado hoy —dice Eric—. Pues nada, para dentro. Saluda a tu

padre de mi parte. Sigue teniendo su plaza reservada en el equipo de bolos por si quiere volver.Le digo a Eric que le transmitiré el mensaje a mi padre, pero en realidad pienso que es poco

probable que lo haga. Papá jugaba a los bolos con mamá, aunque ella pensara que era una tontería.Intento no recordar el vídeo de la bolera que me enseñó Cal.

Tengo otras cosas en la cabeza.—¿El tercer tío? —susurro a Cal mientras andamos por el largo pasillo hasta la zona principal

del club—. Supongo que Cupido fue el primero, pero ¿quién es el otro?Cal está demasiado preocupado frotando el sello como para prestar atención.—Tengo más de veintiún años, por Dios.Abro otra puerta y entramos en la ruidosa sala principal. Me resulta familiar y acogedora, pero

me pregunto qué pensará Cal. No le pega para nada este sitio. La sala, abarrotada de gente, estáalumbrada por una luz rosa artificial, un montón de pajitas cubren el suelo pegajoso y hay mesasaltas bajo sombrillas desgastadas por el sol. Unas luces de neón que dicen «Fiesta playera»brillan sobre la barra y todos los camareros llevan coloridas guirnaldas hawaianas.

—Es una fiesta luau —le digo a Cal.Examina con desconfianza la habitación.—Es más hortera de lo que recordaba.—¿Ya has estado aquí? —pregunto.Veo a Charlie.Nos perdemos entre la multitud.—No por voluntad propia.Charlie está con James a una de las mesas altas, sorbiendo una elegante bebida rosa con una

sombrillita de papel. Se le ilumina la cara cuando se da cuenta de que no estoy sola.Cal inclina la cabeza para saludar, pero su expresión es un poco hostil.—¿Dónde habéis estado? —pregunta James.Su expresión se vuelve más seria, como si notara el humor de Cal.—Lila estaba ayudándome con la matrícula —dice él.Charlie me mira incrédula.—James y yo estábamos hablando de la fiesta de Cupido. Él cree que es un capullo, pero yo

pienso que podría estar bien. Y es el viernes, así que es de cajón, la verdad. Quiero decir, ¿porqué no íbamos a ir? ¿Verdad, Lila?

Cal me lanza una mirada de advertencia y siento como si la dirección de Cupido, guardada en

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el bolsillo del pantalón, me abrasara. Me acuerdo del cosquilleo de mi estómago cuando nuestrosdedos se tocaron, y de esos ojos azul océano.

—No sé —digo escueta—. No sé qué pensar de ese tío.Cal aprueba mi respuesta con la mirada.—No tiene que caerte bien. Ni siquiera tienes que hablar con él —dice Charlie—. Es una

fiesta. Va todo el mundo. Y he oído que tiene piscina. ¿James?Él me sonríe compungido.—A ver..., visto así... —Me coge de la mano—. ¿Qué te parece, Lila?Noto cómo se debilita mi voluntad cuando siento su piel entre mis dedos. Si voy con James y

Charlie no hay ningún problema. Y podría ser divertido, siempre y cuando evite a Cupido.Además, puede que sea un gilipollas, pero no parece precisamente peligroso.

Hablamos durante una hora o así del instituto, del verano y del post que Charlie va a escribirsobre la fiesta de Cupido. Cal, cada vez más incómodo, se sienta en uno de los taburetes.

—¿De dónde eres, Cal? —pregunta Charlie intentando introducirlo en la conversación.Está a punto de responder cuando veo que se pone tenso. Miro detrás de mí y veo que Jason,

uno de los jugadores del equipo de fútbol, ha cogido a Jack por el cuello de la sudadera y lo haestampado contra la pared.

—¿Qué pasa, Jason? —pregunta Jack por encima de la música.—¡No quiero verte cerca de Laura! —grita Jason.Jack intenta zafarse de él, con los ojos desorbitados y sacudiendo la cabeza de forma violenta.

Jason levanta el puño para golpearle en la cara cuando, de pronto, aparece Cupido de la nada. Yano lleva la chaqueta de cuero y el músculo del brazo le sobresale por la camiseta gris. Interceptael golpe agarrando el puño de Jason y empujándolo hacia atrás. Se quedan mirándose durante unmomento, hasta que otros dos tíos del equipo de fútbol cogen a Jason.

Cupido se vuelve hacia Jack, que parece afectado, aún apoyado en la pared.Cuando estoy a punto de volverme de nuevo hacia mis amigos, Cupido hace un movimiento

rápido hacia Jack. Cuando aparta el brazo, me fijo en que lleva en la mano algo que me resultafamiliar.

Una flecha dorada con la punta rojo sangre que se deshace en cenizas.Cupido me mira y sonríe.

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«¿Cupido acaba de clavarle la flecha Ardor a Jack?»Lo que me dijo antes Cal no para de resonar en mi cabeza. «La Ardor tiene efectos más

importantes que la Capax. Hace que la víctima se obsesione con pasión. Se diseñó para utilizarlaúnicamente como castigo. Consume a la persona; algunos acosan a quienes creen que son su almagemela, otros mueren de anhelo.»

Me acuerdo de que los amigos de Jack se metían con él anoche en Romeo’s. Me acuerdo de queLaura comentó que andaba detrás de ella. Y también recuerdo la sorpresa de Charlie ante esarevelación, teniendo en cuenta que Jack no solía hablar con Laura.

«¿Ha estado Cupido disparándole flechas Ardor a Jack durante el verano?»Al otro lado de la abarrotada pista de baile, veo a Cupido sacudirse las manos, como si

estuviera limpiándose la ceniza de los dedos. No me quita el ojo de encima. Veo en su miradadestellos rosas por las luces de neón del Love Shack.

Me da la sensación de que somos los únicos en la sala durante un instante. Su expresión meprovoca, me atrapa. Curva peligrosamente los labios mientras se toca una de sus delgadas yperfectas cejas. Sé que me está tentando a que me enfrente a él, a que le diga que he visto lo queacaba de hacer. Nadie más parece haberse dado cuenta de la flecha ni de cómo ha desaparecido.

Aparto la mirada y vuelvo a sentarme para hablar con Cal. Pero ya no está, veo que se abrepaso entre nuestros compañeros de clase para llegar a la salida.

—Madre mía —dice Charlie, con los ojos brillando de emoción—. ¿Os lo podéis creer? Estáclaro que voy a contarlo en el blog del instituto. Y ¿os habéis fijado en Cupido?

—¿Qué pasa con Cupido? —Tengo una ligera esperanza de que ella también haya visto laflecha.

Charlie abre mucho los ojos.—¿Cómo que qué pasa con él? ¡Lleva aquí un día y ya se ha enfrentado al capitán del equipo

de fútbol! ¡Y Jason ha cedido! ¡Ha sido como de película!Pongo los ojos en blanco al mismo tiempo que aparece una expresión extraña en la cara de

James —con la mandíbula apretada—, pero no tarda en volver a sonreír. No es posible que sepalo de Cal y Cupido, pero puede que subconscientemente se sienta amenazado.

—¿Y Cal? —pregunta Charlie—. ¿Adónde ha ido? ¿Y Cupido?Hago un barrido rápido de la sala. No están, ninguno de los dos. Y Jack también ha

desaparecido. Pienso que a lo mejor debería intentar alcanzar a Cal; si a Jack le han lanzado otra

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flecha, igual deberíamos estar pendientes de él.La rabia se apodera de mí cuando pienso en Cupido. Con Cal también estoy enfadada, por

haberme dejado aquí.—Chicos —digo levantándome del taburete—, creo que me voy a ir. Me pensaré lo de la

fiesta, ¿vale?James hace amago de levantarse.—¿Quieres que te acompañe?Digo que no con la cabeza.—No, no pasa nada. Quédate con Charlie.Fuerzo una sonrisa y cruzo el suelo pegajoso de la sala hasta la salida.Salgo al callejón adoquinado, teñido de rosa por las luces de neón que quedan detrás de mí.

Delante, la luz del atardecer ilumina la plaza. Continúo, decidida a dejar atrás lo que acabo depresenciar. De pronto empieza a vibrar mi teléfono.

Es un mensaje de un número desconocido.

Nos vemos en la plaza. Te llevo a casa. No es seguro. Cal.

La plaza del pueblo está desierta cuando llego. Voy hasta el centro, me siento en el borde de lafuente y escucho fluir el agua. Unos minutos después, Cal aparca el Lamborghini rojo y abre lapuerta del pasajero.

—¿Adónde has ido? —pregunto mientras me abrocho el cinturón.Cal gira suavemente el coche y sale de la pequeña plaza.—Tenía que comprobar una cosa.—¿Porque le han clavado a Jack una Ardor?Cal me mira inusualmente sorprendido.—Los humanos no suelen darse cuenta —dice con la mirada fija en la carretera.—Y ahora ¿qué hacemos? Una Ardor es algo grave, ¿no? Jack podría estar en peligro.—No hables en plural —responde—. Esto es asunto de la Oficina del Amor. Pero sí, Jack está

en peligro. Al menos le golpeó en la pierna, que no es tan grave como en el corazón. Ahí podríaser mortal, pero esto se le pasará en un par de días. —Hace una pausa—. Aunque eso no quieredecir que no vaya a suponer ningún problema, sobre todo para esa chica por la que se estabanpeleando. Traeré a un empleado de la oficina para que se asegure de que está bien.

—Llevo todo el día oyendo rumores sobre Jack y Laura. Se dice que, en la práctica, él la haestado acosando —digo mientras el coche se detiene en el camino de mi casa.

Ni siquiera me molesto en preguntarle a Cal cómo sabe dónde vivo ni de dónde ha sacado minúmero de teléfono.

—Típico de la Ardor —comenta.Niego con la cabeza.—No me estás entendiendo. He oído eso antes de lo que ha pasado en el Love Shack. Por lo

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visto, lleva al menos una semana dejándole regalos.Cal levanta las cejas al tiempo que se vuelve para mirarme.—Vaya —responde preocupado—. En ese caso, podríamos tener más problemas de los que

pensaba.Cal me echa del coche alegando que tiene trabajo que hacer, y subo por el camino hacia mi

casa. Mientras busco las llaves, me doy la vuelta para decirle adiós, pero ya se ha ido.«Este tío tiene las habilidades sociales de una patata.»Abro la puerta y entro. El pasillo está en silencio; solo oigo el tictac del reloj de pared y unos

ronquidos leves que provienen del salón. Con cuidado, cierro la puerta y me dirijo hacia la luzparpadeante.

Las cortinas están cerradas y en el televisor se reproduce un vídeo casero sin sonido de nuestroúltimo viaje a la playa. Papá está dormido en el sofá de cuero. Lo miro. Tiene una barba canosade varios días, el pelo despeinado, la cara delgada. Es una persona diferente a la que aparece enel vídeo, con los ojos iluminados y mi madre en brazos.

Olfateo. No hay ningún vaso, pero huele a whisky, lo que alimenta los recuerdos. ¿Qué sentidotiene el amor si lo único que hace es romperte?

Apago el televisor.Tapo a mi padre con la colcha que hay sobre el sillón de mamá, voy a la cocina y meto una

bandeja de comida precocinada en el microondas. Me la subo para comérmela en mi habitación yquito la ropa de la silla de madera blanca para poder sentarme en el escritorio.

Miro el mapa que tengo colgado en la pared mientras me meto unos espaguetis en la boca. Estácubierto de chinchetas rosas y negras que marcan los lugares en los que he estado y los que le dijea mamá que visitaría algún día.

Ella siempre quiso viajar, pero se casó nada más terminar el instituto. Nunca pudo hacerlo. Yahora ya nunca lo hará.

Me pregunto si también habría que culpar al amor por eso.Paso el resto de la tarde intentando distraerme de los pensamientos extraños sobre cupidos

mandándole mensajes a Charlie, que me mantiene informada sobre lo que pasa en el Love Shack; yviendo vídeos de viajes en YouTube.

Más tarde, sin embargo, cuando me deslizo entre las sábanas y apago la luz de la lámpara, laoscuridad me provoca pensamientos espontáneos de Cupido, el supuesto dios del amor, con susanchos hombros y su sonrisa maliciosa. Siento una mezcla de rabia con otra cosa cuando recuerdosus ojos salvajes y desafiantes.

Aprieto las sábanas y me obligo a sacarlo de mi cabeza. «No debería pensar en él. Sobre todo,después de lo que ha hecho.» Y entonces me viene a la mente Jack. ¿Qué le va a pasar? ¿Por quéle habrá lanzado una flecha? No tiene ningún sentido.

Mi teléfono vibra en la mesita de noche. Es Cal.

He estado pensando. Si Cupido le ha ido dosificando la Ardor a

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tu compañero, es porque ha planeado algo. Algo malo. NOdebes ir a la fiesta del viernes.

Suspiro y vuelvo a dejar el teléfono en la mesita de noche. Lo conozco desde hace dos días yya me está diciendo qué debo o no debo hacer. Aunque, en realidad, tiene razón. Sé que no deberíair a la fiesta.

Pero entonces pienso en cómo Cupido ha elevado la comisura de los labios cuando ha vistoque lo miraba en el Love Shack. Recuerdo el ligero arco de su ceja mientras se le caía la flecha delas manos.

Sabe que lo vi lanzar la Ardor a Jack. Creo que él quería que lo viera.Y necesito saber por qué.

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De lo único de lo que se habla en el instituto durante los días siguientes es de la fiesta de Cupido,del extraño cuelgue de Jack por Laura y del enfrentamiento entre Cupido y Jason en el Love Shack.

Todo esto hace que Cupido esté siempre rodeado de gente. Chicas, en su mayoría. Y él disfrutade la atención. Se pavonea por el instituto con el pelo rubio oscuro despeinado, como si alguien leacabara de pasar los dedos por la cabeza, vaqueros, camisas remangadas y la chaqueta de cueronegra profesionalmente desaliñada. Aun así, cada vez que me ve —por el pasillo o charlando conCharlie y James en las mesas de pícnic entre clase y clase—, sus ojos verdes azulados se clavanen los míos. Y cada vez que eso pasa, la fuerza de su mirada golpea algo que anda suelto en miestómago y me calienta la sangre.

Es rabia, me digo. Rabia por saber que le ha lanzado flechas Ardor a Jack. Rabia porque Calme ignora y sigue a Chloe como una sombra cuando está aquí para cuidar de mí. Rabia por nohaber podido enfrentarme a Cupido.

¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Ir hacia él en medio de su nuevo séquito y empezar agritarle reproches sobre flechas de cupidos y dioses del amor? Todos pensarán que me he vueltoloca. Además, con Cal por aquí, es una muy mala idea.

Entonces ¿por qué tengo tantas ganas de hacerlo?El jueves, el día antes de la fiesta de Cupido, lo veo en el pasillo mientras me preparo para

ayudar a Charlie a colgar más folletos para el baile de Forever Falls. Aprieto los dientes. Estáhablando con Chloe y parece que se llevan muy bien, lo que seguramente agradará a Cal. Él dicealgo y ella inclina la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada: la melena pelirroja se deslizareluciente por su espalda. De pronto deja de prestarle atención para mirarme a mí, sonriendo conla comisura de los labios.

Cruzo los brazos.—Folleto —dice Charlie.—¿Qué?—¡Que me des un folleto!—Ah..., claro. Perdona.Me mira enfadada cuando le paso el trozo de papel rosa.—¿Qué te pasa? —pregunta. Mira por encima de mi hombro—. Ah, ya veo. —Sube y baja las

cejas—. No te culpo, chica. Está bastante bien.—¡Charlie! —susurro, con la mirada clavada en James, que cuenta monedas delante de una

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máquina expendedora.Ella se encoge de hombros y se vuelve para seguir colgando los folletos en el tablón de

anuncios.—Puedes mirar, Lila —dice, bajando la voz—. Puedes darle un poco de emoción a tu vida

amorosa de vez en cuando.Frunzo el ceño.—¿A qué te refieres?Antes de que le dé tiempo a responderme, una sombra nos envuelve.—¿No se supone que eres mi mentora, Lila?Me vuelvo lentamente y me encuentro con el pecho de Cupido. Mi corazón se golpea contra las

costillas, elevo la mirada, paso por su camisa vaquera y me topo con sus ojos.—¿Necesitas ayuda con algo? —le pregunto en un tono plano.No puedo decir lo que me gustaría estando Charlie aquí. No puedo hablar de la flecha de la

obsesión, ni de lo que vi que le hizo a Jack.Él se pasa la mano por la boca.—Te vi la otra noche en el Love Shack —comenta.Le sostengo la mirada.—Yo también te vi a ti.Empieza a esbozar una sonrisa despacio, como si le acabara de confirmar algo que él ya sabía.

Charlie nos mira, confusa.James se acerca con una Coca-Cola en la mano.—Hola, tío —dice—. ¿Todo bien? —Habla en tono ligero, pero esconde algo.—¿Es tu novio? —pregunta Cupido sin mirarlo.—Sí.Le echa una ojeada a James, luego a Charlie, luego a James otra vez y amplía la sonrisa, como

si supiera un chiste que todavía no se ha contado. Levanta una ceja y empieza a alejarse.—Nos vemos mañana en la fiesta —dice—. Tengo la sensación de que va a pasar algo

legendario. No querrás perdértelo, Lila.Se da la vuelta y se aleja por el pasillo.Durante el resto del día intento no pensar en él, pero fracaso estrepitosamente. Sabe que vi lo

que le hizo a Jack y que no diría nada delante de James y Charlie. «Debería haber dicho algo.» Mehierve la sangre porque piense que puede oponerse a mí; porque asuma que dejaré que manipule amis compañeros a su antojo. Y no puedo parar de pensar en qué lo ha llevado a actuar así.

Si las almas gemelas existen y la mía es alguien cruel, frío e irresponsable, ¿qué dice eso de mipropia alma?

A la mañana siguiente estoy tan nerviosa que me decido a jugar la carta de la mentora y hablarcon él en condiciones, aunque sea peligroso, o irracional, o vaya completamente en contra delplan de Cal. Necesito respuestas. Y tengo que borrar esa sonrisa petulante e irritante de su cara.

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Mi plan se ve truncado cuando él no aparece en Historia.—He oído por ahí que siempre falta al instituto el día de sus fiestas —dice Charlie durante el

almuerzo, mientras le da un mordisco al sándwich—. Para prepararlo todo.Intento parecer indolente, pero estoy decepcionada, puede que incluso frustrada, por no poder

enfrentarme a él.Echo un vistazo por la cafetería mientras Charlie repasa la lista de los que van a la fiesta de

Cupido esta noche, y veo a Cal sentado solo en una esquina, intentando meter una pajita en unbrick de zumo. Tiene un aspecto horroroso y me da mucha pena de pronto. Consigo que me mire yle digo que se acerque. Su respuesta es una simple negación con la cabeza.

Charlie está soltando ideas para la próxima publicación del blog del instituto y, de pronto, seoye un chillido en el patio. Cal se levanta con una expresión de alerta y un chico de primer añoabre de golpe las puertas de la cafetería.

—¡Va a saltar!Miro a Cal, que sale corriendo de la sala. Charlie y yo nos levantamos de un salto y nos

dejamos arrastrar hacia fuera por la masa de estudiantes ansiosos por ver qué está pasando.Detrás de nosotras, una monitora del comedor grita que nos sentemos mientras intenta averiguarqué sucede. Pero nadie la escucha; su voz se amortigua entre el caos. Cuando estamos todosapelotonados en el césped seco, entre las mesas de pícnic, Kelly señala el tejado del instituto ygrita.

Es Jack.Se tambalea en el borde.—¡Laura! —grita—. ¡Laura, te quiero!Estoy buscando a Cal entre la multitud cuando alguien empuja a la susodicha hacia delante.—¡Jack! —grita ella con la voz temblando—. ¡Esto es una locura! ¡Baja! ¡Vas a hacerte daño!—¡Laura! —vuelve a gritar él, sonriendo demasiado—. ¡Te quiero, Laura!Se acerca más al borde del tejado y abre los brazos. Charlie me aprieta la muñeca. El corazón

me va a mil por hora.—¡TE QUIERO, LAURA!Da otro paso más y, con los ojos cerrados, se inclina hacia delante. Se hace el silencio porque

todo el mundo está aguantando la respiración. Parece que ocurre a cámara lenta: Jack cae, cruza elcielo, con los brazos abiertos como un ángel desquiciado. Se oye un estremecedor golpe seco.

Y empiezan los gritos.

El instituto cierra pronto. Charlie y yo vamos a su casa, que está a solo una manzana. Cuando nostumbamos en la cama, oímos el ruido de las sirenas que entra por la ventana abierta. «Estaránponiendo la cinta policial.»

Se rumorea que, cuando llegó la ambulancia, Jack aún respiraba. En el patio había tantos gritos

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y pánico que no pude ver nada. Tampoco encontré a Cal entre la multitud.Miro a Charlie. Está tumbada bocabajo, contemplando el teléfono sobre la almohada,

esperando alguna noticia de Jack. Yo miro al techo, donde las estrellas que brillan en la oscuridadque Charlie pegó cuando era niña aún interrumpen el blanco impoluto.

Me doy cuenta de que estoy apretando el puño mientras pienso en Cupido con la flecha depunta roja en la mano en el Love Shack. Es culpa suya. Le lanzó a Jack una flecha y ahora esposible que muera.

De repente, suena el teléfono de Charlie. Lo coge y lee, mirando intensamente la pequeñapantalla durante unos segundos antes de suspirar.

—¿Es un suspiro de alivio? —pregunto con precaución.Ella asiente.—Se ha roto los dos brazos y la clavícula, no es que esté bien pero... está estable. —Charlie

sonríe—. Creen que sobrevivirá.La tensión se libera despacio en mi interior. Miro rápidamente mi teléfono y veo que tengo dos

llamadas perdidas de papá, un «¿Estás bien?» de James y un mensaje de Cal.—No sé cómo ha podido sobrevivir —dice Charlie, levantándose con impulso y recostándose

sobre una almohada rosa—. Debe de haber colocado las manos por delante en el último minuto, oalgo así, para amortiguar la caída. Ha tenido suerte de no golpearse demasiado fuerte la cabeza. Siel edificio hubiera sido un poco más alto...

Leo el mensaje de Cal.

Lila, sea lo que sea que planea Cupido, en la fiesta llegará a unpunto crítico. Si Jack no fue el gran final, me da miedo saber dequé se trata. Te lo vuelvo a recordar: ES PELIGROSO. QUE NISE TE PASE POR LA CABEZA IR A SU FIESTA. Esto esresponsabilidad mía. Cal.

Guardo el teléfono y me siento. Me muevo para alcanzar el cabecero y colocarme al lado deCharlie mientras echo un vistazo a su habitación, que conozco tan bien: las paredes rosa oscurocubiertas con pósteres de películas, un sillón con cojines bajo la ventana y un escritorio blancocon el portátil en el centro. Alrededor de la pantalla, varios pósits con ideas para el blog delinstituto. Sonrío. Charlie será una periodista fantástica. Siempre se entera de todo antes que losdemás.

—¿Qué lo habrá impulsado a hacerlo? —pregunta, mirándome con sus profundos ojos castaños—. Antes de que Laura lo mencionara el lunes, nunca me habría imaginado siquiera que legustaba.

Me debato entre contarle o no a Charlie lo que sé: Cupido, Cal, las flechas, los emparejadoressobrenaturales. No. Pensará que estoy loca.

—Me imagino que nunca se sabe lo que pasa por la mente de alguien —digo.Charlie se encoge de hombros y sonríe, vuelve a ser la de siempre.

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—Bueno, al menos la buena noticia es que la fiesta sigue en pie. Creo que tenemos quedespejarnos un poco después de lo que ha pasado hoy. Le diré a Marcus que nos lleve. ¿Qué teparece?

Tengo un flashback de los ojos azul océano de Cupido retándome en la pista de baile pegajosa.Me acuerdo del mensaje de Cal, en el que me advierte que Cupido es peligroso. Y luego pienso enJack precipitándose en picado, con los brazos abiertos, como un ángel caído.

«Tengo que saber por qué lo ha hecho.»Si voy, sería como un cordero entrando en la guarida de un león. Pero, si no voy, sé que Cupido

me encontrará de todas formas. Así que me aseguraré de que sea bajo mis normas, no las suyas.Sonrío tímidamente. Mi cerebro me está gritando por lo que estoy a punto de decir.—Claro —digo—. Voy a llamar a mi padre para decírselo. Me apunto.

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El atardecer colorea la polvorienta carretera mientras Marcus, el hermano mayor de Charlie, nosdeja en las afueras de Forever Falls. Salimos del coche a los pies de la colina Juliet Hill y él seasoma por la ventanilla.

—Portaos bien —dice con un guiño.Charlie pone los ojos en blanco cuando Marcus se va. Seguimos el camino delimitado por

palmeras y dominado por el olor a césped seco.Charlie parlotea al mismo tiempo que tira hacia abajo del vestido corto negro que se ha puesto.

Yo miro mi modelito —me dijo que podía coger algo de su ropa, pero me quedé con lospantalones pitillo oscuros, botas y camiseta negra que había llevado a clase, aunque sin la camisa—. Charlie tiene un millón de vestidos, pero no son de mi estilo.

Cuando estamos llegando a la cima de la colina, me aguanto la risa al ver cómo intenta andarsobre unas ramitas secas con los tacones. La mandíbula le llega al suelo cuando consigue llegararriba. Corro para ver por qué.

Debajo de nosotras hay un claro rodeado de plantas en flor y árboles, todo iluminado por lucesblancas que salen de las ramas. Ya hay mucha gente. La mayoría se han congregado alrededor dela piscina, en un lateral de la casa; y otros están sentados en bancos de jardín o junto a las estatuasde piedra que hay esparcidas por el terreno.

—¡Hostia! —susurra Charlie—. ¡Qué pasada!Asiento en silencio, mirando la enorme casa que hay en el centro. Es moderna, con forma de

cubo, con una gran entrada de cristal gracias a la que se puede ver la fiesta que hay dentro. Debede haber costado una fortuna.

«Así que aquí vive el dios del amor.»Hay una terraza muy grande en la segunda planta, que da a la piscina. Y se ve una figura

masculina solitaria allí de pie, reclinado sobre la barandilla, como si vigilara lo que ocurre abajo.Aunque tiene la cara medio escondida por la sombra, sé de inmediato quién es.

Cuando lo estoy mirando, él se vuelve despacio hacia la cima de la colina y echa la cabezahacia atrás. Es sutil, pero sé qué está diciendo en silencio.

«Quiere que vaya a la terraza. Quiere hablar conmigo.»Algo me aprieta el estómago cuando Charlie se vuelve hacia mí con una sonrisa un tanto

maligna.—¡Pues habrá que bajar!

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Yo sigo con la mirada fija en Cupido mientras ella marca el descenso. Estoy paralizada por laindecisión. Es una mala idea. Debería volver a casa. Entonces ¿por qué quiero avanzar? Cierrolos ojos. El olor a cerveza y a hamburguesas a la parrilla flota hacia mí. Y empiezo a moverme.

—¿Quedaste con James? —me pregunta Charlie mientras la sigo.—Sí, ya debería haber llegado. Iba a venir con Tom después del entrenamiento.Nos paramos frente a una elegante puerta negra, abierta de par en par. La música suena a todo

volumen en los altavoces de la piscina y veo varios barriles repartidos por la zona. Charlievuelve a bajarse el vestido. Hay un murmullo alegre en el ambiente. En un pueblo tan pequeñocomo Forever Falls no suele pasar nada emocionante y, en los últimos cinco días, han venido doschicos nuevos al instituto, un estudiante ha saltado desde el tejado y hay una gran fiesta.

«Y ni siquiera se han enterado todavía de que son cupidos.»Nos dirigimos a la puerta de cristal de la parte delantera de la casa. El camino está bordeado

por estatuas de mármol que me recuerdan la que vi en la Oficina del Amor. La que Cal parecíaquerer evitar.

—Un poco extravagante —digo, mirando a la mujer de piedra con pelo de serpientes.Charlie se ríe.—Sus padres deben de estar forrados.Recuerdo entonces el extraño comentario que hizo Cupido sobre que su madre estaba de viaje y

me pregunto si no será una tapadera. Incluso aunque los cupidos tengan madres, aquí está claroque no vive ninguna. Es la casa de Cupido, no cabe duda.

Mientras avanzamos hacia la gente que hay alrededor de la barbacoa, un par de chicas delcomité de organización de fiestas ven a Charlie y nos saludan para que vayamos con ellas.Seguramente para seguir hablando del baile del viernes que viene.

—Ve tú, yo voy a buscar a James —digo sin estar muy segura de si será cierto.«James me está esperando. Pero Cupido también. Está en la terraza. Esperándome.»—Vale —dice Charlie—. En un ratito os busco, pero la primera parada es Villahamburguesa.Sonríe y va dando saltitos hacia sus amigas, cogiendo una hamburguesa con queso de camino.Respiro hondo y entro en la casa, abriéndome paso entre la gente que se amontona alrededor de

la isla de hormigón que hay en la cocina. Tiene luces bajo los armarios y unas ventanas de cristalenormes que dejan pasar la luz, que brilla en la zona de la piscina.

Saludo a un par de chicas del equipo de animadoras al pasar, pero tengo la cabeza en otra cosa.Pienso en la tormenta que se escondía tras la mirada de Cupido cuando nuestros dedos se rozaron,y en sus palabras: «Es a ti a quien quiero conocer mejor, Lila Black». Y me acuerdo del terribleplan de Cal para apartarlo de mí.

«Lo sabe. Estoy segura. Cupido lo sabe todo.»Entro en un pasillo de azulejos blancos para salir de la cocina, buscando a James o a Cal,

mirando a través de todas las puertas mientras voy acercándome a las escaleras negras de caracolque están al fondo. En cuanto pongo un pie en el primer escalón, me digo que James está arriba,

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pero una parte de mí sabe a quién estoy buscando en realidad. «La terraza también tiene que estarpor aquí.»

Al final de las escaleras me encuentro con otro pasillo con un montón de puertas abiertas quedan a otras habitaciones. Hay láminas modernas colgadas de las paredes. Me acerco a mirar unamás detenidamente: hay un hombre con cabeza de toro de pie frente a cientos de líneas de coloresentrecruzadas que me molestan un poco a la vista. Aquí arriba todo está en silencio, el ruido de lafiesta parece estar muy lejos.

Al final del pasillo hay una puerta de cristal que lleva a una terraza oscura; que lleva a Cupido.Me detengo con un nudo en la garganta.

«¿Qué estoy haciendo aquí? Es peligroso. Ha venido a por mí. Y voy directa a su trampa.»De pronto, el sonido de unas voces furiosas en una de las habitaciones me saca del

ensimismamiento.—Sí, bueno, pues tu encargo entra en conflicto con el mío.Es Cal. Frunzo el ceño y me acerco sigilosa al marco de la puerta para escuchar.—Solo estoy haciendo mi trabajo —es la respuesta de una mujer enfadada—. Tengo que crear

una pareja y lo voy a hacer. —La voz me resulta familiar.—¿Igual que te encargaste de cuidar a Jack?Escucho un balbuceo furioso.—Ese trabajo consistía en que no le ocurriera nada a la chica —dice la mujer—, y la última

vez que lo comprobé, Laura estaba estupendamente.—Cuéntale eso al pobre diablo que saltó del tejado.Estoy a punto de asomarme cuando alguien me agarra por el hombro.—¡Hola! —dice una voz detrás de mí—. Te estaba buscando.Es James. Las dos personas que discutían en la habitación se vuelven hacia nosotros. Cal

parece estar furioso. Y veo quién es la mujer. Preciosa, rubia, impecable con un vestido azulbrillante. Es Crystal, la recepcionista de la Oficina del Amor.

Mira directamente a mi novio, que está detrás de mí.—Hola, James —dice con una sonrisa dulce.—Hola, Crystal —responde él.

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¿De qué conoce James a Crystal de la Oficina del Amor?Cal tiene una expresión indescifrable, pero se queda de pie, sin hacer nada, delante de la cama

con dosel que domina la habitación. Los postes de roble y la colcha roja y dorada llaman miatención. «Es la habitación de Cupido.»

James da un paso hacia delante y me agarra por la cintura.—Esta es Crystal —dice—. Empezó a trabajar a media jornada en Romeo’s a principios de

verano.Soy consciente de que tengo el ceño fruncido. ¿Por qué iba Crystal, la recepcionista, a trabajar

en el restaurante? Cal no dice nada, simplemente mira a Crystal con frialdad. Me viene a lamemoria el vídeo de Cal con el uniforme de empleado de bolera, emparejando a mis padres.

«A veces es necesario intervenir manualmente.»Se enciende un fuego en mi interior cuando pienso en la conversación que acabamos de

interrumpir.«¡¿Está intentando emparejar a mi novio?!»Estoy muy enfadada. Con ella, con Cal y, por algún motivo irracional, con James. Crystal

ignora la repentina tensión que se apodera de la habitación y empieza a andar, ahogándome en unanube de perfume con olor a algodón de azúcar.

—Tú debes de ser Lila —sonríe—. Me han hablado mucho de ti.Sus ojos azules brillan y sé que me está retando a decirle a James quién es en realidad.—Encantada de conocerte —digo, apretando los dientes.—Cal y yo íbamos a bajar a por algo de beber —responde—. ¿Os venís?James me mira y levanta las cejas para preguntarme.—Vete tú —digo, forzando la voz para que no me tiemble—, tengo que a ir al baño.Hay algo en mí que me dice que debería ir abajo, pero estoy temblando de rabia. No puedo

estar con ellos ahora mismo. «Están intentando emparejar a mi novio.»Cal no parece contento, pero no dice nada. Los tres salen de la habitación. Cuando pasa por mi

lado, me lanza una mirada de advertencia.—No hagas ninguna estupidez, Lila. Voy a buscarlo cuando resuelva este asunto con Crystal —

dice, con la cara deformada, como si estuviera comiendo algo amargo—. Está pasando algo raro.Luego te veo.

Me doy cuenta de que Cal no sabe que Cupido está en la terraza. Qué alivio.

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Solo pensar que estoy sola en la habitación de Cupido me pone un poco nerviosa. Es suespacio personal, es privado, no debería estar aquí. Voy hasta la cama, grande, con cuatro postes—aquí es donde duerme, donde sueña—. Me siento en el colchón y respiro hondo para poner enorden las emociones que burbujean en mi interior. Las sábanas son de seda y puedo oler el débilaroma a verano, sudor y colonia.

«No salgas a la terraza —me digo—. No lo hagas.»Echo un vistazo a mi alrededor para intentar distraerme. En la mesita de noche de Cupido hay

una pila de libros bastante manoseados. Paso el dedo por los lomos malgastados y elijo Cumbresborrascosas, Jane Eyre y Orgullo y prejuicio, entre muchos otros. La verdad es que estoysorprendida. «A Cupido, el peligroso desterrado; el tío que hizo que un chico saltara desde untejado esta misma tarde... ¿le gustan las novelas románticas?»

Mi curiosidad es cada vez mayor. No tiene ningún sentido. Lo mismo que todo lo demás. Tieneque haber un motivo tras las acciones de Cupido. Tiene que haber un motivo por el que sea mialma gemela.

«Debo enfrentarme a él. Tengo que saber por qué lo hizo.»Salgo al pasillo y camino hacia la entrada de la terraza, respirando profundamente antes de

abrir la puerta y salir al gran balcón. La silueta de Cupido se ve iluminada por las luces de lapiscina en comparación con el cielo oscuro.

—Cupido —digo bajito.Se da la vuelta despacio. Clava su mirada en la mía.Durante un instante parece casi sorprendido.—Lila —dice—. Has venido.Se me acelera el corazón a medida que se va acercando a mí. Lleva una camisa azul claro de

manga larga y unos vaqueros oscuros. Está descalzo y tiene el pelo rubio sucio y despeinado,como si acabara de salir de la cama. Tiene una expresión más suave que cuando lo vi en elinstituto, más vulnerable.

Podría pasar perfectamente por un ángel bajo la débil luz de la luna.«Pero no es un ángel», me recuerdo.—Sé que eres tú —decimos los dos al mismo tiempo.Su cara parece divertida durante un instante; luego vuelve a ponerse serio, medio escondido en

la sombra.—Sé lo que hiciste —le digo.—Eres mi alma gemela —dice—. Eres a quien he venido a buscar.Da otro paso adelante. Me llega su olor; ya no es suave como el verano, sino embriagador,

como el inicio de una tormenta. Debería retroceder. Debería apartarme de él, pero no lo hago.—Viste la Ardor —me dice—. Solo un humano al que otro cupido le ha enseñado las flechas

puede verlas. ¿Cal?Me mira fijamente, con una expresión que me atrae; los reflejos verdes de sus ojos parecen

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bailar junto al azul oscuro. Me recuerda a las olas del mar rompiendo en las rocas. Nuestroscuerpos están tan cerca que casi se tocan. Puedo sentir cómo fluye la energía entre nosotros, comochispas de electricidad que nos atraen cada vez más.

«¿Qué hago aquí? ¿Qué pasa con James?»—Él estaba intentando protegerte —dice Cupido, y, durante un segundo, casi parece un poco

triste—. Pero no puede —continúa, apretando la mandíbula—. Ya es demasiado tarde.Sus palabras me sacan del estupor. «Ya es demasiado tarde.»Doy un paso atrás. No creo que vaya a hacerme daño, pero siento el peligro en el ambiente,

como un animal que nota cómo se acerca una tormenta.—No soy tu alma gemela —digo en voz baja—. Casi matas a una persona. Nunca podría

unirme a alguien como tú.Cupido se ríe con una amargura que no comprendo.—No funciona así.Intento que no me tiemble la voz.—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué le lanzaste la flecha a Jack?Él sonríe y niega con la cabeza.—Lila, no fui yo.Frunzo el ceño. «Miente. Tiene que estar mintiendo. El Cupido del que Cal me habló mentiría.

Pero el Cupido que lee novelas románticas y tiene una mirada triste...»—Te vi con la flecha en la mano—le respondo.Levanta los brazos como si se rindiera.—Solo estaba quitándosela. ¿Qué ganaría yo disparando a un chaval cualquiera?—Entonces ¿quién lo hizo si no fuiste tú?Estoy empezando a enfadarme. «Lo único que quiero son respuestas —me digo—. No he

venido aquí para admirar sus ojos salvajes, ni para sentir un tipo de energía que nunca he sentidocon James.»

La puerta se cierra lentamente detrás de mí y doy un saltito.—Fue... otra persona. —Es la voz cansada de Cal.Me doy la vuelta y veo al agente emparejador de pie, en la oscuridad. Me lanza una mirada de

«ya hablaremos tú y yo» y mira a Cupido.—Hola, Cupido —dice, con una sonrisa fría.La boca de este se curva.—Hola, hermano —saluda.

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En la terraza sopla una brisa fría. Vuelvo a darme la vuelta para mirar a Cal. Está rígido, sinapartar su mirada plateada de la cara de Cupido.

—¿Es tu hermano? —pregunto—. ¿Así os llamáis entre los cupidos? ¿O es de verdad tuhermano?

A Cal se le ensombrece la mirada.—Por desgracia, lo último.Cupido fuerza una carcajada mientras Cal se mueve para colocarse detrás de mí. Los miro a los

dos; uno, esbelto y pulcro, con mirada seria y rostro robusto; y el otro, ancho y descuidado, consonrisa infantil. No se parecen, y entonces me pregunto si tendrán los mismos padres.

—¿No le has dicho que éramos parientes? —pregunta Cupido, con los ojos brillantes bajo laluz de la luna. Vuelve la mirada hacia mí—. Siempre quiere mantenerme en secreto.

—¿Por qué no me sorprende? —digo, mientras Cal parece esbozar una leve sonrisa.—Dime, ¿qué me ha exculpado? —pregunta Cupido—. ¿Te lo ha dicho Crystal?Cal asiente, tenso.—Sí. Estaba rastreando tus movimientos. Supongo que hemos llegado a la misma conclusión,

¿no?Cupido asiente.—Supones bien.—¿Cuánto hace que sospechas que estaban aquí?Cupido se encoge de hombros.—Desde lo de la Ardor en el Love Shack.Cal suspira con fuerza, como si se le desinflara todo el cuerpo.—¿De qué estáis hablando? —interrumpo—. Si no fue Cupido, ¿quién disparó a Jack? —De

pronto, algo me encaja perfectamente. Miro a Cal—. El portero dijo que tú eras el tercer chiconuevo que había entrado en el pub aquella tarde.

Él asiente a medias, sin apartar la mirada de su hermano.—Es por tu culpa. Lo sabes, ¿no? —le dispara a Cupido—. No deberías haber venido.Este levanta una ceja.—¿Y perderme toda esta diversión?Cal no parece estar divirtiéndose mucho. Se acerca hasta que quedan cara a cara.—Tienes que irte —dice, enunciando claramente—. Ya sabes qué pasará si no lo haces.

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Los observo. Cupido es más alto, más musculado, pero la cara de Cal está llena de furia, y sé,por mi experiencia cuando empujé a Jason por hacer un comentario sobre mi madre en cuarto, queesa rabia puede ganar solita una pelea.

—Chicos —digo con voz firme—, ¿qué está pasando?La tensión entre los dos no es únicamente por mí, ni por Jack, ni por las almas gemelas.Cal me mira de reojo.—No es asunto tuyo.Cupido se ríe, incrédulo.—Yo diría que ahora sí que lo es.Los hermanos se miran fijamente durante unos segundos más. Luego Cal da un paso atrás y

suspira. Se pasa la mano por el pelo rubio.—No deberías haberla involucrado. ¿Por qué has venido?Cupido vuelve a encogerse de hombros.—Es mi alma gemela, hermano. ¿De verdad esperabas que precisamente yo no viniera? —Una

mirada de desprecio aparece en su cara—. Por cierto, qué mal que la hayas intentado esconder demí.

Cupido me mira justo cuando acabo de terminar de asentir. «Le dije desde el primer momentoque era un mal plan.»

—En serio, chicos —insisto—, ¿qué pasa?Se oye de pronto un ruido estridente en la planta de abajo. Los dos hermanos se miran mientras

los gritos y algunos silbidos llenan el aire de la noche. Luego vuelve a hacerse el silencio. Unescalofrío me recorre el cuerpo y se me pone la piel de gallina.

Corro hacia el balcón. Uno de los cupidos intenta cogerme cuando paso por su lado, pero leaparto el brazo de un manotazo y me inclino sobre la barandilla negra para asomarme a la piscina.

Todo parece normal: mis compañeros de clase están charlando, con bebidas en las manos, allado del agua. Nadie parece haberse dado cuenta del alboroto. Miro por encima del hombro a losdos hermanos, que parecen estar comunicándose en silencio.

«Aquí pasa algo.»De repente, Cal tira de mí y me caigo encima de él. Siento los músculos duros de su abdomen y

la sorprendente fuerza de su brazo en mi torso cuando me sujeta.—Pero ¿qué...? —empiezo a decir justo cuando una flecha cruza el aire donde yo estaba hace

unos instantes.Se clava en la pared. Plateada y rosa.Es la Capax.Y hay un trozo de papel ensartado en la punta.—Un mensaje —dice Cupido, casi para sí mismo.Coge la nota unos segundos antes de que la flecha se convierta en cenizas. Después de leerla,

vuelve a mirar a Cal, que sigue rodeándome con sus brazos.

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—Están aquí —dice—. Teníamos razón. Son las Flechas.Noto cómo a Cal le cuesta respirar. Luego, se me quita de encima, se pone de pie y se sacude.—Tenemos que sacar a Lila de aquí. Ya.

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Segunda parte

Las Flechas

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Querido Cupido,Estamos al tanto de lo de tu posible alma gemela. Lamentamos informarte de que

tendremos que acabar con ella. Aún no hemos determinado quién es, pero te recomendamosque la entregues para evitar repercusiones futuras.

Evidentemente, no es necesario que te recordemos cuáles son las consecuencias si tú, ocualquier otro cupido, se empareja. Sabes qué dice la política de la empresa. No podemospermitir que pase.

Puede que estés al tanto de que ya hemos distribuido varias flechas Capax en el puebloen el que vives, y ya habrás visto los resultados de la Ardor. Queremos asegurarnos de quecomprendes lo difícil que podemos hacerte la vida a ti y a los residentes de Forever Falls sino cumples con nuestras condiciones.

Surgirán más complicaciones si la situación no se resuelve pronto.Si no podemos acabar con la chica, iremos a por ti, aunque sea necesario localizar la

Finis.Te damos veinticuatro horas para que consideres nuestra propuesta. Uno de nuestros

agentes estará esperándote en la plaza del pueblo.Deja a la chica en la fuente en este periodo de tiempo o asume las consecuencias.Cordialmente,

LAS FLECHAS

Cupido dobla el trozo de papel y se lo guarda rápidamente en el bolsillo.—¿Qué pone? —pregunto, levantándome y sacudiéndome el polvo—. ¿Quiénes son las

Flechas?Miro a un hermano y a otro. Hay una energía diferente en el ambiente: urgencia.—Ya te enterarás —dice Cupido. Mira a Cal—. Podrían seguir aquí. Es muy peligroso que

vean a Lila conmigo. Vamos al garaje. ¿Puedo contar contigo para esto, hermano?Cal asiente. Tiene la mandíbula tensa.—La protegeré.Los miro a los dos. «¿Protegerme?»Pienso en los gritos de hace un momento en la piscina, y en la flecha plateada que casi se me

clava.

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—Venga ya —digo—, ¿qué está pasando?Cupido me mira. La tormenta tras su mirada penetrante ha alcanzado su máxima potencia.—No hay tiempo. Tienes que confiar en nosotros —dice Cupido con cuidado—. Tenemos que

sacarte de aquí antes de que sea demasiado tarde.Se precipita hacia la puerta de cristal, dejándonos solos en la terraza. Cal espera unos instantes

después de que su hermano haya desaparecido en el interior de la casa para volver a hablar.—Tenemos que irnos —dice sin dejar de mirarme.—¿Adónde?Echa un vistazo alrededor de la terraza, sin parar de golpearse la pierna con un dedo.—Eso da igual, estás en peligro. Si no puedes confiar en Cupido, confía en mí, al menos. Te lo

explicaré todo en el coche.Me quedo mirándole fijamente.—¿Primero me dices que es peligroso y ahora dices que deberíamos irnos con él? —le

reprocho, aunque, a medida que lo voy diciendo, me doy cuenta de que es lo correcto.Cupido no fue el que disparó a Jack. No es tan malo como me lo había pintado, lo sé. No es eso

lo que pasa, hay algo más. Cal se pasa la mano por el pelo.—Cupido es peligroso, pero las Flechas son peores. Si dice que están aquí, no dudo de su

palabra, y también creo que estás en peligro. Ahora, por favor...Me tiende la mano, casi suplicándome que la coja. Me fijo en la vulnerabilidad que refleja su

cara y mi firmeza se reblandece. Nunca había intentado tocarme antes.Suspiro.—Quiero una explicación en cuanto nos subamos al coche —exijo—. Y no te preocupes, no

tenemos que ir de la mano.Una expresión de alivio aparece en su cara, pero también veo vergüenza y... ¿dolor?—Pues venga, vamos —dice con voz firme, dejando caer el brazo.Entramos rápidamente en el edificio y bajamos la escalera de caracol hasta la planta baja. Cal

me lleva por un pasillo que no conozco.—El garaje está por aquí.Cuando estamos llegando al final del pasillo, Crystal aparece de detrás de una puerta para

bloquear nuestro paso. Parece estar un poco asustada.—Cal —dice levantando los brazos—, ya sé lo que parece, pero te juro que no he sido yo. Les

clavaron una Capax a los dos. Creo que las Flechas están aquí.Cal frunce el ceño y luego la empuja hacia la habitación de la que salió para que podamos

pasar; después me agarra el brazo.—Venga, tenemos que irnos —dice, tirando de mí.Al pasar, miro dentro de la habitación, intentando ver qué hay.—¿Qué has visto ahí?Entonces, oigo una voz familiar.

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—Me gustas desde el primer día —murmura James con dulzura—. Tenía que decírtelo.Me suelto de Cal y corro hacia la habitación, dándole otro empujón a Crystal. Dentro está

oscuro, pero cuando mis ojos se acostumbran, descifro dos sombras pegadas.—Tú también me gustas —confiesa Charlie—, pero ¿qué pasa con Lila?Siento náuseas cuando James acerca su cabeza a la de ella y le acaricia delicadamente la

mejilla. Se besan.Cal vuelve a agarrarme del brazo y me balancea, me agarra la cara con las manos y me obliga a

mirarlo. Se vuelven a oír más gritos en la fiesta, junto con los silbidos y otro torrente de flechas.—Son las Capax, Lila. Ya está. Son solo las Capax.Oigo el sonido alejado de un coche que arranca.—Tenemos que irnos. Ya.Me arrastra por el pasillo, bajamos unos cuantos escalones y entramos en el garaje. Estoy

demasiado impactada como para resistirme. «¿James y Charlie?»Cal me lanza rápidamente al asiento trasero de un Aston Martin color crema y luego se coloca

en el asiento del acompañante. Cupido mira hacia atrás por encima del hombro. Me sonríe, comosi no fuera consciente de la tensión ambiental.

—¿Nos vamos?

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Viajo en el asiento trasero del Aston Martin, con las manos apretadas contra las piernas. Cal estádelante, tenso, con la mirada fija en el paisaje.

Siento frío por todo el cuerpo. «James y Charlie. Mi James. Y mi Charlie.»Mi mente no es capaz de procesarlo. Pienso en todas las veces que hemos quedado los tres, en

las miradas que han compartido y en cómo ella me tomaba el pelo con mi aburrida relación.Recuerdo que James olía a batido de mantequilla de cacahuete —el favorito de Charlie— cuandonos vimos en Romeo’s.

«¿Siempre ha habido algo entre ellos? ¿Cómo han podido hacerme esto?»—¿Qué os pasa? —pregunta Cupido, rompiendo el silencio—. ¿Me he perdido algo? Este

viaje está siendo tan ameno como una excursión al Museo de Edredones de Nueva Inglaterra.Yo sigo en silencio —desafiante— porque no quiero decir nada en voz alta delante de Cal, que

fue quien trajo a Crystal y a los emparejadores a mi vida; y tampoco delante de Cupido, el tío queme hizo dudar de mi relación con James.

—Que, para vuestra información, no es nada divertido. Creedme. He ido. Dos veces.—Ha sido la Capax, Lila —murmulla Cal, que sigue mirando por la ventana.Cupido mira a su hermano y luego a mí.—Ah, al novio le han lanzado una flecha. Ahora lo entiendo. Aunque, por otro lado, para que

funcione, tiene que existir ya algún sentimiento...Cal le lanza una mirada fulminante y, por suerte, Cupido se calla. Pero tiene razón. Cal me lo

dijo en el gimnasio del instituto. «Tiene que haber un sentimiento inicial para que funcione.»Me siento tonta. Durante unos momentos, el único ruido es el sonido relajante del motor. Me

echo hacia atrás, sintiendo el frío cuero en la piel. Intento perderme en el paisaje, pero la imagende James besando a Charlie está grabada a fuego en mi cabeza. Me pongo a pensar en lo que dijoCrystal en el dormitorio sobre un trabajo y me acuerdo de lo que me comentó Cal en la Oficina delAmor.

«Tu novio no es tu alma gemela. Su alma gemela es...»Ahora puedo terminar esa frase. «... Charlie.»Cupido me mira a través del espejo retrovisor.—Si te sirve de consuelo —dice—, tu novio y tú no estabais destinados a estar juntos, Lila. Tú

eres mi alma gemela, no la suya.Sus ojos cambian de tonalidad de azul con la luz de las farolas de la carretera.

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—No, no me sirve de consuelo —digo, sosteniéndole la mirada—. James era mi novio. Loquería. A ti hace cinco días que te conozco y no has hecho más que causarme problemas. No meimporta lo que diga un estúpido algoritmo. Tú no eres mi alma gemela.

Vuelve a mirar a la carretera.—Solo era un pasatiempo, Lila. Te lo vi en los ojos cuando nos conocimos. No lo quieres. ¿Por

qué si no habrías salido al balcón?La rabia me quema por dentro.—No te creas que me conoces.Se hace un silencio intenso y veo cómo se le tensa la mandíbula. Aparto la vista para volver a

mirar por la ventanilla, apoyando la cabeza en el cristal frío y esforzándome por mantener la irabajo control.

—En fin, ¿adónde se supone que vamos? —pregunto tras un rato, cuando me doy cuenta de queestamos saliendo de Forever Falls—. ¿Qué decía el mensaje?

Cupido se mete la mano en el bolsillo y saca el papel doblado. Se lo pasa a Cal, con la otramano en el volante.

—Tendríamos que ir a la Oficina del Amor —dice este, hojeando la carta—. Allí protegerán aLila.

Cupido niega con la cabeza.—No. No confío en ellos. Hay demasiada gente que no quiere que se cree la pareja. Sería muy

fácil para ellos deshacerse de la alegría de la huerta que llevamos ahí atrás. —Hace un gestohacia mí—. Vamos a hacerle una visita a una vieja amiga mía —continúa—. Ella podráprotegernos y darnos algunas respuestas.

Cal me pasa la carta por encima del hombro.—¿No te referirás a...?Cupido asiente, solemne.A medida que leo la carta el miedo aumenta por momentos. Lo único que puedo hacer es

quedarme sentada, mirando el trozo de papel delante de mi cara, paralizada. ¿«Acabar con ella»?¿«Repercusiones»? ¿«Localizar la Finis»? ¿«Las Flechas»?

—¿A qué se refieren con eso de que van a acabar conmigo? —me atrevo a preguntar—.¿Quieren... matarme?

—Seguramente —dice Cupido—. O, si tienes suerte, igual te disparan una flecha negra. Teconvertirías en una de nosotros.

—¿Y todo esto es porque tú estás aquí?Cupido se encoge de hombros.—Algo así.—Y ¿no puedes... irte?Levanta la comisura de los labios.—Me temo que no es tan sencillo.

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—No vas a llevarme a la fuente, ¿verdad?—Sería todo más fácil...—No —dice Cal.Cupido se ríe.—Era broma, hermano. ¿De verdad crees que entregaría a mi alma gemela?Me mira por encima del hombro, tratando de encontrar mis ojos.—Llevo mucho tiempo buscándote, Lila. De momento, estás a salvo...Evidentemente, no me siento nada aliviada.—Yo habría pensado que tú estarías ansioso por entregarla —continúa Cupido, mirando a su

hermano de reojo—. Eres el capitán de la Asociación anti almas gemelas para Cupido. ¿No hasvenido a Forever Falls expresamente para impedir que terminemos juntos?

—No habríamos terminado juntos igualmente —digo, aunque no tengo muy claro que seaverdad.

Recuerdo el cosquilleo en el estómago la primera vez que sus dedos tocaron los míos, y cómome controlaba su mirada. «Y si el destino de James siempre ha sido estar con Charlie...»

Saco a Cupido y a James de mi cabeza y me obligo a centrarme en el paisaje. Tras un buen rato,empiezan a aparecer edificios y luces brillantes a nuestro alrededor a medida que nos adentramosen Los Ángeles. Vuelvo a mirar la carta.

—¿Quiénes son las Flechas?Cal suelta un gruñido disgustado.—Son un grupo de cupidos, muy resistentes, muy devotos a cómo se hacían las cosas antes.

Suelen pertenecer a las sucursales europeas. Algunos de sus métodos son un poco más... extremos.—Pero ¿por qué me quieren matar?—Porque Cupido no puede emparejarse.Todo este tiempo, Cal ha insistido en que no deberíamos ser pareja porque Cupido era

peligroso, pero entonces recuerdo la inscripción que había bajo la estatua de la Oficina del Amor:«Ningún cupido debe ser jamás emparejado», y me pregunto si será una regla antigua. «¿Él está deacuerdo con las Flechas? ¿Piensa que deberían acabar conmigo?»

Cupido sonríe, haciendo gala de una galantería que no había visto antes.—No te pasará nada. Si no pueden atraparte a ti, irán a por mí —dice, buscando mi mirada en

el espejo retrovisor—. Y no dejaremos que te cojan.Vuelvo a mirar la carta.—¿Qué es la Finis? Creo que he oído esa palabra antes.—No, qué va —dice Cal enseguida.A Cupido se le oscurece la expresión. Aunque puede que simplemente fueran las sombras.—La Finis es la última flecha.—¿Qué significa eso?Cal se da la vuelta.

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—Es una flecha que se forjó hace miles de años. Otros cupidos pueden morir a causa de lasflechas negras, pero nosotros, mi hermano y yo, somos los originales. Finis significa «final». Esaflecha es la única que puede matarnos. Por lo visto, las Flechas pretenden acabar con Cupido deuna vez por todas si no te entrega.

Lanza una mirada de reojo a su hermano, y yo me pregunto si le gustaría que Cupidodesapareciera para siempre.

—Lleva siglos desaparecida —continúa Cupido—. O eso se dice.De pronto, detiene el coche en un ajetreado bulevar. Las palmeras se ciernen sobre la carretera,

y la acera está bordeada por varios clubes ruidosos. A lo lejos veo las luces del muelle de SantaMónica. Cupido junta las manos y extiende los brazos, como si fuera un gato, hasta que le chocancon el techo del coche. Luego se vuelve hacia mí y sonríe.

—Ya hemos llegado.

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Un flujo constante de gente con ropa de fiesta pasea alrededor de Cupido y Cal, que ya están en laacera. Yo salgo del coche. El aire es húmedo y huele a perfume y a tubo de escape.

—¿Adónde vamos, exactamente? —pregunto mientras los dos hermanos caminan por elcolorido bulevar.

—Cupido conoce a alguien que igual puede ayudarnos —responde Cal, aunque aún noto que notermina de confiar del todo en su hermano.

Unos cuantos metros más adelante, nos paramos frente a un club con la palabra «Elysium»iluminada en rosa. Por la puerta abierta resuena la vibración de la música, y la cola para entrar dala vuelta a la esquina.

Miro a Cal.—Vamos a estar aquí toda la noche. ¿No puede hablar con su amiga, yo qué sé, por teléfono o

algo así?Cupido mira hacia atrás.—No vamos a la parte humana del club. Y Selena no tiene teléfono. La cobertura es horrible en

el fondo del mar.Niego con la cabeza.—No pienso ni preguntar.Cupido sonríe ampliamente al tiempo que se acerca a los dos porteros de la entrada. Cuando

nos ponemos a su altura, susurra algo a una mujer en traje de chaqueta. Veo cómo ella le pasa algoque él se guarda en el bolsillo.

—Vienen conmigo.Nos deja pasar. Cuando entramos, me mira con una expresión divertida. Tiene algo que no es

demasiado humano. Sus pupilas son demasiado grandes y parece que le brilla la piel. Respirohondo. Me tranquiliza que Cal siga igual de tenso. De hecho, su postura está aún más rígida de lonormal.

«Él tampoco parece muy contento de estar aquí.»Cupido nos guía por un pasillo oscuro lleno de luces parpadeantes y música a todo volumen.

Antes de llegar a la sala principal, vuelve hacia la izquierda y se para ante una puerta pequeña ycasi imperceptible. Se inclina hacia la pared y espera a que hagamos lo mismo. Cuando meacerco, me doy cuenta de que hay notas musicales y un dibujo de un animal de tres cabezastallados en la madera podrida sobre el marco. «¿Un perro, quizá?»

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Cupido sonríe y la luminosidad de su sonrisa me pilla por sorpresa. Durante un momento,fantaseo con cómo sería pasar los dedos por su pelo rubio oscuro. Y luego parpadeo con fuerza,obligándome a apartar esos pensamientos. James puede no pesar lo suficiente como para hacermesentir culpable —«Sobre todo ahora que tiene sus razones para sentirse culpable», pienso—, peroestá claro que Cupido me va a traer problemas. Es él quien me ha puesto en peligro.

Se mete la mano en el bolsillo y saca lo que le ha dado la portera.—Quedaos cerca de mí en todo momento —nos grita por encima del ruido intenso—. Y poneos

esto.Nos da a Cal y a mí un par de cositas de gomaespuma.Me miro la palma de la mano.—¿Tapones para los oídos?Cupido asiente.—Los vais a necesitar —dice mientras empuja la puerta—. Bienvenidos al Elysium.Al entrar en la nueva habitación, cesa la escandalosa música de fuera, reemplazada por una

mujer cantando a capella. Tiene una voz fuerte, penetrante y apacible y, durante un instante, es enlo único en lo que me puedo centrar. Luego miro a mi alrededor.

Es un espacio enorme, lleno de gente recostada, alegre. El suelo, de césped verde, está lleno demantas de pícnic, y un camino pavimentado bordeado por lucecitas solares lleva hasta una barrade bar en la que se sirven bebidas. Colgando del techo transparente hay una red de cuerdadecorada con luces blancas. A pequeños intervalos, las luces parpadean y se confunden con lasestrellas del cielo nocturno. Hay un aroma dulce en el aire, como a miel y limones azucarados.

Lo único que me apetece es tumbarme con el resto de la gente y dormir. Tengo la sensación deestar en el paraíso, y Cupido lo sabe: tiene ese brillo en los ojos.

—Los tapones para los oídos, Lila —dice Cal cansado.Me vuelvo hacia él, confundida. Lo veo agotado y etéreo, con los ojos plateados moviéndose

bajo sus cejas rubias. Parece molesto.—Los tapones.Sonriendo, Cupido coge los trocitos de gomaespuma de mi mano y me los mete en los oídos.

Me quedo mirándolo un momento. Se le reflejan las luces en los ojos y parecen pequeñasluciérnagas. Y, en ese momento, grito y doy un paso atrás, horrorizada.

La habitación ha cambiado.Las paredes y el suelo y el techo son de cemento. Ya no hay césped ni estrellas. Las mantas de

pícnic están sucias y raídas, y la gente sobre ellas parece estar fuera de sí: unos encima de otros,con las bocas abiertas y babeantes. El ambiente está cargado con hedor a agua de mar estancada.

Todavía se oye a la mujer cantando por la habitación, pero su voz es mucho menos bonita queantes. Parece más un casting de American Idol que el escenario del MET.

—La dueña del club es una sirena —dice Cal con desprecio.Justo cuando voy a preguntar a qué se refiere, un hombre de pelo oscuro y traje se acerca.

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—¿No venís para complaceros? —pregunta cuando nos ve los tapones en los oídos.—Esta noche no, colega —responde Cupido—. ¿Podemos verla?El hombre asiente.—Hará una excepción contigo, Cupido. Acompañadme.—¿Son... humanos? —pregunto mientras seguimos al hombre por la habitación ligeramente

iluminada.—No —dice Cal—. El club está regentado por sirenas.Frunzo el ceño.—¿Te refieres a mujeres que cantan y atraen a los marineros hacia las rocas?—Eso es una historia que cuentan los humanos. Es cierto que su fuerte es la música, pero no

son solo mujeres. También hay hombres. Y, aunque tienen mucho poder, no todas son asesinas.No me siento demasiado aliviada teniendo en cuenta que seguimos pasando entre grupos de

personas deslizándose como idiotas hacia la música.—¿Y ellos?—La mayoría son cupidos. —Hace una mueca—. De vez en cuando también hay genios y

oráculos, aunque suelen ser más inteligentes. Los pocos humanos que hay no duran mucho bajoeste tipo de adicción.

Pasamos por delante de una mujer de cabello oscuro, con un vestido verde muy ajustado,cantando sobre un podio. Nos sigue con la mirada mientras caminamos hacia el fondo de la sala ysiento la potente energía que irradia.

—¿Son adictos a las canciones?Cal asiente con seriedad.—Las sirenas que hay aquí dan dosis de su música a cambio de secretos —dice, un poco

incómodo—. Es una práctica corrupta y la Oficina del Amor debería cerrarles el local.—¿Por qué no lo hacen?Cal me advierte con la mirada que deje el tema.—Porque tienen vuestros secretos —susurro, respondiéndome a mí misma.La cara de Cal expresa rabia e incomodidad a partes iguales. Me refería a los secretos de la

Oficina del Amor, pero a juzgar por su reacción, sospecho que también poseen alguno suyo. «¿Quésecretos podría tener Cal?»

Cuando nos acercamos a una puerta, Cupido se vuelve hacia nosotros con angustia repentina.—Por cierto —añade—, en cuanto a la..., esto, amiga a la que vamos a ver ahora... Puede que

no le haga demasiada gracia mi presencia. Os aviso.Cal se vuelve para mirarlo.—Creo recordar que dijiste que terminó bien.Antes de que continúe, otro hombre trajeado abre la puerta y nos encontramos con una oleada

de vapor caliente y con olor a mar. Me cuesta respirar durante unos instantes; aun así, me esfuerzopara preguntarle a Cal:

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—Espera. ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿A quién vamos a ver?Él me mira, con la cara rígida como una piedra.—A Selena. La reina del inframundo de Los Ángeles, la dueña del Elysium y —hace una mueca

— la ex de Cupido.

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Cupido vuelve la cabeza para mirarme.—Lo sé, lo sé. La novia pasada conoce a la novia futura. La situación más incómoda del

mundo.—Yo no soy tu futura novia. —Le lanzo una mirada acusadora a Cal—. Dijiste que los cupidos

no pueden emparejarse y bla, bla, bla.—Los cupidos no podemos emparejarnos. Tenemos prohibido enamorarnos.—Selena no era mi alma gemela —interrumpe Cupido—, pero ser inmortal puede terminar

aburriendo un poco si no te lo pasas bien de vez en cuando. —Mira a Cal—. Aunque algunosprefieren no hacerlo.

—Y ¿has dicho que no se va a alegrar de verte? —pregunto, mientras Cal ignora la pulla deCupido—. ¿Corremos peligro?

Este hace una mueca.—Ya has visto el poder de las sirenas en la otra habitación. Tú misma lo sentiste. Te hicieron

ver cosas que no estaban ahí, te hicieron sentir fuera de control. Pues Selena puede hacer eso ymás. Ahora imagínate que está enfadada y quiere vengarse de ti... —Se estremece, y de pronto Calparece asustado.

—¿Fue muy mal la ruptura? —pregunta tenso—. ¿Es buena idea haber traído a Lila?Cupido nos mira fijamente.—Bueno, una vez Selena hizo que una chica... —Deja de hablar y hace un gesto con la mano

para quitarle importancia al asunto—. No le pasará nada. Pero igual es mejor no mencionar queLila es mi alma gemela.

Cal parece exasperado. Me toca el brazo, preparado para sacarme de allí, pero Cupido niegaligeramente con la cabeza.

Nuestro guía nos lleva por un pasillo que conduce a una sauna. Noto una punzada en el corazóncuando miro el agua. Me hace pensar en Charlie y James. Nos encantaba bañarnos en el yacuzi delos padres de él. Echo de menos aquellos días, los días normales, antes de las flechas, antes de latraición de mi novio, antes de los ojos azul océano de Cupido. Echo de menos la estabilidad deJames, la risa de Charlie, los cócteles sin alcohol del Love Shack y comer perritos calientes en laplaya.

Pero me saco esos recuerdos de la cabeza. Esos días ya no existen. «Ahora me persigue ungrupo de cupidos colgados, me protegen dos hermanos inmortales y estoy a punto de conocer a una

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sirena reina del crimen que igual puede ayudarme.»Doblamos una esquina y, de pronto, aparecemos en un estanque/cabaret. Hay figuras borrosas

con bañadores muy elaborados sentadas en taburetes sobre el agua y con rocas negras a cada lado.Arriba del todo, se ve la luna a través de un tragaluz.

—Por aquí —dice nuestro guía, llevándonos hasta una zona VIP acordonada con una cuerdanegra.

Hay una manta de pícnic junto a la piscina sobre la que se ha colocado una bandeja de comida.Sea quien sea Selena, todavía no ha llegado.

El hombre que nos ha guiado hace una breve reverencia y desaparece.—Bueno... sentaos —nos invita Cupido, tirándose al suelo y cogiendo un trozo de pan de la

cesta.Hago lo que me pide, aunque dudo un poco. Luego miro a Cal, notablemente molesto.—No me gusta esto —sentencia.Cupido pone los ojos en blanco.—Claro que no —dice con la boca llena—. A ti no te gusta nada. Pero siéntate, hazme el favor,

hermano. Me estás poniendo nervioso.En lugar de responder, Cal mira hacia el estanque. Estudio la cara de Cupido y creo apreciar

una ligera incertidumbre en su mirada.—Madre mía, ahí está —murmura.Hay una mujer mirándonos, medio sumergida en el agua. El vapor cambia de dirección y le

rodea el torso, como si fuera un vestido. Cupido traga saliva, deshaciéndose tanto del pan comode la alegría que tenía hasta este momento.

A medida que la sirena se acerca a nosotros, me doy cuenta de que probablemente sea la mujermás bonita que he visto en mi vida. El agua desciende por su impecable piel negra, aunque pareceno tocar el vestido oscuro que le acaricia las piernas mientras sube los escalones de piedra delestanque. Los ojos le brillan como si fueran estrellas.

Cupido se pone de pie de un salto.—Selena —empieza a decir, levantando las manos en señal de rendición—, tienes todo el

derecho del mundo a estar enfadada...Ella arquea la ceja perfectamente definida.—Cupido, cielo. No eres el ombligo del mundo.Luego mira hacia mí y sonríe.—Soy Selena —se presenta—. Tú debes de ser el alma gemela.

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Y hasta aquí ha llegado el ocultar que soy el alma gemela de Cupido.Selena se sienta a mi lado y apoya su peso sobre una mano, haciendo que su larga melena caiga

sobre la manta a cuadros.—Hola, Cal —saluda.Cal está de pie, rígido, sobre las rocas. Asiente con frialdad, con una expresión que muestra

claramente que no está cómodo.—Selena.La sirena le guiña un ojo.—Sigues siendo la alegría de la huerta, por lo que veo. ¿Vienes?Señala la manta con la mirada y, finalmente, Cal se sienta, aunque sigue con la espalda

completamente rígida.Selena coge una manzana de la bandeja que hay ante nosotros y la muerde.—Supongo que no habréis tenido tiempo de comer —nos dice—. Servíos. —Luego se centra

de nuevo en Cupido—. Bueno, ¿en qué os puedo ayudar? Ya sabes que no recibo a nadie que meavise con tan poco tiempo.

Mientras ella habla, cojo unos cuantos sándwiches e intento averiguar qué edad tiene. Diría quela misma que yo, pero estimé que la misma de Cupido y de Cal.

—Creo que ya sabes a qué hemos venido —responde Cupido.Ella asiente.—Lo sé. Pero preferiría que me lo contaras tú. Por lo que veo, tu dilema tiene fácil solución —

dice mirándome.Yo la miro a ella, luego a los hermanos, con la boca llena de pan y queso brie.—¿Qué?—No vamos a entregar a Lila a las flechas —dice firmemente Cal.Selena parece sorprendida.—Vaya, conque así están las cosas, ¿eh? ¡Cal! ¡Nunca me lo habría imaginado!—Las cosas no están de ninguna manera —espeta él—. Simplemente, no vamos a entregársela

a las flechas.Ella sonríe, dándole otro bocado a la manzana.—Por supuesto que no, cariño. No era eso lo que sugería. Solo me sorprende que tu hermano

no se vaya de la ciudad. —Mira a Cupido con la ceja arqueada—. Si te vas y aseguras a las

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flechas que vas a olvidar este... empeño... a lo mejor te dejan en paz.—¿Cómo has sabido que Lila es mi alma gemela? Pensaba que las flechas aún no lo habían

descubierto.—¿Por qué si no habrías traído aquí a una chica humana? —responde ella—. Igual no ha sido

lo más inteligente, cielo. Ya se sabe que tienes un alma gemela, y las flechas no son los únicos encontra de que os emparejéis.

Cupido frunce el ceño.—¿Y tú? ¿Estás de nuestro lado?Selena tira la manzana.—Me importan bastante poco la política de tu empresa y sus consecuencias. Yo prosperaré en

cualquier circunstancia, como ya lo he hecho en el pasado. Pero, por vuestro propio bien, ¿por quéno te vas?

Me pregunto por un instante qué quiere decir con «en cualquier circunstancia», pero Cupidointerrumpe mis pensamientos.

—Creo que ya es demasiado tarde.—Sí, seguramente tengas razón —dice Selena—. Entonces ¿quieres nuestra protección? Ya

sabes cuál es el precio.Cupido eleva las cejas.—Ya nos has ayudado antes sin ningún coste. ¿Te acuerdas de aquella vez en Francia? ¿Antes

de que empezáramos a salir? Las flechas iban detrás de la chica con la que Cal evitabaemparejarse.

Selena aplaude, encantada.—Casi lo había olvidado. ¡Cal rompió las reglas! —Mira al cupido y luego a mí—. Puede que

sea difícil de creer, pero a veces es un encanto.Cal empieza a comer con ansia una tartaleta de queso, con un toque de color en la cara

normalmente pálida.—Pero sí que hubo un coste —añade Selena—. ¿No te lo dijo?Cupido mira a su hermano, pero Cal lo único que hace es negar con la cabeza.—Está bien, pagaremos —dice Cupido—. Pero podrías hacer algo extra, por los viejos

tiempos. Necesitamos protección para Lila. No me fío de que la Oficina del Amor la mantenga asalvo. Y Cal y yo solos no podemos con las flechas.

Selena asiente.—¿Tenéis algún plan a largo plazo? Aparte de conseguir la Finis. Porque si no se elimina al

grupo entero, seguirán yendo a por ambos.Cupido sonríe.—Tengo el mejor plan del universo.—Espera, espera, espera. Vamos a retroceder un momento —digo cuando me doy cuenta de que

Cal está tenso detrás de mí—. ¿No van a dejar de perseguirme? ¿Por qué no les decimos que no

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vamos a emparejarnos y se acabó?—Tiene razón, Cupido —añade Cal despacio—. Podemos darle protección a Lila en la Oficina

del Amor y tú y yo ir a reunirnos con las flechas en la fuente para solucionarlo todo. Nadie tienepor qué salir herido. —Le destellan los ojos—: «Ningún cupido debe ser jamás emparejado.»

—¿Se te ha pasado alguna vez por la cabeza que pueda estar haciéndolo por el bien de todos,hermano? —espeta Cupido con una mirada tomentosa.

—No —le responde cortante Cal—, no se me ha pasado por la cabeza. Porque tú no hacesnada a no ser que te beneficie a ti. ¿Qué es lo bueno que puede salir de esto? Hemos tenido queexponernos a una humana, las flechas han vuelto y ahora todos estamos en peligro. Ya te hasdivertido, ya has conocido a tu alma gemela; ahora, por favor, entra en razón.

Se quedan mirándose el uno al otro, se puede cortar la tensión entre ellos. Selena tose.—Disculpad que interrumpa la discusión familiar, chicos —dice—, pero ¿queréis mi ayuda o

no?Cupido eleva una ceja mirando a Cal. Este le mantiene la mirada unos instantes, fría como el

hielo. Luego asiente a regañadientes.—Bien —dice Selena—. Haré circular el mensaje de que el alma gemela de Cupido está bajo

nuestra protección y que, si alguien hace daño a algún humano en nuestro territorio, iremos a porél. Debería ser lo suficientemente disuasorio, al menos para las flechas.

—Excelente —dice Cupido.Ella lo mira.—Sabes que, si no pueden ir tras Lila, irán directamente a por la Finis.—Cuento con ello —dice con una mirada maliciosa—. Lo que me lleva a la segunda cosa que

quiero: su ubicación.Ella se queda en silencio un momento y luego niega con la cabeza.—Siento decepcionarte, pero no sé dónde está. Aunque sí sé que está apuntado en un libro: Los

relatos de la Finis. Puede que sea un buen comienzo.—¿No era eso de lo que hablabas con ese tal Curtis? —le pregunto a Cal.Mencionó eso por teléfono mientras íbamos al Love Shack.Cal tensa los hombros.—¿La has buscado, hermano? —pregunta Cupido.—Claro que sí.A Cupido no le sienta muy bien.—Ya veo. Y ¿qué pensabas hacer exactamente cuando la encontraras?—Poco importa eso ahora, ¿no? No la he encontrado. —Mira a Selena—. No está en los

archivos de la Oficina del Amor.—No, cariño, por supuesto que no —contesta Selena—. La copia original fue destruida, pero

una de mis sirenas se lo pasó bien con uno de vuestros cupidos hace cosa de unos veinte años. Un

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archivero. —Se pasa la lengua por los labios y sonríe—. No lo sabe todo el mundo, pero él habíadigitalizado varios volúmenes antiguos antes de que la canción de las sirenas lo volviera loco.

Cal la mira con frialdad.—Conocía a ese chico. Carter Matthews. Dejó la Oficina después de que los tuyos lo tuvieran

capturado.Ella inclina la cabeza.—Sigue viniendo de vez en cuando.—¿Los relatos de la Finis era uno de esos volúmenes? —pregunta Cupido, arrancando un

trozo de pan de una baguette y metiéndoselo en la boca.Claramente le molesta bastante menos que a su hermano lo de que las sirenas vuelvan loco al

personal.—Eso creo —dice Selena—. Si tenéis acceso a su cuenta de la Oficina del Amor, deberíais

encontrarlo.Cal saca su móvil.—Voy a enviarle un mensaje a Curtis ahora mismo.La baguette pasa volando por delante de mis ojos y golpea a Cal en la cabeza.Este, confundido, le lanza una mirada fulminante a su hermano.—¿Qué narices estás haciendo?—¿Tan seguro estás de la lealtad de Curtis? Las flechas vienen a por nosotros, Lila está en

peligro y todo el mundo sabe que somos hermanos. ¿Y si decide que quiere encontrar la Finisantes que nosotros y se alía con quien no debe?

Cal se sienta en silencio entre el leve murmullo de voces que emerge del estanque. Luego haceuna mueca y vuelve a meterse el móvil en el bolsillo.

Cupido sonríe.—Parece que solo depende de nosotros dos. Como en los viejos tiempos, ¿eh, hermanito? —

dice—. Aunque tendrás que ir a cogerlo tú. Yo estoy desterrado, no me dejarán entrar en eledificio.

Cal lo mira con desprecio.—Claro, por favor, deja que sea tu asistente personal.—¿No puedes entrar desde aquí? —propongo.Cal me lanza una mirada mordaz.—Claro que no. La Oficina del Amor tiene los datos de absolutamente todos los humanos del

mundo. Solo puede accederse al sistema desde dentro del edificio.Levanto las manos.—Perdón. Se me había olvidado durante un segundo que un servicio de citas necesitaba un

nivel de seguridad a la altura de la CIA...Selena sonríe divertida mientras nosotros tres discutimos.—Bueno, hablemos del pequeño detalle de cómo me vais a pagar —nos interrumpe.

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—¿Con dinero? —pregunto.Selena se ríe.—No, cariño —dice—. Nos pagamos con información. —Me mira. Sus ojos marrones funden

los míos—. Quiero un secreto. Un secreto de Lila. Algo que no sepa nadie más.Se me forma un nudo en el estómago del miedo. «¿Un secreto?» Yo no quiero contarle nada.—Por supuesto —dice Cupido—. Trato hecho.—No puedes... —empiezo a decir enfadada, pero me detengo cuando le susurra algo a Selena

en el oído.De pronto, sus ojos empiezan a brillar hambrientos. Cal me mira a mí y luego a Cupido, con

una expresión ilegible. Estoy tan incómoda que me duele la tripa.Cuando Cupido se aparta de Selena, ella lo mira durante un instante antes de soltar un silbido.—Eso sí que no me lo esperaba.Miro rabiosa a Cupido.—¿Qué le has dicho?Él me devuelve la mirada, muy serio de pronto.—Eso queda entre Selena y yo —dice—. Lo siento, Lila, tenemos que cumplir con nuestra

parte del trato.—Es ridículo. Si es algo sobre mí...La sirena chasquea los dedos para avisarnos de que se nos ha acabado el tiempo.

Inmediatamente, el asistente que nos llevó hasta allí emerge de entre el vapor que rodea la piscina.—Acompaña a mis invitados a la salida de atrás, por favor —dice. Luego vuelve a mirar a

Cupido—. ¿Doy por hecho que te reunirás mañana con las flechas en la plaza del pueblo?Cupido sonríe de forma perversa.—Por supuesto. Nadie me amenaza y se va de rositas.—Yo también iré —dice—. Será una buena forma de enfatizar el mensaje: el alma gemela de

Cupido es intocable.

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Aproximadamente una hora y media después, nos acercamos hasta la salida hacia Forever Falls.Mi teléfono vibra en el asiento trasero del Aston Martin. «Charlie.»

Me lo meto en el bolsillo.«Ya me ocuparé de ella y de James más tarde.»—¿Estás seguro de que Selena puede impedir que vengan a por mí? —pregunto.Cal niega con la cabeza.—Solo será una distracción para que se centren en Cupido —dice—, pero no servirá para

zanjar el tema. Los cupidos no se pueden emparejar. Y no podremos cuidarte de por vida.—No te pasará nada —me dice Cupido—. Las flechas no se arriesgarán a entrar en guerra con

las sirenas. Y si conseguimos la Finis antes que ellos, no podrán hacerme nada. —Sonríe—. Esmuy simple. Aunque creo que Lila debería quedarse en mi casa esta noche. Para que esté a salvo.Por lo que pueda pasar...

—No —decimos Cal y yo al unísono.La carretera es cada vez más estrecha conforme nos adentramos en Forever Falls. Cupido está

dando tantas vueltas que no sé si sabe adónde va.—Te has equivocado —le digo cuando vuelve a girar por donde no debe.—Solo estoy asegurándome de que no nos siguen —dice Cupido, mirando por los retrovisores.Por fin se detiene frente a la entrada de mi casa y se vuelve en el asiento.—Voy a comprobar que las flechas no están por aquí. Quédate donde estás. —Salta del coche y

nos deja a Cal y a mí solos.Cal se vuelve con cara de disculpa.—Voy a resolver esto, Lila —dice—. Es muy cabezota y no piensa nunca en los demás..., pero

no puede seguir poniéndote en peligro. Tarde o temprano entrará en razón o se aburrirá, una dedos. Cuando eso pase, se irá de la ciudad y todo volverá a la normalidad. Pero tengo queencargarme de que eso suceda antes de que alguien salga malparado.

—Pero ¿qué pasa con las flechas? Sé que va en contra de vuestras reglas y todo eso, pero ¿tanhorrible sería que nos emparejáramos?

Cal frunce el ceño. Fuera veo a Cupido comprobar si hay alguien bajo un macetero.—¿Quieres emparejarte con él? —me pregunta por fin Cal.—Por supuesto que no —digo un poco demasiado rápido.Cal parece decepcionado.

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—Se te han dilatado las pupilas —dice—. Crees que es...—Por Dios, Cal —digo—. ¿Qué clase de obsesión tienes con los globos oculares? No es eso,

es que...«Es que, a pesar del peligro, y de las flechas, y de que James besase a Charlie, esta es la

primera vez que me siento viva desde que murió mi madre.»Me muerdo el labio, enfadada conmigo misma por pensar eso.—No sé —termino de decir. Luego lo miro directamente a la cara—. No va a pasar nada entre

Cupido y yo, ¿de acuerdo?Cal asiente rígidamente justo cuando aparece la cara de Cupido por la ventanilla del coche.—No hay moros en la costa —dice, abriendo la puerta del pasajero.—Buenas noches, Cal —digo mientras salgo, a lo que él me responde con un gruñido.Cupido me acompaña a la puerta de mi casa. Dentro, la luz del salón parpadea, lo que quiere

decir que la televisión está encendida. Espero que papá se haya dormido en el sofá; si siguedespierto voy a tener problemas: debe de ser cerca de la una de la madrugada.

De pronto me doy cuenta de lo cerca de mí que está Cupido. Siento el calor de su cuerpo através de la camisa azul y, con la brisa otoñal rodeándonos, huelo su aroma veraniego mezcladocon agua salada. Sus ojos resplandecen con fuerza. Yo doy un paso atrás, hasta que pego laespalda a la puerta.

Cal tiene razón, debería tener cuidado.Oigo un murmullo dentro de casa.—Parece que mi padre está despierto. Toda la noche preocupada por las flechas y resulta que

así es como voy a morir. A manos de mi padre.A Cupido se le ilumina la cara. Su mirada ha pasado de ser intensa a ser divertida.—Bueno, pues me tendré que ir —dice. Luego se inclina hacia delante—. No suelo caer bien a

los padres. —Me sonríe y vuelve al coche bajando por el sendero—. Nos vemos mañana.—¿Qué...? —empiezo a preguntar, pero ya está entrando en el Aston Martin.El motor del coche arranca y yo me vuelvo para entrar en casa. Respiro hondo. Entro

sigilosamente y voy de puntillas a mi habitación.—¿Qué horas son estas de llegar?Me doy la vuelta. Mi padre está a los pies de la escalera con la bata y el pelo gris alborotado

por detrás, como si se hubiera quedado dormido en el sofá. Aunque tiene una expresión seria, sele nota en la mirada que está de buen humor.

—Lo siento, papá.Él niega con la cabeza.—La una y media de la madrugada... Me imagino que la fiesta ha estado bien, ¿no?—Ha sido... interesante.Me mira.—¿Interesante? ¿Estás borracha?

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Niego con la cabeza.—Muy bien. ¿Has hecho algo de lo que te arrepentirás mañana?«He seguido al dios del amor hasta un balcón y luego un grupo de cupidos ha intentado

matarme.» Pero vuelvo a negar con la cabeza.Empiezo a ver el atisbo de una sonrisa en su cara, aunque él intenta contenerla.—Pues venga, a la cama. Ya hablaremos mañana.Subo corriendo las escaleras.—Adolescentes... —oigo que murmura para sí mismo mientras desaparezco de su vista.

El sonido de una vibración me despierta en plena noche.Me incorporo de un salto, con el corazón a punto de salírseme del pecho, y miro por la ventana.

«¿Me han encontrado las flechas?» Mientras echo un vistazo a la calle, veo que algo se mueve enlas sombras. Noto un temblor y veo la parte de atrás de una flecha. Respiro hondo. La silueta sevuelve, Cal está de pie, rígido en mitad de la noche.

Está vestido completamente de negro, camuflado entre la oscuridad, aunque no puede hacergran cosa con su pelo rubio, que brilla bajo la luz de las farolas. Se cruzan nuestras miradas y, porun instante, nos congelamos. Luego él da un paso atrás, se refugia bajo la sombra del árbol máscercano y desaparece. Empiezo a sonreír levemente.

«Cal está de guardia. Pese a la promesa de Selena, ha querido asegurarse de que las flechas novienen a por mí.»

Me planteo si llevarle algo caliente de beber, pero no parece precisamente contento de que lohaya visto. Me quedo un par de minutos mirando, pero al final me vuelvo a la cama.

Mientras me acomodo para regresar a los brazos de Morfeo, mi teléfono vuelve a vibrar. Conlos ojos medio cerrados, doy manotazos por la mesita de noche y casi tiro un vaso de agua paracogerlo.

—¿Diga?—Lila —dice rápidamente Charlie.Abro los ojos mientras me maldigo a mí misma por no apagar el teléfono antes de irme a

dormir. No estoy segura de si estoy lista para hablar con ella todavía. Los nervios y la ira hanformado una fiesta en mi estómago. «Odio esta situación. Nunca discutimos.»

—Escúchame, Lila —dice antes de que yo cuelgue—. Ha pasado algo.—Ya lo sé. Os he visto besaros.Decirlo en voz alta hace que sea real y me estremezco. Ella deja escapar un grito ahogado.—Joder. Lo siento muchísimo, Lila...Algo se enciende en mi estómago y me siento derecha en la cama.—¿Os habíais besado antes?—¿Qué? ¡No! Es que...

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—Pero te gusta, ¿verdad? —pregunto—. ¿Por eso siempre me decías que mi relación eraaburrida? ¿Que necesitaba un poco de emoción? ¿Por eso tenías tanto interés cuando pensabas queme había enrollado con Cal o algo así?

Me salen las palabras solas de la boca, estoy muy enfadada. Ni siquiera sabía que estaban ahí.Y tampoco sé si tengo derecho a sentirme así. Se besaron por culpa de la Capax. Pero, por algúnmotivo, eso lo empeora.

—Lila, nunca había pasado nada. ¡Te lo juro! —Le tiembla la voz.«Tiene que haber un sentimiento inicial para que funcione.»—¿De verdad?Mi mente está haciendo un repaso de los últimos meses. Reinterpreto cada broma que han

compartido, cada vez que ella ha ido al restaurante sin mí, cada vez que lo ha mencionado.—Lila, tienes todo el derecho del mundo a estar enfadada conmigo. Pero no es lo que piensas.

Fue...—¿En serio? ¿Tengo derecho a estar enfadada? Vaya, gracias.—Lila, por favor... Es difícil de explicar. Vas a pensar que estoy loca.—Y ¿por qué no intentas explicármelo? Porque...—¡Fue la flecha!Me quedo en silencio. Lo único que puedo oír es su respiración acelerada al otro lado del

teléfono.—¿Qué has dicho? —Mi voz es una pizca más alta que un susurro. Se me ha quedado el cuerpo

helado.—Fue... fue una flecha. Me clavaron una flecha. Y a James también.Noto en los oídos el bombeo de la sangre. «¿Vio la Capax?» Nos quedamos las dos calladas

durante un instante. Mi mente todavía intenta procesar la información.—Ya sé que parece una locura —dice—, pero había unas... personas que disparaban flechas.

Te lo juro. Y me golpeó una. También le dieron a más gente. Y luego las flechas desaparecieron,sin más. Pero después de eso, todos estos sentimientos que he intentado ocultar simplementeempezaron a salir a la superficie y... —Le tiembla cada vez más la voz—. Dios, Lila, lo sientomuchísimo.

Cuando empieza a llorar, algo se tensa en mi pecho y hace que me duelan los ojos. No sé quépensar. No sé cómo sentirme. No sé qué hacer. Es mi mejor amiga, nos lo contamos todo. Y si havisto la flecha, puede que sea el momento perfecto para hablar de todo lo que ha pasado conalguien que no sea un agente de emparejamiento ni un dios del amor.

«Es culpa suya», dice la parte racional de mi cabeza.«No tenía que haberlo besado», dice otra voz.Miro sin parpadear el reflejo de mi cara en el espejo de la cómoda. Charlie sigue llorando.

Respiro hondo.—Ya lo sé —digo.

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—¿Lo... sabes?—Yo también las vi.—Te va a parecer una locura, pero he estado pensando en que uno de los tíos nuevos del

instituto se llama Cupido —dice ella con la voz más recompuesta.—Sí.—Y a la gente se le clavan flechas que desparecen y que hacen que se empiecen a besar. —

Puedo oír cómo se mueven los engranajes en su cerebro—. Flechas del amor. ¿Cupido? ¿Existe?—dice.

—Sí. —Vuelvo a respirar, quitándome un peso de encima—. No te estás volviendo loca,Charlie —le digo—. A ver, tengo que contarte un montón de cosas. Pero no puedes decírselo anadie. En serio. Nada de cotillear en el blog ni en artículos del periódico. Tienes que ser unatumba.

—Vale —dice, sorbiendo por la nariz.Mientras empieza a amanecer, pongo a Charlie al día de todo lo que ha pasado últimamente: la

Oficina del Amor, Cupido, Cal, las flechas, el Elysium y, por último, el plan de Cupido y Selenapara encontrarse con las flechas en la plaza del pueblo. Ella exhala lentamente cuando termino.

—¿Eres el alma gemela de Cupido?Su voz suena casi triunfante, y a mí me molesta un poco porque, seguramente, ahora ella crea

que tiene vía libre con James. Pero luego sigue hablando y me relajo, porque estoy segura de queson imaginaciones mías.

—Tía —dice en voz baja—, eso es una... O sea... ¡Joder!—Ya lo sé.—¿Y han quedado con las flechas luego? ¿Tú vas a ir?—No me dejan. Pero ojalá pudiera. Hay algo de todo esto que me resulta... raro. Más que el

resto, quiero decir. Tengo la sensación de que me ocultan algo.—La verdad es que sí que suena un poco rebuscado —dice Charlie—. Igual deberíamos

seguirlos, a ver si podemos conseguir alguna respuesta. —Casi puedo ver cómo sonríe al otrolado del teléfono—. No necesitamos su permiso, ¿no?

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22

Todo lo que pasó ayer me inunda mientras la luz del amanecer empieza a entrar entre las persianasde mi habitación. Aunque debería apartarme de Cupido, siento una punzada de emoción cuandorecuerdo que me dijo que nos veríamos hoy. Pero aparto ese pensamiento. Él vino a por mísabiendo que eso me pondría en peligro. El hecho de que parezca que acaba de salir de la portadade una revista no cambia nada.

Cuando me doy cuenta de que no me voy a volver a dormir, salgo de la cama y me acerco a laventana, en busca de cualquier señal de Cal. Se ha ido.

No esperaba que papá estuviera despierto cuando bajo a la cocina, pero ahí está,completamente vestido, de pie tras el hervidor. Lo enciende cuando piso el escalón que cruje.

—¡Qué pronto te has levantado! —decimos los dos al unísono.Papá sonríe, aunque tiene bajo los ojos unas ojeras considerables. Me pasa una taza de café

soluble cuando me siento a la pequeña mesa de madera.—He quedado con Eric para desayunar antes de ir a jugar a los bolos.Le transmití a mi padre el mensaje que me dio Eric en el Love Shack, y le dije que le vendría

bien salir de casa, pero, la verdad, no esperaba que lo fuera a hacer.—¡Qué bien, papá!Él sonríe, pero luego baja la mirada hacia la taza de flores que sostiene entre las manos y se

inclina sobre la encimera.—Ya... Oye, Lila, ya sé que no ha sido muy divertido estar conmigo últimamente. —Me mira a

los ojos. Los suyos son de un gris pálido, apagado—. Me olvidé de las tortitas. Lo siento.Intento paliar el momento incómodo. Papá y yo no compartimos nuestros sentimientos.—No pasa nada.—Sí que pasa —dice serio—. Tengo la sensación de que, desde que tu madre nos dejó, el

tiempo... se ha detenido. Y quiero ponerlo en movimiento de nuevo. Quiero intentarlo.Trago con fuerza para bajar el nudo en la garganta. Entiendo cómo se siente.Él me aprieta el hombro, le da un trago a su café y deja la taza en el fregadero.—También había pensado en preguntarle a Eric si me puede conseguir una entrevista para el

puesto de portero del Love Shack. Por lo visto les hace falta una persona. Ya sé que vosotrossoléis ir allí, no quiero entrometerme en tu vida.

Le sonrío.—Mientras no te pongas a bailar, por mí estupendo.

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Él se ríe.—No te prometo nada.Empieza a recoger la cocina y, en ese momento, vibra mi teléfono encima de la mesa. Es un

mensaje de un número desconocido. Me da un vuelco el corazón. «¿Cupido?»Leo el mensaje.

Sal.

—Conozco esa sonrisa —dice papá—. Dile hola a James de mi parte. Que tengas un buen día,cariño.

Me da un beso en la frente y sale de la cocina. Lo oigo cerrar la puerta de casa.Y, de pronto, se me viene a la cabeza un pensamiento horrible. «¿Está Cupido fuera? ¿Y si papá

se encuentra con él?» ¡No quiero que se conozcan!Corro detrás de él y salgo al sendero descalza. Papá ya va por la mitad de la calle. Cuando veo

que el patio está vacío, siento un gran alivio. Y un poquito de decepción. Justo cuando voy avolver a entrar, aparece el Aston Martin de Cupido. Se detiene al final del sendero y baja laventanilla.

—Pensaba que te habías fugado del pueblo.—Probablemente eso habría sido lo más sensato —digo—, pero luego pensé que, si hay

alguien que debería irse, ese eres tú.Me mira con ojos divertidos.—Te terminaré conquistando, Lila Black —me advierte—. Venga, ponte los zapatos y entra en

el coche.—Y ¿por qué debería hacerlo?Se inclina hacia mí.—Porque me sentiría mal si te pasara algo.—No lo suficientemente mal como para irte.Él sonríe.—Ya te lo he dicho: no es tan fácil. Venga. Cal y yo vamos a preparar nuestra pequeña reunión

de esta tarde, y tú nos vas a acompañar —dice—. Vas a aprender a pelear como un cupido.

Veinte minutos después, Cupido me deja frente a su casa y va a aparcar el coche en el garaje. Parami satisfacción, Cal está en la cocina preparando tortitas cuando entro. Sigue vestido con la ropade anoche: pantalones negros y un jersey de cuello alto que destaca los esbeltos músculos de suespalda. Debe de haber venido directamente después de patrullar por mi calle.

Le sonrío cuando se vuelve y veo que lleva un delantal cubierto de harina. Cal y tortitas no sonuna combinación que me hubiera podido imaginar.

—Buenos días, Lila —dice.

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—Buenos días, Cal —saludo yo, cogiendo un taburete de la barra.—El desayuno —dice él, mirando la sartén en el fuego.—Me encantan las tortitas. Mi madre me las solía preparar.Asiente levemente un poco avergonzado mientras me sirve una. Le echo un poco de sirope que

encuentro en la encimera.—¿Ha funcionado bien tu plan para que Cupido se vaya? —digo amablemente.Él entorna los ojos.—No tengo ninguna intención de deshacerme de él hasta que no nos enfrentemos a las flechas.

Y, además, ya sabía que ambos seríais incapaces de seguir instrucciones sencillas y quedaros almargen. Por eso he tenido que cambiar todos mis planes del día para vigilaros.

—Me ha dicho que íbamos a entrenar para que yo pueda pelear como un cupido —comento.Con el codo en la barra de granito, cojo el tenedor y apunto en su dirección—. Hacer que la gentese enamore es un trabajo muy agresivo, ¿no?

—Entrenamos tiro con arco. Es una tradición —Se le hincha un poco el pecho y lo dice conorgullo—. Y, como es la organización mundial más grande de seres paranormales, también nosllaman para controlar al resto del mundo mitológico. Ser un cupido es mucho más que emparejaralmas gemelas.

—Pues vale, si tú lo dices... —Me encojo de hombros mientras mastico un buen trozo detortita.

Él entorna los ojos.—Claro que lo digo.Bate a regañadientes un poco de más de masa, golpeando con fuerza el metal de las varillas

contra el cristal del cuenco. Por un instante, me planteo hablarle sobre mi conversación conCharlie, pero al final decido no hacerlo. Parece que ya está de bastante mal humor, no creo que lehiciera gracia saber que otra humana está al corriente de la existencia de los cupidos.

—Pensaba que la casa estaría más desordenada. Después de la fiesta, quiero decir —intentocambiar de tema.

—Tengo un servicio de limpieza inigualable —dice Cupido entrando por el pasillo del garaje ytirando las llaves encima de una mesa.

Se quita las deportivas y se queda descalzo. También se ha quitado la chaqueta de cuero y se haquedado con una camiseta blanca bien ceñida al torso. Desvío rápidamente la mirada hacia miplato para evitar quedarme embobada.

—Por supuesto, cómo no —digo.Cal aprieta los labios antes de seguir con sus labores.—¡Mmm! ¡Tortitas! —dice Cupido, acomodándose en el taburete que hay a mi lado e ignorando

la irritación de su hermano.—Gracias por cuidar de mí anoche. —Intento distraer a Cal de los pensamientos asesinos

hacia su hermano.

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—No sé de qué me hablas. —Se vuelve hacia Cupido—. ¿Qué armas tienes? —pregunta,cambiando de tema.

—No muchas —responde este encogiéndose de hombros—. Mi arco, algunas cosillas deentrenamiento y unas cuantas flechas negras.

Cal lo mira con severidad.—No deberías tener ningún arma. Estás desterrado. De todos modos, no son suficientes.Cupido levanta una ceja.—Bueno, hermano, ahí es donde entras tú.Los ojos de Cal arden de rabia, pero asiente.—Está bien, iré a por mi arco y cogeré algunas flechas. Creo que también podré hacerme con

una vieja Sim. Pero... no os metáis en líos en mi ausencia.Me mira fijamente y luego, todavía con el delantal puesto, se da la vuelta, va hacia la puerta de

atrás y se aleja a zancadas por el sendero. Cupido y yo lo observamos en silencio unos instantes,luego mi supuesta alma gemela se vuelve hacia mí y me sonríe.

—Bueno, Lila, ¿en qué lío te apetece que nos metamos?Pongo los ojos en blanco y me encojo de hombros.—Tomar un café estaría bastante arriba en mi lista de tareas.Cupido se ríe y baja del taburete, luego va hacia un cachivache metálico que hay sobre la

encimera. Coloca una taza blanca en el hueco y pulsa un botón. Empieza a sonar un zumbido yunos segundos después el olor del café recién hecho llena la cocina.

—¿No has dormido bien? —me pregunta mientras coloca otra taza y vuelve a pulsar el botón.Cuando digo que no con la cabeza, él asiente a sabiendas—. Has estado demasiado ocupadapensando en mí, supongo. No te culpo, soy bastante atractivo.

—Sí, no hay nada más atractivo que un tío que te pone una diana en la espalda.Coloca las tazas sobre la barra y me mira intensamente.—Me imagino que es complicado de asimilar —dice—. Cupidos, sirenas, parejas perfectas...—Flechas que se convierten en ceniza, gente que intenta matarme.—Por no hablar de que tu novio se haya liado con tu mejor amiga.Gruño y me pongo las manos en la cara.—Lo del tacto no es lo tuyo, ¿verdad?Se sienta en un taburete a mi lado.—No —dice serio—. Nunca ha sido mi fuerte. —Hace una pausa y añade—: Si te sirve de

consuelo, estás llevando la situación bastante bien.Pongo los ojos en blanco. Me doy cuenta que se ha peinado hacia atrás y se ha quitado el

cabello de la cara, pero un mechón sigue cayéndole sobre la frente. Lo miro a los ojos.—La verdad es que no me consuela mucho —respondo—, pero gracias.Se inclina hacia mí, con el brazo apoyado encima de la barra.—Tu novio no era tu alma gemela. Te mereces algo mejor. No sé qué te ha contado Cal, pero

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ese sentimiento es más fuerte que lo que tú tienes con James. La gente se enamora y se desenamoracontinuamente, pero cuando conoces a tu alma gemela, es distinto. Son dos almas que se atraen,sus destinos están unidos. Los agentes de emparejamiento ayudan a que se encuentren, pero ellassiempre intentarán buscar a la otra por sí mismas. James y tú no teníais eso, Lila. Nunca habríassido feliz con él.

De pronto me doy cuenta de lo cerca que está. Puedo sentir su aliento cálido en la cara, y leveo la línea de las pestañas. El corazón me golpea las costillas.

«¿Tendrá razón? ¿Nuestras almas se atraen? ¿Por eso me siento así?»Pienso en Cal y en las flechas; todo apunta a que no deberíamos estar juntos.Si es porque nuestras almas entrelazadas crearían una especie de fuerza combustible, no me

sorprendería. Ahora mismo, puedo sentir las llamas que salen de mi corazón y recorren mis venas.—¿Por qué todo el mundo está tan en contra de que estemos juntos? —Yo debería seguir el

juego, pero nadie me cuenta nada.Él aparta la mirada de mí y le da un sorbo al café.—Es que es una tontería; una violación de la política de empresa de la Oficina del Amor, sin

más. Esos cupidos se toman muy en serio sus normas. —Sonríe—. Yo, no tanto.Se rompe el hechizo. Me oculta algo, pero antes de que pueda seguir presionándolo, se pone de

pie.—Ven conmigo —me invita—. Te quiero enseñar algo.Lo miro curiosa y salto del taburete con la taza de café en las manos. Sigo a Cupido por el

pasillo hasta una puerta a la izquierda. Dentro hay una escalera de caracol negra que lleva hasta elsótano.

Abajo está muy oscuro. Huele a cerrado y a polvo, como a olvido. Al principio me siento unpoco mal, pese a saber que Cupido no es tan malo como todo el mundo lo pinta.

—¿Sueles traer a chicas a tu sótano oscuro y espeluznante?Le oigo toquetear algo en la pared y, de pronto, toda la habitación se ilumina.Cupido me mira de reojo.—Solo a las que quiero entrenar.Suelto la respiración que no me había dado cuenta que estaba reteniendo. Estamos al final de

un espacio enorme que debe de extenderse por debajo de toda la casa. La decoración no pareceríafuera de lugar en el edificio de la Oficina del Amor, con grandes losas de piedra como suelo ycolumnas como las de un templo sujetando el techo. Hay esteras rosas en el centro de la sala yunas cuantas dianas negras y fucsia rodeándolas. Detrás de una hilera de pesas, veo un arco muygrande colgado en la pared —muy parecido al que Cal me enseñó en el instituto— y una vitrinacon flechas.

En una esquina hay un montón de monitores de ordenador y, en otra, lo que supongo que es unaestatua. Le han puesto por encima una sábana vieja, como para ocultarla de la vista.

Hay algo en ella que me da escalofríos. Cupido me ve mirándola, pero no dice nada,

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simplemente se dirige al centro de la sala. Lo sigo y veo que toda la pared de mi izquierda es unespejo.

—Bienvenida a mi sala de entrenamiento —dice mientras me acerco a las esteras de gimnasio,todavía con la taza de café en la mano—. Mi hermano debería traer una Sim cuando vuelva. Es loque utilizan en la Oficina del Amor para adiestrar a los nuevos reclutados. Puedo programarcondiciones parecidas a las que nos enfrentaremos esta tarde para hacer un simulacro. Tú harás deSelena. —Se sube a la estera, con los ojos brillantes de emoción—. Bueno, ¿quieres aprender apelear como un cupido? Quítate los zapatos. Vamos a ver qué puedes hacer.

—¿Quieres que pelee contigo? —Mi mirada se desliza involuntariamente por los músculos desus brazos.

En su cara se dibuja una gran sonrisa.—Sí.

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—Muy bien —digo—. Nada me gustaría más que darte una paliza.Me quito los zapatos y dejo la taza de café en el suelo. Doy un paso titubeante hacia la estera

rosa y miro a Cupido.—Así que vas a darme una paliza, ¿no? —dice mientras empieza a rodearme—. El día que te

conocí, me colé en el despacho del director.—No creo que sea la cosa más extraña que hayas hecho desde que llegaste aquí —replico—.

¿Qué me quieres decir con eso?Él levanta una ceja.—He visto tu expediente.—Eso es privado —le digo moviéndome con él, sintiendo la esponjosa estera en los pies

descalzos.—Eras una estudiante modelo hasta hace un par de años —comenta, sin dejar de mirarme a la

cara—. Pero algo cambió.Da saltitos a mi alrededor. Sus movimientos son mucho más elegantes de lo que nunca habría

imaginado en alguien tan musculoso. Tiene una expresión reflexiva, curiosa.—Tus notas bajaron, dejaste de estudiar e incluso comenzaste a mostrar un comportamiento

antisocial. Parece ser que ambos nos hemos peleado con el capitán del equipo de fútbol, Jason.¿Qué pasó?

Como no respondo, él continúa.—Fue por la muerte de tu madre, ¿verdad? Lo siento.No quiero seguir hablando de esto. Quiero pelear. Aprieto la mandíbula y voy hacia él,

intentando golpearle. Él se aparta de un salto y tropiezo. Cuando me doy la vuelta, está mirándomeatentamente.

—El amor te hizo daño —dice—, y por eso renunciaste a él. Seguro que por eso terminaste conJames.

Vuelvo a levantar el brazo, pero él me agarra el puño, me da la vuelta y me vuelve hacia supecho. Puedo sentir los latidos firmes de su corazón contra la espalda y su cálida respiracióncontra la mejilla. Estoy furiosa, la rabia me corre por las venas, pero noto algo más: una llama.

—Qué extraño es, entonces —me susurra en el oído—, que yo, Cupido, sea el adecuado parati.

Por un momento me quedo paralizada en sus brazos. Luego recupero la compostura y me

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aparto, dándome la vuelta para ponerme frente a él. Me está mirando y el ritmo de su respiraciónacelera.

—¿Estás enfadada con el amor? —suelta—. Pues pelea conmigo.Me quedo mirando a la persona que me puso en peligro, se ha reído de mi relación con James y

ha hurgado en mi expediente personal. Pese a todo esto, al mismo tiempo me hace sentir viva. Daun traspié hacia atrás, pero no se cae, es demasiado fuerte, demasiado firme. En cambio, meagarra por los hombros y me levanta. Yo grito mientras él coloca un pie descalzo detrás de una demis piernas y lentamente me hace perder el equilibrio. Lo tengo agarrado por el brazo mientras élme baja al suelo despacio.

Durante unos instantes, solo está a unos centímetros de mi cara. Noto los latidos del corazón enlos oídos a medida que sus ojos se deslizan hacia mis labios.

Luego me vuelve a poner de pie y da unos pasos hacia atrás.—Tendrás que hacerlo mucho mejor —dice—. Las flechas no te lo van a poner fácil. Pelea

conmigo.Me lanzo hacia él, pero, una vez más, me esquiva, agarrándome por el brazo y retorciéndome

como si estuviéramos bailando. Se ríe cuando doy un salto hacia atrás, y me doy cuenta de que yotambién empiezo a sonreír tímida e involuntariamente. Asiente para animarme.

—Utiliza mi peso en mi contra —sugiere—. Haz lo que acabo de hacer yo, hazme perder elequilibrio.

Siento energía en el ambiente, una chispa eléctrica entre nuestros cuerpos. Corro hacia él, peroesta vez no se mueve. Lo cojo por los brazos como él hizo conmigo y sus músculos se tensan bajomis dedos. Rápidamente pongo el pie alrededor de su pierna y tiro, mientras lo empujo por eltorso.

Cupido no se resiste y se cae contra la estera, tirándome encima de él. Durante unos segundosnos quedamos ahí, mi cuerpo sobre el suyo. Puedo sentir cómo su pecho se eleva y el ligero olordel suavizante mezclado con el embriagador aroma del peligro.

Me sorprende ver una mirada diferente en sus ojos.A continuación, antes de que ninguno pueda decir nada, oímos una tos firme en la entrada de la

sala subterránea. Cal está de pie al final de la escalera, mirándonos con desdén. Lleva una largamochila marrón sobre el hombro.

Cupido y yo nos ponemos de pie.—Me alegro de que os estéis tomando esto en serio. —Mira a su hermano y camina hacia

nosotros, tirando la mochila al suelo, al lado de las esteras. Luego le da a Cupido lo que pareceser un USB.

—¿No te ibas a Los Ángeles? —pregunta este con un tono ligeramente acusatorio.—No. Guardé una vieja Sim y algunas flechas en la taquilla del instituto la semana pasada, por

si hubiera problemas —responde Cal—. Y sabía que no podría dejarte solo tanto tiempo.—Solo estábamos entrenando —explico rápidamente.

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No sé por qué, pero me siento un poco culpable.—Por supuesto que sí. Estoy seguro de que mi hermano te está dando consejos muy valiosos.Se dirige hacia los monitores del fondo de la sala mientras Cupido y yo nos miramos. Él se

encoge de hombros, ya sin rastro de vulnerabilidad, y nos volvemos para seguir a Cal.—A mí no me preguntes —susurra—. El funcionamiento interno de la mente de mi hermano es

un misterio para mí también.Cuando llegamos a la hilera de pantallas, Cupido introduce el USB en un ordenador y se sienta

en la silla de oficina que hay frente a los monitores.—¿Qué estás haciendo? —pregunto al mismo tiempo que empiezan a aparecer unas letras rosas

en la pantalla negra—. ¿Es algún tipo de código?Cupido no me mira. Simplemente asiente y empieza a teclear.—Estoy configurando esto para crear una situación parecida a la que nos encontraremos más

tarde —dice. Mira a Cal—. Esta versión está desactualizada.—¿Se va a reproducir en las pantallas? —pregunto antes de que a Cal le dé tiempo a replicar.Cupido se vuelve en la silla para ponerse de cara a mí y sonríe.—No.Saca el USB, juguetea con él un instante y lo agita. Caen tres pequeños objetos metálicos sobre

la palma de su mano.—Ponte esto en el oído. Envía una señal a tu cerebro que provoca una especie de alucinaciones

controladas. —Me da a mí uno de los cachivaches, y otro a Cal—. Veremos los tres lo mismo.Estaremos contigo todo el tiempo.

Cal me mira y fuerza una sonrisa.—Es un poco raro al principio, pero puedes parar el entrenamiento quitándote el chip.Miro el cacharro sobre la palma de mi mano. Está frío y me fijo en que tiene un pequeño

grabado en los laterales.—¿Listos? —pregunta Cupido.Respiro hondo y asiento. Luego levanto la mano y me coloco el extraño objeto en el oído.

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Al principio no ocurre nada. Seguimos en la sala de entrenamiento. Luego parpadeo y todocambia. Cupido viene hacia mí al ver que me tambaleo, me agarra por el brazo y evita que mecaiga.

—Ten cuidado.Trago saliva y lo miro. Luego echo un vistazo con precaución a mi alrededor. El suelo está

lleno de piedras, la silla en la que estaba sentado Cupido es un banco y hay un restaurantedescuidado al otro lado de la sala. Estamos en la plaza de Forever Falls, desolada y pintada deatardecer. O casi. Hay algo que me escama. Me acerco al banco y me doy cuenta de repente de porqué la plaza parece ligeramente distinta a lo que es en realidad.

—Esta plaza no está bien —digo pasando la mano por el banco.Cupido asiente.—El programa crea una especie de manta. Cubre los objetos que hay en la sala e imagina cosas

que no llamarían la atención en la recreación. Como en la sala hay una silla, el programa te enseñael banco de la plaza.

—Parece un banco de verdad —digo—, y es más largo que la silla. ¿Me puedo sentar?Cupido asiente.—Tu cerebro le está diciendo a tus sentidos que todo esto es real y tu cuerpo va a actuar

conforme a eso. Estaría bien que lo tuvieras en mente cuando lleguen los CuBots.—¿CuBots?—Alguien extremadamente creativo de la Oficina del Amor ha combinado las palabras

«cupido» y «robot». Básicamente son enemigos programados en la Sim. No son reales, pero aunasí pueden hacerte daño.

Miro alarmada a Cupido.Él me sonríe amablemente.—No te preocupes. Solo es una sensación. Una vez que te quites el microchip, desaparecerá

cualquier dolor.«Ah, en ese caso no pasa absolutamente nada...»Sigo mirando a mi alrededor. Todo parece muy real. La fuente está en el centro, como siempre,

con un ligero chorrito de agua cayendo a la base de piedra. Si no estuviera completamentedesierta, me habría podido creer que estaba allí.

—Todo esto es bastante raro —digo, mirando el cielo anaranjado—. ¿Qué pasa si me voy? —

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Ubico el sitio en el que recuerdo que están las escaleras, que ahora parece el callejón del LoveShack.

—El programa recreará esta imagen en la siguiente habitación en la que entres —dice Cal.Luego mira a su hermano—. Bueno, ¿dónde has dejado las armas? Y ¿cuándo van a llegar losCuBots?

—Están en el restaurante. —Cupido señala con la cabeza el otro lado de la plaza. Romeo’sestá igual que en la vida real: la pintura descascarillada de la fachada, los marcos rosa pálido delas ventanas y el letrero con el nombre sobre la puerta—. Deberían llegar en unos cinco minutos.

Camina hacia el Romeo’s, y Cal y yo lo seguimos. Nuestros pasos resuenan en los adoquines.Miro por la ventana de la floristería mientras caminamos. Bert y Bradley, los dueños, suelen serfiguras fijas tras el mostrador a rebosar de flores al final de la tienda, pero ahora mismo estádesierta y oscura.

—¿Has pensado alguna vez en meterte en uno de estos y liarla? —le pregunto a Cal—. Enplan... muy parda, destrozarlo todo. Por simple diversión.

Cal me mira sorprendido, con el pecho subiendo y bajando bajo el jersey negro de cuellovuelto.

—¡No!Cupido abre la puerta del restaurante. El interior es exactamente igual que el de verdad: el

suelo ajedrezado, los sillones rojos, las mesas arañadas. He pasado muchas tardes aquí, bebiendobatidos con Charlie mientras esperábamos a que James terminara de trabajar, intentando conseguiralgo de cobertura en el móvil. El estómago se me retuerce un poco cuando pienso en mi vida antesde que Cupido y Cal la pusieran patas arriba.

—¿Cómo puede parecer tan realista? —le pregunto a Cal para distraerme.—Ya viste en la Oficina del Amor que tenemos una gran cantidad de cámaras de vigilancia. El

programa utiliza esas imágenes para recrear la plaza.Seguimos a Cupido hasta que llegamos al mostrador. Él salta por encima y se agacha detrás,

desapareciendo momentáneamente de nuestra vista. Unos segundos después, tira una bolsa encimadel mostrador.

Cal abre la mochila y la vacía: tres arcos, tres aljabas y un montón de flechas que caenescandalosamente. Hay un par de Capax, una Ardor y unas diez flechas negras de Cupido.

—¿A vosotros os afectan? —pregunto.Cal asiente.—Sí, pero de forma diferente que a los humanos. Las flechas negras matan a todos los cupidos

menos a mi hermano y a mí. Cuando le clavan una Capax a un cupido, a este le cuesta muchotrabajo aguantarse la verdad. Y la Ardor causa un dolor inmenso.

Cupido me mira.—Igual merece la pena mencionar que la Sim cree que tú eres un cupido. Si te da una flecha

negra, no pasa nada. Te morirás en la Sim y simplemente volverás a la sala de entrenamiento. Si es

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una Ardor..., bueno, procura que no te pase.—Vale. Que no me claven una Ardor. Oído.Los hermanos se hacen con un arco cada uno y con varias flechas. Cal mira con sospecha el

tercer arco.—Selena no va a usar ningún arma —le dice a Cupido—. ¿De verdad tenemos que dejar que

Lila juegue con una?—¿Jugar? Si me va a atacar una panda de enemigos programados que pueden causarme un

inmenso dolor, más me vale estar armada. Muchas gracias.Cojo el arco de encima del mostrador. Está frío y pesa más de lo que imaginaba. Casi se me

cae de las manos, así que intento disimular ante la atenta mirada de Cal y hago como que estoypesándolo. Luego cojo una aljaba y la lleno de flechas. Me coloco ambas cosas al hombro.

—Te quedan bien —dice Cupido con los ojos brillantes.—No tengo ni pajolera idea de cómo usar esto —respondo conteniendo la respiración por el

esfuerzo, y con la esperanza de que Cal no me haya oído y me lo quite.Cupido hace un gesto despreocupado con la mano.—No te pasará nada.Cal, sin embargo, sí que parece preocupado.—Nunca exponemos a un reclutado nuevo a un peligro como este en el primer intento. Incluso

los cupidos más experimentados se han traumatizado por haber resultado heridos en la Sim. ¿Y sile da una Ardor? ¿Y si se olvida de quitarse el chip?

Cupido lo mira.—Es mi alma gemela —dice con tranquilidad—. No le pasará nada.—Sí, una lógica aplastante —murmura Cal.Estoy nerviosa, pero la verdad es que no es muy diferente a un juego de realidad virtual... en el

que pudieran hacerte daño, supongo. Me dispongo a tranquilizar a Cal cuando empiezo a oír vocesfuera.

—Recuerda, pase lo que pase, no es real, Lila —susurra Cal al empujarme para esconderme.—¡Salid, salid de donde estéis! —grita una voz masculina desde la plaza.Me sudan las manos.Cupido sonríe.—Ya están aquí —nos advierte, volviendo a saltar al otro lado del mostrador para ponerse a

nuestro lado.Comparte una mirada con su hermano y empieza a moverse agachado hacia la ventana...—¡Salid a jugaaaaaar! —La voz es fría e inhumana.Se me acelera la respiración. Cupido se coloca detrás del escaparate, se vuelve y nos hace un

gesto para que lo acompañemos—¡Quédate agachada! —susurra Cal.Asiento y nos encaminamos hasta las mesas, con cuidado de mantenernos por debajo de los

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marcos de las ventanas. Cuando llegamos hasta donde está Cupido, nos pegamos a la pared a sulado. Unos instantes después, una sombra pasa por encima de nosotros. Uno de los CuBots debede haberse colocado delante del restaurante. Empiezo a notar un subidón de adrenalina. Supongoque debería estar asustada, pero no es así; estoy emocionada. Miro a los dos hermanos.

—Esto es como el paintball.Cal no parece impresionado.—Esto es una simulación de entrenamiento muy importante —dice mientras la sombra del

CuBot vuelve a pasar sobre nosotros.—Bueno, vale, es como el paintball pero mucho más escalofriante.—Y utilizamos flechas —dice Cupido. Se asoma a la ventana—. Hay seis —Hace una pausa y

me mira más serio de lo normal—. No estás entrenada, así que no esperamos nada de ti. Aprendede nosotros e intenta que no te den. —Mira a Cal—. Hacía mucho que no entrenábamos juntos,¿eh, hermano?

Este entrecierra los ojos y suelta un gruñido como respuesta.—¿Estás lista, Lila? —pregunta Cupido.Respiro hondo y asiento, pasando los dedos por la cuerda del arco que llevo sobre el hombro.Cupido sonríe.—¡Vamos!

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Veo a los CuBots inmediatamente en cuanto salimos a la plaza. Hay seis al lado de la fuente: treschicos y tres chicas. Son muy realistas, pero hay algo que los delata. En cuanto se vuelvensimultáneamente para mirarnos, me doy cuenta de lo que es. Tienen los ojos completamentenegros.

—Hostia, qué mal rollo —susurro.Uno de ellos, un chico rubio, dispara la primera flecha. Cal alcanza su aljaba mientras Cupido

me aparta de la trayectoria del proyectil de un empujón antes de coger su propio arco. Unossegundos más tarde, dos flechas negras vuelan hacia los enemigos.

Una de ellas golpea a su objetivo, que cae al agua de la fuente.La otra falla.Los cinco CuBots que quedan corren hacia nosotros. Tras lanzarme una mirada fugaz, Cupido

corre para encontrarse con ellos. Agarra a un chico pelirrojo por el cuello y lo tira al suelo,apuñalándolo en el pecho con el arco.

A mi lado, Cal dispara otra flecha, que acaba con otro enemigo. Intenta recargar, pero el CuBotes demasiado rápido: aborda a Cal y lo tira al suelo, mientras la última de las chicas, con unalarga trenza blanca y los ojos profundamente negros, viene hacia mí.

Se me empieza a acelerar el corazón. Levanto el arco.—No es real —murmuro para mí—. No es real.Pero sí que lo es. Si me hacen daño, el dolor será real.Apunto, la pluma de la flecha me roza la mejilla. La suelto.Vuela sin control sobre la cabeza de mi oponente y se hunde en la pared del autobús lanzadera.

A tan solo unos centímetros de mí, la CuBot levanta una flecha, pero le doy un golpe con el arcoen la cara y se tambalea. Tiro el arma a un lado —no sé utilizarlo y me ralentiza— y cojo otraflecha. Estoy a punto de clavársela cuando la CuBot se derrumba. Detrás de ella está Cupidosonriendo, arco en ristre.

—¡De nada!Asiento para agradecérselo, pero no puedo evitar sentirme un poco decepcionada: podría haber

acabado con ella yo sola.Oigo un gruñido detrás de mí y me doy la vuelta. Cal y uno de los tíos de mal rollo están

forcejeando en el suelo. El CuBot se encuentra encima de él, golpeándole repetidamente la cabezacontra el suelo de piedra. Un riachuelo de sangre empieza a salir de su pálido pelo rubio. La

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adrenalina se dispara por mis venas y de pronto la emoción se mezcla con el pánico. «Tengo quehacer algo.»

La flecha de antes sigue en mi mano. Con toda la fuerza que puedo reunir, la clavo en laespalda de nuestro enemigo. Él grita mientras la flecha se convierte en cenizas entre mis dedos. Esuna Capax, no una de las flechas negras mortales, pero nos concede la distracción suficiente paraque Cal se lo quite de encima.

Miro a la izquierda justo en el momento en el que Cupido clava una flecha negra en el corazóndel chico rubio al que ha tumbado frente a la floristería. Parece que lo está disfrutando. Cuando selevanta del suelo, se frota las manos y la ceniza empieza a caer sobre los adoquines.

—¡Lila! —grita Cal, tropezándose con sus propios pies.Me vuelvo justo a tiempo para ver a la chica de pelo oscuro cargando una Ardor a unos metros

de distancia. Me apunta con ella y se me corta la respiración. Dispara.Ocurre casi a cámara lenta: la flecha dorada y roja, el pánico, la anticipación del inmenso

dolor, y Cal. Se arroja delante de mí y la flecha de la tortura se le clava profundamente en elhombro. Suelta un grito agónico mientras cae al suelo.

Cupido corre para acabar con la tiradora clavándole una flecha negra en el pecho y yo meacerco hasta Cal, que se retuerce de dolor, con la piel sonrojada y los ojos llenos de lágrimas.

«Esa flecha era para mí.»Lo abrazo.—¡Cal! ¡Cal, quítate el chip!Pero me ignora. Empieza a convulsionar.—¡Cal!Por fin consigue abrir los ojos y me mira, pero le cuesta centrarse en mi cara.—Estás bien —dice.Luego se le vuelven a cerrar los ojos y se queda inconsciente.—¡Cal! —Lo agarro por los hombros y lo zarandeo—. ¡Cal, despierta!Se acerca Cupido. Se limpia la mano en los pantalones para quitarse los restos de ceniza.

Cuando se agacha, pone los ojos en blanco.—Mi hermano es el rey del drama.Miro a Cupido con tanta preocupación que se me acelera el corazón.—¿Se va a poner bien? —pregunto—. ¿Qué hacemos?—Se pondrá bien, está entrenado. Esto no lo traumatizará. —Suspira—. No como lo que estoy

a punto de hacer, que sospecho que me provocará pesadillas durante años.Cupido agarra a Cal por la cabeza y este abre mucho los ojos, llenos de miedo. Convulsiona de

nuevo y gime de dolor.—Sujétalo.Apoyo los brazos de Cal contra el suelo mientras Cupido le mueve la cabeza hacia un lado,

colocándole la mejilla contra el pavimento. Mira dentro de su oreja y pone cara de asco. Luego,

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con un movimiento repentino, le quita el microchip. Cal deja de sufrir y exhala aliviado. Se da lavuelta con el rostro avergonzado.

Cupido suelta el artefacto sobre el pecho de Cal.—Una cosa es llevarte bien con tu hermano y otra muy diferente es esta asquerosidad. Lila, ya

te puedes quitar el chip —me dice.Cupido se levanta y se lleva la mano a la oreja mientras yo me saco el extraño objeto del oído.

Vuelvo a estar en la sala de entrenamiento de Cupido, agachada cerca de las esteras rosas. Cal seha puesto de pie y está muy rígido, sacudiéndose el polvo.

Me levanto.—¿Estás bien, Cal?—Estoy bien —suelta.—Gracias... por salvarme.Él se sonroja y mira al suelo.—Sí, bueno..., no creí que pudieras soportarlo.Cupido se nos acerca y le da unas palmaditas en el hombro a su hermano —demasiado fuertes

para el malestar evidente de Cal—, y luego me mira y sonríe.—No ha estado mal para el primer intento. Vamos a repetirlo.

Paso toda la tarde con Cupido y Cal en la sala de entrenamiento. Entramos en la Sim tres vecesmás, y Cupido me enseña a usar el arco y la flecha. Acierto el tiro a un CuBot en el tercer intento yexperimento una euforia que no había sentido en la vida.

Cuando acabamos, estoy agotada, y no puedo hacer mucho más que sentarme en uno de lostaburetes de la cocina y beberme otra taza de café. Aunque nada de lo que pasó en la Sim fuesereal, me duele todo el cuerpo. La intensa luz de la tarde brilla a través de la cristalera de la casa yse refleja en los arcos y las flechas que están sobre la barra. Veo cómo los hermanos las examinan.

Los dos se han cambiado después del entrenamiento. Cupido ahora se ha puesto una camisetacon cuello de pico bajo la chaqueta de cuero, y Cal lleva un jersey granate con una camisa gris debotones asomando por debajo. Los dos tienen un arco sobre el hombro. Cupido coge una Capax dela encimera.

—Creo que deberíamos llevarnos algunas de estas —sugiere—. Para intentar capturar a algunade las flechas y que hable. A ver qué saben de Lila y si han encontrado la Finis.

Cal asiente con firmeza; después del incidente con la Ardor, ha estado incluso más borde queantes. Parece que va a decir algo, pero su teléfono vibra. Mira la pantalla y aprieta los labios.

—Crystal —murmura, pulsando el botón de ignorar llamada y volviendo a meterse el teléfonoen el bolsillo. Me da mucha rabia pensar que está llamando a Cal para hablar de su trabajo, o, loque es lo mismo, emparejar a mi novio. Cal interrumpe mis pensamientos.

—Dejaremos a Lila en casa de camino.

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Yo dudo por un momento.—Pensaba ir a casa de Charlie.—Qué raro —dice Cupido haciendo una mueca.—Podría venirnos bien —opina Cal—. Seguramente sea mejor que no estés sola.Por un momento me siento muy culpable por nuestro plan de seguir a los hermanos hasta la

plaza. Hoy me lo he pasado bien disparando flechas, peleando contra cupidos de mentira yconociéndolos un poco mejor.

Aun así, me ocultan algo. Y eso hace que mi vida, y la de los demás residentes de ForeverFalls, esté en peligro. Quiero saber qué está pasando.

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26

Cupido aparca el Aston Martin al final del sendero de casa de Charlie y se vuelve justo cuandoestoy a punto de abrir la puerta.

—No te pongas en peligro —dice—. Nos encargaremos de las flechas y vendremos a contartecómo ha ido.

—¿Seguro? —Miro a los dos.Cupido sonríe.—A peores cosas nos enfrentamos en nuestra era —me tranquiliza—. Además, no pueden

matarnos sin la Finis, que eso siempre viene bien.Cal sigue mirando al frente. Cuando abro la puerta, me detengo un momento y le doy lo que yo

considero un apretón tranquilizador en el hombro, pero se pone tenso al momento. Suspiro y losuelto al salir del coche.

—Buena suerte —les deseo.Cupido se despide con la mano antes de conducir calle abajo. Mientras voy de camino a la

casa, Charlie abre la puerta de par en par y corre hacia mí.—¿Vamos a seguirlos? —pregunta.Se ha vestido algo diferente a lo habitual: pantalón pitillo y camiseta negra, en lugar de uno de

sus estilosos vestidos. Parece decidida a no mirarme a los ojos; supongo que aún se siente mal porlo que pasó con James.

—Tenemos que salir ya si queremos alcanzarlos —digo—. ¿Estás lista?Ella mira la calle.—Sí, pero espera un momento. Tengo que coger una cosa.Charlie corre a la planta de arriba y yo entro al salón. Quito una de las revistas de construcción

de Marcus del sofá de flores y la dejo encima de la mesita para poder tirarme entre los cojines.Mientras espero, echo un vistazo a las empalagosas fotografías familiares de la pared. Para

vergüenza de Charlie, su madre les hace posar cada año en su estudio de fotografía. Mi favorita esla que está colgada en la parte derecha de la repisa, en la que Charlie, con tres años, está deespaldas a la cámara mientras su padre y el pequeño Marcus se ríen al fondo.

Me doy cuenta de que hay unas marcas al lado de la foto y, en el suelo, justo debajo, haycenizas, aunque la chimenea es de gas. Me acerco y paso la yema de los dedos por la pared.

«¿Agujeros de flechas?»Se me pone la piel de gallina. Algo falla.

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De pronto, me acuerdo:—Solo los cupidos y los humanos a los que otro cupido les ha enseñado las flechas pueden

verlas —murmuro—. Eso es.Me doy la vuelta. Charlie está enfrente de mí, con un arco en la mano. En él, una sola flecha

negra.Abro mucho los ojos. «Las flechas deben de haberla reclutado.»—Lo siento, Lila —dice con calma—. Tengo que hacerlo. No podéis emparejaros. Me han

contado qué pasaría si lo hicieras. —Echa el brazo hacia atrás para disparar, pero hay unmovimiento rápido detrás de ella.

—Tira el arma, Charlie —dice una voz familiar—. Ahora eres una cupido. Si se te clava,morirás.

Crystal está detrás de mi mejor amiga con una flecha negra contra su garganta. Lleva el traje dechaqueta blanco con el que la vi por primera vez en la Oficina del Amor, pero ahora lleva unaaljaba llena de flechas colgada al hombro. Tiene una expresión firme. Se lo veo en la cara: seríacapaz de hacerlo. Podría matar a Charlie.

Se me acelera el corazón, presa del pánico. No quiero que me disparen, pero tampoco quieroque Charlie muera.

Crystal aprieta más la flecha contra la piel de mi amiga.—Suéltalo.Charlie deja caer el arco al suelo a regañadientes. Suspiro aliviada mientras Crystal la coge

del pelo y la tira al sofá. Sigue apuntando al cuello de mi amiga con la flecha.—¿Estás bien? —me pregunta Crystal.—Sí —respondo, intentando que mi voz suene normal—. Pensaba que no volvería a verte.

¿Qué estás haciendo aquí?Crystal me lanza una mirada fugaz cuando Charlie se mueve en el sofá.—Charlie formaba parte de mi trabajo...—Debías emparejarla con mi novio.Ella suspira y se aparta el pelo de la cara.—Sí. Ese era el encargo. He estado monitorizándolos a los dos. Anoche estaba bastante segura

de que el emparejamiento había salido bien, después de lo que pasó con la Capax, pero queríacomprobarlo al salir del trabajo, solo para estar completamente segura. Ahí fue cuando descubríque la cámara de seguridad se había apagado momentáneamente al principio. Me pareciósospechoso y vine a ver qué había pasado.

Vuelvo a mirar a Charlie, que contempla a Crystal con recelo, con una mezcla devulnerabilidad y rabia. Intento tocarle el brazo para tranquilizarla, pero se aparta.

—¿Qué te han hecho, Charlie? —le pregunto en voz baja.En su cara, generalmente dulce, aparece una expresión desafiante.—Eres peligrosa. Tenemos que detenerte.

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Sus palabras me hieren profundamente. Me vuelvo hacia Crystal.—¿Le han lavado el cerebro? ¿De verdad es una cupido?Crystal no le quita el ojo de encima a Charlie.—Sí, es una cupido. Parece que le han disparado aquí. —Señala con la cabeza las marcas en

las que me fijé antes en la pared, junto a la repisa—. Y no, no le han lavado el cerebro. Noexactamente. Es una cupido nueva, así que es más susceptible a nuestras leyes. Y no está del todoequivocada. —Crystal me mira—. Eres peligrosa.

Estoy cada vez más frustrada.—¿A qué te refieres? ¡Por qué nadie me dice qué está pasando!—Ya te lo contaré. Antes, ¿dónde está Cal?—Cupido y él han ido a enfrentarse a las flechas en la plaza. ¿Por qué lo preguntas?La mirada de Crystal se oscurece. Charlie forcejea durante un segundo, pero Crystal vuelve a

empujarla hacia el sofá.—¿Por qué creen que las flechas estarán en la plaza? —pregunta susurrando.—Supongo que porque se creen que yo estaré allí con ellos.Crystal levanta las cejas. De pronto caigo en qué está pensando.—Pero no estoy allí. Estoy aquí. Y si Charlie es una de ellos...En ese instante, Crystal saca otra flecha de su aljaba rápidamente y se la clava a mi amiga en la

garganta. Charlie y yo gritamos de inmediato.—¿Qué estás haciendo?Crystal se vuelve hacia mí mientras la flecha se convierte en ceniza entre sus dedos.—Tranquila, solo es la Capax. Necesitamos respuestas, rápido. ¿Qué ha pasado? —le pregunta

severamente Crystal a Charlie.Ella aprieta los labios. Tras un instante de lucha interna, lo escupe todo.—Las flechas vinieron después de la fiesta. Seguramente me siguieron. Me dispararon una

flecha negra. Me dijeron que el alma gemela de Cupido era alguien del instituto, y que me habíanconvertido para que las ayudara a encontrarla. Me dijeron que habían leído mi blog y que, si habíaalguien que podía averiguar quién era, era yo. Y se fueron.

Los ojos se me empiezan a llenar de lágrimas.—¿Y luego qué? —insiste Crystal.—Empecé a recordarlo todo. Cómo me habían clavado la flecha en la fiesta.Crystal asiente.—Eso es normal justo después de la conversión. ¿Qué más?—Y me acordé del Love Shack y de la Ardor. Y del comportamiento extraño de Lila y de cómo

iba detrás de Cal. No estaba segura, pero pensé que igual ella sabía algo. Así que la llamé y me locontó todo.

Empiezo a sentir mucha rabia. Se supone que es mi amiga y ya me ha traicionado dos veces.Crystal se acerca amenazante.

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—¿Y les dijiste a las flechas quién era ella?Charlie asiente a regañadientes.—Y, la última pregunta: ¿dónde están ahora las flechas?Charlie se queda en silencio durante un momento. Parece que intenta evitar hablar. Se le desliza

una lágrima por la mejilla, pero, cuando se vuelve hacia mí, tiene una mirada triunfal.—Vienen de camino —dice—. Llegarán en cualquier momento.

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27

Crystal se mete la mano en el bolsillo de los pantalones blancos, saca su teléfono y me lo tira.—Llama a Cal —me ordena con voz apresurada mientras levanta a Charlie y recoge su arco

del suelo.Los ojos de la chica rubia se mueven con ansia por la habitación, como si esperara que algún

miembro de las Flechas apareciera en cualquier momento.Hago lo que me dice con el corazón tan acelerado que parece que se me va a salir del pecho.Lo coge.—¿Qué pasa, Crystal? —dice firmemente—. Estoy un poco ocupado.—¡Cal, soy yo! Estamos en...Antes de poder continuar, Crystal me empuja contra la repisa y el teléfono se me cae de la

mano. De pronto, la ventana frontal de la casa de Charlie explota. El ruido de cristales rotosresuena en mis oídos. Miro justo a tiempo para ver cómo se clava una flecha negra en la pared,justo al lado de mi cabeza, y se convierte en cenizas. «Están aquí.»

Un hombre bronceado, musculoso y con un traje de chaqueta negro salta al salón por la ventanarota. Tiene el pelo largo y negro, recogido en una coleta. Conforme se acerca a mí, con la aljababotando sobre su hombro, empiezo a mirar a mi alrededor buscando a Crystal. Ha vuelto a tirar aCharlie al sofá y tiene el arco levantado, listo para disparar. Y lo hace.

Se oye un silbido y, por un momento, pienso que la flecha va a alcanzar el objetivo, pero elagente que viene hacia mí la esquiva, me agarra por el cuello y me golpea contra la pared. Notouna ráfaga de dolor por toda la espalda. Le agarro el puño, esforzándome por respirar mientras élcoge una flecha negra.

Por encima de su hombro puedo ver que una compañera suya con el pelo moreno y ondulado hatirado a Crystal al suelo. No puede ayudarme.

Consigo darle un golpe en la entrepierna con la rodilla a mi agresor. Gime de dolor y me sueltadurante un instante; aprovecho para impulsarme hacia delante. Luego, utilizando el movimientoque me enseñó Cupido, engancho mi pierna alrededor de la suya y empujo.

Se cae al suelo y casi me lleva con él.Me tambaleo y comienzo a andar hacia Crystal, que se ha quitado de encima a su atacante, pero

otro par de manos me agarra por los hombros desde atrás. Crystal lanza una Capax y yo aparto lacabeza para que se clave en el hombro de mi segundo agresor.

Quienquiera que fuera, se cae.

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Crystal tira de Charlie para levantarla del sofá y me mira con desesperación.—¡Tenemos que irnos! ¡Tengo el coche aquí al lado! ¡VAMOS! ¡YA!Salimos de la casa y dejamos atrás a los tres agentes de negro. Mientras nos precipitamos hacia

la calle, empiezan a volar flechas por el cielo cada vez más oscuro. Crystal apunta con las llavesdel coche a un Bentley rosa aparcado en la carretera. Mete a Charlie dentro y me busca,levantando su propio arco y lanzando varias flechas a nuestros perseguidores.

Justo cuando creo que lograremos salvarnos, el agente musculado me agarra de nuevo y vuelohasta el suelo. Noto un dolor abrasador en las rodillas cuando se arrastran contra el hormigón.Intento ponerme de pie, pero el agente de las Flechas está encima de mí.

Me da la vuelta para ponerme bocarriba y me coloca el talón en el estómago, para impedir queme mueva. Grito y me retuerzo para soltarme mientras él levanta su arco y apunta directamente ami corazón.

—Por crímenes contra los cupidos, te condeno, Lila Black, a la flecha de Cupido y a la muerte—dice con acento italiano.

Peleo con todas mis fuerzas, le araño la pierna, pero no consigo liberarme. El pánico meconsume. Oigo otro silbido y, por un instante, creo que me ha dado.

Grito.Pero entonces el agente se cae al suelo, a mi lado.Me incorporo y me quedo sentada, mirando frenéticamente a mi alrededor. Luego la veo: una

flecha negra sobresale del hombro del agente. Se convierte en cenizas. Al otro lado de la calle,Cal está de pie con el arco levantado, el pelo rubio iluminado por la luz de una farola que acabade encenderse.

Siento un gran alivio.Me hace una seña sutil con la cabeza antes de salir corriendo detrás del otro agente masculino

de las Flechas. Unos segundos después, aparece Cupido a mi lado. Me ayuda a levantarme justocuando, unos metros más adelante, Selena, con sus abrasadores ojos marrones, golpea el cuello dela agente. Es preciosa y aterradora a partes iguales, con una camiseta negra sin mangas y unpantalón pitillo.

Cal ha llegado al final de la calle y dispara una flecha en la oscuridad. No hay rastro del terceragente.

Miro a Cupido con el corazón acelerado. Él me mira fijamente, con una ligera preocupación enlos ojos.

—¿Estás bien?Asiento con la respiración acelerada y luego compruebo que Crystal esté a salvo. Lo está, pero

nos vigila recelosa a Cupido y a mí. Él sigue mi mirada y le hace a Crystal un gesto deagradecimiento con la cabeza. Ella prácticamente no reacciona.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Cupido volviéndose hacia mí.—Charlie. Es una cupido.

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Él exhala fuertemente mientras Selena se acerca con Cal, que tiene una expresión indescriptibleen la cara. Al mismo tiempo, yo me suelto por completo de los brazos de Cupido.

—¡Ya era hora! —le dice Crystal a Cal.Después de mirarla con severidad, frunce el ceño.—No deberíamos haberte dejado —admite—. Lo siento mucho.—No pasa nada. Estoy bien. —Los miro a los tres. Todavía me tiembla el cuerpo a causa de la

adrenalina—. ¿Qué hacemos ahora?Cupido se pasa la mano por el pelo.—Llevemos a Crystal y a Charlie a mi casa. Selena, la otra flecha se ha escapado. ¿Puedes

venir con nosotros a ver si ella sabe adónde puede haberse ido?La sirena asiente, luego me mira y sonríe.—Me alegro de que estés bien, cielo —dice, antes de dirigirse hacia el coche rosa de Crystal.—Tenemos que hacernos con la Finis ya mismo —dice Cupido—. Y para eso necesitamos una

copia del libro de la Oficina del Amor. —Mira a Cal—. Y con «necesitamos» me refiero a quetienes que conseguirla tú, evidentemente.

Este entorna los ojos.—No me metas en tus movidas.Cupido me señala con la mirada.—No son solo mis movidas. ¿No quieres proteger a Lila?—¿Que si quiero? —dice Cal—. Estoy obligado. A pesar de que tengamos a Selena de nuestro

lado, las flechas van a ir a por ella. Debería haber sabido que lo que sienten con respecto a tuemparejamiento superaría cualquier temor hacia las sirenas. Todo esto ha llegado demasiadolejos. Voy a meterla en custodia protectora.

—Tu obligación es evitar que Lila y yo salgamos juntos —dice Cupido—, y hasta que no tengala Finis, no me iré.

—¡No puedes emparejarte! ¡Ya sabes lo que pasará!—¡Pues ayúdame! —grita Cupido, con los ojos brillantes—. Ayúdame a conseguir la Finis y

me largaré de este pueblo.Yo miro a un hermano y al otro. Cal tiene la mandíbula firme y la expresión inquebrantable.—Si consigues la Finis ¿te marcharás? —le pregunto a Cupido—. ¿Y las flechas también?

¿Todo volverá a la normalidad?Cupido me mira con un ligero arrepentimiento en el rostro, pero asiente. Me siento un poco

decepcionada, pero después de todo lo que ha pasado, lo mejor es que se vaya. Desde luego, esmejor cortar nuestra relación antes de que estos sentimientos espontáneos sean más profundos.Nunca podremos estar juntos. Eso está claro.

—Nada volverá a la normalidad —asegura Cal con la mirada fija en su hermano—. Si lasflechas no consiguen matarte, volverán a por Lila. Es un blanco fácil.

—Pero tú la cuidarás —dice Cupido.

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El pecho de Cal se eleva y vuelve a bajar bajo su jersey granate.—Nunca estará a salvo...—Lo estará si llegamos a un acuerdo con las flechas.—¿Qué clase de acuerdo crees que van a aceptar? ¡Piensa por una vez en tu vida!Los hombros de Cupido se desploman.—Haré un juramento por la Estigia. En cuanto tenga la flecha, te lo prometo, no volveré a

Forever Falls mientras Lila viva. Prepara el papeleo, lo firmaré.—Un juramento por la Estigia no puede romperse —advierte Cal.Cupido inclina la cabeza, sosteniéndole la mirada a su hermano.—Lo sé. Ya he causado demasiados problemas —admite—. No debería haber venido, pero

tenía que encontrarla. Necesitaba saber si era verdad. Tenía que encontrar a mi alma gemela. Túdeberías entenderlo mejor que nadie. También te enamoraste una vez de una humana...

—Déjalo ya. —El tono de Cal es firme.Se hace un silencio incómodo.—Solo quiero la Finis —dice finalmente Cupido—, y me marcharé.Pero Cal sospecha.—¿Por qué la deseas tanto?Cupido hace una pausa.—No quiero morir, hermano. Si consigo la Finis antes que ellos, tendré la oportunidad de

pelear.Mientras habla, noto en su mirada algo que hace que me pregunte si tendrá otro motivo. Pero

desaparece enseguida.Nadie dice nada durante un momento.Al final, Cal rompe el silencio.—¿Es la única forma de deshacernos de ti?Cupido sonríe. La tensión ha desaparecido.—Así es.Cal exhala profundamente.—Está bien. Te ayudaré a conseguir la maldita flecha. Pero luego tienes que marcharte. —Mira

a su hermano con desconfianza bajo la tenue luz—. Y Lila vendrá conmigo a la Oficina del Amor abuscar Los relatos de la Finis. No voy a dejarla a solas contigo.

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Mientras Cupido conduce de vuelta a su casa, miro por el retrovisor los faros del Bentley rosa deCrystal. El estómago se me estremece con una mezcla de miedo y culpa cuando pienso en laprisionera del coche. «¿Qué le va a pasar a Charlie? ¿Tendrá que trabajar en la Oficina del Amorcomo los otros cupidos? ¿Me odiará para siempre?»

Pensar en ella apuntándome al pecho con una flecha en el corazón me duele más de lo quepodía imaginar. Charlie es mi mejor amiga desde que tengo memoria. Sé que solucionaríamos eltema del beso con James. Pero ahora parece que ni siquiera es la misma persona.

—¿Qué es la Estigia? —pregunto dándome la vuelta.—Es una larga historia, pero, en resumen, es una laguna mitológica —contesta Cupido—. Si se

incluye una cláusula sobre ella en cualquier contrato legal, no puede romperse. Es algo bastanteturbio. Una vez, no leí la letra pequeña de un acuerdo que firmé con un minotauro en el siglo XVII ytuve que podarle los setos durante cinco meses.

—¿De verdad te vas a ir? —pregunto.—Sí. —Me mira por el espejo retrovisor y suspira—. Sí. En cuanto tenga la flecha.Unos diez minutos más tarde, entramos en la cocina de Cupido. Selena y Crystal llevan a

Charlie al salón mientras Cal prepara una ronda de cafés. Fuera ya es noche cerrada; aun así,Cupido se queda en la parte delantera de la casa, vigilando el jardín y los alrededores desde elcristal.

Me siento a la barra en un taburete, sujetando nerviosa la taza que Cal me ha dado. Hasta queno doy un sorbo al café, no me doy cuenta de lo cansada que estoy. Miro a Cal, que está inclinadosobre la encimera con una pose un tanto extraña.

—¿Qué le va a pasar a Charlie? —pregunto—. No van a hacerle daño, ¿verdad?Cupido se vuelve y los dos hermanos se miran.—No llegará a ese punto —dice Cal firmemente, aunque, por su mirada, no parece muy

convencido.Cupido se sienta a mi lado, en otro taburete. La sensual iluminación de la cocina crea sombras

en su piel ligeramente bronceada. Huele a cuero y a loción para después del afeitado.—Claro que no. Solo necesitamos descubrir lo que sabe y asegurarnos de que no cause ningún

problema. Por eso hemos traído a Selena. —Me mira—. Es muy poderosa. Puede hacer que lagente diga la verdad rápidamente, y también calmarla.

—¿Puedo ver a Charlie? —pregunto.

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Cupido asiente.—Primero dale cinco minutos a Selena.Dejo la taza sobre la barra y me voy al pasillo. Llamo rápido a mi padre para decirle que estoy

bien. Me responde desde el Love Shack, por lo visto Eric le ha puesto un turno de prueba estanoche. Fuerzo la voz para que parezca que estoy sonriendo.

—Me alegro un montón, papá.—Gracias, cariño —contesta—. Tendré que repasar mis pasos de baile. Nos vemos mañana,

¿vale?Le digo que vale y me guardo el teléfono en el bolsillo. Respiro hondo y entro al salón.El suelo es de madera y hay una alfombra granate enfrente de la chimenea. La llama chispeante

es la única luz que ilumina la sala, ya que las pesadas persianas de terciopelo están echadas. Enambos lados de la repisa, las paredes están cubiertas de estanterías llenas de volúmeneseclécticos.

Me llama la atención el centro de la habitación. Al lado de la mesita de café caoba oscura estáCharlie atada a una silla de madera. Selena se encuentra de rodillas frente a ella. Crystal las mirarecostada en el borde de un sillón de cuero que hace juego con los dos largos sofás que estánalrededor de la chimenea.

—¿Qué hace ella aquí? —suelta Charlie cuando me ve. Vuelve la cabeza para mirar a Crystalcon desprecio—. ¿No piensas hacer nada? Eres una cupido, deberías tener más cuidado.

—Llevo mucho más tiempo que tú siendo una cupido, y no atacamos a humanos inocentes —dice Crystal mientras Charlie se retuerce entre las cuerdas.

—Los cupidos no pueden emparejarse —dice mi amiga, y aprieta con tanta fuerza los labiosque parecen una línea fina.

Crystal cruza la sala para ponerse frente a mí.—No lo harán. —Luego esboza una sonrisa falsa—. Voy a refrescarme un poco.En cuanto pone un pie en la escalera de caracol, Charlie grita tras ella:—¡NO ME DEJES AQUÍ! ¡NO ME DEJES AQUÍ CON ELLA!«¿Cómo puede odiarme tanto?»Selena se inclina hacia ella y oigo que empieza a sonar una música suave. Luego, igual que

había empezado a gritar, Charlie comienza a roncar. Noto cómo mis propios párpados pesan cadavez más y me caigo sobre el sofá que hay detrás de mí.

—¿Qué está pasando? —digo en un bostezo—. ¿Por qué se ha dormido?Selena sonríe amablemente.—No te preocupes —me tranquiliza—. No le pasará nada. La he dormido porque se estaba

alterando. Ahora mismo no es seguro para ella estar despierta cerca de ti.—¿Va a odiarme para siempre? —pregunto con tristeza.Selena me mira con compasión.—Te lo creas o no, el que intentara clavarte una flecha de Cupido fue un acto de misericordia.

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Pero ahora..., la verdad es que sí creo que intentará matarte.—¿Hay alguna forma de que deje de sentirse así?—El poder de la flecha que la transformó todavía corre por sus venas. Es como un veneno, está

tomando todo el control. Conforme su cuerpo empiece a acostumbrarse, estará más dispuesta aentrar en razón. Pero seguirá sin querer que seas la pareja de Cupido.

Sacudo la cabeza.—Pero ¿por qué?Selena se acerca al sofá y se sienta a mi lado.—La han informado de la política de la empresa.—Ya. Va en contra de las reglas de la Oficina del Amor que los cupidos se emparejen. Pero, en

serio, ¿qué tiene de malo? ¿Qué más da si Cupido y yo salimos juntos? Ni siquiera trabaja allí.Selena frunce el ceño.—¿No te lo han dicho?—¿El qué?Suspira profundamente.—¿Sabes quién fundó la Oficina del Amor?—La verdad es que nunca lo he pensado —digo—. Supongo que pensaba que Cupido, antes de

que lo desterraran.—No, cariño. No fue Cupido.—Vale, ¿quién fue, entonces? —pregunto—. Y ¿por qué importa quién sea el dueño de la

empresa?Selena me mira como si intentara encontrar la manera de explicarme algo. La luz de las llamas

baila sobre su piel impecable.—La fundadora de la oficina se marchó hace muchos años, pero los términos de la política

estipulan que, si se rompen las reglas, volverá a tomar el control.—No suena tan terrible.Selena sonríe vagamente.—No conoces a la fundadora, cariño. —Se inclina hacia mí hasta que su cara está solo a unos

centímetros de la mía—. Escúchame.Susurra en un tono de voz muy amable y noto cómo me inclino cada vez más hacia ella. La miro

a los ojos: son preciosos, oscuros y salvajes.—Tengo que decirte algo —continúa.Yo asiento. Estoy un poco mareada. Haré todo lo que quiera.—Abajo, en la sala de entrenamiento de Cupido, hay unas flechas. ¿Sabes a las que me refiero?Asiento, pensando en las que había en la pared.—Necesito que bajes, cojas una negra, la gires hacia ti y...De pronto, una mano agarra a Selena por el cuello, y la sirena sale volando del sofá hasta caer

en el suelo. Gira sobre sí misma y se pone de pie, con un brillo peligroso en la mirada. Yo

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parpadeo. Es como si me hubieran destapado los ojos.Doy un salto del sofá.—¡Oye! ¡Has intentado hipnotizarme!Pero ella ya no me mira. Cupido está de pie en la puerta, con la mandíbula tensa y los músculos

bajo la camiseta moviéndose conforme aprieta los puños.—Me has traicionado —dice con los dientes apretados—. Quiero una explicación.Él da un paso hacia delante, pero Selena se resiste. Levanta las palmas de las manos frente a

ella, como para aplacarlo.—No hace falta que te enfades. No quiero pelear. Me acordé de lo que me dijiste en el Elysium

y he pensado que sería mejor si Lila...Cupido entorna los ojos.—Largo. De. Aquí.Ella asiente.—Como he dicho antes, no quiero pelear. Pero estás jugando con fuego. —Me mira al pasar al

lado de Cupido—. Lo siento, cariño. De verdad que era un acto de misericordia. Pronto te daráscuenta.

—¡Espera! —grito cuando llega a la puerta.Vuelve la cabeza y me mira alzando las cejas en un arco perfecto.—¿Qué pasa con Charlie? Has hablado con ella. ¿Qué ha dicho?Selena suspira y desvía la mirada hacia Cupido, que sigue teniendo una expresión furiosa en la

cara.—No sabe gran cosa —comenta—. Le han hablado de la política de la empresa, obviamente.

Están buscando la Finis, que creen que está cerca. Y vienen más flechas.Se vuelve y mira a Cal, que acaba de llegar y está confuso en la puerta.—Vigila a tu hermano —aconseja ella.Y se va.

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—La verdad es que no entiendo esa necesidad tuya de venir siempre con nosotros —dice Cal.Estamos otra vez en el Aston Martin, de camino a la Oficina del Amor, para acceder a la copia

digital de Los relatos de la Finis. Es evidente que a Cal no le hace ninguna gracia que Cupido estéaquí, pero después de la disputa que han tenido tras la marcha de Selena, parece que ha decididoque puede que no sea tan mala idea vigilar más de cerca a su hermano.

En nuestra ausencia, Crystal se queda con Charlie, que se despertó justo antes de que nosfuéramos. La agente nos dijo que pensaba que la influencia inicial de la flecha ya se habríadisipado un poco y que sería capaz de razonar con mi amiga, aunque escuché que le dijo a Cal quetendría que mentir sobre Cupido y sobre mí para poder hacerlo.

—Alguien tiene que conducir el coche a la salida —dice Cupido contento. Parece que el malhumor ha desaparecido—. Además, no confío en la Oficina del Amor. Por cierto, ¿le has dicho aCrystal lo que vamos a hacer allí?

Cal sacude la cabeza con firmeza.—He pensado que a lo mejor avisaba a alguien, teniendo en cuenta que no le gustas ni un pelo.

Le he dicho que iba a dejar el papeleo necesario para que te vayas del pueblo —dice Cal—. Quetambién es verdad, lo haré una vez averigüemos donde está la maldita flecha.

Vuelvo a zambullirme en mis pensamientos mientras Cal continúa murmurando con los dientesapretados lo pesado que es su hermano.

No sé qué pensar. Cupido no confía en la Oficina del Amor, Selena no confía en Cupido. Cal noconfía en Crystal. Y yo he dejado de confiar en todo este rollo mitológico...

—¿Podéis repetirme el plan? —pregunto desde atrás.—Vas a venir conmigo —dice Cal—. No habrá muchos cupidos por allí a estas horas de la

noche, así que, con suerte, no nos harán demasiadas preguntas. Diremos que tienes una reunión enmi despacho. Puedo iniciar sesión con los datos de Carter desde mi ordenador. Imprimiremos eldocumento y nos marcharemos. —Lanza a Cupido una mirada de advertencia—. Y él nos esperaráen el coche.

Este sonríe.—Si entro en ese edificio lo único que conseguiré es un billete de ida a los calabozos. Y no

quiero terminar allí... otra vez.Cal no le devuelve la sonrisa.—¿Sabes todo lo que estoy arriesgando por tu culpa? Si nos pillan con Los relatos de la Finis

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sabrán que es para ayudarte a ti. A mí también me desterrarán, o algo peor.—No te estás arriesgando por mí —dice Cupido calmado.Me pregunto qué querrá decir con eso mientras aparcamos justo al final de la calle de la

Oficina del Amor.Cal se queda mirando fijamente al frente.—Tengo un mal presentimiento.Cupido se ríe.—Siempre tienes malos presentimientos.Cal lo ignora y se vuelve para mirarme.—Venga, vamos a acabar con esto cuanto antes. —Le lanza una mirada a Cupido—. Y tú

quédate en el coche. Lo digo en serio.Esto impulsa a Cupido a salir con gracia del coche.—¿Estás segura de que quieres ir con él? —pregunta, dirigiéndose a la parte trasera para

abrirme la puerta mientras Cal da un portazo con la suya.—Por supuesto —digo—. Esta flecha mística es la única forma que hay de que me dejes en

paz. A por ella que voy. Averiguaremos dónde está antes que ellos.Cal echa un vistazo alrededor con ojos rabiosos.—Te he dicho que te quedes en el coche.Cupido levanta las manos mientras yo salgo del Aston Martin.—Solo os voy a acompañar a la puerta. Si os pillan, necesitaréis mi ayuda para salir.Pone su sonrisa más encantadora, a lo que Cal responde con una mirada nada amistosa.—Está bien —dice—. Pero que no te vea nadie.Cal empieza a andar hacia el edificio. Lo veo alejarse, con el pelo brillante bajo la luz de la

luna. Me acuerdo de lo que ha dicho de arriesgar su trabajo en la Oficina del Amor.—Eres agotador, ¿lo sabes? —digo mirando a Cupido—. ¿No podías haber hecho lo que te ha

pedido?Me dedica una sonrisilla.—Ya, ya lo sé. Lo siento. Te he condenado a media hora con Cal el Malaleche, que es incluso

peor que Cal el Huraño.Niego con la cabeza y empiezo a caminar hacia el edificio. Él se pone a mi lado.—Es que tengo que asegurarme de que estáis los dos bien. Nada está saliendo como yo

esperaba —admite—. Cuando llegué a Forever Falls, pensé... No sé qué pensé.La tristeza que había visto en el balcón ha vuelto a sus ojos. Y ahora también parece haber

arrepentimiento.—¿Qué pasa? —pregunto.Él niega con la cabeza.—¿Alguna vez has estado segura de que estabas haciendo lo correcto, pero, en cuanto todo

empieza a encajar en su sitio, comienzas a preguntarte si ha merecido la pena?

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—Participé en un concurso de comer perritos calientes con catorce años —digo—. Despuésme tiré toda la tarde vomitando.

Él se ríe, sorprendido.—Entonces sabes exactamente cómo me siento.Lo miro, seria. Supongo que él se refería a venir aquí. A encontrarme.—¿Quién es la fundadora de la Oficina del Amor? Selena me dijo que esa persona volvería a

tomar el control si... ya sabes.—¿Nos emparejamos?Asiento, notando cómo el calor se apodera de mis mejillas muy a mi pesar. Sus ojos se clavan

en los míos durante unos segundos, pero luego hace un gesto con la mano y deja de mirarme.—No pasará —asegura—. La fundadora se marchó. La gente tiene que dejar de preocuparse

por eso.De pronto, Cal se da la vuelta delante de nosotros y da unos cuantos pasos hacia atrás.—¿Hermano? —dice Cupido divertido.—Los cupidos no pueden emparejarse —suelta Cal con firmeza—. Espero que lo recuerdes.

Voy a formar parte de esta huida porque quiero que Lila esté a salvo y porque, por mucho que odieadmitirlo, no me apetece que te maten. Pero has de saber algo: una vez tengas la Finis, quiero quete vayas de Forever Falls. Que desaparezcas.

Cupido, extrañado, mira a Cal a los ojos. La tensión entre ellos podría cortarse con un cuchillo.Me pregunto, y no es la primera vez que lo hago, si al final terminará en una pelea física entreellos.

Luego Cupido da un paso atrás y se encoge de hombros.—Vamos a por la Finis. Ya nos encargaremos de eso después.—No lo dudes —responde Cal.Continuamos en silencio hasta que llegamos al escaparate de cristal del edificio de la Oficina

del Amor. «No me puedo creer cuánto ha cambiado desde la última vez que estuve aquí.»Cupido se asoma a la tienda de novias de al lado, ojeando el vestido excesivamente recargado

con curiosidad.Cal me mira a mí.—Cogemos la copia de Los relatos de la Finis y nos vamos. ¿Lista?—Lista.

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Suena la campanilla cuando entramos. Parece igual que la última vez, solo que ahora es Curtis elque se encuentra debajo de la flecha larga y dorada de la recepción. Está hojeando un periódico yno levanta la mirada.

—No aceptamos...—... clientes nuevos. Lo sé, algo he oído —lo interrumpo.En cuanto ve a Cal, Curtis guarda rápidamente el periódico debajo de algunos documentos que

tiene al lado de la pantalla. Luego pasa a escanearme de arriba abajo.—El alma gemela de Cupido —dice.—Sí —admite Cal—, y mucho más problemática de lo que pensaba.En mi opinión, eso le ha quedado un poco demasiado sincero.—Le voy a enseñar algunos de los archivos de Cupido con la esperanza de conseguir que se

tome esto más en serio.—Ten cuidado con cuánto revelas —advierte Curtis—. Es humana.—Soy bastante consciente de ello —dice Cal con la voz tensa.Curtis se encoge de hombros y saca un portapapeles por encima del escritorio de piedra.—Bueno, tiene que firmar.La hoja de visitantes es un papel en blanco con solo dos nombres italianos arriba del todo. Está

la fecha de hoy al lado de ambos. «¿Ya han llegado las flechas?»—No recibimos muchas visitas —explica Curtis.—No me imagino por qué, con lo amables que sois todos. —Garabateo mi nombre en el folio

—. Aunque hoy habéis tenido ya dos visitas.Siento a Cal cada vez más tenso detrás de mí.—¿Visitas?Curtis vuelve a coger el portapapeles.—Un par de cupidos de la sucursal italiana. Han venido por negocios. Querían utilizar un

ordenador para acceder al servidor. Les he dejado que usen el tuyo porque llevas todo el día sinpasar por aquí. —Su tono es ligeramente acusador.

Cal mantiene la cara completamente inexpresiva mientras se apresura a entrar por la puerta quehay detrás de la recepción. Yo corro detrás de él.

—¿Las flechas?—Deben de haber encontrado a Carter —dice con la mandíbula apretada—. Han podido

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enterarse fácilmente de que antes trabajaba en los archivos, y Selena dijo que se pasó por elElysium. Deberíamos haberlo retenido. Tenemos que darnos prisa.

Varios cupidos que se pasean entre las columnas de piedra y los escritorios nos miran encuanto entramos, pero nadie nos dice nada cuando vamos hacia el despacho de Cal. Me siento enel sillón rojo y echo un vistazo a los alrededores mientras él enciende el ordenador. Aparte de lataza desconchada al lado del hervidor, no hay ningún objeto personal aquí, solo documentos ymaterial de oficina.

—Deberías poner una planta o algo —digo mientras él teclea algo lentamente con los dosdedos índices—. Para darle un poco de alegría.

—Tuve una planta una vez. Murió —dice inexpresivo, con la mirada fija en la pantalla delordenador.

—Ah. —«Pues nada, se acabó la conversación.» Juego con un hilo rojo suelto en el brazo delsillón—. ¿Encuentras algo?

—Estoy en sus archivos. Ha escaneado muchos libros. Pero no puedo... Ah, ya está.Hace clic en algo. Luego se queda pálido.—¿Qué pasa?Blasfema entre dientes.—No está aquí. Las flechas lo han debido de eliminar cuando se fueron.—Curtis dijo que utilizaron tu ordenador para entrar, ¿no? —recuerdo—. ¿Has buscado en la

papelera? Puede que todavía esté ahí.Me mira con la cara blanca. Me levanto del sillón y me coloco detrás de él.—Vuelve al escritorio... No... No, haz clic aquí. ¿Ves ese icono de una papelera? No, ese no...Mueve el ratón por toda la pantalla y yo me trago la frustración para no darle un grito. Me

recuerda a aquella vez que intenté enseñar a mi abuela a enviar un correo electrónico.—¡¿Qué estás haciendo?! ¡Anda, quita de aquí! —Le aparto la mano del ratón de un golpe y me

inclino por encima de él, sintiendo su irritable respiración en mi nuca—. ¿Cómo podéis tener tantatecnología de vigilancia y no saber ni utilizar un ordenador?

Voy a la papelera de reciclaje. Qué alivio: hay un archivo con el nombre «Los relatos de laFinis» y está en lo más alto de la lista de elementos eliminados recientemente. Hago clic en él yaparecen en la pantalla las páginas escaneadas del libro. Por suerte, parece que las capacidadestecnológicas de las flechas son igual de modernas que las de mi abuela.

—Sé cómo se utiliza un ordenador —murmura Cal.Me aprieta el brazo en una batalla por dominar el ratón. Un poco después, se oye un zumbido

por toda la habitación cuando se enciende la impresora que está sobre el armario archivador trasel sillón.

—Pero no crecí con la cara pegada a una pantalla, como vosotros.—No, tú creciste lanzando flechas y jugando con ábascos, me imagino.—Ábacos.

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—¿Qué?—Se dice ábacos.Hago una mueca y él me mira algo molesto. Unos segundos más tarde, se va hacia el otro

extremo de la habitación y coge los documentos impresos de la bandeja.—¿Quieres que lo elimine de forma permanente? —pregunto.Él inclina la cabeza mientras hojea las páginas. Cuando vuelvo a mirarlo, sus manos,

generalmente firmes, están temblando.—¿Cal? ¿Qué ocurre?—Tenemos que volver —dice cada vez más pálido—. Puede que las flechas ya hayan llegado.

En cuanto descubran dónde la guardó, irán a matarla.Frunzo el ceño.—¿A qué te refieres? ¿Quién fue el último cupido que tuvo la Finis?Cal me mira con pánico en los ojos.—Crystal —dice—. Fue Crystal.

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Tercera parte

La Finis

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Extracto de Los relatos de la FinisWhitechapel, Londres, 1888Informe de Crystal Brodeur

Mi búsqueda de la Finis me llevó a Londres.

Se decía que por aquellos lares rondaba una bestia —mitad hombre, mitad otra cosacompletamente diferente— que había robado la última flecha y la había escondido en su morada.

Una espesa niebla cubría la ciudad a mi llegada, en las últimas horas de la noche. Tuve queadaptarme a la moda del lugar, y mi larga falda azul hacía frufrú mientras la arrastraba por losadoquines. Temía que fuera complicado pelear ataviada de aquella forma y empuñé la espadaespecial que colgaba bajo mi capa para sentirme más cómoda.

Mientras deambulaba por las calles, me preguntaba si los humanos que las habían construido sedaban cuenta de que le habían ofrecido, sin saberlo, un laberinto. No pude más que maravillarmede su poder: él los obligó a crear un enorme laberinto con casas adosadas, oscuros pasadizos ycallejones sin salida.

Allí era fácil perderse e imposible escapar.A la bestia le encantaban los laberintos.Continué mi camino. Sabía que su casa estaría en pleno centro. Ahí sería donde guardaría el

arma que podría matar a cualquiera que tuviera la misma sangre que Cupido. Me escondí tras unapared cuando dos alguaciles con cascos altos pasaron por delante de mí.

—El Destripador sigue suelto —oigo que dice uno de ellos, con la voz amortiguada entre laniebla—. Ya van cuatro asesinatos, y subiendo.

Me apresuré a empuñar la espada aún más fuerte. Los humanos pensaban que era un hombrequien había cometido aquellos espeluznantes asesinatos, pero se equivocaban.

Era la bestia.La que conocemos como Minotauro.Tardé más de una hora en darme cuenta de que estaba acercándome. Los callejones y pasadizos

estaban cada vez más pegados y, después de un largo paseo, llegué a una valla de madera. A lospies había un charco. Me agaché para estudiarlo.

Sangre.Tiene que ser aquí.

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Salté por encima de la valla podrida y caí en una alfombra de hojas muertas que llegaba hastala mansión. Era grande y amenazadora; el techo se desmoronaba por pedazos. Dudaba que ningúnhumano se hubiera fijado en ella: estaba muy escondida.

Respiré hondo y me encaminé hacia la gran entrada de madera. Acababa de agarrar la fríaaldaba metálica cuando la puerta se abrió por sí sola, permitiéndome acceder a un recibidor conla única iluminación de unas lámparas de aceite. El ambiente olía a humedad y polvo. Seguíavanzando por la puerta que había enfrente.

Luego me detuve en seco frente a una habitación con una chimenea crepitante.Una mesa larga se extendía en el centro de la sala. Encima, todo un festín de comida. En uno de

los extremos de la mesa había una figura reclinada en su asiento con los pies sobre la mesa. Teníala cara oculta por las sombras.

El Minotauro.—¡Crystal! —dijo con una voz suave como la seda—. Qué agradable visita.Luego se inclinó hacia delante para mostrar una cara que yo no esperaba ver.La de un hombre.Tenía la piel oscura y suave, y los ojos de un marrón hipnotizador. Me sentí de pronto muy

expuesta, a pesar de todas las capas de ropa que llevaba.Él vestía una camisa con las mangas remangadas, revelando unos tatuajes que cubrían sus

musculados brazos desnudos. Tenía la cabeza afeitada y, cruzando su ojo y mejilla derechos, pudever una cicatriz larga y desagradable, que no afectaba en absoluto a su belleza general.

En un movimiento repentino, quitó las piernas de la mesa y cogió una jarra. Me miró y sonrió.—¿Vino?Sin esperar a que respondiera, vertió el líquido rojo en una copa. Me acerqué a la mesa y me

senté a su lado.—¿Cómo sabías que iba a venir?Ladeó la cabeza y yo me volví para encontrarme con una pared llena de monitores con

diferentes imágenes del laberinto de Londres.Él, como los cupidos, tenía acceso a tecnología bastante avanzada para su tiempo.—Has venido a matarme —afirmó, sonriendo y mostrando sus brillantes dientes blancos—,

pero antes, cenemos.Hizo un movimiento exagerado con la mano para señalar la comida que teníamos delante.Lo miré con curiosidad. Tenía un aspecto excéntrico y yo estaba lo suficientemente cerca como

para ver la línea negra que acentuaba sus ojos.—No eres lo que me esperaba —confesé.—¿Creías que era mitad bestia, mitad hombre? —Meneó un dedo delante de mí—. No, no,

Crystal. Deberías saber que eso son cuentos de hadas. —Su mirada se oscureció—. Y esto no loes. La bestia está dentro de mí —continuó en voz baja—. Y no la puedo controlar.

Su mirada se desvió durante un momento y, de repente, deslizó la copa de vino hacia mí.

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—Pero preocupémonos de eso más tarde —siguió—. Bebe.Cogí la copa con precaución y olí el líquido que había en su interior. Y luego, por algún motivo

que aún no sé explicar, bebí.Ese fue mi primer encuentro con el Minotauro.Cené con él las tres noches siguientes.Aunque sabía que era peligroso, había algo que me hacía desear estar junto a él. Hablamos de

la vida, de la muerte, de política y de dioses. Descubrí más cosas sobre él en ese corto periodo detiempo de lo que nunca había sabido sobre nadie.

En la cuarta noche nos dimos cuenta de que aquella pantomima tenía que terminar... de unaforma u otra.

—Entonces ¿has venido a matarme? —preguntó durante un festín de carne—. La verdad es queme lo merezco. —Se inclinó hacia delante y levantó un dedo de forma exagerada, como si acabarade tener una idea—. Aunque igual podríamos llegar a algún tipo de... acuerdo.

Esperé en silencio.—Tengo algo que tú quieres —continuó—, y tú tienes algo que yo quiero. Sé lo que escondes

—dijo, ladeando la cabeza hacia mi cuerpo—. Te lo dieron los Oráculos, supongo. La espada deEgeo. La única que puede matarme.

Abrí los ojos con sorpresa.—¿Cambiarías la Finis por la espada?—Sí.Asentí firmemente.—Trato hecho.Aquella noche hicimos el intercambio y saqué la Finis de Londres.La escondí en un lugar en el que nadie esperara verla.Un lugar en el que yo la pudiera vigilar.Un lugar en el que las Flechas nunca la encontraran.

—Tenemos que volver —dice Cal de nuevo—. La matarán.Se marcha sin decir nada más y yo salgo corriendo tras él. Cuando llegamos a la zona de

recepción, nos paramos en seco.Curtis ya no está sentado tras el mostrador de piedra, sino de pie en el centro de la sala,

bloqueándonos la única salida de la Oficina del Amor, y apuntándonos con una flecha negra.Tiene una aljaba llena de ellas sobre el hombro.—¿Habéis encontrado lo que buscabais?

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Curtis escanea con la mirada las hojas bajo el brazo de Cal, pero sigue apuntándonos con laflecha.

—Son Los relatos de la Finis, ¿verdad? —Como Cal no dice nada, él continua—: Te he estadoobservando desde la sala de vigilancia durante estos últimos días. Puede que los demás hayanconfiado en que tú evitarías el emparejamiento, pero sabía que nos traicionarías por tu hermano.Te he visto... ayudarlo, entrasteis en el Elysium juntos, estuviste en su casa. ¿Para qué estaríasbuscando la Finis si no fuera para asegurarte de que sea imparable?

Cal da un paso y se queda delante de mí.—Curtis. Piensa lo que estás haciendo.—¿Por qué nos traicionas, Cal? Nos debes tu lealtad a nosotros, no a él.Cal se queda rígido, con los músculos de los brazos tensos bajo el jersey granate.—Las flechas están aquí —dice con calma—. La están buscando, y puede que la encuentren.

Sean cuales sean sus pecados, Cupido no merece morir.Curtis aprieta la mano alrededor de su arco tan fuerte que se le blanquean los nudillos.—Los cupidos no pueden emparejarse —rebate—. Están viniendo refuerzos. Te voy a arrestar,

Cal. Nos has traicionado.Desvía la mirada hacia mí, con ojos de loco.—Y en cuanto al alma gemela, ya no disparamos a humanos..., pero estoy seguro de que me

perdonarán si hago una excepción en estas circunstancias. Dos flechas negras y morirá —diceCurtis—. Así nunca podrán ser pareja. —Eleva más el arco—. Perdóname.

Cal me coloca detrás de él. Se me aceleran las pulsaciones.—No puedo permitirlo —dice Cal—. ¿Qué crees que te hará Cupido si descubre que has

matado a su alma gemela?Curtis sacude la cabeza con tristeza.—No me queda más remedio...—Excelente pregunta, hermano. —Cupido aparece en la puerta. Se dirige hacia Curtis—. ¿Qué

crees que te haré?El agente abre los ojos alarmado y lanza la primera flecha. Se clava en el pecho de Cupido.—¡Atrás! —grita—. ¡No os mováis!Cupido se arranca la flecha con un gruñido.—Ya sabes que no puedes matarme con eso —dice mientras el proyectil se convierte en

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cenizas entre sus dedos.Curtis saca otra flecha, carga el arco y la lanza. Esta se clava en el estómago de Cupido, que

vuelve a gemir de dolor, pero sigue avanzando.—¡No puedes escapar! —dice el atacante con miedo en la voz—. Os superamos en número.Oigo un movimiento detrás de nosotros y me doy la vuelta. Se me encoge el estómago. Hay tres

cupidos más bloqueando la puerta de la oficina, cada uno con un arco y una flecha preparadospara disparar. Se me acelera cada vez más el corazón.

—Cupido —dice Cal, firme, llamando su atención.Tras una pausa breve, oigo a Cupido suspirar profundamente.—¿De verdad vamos a pelear?—Podrías haber venido con nosotros por voluntad propia —responde Curtis con la voz

insegura—. Te llevaremos a juicio. Será lo justo.—Por muy convincente que suene, me temo que tengo otros planes...Con un movimiento rápido, Cupido corre hacia el agente que nos bloquea la salida, lo agarra y

lo coloca frente a él, como si fuera un escudo. Al mismo tiempo, Cal me coge por detrás delcuello y me empuja al suelo para evitar la lluvia de flechas que pasa por encima de nosotros haciaCupido.

Dos Ardor se clavan en el pecho de Curtis. Mientras se retuerce de dolor, mirodesesperadamente a Cal, que me empuja la cabeza hacia los pies cuando Cupido lanza alrecepcionista hacia los tres cupidos que están detrás de nosotros. Luego vuelve a salir a la calle.Cal y yo corremos tras él, agachados, ya que otra flecha pasa por encima de nosotros.

Corro todo lo rápido que puedo hacia el Aston Martin, tanto que mis piernas se empiezan aresistir al esfuerzo. Cuando consigo llegar, Cupido ya está en el asiento del conductorencendiendo el motor. Me tiro sin aliento al asiento de atrás mientras Cal se sube al del pasajero.Cuando el coche acelera, echo un vistazo por la ventana trasera. En medio de la carretera, unacupido solitaria nos mira con una expresión amarga en la cara.

Cal me mira por encima del hombro.—¿Estás bien, Lila?Vuelvo a mirar hacia atrás. La carretera está vacía.—Sí —digo—. ¿Por qué no nos siguen?Cupido me mira por el retrovisor.—No sé si te has dado cuenta —dice—, pero me tienen bastante miedo. Probablemente se

estén reagrupando y preparando un plan de ataque más efectivo. Saben que la fuerza no les servirási no pueden matarme. Según parece, tenía yo razón: Lila no está a salvo en la Oficina del Amor.

Se vuelve hacia su hermano con una mirada de «te lo dije» y frunce el ceño de inmediato.—A todo esto, ¿qué es lo que habéis encontrado? Por favor, dime que tienes la copia.—Crystal fue la última en tener la Finis —dice Cal en voz baja.Cupido abre mucho los ojos y pisa el acelerador tan fuerte que el impulso me empuja hacia

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atrás.—¿Qué le harán? —pregunto—. Si no llegamos a tiempo, me refiero.Cal tiene la cara más pálida de lo habitual, y la mandíbula, apretada.—Empezarán con la Capax —dice Cupido—, para intentar que confiese el paradero de la

Finis.—Pero es una cupido y está entrenada —sigue Cal—. Se negará. Y entonces...Hace una pausa, parece que no se encuentra bien.—La Ardor —continúa Cupido—. La torturarán para sacarle la respuesta.Me dan náuseas al recordar la reacción de Cal en la simulación y cómo se retorcía el

recepcionista hace un momento.—Y una vez que tengan lo que necesitan, la matarán para que no nos lo pueda decir.Cupido aprieta más el acelerador, pero, aun así, la hora que pasamos en la autopista se hace

eterna. Las farolas son rayas de luz blanca cuando atravesamos la plaza del pueblo, y por finllegamos a su casa. Durante el viaje, no puedo parar de repetir un terrible pensamiento: «¿Quépasa con Charlie? ¿Está a salvo? ¿Irán también a por ella?».

Una vez que Cupido detiene el coche delante de su casa, salimos corriendo. Todavía hay luz enla cocina y todo parece tranquilo cuando entramos.

—¡Crystal! —grita Cal—. Crystal, ¿estás aquí?Luego abrimos la puerta del salón. Se me retuerce el estómago. Es evidente que ha habido una

pelea. El sillón está del revés y los libros de las estanterías, tirados por el suelo. En la pared delfondo, el fuego crepitante ilumina lo que parece una mancha de sangre. Me vuelvo hacia Cal, quetiene una expresión indescifrable, pero con un destello en los ojos.

Entonces noto un movimiento en la esquina de la habitación. Me preparo y me doy la vueltapara enfrentarme a la amenaza que merodea por allí. Charlie sale de detrás de la estantería ynuestros ojos se cruzan.

—Se han llevado a Crystal —dice.

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Cupido camina hasta el sillón del revés, lo vuelve a poner sobre las patas y se sienta. Mira aCharlie con los ojos entornados.

—¿Por qué no te han llevado a ti?La luz parpadeante de la chimenea forma sombras amenazantes por las facciones de su cara.

Cal da un paso adelante y se coloca entre Charlie y yo, con los puños apretados.—A mí también me gustaría saber la respuesta a esa pregunta —añade.Charlie sacude la cabeza.—No... no lo sé. Me desataron y me dijeron que estarían en contacto.—Nos está mintiendo —asegura Cal—. Sabe dónde está Crystal.De pronto se lanza hacia ella, pero Cupido lo agarra por el brazo. Aunque está asustada,

Charlie no se mueve. Consigo ver algo de mi vieja amiga en su expresión tozuda, pero también hayotra extraña fuerza: como una distancia. Quiero creer desesperadamente que podemos hacer quevuelva a ser ella.

—Vamos a calmarnos —digo—. Si Charlie hubiera formado parte del plan, ¿no se habríalargado de aquí?

Charlie me mira y su expresión se endurece. Nos quedamos observándonos un instante y luegosale corriendo hacia mí, me agarra por el cuello y me empuja hasta la pared. Cupido salta aliberarme, pero no llega antes de que yo le dé un cabezazo y la tire al suelo.

Al hacerlo, se libera algo en mi interior, algo que llevaba ahí desde que la vi besar a mi novioen la fiesta. Le inmovilizo los brazos contra la alfombra granate y ella se resiste, con chispas deira en los ojos.

Nos miramos, con la respiración acelerada e irregular. Y, de pronto, la rabia se evapora y, ensu lugar, aparece la tristeza.

—¡Charlie, para! ¡Para!Consigo que se relaje y deje de forcejear. Creo que me está escuchando, que he podido llegar a

ella; pero me doy cuenta de lo que está mirando: Cal tiene una flecha negra apuntándole al cuello.Cupido se agacha; yo relajo la fuerza que ejerzo sobre mi amiga.—Escucha, Charlie —dice despacio, como si le explicara algo a un niño—. Entiendo que estés

confusa y enfadada, pero los miembros de las Flechas no son buenos. Ellos te han hecho esto. Yson los que se han llevado a Crystal. Vamos a ir a por ella, pero necesitamos que nos ayudes.

Ella entorna los ojos y se centra en él. Tiene la respiración agitada y superficial.

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—No podéis emparejaros.Cupido sacude la cabeza.—Se lo han inventado, Charlie. Llevan años intentando matarme, y ahora van a por Lila porque

saben que, si le hacen daño a ella, me lo harán a mí... —Me mira con la cara muy seria—. Llevomucho tiempo buscando a mi alma gemela.

Me siento atrapada en su mirada durante un instante, pero sé que lo que está diciendo... no esverdad. Las flechas me quieren matar porque, si rompemos las reglas de la empresa, habrá uncambio en la dirección. Pero sigo sin saber por qué eso es tan malo. Ni por qué Cupido parecequerer que pase.

—Eso es lo que dijo Crystal —comenta Charlie. Me mira. El odio de sus ojos estádesapareciendo poco a poco—. Pero, es que... Creo que...

—Hermano, ayúdame —dice Cupido chasqueando los dedos con impaciencia a Cal, que,aunque sigue sujetando la flecha, está más calmado. Parpadea y mira a Charlie.

—Sientes que te hierve la sangre en las venas —dice—, como si necesitaras atacar paraproteger a los cupidos, para impedir lo que las flechas te han dicho que pasará. Es normal en unnovato. Pero nosotros no somos tus enemigos. Lila tampoco. En las próximas veinticuatro horasvolverás a sentirte como siempre.

Cupido mueve las cejas.—Pero un poco más... cupida.Ella mira con recelo la flecha y luego a nosotros tres.—Si tanto me odias —digo de pronto—, ¿por qué te quedaste a esperarnos?—Crystal es mi amiga —responde ella—. Antes de irme al campamento, cuando ella trabajaba

en el restaurante, quedamos varias veces.«Mientras rondabas a mi novio», pienso.—Y no te odio —añade, sosteniéndome la mirada—. Lo que odié fue... que no formaras parte

de ello.Cupido asiente y pone lo que él cree que es una sonrisa reconfortante.—Bueno, algo es algo. ¿Por qué no te sientas y nos cuentas qué ha pasado?Nos quedamos los dos un instante sin movernos, paralizados frente a la chimenea; yo sigo

sujetando a Charlie contra el suelo. Luego ella asiente levemente y me levanto despacio.Cupido me mira y leo la pregunta en sus ojos: «¿Estás bien?».Yo asiento, aunque me duele la zona de la cabeza con la que he golpeado a Charlie en la cara.

Paso por encima de un adorno roto de piedra con dos figuras sobre un lobo y sobre una cajita conuna P grabada, y me siento en uno de los sillones de cuero de Cupido.

Este levanta a Charlie.—No vamos a tener que volver a atarte, ¿verdad? —le pregunta.Charlie le lanza una mirada fulminante, pero niega con la cabeza.—Ten en cuenta que volver a intentar atacarnos sería... muy poco inteligente.

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Él asiente mirando al sillón, y Charlie se sienta con cuidado. Los hermanos se acomodan a milado. Cupido se hunde en los sillones, mientras que Cal se queda sentado en el borde, con laespalda recta y firme. Le da vueltas a la flecha negra con los dedos, con la mirada fija en lamancha de sangre de la pared.

—Cal —digo con firmeza, esperando sacarlo de su ensimismamiento.—Se lo debería haber dicho —murmura mirándose los pies—. Debería haberle contado a

Crystal que estábamos buscando la Finis.—No tenías forma de saberlo, hermano —lo calma Cupido, en un tono inusualmente amable.

Luego mira a Charlie—. Bueno, podría lanzarte una Capax, pero me imagino que estarás cansadade que te usen como alfiletero. Aunque si en algún momento creo que estás mintiendo...

—Vale, ya lo pillo —dice Charlie—. ¿Quieres que te diga lo que sé o no? Porque creo que vana hacerle daño a Crystal y tenemos que ir a salvarla.

Cupido asiente.—Adelante.—Estábamos hablando cuando Crystal me ató. Muchas gracias por eso, por cierto...—De nada —dice Cupido.—Y oímos un ruido fuera. Ella fue a ver qué era. Cuando volvió a entrar, parecía asustada y

cerró la puerta de golpe. Luego me miró y dijo algo... raro.Cal se inclina hacia delante, en alerta.—¿Qué dijo?—«No siempre he sido recepcionista.»—¿Hay algún mensaje oculto ahí? —le pregunto a Cal.Él sacude la cabeza con el ceño fruncido.—Creo que no —admite en voz baja. Vuelve a mirar a Charlie—. ¿Dijo algo más?Ella niega con la cabeza.—Irrumpieron de pronto tres personas en la habitación: dos chicas y un chico. Uno de ellos

cogió a Crystal, pero ella se resistió y lo lanzó contra la pared.Charlie señala con la cabeza la mancha de sangre y veo como aparece una media sonrisa en la

cara de Cal; parece satisfecho de que al menos haya hecho algo de daño a sus secuestradores.—Pensaba que me atacarían a mí también —continúa Charlie—, pero me ignoraron. Pelearon y

al final la sacaron a rastras de la habitación. Luego, uno de ellos cortó las cuerdas que me atabanlas manos. Ella me dijo que saliera de aquí y que se pondría en contacto conmigo cuando menecesitara. Me aseguró que tenían un trabajo para mí.

—¿Cuál? —pregunta Cal, serio.Charlie hace una pausa. Es evidente que está librando una lucha interna, no lo puede ocultar.—Creo que esperan que les entregue a Lila en algún momento, cuando me lo ordenen.Miro a Cupido, que de pronto tiene una sonrisa triunfante en la cara.—¿Charlie? —dice—. ¿Te apetece un café?

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Ella parece sorprendida, pero asiente.—Claro.—Lila, Cal, venid a ayudarme.Él se levanta y sale de la estancia. Cal y yo nos miramos y lo seguimos hasta la cocina.—Qué sutil... —suelto.Cupido se encoge de hombros.—La sutileza nunca ha sido mi fuerte.Mientras se inclina sobre la barra, con los brazos en la encimera, me doy cuenta de que le estoy

mirando los músculos de los hombros. Él me pilla.—Bueno —digo, antes de que él pueda decir nada al respecto—, ¿creéis que las Flechas van a

contactar con Charlie?—Sí. Y la podemos usar para que nos conduzca hasta Crystal. Solo tenemos que vigilarla,

asegurarnos de que no regresan sus tendencias asesinas.—Ni hablar —dice mi amiga desde la puerta—. Me voy a casa. He tenido muy mal día.Cupido niega con la cabeza.—Lo siento, Charlie. No es seguro, y no puedo arriesgarme a que hagas alguna estupidez. —Se

vuelve hacia mí—. Lo mismo va por ti, Lila. La Oficina del Amor ha mostrado su verdadera cara,las flechas nos rodean y Selena intentó hacerte daño. Tú tampoco vas a ninguna parte.

—Sin problema —digo, aunque se me retuerce el estómago al pensar en pasar la noche conCupido—. La verdad es que no me apetece que mi casa se convierta en un campo de batallamitológico.

—¡Ay, no! —exclama Charlie—. ¡Mis padres! ¡Mi salón! ¡Las flechas rompieron la ventana!—Sí. Les gusta entrar con estilo —comenta Cupido—. Pero Crystal hizo unas cuantas

llamadas, ya debería estar arreglado.Antes de que Charlie pueda decir algo más, Cal da un golpe en la barra.—No me gusta tener que esperar a que las flechas se pongan en contacto conmigo.Cupido se encoge de hombros y va hacia la cafetera.—¿Qué otra opción tenemos? —pregunta—. Ninguno de nosotros puede entrar en la Oficina

del Amor. Nos quieren a los dos.Cal frunce el ceño.—A ti no te quieren demasiado.

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Charlie, al ver que no le quedaban muchas más opciones, llamó a su madre y luego se fue a dormira una de las habitaciones de la casa. Cal se ha recluido en la sala de entrenamiento, seguramentepara desahogarse; y Cupido está eliminando cualquier prueba del ataque del salón.

Mientras tanto, yo estoy sentada a solas en la cocina, mirando mi café.Mi mente vuelve a reproducir todo lo que ha pasado hoy, que termina con la insistencia de

Cupido de que pase aquí la noche, con él. Teniendo en cuenta todo lo que ha sucedido, esa deberíaser la última de mis preocupaciones, pero hay algo en él que me provoca muchas emociones.Puede que sea esa expresión de anhelo y tristeza que aparece en su cara cuando cree que nadie lomira. No sé muy bien qué pensar. No acabo de confiar en él, pero, al mismo tiempo, cada parte demi ser ansía hacerlo.

De pronto aparece en la puerta y me saca de mis pensamientos. Me hace un gesto para que losiga y me lleva hasta el salón, que ha recuperado su elegancia. Si no fuera por la mancha de lapared, sería difícil creer que acaba de ser el escenario de un ataque atroz.

Cal ha vuelto del sótano y está sentado, tenso, en uno de los sillones, con la piel pálidaligeramente sonrojada y el pelo húmedo. Cuando paso por su lado para sentarme, me llega el olorde su champú afrutado.

—Supongo que pasaremos la noche aquí, ¿no? —dice, dirigiéndose a Cupido—. Todos.Él sonríe y me mira.—Bueno, tengo una cama grande y cómoda arriba si...Deja de hablar cuando ve que tanto Cal como yo lo observamos amenazantes.Cupido se ríe.—Era broma. Había pensado en quedarme aquí abajo, por si Charlie decidiera irse a dar un

paseo. Si insistís en acompañarme, adelante. Te diría que te acostases en una de las habitacionesvacías, Lila, pero mientras Charlie siga bajo el efecto de la flecha de Cupido, creo que es mejorque no te separes de mí.

Se me acelera el corazón al pensar en dormir tan cerca de él.—Échate en el otro sofá —me ofrece—, es más cómodo. Yo me quedo con el sillón.Niego con la cabeza.—Estoy bien. No creo que vaya a dormir mucho, de todos modos.Cupido se encoge de hombros y se acomoda en el sofá. Se le sube la camiseta, que le deja al

descubierto las caderas y la parte baja del torso. Me pilla mirándolo y sonríe, colocando los

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brazos tras la cabeza.—En fin —dice—, es hora de que hablemos.Cal suspira y se tumba en el otro sofá, dándonos la espalda.—Es hora de dormir —suelta mirando a los cojines—. Mañana nos espera un día duro.Cupido me sostiene la mirada, con el destello de la luz de la chimenea bailando en sus ojos del

color del océano. Sé exactamente qué intenta decirme.«Creo que dormir es lo último en lo que está pensando Cupido esta noche.»Los ronquidos suaves de Cal no tardan mucho en llenar la sala. Me acurruco en el sillón,

ignorando a propósito la mirada de Cupido y analizando los objetos que decoran las estanterías.Hay una mezcla ecléctica de cachivaches: un pequeño globo terráqueo de plástico junto a un topepara libros de bronce con forma de columna de templo; un casco romano decorativo colocadojunto a La guía del autoestopista galáctico; un coche de juguete que parece el regalo de un HappyMeal de McDonalds; y un montón de DVD de James Bond mezclados con una colección declásicos de la literatura.

Es muy raro lo sintonizado que parece mi cuerpo con el de Cupido; puedo oír su respiración,sentir su corazón, percibir su energía. Incluso sin mirarlo, sé que sus ojos no se han apartado demí.

Pasados unos instantes, él suspira y se levanta. Miro de reojo cómo se dirige hacia las cortinas,se inclina y coge tres mantas dobladas de un taburete con forma de cubo bajo la ventana. Caminahacia Cal y lo tapa con una. Yo lo miro, sorprendida. Pensaba que se odiaban.

Cupido se da cuenta de que lo estoy espiando.—¿Quieres una? —me ofrece. Es de color crema y muy suave.La cojo y miro con curiosidad cómo vuelve a colocarse en el sofá de cuero, se pone las manos

detrás de la cabeza y reposa los pies descalzos en el brazo. No me quita ojo de encima.—No creo que seas tan malo como simulas —digo en voz baja tras unos segundos tensos.Cupido sonríe.—Yo no simulo que soy malo. Es a mi hermano al que le gusta dar esa impresión de mí.—Te preocupas por él.Cupido se encoge de hombros.—Es mi hermano. Es un plasta, pero es mi hermano.—Cree que no deberías haber venido.Cupido se vuelve a sentar y se inclina hacia delante para mirarme fijamente.—¿Y tú?Mi mente repasa los últimos dos días. La conversión de Charlie en cupido, el secuestro de

Crystal... Todo ha sido por culpa de él.—Estoy de acuerdo con él —digo tímidamente. Pero en cuanto las palabras salen de mis

labios, sé que no es verdad—. Has provocado muchos problemas desde que llegaste. ¿Por quéviniste?

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Su mirada no se aparta de mis ojos.—Para encontrarte.De pronto noto la cara muy caliente, y no estoy segura de si es por la chimenea o por la energía

que hay ahora en el ambiente. Me muevo en el sillón.—Cal dijo que te habían desterrado de la Oficina del Amor porque te obsesionabas con las

mujeres. Que tenías unas ideas muy extremas.Cupido suelta una risita corta.—Siempre ha sido muy dramático.Frunzo el ceño.—¿No te han desterrado?Cupido sonríe.—Ah, sí. Claro que me han desterrado —admite. Luego hace una pequeña pausa, como si

estuviera pensando—. Supongo que tengo ideas demasiado extremas para ellos.—¿Qué ideas? ¿De citas?Vuelve a reírse mientras niega con la cabeza. Luego se deja caer sobre el respaldo del sofá.Tras unos instantes, vuelvo a hablar.—No creo que seas mi alma gemela. Esas cosas son una patraña.Cupido se encoge de hombros.—Yo también, la verdad. Al menos de la forma como lo ve mi hermano.—Y entonces ¿para qué has venido? —pregunto sorprendida.Parece estar divirtiéndose.—Por curiosidad. —Como yo no digo nada, me contempla con una mirada cada vez más oscura

—. He visto muchas almas gemelas. He emparejado a millones de ellas. Así que me imagino queno es que no crea que existen, simplemente, no sé, es un poco deprimente, ¿no? Solo tienes unaoportunidad, con una persona, y cuando se va... desaparece, y punto. Te quedas solo.

Empiezo a pensar en mi padre, perdido sin mi madre. Cal los emparejó, así que eran almasgemelas. Y ella se ha ido.

Cupido continúa.—A veces creo que deberíamos dejar en paz a la gente. Todo esto de las almas gemelas... Hace

que parezca que hay un plan maestro. No creo que el amor deba estar planificado. ¿Y tú?—¿Eres un cupido y no crees que la gente debe ser emparejada?Él sonríe.—Ahí están las ideas extremas.—Si eso es lo que piensas de verdad, sigo sin entender por qué has venido hasta aquí.Su cara se oscurece.—Independientemente de que a mí me guste o no, o de que tú te lo creas o no, hay un sistema

complejo con detalles de las vidas de todas y cada una de las personas del planeta que hadeterminado que tú y yo deberíamos estar juntos. Puede que no me crea eso de las almas gemelas

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de la misma forma que mi hermano. Puede que piense que el amor no puede ser así de simple,pero, de todas maneras... según las normas de los cupidos, tú eres mi alma gemela. Tenía queencontrarte, Lila. Tenía que verlo por mí mismo.

Los dos nos quedamos en silencio. El único sonido en la habitación es la respiración de Cal yel crepitar del fuego. Yo jugueteo con los flecos de la manta.

—¿Por qué Cal me dijo que eras peligroso? ¿Porque sabía que vendrían las flechas?—En parte —dice—, y también por otra cosa.—¿Cuál?—Cree que pasará algo malo si nos emparejamos.—¿Tiene que ver con la fundadora?—Es algo estipulado en la política de empresa de la Oficina del Amor...Desde el otro sofá llega el sonido de alguien aclarándose la garganta. Me doy la vuelta de un

salto. Cal se ha vuelto y nos está mirando.—¿Podéis hablar más bajo?Se da la vuelta otra vez hacia el respaldo del sofá, enfadado, y Cupido me hace una mueca

burlona. Me doy cuenta de que le estoy sonriendo. No puedo evitarlo.—Buenas noches, hermano —dice Cupido sonriendo. Luego se tumba de nuevo en el sofá y se

echa la manta por encima. Unos instantes después, cuando se vuelve hacia mí, su expresión parecemás suave—. Hay algo en ti, Lila —susurra—. No sé qué es. Pero cuando te conocí, sentí algo. Ycreo que tú también.

Recuerdo el momento en el que le dejé el bolígrafo, la vibración que parecía recorrerme lasvenas. Quiero apartar la mirada, pero mis ojos están clavados a los suyos.

—No te gusta la idea de las almas gemelas —le recuerdo suavemente.Cupido sonríe y se coloca bocarriba. Se encoge de hombros.—Creo que empieza a gustarme.

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No sé cómo conseguí dormir, pero lo hice. Cuando vuelvo a abrir los ojos, las brasas del fuegobrillan naranjas y la luz de la mañana atraviesa las gruesas cortinas rojas. Me sobresalto y mecoloco la manta sobre el pecho, porque noto que hay alguien observándome. Cupido está sentadoen el sofá, con una gran sonrisa en la cara.

—Joder, Cupido —suelto—. Casi me da un ataque al corazón. ¿Me estabas mirando mientrasdormía? Qué turbio... —Echo un vistazo a la habitación. El otro sofá está vacío—. ¿Dónde estáCal?

—Ha ido abajo a entrenar —responde—. Y, para ser sinceros, mientras estabas ahí babeando,murmurando y roncando, ¡era muy complicado no quedarse embobado!

Le lanzo una mirada asesina.—¡No es verdad!Él sonríe.—Vale, como quieras. Estabas adorable, ¿vale? Bueno, ¿vamos a despertar a nuestra enfadada

pequeña cupido? A ver si el veneno de la flecha ya ha desaparecido.Subimos las escaleras de caracol hasta la habitación y no puedo evitar recordar la última vez

que estuve ahí arriba. Si no hubiera seguido a Cupido hasta el balcón, ¿qué habría sucedido?¿Habría terminado aquí igualmente, yendo a despertar a mi mejor amiga a la que han convertido encupido después de pasar la noche con un dios del amor?

Antes de llegar a la terraza, Cupido se detiene y llama a una de las puertas. Se me hace un nudoen el estómago cuando recuerdo cómo me miraba Charlie anoche.

—Adelante —gruñe ella desde dentro.Entramos a una habitación sencilla pero elegante. La alfombra y las cortinas son de color

blanco roto, y hay un tocador negro de diseño con espejo contra la pared. Charlie está sentada conlas piernas cruzadas en el medio de la cama doble, todavía con los vaqueros y la camiseta negraque llevaba ayer. Tiene el teléfono móvil sobre las piernas.

Levanta la mirada mientras nos acercamos y, cuando nos miramos, veo algo de la antiguaCharlie en ellos: las fiestas de pijamas, los castigos del colegio y los cotilleos durante elalmuerzo. Todo parece estar tras su expresión. Pone una mueca de dolor.

—¿De verdad intenté matarte anoche?Me siento tremendamente aliviada y asiento.Ella hunde la cabeza entre las manos.

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—¿Te encuentras mejor? —pregunto.—Bueno..., me encuentro diferente. Está todo un poco borroso, no lo recuerdo bien. La cabeza

me está matando, seguramente porque me diste un cabezazo. —Suelta un gemido—. Es como teneruna resaca de campeonato.

—Pero sin la diversión de la noche anterior —añade Cupido, sonriendo.Ella le lanza una mirada ambigua y luego suspira intensamente.—Sí.Cupido se ríe.—Es una mierda, pero no es raro tras la transformación. —Inclina la cabeza hacia el teléfono

que está sobre las piernas de Charlie y entorna los ojos. Todo el buen humor se evapora de suexpresión—. ¿Han contactado contigo?

Nos indica que nos acerquemos para enseñarnos un mensaje de un número desconocido.—Vaya, qué... interesante —dice Cupido.Se me retuerce el estómago cuando lo leo. Es de las flechas.

Vigila al alma gemela. Nos la llevaremos pronto. Estatepreparada.

Media hora después nos reunimos alrededor de la barra de la cocina. Charlie y yo nossentamos en los taburetes, Cal está de pie, y Cupido inclinado sobre la encimera, comiendo untazón de cereales junto al microondas de alta tecnología.

Estamos todos mirando el teléfono de Charlie, en el centro de la isla de granito.—Pregúntales si Crystal está bien —ordena Cal.Va vestido demasiado casual para él, con un pantalón de chándal negro y una camiseta blanca

que le queda un poco grande. Me pregunto si se lo ha cogido prestado a su hermano.Charlie lo mira con recelo, luego teclea un mensaje. Por lo general, parece que ha vuelto a ser

ella misma, aunque se ha colocado bastante lejos de mí. Unos instantes después, su teléfono vibracon la respuesta.

No ha hablado. Puede que nos lleve tiempo. Estate preparada.

Cupido parece aliviado; Cal, apenado. Comprendo ambas reacciones: las flechas no sabentodavía dónde está la Finis, lo que es bueno, pero eso quiere decir que están torturando a Crystal.

Le doy un sorbo nervioso al café que me dio Cal en cuanto entré en la cocina.—Dijeron que los ibas a ayudar a atrapar a Lila —dice Cupido—. Pregúntales cuáles son sus

planes para ella.Charlie escribe otro mensaje y un par de minutos después, su teléfono vuelve a vibrar.

Sabemos que formas parte del comité de organización defiestas. Necesitamos acceder al baile de Forever Falls el viernesy que te asegures de que ella vaya.

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—Diles que se la vas a llevar ahora —dice Cupido—, pero solo si te dicen cuántos son,cuántas armas tienen y si te dan primero su dirección.

Cal y yo lo miramos.—Pero de una forma más sutil —apunta Cupido—, evidentemente.Ella teclea el mensaje y esperamos. Pasan más de cinco minutos hasta que recibimos una

respuesta.

Es demasiado arriesgado. Cupido estará vigilándola. Llévala albaile. Estaremos en contacto.

—Interesante. Está claro que quieren aprovechar la distracción del baile —dice Cupido—.Nos da tiempo para planificar, al menos. —Deja el tazón de cereales en el fregadero y se quedadurante un momento mirando al jardín, pensativo. La luz de la mañana que entra por la ventana letiñe el pelo de dorado—. Con tanta gente en un mismo sitio, les resultará fácil coger a Lila sin quenadie se dé cuenta.

—¿Sí? Eso ya lo veremos. —Le doy un sorbo al café—. Pero no lo entiendo. ¿Por qué no lepiden a Charlie que me mate ya?

Mi amiga de pronto parece muy interesada en el fondo de su taza.—Creen que la Finis está a su alcance —dice Cal lentamente—. Supongo que querrán tenerte

de rehén para que Cupido vaya hasta ellos por voluntad propia; sería más fácil matarte, pero aquien en realidad quieren es a él. Todo este calvario les ha dado la excusa perfecta paraperseguirlo, lo que supone que, a no ser que consigamos la Finis, no va a ser fácil negociar conellos.

Frunzo el ceño mirando a Cal.—¿Tenerme como rehén? Qué estupidez...—Para nada —me contradice Cupido—. Si te cogen, yo iré a por ti. Siempre iré a buscarte.Sus ojos suplican que los mire, pero aparto la mirada. No puedo dejar que me arrastre.—Y ¿qué pasa con el juramento irrompible sobre la Estigia? —les recuerdo—. Les decimos

que Cupido se irá del pueblo una vez que tenga la flecha y que no volverá. —El corazón me pesacada vez más a medida que pronuncio estas palabras.

Cal se aprieta el puente de la nariz.—Creo que han demostrado que ya no van a aceptar eso —dice.—Mi hermano tiene razón —admite Cupido—. Llevan mucho tiempo odiándome. Nuestras...

políticas son opuestas, por así decirlo. Y no es fácil razonar con ellos. En especial cuando tienenla voz cantante. Y ahora la tienen. —Se encoge de hombros—. Han apresado a Crystal, piensanque Charlie todavía está bajo los efectos de la flecha de cupido y tienen un plan. Debemosconseguir la Finis antes que ellos.

Cal se vuelve bruscamente hacia su hermano.—Y tú tienes que largarte de aquí cuando la encontremos.

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—Por supuesto —dice Cupido con una sonrisa forzada.—¿Cómo vamos a encontrar la Finis si las flechas han capturado a la única persona que sabe

dónde está? —pregunto.—Todo se pondrá en marcha en el baile, ¿no? Y necesitan que yo vaya, ¿verdad? —interviene

Charlie—. Tengo una idea.Cuando termina de contárnosla, Cupido sale de la cocina. Deja una flecha con la punta rosa

sobre la barra.—Tenemos que asegurarnos de que no nos mientes, Charlie —dice Cupido.Ella se queda en silencio durante un par de minutos y luego asiente despacio.—Está bien.Coge la flecha y se pincha con cuidado la yema de un dedo. Respira hondo mientras la Capax

se convierte en cenizas en sus manos.—¿Vas a traicionar a Lila? —pregunta Cupido.—No. ¿Vas a irte del pueblo si conseguimos la Finis? —contraataca ella.Cupido la mira con cautela y asiente.Ella se vuelve hacia mí.—Me dispararon con dos flechas, intentaron convertirme en una asesina y se llevaron a mi

amiga. No te voy a traicionar, Lila. Vamos a por ellos. Debemos rescatar a Crystal.

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Después de desayunar, Cal coge uno de los coches de Cupido para dejarnos a Charlie y a mí en laplaza de Forever Falls. Va a volver a ir al Elysium, donde espera encontrar a Carter, el cupidoadicto a la música, por si él supiera algo más sobre la Finis. Como quiere que parezca que está enuna misión oficial, se ha vuelto a poner el traje de chaqueta de agente de la Oficina del Amor. Elblanco resalta sus ojeras oscuras.

Casi no espera a que cerremos la puerta del coche para salir disparado de la plaza del puebloen dirección a la carretera de Los Ángeles.

—Hasta luego, Cal —murmuro a la nube de polvo.Charlie medio sonríe mientras nos dirigimos hacia la tienda de segunda mano que hay en una de

las aceras de la calle. Como el plan de mi amiga incluye que ambas vayamos al baile, hemosdecidido comprarnos algo que ponernos. Cuando estamos ojeando la ropa, le hago por fin lapregunta que llevo deseando hacerle desde que la convirtieron en cupido.

—Cuando intentaste matarme —comienzo—, fue porque decías que yo era peligrosa. Dijisteque Cupido y yo no podíamos ser pareja. ¿Por qué?

—Lo tengo un poco borroso todo, pero me dijeron que era una infracción de la política de laempresa y que volvería la fundadora. —Se encoge de hombros—. Me parecía algo muyimportante en aquel momento.

—¿Quién es la fundadora?Ella niega con la cabeza.—No lo sé. No obstante, ayer estaba convencida de que su vuelta era algo muy malo. —Me

mira directamente—. El tío este, Cupido, te gusta, ¿verdad?—No —digo demasiado rápido.Ella levanta una ceja.—Claro que no. —Sus labios dibujan una sonrisa antes de volver a ponerse seria—. Pero

ándate con cuidado, Lila. Tengo un mal presentimiento y no lo puedo ignorar. No sé, puede que seasimplemente culpa del veneno de la flecha, pero percibo peligro. Va a pasar algo.

Charlie tiene razón sobre Cupido, pero hay algo en él muy excitante y fascinante. Es unmisterio, un rompecabezas que tengo que resolver. Con James, por el contrario, siempre he sabidocómo unir las piezas, incluso aunque nunca parecieran encajar del todo.

Como si me leyera la mente, Charlie saca un vestido y empieza a parecer un poco avergonzada.—¿Has hablado con James?

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Niega con la cabeza.—Tengo que romper con él, pero me da miedo. Si te soy sincera, creo que una parte de mí lleva

ya un tiempo queriendo dejarlo.Ella asiente con seriedad.—Ya lo sé.—¿Qué? ¿Y eso te da vía libre para besarlo y...?—No. Claro que no —responde ella rápidamente—. Me refiero a que... Bueno, nunca me ha

parecido que estuvieras involucrada del todo en la relación. Ni que fueras feliz del todo. Solo eso.Su voz suena ligeramente dolida y, por primera vez, pienso que, si Charlie y James son almas

gemelas, al igual que Cupido y yo, no ha debido de ser nada fácil para ella asistir a nuestrarelación. Casi no conozco a Cupido y, aun así, el mero pensamiento de verlo con otra persona memolesta más de lo que me gustaría admitir.

Suspiro.—Puede que tengas razón. ¿Has hablado tú con James?—¿Antes o después de que me convirtiera en Cupido e intentara matarte con una flecha? —

Esboza una pequeña sonrisa—. No. Y no te preocupes, no voy a intentar salir con él ni nada.—Pero te gusta, ¿verdad? Crystal me dijo que él era tu alma gemela, igual que Cupido

supuestamente es la mía.—Es raro, pero me siento diferente desde que me dispararon. Lo que pasó no estuvo bien. Eres

mi mejor amiga. Y te juro que no lo habría hecho si no hubiera sido por la flecha. Si pudiera darmarcha atrás, nunca habría... ¿Estamos bien? —dice, yendo directa al grano.

Miro sus ojos marrones, que desprenden una mezcla de miedo y duda. Besó a mi novio, pero yoprovoqué que la convirtieran en cupido. Ella intentó matarme, pero fui yo la que la metió en todoeste desastre.

Le sonrío.—Eso espero.Ella me sonríe, claramente aliviada. Luego me pasa un vestido negro palabra de honor.—Toma, pruébatelo —me reta divertida con la mirada—. Seguro que a Cupido le gusta.

—¿Qué tal el turno de prueba, papá? —pregunto al entrar en la cocina.Él se da la vuelta, mirando la bolsa que llevo en la mano.—Bien, cariño —responde. Me señala el salón con un brillo travieso en la mirada—. Tienes

visita.Me da un vuelco el corazón.«¿Cupido? —pienso mientras me dirijo a la parte delantera de la casa—. Seguramente no.»James está sentado nervioso en el sofá. Se vuelve para mirarme con los ojos desolados.—¿Qué haces aquí? —pregunto—. ¿No deberías estar trabajando?

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Él niega con la cabeza.—El restaurante ha cerrado un par de semanas —me explica—. Por mantenimiento, o algo así.

—Respira hondo—. Oye..., tenemos que hablar.Yo cojo aire, intentando calmar los nervios que empiezo a notar en el estómago.—Sí, así es.Paso por delante de él para sentarme en el borde del sillón de mamá.El silencio retuerce el aire. Repaso con la mirada todos los trofeos de bolos de papá que están

sobre la repisa para evitar mirar a James. No sé qué decir. Y él tampoco, evidentemente. Estámirando fijamente al suelo entre sus deportivas.

—¿Has... hablado con Charlie? —pregunta al final.—Sí —respondo—. Además, os vi.Se tapa la cara con las manos. Cuando las aparta y me mira, tiene el pelo despeinado. Su

mirada es suplicante.—Joder, Lila. Lo siento muchísimo. No sé qué me pasó.Yo sí. Fue una Capax. Pero aun así...—Sientes algo por ella —digo con firmeza.—¡No! Creo que en el ponche había alcohol o algo... Yo nunca...—Admítelo, James —lo corto.Él vacila un poco antes de suspirar profundamente.—Está bien. Es posible. Puede que hubiera algún sentimiento. Pero te elijo a ti, Lila. Te quiero

a ti.—Yo también te quiero, James —digo—. Hemos crecido juntos. Cuando te desmayaste en

infantil, estaba tan preocupada que me puse a llorar. En quinto, te di una bofetada por dibujar enmi estuche favorito. Y cuando mi madre enfermó, tú fuiste... mi apoyo. Me hacías sonreír y meayudaste a superarlo mucho más de lo que te imaginas —Me muerdo el labio—. Pero no creo queestuviéramos enamorados. Si te soy sincera..., no creo que lo hayamos estado nunca.

Él se inclina más hacia delante.—Lila, escucha...—James, por favor, déjame terminar. —Trago saliva—. Creo que éramos amigos y que, de

algún modo, terminamos juntos porque era fácil. Más que perseguir lo que queríamos de verdad. Ycuando perdí a mi madre y sentí que se me escapaba el control de todo, eso era lo que necesitaba.Un amigo. Algo que no fuera complicado, ni caótico, ni difícil.

—¿Y ahora quieres algo caótico? —me pregunta en un tono más severo—. ¿Hay otra persona?Es el Cupido ese, ¿verdad? He visto cómo te mira en el instituto.

—La vida es caos. Y ya ves. Esto se ha vuelto caótico. ¡Besaste a Charlie! —Me froto la caracon fuerza—. No quiero caos por el simple hecho de serlo. Pero no me apetece vivir mi vidaintentando evitar cualquier complicación para que no me hagan daño.

—Entonces ¿qué estás diciendo? ¿Estamos... estamos rompiendo?

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Trago saliva para bajar el nudo que tengo en la garganta.—Sí.Nos quedamos mirándonos. Noto el calor en la cara, él también está sonrojado.Luego, despacio, James asiente.—Está bien —dice—. Vale.Se levanta y yo lo imito. Nos miramos durante lo que parece ser una eternidad.—Siento lo que pasó en la fiesta —dice al final—. No debería haber besado a Charlie.—Yo también lo siento... todo.Estamos de pie, a unos metros de distancia, en el salón en el que hemos pasado tanto tiempo

juntos, pero, de algún modo, nos hemos vuelto unos extraños de pronto.—¿Crees que podremos volver a ser como antes de estar juntos? —pregunta.Ha besado a mi mejor amiga, Charlie se ha convertido en cupido y una organización

paranormal me quiere matar porque soy el alma gemela de un dios del amor desterrado.—Lo siento, James —digo suavemente—, pero no lo creo.

Los días transcurren sin apenas incidentes. Papá parece disfrutar de su nuevo trabajo, Charlie noha vuelto a intentar matarme, y James me evita.

No tengo oportunidad de hablar demasiado con Cupido, ya que Cal no para de rondarlo comouna molesta sombra y lo aleja de mí cada vez que me ve en alguno de los pasillos del instituto. Noentendía por qué se molestaban en seguir viniendo a clase, pero en una de las extrañas ocasionesen las que consigo hablar con Cupido me dice que, si los expulsan, no les permitirían ir al bailedel viernes y eso podría ocasionar algunos problemas a nuestro plan de recuperar a Crystal.

El miércoles, Cal me pide que nos reunamos en la biblioteca a la hora del almuerzo y, una vezallí, apila un montón de libros y papeles en el centro de la mesa. No consiguió encontrar a Carteren el Elysium, pero pudo chantajear a otro cupido para que robara unos documentos de labiblioteca de la Oficina del Amor. Entre ellos, informes de empleados, fotografías antiguas ylibros de armas. Los revisamos durante toda la hora, pero no conseguimos sacar nada en claro, yal día siguiente ni siquiera se molesta en pedirme ayuda: se escabulle durante el almuerzo paraexaminar los papeles amarillentos él solo.

Cuando por fin llega el viernes, el ambiente está cargado. Por la tarde, nos reunimos en elgimnasio del instituto para ayudar a Charlie y al resto del comité de planificación de fiestas apreparar el baile, con la idea de esconder clandestinamente algunas armas.

Cal me ayuda a regañadientes a pintar una pancarta, mojando la brocha en la pintura rosa ymirándola con desdén.

—¿Por qué tenéis una langosta como mascota? —refunfuña—. Forever Falls ni siquiera estácerca del mar.

—Ah, ¿eso es una langosta? —digo mirando por encima de su brazo la mancha rosa que ha

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hecho.Está visiblemente molesto.—Bueno, todavía no está terminada.—¿Qué problema tienes con Tenacitas? —digo, haciendo una mueca mientras continúo con las

letras negras.—¿Se llama Tenacitas? ¿Tenacitas? ¡¿La langosta?! —Niega con la cabeza—. Los humanos no

tenéis imaginación...Mientras sigue mascullando para sí mismo, Charlie coge un montón de altavoces y carga con

ellos sin esfuerzo por delante de un jugador del equipo de fútbol bastante musculado al que le estácostando mucho transportar solo uno. Puede que ya no quiera matarme, pero he notado algúncambio en ella desde que le clavaron la flecha: la superfuerza es el más evidente. La miromientras los deja en el suelo y cruza el gimnasio hasta donde está Cupido, seguramente pararegañarlo por estar jugando con el teléfono en lugar de ayudando con las decoraciones.

—Hablando de no humanos... ¿Qué va a ser de Charlie? —le pregunto a Cal.Se pasa una mano llena de pintura por el pelo.—La persona afectada puede tardar un tiempo en comprender el peso de la transformación.

Normalmente, un agente la habría llevado a la Oficina del Amor a estas alturas para entrenarlacomo es debido. Pero, evidentemente, ni Cupido ni yo podemos hacer eso ahora.

Frunzo el ceño y miro a Charlie preocupada.—¿Y no puede hacerlo otra persona? ¿El tipo que te consiguió los papeles, por ejemplo?—Ahora mismo ella es nuestra única oportunidad para recuperar a Crystal. Y para deshacernos

de mi hermano, que no se nos olvide. —Su expresión se endurece—. Tienes que tener máscuidado con él. No es bueno para ti, Lila.

Algo cambia en sus rasgos cuando me mira. Nos quedamos los dos un momento en silencio.Tras su exterior rígido percibo la misma soledad que tras la imprudencia de Cupido.

De pronto, se levanta de un salto.—Voy a esconder algunas armas. Asegúrate de que nadie me ve.Lo miro atravesar el suelo gris; luego derivo mi atención al resto de la estancia. Hay un par de

chicas de mi clase colgando una pancarta, Charlie está dándole órdenes al encargado de las luces,y una chica de segundo, Jane, está enchufando los altavoces. Nadie presta atención a Cal.

Cupido me ve sentada sola y se acerca. Cuando llega a mi lado, me pone un paquete en lamano.

—Globos —dice con muy poco entusiasmo—. Charlie dice que tenemos que inflarlos.Se sienta en el suelo a mi lado y nos ponemos a trabajar. Al rato, nos reímos, retamos nuestras

capacidades insuflatorias y, en general, nos lo pasamos bastante mejor de lo que esperaba. Unavez o dos, pillo a Cal observándonos con desaprobación desde el otro lado del gimnasio, peronunca soy capaz de mirarlo a los ojos.

Cuando suena el timbre que indica el final de la jornada, me despido de Cal y de Charlie con la

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mano, que se encuentran enfrascados en una acalorada discusión sobre el evento de esta noche. Noparecen querer mi opinión y yo tengo ganas de irme a casa y prepararme. Cuando voy por la mitaddel pasillo, oigo unos pasos detrás de mí.

—¿Lila?Me vuelvo y veo a Cupido a unos centímetros. Se me corta la respiración.—¿Sí? —pregunto mirándolo a la cara.Él hace una pausa, parece un poco avergonzado.—Puede que esta pregunta sea un poco rara después de todo lo que está pasando, pero... —

sonríe travieso— ¿quieres ir al baile conmigo?

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Durante unos segundos, me quedo tan sorprendida por la pregunta que no puedo contestar. Teneruna cita para ir al baile me parece demasiado trivial cuando hay un montón de cupidos queintentan matarnos.

—Tenemos permitido divertirnos un poco, aunque nos estén persiguiendo —dice Cupido—.Quiero decir... ¿qué más podría salir mal?

Suelto un gruñido y le doy un puñetazo de broma en el bíceps.—No digas eso. ¿Quieres tentar al destino?Él se ríe y luego coloca suavemente sus manos en mis brazos, impidiendo que me mueva. Sus

ojos perforan los míos y, mientras lo hacen, se le borra la sonrisa de la cara.—Venga, ven al baile conmigo.Todas y cada una de las partes de mi ser se mueren por decir que sí, pero todo el mundo parece

tener muy claro que no es muy buena idea que yo pase tiempo con Cupido. ¿Qué pasa con lasflechas? ¿Y con el plan? ¿Y con lo que me ha dicho Cal sobre que Cupido es peligroso?

—Si todo sale según lo planeado, pronto tendremos la Finis y me iré del pueblo —dice—.Nuestro destino es estar juntos, Lila. Al menos deberíamos bailar una vez antes de que todo acabe.

Me acaricia con delicadeza el brazo con el dedo pulgar, enviando un cosquilleo por toda lasuperficie de mi piel. Lo miro y me bebo sus rasgos.

Me pregunto cómo sería sentir su pelo entre mis dedos, a qué sabrán sus labios...«Ya está bien, Lila.»—Pensaba que no creías en las almas gemelas —digo.Él me levanta la barbilla con el dedo y no me queda más remedio que mirar sus ojos azules

como el mar.—También dije que empezaba a hacerlo.Respiro hondo y me aparto de él. Necesito pensar, recomponerme. Pero luego él menea las

cejas y se me levanta involuntariamente la comisura de los labios.—Está bien. Iré contigo —termino aceptando—. Pero con una condición.Él sonríe.—Lo que tú quieras.—No entiendo por qué es tan malo que la Oficina del Amor cambie de gestión. ¿Quién es la

fundadora?Me doy cuenta de que lo he pillado por sorpresa porque se balancea hacia atrás. Es casi

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imperceptible, pero lo noto.—Si vas al baile conmigo, te lo diré cuando acabe —responde—. Te lo contaré todo.—Prefiero que lo hagas ahora.Él niega con la cabeza.—No puedo. Necesito más tiempo.Frunzo el ceño.—¿Qué quieres decir?—Ven al baile conmigo esta noche —insiste—, y mañana te revelaré todo lo que quieras saber.

Todo. Te lo prometo. ¿Trato hecho?Alarga la mano para que le dé un apretón. Tengo un presentimiento bastante fuerte de que, sea

lo que sea lo que tiene que decirme, lo cambiará todo. Tendría que insistir para que me lo contaraahora. Debería decirle que no voy a seguir jugando a estos estúpidos juegos de cupidos.

Pero creo que no estoy lista para que todo cambie. Todavía no.«Al menos deberíamos bailar una vez antes de que todo acabe.»—Está bien. Trato hecho —digo mientras sus dedos atrapan los míos—. Pero mañana quiero

respuestas.

Por la tarde, me miro en el espejo de mi habitación. Tengo puesto el vestido negro palabra dehonor que Charlie eligió y, como me he recogido el pelo, las clavículas y los hombros quedan aldescubierto. No suelo vestirme así y me siento muy vulnerable sin mis vaqueros y mis Converse.

Debería estar más preocupada por lo que puedan haber planeado las flechas, pero no puedodejar de pensar en Cupido. Son las siete menos diez, pasará a recogerme en cualquier momento.

Llaman al timbre.—¡Ya voy yo! —grito.Miro una última vez al espejo y bajo la escalera.El Cupido que me espera cuando abro la puerta es diferente a cualquier versión que haya visto

antes. Lleva un traje de chaqueta de color azul oscuro, una corbata azul claro y una camisa blanca.La tenue luz del porche hace que su pelo rubio oscuro parezca un poco más claro por algunaszonas, y tiene un brazo detrás de la espalda.

—Lila —dice con calma y comiéndome con los ojos—. Estás... Buf. Estás preciosa.Doy una vuelta, un poco incómoda.—Gracias.—¿Nerviosa? —Sonríe con malicia—. Por las flechas, digo.Me quedo mirándolo.—Pues teniendo en cuenta que planean raptarme esta noche, un poco, sí.Se pone un poco tenso él también.—Esto... Te he traído una cosa —dice. Saca el brazo de detrás de la espalda y me da un

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ramillete de flores. Cuando lo cojo con cuidado, se rasca la nuca—. No tienes que ponértelo... sino te gusta.

Me lo coloco en la muñeca.—Me encanta. Gracias.Su cara se ilumina con una sonrisa de oreja a oreja.—Menos mal. Nunca he ido a un baile de instituto. Me he hecho un maratón de Prom Queens

esta tarde para asegurarme de que lo estaba haciendo bien.Me río.—Estoy segura de que a Cal le habría parecido tiempo muy bien invertido...—¿Quién es este? —pregunta mi padre, que aparece detrás de mí y me coloca una mano en el

hombro.Gruño para mis adentros. No quería que se conocieran.Cupido extiende la mano.—Encantado de conocerlo, señor —saluda—. Soy Cupido.Papá se queda callado durante un momento. ¿No podía tener un nombre más normal? Me pongo

a temblar esperando la sentencia. Mi padre hace un leve chasquido con la boca y le da un apretónde manos.

—Un bromista, ¿eh? La verdad es que nos vendría bien un cupido por aquí. —Me mira conhumor y me da un beso en la frente—. Pásalo bien, cariño.

Yo sonrío aliviada.—Gracias, papá.Cupido coloca el brazo en jarra para que me agarre.—Bueno —dice—, ¿nos vamos?Miro vacilante mi brazo entrelazado con el suyo. A pesar del ambiente fresco, él es cálido.

Cuando llegamos al coche, aparcado al final del camino, me abre la puerta del pasajero. Le digoadiós a mi padre con la mano mientras Cupido se dirige hacia el otro lado.

Unos instantes después estamos en la carretera. Ninguno de los dos habla al principio, y nopuedo evitar sentirme un poco rara.

—Están todas las armas escondidas, ¿verdad? —pregunto tras unos minutos de silencio—. Y¿todo el mundo sabe lo que tiene que hacer? ¿Charlie sigue comprometida con el plan?

Cupido se vuelve para mirarme.—No te preocupes —me tranquiliza—. No debería ser demasiado complicado. Charlie solo ha

añadido a la lista de invitados tres de los cuatro nombres que le dijeron. Les ha pedido quelleguen a horas diferentes para no levantar sospechas. Y una de las flechas no podrá entrar. Encuanto oigamos que hay problemas en la puerta, saldré, lo cogeré y lo llevaré a mi casa. Un ratitocon la Ardor y me dirá dónde tienen a Crystal. Luego, Charlie, que estará entreteniendo al resto delas flechas con su maravillosa capacidad de hablar de cosas sin sentido, nos ayudará a organizarel intercambio de rehenes.

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Tengo un nudo en el estómago. Me da la sensación de que mi amiga es la que lo estáarriesgando todo, y no me parece justo.

—Ellos creen que está de su lado —continúa Cupido al ver la preocupación en mi cara—. Noestá en peligro.

—¿Yo puedo hacer algo?Él niega con la cabeza.—Por mucho que me duela, y por muy aburrida que te haga la última parte de la tarde, lo mejor

es que te quedes con mi hermano. Las flechas quieren al menos a uno de nosotros; es mejor que nose lo pongamos demasiado fácil. No te preocupes, disfrutaremos del baile hasta que lleguen —añade, como si mi mayor preocupación fuera pasar gran parte de la noche con Cal—. Él temantendrá a salvo mientras yo no esté, y volveré para el último baile. Te lo prometo.

Me mira con una sonrisa triunfante en la cara.—Bueno —digo un poco borde—, está bien, supongo. Siempre y cuando vuelvas para el último

baile.Él me mira con intensidad.—Me enfrentaría a la legión romana si fuera necesario para poder bailar contigo.Noto cómo se me calientan las mejillas y miro para otro lado. Con el rabillo del ojo veo a

Cupido sonreír mientras vuelve a centrarse en la carretera.—Más les vale a las flechas no intentar impedírmelo —sentencia.

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Diez minutos más tarde entramos en el gimnasio.El espacio ha pasado de su habitual color gris a una sorprendente mezcla de rosas chillones.

Hay lucecitas blancas colgadas por la cabina del DJ, en la esquina, y una gran pancarta en la quepone «¡Bienvenidos de nuevo a Forever Falls!» cubre la pared —en defensa de Cal diré que, alfinal, su langosta quedó sorprendentemente bien—. Los globos rosas, negros y blancos que Cupidoy yo inflamos esta tarde están colgados por toda la sala, formando ramas, y una luz parpadeanterosa fucsia ilumina a los cientos de estudiantes que ya han llegado.

Vemos enseguida a Cal sentado solo en uno de los bancos. También parece diferente: másmayor, con un traje de chaqueta gris oscuro y una camisa negra que hace que su pelo rubio parezcaincluso más claro de lo normal. También lo lleva algo distinto, se lo ha peinado hacia atrás.

—Charlie está ahí —dice señalando el otro lado del gimnasio.Me vuelvo y veo a mi amiga bailando. Lleva un vestido de vuelo color magenta.Cupido levanta una ceja.—Cuando te dije que la vigilaras, no me refería a que te sentaras en un banco y te quedaras

mirándola como un perturbado. ¡Sal a bailar! Diviértete, para variar un poco.Cal hace una mueca y le da un sorbo al ponche que debe de haber cogido de la mesa de las

bebidas.—Me parece que tú ya lo estás pasando bien por los dos. —Hace una pausa y luego me mira

—. Estás muy guapa, Lila —dice muy formal.—Gracias —respondo sorprendida por el piropo—. Tú tampoco estás nada mal.—Sí. Bueno.Vuelve a mirar a la pista de baile y yo miro a Cupido, que se encoge de hombros.—Venga —me dice—, vamos a bailar.Estoy a punto de acompañarlo cuando noto unos ojos sobre mí. James, con un traje de chaqueta

negro, nos está mirando con una expresión amarga desde el otro lado del gimnasio. Miro haciaotro lado y cojo a Cupido de la mano mientras me guía entre la multitud. Ya tenemos dramasuficiente esta noche, no hay necesidad de meter a nadie más.

Cupido sonríe.—Creo que alguien está celoso —me susurra al oído.—Pues que no hubiese besado a mi mejor amiga.Cupido tiene los ojos brillantes.

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—A mí no me ha importado.Cuando llegamos hasta Charlie, ella saca su teléfono del bolso y lo mira. La agarro por el

brazo, sonriendo, pero cuando se vuelve hacia mí, tiene los ojos completamente abiertos.—Las flechas ya están dentro —dice—. Han disparado al señor Butler con una Capax y se han

colado mientras él coqueteaba con la señorita Green. ¡Sabía que se gustaban! —Se fija en nuestrascaras—. Pero eso ahora mismo no importa en absoluto... Me han pedido que te lleve con ellos,Lila. Están preparando una distracción para que pueda escabullirme de Cupido.

—¿Una distracción? —dice él—. Eso no suena nada bien.—¿Están en el gimnasio? —Nerviosa, hago un repaso de todos los presentes—. ¿Qué vamos

a...?Antes de que pueda terminar la frase, unos gritos repentinos estallan al borde de la pista de

baile. El sonido de las flechas volando por la sala me retumba en los oídos. Los estudiantescomienzan a chocar entre ellos, conscientes de que pasa algo, aunque ni siquiera pueden ver lasCapax. Cuando los que están al frente del grupo se dan cuenta de que en la puerta que lleva alcampo de fútbol hay una barricada, el pánico aumenta. Cal corre hacia nosotros entre la multitud.Mira a su hermano.

—Cal —grita Cupido—, cuida de Lila. Charlie, diles que ya vas y sígueme. Tenemos quesacarlos del gimnasio.

Cuando me mira, parece que quiere decirme algo.—No te preocupes por mí —digo con seguridad—. Ten cuidado.Él asiente y sale de la pista de baile a empujones para dirigirse hacia la fuente del caos. Busco

la mano de Charlie y la aprieto. Ella asiente. Luego se da la vuelta y sigue a Cupido hacia lasalida del gimnasio.

Cal me coge del brazo.—Tenemos que salir de aquí.Empezamos a movernos. Cal va justo delante de mí. No paran de empujarme y no consigo ver

bien adónde voy. Luego oigo el sonido de una flecha y noto un intenso dolor en el hombro.Me detengo. Siento una extraña euforia cuando miro hacia abajo con los ojos momentáneamente

borrosos. Hay una flecha saliendo de mi cuerpo.«¿Y esto?»La agarro y tiro de ella para sacarla, después veo cómo se convierte en cenizas entre mis

dedos.—¡Lila! —Cal me coge entre sus brazos cuando me desplomo.Cuando abro los ojos, la cara de Cal está muy cerca de la mía. A nuestro alrededor, la gente

vuelve a la pista de baile mientras empiezan a sonar Daft Punk por los altavoces. Las luces rosassiguen parpadeando al ritmo de la música. Parpadeo un par de veces, intentando averiguar quéestá pasando.

—¿Lila? —dice Cal con delicadeza—. Lila, ¿estás bien?

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—Eh...De pronto me fijo en el brazo de Cal, que me agarra por la espalda. Pese a su estructura

delgada, puedo sentir la fuerza que irradian sus músculos. Cuando lo miro con curiosidad, melevanta rápidamente y me pone de pie.

—¿Estás bien? —pregunta de nuevo, dando un paso atrás.—Sí —digo rascándome la cabeza—. Sí, estoy bien. ¿Qué ha pasado? ¿Me he desmayado?

¿Dónde está Cupido? ¿Y Charlie?—Han ido a por las flechas —dice Cal, despacio—. Sé que no te acuerdas, pero te han

clavado una Capax, Lila.Me quedo mirándolo, confusa.—No, qué va. Yo puedo ver las flechas.Cal asiente lentamente.—Sí, puedes verlas —dice—, pero sigues siendo humana. Recuerda lo que te dije: siempre

olvidáis que se os ha clavado una flecha.Frunzo el ceño, poco convencida.«¿Una Capax? Pero si me encuentro bien.»A nuestro alrededor, la luz rosa chillón se suaviza conforme empieza a sonar Can’t Help

Falling in Love de Elvis Presley. Penetra en mi mente, suave, como un sueño, y noto cómoaparece una sonrisa en mi cara.

—A mi madre le encantaba esta canción —recuerdo—. Fue el primer baile de mis padres en suboda.

Cal se golpea ansioso la pierna y no para de mirar con nerviosismo por todo el gimnasiomientras la gente se empareja para bailar. Hay algo diferente en él. Parece, de alguna manera, másbrillante.

Se aparta un poco cuando me acerco.—Baila conmigo —le pido.Parece muy sorprendido.—Eh..., Lila, creo que deberíamos salir de aquí. Escondernos en algún sitio y esperar a que

Cupido y Charlie vuelvan.Yo niego con la cabeza.—Ahora estamos aquí. Parece que las flechas ya se han ido, y Cupido sabe dónde

encontrarnos.Doy otro paso hacia él. No retrocede, pero, por su expresión, sé que está incómodo.—Lila, esto no es una buena idea, de verdad. Estás confusa. Es la Capax.Lo miro a los ojos.—Es solo un baile.Le ofrezco la palma de la mano. Después de unos segundos mirándola sin parpadear, pone la

suya sobre la mía. Nuestros dedos se tocan brevemente, y entonces la aparta rápido, como si mi

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piel le quemara.Lo miro y le coloco la otra mano en la nuca. Noto cómo su respiración se acelera a medida que

me coloca una mano alrededor de la cintura. Yo acerco mi cuerpo al suyo y lo miro a los ojos.Empezamos a mecernos al ritmo de la música.

—Cuando estuvimos en la Oficina del Amor, me enseñaste una taza —digo—. Tenía unainscripción: «El mejor novio del mundo». ¿Estuviste enamorado?

Él duda, pero luego asiente.—¿Qué pasó?Retrocede un poco, aparentemente sin saber qué decir.—Lila, de verdad, no creo que...—Cuéntamelo.Cal suspira y se relaja, acercando la boca a mi oreja.—Fue hace mucho tiempo. Sentía algo por una humana. No estaba permitido. La fundadora

todavía estaba al mando y se propuso castigarnos. La única forma de salvarla era convertirla encupido —dice con amargura—. Y eso fue lo que hice.

Noto los músculos tensos de su hombro bajo mis dedos.—Después de eso, ella ya no me quería, no como antes. Rompimos y volví a la Oficina del

Amor. Ella se unió a la sucursal de Londres. —Aparta la mirada como si estuviera avergonzado.Le brillan los ojos—. Solía mandarme regalos en el aniversario de la fecha en la que la convertí.La taza fue uno de ellos.

Le agarro la cara con suavidad y la enderezo para que vuelva a mirarme.—¿La sigues queriendo?Él niega con la cabeza.—Ya no. No como entonces.Nos miramos a los ojos unos instantes. Me sentiría muy incómoda por estar tan cerca de

cualquier otra persona, pero, por algún motivo, con Cal estoy a gusto.—Lila, esto no está bien. No deberíamos... Te han clavado una Capax.Me acerco más y le toco ligeramente un lado de la cara. Él se inclina hacia mí, su frente casi

pegada a la mía. Y, de pronto, se aparta. Mira por encima de mi hombro, aterrado.Me vuelvo.«Cupido.»Se ha quitado la chaqueta y lleva la camisa remangada. Tiene el pelo ligeramente despeinado y

el ojo izquierdo morado, como si se hubiera peleado. En cuanto lo miro, siento la necesidad deestar cerca de él, de recorrer los músculos de su espalda con mis dedos, de saborear sus besos, desentir sus labios contra los míos.

—Cupido.El fuego me consume, y mi piel se ilumina con él. El corazón me late tan fuerte contra la caja

torácica que parece que está intentando salir de mi pecho para meterse en el suyo. Él me mira.

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Luego, a su hermano.—Le han clavado una Capax —explica Cal.Doy un paso hacia Cupido con la mirada fija en su cara. Nunca había querido nada tanto como

anhelo que me bese ahora.Algo se esconde tras su expresión solemne. Luego, traga saliva y fuerza una sonrisa.—Ven, bichito —dice, colocando la mano firme en mi espalda—. Voy a llevarte a casa. Tienes

que dormir la mona. —Le lanza a su hermano una mirada muy poco amistosa—. He acabado conalgunas de las flechas, pero podría haber más. Tenemos que volver. Ha habido un cambio deplanes y no creo que os vaya a gustar a ninguno de los dos.

—¿Dónde está Charlie? —pregunto de pronto, aunque ahora mismo los pensamientos sobre miamiga están en una parte muy remota de mi cerebro.

Cuando Cupido me toca, parece que la piel me arde.—Ese es el cambio de planes. Te lo cuento todo en el coche.Me conduce entre la multitud y me saca del gimnasio. Cal nos sigue con la mirada clavada en el

suelo.

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Me despierto en mitad de la noche y me doy cuenta de que estoy en una cama enorme con dosel.Las sábanas tienen un tacto sedoso. Está oscuro, pero la ventana del otro lado de la habitacióndeja entrar la luz de la luna llena. Ilumina una pila de libros en la mesita de noche.

«Estoy en la cama de Cupido.»Hago un esfuerzo para recordar los eventos de las últimas horas: las flechas, la atracción tan

intensa que sentí hacia Cupido y cómo me metió en la cama para que durmiera hasta que se mepasaran los efectos de la Capax. Me tapo la cara con las manos de la vergüenza.

«Madre mía. ¿Bailé con Cal?»Luego se me corta la respiración al recordar lo que le ha pasado a Charlie. Como las cosas no

salieron según lo establecido, Cupido dijo que había que improvisar. Fingieron una pelea entreellos hasta que las flechas se dieron cuenta de que habían perdido la oportunidad de cogerme y lainvitaron a irse con ellos.

Y ella aceptó.No me puedo creer que Cupido no la detuviera. Dijo que podemos rastrear el GPS de su

teléfono y eso será lo que nos lleve hasta Charlie y Crystal. Pero no me gusta nada que esté en unasituación tan peligrosa.

Me levanto de la cama. Necesito saber si la han encontrado ya. Necesito saber que mi amigaestá a salvo. Compruebo rápidamente mi teléfono para ver si me ha enviado algún mensaje y medirijo hasta la puerta. Sigo con el vestido puesto y tengo el pelo suelto sobre los hombros.Menudas pintas debo de tener.

Desde la puerta oigo unas voces que vienen de abajo. Recorro el pasillo y llego hasta lasescaleras.

—He vuelto a leer el testimonio de Crystal en Los relatos de la Finis —oigo decir a Cal—. Laflecha puede matar a cualquiera que comparta sangre con Cupido. Eso es lo que dice.

Se oye ruido de papeles cuando supongo que Cal suelta los documentos encima de la barra.—¿Adónde quieres llegar, hermano? —pregunta Cupido.—No soy yo el único que comparte sangre contigo. Hay alguien más. Si estás haciendo lo que

yo creo...—Y ¿qué es lo que crees?Hay una pausa.—¡Consumar el emparejamiento! —dice Cal bajando la voz hasta un susurro enfadado—.

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Quieres que vuelva la fundadora. Y encontrar la Finis. No para protegerte, sino para matar...—Y ¿qué pasa si es verdad? —suelta Cupido—. ¿No sería lo mejor? Dejaríamos de vivir con

miedo. Amena y tú podríais volver a estar juntos.—Ya no siento lo mismo por ella —zanja Cal.Otra pausa.—La verdad es que después del baile, sí que parece que has pasado página —responde

Cupido. Noto celos en su tono.Cal no dice nada durante un instante.—No deberías poner en riesgo tantas vidas —susurra.Creo que oigo pasos que se acercan, así que vuelvo a recorrer el pasillo en sentido contrario.—Y especialmente no deberías poner en riesgo la vida de Lila —dice la voz cada vez más

lejana de Cal mientras vuelvo a entrar en la habitación.El corazón me late con fuerza. No creo que pueda seguir confiando en Cupido.«¿Qué está pasando?»Quiero salir de aquí, pero no puedo irme mientras Charlie siga en peligro. Cuando oigo los

pasos por el recibidor, corro a la cama y vuelvo a meterme dentro.Se oye un golpecito en la puerta de la habitación y se me tensa el cuerpo. No quiero que

ninguno de los dos hermanos sepa que los he oído. Y menos Cupido. Todavía no. Al menos hastaque sepa lo que tengo que hacer.

Otro golpecito.—¿Lila?Respiro profundamente y me siento. Me muevo hacia atrás para apoyar la espalda en el

cabecero y me tapo con las sábanas hasta la barbilla.—¿Sí?Cupido abre la puerta. Se ha quitado el traje de chaqueta y ahora lleva unos pantalones de

chándal grises y una camiseta blanca. Se acerca a la cama y se sienta en el borde, colocando unmontón de ropa doblada a mi lado.

Parece tener la respiración acelerada. Puede que la discusión con Cal le haya afectado.—¿Has podido localizar a Charlie? —pregunto con la voz más uniforme que puedo poner.—Hay interferencias con la señal —explica—, pero nos enviará un mensaje cuando pueda.

Estará bien, no te preocupes. Creen que está de su lado.Se me parte el corazón. Quiero encontrarla. Quiero que vuelva.Cupido se queda un momento en silencio.—Quería comprobar cómo estabas —dice.—Estoy bien.Me mira con curiosidad.—¿Estás segura? —Fuerzo una sonrisa y él me señala el montón de ropa—. Te he traído una

camiseta y unos pantalones cortos. He pensado que estarías más cómoda.

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Vuelvo a asentir. Por un momento, parece que me está estudiando.—Sé que estás preocupada por tu amiga, pero no le pasará nada. La sacaremos de allí antes de

que te des cuenta. Y a Crystal también. Confía en mí.Fuerzo otra sonrisa. Empiezan a dolerme las mejillas.—Bailaste con mi hermano —dice tras un silencio incómodo. Su voz parece algo tensa y, antes

de que pueda responderle, se levanta—. Fue la Capax, nada más —asegura.Luego se va rápidamente hacia la puerta.—¿Cupido?Mira hacia atrás por encima del hombro.—¿Quién es la fundadora de la Oficina del Amor?Me mira con sospecha. Igual sí se ha dado cuenta de que he escuchado la conversación con

Cal.—Hicimos un trato, Cupido.Asiente resignado.—Por la mañana —dice—. Iremos al Love Shack a primera hora y te lo contaré todo. —

Sonríe, pero no me mira—. Duerme un poco.

Cuando bajo, varias horas después, Cal está sentado a la barra con una taza de café en la mano ymirando ausente a la nada. Parece no haber dormido en toda la noche. Tiene Los relatos de laFinis enfrente. Da un salto en cuanto entro.

—Hola, Cal.El ambiente entre nosotros está tenso. Sé que los dos pensamos en el baile de anoche.—Lila —dice brevemente, inclinando la cabeza.—¿Alguna novedad?Él niega con un gesto.—Creemos que Charlie no tiene cobertura, dondequiera que esté. No nos queda más remedio

que tener paciencia y esperar que consiga mandarnos un mensaje hoy mismo.Vuelve a mirar los papeles sobre la mesa.—¿Qué haces?Cal se pasa la mano por el pelo, agitado.—Estoy intentando encontrar alguna pista sobre dónde escondió Crystal la Finis. Cuando la

secuestraron, dijo: «No siempre he sido recepcionista». ¿Qué significará?—¿A qué se dedicaba antes de ser recepcionista? —pregunto.Él se encoge de hombros.—Era agente —responde—. Como yo. Antes de eso, humana. Pero no me sirve de mucho.Me quedo pensando durante un momento.—¿Cuándo empezó a ser recepcionista?

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—No me acuerdo. Pero tiene que haber un registro en algún sitio. —Me mira. Tiene los ojos unpoco más brillantes—. Oye, ¡puede que eso sí que ayude!

Esbozo una pequeña sonrisa.—El tono de sorpresa resulta un poco insultante —digo mientras me acerco a la puerta—. Me

voy a ir a casa andando. Quiero cambiarme y hablar con mi padre antes de ir al Love Shack.—¿Vestida así? —pregunta—. ¿No le resultará un poco sospechoso?Miro mi combinación de camiseta blanca enorme, pantalones holgados y tacones.Él suspira y se levanta.—Venga, que te llevo.Lo sigo hasta el Lamborghini. Durante el trayecto, la situación vuelve a ser un poco incómoda.

Mi mente no para de recordarme nuestros dedos entrelazados, nuestras frentes una contra la otra.El corazón se me acelera e intento distraerme mirando por la ventana.

—Has quedado luego con Cupido, ¿no? —me pregunta de pronto.Asiento.—¿Te va a dar algunas respuestas?Vuelvo a asentir. Cal suspira con fuerza y detiene el coche en la puerta de mi casa. Parece que

lleve el peso del mundo sobre los hombros.—No voy a intentar detenerlo —asegura—. Divulgar secretos a humanos va en contra de las

normas de nuestra organización, pero nada tiene una consecuencia peor que el que os emparejéis.Creo que ya va siendo hora de que sepas la verdad.

Me imagino que la conversación que tuvo anoche con Cupido le ha hecho cambiar de opinión.Salgo del coche y me vuelvo. Lo miro con seriedad.

—Sí, yo también lo creo.

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40

Una hora y media más tarde estoy caminando por el callejón del Love Shack. Las flores de lafloristería perfuman el ambiente y esa mezcla de olores excesivamente dulces hace que se merevuelva el estómago. Tengo el presentimiento de que, sea lo que sea lo que está a punto dedecirme Cupido, no me va a gustar.

Dejo que Eric me ponga el sello en la mano mientras nos saludamos y entro.El local parece aún más hortera durante el día. La luz del sol intentando abrirse paso por las

ventanas cubiertas ilumina los parches pegajosos del suelo. Los colores rosas, llamativos por lanoche, parecen desteñidos y manidos. Y el ligero aroma a alcohol rancio y gajos de lima no quedabien a estas horas de la mañana.

Está bastante vacío, así que veo a Cupido nada más entrar. Está sentado a una mesa rosa al otrolado de la sala.

Respiro hondo y me dirijo hacia él. Lleva unos pantalones vaqueros y una camiseta negra dealgodón arrugada que parece como si la hubiera cogido del suelo esta mañana. Está despeinado yencorvado. Saco el taburete del otro lado de la mesa y me siento. Él me sonríe, pero sin ganas.

Ninguno de los dos dice nada al principio, hasta que una de las camareras aparece con unajarra de café. Cupido vierte el líquido oscuro en dos tazas y luego me mira con intensidad.

—A ver, Lila —comienza—, ¿qué quieres saber?Pienso en todas las cosas que me gustaría preguntarle, intentando averiguar por dónde empezar.

Doy un sorbo al café y lo miro.—¿Por qué es tan malo que vuelva la fundadora? —pregunto—. ¿Por qué a Cal le da tanto

miedo lo que pueda pasar?—Cree que supondrá el fin del mundo.Levanto las cejas.—Y ¿es así?Cupido me sostiene la mirada.—Puede.—¿Es eso lo que pretendes? ¿Quieres que se acabe el mundo?—Anoche nos escuchaste hablar —afirma Cupido. Como no digo nada para confirmarlo o

desmentirlo, él continúa—. Sí que quería que volviera la fundadora, pero no que se acabe elmundo. Quería salvarlo. Pero ahora... —Me mira con tristeza—. No pensaba que fuera a sentir

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esto... por ti. Por nosotros. Por todo. No quiero ponerte en peligro, Lila. Y me preocupa que seademasiado tarde.

Siento cómo se me acelera el corazón y se me pone la piel de gallina. La respuesta a mipróxima pregunta debería decirme todo lo que necesito saber.

—Y bien... ¿quién es la fundadora de la Oficina del Amor?Se pasa la mano por el pelo.—Tiene muchos nombres —responde—. Afrodita, Venus... Es la diosa original del amor. —

Clava sus ojos en los míos—. O, como Cal y yo la llamamos: madre.Ambos nos quedamos en silencio durante unos instantes. Me quedo mirando a Cupido, al otro

lado de la mesa. Tiene una expresión oscura.—¿Venus? En plan... ¿la diosa?—Es increíblemente poderosa, extremadamente peligrosa y prácticamente imparable —dice

con la mirada alerta.—Y es... ¿tu madre?Debería haber prestado más atención cuando estudiamos mitología en el instituto. Cupido

suspira.—Mira —dice—, sé que es mucho que asimilar...—Y ¿va a volver si nos emparejamos? ¿Por qué?—Respira, Lila —me pide Cupido—. Te lo puedo explicar. —Sin preguntar, me echa más café

en la taza—. Vamos a ir por partes. ¿Qué es lo primero que te gustaría saber?—Pues, no sé, el fin del mundo me parece una buena forma de empezar.Cupido hace una pausa y le da un sorbo a su café. Se vuelve a pasar la mano por el pelo.—No hay por qué llegar a eso. Pero, si nos emparejamos, ella volverá.—Y ¿por qué es tan terrible?—Es difícil de explicar, pero los dioses de la antigüedad no pertenecen a este mundo. Hace

siglos, campaban a sus anchas y tenían el control. No les importaban las vidas humanas: ordenaronincontables sacrificios, masacres, guerras... Venus era una de las más poderosas y sádicas. Ladiosa del amor. —Me mira intensamente—. Y no hay nada más poderoso o sádico que el amor.

Digiero esta información y paso a la siguiente pregunta.—¿Por qué volvería si nos emparejamos?Él se frota la barbilla.—Hubo un cambio hace unos dos mil años. Los dioses antiguos se fueron, se aletargaron. El

porqué nunca ha estado muy claro. Puede que fuera porque la gente dejó de adorarlos, o quizásimplemente se aburrieron de esta vida. Pero siguen vigilándonos. Tienen ojos en todas partes: enlas estatuas, en los templos y en los vasallos que los siguen sirviendo. Están esperando unaoportunidad para volver.

Hace una pausa, esperando a que yo procese todo lo que me acaba de decir. Luego continúa.—Un milenio antes de que se fueran, Venus fundó la Oficina del Amor. Era la forma más

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eficiente de hacer perdurar su poder. Se volvía más poderosa con cada pareja que se creaba, ytodos los cupidos, después de que les clavaran una flecha, iniciaban un contrato con ella. Jurabanservirla en secreto creando las parejas y, a cambio, ellos recibían fuerza, juventud y bellezaeternas. Todavía siguen rigiéndose por ese contrato.

Yo frunzo el ceño.—Pero ¿qué tengo que ver yo en todo esto? —pregunto—. ¿Por qué volverá si nos

emparejamos?—Los cupidos tienen prohibido enamorarse. Era la regla que obligaba a cumplir con más

severidad, castigando y torturando a cualquiera que la incumpliera.Lo miro, confusa.—¿Por qué?Él se encoge de hombros.—Decía que era una distracción, que impediría que la sirvieran como era debido. Siempre me

he preguntado si había algo más, algún tipo de poder tras el emparejamiento de algún cupido quepudiera volverse contra ella si se descubriera.

—Pero ella ya no está.Cupido pone una expresión inusualmente seria.—Sí —dice despacio—, pero antes de irse, escribió la política de la empresa. En ella,

enumera las reglas que, si se rompen, supondrían su vuelta para devolver el orden a la Oficina delAmor. Y una de esas era...

—... que «ningún cupido debe ser jamás emparejado» —recuerdo las palabras que leí bajo laestatua de piedra. La retratada era Venus. Por eso Cal parecía tan incómodo a su alrededor.

—Pero ¿de verdad supondría el fin del mundo? —pregunto—. Si solo va a poner orden en laOficina de Amor, ¿tan malo es?

Cupido niega con la cabeza.—No sabes cómo era en la antigüedad. ¿De verdad crees que un dios se quedaría satisfecho

simplemente dirigiendo una empresa? Estamos hablando de sacrificios humanos masivos, guerraspor amor, adoración forzada en los templos erigidos en su nombre, conversión de más cupidos,utilización de más flechas Ardor para castigar a los humanos. Se hará con la Oficina del Amor... ycon el mundo entero.

Me quedo mirándolo mientras mi cerebro no para de dar vueltas. Estoy intentando darle sentidoa lo que me está contando, pero sigue sin encajar por completo.

—Antes dijiste que querías que volviera. Si es tan mala... ¿por qué te gustaría que regresase?Su mirada se oscurece.—Quiero acabar con ella —admite—. De una vez por todas. Hemos vivido con miedo durante

miles de años, vinculados a sus normas, sabiendo que podría presentarse en cualquier momento ydestruir vidas. Ha sido más indulgente conmigo por ser quien soy, pero no podrá ignorar esto: ¡el

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mismísimo Cupido emparejado! —Niega con la cabeza con tristeza—. ¿Qué pensarán los demás sino defiende su norma más venerada? Sin ninguna duda, volverá.

—Quieres matarla con la Finis.Él asiente y siento de pronto náuseas, calor y frío.—¡¿Quieres asesinar a tu madre?!Él intenta cogerme la mano encima de la mesa, pero yo me aparto.—Lila, escucha. Sí, pero...—¡Eso es horrible! —digo en voz baja—. Es tu madre.Él aprieta los labios.—No la conoces, Lila. Es un monstruo.Se me acelera el corazón. No sé qué hacer. No puedo hacerme a la idea de nada: ni del regreso

de una diosa, ni de querer matar a tu propia madre. Me froto la cara intentando sacar algo enclaro.

—Entonces, todo esto pasará si tú y yo nos emparejamos —recapitulo—. Pero ¿qué se entiendepor pareja? Ya hemos ido juntos al baile.

Durante una fracción de segundo, muestra una expresión divertida.—Hace falta más, bichito.Lo miro, notando cómo me sube el calor por la cara.—Ah.Cupido se ríe.—No, eso no. El emparejamiento se crea cuando las dos partes desarrollan sentimientos que

van más allá de la atracción superficial. Cuando empiezan a enamorarse.Frunzo el ceño y niego con la cabeza.—Pues la verdad es que no me apetece traer de vuelta a una diosa de la antigüedad para que tú

puedas matarla.Cupido me mira serio.—Pues entonces no te enamores de mí.Recuerdo la noche de ayer: la necesidad imperiosa que sentí de él, el fuego en las venas. Y

entonces vuelve a invadirme la rabia, pues soy consciente de que me ha utilizado, de que me hapuesto en peligro por sus necesidades. Lo miro directamente a los ojos.

—No te preocupes, no lo haré.Las palabras me salen con bastante frialdad, pero no sé si las estoy diciendo en serio. A pesar

de todo, lo veo ahí sentado, con esos ojos azules como el mar, y sigo deseándolo. No lo puedoevitar. «Sigo deseándolo.»

—Muy bien —dice—. Yo también lo intentaré.—Por Dios, Cupido. ¿Cómo has podido hacerme esto? Todo lo que ha pasado ha sido por tu

culpa. —Me levanto de un salto, haciendo que el taburete se caiga al suelo detrás de mí. Un par decamareros me miran, pero los ignoro—. Se acabó. No quiero seguir con esto.

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Si continuamos pasando tiempo juntos, terminaremos enamorándonos. Eso era lo que Cal llevaintentando evitar todo este tiempo. Y, si eso ocurre, podría ser el fin del mundo.

Él se pone de pie, claramente arrepentido.—Lila, por favor...—No. No podemos ser pareja. Tengo que alejarme de ti. —Niego con la cabeza—. No me

puedo creer que de verdad despertases sentimientos en mí.Cupido hace el amago de alcanzarme, pero se detiene cuando se fija bien en mi cara.—Lo siento —dice, intentando mantener la voz uniforme—. No te conocía, no esperaba

sentirme así. Nunca fue mi intención ponerte en peligro. Pensé que era la única manera de liberara mi gente, de volver a casa.

Me quedo contemplándolo.—¡Me has utilizado para intentar resucitar a una diosa de la antigüedad! —Entonces, se me

viene a la cabeza—. Eso es lo que le dijiste a Selena en el Elysium. Ese es el gran secreto: que meibas a utilizar para traer de vuelta a Venus. Por eso ella intentó convertirme en cupido.

Él respira profundamente y asiente. Quiero alejarme, pero hay algo en su mirada que me loimpide.

—Cuando consiga la Finis me marcharé, te lo prometo —asegura—. Si eso es lo que quieres.Pero, por favor, quédate conmigo hasta entonces. Mientras no sintamos más cosas el uno por elotro, Venus no va a volver; pero las flechas siguen aquí. Estás en peligro, Lila.

Vuelvo a negar con la cabeza. La ira y la tristeza me están destrozando.—Tengo que irme.Me doy la vuelta y choco contra el pecho de Cal. Por un momento, parece que me va a echar la

bronca por no mirar por dónde ando, pero luego se fija en mi cara y se calla. Mira a Cupido, queparece algo perdido detrás de mí, y sonríe triunfante. Luego vuelve a mirarme a mí.

—Charlie se ha puesto en contacto —dice—. Sé dónde está. Sé dónde tienen a Crystal.

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—¿Dónde están? —pregunto.—En Romeo’s —responde Cal—. Aquí al lado. Vamos, tenemos que irnos. Ya.Se da la vuelta y sale del Love Shack. Yo corro tras él, notando los pasos de Cupido detrás de

mí. Intento reprimir la rabia: tengo que centrarme en mi amiga.—¿Están bien? —le pregunto a Cupido, intentando poner una voz uniforme.—Charlie sí. Crystal... no lo sé. Después de tanto tiempo, es difícil saber en qué estado la

encontraremos.Alcanzamos a Cal en el callejón y corremos hacia la plaza de Forever Falls. El restaurante

destartalado está en la esquina, como siempre, pero parece más oscuro de lo normal.—¿Armas? —pregunta Cupido.—Tres flechas negras y una Capax en la mochila —responde Cal.Cupido asiente y nos encaminamos hacia el edificio. Cuando llegamos al restaurante, en la

puerta hay un cartel que dice: «Cerrado por mantenimiento». Recuerdo que James me lo habíacomentado. Es el lugar perfecto para que los flechas monten su base sin ser detectados. Lacobertura siempre ha sido muy mala ahí dentro, por eso Charlie ha tardado tanto en ponerse encontacto con nosotros. Ojalá se me hubiera ocurrido antes.

—No tienes por qué entrar con nosotros —dice Cupido—. Lo que veamos ahí dentro... puedeno ser agradable.

Cal lanza una mirada fulminante a su hermano.—No podemos dejarla aquí sola. ¿Y si uno de ellos sale y la encuentra? Está más segura con

nosotros.Cupido me mira avergonzado.—Olvídalo, parece que al final te vienes con nosotros.—Claro que voy. Mi mejor amiga está en peligro.Cupido echa un vistazo alrededor para asegurarse de que no hay nadie; luego coloca la mano en

el picaporte.—Lila —me llama perforándome con la mirada—, de verdad que siento mucho lo que te dije

antes.—¡No es el momento! —le reprocho rápidamente, con el corazón a mil—. Vamos a rescatar a

Charlie y a Crystal.Él asiente y golpea la puerta con el hombro. Se oye un crujido y esta se abre de golpe. Los tres

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nos adentramos en el restaurante vacío. La última vez que vi el interior de este sitio fue con elsimulador. Recuerdo el entrenamiento y los demonios de ojos negros que había en él. Me tiemblanligeramente las manos, así que las meto en los bolsillos de la chaqueta. «Conseguí enfrentarme alas flechas de mentira, pero, ¿puedo enfrentarme a las reales?»

Cupido pasa por delante de las mesas y llega hasta la puerta que hay detrás de la barra. Cal yyo lo seguimos. Entramos en un pasillo estrecho que huele a humedad. Hay una escalera de maderaque lleva hacia arriba, donde se oye un murmullo de voces.

Cupido nos guía por las escaleras destartaladas y nos indica que no hagamos ruido. Mi corazónlate con más fuerza conforme los escalones crujen bajo mis pies.

Salimos a otro pasillo húmedo iluminado por una bombilla de luz temblorosa.Hay una puerta al final.Cupido avanza. A pesar de lo que pesa, sus pasos parecen ligerísimos. Cuando se detiene

frente a la puerta, Cal abre silenciosamente la cremallera de su mochila y saca una flecha negra.Al darse cuenta de que tengo la mirada clavada en él, levanta las cejas, preocupado.

Yo asiento. «Estoy bien.»Él sonríe levemente y avanza hacia su hermano. Esperamos detrás de la puerta, intentando

escuchar la conversación.—Ha dejado bastante claro dónde está —dice una voz masculina con acento extranjero—. Ya

he avisado a las otras flechas; irán a recoger la Finis. Nuestro trabajo ha terminado. Vamos adeshacernos de ella de una vez.

Veo cómo Cal aprieta la flecha negra.—¡No! —oigo gritar a Charlie, y me da un vuelco el corazón. Se produce una pausa extraña—.

¿Y si os equivocáis?Se oye un murmullo.—Tiene razón —dice una voz femenina con desprecio—. No podemos hacernos con la Finis

ahora mismo, habrá demasiada seguridad. Iremos a medianoche, en el cambio de turno. Si deverdad está donde ella dice, entonces la mataremos. Si no, podemos hacerle más preguntas.

Cupido se vuelve para decirnos algo, haciendo crujir el suelo de madera bajo sus pies. Se haceun silencio repentino al otro lado de la puerta.

—Hay alguien fuera —anuncia la primera voz—. Sacad a Crystal de aquí.Cupido derriba la puerta de un empujón. Inmediatamente después, Cal da un salto hacia delante

y lanza la flecha como una jabalina por encima del hombro de su hermano. Oigo un gruñidocuando se clava en su objetivo y, a continuación, un ruido sordo.

«Uno menos.»Cupido coge otra flecha de la mochila de su hermano mientras Cal entra en la estancia. Yo

corro detrás de ellos. Charlie se vuelve y mira a Cupido; luego coge una Ardor roja y dorada delsuelo y se la clava en el hombro a la flecha más cercana, haciendo que chille de dolor.

—¡Lila! —grita Cupido—. ¡Coge a Crystal!

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Miro por toda la habitación y ubico a cinco flechas: uno peleándose con Charlie, tres de piejunto a un sofá hecho jirones, y un quinto —al que Cal ha disparado— tirado en el suelo. Busco aCrystal mientras los dos hermanos abordan a un oponente cada uno. Cupido le clava el arma en elcuello a una mujer con un traje de chaqueta elegante y ajustado.

El último flecha, delgado y de cabello oscuro, se da la vuelta y salta por encima del sofá,precipitándose hacia la pared del otro lado de la sala. Lo sigo con la mirada y veo a Crystaldesplomada sobre una silla de madera, inconsciente. Sin dudarlo, corro hacia ella, compitiendocon el flecha. Él llega antes y se vuelve, con una mueca en la cara. No parece tener ninguna arma,pero es bastante más alto que yo.

—Volveré a por ti más tarde, Lila Black —me amenaza. Tiene acento extranjero y me habla condesdén.

Luego coge a Crystal de la silla y se dirige hacia la puerta. Miro frenéticamente a mi alrededor,intentando encontrar ayuda, pero Cupido, Cal y Charlie se están enfrentando a un chico pequeñitopero peleón que ha cogido una flecha y tiene a Charlie inmovilizada en el suelo al lado del sofá.

Me quedo quieta durante un momento, sin saber qué hacer. Luego, me doy cuenta de que hayalgo brillante en la pared. Sobre el viejo papel pintado hay un arco y una aljaba llena de flechasdoradas y rojas.

«Flechas Ardor.»«Las han debido utilizar con Crystal», pienso entre náuseas.Cojo el arco, lo cargo y tiro hacia atrás apuntando a la espalda del Flecha que ha cogido a

Crystal. Se mueve muy rápido y no puedo permitirme fallar. Respiro hondo y suelto. Se oye elsiseo del proyectil cortando el aire y, a continuación, un ruido sordo cuando se le clava en laespalda.

Me siento supersatisfecha al oír el grito ahogado del tipo y al ver cómo cae de rodillas y sueltaa Crystal sin miramientos sobre el suelo. Cupido, que ya ha noqueado a la última flecha con unpuñetazo, me mira impresionado.

Los cuatro corremos hacia Crystal y el flecha que grita. Cupido coloca el dedo en la gargantade la recepcionista para comprobar si tiene pulso. Asiente para sí mismo, satisfecho.

«Está viva.»—Es demasiado tarde. ¡Sabemos dónde está! —grita el flecha, agonizando.Cupido rebusca en la mochila de Cal, saca la Capax rosa y plateada y se la clava al tipo, que

ya estaba bastante dolorido.—¿Dónde está?El flecha se ríe.—¿En serio crees que una Capax va a hacerme hablar? —Jadea de dolor—. Soy un flecha...

entrenado. La sirvo a Ella. Nunca te diré dónde está la Finis. Hay refuerzos en camino, nuncaconseguiréis escapar.

Cupido suspira y recoge a Crystal del suelo.

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—Es verdad. No va a hablar. Tenemos que irnos.Cal mira al flecha, que se retuerce de dolor y le lanza una mirada de desprecio. Luego le da un

puñetazo en la mandíbula.—Eso es de parte de Crystal —dice mientras su enemigo cae de espaldas contra el suelo.Cupido eleva las cejas.—Buen golpe, hermano.Cal asiente, serio, pero reprimiendo una sonrisa.—Gracias.Cuando llegamos a la plaza, no paramos de correr hasta que llegamos al coche de Cupido. Una

vez dentro, este tumba a Crystal sobre las piernas de Charlie y las mías en el asiento trasero.Arranca el motor y volamos hacia su casa.

—¿Estás bien? —le pregunto a Charlie.Asiente, pero me doy cuenta de que le tiemblan las manos y se le ha corrido el maquillaje. Aún

lleva el vestido magenta de la fiesta, pero está arrugado. Ya no lleva el pelo recogido sinodespeinado, y le cae sobre los hombros desnudos.

—No paraba de inventarme excusas para irme, pero no había manera. Era evidente que noconfiaban en mí. No tengo muy claro si se han dado cuenta de que estaba de vuestra parte. Aunquecreo que me habrían matado.

Le aprieto la mano y miro a Crystal. Tiene la piel húmeda y manchas rojas alrededor de losojos hinchados. Se le mueven los párpados cerrados y gime de vez en cuando.

—¿Se pondrá bien?Cal mira hacia atrás sobre su hombro, con la frente arrugada.—Eso espero.Cupido mira a Charlie por el retrovisor.—¿Dónde está la Finis?Charlie niega con la cabeza.—No lo sé —responde. Parece un poco mareada—. Crystal no paraba de decir lo mismo una y

otra vez. Era como si intentara comunicarme algo sin que los demás se enteraran, pero creo que sedieron cuenta.

—¿Qué decía? —pregunta Cupido.—Lo mismo que me dijo en tu casa: «No siempre he sido recepcionista».

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Una vez de vuelta en el salón de Cupido, tumbamos a Crystal en el sofá frente al fuego. Cupido vaa hacer café, y Charlie, tras una tarde traumática, se va arriba a echarse una siesta.

Cal se agazapa al lado de Crystal mientras yo me siento en el borde del sillón. Él le aparta unmechón de pelo de la cara con una ternura sorprendente.

—¿Crystal? Despierta —la llama—. Tienes que despertarte.Su respiración es constante, pero continúa en esa especie de coma inducido por la Ardor.

Mientras Cal sigue intentando despertarla, Cupido entra en el salón y me da una taza.—Quita de en medio, hermano —dice colocando su taza de café sobre la mesa y empujando a

Cal a un lado.Agita a Crystal por los hombros.—¡Oye! ¡Crystal! ¡Hora de despertarse!Ella ni se inmuta. Él le da golpecitos en la cara.Cal le aparta la mano de un golpe.—¿No crees que ya ha tenido suficiente? —susurra.—Tenemos que averiguar dónde está la Finis antes de que la consigan las flechas —replica

Cupido.—Bueno, pues tu técnica no está funcionando.Cupido resopla y se levanta para sentarse en el borde del otro sofá. Está más irritable de lo

normal. Cal empieza a pasear por la habitación.—¿Te puedes sentar? —suelta Cupido después de unos minutos de silencio.Cal lo mira y, de pronto, sale de la habitación sin decir nada.—¿Qué hacemos? —pregunto.—Las flechas dijeron que iban a enviar a alguien a por la Finis a medianoche —recuerda

Cupido—. Por desgracia, no podemos preguntarle a Crystal adónde van a ir, ya que estáinconsciente. Cuando la tengan, vendrán directamente a por nosotros. No pretendo ser dramáticoni nada de eso..., pero nos matarán a todos.

Esboza una pequeña sonrisa. Por un momento, a pesar de nuestra pelea de esta mañana, quierotocarlo, decirle que todo irá bien. Pero luego me acuerdo de lo que pasaría si empezamos a sentirafecto el uno por el otro: Venus volverá. Y las flechas vienen a por nosotros. Así que hoy no haynada que esté ni un poquito bien.

Aparto la mirada de él y consulto el reloj en mi teléfono.

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—Si se despierta pronto, ¿podríamos conseguir la Finis antes que ellos?Cupido se pasa una mano por el pelo.—Supongo...—No podemos contar con ello —interrumpe Cal desde la puerta.Vuelve a entrar en el salón y suelta un montón de libros, papeles y fotografías encima de la

mesita del café. Cupido gruñe.—Anda, ¡qué bien! Tu montón de información inservible.Cal aprieta la mandíbula.—¿Se te ocurre alguna idea mejor?Nos quedamos todos en silencio.—¿Y bien? —apremia Cal—. ¿A qué estáis esperando? Nos quedan menos de doce horas para

encontrar la Finis o moriremos todos. A trabajar.Nos pasamos todo el día en el salón de Cupido. A las diez, la sala entera es un caos de papeles

y documentos. Me siento en el suelo, al lado de la mesa, repasando las hojas impresas de Losrelatos de la Finis.

«Quedan dos horas para medianoche.»Cal está a mi lado de cuclillas en el suelo, revisando unas fotografías sepia mientras Cupido,

desplomado en el sillón, visiblemente cansado, estudia un archivo especial marcado como«Información de los empleados». Crystal sigue inconsciente en el sofá detrás de nosotros. Lastazas de café sucias cubren todas las superficies disponibles. Después de un rato, Cal suspira ytira la foto que estaba examinando.

—¿Tenéis algo? —nos pregunta.—Ayudaría mucho saber qué estamos buscando —dice Cupido, tirando el archivo al suelo—.

Vamos a tratar de despertar a Crystal otra vez.Hace un esfuerzo para levantarse, empujando sus brazos musculados contra los laterales del

sillón.Cal lo mira.—Y ¿qué sugieres que intentemos ahora?Se quedan mirándose el uno al otro durante un instante. Luego, Cupido se encoge de hombros y

vuelve a dejarse caer en el sillón.—Está bien —acepta—. Me has pillado. No tengo ni idea.Nos recostamos en silencio durante unos momentos hasta que Cupido vuelve a hablar de nuevo.—¿Queréis otro café?Le paso mi taza y se va a la cocina por el pasillo.Cal frunce el ceño.—Tiene que haber algo —dice, volviendo a las fotos sobre la mesita del café.Yo les echo un vistazo. Algunas están en sepia y borrosas; otras, nuevas y brillantes. Todas

parecen plasmar la misma imagen de un grupo de cupidos posando.

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—Dijo que no siempre fue recepcionista. Eso tiene que significar algo —murmura.Se inclina detrás de mí para recoger el archivo que Cupido tiró al suelo y yo, a su vez, tomo la

fotografía sepia de encima del montón para examinarla más de cerca.Es de la zona de recepción de la Oficina del Amor. La imagen está algo gastada, pero puedo

intuir a un chico en sus primeros años de adolescencia en el sitio de Crystal, detrás del escritorio.Reviso el resto de la foto intentando buscarla, pero no está. Hay otra cosa en la sala que parecediferente, como si faltara algo, pero no logro determinar qué es.

Bajo la mirada hasta la esquina de la foto, donde está escrito con rotulador negro: «Marzo,1887».

«¿De qué me suena ese año?»Frunzo el ceño y pongo Los relatos de la Finis delante de mí, en concreto la página marcada

donde empieza el relato de Crystal de su encuentro con el Minotauro. En la parte de arriba de lapágina pone: «Whitechapel, Londres, 1888». El año después de que se tomara la fotografía.

Cupido vuelve a entrar en el salón con dos tazas de café humeantes. Deja una delante de mí y sevuelve a tirar en el sillón.

—Cal —digo—, el archivo que estás mirando ¿tiene datos de los empleados?Me mira claramente molesto por la interrupción.—Sí.—Entonces deberían aparecer las fechas en las que cada cupido empezó a trabajar para la

Oficina del Amor, ¿no?—Sí. ¿Por qué?—¿Viene la fecha en la que Crystal dejó de ser una agente y empezó a ser recepcionista?Se queda mirándome y luego vuelve a hojear el archivo mientras da golpecitos con el dedo

sobre él. Se detiene en una página y la estudia durante unos segundos.—Enero de 1889 —dice—. Pero no entiendo por qué es importante.«1889. Justo después de su visita a Whitechapel para recuperar la Finis.»Ignoro a Cal, cojo la fotografía sepia y vuelvo a examinarla. Luego me acerco al montón de

documentos sobre la mesita del café y rebusco entre las fotos hasta que encuentro la fotografía dela recepción de 1889. Estaba claro: Crystal aparece, sonriente, en el centro de la imagen.

Levanto la mirada porque me he dado cuenta de qué era lo que faltaba en la primera foto.—Es importante —aclaro—, porque ya sé dónde está la Finis.

La calle frente a la Oficina del Amor está tranquila bajo la luz tenue de las farolas. El reloj delsalpicadero del coche de Cupido marca las doce menos veinte. Tenemos veinte minutos antes deque lleguen las flechas.

—¿De verdad crees que está en la Oficina del Amor? —pregunta Charlie desde la parte traseradel coche.

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Yo asiento.—¿Y quieres que yo entre por la fuerza?—No. Sí. Bueno... algo por el estilo.Cal nos mira por el espejo retrovisor.—No vas a entrar por la fuerza. A ti nadie te va a impedir el paso.—Al contrario que a nosotros —añade Cupido.—Gracias a tu brillante plan de resucitar a una diosa —apostillo.Cupido hace un sonido despectivo al mismo tiempo que Charlie dice:—¡¿Qué?!—En circunstancias normales, una vez terminada la conversión —continúa Cal, mientras se

vuelve para mirar a Charlie—, uno de los cupidos ya te habría traído. Generalmente el que teconvirtió. Como, en este caso, fue un flecha en lugar de un cupido de nuestra sucursal de LosÁngeles, espero que se te haya asignado a Crystal como mentora.

—Y ¿queréis que yo coja la Finis?—No —aclara Cal—. Eso sería un billete de ida hacia el destierro. No podemos pedírtelo.

Solo tienes que hacer que el recepcionista se aleje del mostrador antes de medianoche, que escuando hacen el cambio de turno. Una vez que la zona esté despejada, nosotros nos encargaremosdel resto.

Ella asiente. Le agradezco que, pese a todo lo que le ha pasado, aún esté dispuesta a colaborar.—Mucho cuidado. Solo tenemos una oportunidad —la advierte Cal.—Pero sin presión, ¿eh? —añade Cupido.Mientras Charlie abre la puerta del coche y sale a la calle, me maravillo con la simplicidad de

la pista de Crystal. Lleva todo el tiempo dándonos la respuesta. Cuando volvió de Londres con laFinis, se las debió de apañar para trabajar en un puesto en el que pudiera vigilarla todo el rato.

Era la flecha que estaba colgada encima del mostrador. La escondió a la vista de todos.—Deseadme suerte —dice Charlie.La miro caminar hacia la Oficina del Amor y, a continuación, me fijo en la aljaba llena de

flechas que tengo al lado. Se me aceleran las pulsaciones al pensar en la posible batalla que nosespera.

—Buena suerte, Charlie —le deseo en voz baja.Nos sentamos en silencio durante unos minutos, hasta que Cal espira con fuerza. Coge el arco

de la mochila que está a mi lado y abre la puerta del coche.—Voy a acercarme un poco, a intentar ver lo que está pasando dentro. —Me mira a mí y luego

a Cupido—. Comportaos —añade con firmeza antes de salir.Volvemos a quedarnos en silencio. Cal avanza sigilosamente por la acera. Cupido se vuelve

para mirarme y, aunque no quiero, me doy cuenta de que mis ojos están recorriendo sus labios. Apesar de todo, aún quiero averiguar a qué saben.

—Sigues enfadada conmigo —dice.

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—¿Tú qué crees? —respondo—. ¿Qué otra alternativa me has dejado?Él me sonríe con tristeza.—Que me perdones, que le des una oportunidad al amor y que vivamos felices y comamos

perdices.Yo suelto una carcajada forzada.—Esto no es un cuento de hadas. Si le doy una oportunidad a nuestro amor, Venus vendrá a por

nosotros y sospecho que serán las perdices las que nos coman a nosotros.—¿Qué sería de un cuento sin un monstruo con el que acabar?Yo niego con la cabeza y aparto la mirada.—Me has utilizado. Cuando consigas la Finis, será mejor que te vayas.Él suspira con fuerza.—Te lo prometo. En cuanto tengamos la flecha final, me iré del pueblo. Las flechas vendrán a

por mí, Venus no volverá y tú no volverás a verme.Aunque es lo que le he pedido, sus palabras me sientan como si me dieran un puñetazo en el

estómago.«Tiene que irse. Pero quiero que se quede.»Apoyo la cabeza en el reposacabezas de cuero y asiento.—De acuerdo.Él se inclina sobre el asiento para intentar cogerme la mano, pero no se lo permito. «Tengo que

ser fuerte.» Noto que empieza a invadirme la rabia, pero esta vez la aprovecho con mucho gusto.No importa que ahora parezca que él tiene conciencia; me utilizó para intentar resucitar a unadiosa de la antigüedad, hizo que tuviera sentimientos por él y ahora va a dejarme aquí sola.

—No deberías haber venido —le suelto mirándolo fijamente.Él parece herido durante un momento. Luego su expresión pasa a ser de fastidio.—Al menos te voy a dejar en buena compañía —replica con frialdad—. He pensado que te

gustaría pasar algún tiempo a solas con mi hermano.Lo miro sorprendida, pero antes de que pueda responderle, mi teléfono empieza a vibrar. Es

Charlie. Está dentro.

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Inmediatamente, Cupido coge su arco y su aljaba y salta del coche, cerrando la puerta de golpetras él.

Cuando salgo del coche y me cuelgo la aljaba sobre el hombro, me doy cuenta de que no hayninguna flecha negra. Cal no debe de querer hacer demasiado daño a los miembros de la Oficinadel Amor; al fin y al cabo, eran sus compañeros y amigos.

—Pues nada, habrá que entrar —dice Cupido—. No tenemos mucho tiempo.Cruzamos la calle en silencio. Yo voy medio corriendo para mantener el ritmo de sus largas

zancadas. Cal se encuentra a unos metros de la entrada de la Oficina del Amor. Cuando nos veacercarnos, asiente en nuestra dirección y se desliza a través de la puerta.

Cupido y yo corremos detrás de él hasta el escaparate de cristal. Dentro no hay nadie. En esemomento, mi mirada se detiene en el objeto por el que estamos aquí: la larga flecha dorada quecuelga sobre el mostrador de recepción.

La Finis.Cal ya está dentro, pasando entre los sillones de color neón y corriendo hacia el mostrador alto

de piedra de la recepción. Cupido abre la puerta y ambos nos apresuramos a entrar mientras Calse sube al mostrador y coge la flecha.

—¿Cuánto tiempo nos queda? —pregunto.—No mucho —responde Cupido sin mirarme.Cuando Cal tiene la flecha entre las manos, tira de ella y la descuelga con facilidad. Nos mira

con una expresión triunfante. Pero empieza a sonar la alarma.—¡Maldita sea! —murmura Cal con cara de pánico mientras baja de un salto y se coloca frente

a nosotros, metiendo la Finis dentro de su aljaba.—¡Corred!Cupido me empuja. Estoy justo detrás de Cal, cruzando la salida, cuando suena un grito de

dolor inhumano detrás de nosotros. Me doy la vuelta y veo a Cupido caer de rodillas en el centrode la recepción, con cuatro Ardor clavadas en la espalda. Curtis está de pie en la puerta deldespacho, blandiendo un arco. Agitado, grita a los auriculares pidiendo que salgan más agentes.

Saca otra flecha de su aljaba mientras las voces se elevan detrás de él.Cupido nos mira.—¡Marchaos! —balbucea con la cara roja y la mirada desenfocada—. ¡Salid de aquí!La puerta está justo detrás de mí. Miro a Cal, que niega rápidamente con la cabeza, intentando

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decirme que no haga lo que estoy a punto de hacer.«Pero no puedo dejarlo.»Corro de nuevo al interior, esquivando una Ardor que me lanza Curtis mientras llegan más

agentes al área de recepción.Cal maldice y lanza una oleada de flechas sobre nuestras cabezas. Yo me coloco el brazo de

Cupido sobre los hombros.Pero pesa mucho, no puedo levantarlo y él no responde a mis tirones desesperados. Las flechas

de Cal nos están concediendo algo de tiempo, pero los agentes ya vienen hacia nosotros.Encuentro a Charlie, que observa la escena con horror desde el fondo de la sala. Nuestras miradasse cruzan. Tiene una expresión de incertidumbre en la cara, pero está quieta.

—¡Ayúdame! —le grito.Nada.Le clavan otra flecha en el hombro a Cupido.Se le llenan los ojos de lágrimas y ya ha dejado de emitir sonido alguno. Le agarro la cara,

forzándolo a mirarme.—¡Cupido! ¡Venga, levántate!El agente más cercano alcanza el hombro de Cupido. Es alto y tiene los ojos sorprendentemente

azules. Parece fuerte. Y despiadado.«Estamos acabados.»Pero el agente grita de dolor cuando una flecha se le clava en el cuello. Charlie está detrás de

él y sus ojos brillan con intensidad. Se echa el otro brazo de Cupido sobre los hombros mientrasCal dispara a los otros dos agentes que intentan alcanzarnos. La superfuerza de Charlie es clave, ycomo Cal nos cubre las espaldas con su lluvia de flechas, conseguimos sacar a Cupido a la calle.

—Llevadlo al coche —dice Cal—. Intentaré frenarlos.Cupido empieza a recuperar la consciencia conforme nos movemos hacia el Aston Martin. Una

Ardor me roza el brazo y rasga mi chaqueta de cuero. Cal sigue detrás de nosotros lanzandoflechas hacia nuestros perseguidores.

—Metedlo en el asiento trasero —grita—. Yo conduzco.Colocamos a Cupido a mi lado, y Charlie corre hacia el asiento del acompañante. A

continuación, Cal corre hacia nosotras, dándole la espalda a las flechas que vuelan en sudirección. Consigue llegar al coche y se lanza dentro, bloqueando las puertas de inmediatomientras los proyectiles golpean la carrocería del vehículo. Poco después, dos agentes empiezan agolpear el capó.

—¡Quedáis arrestados! ¡Bajad del coche!Cal los ignora, arranca el motor y coloca el pie en el acelerador.—¡No pueden emparejarse! —grita un cupido, que se ve obligado a apartarse de un salto

cuando salimos a toda velocidad.La cabeza de Cupido reposa en mi hombro. Gimotea en voz baja y tiene una fina capa de sudor

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en la frente. Charlie murmura algo en el asiento delantero con la cabeza entre las manos.—Dios mío, Dios mío —oigo que repite para sí misma.Me echo hacia delante y la agarro del hombro para tranquilizarla. O esa es mi intención. Luego

miro por el espejo retrovisor. La carretera está oscura durante un par de minutos, pero luego veoaparecer dos coches —un Porsche y un Jaguar— que rugen detrás de nosotros.

—Cal, vienen detrás —informo.Él acelera. El coche derrapa en una curva cerrada y Cupido se cae encima de mí.—¿Adónde vamos? —pregunto mientras empujo su pesado cuerpo para volver a ponerlo

derecho.—¡No lo sé! —grita Cal.Miro de nuevo hacia atrás. Otro coche se ha unido a la persecución: nos están ganando terreno.

La noche se llena de frenazos y de cláxones. Cada vez están más cerca. Nos van a alcanzar.Pero, de pronto, se quedan atrás. Parpadeo, confundida.—Cal..., ¿qué está pasando?Su expresión en el espejo también es de confusión. A continuación, vibra su teléfono. Sin

apartar la vista de la carretera, se lo saca del bolsillo y me lo lanza a las piernas.—Léelo.Lo leo en voz alta:

He contactado con la Oficina del Amor. Os concederán algo detiempo, pero quieren algo a cambio de su clemencia. Les hedicho que yo me encargaría. Volved a la casa, os lo explicarétodo. Crystal.

—Bien hecho, Crystal —murmura Cupido, echando la cabeza hacia atrás para apoyarla en elrespaldo del asiento.

Cal relaja la cara, visiblemente aliviado. Da la vuelta con el coche y se dirige de nuevo aForever Falls. Miro a la pantalla y frunzo el ceño. Escribo.

¿Qué quieren a cambio?

Segundos más tarde, vibra de nuevo el teléfono con la respuesta de Crystal.

A Cupido.

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Me quedo perpleja mirando el teléfono, con una sensación de desasosiego en la boca delestómago. Luego miro a Cupido, que sigue con la cabeza reposada en el asiento. Tiene los ojoscerrados y la respiración agitada. Me dirijo a Cal por el espejo retrovisor.

—Su condición es que entreguemos a Cupido —digo en voz baja mientras él conduce—. LaOficina del Amor nos deja escapar porque Crystal les ha dicho que se podían quedar con Cupido.

Para mi sorpresa, Cal se encoge de hombros.—No me sorprende —dice conforme llegamos al cartel de la entrada de Forever Falls.—¿Qué? ¿Y te parece bien?Se pone muy serio de repente.—No entiendes nada, ¿verdad? Estaba claro que no iban a dejarnos marchar sin consecuencias.

Me imagino que ya sabes lo que pasará si Cupido se enamora, ¿no? Lleva años en la lista deindeseables de la Oficina del Amor. Deberías dar gracias por no ser tú a quien reclamen.

Me quedo anonadada y en silencio durante un momento, hasta que Charlie se da la vuelta.—Puede que tenga razón, Lila —añade titubeante—. No soy una experta en el tema, pero si las

flechas iban a por ti y a por Cupido porque creen que os vais a emparejar..., ya no tendrán razonespara matarte si él se encuentra retenido.

Abro la boca para responder, pero Cupido vuelve la cabeza hacia mí con los ojos borrosos.—Está bien, Lila.Lo miro. Tiene la cara sonrojada y el cuerpo tan caliente como un horno.—¿Cupido? ¿Qué puedo hacer para ayudarte?—Se recuperará con el tiempo —me asegura Cal—. Solo hay que esperar a que el efecto de la

Ardor desaparezca de su cuerpo. Crystal se recuperó.Miro a Cal.—¿En serio vas a dejar que lo apresen? ¿En este estado? No puede defenderse. ¡A saber lo que

le harán!Cal toma una curva y veo que estamos llegando a la colina que hay al lado de la casa de

Cupido.—Lo someterán a juicio. Es lo que se merece.Unos segundos más tarde, la casa de Cupido surge ante nosotros. Cal aparca el coche frente a

la puerta principal.—No me puedo creer que estés considerándolo ni por un segundo —suelto enfadada—. ¿Qué te

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pasa? ¡Es tu hermano! Además, dijo que se iría del pueblo cuando tuviera la Finis.Cal me mira tajante por encima del hombro.—Mi hermano dice muchas cosas que no son verdad.Sacudo la cabeza.—Me lo prometió. Se irá, en serio. Le dije que lo nuestro no tenía futuro.Cal parece indeciso. Nos quedamos mirándonos unos segundos.—¿Cambia eso algo? —pregunto.Cal suspira y abre la puerta.—Quizás —admite—. Vamos adentro y a ver qué nos cuenta Crystal.Viene a la parte trasera del coche y coge su aljaba con la Finis dorada camuflada entre las

demás flechas. Luego se coloca el brazo de Cupido por encima del hombro y carga con él hasta lapuerta de la casa, por si se me hubiera olvidado su fuerza sobrehumana. Cupido es más grande,pero Cal lo agarra con una facilidad extrema.

Charlie y yo los seguimos hasta la casa.Crystal está sentada a la barra de la cocina cuando entramos, mirando fijamente una taza de

café. Tiene la piel más pálida de lo normal y unas ojeras muy oscuras bajo los ojos azules que, enotras ocasiones, tanto han brillado. Frente a ella hay una funda negra y estrecha. Desliza la miradahacia nosotros, deteniéndose en Cupido y luego reposándola en la aljaba que cuelga del hombrode Cal.

—La habéis encontrado —dice con la voz aún frágil.Cal asiente mientras sujeta a Cupido, que tiene la cabeza inclinada hacia delante.—¿Qué ha pasado? —le pregunta a Crystal.—Les he contado a los de la Oficina del Amor dónde se encontraba la Finis y que las flechas

me habían torturado para conseguirla. Están dispuestos a perdonaros a Charlie y a ti por haberosinvolucrado y han enviado una orden de arresto para los miembros de las Flechas partícipes de misecuestro, así que ya no os perseguirán, al menos de momento.

—Pero ¿quieren a Cupido? —pregunto en voz baja.Crystal se vuelve para mirarme.—Sí —afirma—. Y también la Finis.La mirada de Cal se oscurece.—Lo matarán.Crystal se encoge de hombros.—Puede —admite—. O puede que no. No creo que quieran. Temen las repercusiones que

pueda traer. Creo que harán algo peor.—Lo meterán en una Sim —dice Cal en voz baja y palideciendo.Miro a Cal para saber si, efectivamente, es verdad. Él intenta camuflar el miedo que muestra su

cara.—Pueden sentenciar a alguien a pasar un tiempo dentro de una Sim, atraparlo dentro de su

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propia mente.Siento náuseas.—Cupido ha sido un poco egoísta por venir aquí, pero no se merece ese castigo —opino—. No

nos hemos emparejado. No ha pasado nada. ¿No podéis exonerarlo?Crystal se pellizca el tabique de la nariz con la mirada fija en la encimera de granito.—No si no podemos garantizar que no volverá.—Lo aseguro.—Y ¿qué pretendes que les diga a los demás, Lila? —me pregunta—. ¿Que voy a dejar que se

vaya porque su alma gemela me lo ha pedido? Me mandarán a juicio a mí también.—Pero...—Diles que ha escapado. —Cal habla en un tono muy bajo.Crystal vuelve la cabeza hacia los hermanos. Cupido gime, tiene la cara sonrojada y no sé si

está intentando unirse a la conversación sobre su futuro o si simplemente le duele algo. Cal lomanda callar.

—Me aseguraré de que se vaya mañana —afirma Cal—. Le haré jurar sobre la Estigia que novolverá mientras Lila viva. —Respira hondo y parece incómodo cuando añade—: Por favor,Crystal.

Ella mira con cautela a Cupido.—No lo aceptará.—Por supuesto que sí —intervengo—. Era nuestro trato inicial.—¿De verdad? —pregunta Crystal.Cal asiente con firmeza. Mantienen el contacto visual. Luego Crystal exhala.—De acuerdo. Pero que se vaya a primera hora —concede.Cuando Cal acepta, me siento aliviada, pero esa sensación pronto se ve ahogada por la tristeza.

Es lo correcto, lo sé. No podemos arriesgarnos a sentir nada más el uno por el otro. Pero eljuramento es completamente definitivo; si se formaliza, no volveré a verlo. Nunca. Y eso meduele.

Cal me mira durante un instante y luego vuelve a centrarse en Crystal.—Y ¿qué pasa con la Finis? —pregunta.—La he tenido escondida mucho tiempo —responde Crystal—. Nunca he querido que cayese

en manos de otros cupidos porque temía lo que podían hacer con ella. Es la única forma de acabarcon ella si vuelve.

—¿Venus? —pregunto—. ¿Temes que los cupidos destruyan la Finis, aunque Cupido y yo nonos emparejemos?

—Es una forma de mostrar su fidelidad. Y ahora que Cupido tiene un alma gemela, ¿quién nosasegura que otro de los nuestros no se vaya a encontrar en la misma situación algún día? Por esono podemos dársela.

Crystal esboza una leve sonrisa. Abre la funda que hay sobre la barra de la cocina, de la que

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surge una flecha dorada exactamente igual que la que colgaba sobre el escritorio de la recepción.—Vamos a darles una copia.

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Unas horas más tarde estoy sentada en el borde de la cama de Cupido. La luna que brilla a travésde la ventana le da un aspecto fantasmagórico. Está muy dormido y por fin tranquilo. Miro cómose mueve su pecho, arriba y abajo, bajo las sábanas de seda.

No hace mucho que Crystal fue a la Oficina del Amor con la copia de la Finis. La mandó forjarhace años, por si en algún momento tenía que cambiarlas. Las palabras que dijo antes demarcharse fueron: «No se pueden emparejar».

Mi plan es reunirme con Charlie en la otra habitación en breve, pero antes quiero despedirme.Estoy mirando a Cupido cuando abre los ojos lentamente y me sonríe.

—No deberías estar aquí —dice—. No me quejo, ojo.—¿Te encuentras mejor?—Ajá —dice medio dormido—. Mucho mejor.Le sonrío. Me pongo de pie y echo a andar hacia la puerta.—Lila.Miro hacia atrás.—Quédate conmigo. Solo esta noche. Solo una vez.Se me corta la respiración. Sé que no debería, pero la vulnerabilidad de su voz hace que me

quede paralizada.—No haremos nada —asegura suavemente—. Nos quedaremos tumbados, sin más. Ven

conmigo.—No nos podemos emparejar —susurro.Me vuelvo para mirarlo. Él se incorpora y se sienta en la cama, con la mirada fija en la mía.—Ya lo sé.«Se va por la mañana —me recuerdo—. Y ya no volveré a verlo más.»Me acerco a la cama, dubitativa, y me siento a su lado. Percibo su calor. Huelo su olor. Todas

las partes de mi cuerpo se estiran para tocarlo, para acariciarle la mejilla, para rozar sus labioscon los míos. Pero no puedo. Ni ahora, ni nunca.

Me tumbo y mi cabeza se hunde en la almohada.Mi respiración se entrecorta cada vez más conforme la intensidad de su mirada aumenta, por la

forma en la que sus ojos, llenos de deseo, se deslizan hasta mis labios. Creo que nadie me habíamirado así nunca.

El calor invade mi cuerpo de forma espontánea. Intento detenerlo. Trago saliva, luchando por

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evitarlo antes de que me consuma.—No deberías mirarme así —le advierto.—Ya lo sé. —Cupido sonríe, pero mantiene los ojos fijos en los míos. Luego suspira y se da la

vuelta, frotándose la cara con las manos—. Ya lo sé.Yo también me doy la vuelta, mirando hacia los oscuros postes de madera de su cama y las

sombras que producen en el techo. Su brazo se roza con el mío.—Debería irme —digo, aunque sé que no lo haré.—No te vayas. Me portaré bien, te lo prometo.Respiro hondo, saboreando el olor de su colonia en la boca. La ventana opuesta a nosotros está

ligeramente abierta y deja pasar una brisa fresca que mueve las cortinas. Me quedo mirando cómorevelan los destellos de las estrellas infinitas del exterior.

—Cuando te vayas del pueblo... ¿adónde irás? —le pregunto.Me sonríe levemente, sin levantar la mirada.—Seguramente vuelva a salir de viaje. A ver adónde me lleva la carretera. He viajado mucho

desde que me desterraron, pero nunca encontré un lugar en el que quedarme. —Sonríe—. Además,sabía que Cal y la Oficina del Amor no me quitaban ojo, así que me gustaba complicarles la vida.

—Ya, me he dado cuenta —digo—. ¿Dónde has estado?—Tardaría menos en decirte dónde no he estado. He ido a todos los continentes. Más de una

vez.—¿Incluso a la Antártida?—Incluso a la Antártida.—¿Cómo es?—Fría.Me río y vuelvo la cara hacia él.—Nunca me lo habría imaginado.Él también se coloca de lado.—Es preciosa —dice.La tensión vuelve a crecer entre nosotros y desvío la mirada hacia su pecho.—Siempre he querido viajar —le cuento, para reconducir la conversación—. Me propuse ir a

algún sitio el verano pasado. Luego me lo propuse este verano. Pero nunca lo he hecho. —Meencojo de hombros—. Igual después de la graduación, aunque sea unos meses. Pero... no sé...

Él arruga la frente.—¿Por qué no sabes?—Me aterra dejar a mi padre solo. Además, siempre que pienso en planear algo, me acuerdo

de mi madre.Me mira muy serio.—¿Por qué?Lo miro a los ojos. Noto algo pesado en mi interior, no me gusta hablar de mamá, pero la

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cercanía de su cuerpo y la preocupación de su expresión hacen que quiera abrirme, por una vez.—Tenía un espíritu muy aventurero y siempre hablaba de conocer el mundo. Pero nunca lo hizo.

Y luego, entre las visitas al hospital, la quimioterapia y... —Se me forma un nudo en la garganta—.Nunca tuvo la oportunidad. Cuando estaba enferma, antes de morir, solíamos...

Suspiro y me coloco bocarriba. Nunca le he contado esto a nadie.—¿Qué? —me pregunta dulcemente.—Pensarás que soy tonta. Solíamos jugar a imaginarnos viajes —continúo—. Me tumbaba en

la cama a su lado y hablábamos de los lugares a los que íbamos a ir, las cosas que íbamos a hacer,los paisajes que veríamos y la comida que íbamos a comer.

Él mueve la mano y nuestros meñiques se rozan.—No es ninguna tontería.—Nunca hemos tenido mucho dinero, pero mamá me dejó un poco. Iba a utilizarlo para ir a

alguno de los sitios de los que hablamos, pero cada vez que lo pienso... Siempre creo que lo harémal. Que no acertaré. Que no será como lo habíamos planeado. Que no cumpliré sus expectativas.

Por algún motivo, el decirlo alivia un poco la presión que sentía en el pecho. Él coloca sumano sobre la mía, envolviendo mis dedos con los suyos y apretando.

—Tienes mucho tiempo, Lila —me asegura—. Si haces algo y no sale bien, puedes volver aintentarlo. Nada es para siempre. —Me mira—. Cuando estoy a punto de hacer algo, siemprepienso: «¿Qué es lo peor que puede pasar?».

Me pongo de lado para mirarlo.—¿Es lo que pensaste cuando viniste a Forever Falls?—Sí. —Levanta las cejas—. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Que haga resucitar a una diosa

de la antigüedad que quiere destruir el mundo. Nada importante.Mis labios dibujan una breve sonrisa inconsciente.—Sí. Nada importante.—Lo siento, de verdad. Sé que soy un irresponsable. Supongo que es fácil serlo cuando no

tienes nada ni a nadie por quien preocuparte. Aun así, no soy capaz de arrepentirme —dice—. Yasé que mi hermano cree que no debería haber venido. Sé que mucha gente piensa lo mismo. Apesar de todo, me alegro de haberte conocido.

—Sí, yo también.—Creo que tienes un corazón salvaje, Lila —añade—. Como tu madre.—La echo de menos —confieso con un nudo en la garganta.—Ya lo sé.Me aprieta la mano otra vez. Noto sus dedos cálidos y seguros. Nos quedamos en silencio un

rato.—Bueno... —dice—. ¿Adónde vamos a ir cuando todo esto se acabe?—No podemos...—Ya lo sé.

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Lo miro a los ojos, tiene la cara muy cerca de la mía. Me regala una sonrisa reconfortante. Yorespiro hondo.

—Vale. Pues... siempre he querido ir a Europa. Italia, quizá.—Buena elección. Me encontraré contigo en Roma, al lado del Coliseo. Hay una pizzería

genial por allí cerca...Hablamos de nuestros planes de mentira hasta bien entrada la noche; veremos las pirámides de

Egipto y nos montaremos en los tuk-tuks de Bangkok. Visitaremos el Louvre en París y veremos laaurora boreal en el círculo polar ártico. Comeremos, saldremos de fiesta y Cupido me enseñarálos lugares en los que se crio.

Al final, mientras mis párpados pesan cada vez más, se hace el silencio. Nos miramos uninstante; él está tan cerca que puedo contar cada una de sus pestañas. Me agarra la manolentamente y con inseguridad, envolviéndola en la suya. Se me pone la carne de gallina cada vezque su piel roza la mía.

—Ojalá las cosas fueran diferentes, Lila. —Su voz suena fuerte en la oscuridad.Trago saliva.—Ojalá.

Cuando me despierto, la habitación sigue a oscuras. Oigo el golpeteo de la lluvia contra laventana. Me vuelvo para mirar a mi lado. Las sábanas están arrugadas y Cupido ya no está allí.Salgo de la cama y camino descalza hacia la puerta de la habitación. Una sombra cruza el pasilloque va hacia la terraza. Miro a través del cristal.

Cupido camina en la oscuridad de un lado a otro de la terraza. Su camiseta gris está mojada porla lluvia y se le marcan los músculos. Tiene la cabeza entre las manos.

Salgo a la terraza y noto el frío en los brazos desnudos.—¿Cupido?Le toco el hombro. Él vacila un momento y da un salto hacia atrás.—Aléjate de mí.Sus palabras me duelen.—Cupido, ¿qué ocurre?Tiene la cara mojada y una expresión de pánico.—Nunca debí haber venido. Joder. Joder.Vuelve a taparse la cara con las manos. Le aparto los brazos para mirarlo.—Cupido, ¿qué pasa? —pregunto mientras noto cómo el suelo tiembla bajo mis pies. «¿Un

terremoto?»—¡Aléjate de mí! —grita de nuevo.El temblor aumenta y me caigo hacia él. Me mira con los ojos llenos de rabia. Me agarra por

los brazos, clavándome los dedos en la piel. Su cara está a escasos centímetros de la mía.

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—Parecías tan segura... Decías que no —murmura.La lluvia resbala por su cara, aplastándole el pelo y cayendo en su boca. Me suelta y da un

paso atrás.—Pensaba que podía evitar enamorarme de ti.El temblor es cada vez más intenso y oigo los ruidos que hacen los muebles del jardín al caerse

junto a la piscina.—Es demasiado tarde.—Cupido, ¿qué quieres decir? ¿A qué te refieres?Pero creo que ya lo sé. El miedo empieza a apoderarse de mí. El suelo bajo nuestros pies sigue

temblando y suena un gran estruendo.—No he podido evitarlo —se lamenta—. No he podido ignorar los sentimientos.Luego me mira. Su expresión ya no es de pánico, sino de otra cosa... ira.—Es demasiado tarde —susurra—. El emparejamiento se ha realizado.De pronto tira de mí hacia él. Me agarra la cara con las manos y se inclina hacia delante. Mi

corazón late con fuerza cuando noto su respiración en mi piel. A continuación, roza sus labios conlos míos; al principio con cuidado, pero la pasión aumenta cada vez más.

Mi cuerpo se funde con el suyo. A nuestro alrededor, el suelo sigue desmoronándose, pero yosolo puedo oír los latidos de mi corazón. «Sé que no debería estar besándolo, pero no puedoparar. No me importa. Me da igual.»

Mientras me acaricia el pelo mojado, me doy cuenta de que el terremoto ha parado. Pero notoel temblor de su pecho cuando recorre mis labios con la lengua. En mi estómago bailan un millónde mariposas.

De pronto, la puerta de la terraza se abre de golpe y nos separamos. Cal está mirándonosfurioso. Tiene el teléfono en la mano.

—Acaba de llamarme Crystal desde la Oficina del Amor. Supongo que estaréis contentos.Me mira con frialdad y desliza lentamente la mirada hasta Cupido. Nos habla con desdén.—Os habéis emparejado. Mamá ya está en casa.

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Cuarta parte

Directora general

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Extracto de la Política de empresa

1. Desde el momento en el que te clavan una flecha de Cupido, pasas a formar parte del equipode la Fundadora de forma indefinida. Al formar parte de la Oficina, tendrás que crear parejaspara servir a la todopoderosa fundadora, además de realizar otras tareas adicionales cuandosea necesario. Estas tareas pueden incluir sacrificios, incendios, robos, luchas, protección,limpieza, mantenimiento general, servicios de transporte y cualquier otra que puedacorresponderse con el servicio a la fundadora.

2. Tras unirte al equipo, dispondrás exactamente de un mes para poner en orden tus asuntoshumanos antes de abandonar indefinidamente tu identidad anterior. Esto incluirá cortar loslazos con familiares, amigos y parejas sentimentales, para centrar tu atención únicamente enlas tareas citadas en la regla número uno.

3. Para cumplir con la regla número dos, es posible que se te reubique en cualquiera de nuestrassucursales por todo el mundo. Para ello, podrás disfrutar de nuestro paquete de reubicación,que incluye una casa y un mentor personal.

4. Se te entrenará en el arte del tiro con arco para poder ejercer con excelencia las obligacionescitadas en la regla número uno.

5. NINGÚN CUPIDO DEBE SER JAMÁS EMPAREJADO.

Al aceptar estas reglas, se te compensará con un paquete de beneficios que incluye juventudeterna, belleza, fuerza, salud y coche de empresa. Cualquier incumplimiento de las reglas darácomo resultado la vuelta de la fundadora, tras la cual, recuperará su posición de directora generalde la Oficina del Amor.

Todo cupido que incumpla alguna de las normas será castigado de la manera más severaposible.

VENUS, DIOSA Y FUNDADORA

Cal nos mira a través de la lluvia. Nos quedamos los tres en silencio durante un momento. La

cabeza me da vueltas por el beso, las palabras de Cupido y las noticias de Cal.

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«Mamá ya está en casa.»—Entrad —nos suelta—. Los dos.A continuación, se da la vuelta y vuelve a entrar en la casa.Dubitativa, miro a Cupido. En su mirada veo una mezcla de deseo y arrepentimiento.Me toco los labios. Puedo sentir el recuerdo de su beso fundido en ellos. ¿Qué hemos hecho?Cal está dentro, hablando por teléfono, de espaldas a nosotros. Mientras Cupido cierra la

puerta de la terraza, Cal se vuelve, dejando ver dos toallas bajo sus brazos. Le tira una a suhermano, que la coge desconfiado, y luego me lanza la otra a mí. Sus ojos irradian furia, pero nototambién algo más. Algo que se parece mucho al dolor.

—Gracias —murmuro, cogiendo la toalla y mirándome los pies.Recuerdo nuestro baile, cómo sus brazos se cerraban alrededor de mi cuerpo. Puede que para

él significara más que para mí.—¿Qué está pasando allí, Crystal? —pregunta, volviendo a apretarse el teléfono contra el pelo

y avanzando por el pasillo.Yo miro a Cupido con la toalla mustia colgando de mi mano. Él ha utilizado la suya para

secarse el pelo, que está ahora muy despeinado.—Ven —dice con amabilidad, cogiendo mi toalla y pasándola por encima de mis hombros.Al colocarme un mechón de pelo húmedo detrás de la oreja, me estremezco, sin saber muy bien

si se debe al frío o al efecto de que Cupido esté tan cerca de mí.Sacudo la cabeza, cada vez más presa del pánico.—¿Qué hemos hecho? ¿De verdad ha vuelto Venus?—Me temo que sí, bichito.Él me suelta cuando doy un paso atrás con el estómago completamente encogido.—No debería haberte besado.Cada vez soy más consciente del horror que hemos provocado.—Ya era demasiado tarde —explica él—. Mis sentimientos llevan un tiempo intensificándose.

Bajé la guardia porque pensé que yo no te gustaba. —Inclina ligeramente la cabeza—. Pero tussentimientos también crecían.

Pese a la situación, parece contento. Me toca la mejilla, dejando un rastro de energía sobre lapiel. Abre la boca ligeramente; yo tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no agarrarlo dela camiseta y volver a besarlo.

—Si eres un dios del amor ¿cómo no te has dado cuenta de que me gustabas?—Ya te lo dije, la sutileza no es mi fuerte —me responde—. La próxima vez tendrás que usar

unas chapas en las que ponga «Me gusta Cupido» con luces de neón y unas banderolas.—Lo habría hecho, pero se habían agotado todas en la tienda.Él se ríe.—Me lo podrías haber dicho.—No. —Niego con la cabeza—. Estaba enfadada contigo. Aún lo estoy.

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—Ya lo sé, mi amor, y con razón.—Además, creo que intentaba engañarme. Si me decía a mí misma que no me gustabas, tal vez

consiguiera creérmelo.Desvía la mirada hacia el suelo y deja de sonreír de pronto.—No debería haber venido.—Tienes toda la razón del mundo —suelta Cal, volviendo a subir por la escalera de caracol.

Lleva bajo el brazo la funda negra de la copia de la Finis. Me imagino que, dada la situación, serála de verdad—. Venus va a enviar un equipo para arrestarnos a todos. Ahora mismo.

Luego corre por el pasillo y entra por la puerta que queda frente a la habitación de Cupido. Mevuelvo hacia este, que parece resignado.

—Lucharemos, Lila —me asegura y, a continuación, hace un gesto para que vayamos tras suhermano.

Seguimos a Cal hasta un estudio enorme con un prominente escritorio de caoba. Hay seismonitores sobre él, y la pared de cristal tintado que hay detrás nos ofrece una vista de Juliet Hill.Está empezando a amanecer y el cielo es de color rosa.

Cal coloca la Finis en el escritorio y se inclina sobre él para encender las pantallas. Mira aCupido sorprendentemente calmado después de la ira que mostraba hace un minuto.

—Me imagino que todavía tienes activo el sistema de seguridad, ¿verdad?Cupido asiente y se sienta en una butaca de cuero que hay en la esquina de la estancia.—¿Nos vamos a quedar aquí? —pregunto—. ¿No deberíamos, no sé, huir?Cal me mira.—No lo entiendes, ¿verdad? Vienen hacia aquí. Ya. No tenemos tiempo de escapar y, aunque

pudiéramos, Venus nos tiene en el punto de mira. Ella y todas las fuerzas de la Oficina del Amor.Por si no te acuerdas, dispone de una red enorme de vigilancia a nivel mundial. No tenemos dóndeescondernos.

Lo miro desafiante.—Pero saben que estamos aquí, por lo que, si nos quedamos, seguro que no podremos huir,

¿no?—Evitaremos que entren —dice Cal—. O lo intentaremos, al menos.Pulsa otro botón en el ordenador. Se oye un ruido metálico y bajan unos barrotes que cubren el

cristal de la ventana.—Los he instalado en toda la casa —dice Cupido cuando se da cuenta de que me he quedado

mirándolos—. Nunca se está demasiado seguro en estos tiempos que corren.—¿Qué pasa si consiguen entrar? —pregunto.—No estoy seguro —responde Cal con frialdad—, pero me imagino que moriremos todos.—Bueno, tranquilízate, hermano... —le pide Cupido.De pronto, se oye un ruido al final del pasillo. Nos quedamos los tres mirando a la puerta y Cal

coge el abrecartas que hay en el escritorio. Se me acelera cada vez más el corazón. Entonces entra

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Charlie, frotándose los ojos.Mira a Cupido y luego a mí, empapados por la lluvia; y la pequeña cuchilla que sostiene Cal.

Arruga la nariz.—¿Qué ocurre?—Se ha consumado el emparejamiento —explica Cal fríamente—. Venus ha vuelto y sus

agentes vienen a por nosotros.—Ah —suelta Charlie—. Mierda.—Sí —corrobora Cal—. Mierda. —Vuelve a mirar a Cupido—. ¿Alguna idea de cómo

podemos salir de este entuerto en el que nos has metido?Este suspira.—Puede. —Se levanta de la silla, tira la toalla, se acerca a mí y me agarra suavemente la mano

—. Tranquila, saldremos de esta.Charlie carraspea.—Tú también, claro. —Sonríe y se vuelve hacia su hermano—. Venid a la sala de

entrenamiento conmigo, tenemos que coger algunas armas.Durante unos instantes, los dos hermanos parecen bloqueados. Cupido mira a Cal como si

quisiera decirle algo sin pronunciar palabra. El otro frunce el ceño. Luego asiente con firmeza ylos dos se dirigen a la salida de la habitación.

—Lila, Charlie —nos llama Cal desde la puerta—. Vigilad los monitores. Tenemos cámaras deseguridad por toda la casa y por el jardín. Si veis que se acerca alguien, gritad, ¿de acuerdo? —Seva antes de que podamos asentir.

Charlie y yo corremos hasta el otro extremo del escritorio. En los monitores se alternanimágenes en blanco y negro de las diferentes zonas de la casa y del exterior.

—Entonces... el emparejamiento ya es real —dice Charlie despreocupada.Yo miro hacia abajo.—Lo siento mucho, Charlie. No pretendía involucrarte en este embrollo.Ella se encoge de hombros y se sienta en la silla mirando a los monitores.—Ser una cupido no está tan mal. Eternamente joven, poderosa, extrañamente buena en tiro con

arco. Aunque la resurrección de una diosa de la antigüedad que quiere matarnos es un poco rollo,la verdad.

Percibo el miedo en su expresión, pero mi amiga sonríe. No puedo evitar unirme a ella.—Entonces ¿lo has besado? —me pregunta.Pongo los ojos en blanco. «Se acerca el fin del mundo y ella sigue queriendo cotillear sobre

chicos.» Asiento.—Y ¿qué tal?Recuerdo las cálidas manos de Cupido sobre mi cuerpo, el sabor de sus labios mezclado con

las gotas de lluvia.—Bastante bien.

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Charlie inclina la cabeza sobre mi brazo y nos quedamos en silencio, mirando la escala degrises de los monitores.

Unos minutos después vuelven a aparecer los hermanos. Traen cuatro arcos y aljabas llenas conflechas de todas las clases. Cupido nos da el nuestro a Charlie y a mí, y luego comparte unaextraña mirada con Cal. Este abre la funda sobre la mesa y mete la Finis en su aljaba,escondiéndola entre las demás flechas. Me sorprende: pensaba que Cupido habría querido serquien la llevara, ya que matar a Venus fue el motivo principal por el que había venido a ForeverFalls.

Un movimiento en uno de los monitores detiene la pregunta en mi garganta antes de que puedahacerla. Empiezan a aparecer pequeñas formas por Juliet Hill. Me agarro al borde de la mesa paraevitar que me tiemble la mano.

Lo que veo es incluso peor de lo que me había imaginado. No es un equipo de agentes; es unejército.

—Dios santo —digo, con una voz que apenas llega al susurro—. Ya están aquí.

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La pantalla muestra a un bloque de cupidos armados cruzando el terreno con los arcos levantados.Tengo la boca seca. Me doy la vuelta para observar los barrotes de la ventana. Conforme la masafirme de trajes blancos se va acercando, el ruido sordo de sus pasos empieza a sonar por elestudio.

—Dios santo —repito.—Chicos —dice Charlie sin apartar la vista del monitor—. Hay más aún. Están rodeando la

casa.Los tres nos apretamos tras ella. Han aparecido más bloques de agentes en otras dos pantallas.

Se dispersan conforme van llegando al jardín, formando un círculo perfecto alrededor deledificio.

—Pues ya está —dice Cupido.Mira de reojo a Cal, que sigue con la vista fija en las pantallas mientras, fuera, el cupido que

se encuentra al frente de uno de los equipos saca un megáfono del interior de su chaqueta.—¡Por órdenes de Venus, quedáis todos arrestados! Estáis rodeados. Por favor, salid del

edificio con las manos en alto.Miro a los dos hermanos.—Y ahora ¿qué? No pueden entrar, ¿verdad?Cupido niega con la cabeza y se sienta en la silla de cuero.—Tenemos que esperar —me mira intensamente— todo lo que podamos.Transcurre alrededor de una hora. Es insoportable. Los agentes de la Oficina del Amor aún

rodean el edificio y, en intervalos regulares, la voz del megáfono nos pide que salgamos. Mimiedo aumenta cada vez que lo hace. Sin embargo, Cupido parece imperturbable. Continúabalanceándose en la silla con los ojos cerrados.

Charlie y yo nos las hemos apañado para compartir la misma silla y poder mirar las pantallas.La ansiedad me retuerce el estómago. Al otro lado del estudio, Cal camina de un lado a otro con elarco colgado del hombro.

—¿Puedes parar ya? —le dice Cupido después de un rato, con los ojos aún cerrados—. Meestás poniendo nervioso.

Tras unas cuantas vueltas más por la habitación, Cal sale.—¿Adónde vas? —pregunto.Él me mira.

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—No es asunto tuyo.Desaparece por el pasillo y yo miro a Charlie, que se encoge de hombros.—Cuanto más tardéis, peor será para vosotros —grita la voz desde fuera.Examino los monitores. No veo la forma de salir de esta.Tras unos minutos, Cupido suspira y se levanta de la silla.—Venga, vamos a hacer café o algo. Esto es deprimente.Yo dudo por un instante, reacia a bajar.—No pasa nada —me asegura él—. No pueden entrar a no ser que levantemos las rejas. Y el

único sitio desde el que se pueden controlar es este.Vuelvo a mirar a Charlie, que se encoge de hombros de nuevo.—No me importaría tomarme un café —dice.Bajamos los tres a la cocina y veo que Cupido no mentía: hay unos barrotes enormes cubriendo

la entrada. Cal está mirando a través de ellos, con el teléfono sobre la oreja. Al oírnos entrar, lomete rápidamente en el bolsillo.

Cupido frunce el ceño.—¿Llamabas a alguien?Cal se vuelve lentamente para mirar a su hermano.—A Crystal.Parece incómodo, no es capaz de mirar a Cupido a los ojos. Luego pasa por nuestro lado.—¿No quieres quedarte a tomar un café con nosotros, Cal? —pregunta Cupido en un tono

desafiante, frío.Miro a los dos hermanos, y pienso que me he perdido algo.—Alguien tiene que vigilar lo que pasa fuera —dice él con la voz plana.Cupido mira con reproche cómo se va su hermano. Luego se dirige hacia la cafetera.—¿Qué le pasa? —pregunto tras unos segundos de silencio incómodo.Cupido nos da un café a cada una.—Creo que está a punto de traicionarnos.—¿Cómo? ¿Qué quieres decir?Él me mira con firmeza.—No creo que estuviera hablando con Crystal. Creo que estaba negociando un trato.—No —digo—. No. No puede ser.Cupido toma un sorbo de café. Unos segundos después, me vuelvo y veo cómo las rejas de la

ventana se levantan lentamente. Se me cae la taza de café de las manos y se hace añicos en elsuelo, llenándolo de líquido. Tengo ganas de vomitar.

Cupido nos mira.—Arriba. Ya.Cuando llegamos al estudio, Cal está de pie frente a las ventanas, iluminado por la cálida luz

del exterior. El final de las rejas desaparece en la parte superior de la ventana.

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No cabe ninguna duda.«Lo ha hecho. Nos ha traicionado.»—¡¿Cómo has podido?! —grito conforme el ruido de los pasos se intensifica; ya vienen.Corro hacia delante para pegar a Cal, pero Cupido me agarra con fuerza por el brazo y lo evita.—Llevabas tiempo esperando este momento, ¿verdad? —suelta Cupido—. El momento en el

que poder entregarme y volver a ser su favorito.Cal le devuelve la mirada.—Intenté ayudarte. Intenté forzar que te marcharas del pueblo. Intenté proteger a tu alma

gemela.—¡Mírala! —gruñe Cupido—. ¡Di su nombre!Cal no lo hace.—Has incumplido la ley y tienes que pagar por ello —dice imparcial.—¿Y Lila también? —pregunta Cupido—. ¿Y Charlie?—Habrá un juicio justo.—¡Y una mierda juicio justo!Nunca había visto a Cupido tan enfadado. Me suelta y corre hacia Cal, lo agarra y lo estampa

contra la pared. Se quedan mirándose con las narices casi pegadas, ambos con la cara roja derabia.

De pronto, la puerta se abre de golpe.Cupido le da un puñetazo en la cara a Cal, tan fuerte que lo tira al suelo inconsciente al mismo

tiempo que los agentes empiezan a entrar en el estudio. Aunque Cupido saca el arco y empieza alanzar flechas, los agentes son demasiado rápidos y están demasiado cerca. Cinco de ellos loagarran por los brazos y lo ponen de rodillas, para luego tirarlo al suelo. Uno lo coge por el peloy lo obliga a mirarme.

—Comandante —grita uno bruscamente—, los tenemos.Los agentes que estaban en la puerta se apartan cuando llega alguien. Es alto y delgado, con el

pelo oscuro y una mirada fría. Su arco negro es más grande y más elaborado que los de los demás,y me fijo en que tiene un broche con forma de V en la chaqueta blanca.

—Cal —dice—, coge a la chica.Este vuelve a estar de pie y me mira por primera vez desde su traición.—Cal —susurro—, por favor.—Coge a la chica —repite sin piedad el comandante—. Si quieres volver a la Oficina, si

quieres que se eximan tus crímenes, coge a la chica.Tras una breve pausa, Cal se acerca a mí. Con las manos temblando, agarro una flecha de mi

aljaba y la sujeto delante de mí, con la espalda aún apoyada contra la ventana. Me fijo en la puntarosa de la flecha: es una Capax, la flecha de la verdad. Maldigo para mis adentros. No es la quenecesito.

—Cal —advierte Cupido con el cuello aún hacia atrás. Está forcejeando contra el agente que

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lo tiene sujeto, pero le están obligando a mirar cómo se acerca su hermano a mí—. ¡Apártate deella! ¡Déjala en paz! —dice empezando a zarandearse.

—Cal —repito—, por favor, no lo hagas.Pero nos ignora con desdén. Mantengo la flecha extendida y, entonces, él camina despacio

hacia ella, dejando que se le clave en el estómago, sus ojos abriéndose a medida que la flecha seintroduce cada vez más en su abdomen. El dolor cubre su cara mientras se convierte en cenizasentre mis dedos.

—¿Alguna vez te he importado? —pregunto. «Se ha clavado una Capax. Tiene que decir laverdad.»

Se queda mirándome con incertidumbre. Luego sus facciones vuelven a endurecerse.—No.Me retuerce los brazos con fuerza detrás de la espalda y me empuja hacia delante, hacia la

multitud de agentes que esperan en la puerta.—¿Y los demás?—Déjalos —dice el comandante—. Venus solo quiere a la chica.Cupido se las apaña para abatir a uno de sus captores, y luego a otro.—¡LILA! —grita encontrándose con mi mirada de horror mientras intenta levantarse del suelo.

Pero no paran de llegar agentes.El comandante observa impasible la escena.—Déjalo inconsciente.Uno de los agentes levanta su arco y golpea con él a Cupido en la cabeza.—¡Cupido! —grito mientras él se desploma.Cal me tiene sujeta, esperando instrucciones. Peleo para soltarme. Quiero que me quite las

manos de encima.—Llévala a los coches —ordena el comandante—. Tenemos que volver a la Oficina del Amor.Luego se vuelve hacia mí y me lanza una breve sonrisa.—Es hora de averiguar qué quiere hacer Venus con el alma gemela de Cupido.

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Cal me lleva afuera. La tormenta ya ha amainado y ha dejado charcos de agua en el suelo. Elejército de agentes de Venus ya ha empezado a caminar de nuevo hacia Juliet Hill y sus botaschapotean en el fango. Cal y yo vamos tras ellos. Él sigue agarrándome con fuerza por el brazo.

—¿Cómo has podido? —le suelto, estirando el cuello para intentar mirarle a la cara.Cal me ignora y continúa empujándome desde atrás. Pienso en Cupido, inconsciente en el

suelo, y en la férrea mirada del comandante cuando ordenó a Cal que me apresara. Tengo que huirde esta gente.

Con toda la fuerza que soy capaz de reunir, aparto el brazo. Se resbala de la mano de Cal y porun momento siento una breve alegría, pero me agarra de nuevo y me da la vuelta para que lo mire.

—¿Adónde piensas ir, Lila? Mira a tu alrededor. Te atraparían en un segundo. ¿De verdadprefieres que te lleve otra persona?

—Sí —le bufo—. Cualquiera menos tú.Por un momento creo notar un ligero dolor en su mirada, lo que me produce una gran

satisfacción.—No sabes lo que dices.Sigue empujándome hacia delante y continuamos subiendo la colina. Mientras tanto, uno de los

agentes que pasa a nuestro lado —bronceado y con el pelo oscuro— me mira y sonríe. Me resultafamiliar y me doy cuenta de dónde lo he visto antes.

—¡Es un flecha! Le disparé cuando rescatamos a Crystal. ¿Lo has elegido a él en lugar de a tuhermano?

—Las flechas siempre han sido una extensión de la Oficina del Amor; un poco extremistas,pero ahora todos estamos unidos por Ella.

Me da un empujón y volvemos a andar de nuevo. Cuando llegamos a la cima de la colina, medetengo. Hay cientos de coches carísimos aparcados en la cumbre. Ser un cupido «tiene susventajas», como me dijo Cal cuando me entrenó la primera vez.

Intento lanzarle otra mirada furiosa. «¿Cómo ha podido hacerme esto a mí? ¿Y a Cupido?» Éldeja de moverse. Nos miramos a los ojos y, por un momento, parece que los ángulos de su cara sesuavizan. Sus labios se separan.

Me da esperanza.«Puede que no nos haya traicionado.»Puede que todo haya sido una pantomima.

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»Puede que simplemente me meta en un coche y me lleve lejos de aquí.»Puede...»—Vosotros os venís con nosotros —ordena el comandante, que camina al lado de Cal—. Tengo

que vigilaros.Se dirige al Ferrari rojo aparcado en la primera fila del aparcamiento, donde espera una chica

rubia que señala el coche con una llave y se abren dos laterales hacia arriba. Ambos se meten enel coche. Cal camina hacia él.

—Entra.Tiene una expresión severa y, en un instante, mi esperanza se difumina. Miro nerviosa a mi

alrededor, intentando averiguar si hay alguna forma de escapar. Los cupidos aún están subiendo lacolina en dirección a los coches. Son demasiados. No hay manera de salir de aquí.

Tengo que volverme para sentarme en el asiento y, cuando lo hago, vuelvo a encontrarme con lamirada de Cal. Las facciones de su cara están muy marcadas.

—Por favor, Lila, entra en el coche.Me quedo mirándolo un momento y hago lo que me pide. No tengo elección: ¿adónde podría ir?

Cal se sienta a mi lado. Las puertas se cierran y la agente rubia arranca el motor. Entonces escuando me doy cuenta.

Claro.Me llevan a ver a Venus.

Nadie habla durante el trayecto. Cal se mira las manos mientras las retuerce sobre sus piernas, yno se vuelve hacia mí ni una vez. Yo miro por la ventana trasera, entrecerrando los ojos con lasprimeras luces de la mañana. Vamos por una amplia autopista de Los Ángeles, con altas palmerasa ambos lados. La ristra de coches de lujo de los cupidos nos rodea.

Seguramente vayamos a la Oficina del Amor. Si Venus es la fundadora, seguro que estará allí.Intentaré aferrarme a la esperanza de que, a pesar de que Cal nos haya traicionado, Crystal todavíaesté de nuestra parte y me ayude a escapar.

Pronto llegamos al bulevar en el que se encuentra la oficina. La conductora pulsa un botón en elsalpicadero y se abre la puerta que hay frente a nosotros. Hace una maniobra con el coche parameterlo por la entrada y bajamos por una cuesta que desemboca en un gran garaje subterráneo. Lachica aparca el Ferrari en un espacio señalado como «Reservado». Luego abre las puertas delcoche. Se me queda el cuerpo helado.

—Gracias, Claire —dice el comandante antes de mirarnos a Cal y a mí por encima del asiento—. Es hora de conocer a la jefa —me informa antes de que salga.

—Sal —ordena Cal, todavía sin mirarme.Lo ignoro. Mi mente sigue intentando asimilar lo que está ocurriendo. Cupido es mi alma

gemela. Cal nos ha traicionado. Me llevan a conocer a una diosa de la antigüedad que quiere

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matarme. «Esto no puede estar pasando. No puede ser.»Cal coge su arco y su flecha, sale del coche y se pone a mi lado con decisión. Abre la puerta y

se queda de pie, quieto, durante un segundo, esperando a que yo me mueva. Pero no lo hago. Élsuspira y se inclina hacia mí, tan cerca que puedo oler su colonia. Cuando lo hace, me fijo en undestello dorado entre todas las flechas de su aljaba: la Finis.

Cuando me desabrocha el cinturón de seguridad, me mira con una expresión que no soy capazde descifrar. Por un momento creo que va a decir algo.

Pero no.Me agarra por el brazo y me saca del coche mientras los demás agentes empiezan a llegar al

garaje. El ambiente huele a gasolina y gases de escape. El comandante y Claire nos miran.—Venga —me apremia Cal.Muevo el brazo y me suelto.—No me toques.El comandante esboza una pequeña sonrisa y se encoge de hombros.—Sabe andar solita. Por aquí, por favor. —Señala con un gesto una puerta en la esquina del

garaje y empieza a caminar delante de nosotros.Ni Cal ni yo nos movemos. Me quedo mirándolo, con la respiración acelerada, y él con el ceño

fruncido.—Lila. No. —Su voz suena cansada.Me doy la vuelta y corro. Corro todo lo deprisa que puedo entre los coches que siguen entrando

al garaje; el ruido de los cláxones y el chirrido de los frenos al compás de los volantazos que danpara evitarme crean una sinfonía caótica muy desagradable. Con los ojos fijos en la rampa quelleva a la calle, esquivo a un hombre de blanco que intenta detener mi fuga. Dos manos me agarrande los brazos y tiran de mí hacia atrás, hasta que me golpeo con el pecho de alguien.

Me doy la vuelta y casi choco con Cal.—Pensaba que eras mi amigo —le digo.—Y yo pensaba que no eras tan estúpida como para enamorarte de Cupido y hacer que volviera

Venus.Siento mucha rabia ahora mismo. Recuerdo el baile y el dolor escondido tras su mirada cuando

me vio en la terraza.—¿De eso se trata? —pregunto—. ¿Por eso nos has delatado? ¿Porque besé a Cupido? ¿De

verdad merezco este castigo? ¿Solo por eso has decidido entregarme a una diosa de la antigüedadque quiere matarme? Un poco exagerado, ¿no, Cal?

Sus rasgos se endurecen y parece que está a punto de contestarme, pero no se lo permito. Medoy la vuelta —notando las miradas del resto de los agentes, que salen de sus coches— y corrotras el comandante. Nos mira con curiosidad mientras nos acercamos a la puerta.

Entramos a un descansillo anodino y Claire nos lleva hasta un ascensor. Dentro, las paredes deespejo reflejan mi pelo despeinado y mi ropa desaguisada, todavía algo húmeda de la lluvia.

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Tengo la cara más pálida de lo normal y siento la mancha oscura de las ojeras bajo los ojos.—¿A qué planta? —pregunta Claire.—A la suya —dice el comandante—. Querrá ver enseguida al alma gemela.Noto cómo se me debilitan las rodillas en ese momento, así que me apoyo en la pared cuando

empezamos a subir. Mis tres secuestradores me ignoran, mirando todos directamente haciadelante, a las puertas del ascensor. Cuando se abren, me llevan a una sala de espera como la delos hospitales, cuya mesita de centro de cristal está rodeada por los mismos sillones de coloresfosforitos que había en la recepción.

—Siéntate —me ordena Cal.Mientras lo hago, Claire y el comandante hablan con un joven esbelto que está tras el

mostrador de recepción.—El asistente personal de Venus —me susurra Cal desde el otro extremo de la mesa.Le lanzo una mirada fulminante.—No te he preguntado.Tras unos instantes, Claire y el comandante vuelven.—Charles te avisará cuando la jefa esté lista —dice el comandante.A continuación, asiente bruscamente a Cal, y Claire y él vuelven a entrar en el ascensor; nos

quedamos solos.Cal se sienta en el sillón verde intenso que hay a mi lado. Esperamos en silencio lo que a mí

me parece una eternidad. Luego suena un bip, y Charles, el asistente personal, se levanta de susilla. Su mirada pasa de Cal para centrarse en mí.

—Está lista —me informa—. Ya puedes pasar.

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—Pues ya está, ¿no? —digo en voz baja—. Venus va a recibirme.A esto es a lo que me ha llevado seguir a un chico hasta su terraza en una fiesta: a una cita con

la diosa del amor. Noto un pinchazo y me pregunto si volveré a ver a Cupido.—¿Va a matarme? —le pregunto a Cal cuando se levanta y se queda de pie a mi lado.Este aparta la mirada.—Levántate.Miro al asistente de Venus, que golpea impaciente con los dedos el mostrador de recepción.—No tiene todo el día —dice con impertinencia.Vuelvo a mirar a Cal. Ojalá pudiera saber qué está pensando. Ojalá pudiera comprender por

qué nos ha traicionado. Cuando me levanto, noto una calma poco usual. Pase lo que pase, meenfrentaré a ello; no tengo otra opción.

Cal me agarra del brazo y me arrastra hacia delante, con los dedos clavados en mi piel. Apesar de su porte relajado, noto que está nervioso. Miro la aljaba que lleva en la espalda. La Finissigue ahí.

—Suéltame —digo con la voz firme. «Igual, si consigo coger la Finis, podría...»Cal sigue mi mirada y niega levemente con la cabeza. Luego me empuja delante de Charles.—No hagas ninguna estupidez, Lila —me susurra al oído con los dientes apretados.—Sígueme, por favor —dice Charles.Avanzamos, cada uno a un lado del asistente personal, por un largo pasillo de un blanco

cegador y adornado con arcos. Nuestros pasos hacen eco en el suelo blanco y negro. Aunque ladecoración es parecida al resto del edificio, el ambiente huele dulce y pegajoso.

Conforme avanzamos, me pregunto si Cal va a entregarle directamente la Finis a Venus. Si lohace, ella la podrá usar para matar a Cupido.

Vuelvo a mirar a Cal.—¿Cómo has podido hacer esto?Él no dice nada, solo hace un gesto hacia la puerta que hay al final del pasillo, donde hacen

guardia dos cupidos armados: un hombre y una mujer. Cuando nos acercamos, me fijo en la placablanca clavada en la madera oscura en la que pone: «Venus, directora general» con una elegantecaligrafía rosa.

Charles se detiene frente a los dos agentes que vigilan la puerta y se vuelve hacia nosotros.Tiene los ojos de color verde apagado.

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—Dejad todas vuestras armas a este lado de la puerta, por favor —nos pide—. Podréisrecogerlas una vez que Ella haya terminado con vosotros.

Miro la cara de Cal. Si va a poner la Finis a disposición de la Oficina del Amor, este esclaramente el momento. Pero no muestra intención de entregar su arco ni sus flechas.

—Ningún arma puede herir a Venus —argumenta.Charles se encoge de hombros.—Yo no inventé las normas. Dejad las armas a uno de los agentes, por favor.Aunque Cal únicamente mira a Charles, los cupidos que controlan la entrada cogen sus armas.

Luego Cal sonríe.—Por supuesto. Como Ella desee.Le entrega el arco al hombre y se descuelga la aljaba llena de flechas del hombro. La agente la

coge y la apoya contra la pared.Charles asiente y, a continuación, da unos ligeros golpecitos en la puerta negra.—Adelaaaaaante —canta una aguda voz femenina al otro lado de la puerta.«Allá vamos.»Sin pensar, miro a Cal para reconfortarme un poco, pero, por supuesto, no funciona. Está

mirando fijamente hacia delante cuando Charles empuja la puerta y entra.Lo primero que me llama la atención es el olor. Es incluso más fuerte que en el pasillo: dulce,

sí, pero con un trasfondo de algo sucio. Noto que la bilis me sube por la garganta, pero me la tragocuando Cal me empuja hacia dentro.

Entramos a una habitación estrecha con suelos de madera negra y paredes rosa oscuro. La zonaen la que estamos se encuentra iluminada con una luz fría y artificial, pero el final de la habitaciónestá sumida en la oscuridad. No puedo ver a Venus, pero hay ramos de flores por todas partes:rosas rojo sangre y mirtos blancos que salen de jarrones y rodean las paredes hasta enroscarsealrededor de las vigas del techo. Oigo el tintineo del agua, pero no sé de dónde viene.

—Aquí están, señora —informa Charles—. Cal y el alma gemela de Cupido.Con una exagerada reverencia sale de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Se hace el

silencio durante un momento. Luego se oye un ruido desde el otro extremo de la habitación.—Acercaos más, por favooor.La voz es la encarnación del olor: dulce y pegajosa, mezclada con algo sucio bajo la

superficie. Cal me suelta el brazo y empieza a adentrarse lentamente en la oscuridad. Miro connostalgia la puerta por la que acabamos de entrar. «¿Qué sentido tiene salir corriendo? Volverán atraerme aquí.»

Muerta de miedo, avanzo un poco, con la respiración cada vez más acelerada.—Eso es —dice la voz—. Venid aquí.A medida que nos acercamos, empiezo a ver la forma de un gran escritorio y de una silueta

sentada detrás de él.«Venus.»

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El sonido del agua es cada vez más fuerte y, por un momento, creo que también oigo el sonidode algo golpeando un cristal.

—Ya estáis bastaaante cerca —canta la voz—. Dejad que os vea.Lentamente, la figura en la sombra se levanta de su asiento y se queda completamente de pie.

Es más grande que una mujer humana, tanto en altura como en anchura. Tiene un cuerpo demasiadoexuberante, pero, en la oscuridad, no soy capaz de saber si se debe a la ropa o si es su figura.

Y luego, de pronto, está solo a unos centímetros de nosotros.A primera vista es preciosa. Tiene el pelo rojo pasión, recogido en una trenza alrededor de la

cabeza, adornada con flores. Su pálida piel acentúa el azul claro de sus ojos, y lleva un vestido degala que parece hecho enteramente de rosas color carmín. De palabra de honor y ajustado a lacintura, remata en una falda hinchada que parece ondear con una brisa que no existe.

Nadie habla. Venus continúa observándome y, cuando le devuelvo la mirada, se me pone la pielde gallina. Hay algo detrás de tanta belleza; algo que no está bien.

Tiene la piel demasiado pálida, casi translúcida, sin absolutamente ningún poro, mancha nimarca de ningún tipo. Parece resbaladiza, como si fuese de mentira. Tiene las pupilas muypequeñas y no parpadea lo suficiente. Me recuerdan a los ojos de una muñeca. Y, aunque me estásonriendo plenamente con sus labios rojos, me siento amenazada.

De pronto, en un movimiento demasiado rápido como para que pueda seguirlo, me acaricia unlado de la cara. Tiene los dedos largos y fríos, como los de un cadáver, y hacen que me crispe.

—Así que esta es el alma gemela de Cupido —dice, inclinando la cabeza a un lado—. Elmotivo por el que he tenido que volver al trabajo.

Tiene voz de niña pequeña, pero cada palabra me produce una punzada en el pecho; la últimaes tan fuerte que pierdo el equilibrio y me caigo de espaldas. Parpadeo y veo que se inclina sobremí. Estoy muerta de miedo. Respiro hondo, inhalando una bocanada repugnante de su abrumadorolor.

—¿Sabes? No es muy agradable que te digan que tienes que regresar durante tu mileniosabático —dice mientras se agacha y me recoge del suelo como si fuera una muñeca de trapo paravolver a dejarme de pie—. Podría hacerte muchas cosas si quisiera. Y debes ser castigada, desdeluego. Has sido un alma gemela muy mala.

—Madre —advierte Cal.Ella vuelve la cabeza y mira a su hijo.—Me han dicho que tú también te has portado fatal —dice, recogiéndose la falda y corriendo a

saltitos hacia él—. Otra vez.Sus movimientos serían graciosos si ella no fuera tan aterradora.—¿Te gusta mi pelo? —pregunta sonriendo—. Es rojo. Como el de Charles. Vamos a juego.Cal ignora sus palabras y la mira directamente a los ojos.—Si no le haces daño a Lila ahora, si le concedes un juicio justo, podrías utilizarla como

ejemplo —dice Cal lentamente.

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Ella hace un puchero.—Pero es que quiero hacerle daño ahora.Cal la mira con severidad.Venus suspira.—Tienes razón. Nos la quedaremos hasta el juicio. Será nuestra mascota humana. —Vuelve a

mirar hacia mí sin parpadear y esboza una sonrisa que hace que se me erice la piel. Luego da unapalmada—. En fin, a otra cosa. ¡Os he traído unos regalos! Venid, venid.

Estoy aterrada. «¿Qué regalo puede tener para mí la diosa del amor?»De repente, ella está ya en el otro extremo de la habitación, sumida en la oscuridad de nuevo.

Da otra palmada y se encienden las luces. Esta vez, la bilis se abre camino por mi garganta. Venusestá de pie entre dos puertas de cristal, tras las que dos figuras flotan en el agua.

En una —inconsciente y etérea—, flota Crystal.En la otra —golpeando el vidrio con fuerza—, está Cupido.Venus nos mira y sonríe con dulzura, pero su mirada está repleta de malicia.—¿Queréis abrirles?

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Venus coloca una mano en el tanque en el que Crystal flota en el agua, como si fuera un fantasma.Los mechones rubios de la cupido se contonean a cámara lenta alrededor de su cara pálida.

Me da un vuelco el corazón. Parece que está muerta.Venus mira a Cal.—Este es para ti. —Luego corre hasta la segunda puerta y dirige su mirada de muñeca hacia mí

—. Y este... ¡este es para ti!Los golpes de Cupido contra el cristal son cada vez más débiles. Veo que mueve la boca, pero

sus palabras se pierden. Cada centímetro de mi cuerpo empieza a temblar. Estoy a puntísimo devomitar.

«Tengo que sacarlo de ahí.»Venus vuelve a dar una palmada, esta vez impaciente.—¿Qué pasa? Venga, ¿vais a abrir los regalos o no?Durante un instante me quedo plantada en el suelo. «¿Es una trampa?»Pero deja de importarme. Me da igual que sea una trampa, que Venus vaya a intentar matarme ni

que me sometan a juicio. No me importa que Cal me haya traicionado, que esté muerta de miedo nique puede que no vuelva a ver a mi padre nunca más.

Ahora mismo lo único que me importa es Cupido: su vida se escapa lentamente dentro de esetanque de agua.

Salgo corriendo, paso el escritorio y a Venus, hasta que mi cuerpo golpea el cristal de laprisión de Cupido. Coloco las palmas de las manos sobre la superficie, intentando encontrar lamanera de abrirlo. Pero no hay tirador.

«¿Cómo lo saco?»Cupido golpea el cristal para llamar mi atención, y me hace un gesto para señalarme algo

detrás de él. Sigo su mirada. Venus sigue de pie entre las dos puertas. Le cuelgan dos juegos dellaves de los dedos.

—Ay, tontita —dice—. ¡Necesitas una llave para abrir la puerta!Le arranco el juego de la puerta de Cupido de las manos sin mirarla a la cara para no ver su

reacción; vuelvo corriendo y empiezo a buscar la cerradura.«No la encuentro.»Cupido vuelve a golpear el cristal y me hace una señal hacia la izquierda. Hay un pequeño

agujero en el cristal. Introduzco la llave, giro y tiro hacia mí. La puerta se abre de golpe, el agua

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helada sale tan fuerte que me tira de espaldas, y Cupido cae sobre mí. Tiene la piel fría y húmeda,y agacha la cabeza al lado de mi hombro, mientras balbucea y da bocanadas del aire perfumado dela habitación.

Me quedo allí tumbada, con frío, pero aliviada, intentando ver, nerviosa, si la otra víctima deVenus se encuentra bien. Cal se dirige a zancadas a la otra puerta, con una expresión indescifrable.Le quita la otra llave a Venus y la mira. Luego introduce la llave en la cerradura y la gira,quedándose a un lado mientras el frágil cuerpo de Crystal sale y choca contra el suelo.

—Crystal —susurro nerviosa—. ¿Está...?Cupido se ha medio incorporado y está vomitando agua. Tose unas cuantas veces más y luego

me mira.—Los cupidos no nos podemos ahogar. No del todo —dice, con la voz débil y jadeante—. Se

pondrá bien, bichito.Al decir eso, se vuelve a caer al suelo y gira hasta colocarse bocarriba y quedar tumbado sobre

un charco de agua.Miro a Venus. Su cara ha adoptado una expresión aterradora y el ambiente a su alrededor de

pronto parece estático y cargado. Se me pone el vello del brazo de punta.—¡Mirad lo que habéis hecho! ¡Menudo desastre! ¡ESTÁ TODO LLENO DE AGUA!Yo vacilo un poco, pero Cal apenas la mira.—Madre, ¿qué sentido tiene esto? Entiendo lo de Cupido, pero ¿por qué está aquí Crystal? —

pregunta, mirando el cuerpo de su compañera con desagrado.Por fin se mueve y una leve bocanada sale de sus labios. Me quedo un poco más aliviada.—Me da igual si vive o muere —continúa Cal.De pronto, Venus está de pie delante de su hijo.—¿Te da igual? —Sus labios forman una sonrisa, pero no hay nada de amabilidad en sus ojos.—Claro que sí —suelta—. Es una de tus agentes. No significa nada para mí.Venus se aparta y su falda de rosas murmura con su movimiento.—Sí —dice pensativa mientras Crystal empieza a vomitar en el suelo—, es mía, ¿verdad?Levanta a Crystal cogiéndola por el cuello de la chaqueta blanca y la tira contra la pared como

si no pesara nada. Esta se desliza por el muro y cae con un golpe seco sobre el suelo.—Es mía, puedo hacer con ella lo que me dé la gana. —Venus vuelve a poner su sonrisa

torcida y avanza lentamente hacia el cuerpo informe de Crystal—. Se ha portado muy mal, no fueapropiado entrometerse en la historia de Cupido y su alma gemela. Creo que voy a matarla.

—Madre, si le haces daño ahora, no podrás utilizarla como ejemplo, igual que a Lila,¿recuerdas? —dice Cal despacio—. Puedes someterla a juicio también, para que todo el mundovea lo que le haces a la gente que te traiciona.

Venus parpadea y luego asiente de forma un tanto inconexa. Sus movimientos me recuerdan alos de un personaje de una película a cámara lenta.

—Sí. La someteré a juicio con los demás. —Mira a Cal y sonríe con dulzura—. Al menos

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tengo un hijo bueno.Se coloca a su lado y le aprieta la cara con sus dedos blancos y resbaladizos. Luego suspira.—Ya me he aburrido de vosotros. ¡GUARDIAAAAAAS!Los dos agentes de fuera entran de golpe.—Ayudad a Cal a llevar a estos tres abajo. Dejadlos con mis otras mascotas. Venga, que es

para hoy.El hombre se coloca a Crystal encima del hombro y la mujer empuja a Cupido al suelo. Cal se

acerca a mí y me ofrece la mano.—Levanta.Lo miro con rencor, pero le permito que me ayude a levantarme. No sé adónde nos llevan,

aunque seguro que será mejor que estar aquí con ella.—¡VENGA! ¡APARTADLOS DE MI VISTA! —grita Venus mientras nosotros salimos por la

puerta—. ¡NO QUIERO SEGUIR VIÉNDOLOS! ¡VAMOS, VAMOS, VAMOS!No me atrevo a mirar hacia atrás cuando la puerta se cierra tras nosotros. Una vez fuera, Cal

me suelta el brazo para ir a recoger su arco y la aljaba de flechas que descansan contra la pared.—Por aquí —dice, avanzando por el pasillo en dirección al ascensor.Miro para atrás. Crystal sigue inconsciente, desmadejada sobre el hombro del guardia,

mientras que Cupido camina al lado de la otra guardia, aceptando su destino, aparentemente. Noestoy segura de si su calma es aterradora o alentadora.

«¿Tiene algún plan? ¿O está demasiado cansado para seguir luchando?»Cuando Cal y los agentes nos meten en el ascensor, Cupido me coge de la mano y la aprieta.

«Todo va a salir bien», vocaliza.Me gustaría poder creérmelo.De vuelta en la planta baja, nos llevan al patio interior y el agente acerca a Crystal hasta la

estatua de Venus. Me fijo en que los ojos de la chica se abren cuando el agente saca una tarjeta yla escanea por la cara de la estatua. Luego da un paso hacia atrás cuando la peana redonda seeleva unos centímetros y se desliza por los adoquines. En su lugar aparece un agujero enorme através del que se ve la parte de arriba de una escalera de caracol.

—Deja que me vaya —murmura Crystal.El agente la pone de pie. Parece un poco avergonzado y me pregunto si se conocen.—Son órdenes de Venus —susurra él.Ella le lanza una mirada fría y luego nos examina al resto. Durante un segundo, parece como si

fuera a decir algo, pero al final decide que no merece la pena gastar esa energía con nosotros.Sacude la cabeza y baja la escalera, sumergiéndose en la oscuridad que hay ante ella.

—Yo me encargo de ellos —informa Cal a los dos guardias. Cuando lo miran dubitativos, Calfrunce el ceño—. ¿Os tengo que recordar que soy vuestro superior? Volved a vuestros puestos,puedo manejar a unos cuantos prisioneros.

—¿Estás seguro de que puedes lanzar las Sims tu solo? —pregunta el hombre.

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Siento un miedo frío al recordar lo que Cal dijo sobre ese castigo. Eso es lo que nos espera.—Por supuesto —dice Cal desdeñosamente.—Muy bien, señor —responde el guardia, y ambos se dirigen de vuelta a sus puestos.Cal nos guía hacia el agujero, y espera a que Cupido y yo bajemos para seguirnos. El fondo

está oscuro, ligeramente iluminado por unas luces artificiales destellantes incrustadas en el techo.Conforme avanzamos por el estrecho pasillo, se me retuerce el estómago del miedo y los

nervios. Las paredes están llenas de puertas con ventanas enrejadas, cada una de ellas con unasilla dentro. En cada silla, hay una persona —sin espacio para moverse— mirando sin parpadeara la oscuridad.

Echo un vistazo a una de las celdas por las que pasamos. Hay una chica pequeña con una faldamarrón y el pelo negro; tiene los ojos cerrados, como si estuviera durmiendo. Debe de tener miedad. Cuando la miro más de cerca, lo que veo hace que dé un salto hacia atrás. Parece que se lemueve el pelo y veo que tiene una pequeña serpiente negra enredándosele en el cuello. Encima dela puerta hay un cartel en el que pone: «Medusa».

Pasamos por otra puerta tras la que hay un hombre negro y alto sentado, con la mirada perdida.No consigo ver el nombre del cartel, pero me doy cuenta de que, al mirarlo, Crystal sacude lacabeza con tristeza. Me acuerdo de Los relatos de la Finis.

«¿Es el Minotauro?»La línea de puertas continúa hacia delante y consigo ver más nombres conforme vamos

avanzando. Pandora, Rómulo, Remo, Selena. Y otros muchos que no reconozco. Pero mi corazónda un vuelco cuando veo la cara de Charlie mirando sin vida a través de una de las ventanas.

Cal se detiene al llegar a tres celdas vacías. Estoy horrorizada. Miro a Cupido en busca deapoyo, pero, para mi sorpresa, está sonriendo. Pasa por mi lado y por el de su hermano.

—¿Crees que Venus se lo ha creído?—Yo diría que sí —dice Cal.—¿Tienes la Finis?Cal asiente.—Bien hecho, hermano.Estoy confundida, pero veo a Crystal hacer una mueca.—Me lo podríais haber dicho —le reprocha a Cal—. Imbéciles.Tras decir eso, entra altivamente por la puerta que tiene más cerca y se sienta en la silla.Yo me quedo mirándolos sin entender nada.—¿Qué está pasando?Cal me mira, un poco avergonzado.—Lo siento, Lila —dice—. Era la única forma de volver a meter la Finis en el edificio. Tenías

que creer que os había traicionado. Venus se habría dado cuenta si no hubiera sido así.Me acuerdo de cuando, en la casa, Cal y Cupido compartieron una mirada larga antes de bajar

a por las armas.

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—Quieres decir... ¿que este era el plan?Cupido asiente.—Un plan un poco de última hora, pero sí.Por un momento no sé si sentirme aliviada o enfadada. Me decanto por aliviada. Las cosas no

están saliendo a la perfección, pero tampoco tienen tan mala pinta como hace cinco minutos.—Y vuestra estrategia secreta debe de tener una segunda parte...Cal señala con un gesto la fila de puertas enrejadas.—Detrás de cada puerta hay un poderoso enemigo de Venus, enemigos que lo que más desean

en este mundo es acabar con ella. Los tiene aquí en Sims, individuales. Están siendo torturadospor dentro, atacados por sus propios poderes.

Nos da a Cupido, a Crystal y a mí un microchip a cada uno.Cupido se mete el suyo en el oído.—Y ahí es donde entramos nosotros. Vamos a entrar en sus Sims. —Me lanza una amplia

sonrisa—. Y vamos a despertar a los mitos.

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Miro a los dos hermanos: Cupido, fornido y despreocupado; Cal, esbelto y serio, con lamandíbula firme.

—¿Vamos a hacerlo ahora? —pregunto.Cupido da un paso hacia mí y, aunque noto el calor de su cuerpo, me da un escalofrío. Tengo la

ropa aún mojada del agua de la jaula de cristal.—No va a ser fácil —admite—, pero lo último que Venus espera es un ejército de mitos. Y

quiero acabar con ella.Pienso en esa piel viscosa y sin poros, y en los ojos azules que no parpadean. Recuerdo la

forma en la que me empujó por la habitación sin tensar un músculo, y ver a Crystal y a Cupidoflotando en los tanques. Si no acabamos con ella, nos matará a todos.

—Yo también quiero acabar con ella.Cupido sonríe.—Sabía que terminarías pensando como yo.—Bueno, si te soy sincera, habría preferido que no hubiera venido. —Lo miro a los ojos—.

¿De verdad es tu madre?Él asiente con una sonrisa.—No es la mejor forma de conocer a los padres de tu novio, ¿verdad?—No soy tu novia.Sonríe aún más.—Tú dame tiempo... —A continuación, da un paso atrás hacia una de las celdas—. Te veo ahí

dentro, bichito.Me guiña un ojo, entra en la celda y cierra la puerta tras de sí.Miro a Cal. Sigue teniendo una expresión firme, pero noto una ligera suavidad en su mirada.—Estás mojada —observa—. Toma.Se quita la sudadera con capucha y me la tira.—Eh, gracias —digo mientras la cojo.Me pongo la sudadera, envolviéndome bien con ella. Aún mantiene el calor del cuerpo de Cal

y huele a champú de frutas. Me mira un momento, como si fuera a decir algo, pero se quedacallado.

—¿Qué pasa? —pregunto.Él suspira con fuerza, con la mirada llena de arrepentimiento.

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—Debería haberme esforzado más para que esto no pasara —dice finalmente—. Actuar comosi os estuviera traicionando ha sido una de las dos cosas más difíciles que he tenido que hacer enmi vida.

—Y ¿cuál es la otra?Él niega con la cabeza.—¿Amena? —pregunto.Él me mira y, tras una leve pausa, asiente.—No nos pasará nada —le prometo—. Lo superaremos.Intenta sonreír con tristeza.—Confío en ti —me dice. Luego se aleja de mí y se vuelve hacia las celdas vacías—. Es la

hora.Echo un ojo dentro con temor.—Has dicho que tenemos que despertar a los mitos. ¿No podemos sacarles los chips, como

cuando hicimos el entrenamiento? ¿De verdad tenemos que entrar?—No funciona así —dice Cal—. Estas Sims están hechas específicamente para el control.

Tienen un efecto psicológico mucho más fuerte que las que se usan para entrenar. Si les quitamosel chip antes de que los prisioneros estén listos y su cerebro no es capaz de asimilarlo, morirán.

Entro en una de las pequeñas celdas. Hay una silla de madera y, cuando me siento, Cal cierra lapuerta detrás de mí, dejándome encerrada en la oscuridad. Respiro hondo. El aire me resultapesado en la lengua y parece que me empuja el pecho. Controlo la oleada de pánico yclaustrofobia. Cal me mira a través de los barrotes.

—Ponte el chip en el oído.Le hago caso y siento el extraño tacto frío del aparato. Cal da un paso atrás y nos mira a los

tres.—Voy a crear un enlace entre las Sims —explica— para que podáis navegar de una a otra. Por

lo que sé del Minotauro, habrá conseguido crear la más complicada. Debería poder encajar lasdemás dentro de esa. Seguramente sea...

—... un laberinto —completa la voz de Crystal.Cal mira hacia su celda. Luego asiente con solemnidad desde el otro lado de los barrotes.—Os sugiero que os dividáis, atraveséis el laberinto y vayáis recogiendo a los demás por el

camino. La salida estará en el centro, ahí es donde tenéis que ir. —Mira a su hermano—. Aléjatedel puerto del ferry. Y, bueno, seguramente os enfrentaréis a cosas bastante chungas. No os muráis.

Se da la vuelta y recorre el pasillo hacia el lado contrario, dejándonos a los tres sentadosincómodos en las pequeñas y húmedas celdas. Me arrebujo más dentro de la sudadera de Cal.

—¿Qué pasa si morimos en esta Sim? —pregunto.De pronto, un estruendoso ruido de piedras cayendo resuena por la habitación. Cal debe de

haber llegado al patio interior y nos ha encerrado. Las luces del pasillo se apaganautomáticamente y nos quedamos en la más profunda oscuridad.

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—Pues que morimos —contesta Cupido.Asiento.—Me lo suponía.Estoy a punto de preguntarle cómo de probable es que nos maten, pero empiezo a sentir muchas

náuseas. Oigo una vibración y siento como si la celda se moviera.—Cierra los ojos —me aconseja Cupido—. Vamos a entrar.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, seguimos a oscuras, pero tengo la sensación de estar en un lugarmás abierto, como si estuviéramos al aire libre. Frente a nosotros hay una enorme puerta conforma de arco y tiradores de metal.

Tengo a Cupido y a Crystal cada uno a un lado. Ella lleva una versión limpia de su traje decombate blanco, sin ninguna señal de que hace apenas diez minutos estaba encerrada en un tanquede agua. Miro hacia abajo y veo que yo voy vestida igual.

La respiración se me corta cuando miro a Cupido. Va entero de negro: vaqueros y camisetabajo una chaqueta de cuero gastada. En los pies lleva unas botas militares. Sus ojos tormentososparecen agujerear la puerta que tiene justo delante.

Da miedo, pero está guapísimo: la pesadilla perfecta. Parece estar listo para lo que nos esperedetrás de la puerta. Da un paso adelante y coloca una mano en el colgador de metal. Pero, en lugarde abrirla, se detiene.

—No sé qué nos vamos a encontrar aquí dentro —dice, con una seriedad tan pococaracterística de él que me pone nerviosa.

Crystal levanta una ceja.—Seguro que es mejor que lo que hay ahí fuera —dice haciendo un gesto hacia arriba.La tensión entre ambos puede cortarse con un cuchillo, y entonces me viene a la mente el

momento en el que conocí a Crystal tras el escritorio de recepción: cuando se dio cuenta de que yoera el alma gemela de Cupido, el miedo invadió su mirada.

Sabía que Venus volvería.Cupido la mira.—Venga ya, no me digas que no estás emocionada por poder utilizar por fin la flecha dorada.

¡Llevas más de cien años sentada debajo de ella! No la habrías cogido si no tuvieras las mismasambiciones que yo... hasta cierto punto, por lo menos.

—¿Las mismas ambiciones? Yo nuca habría hecho que volviera, eso significa arriesgarmillones de vidas, una guerra, el futuro del mundo...

Cupido levanta las manos.—He dicho hasta cierto punto. —A continuación, agarra de nuevo el tirador—. Bueno, vamos

allá —dice, y empuja para abrir la pesada puerta hasta que se abre. Se oye un fuerte chirridocuando araña el suelo de piedra.

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Y de pronto, todo es diferente.Estamos en la parte de arriba de una escalera que baja hasta un enorme laberinto que se alarga

lo que parecen ser kilómetros. No consigo diferenciar si las paredes son de muchos coloresdiferentes o todas del mismo gris pizarra. Los espeluznantes puntos de referencia están perfiladosen el cielo. En una parte, veo un grupo de grandes rascacielos abandonados; en otra, una especiede iluminación festiva. El laberinto parece una colección de ciudades abandonadas, llenas decallejones sin salida y decadencia.

En algún lugar cercano, oigo el crepitar de un fuego y me doy la vuelta. Ha aparecido unaescalera que sube por la pared que tenemos detrás y que lleva a otro nivel. Me doy cuentaentonces de la enormidad del trabajo que tenemos por delante; no consigo entender cómo vamos aencontrar nada aquí.

Cupido da un paso adelante, hasta el borde de la escalera, y luego se vuelve y nos mirasonriendo.

—Mirad, mi hermano nos ha dejado unas armas.Amontonados en la pared que tenemos detrás hay tres arcos y tres aljabas. Crystal los recoge y

los reparte, metiéndole a Cupido el suyo con tanta fuerza en el brazo que lo hace tropezar unoscentímetros hacia atrás. Se balancea en el borde de la escalera durante unos segundos antes derecobrar el equilibrio.

—Tengo la ligera sensación de que estás enfadada conmigo.Ella frunce el ceño.—¡Claro que estoy enfadada! Estábamos muy tranquilos sin ti y sin tu madre.Parece que Cupido está a punto de responder, pero yo me pongo entre los dos.—Chicos, ¿podemos dejar de discutir hasta que consigamos salir de aquí?Ambos me miran y Crystal se encoge de hombros.—Está bien —concede, y se cuelga las flechas a la espalda—. Deberíamos separarnos. —Se

vuelve hacia Cupido—. Estamos en una Sim preventiva. No sabemos de cuánto tiempodisponemos antes de que vuelvan a llevarnos al mundo real. La forma más rápida de hacerlo esenviando a los mitos que vayamos liberando a liberar al siguiente, ¿de acuerdo?

Él asiente y ella se vuelve hacia la escalera de la pared y empieza a subir.—¿Cómo nos volvemos a encontrar? —grito.—Nos veremos en el centro —responde, mirándome desde arriba.Cuando llega a lo más alto desaparece de nuestra vista.Cupido me mira y mueve las cejas de forma sugerente.—Por fin solos.—Sí, y es superromántico esto: atrapados en las mazmorras de una diosa de la antigüedad que

quiere matarnos y avanzando por un gigantesco laberinto para rescatar al resto de susprisioneros...

Cupido se ríe.

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—Supongo que es un buen resumen de la situación. Cuando salgamos de aquí te prometo unacita de verdad.

—Sí, bueno, igual antes deberíamos dar un repaso a tu árbol genealógico, no vaya a ser quetraigamos de vuelta a más supervillanos asesinos. Por cierto, ¿quién es tu padre?

Él me mira con los ojos brillantes, pero no me responde. Luego desvía la vista hacia delante.Por un momento ambos nos quedamos mirando a la penumbra. Luego yo respiro hondo y me dirijohacia el borde de la escalera de piedra.

Miro a Cupido, que está detrás de mí.—Venga, anda. Vamos a acabar con esto de una vez por todas.A continuación, bajo el primer escalón, dando comienzo a mi descenso hacia el laberinto.

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Conforme avanzo, noto que Cupido también ha empezado a bajar los escalones desniveladosdetrás de mí. Echo un vistazo por encima de mi hombro.

—¿Te diviertes?Él deja escapar una risilla.—Nunca había visto a alguien bajar unas escaleras oscuras hacia un laberinto misterioso lleno

de peligros desconocidos con tantas ganas.Las altas paredes a ambos lados de la escalera crean sombras densas en nuestro camino.

Cuanto más avanzamos, más estrechas parecen hacerse.—¿Has visto bajar a alguien unas escaleras oscuras hacia un laberinto misterioso antes? —

pregunto.Hay una pausa detrás de mí.—Supongo que no. Pero es peligroso, ¿sabes?Me quedo un momento callada, concentrada en unos escalones particularmente altos. Vuelvo a

mirarlo una vez que he conseguido bajar, con las palmas de las manos en el escalón de arriba.—Ya lo sé —digo—, pero doy por hecho que tenemos un plazo determinado: el de nuestros yos

reales a la espera de juicio en la Oficina del Amor.La comisura de los labios de Cupido se eleva.—El tiempo en la Sim trascurre de forma diferente. No ha pasado prácticamente nada en el

mundo real... Lo que nos beneficia porque, no sé si te has dado cuenta, este laberinto es bastantegrande.

Él se arrastra para bajar y yo continúo mi camino reprimiendo una sonrisa a pesar de lascircunstancias tan sombrías. Debe de haber unos mil escalones, o más, algunos tan estrechos queme tropiezo en repetidas ocasiones.

Cuando por fin consigo llegar a tierra firme, me siento aliviada. Tengo los músculos de laspiernas doloridos y me cuesta un poco respirar, aunque en realidad sé que todo esto no es más queuna simulación. Me digo a mí misma que no es real, pero luego me acuerdo de la advertencia deCupido: si nos matan aquí, morimos en la vida real.

Cupido me asusta cuando salta el último escalón con media cara oculta en la sombra. Miro a mialrededor, sopesando si el trayecto hacia el centro será evidente. Estamos en una esquina dellaberinto y, ante nosotros, se extienden dos grandes caminos en diferentes direcciones. Las

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paredes cubiertas de hiedra son tan altas que no soy capaz de ver el final. El ambiente está comoestancado, con un ligero olor a mosto y humedad.

—¿Por dónde vamos?Cupido frunce el ceño y se coloca a mi lado.—Las Sims de los diferentes mitos no se habrán fusionado por completo, habrá discrepancias,

pistas. Tenemos que fijarnos en cualquier cosa que parezca no estar en su lugar.—Y ¿cómo vamos a notarlo? No he visto los planos del laberinto.Cupido se ríe y mira a su alrededor.—Mmm. Me imagino que cualquier cosa que no sea gris o... que no parezca una pared. Yo voy

por la izquierda, tú ve por la derecha. Pero asegúrate de tenerme siempre a la vista. Si te pierdo,puede que no vuelva a encontrarte.

Asiento tragándome el miedo y avanzo por el camino de la derecha. Examino las paredes grisesy el hormigón agrietado. Ojalá supiera lo que estoy buscando. Cuanto más avanzo, más seguraestoy de que nunca en la vida había experimentado un silencio tan abrumador. Está también muyoscuro y no paro de mirar hacia atrás por encima del hombro para comprobar que Cupido sigueahí. Cuando empieza a parecer cada vez más pequeño, me detengo.

«Aquí no hay nada.»Decido volver hacia atrás, pero, justo cuando voy a hacerlo, algo llama mi atención: una forma

tallada en el suelo. Me agacho y aparto algunos cascotes.—¿Cupido?El silencio del laberinto se traga mi voz y él no aparta la mirada de la pared que está

examinando.—¡Cupido! —grito—. ¿Esto te dice algo?Esta vez sí me oye. Mientras corre hacia mí, vuelvo a mirar el grabado. Es tan pequeño que

casi no lo veo. Es un cubo tallado en la piedra.—Parece... —empiezo a decir.—Una caja.Lo dice en un tono triunfal. Se pone de pie encima de la figura y empieza a avanzar por el

camino oscuro que hay tras ella. Yo me incorporo y lo alcanzo hasta ponerme a su lado.—¿He encontrado una pista?—En efecto. Este camino nos llevará a la Sim de uno de los mitos y, si no me equivoco, creo

que es Pandora.—¿Pandora la de la caja? ¿El mito en el que se abre una caja que contiene toda la maldad del

mundo?Cupido se ríe.—Esa es la historia que habéis creado los humanos. Vamos, ya debemos de estar cerca.Unos minutos más tarde llegamos a una gran puerta negra cubierta de tallas que recorren el

marco. Algunas son cubos, como el que nos indicó la entrada del sendero, otras son retratos de

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monstruos y bestias.—Cada Sim se ha creado especialmente para torturar al mito que la habita —explica Cupido

—. Están diseñadas para que sus propios poderes se vuelvan contra ellos. —Acaricia una de lasflechas de la aljaba que lleva sobre el hombro; yo pienso en si será consciente de que lo estáhaciendo—. Pandora es muy poderosa. Encontró la forma de controlar los pecados que se decíaque contenía su caja. —Los rasgos de Cupido adoptan una expresión sombría—. Lleva aquímucho tiempo —continúa—, y sea cual sea el poder que se ha vuelto contra ella, no creo que seaagradable.

Me mira y toda la luminosidad y la alegría que estoy acostumbrada a ver en él ha desaparecido.—No te separes de mí ni me pierdas de vista. Y haz lo que te diga, sea lo que sea. Soy un

experto y, aunque mostraste buenas capacidades en la Sim de entrenamiento, tú no. ¿De acuerdo?Me mira con intensidad, pero de forma diferente a la que me tiene acostumbrada, así que

asiento. A continuación, abre la puerta. Cruje contra el suelo de piedra; si hay algo aquí dentro,estoy segura de que nos ha oído.

Enfilamos un largo túnel, oscuro excepto por un pequeño cuadrado de luz al fondo. Donde antesestaba el cielo sobre nosotros, ahora hay un techo tan bajo que el pelo de Cupido se roza contra él.Las paredes están más juntas aquí dentro y, si estiro los brazos, puedo tocar las dos a la vez.Además, están húmedas y frías.

A medida que nos acercamos al centro del túnel, Cupido se detiene de pronto y me susurra.—Escucha —dice, sacando con cuidado una de las flechas negras de la aljaba.No oigo nada durante un momento. Luego mi cuerpo se tensa al oír gritos a lo lejos. Estoy a

punto de preguntarle a Cupido qué son cuando me llega algo peor; algo que me produce unescalofrío por la espalda.

Al fondo del pasillo se oye un ruido chirriante, seguido de un chapoteo. Parece inhumano. Sealo que sea lo que hay al final de este camino, no quiero encontrarme con ello.

—¿Qué es eso?Antes de que a Cupido le dé tiempo de responder, oigo otro ruido; esta vez nos rodea. Es un

chirrido fuerte, como la puerta del túnel al arañar el suelo de piedra, pero peor. Cupido mira porencima de mi hombro, confuso. De pronto abre mucho los ojos.

—Las paredes —susurra aterrorizado.Dudosa, estiro los brazos para tocarlas de nuevo y me doy cuenta de que no tengo que

alargarlos tanto como antes. Luego noto las vibraciones que salen del interior y soy consciente degolpe de lo peligrosa que es la situación.

«Las paredes se mueven.»Lentamente, ambos lados del túnel se están acercando a nosotros. Me concentro en el pequeño

espacio iluminado del que vienen esos horribles sonidos: debe de estar a unos treinta metros.Entro en pánico.

«¿Preferimos morir aplastados o enfrentarnos a lo que quiera que haya al final de este

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pasadizo?»—¿A qué estás esperando? —ruge Cupido cogiéndome del brazo—. ¡Corre!

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Corro a toda velocidad por el túnel detrás de Cupido; siento los latidos del corazón golpeándomeen el pecho. No oigo más que el chirrido de las paredes cerrándose, y están ya tan cerca de mí quechoco contra ellas mientras avanzamos. Los músculos de las piernas se quejan por el esfuerzo yrespiro rápido y con dificultad.

Nos estamos acercando al final, pero todavía nos quedan unos quince metros. Tengo muchomiedo. No estoy segura de que vaya a conseguir llegar.

«Seis metros.»Cupido mira hacia atrás cuando alcanza el final del túnel. Las paredes ya casi me tocan.—¡Lila!«Ya casi estoy.»Con un último esfuerzo, me impulso hacia delante. Casi no puedo respirar, el ambiente está muy

cerrado y noto un pinchazo en un lateral.«Un metro y medio.»Las paredes del túnel casi me tapan a Cupido. Con un grito, se pone de lado y me agarra tan

fuerte del brazo que noto cómo se me tuerce el hombro. Tira de mí y nos caemos juntos bajo la luz,arañándonos los brazos contra los bordes de las paredes a medida que el pasaje se cierra detrásde nosotros.

Caemos durante unos minutos. Luego, noto un estallido de dolor en el cuerpo cuando nosgolpeamos fuertemente contra el suelo, sobre nuestros brazos y piernas.

Cupido gime de dolor cuando me desenredo de él. Se coloca bocarriba y se apoya en loscodos. Yo me pongo de rodillas en el suelo detrás de él, intentando recuperar el aliento.

—La caja de Pandora —dice Cupido—. Debería haber imaginado que habría algún elementoclaustrofóbico en la Sim. ¿Estás bien?

Asiento, mirándome todo el cuerpo. Mi traje, antes blanco, está cubierto por una densa capa depolvo y escombros. Me sacudo los brazos y miro a nuestro alrededor.

Estamos en una pequeña sala cuadrada llena de antorchas que hacen que parezca que losgrabados espeluznantes de las paredes se mueven. Intento averiguar qué son: en un lado hay unaextraña figura con cuernos que parece una cabra, y lo que parece ser un corazón humano en el otro.

Al otro extremo de la estancia hay una puerta metálica con la letra L impresa en caligrafíaantigua. Alrededor del marco hay números del uno al siete repetidos en muchos otros grabados.Recuerdo que Cupido antes dijo que Pandora guardaba pecados en su caja.

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«¿Los siete pecados capitales?»Me vuelvo hacia Cupido, que sigue apoyado sobre los codos. No sé por qué no se ha levantado

todavía. Nuestras miradas se encuentran y él la sostiene. La camiseta negra bajo la chaqueta decuero está empapada de sudor y se le pega al cuerpo. Aunque sé que deberíamos avanzar hacia lapuerta marcada, soy extrañamente reacia a hacerlo. Me pongo de rodillas al lado de Cupido. Notoel calor que irradia su cuerpo.

—¿Dónde estamos? —Mi voz suena áspera y sin aliento. Tengo calor y me siento diferente.Cupido no me responde. Tiene la mirada clavada en la mía, es casi febril, y su respiración cada

vez más intensa. Aunque estoy lo bastante cerca como para tocar su piel, él no lo está losuficiente.

De pronto, me agarra por detrás de la cabeza con la mano y tira de mí. Me caigo encima de él yme besa; los movimientos de su boca son cálidos, y sus fuertes brazos me tienen encerrada, tirande mí mientras recorre mis labios con su lengua. Recorro su nuca con los dedos y me agarro a supelo. Se le escapa un gemido. Con un movimiento repentino, me levanta y me coloca bocarriba,apretando su cuerpo contra el mío, cadera con cadera.

Luego, de forma igual de repentina, se aleja de mí. Con cara de asombro, se levanta y se pega ala pared. Jadea y tiene los ojos muy abiertos.

Me siento en el suelo, intentando controlar mi pulso acelerado. Tiene la piel sonrojada y yo nome encuentro bien. ¿Qué nos pasa?

—Tenemos que salir de aquí —dice Cupido.Su voz parece diferente; más baja y áspera.—¿Qué pasa?—Te dije que Pandora podía controlar los pecados —explica entre jadeos—. Hay siete en

total. La lujuria es uno de ellos. —Me señala con un gesto la puerta—. L de lujuria. Nos estácontrolando. Tenemos que salir de aquí.

Me pongo de pie e intento caminar hacia la puerta, pero, por algún motivo, voy hacia Cupido.—Lila —dice, con la respiración aún acelerada—, tienes que alejarte de mí. Sería como si nos

clavaran una Ardor. Nos volveríamos locos. No podríamos escapar nunca.Al intentar separarme, no sé cómo, termino tocándole el brazo. Siento un dolor en mi interior

que solo él puede aliviar.—Lila —me advierte con expresión alarmada.Aprieta la mandíbula, como si estuviera teniendo algún tipo de lucha interna. De pronto, su

voluntad se disuelve. Sonríe, pero con una sonrisa más amplia de lo normal, haciendo destellarsus dientes blancos.

—Nos podríamos haber quedado atrapados en un pecado peor, ¿no? —dice con malicia amedida que se va acercando a mí.

Me rodea la cintura con un brazo y me tambaleo hacia delante, con las manos en su pecho,haciendo círculos con los dedos en la tela de su camiseta.

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Él inclina su cabeza hacia mí, preparándose para otro beso.Sus palabras resuenan en mi cabeza.«Sería como si nos clavaran una Ardor. Nos volveríamos locos. No podríamos escapar nunca.»Me aparto rápidamente y corro hacia la puerta, golpeando el hombro contra el metal. Cede y se

estampa contra el suelo; en ese instante se rompe el hechizo. Reposo la espalda contra el metalgrabado y, jadeando, miro a Cupido.

—Ha sido interesante —dice, caminando hacia la salida—. Aunque, como he dicho antes,podría haber sido peor. Pereza, ira, avaricia...

—La gula tampoco habría estado mal —comento con la voz aún un poco ronca—. Igual solohabríamos tenido que comer muchas tartas.

—¿Estás pensando en tartas en un momento así? —Sonríe—. Venga —dice, y salimos juntospor la puerta.

Casi de inmediato noto como mis pulmones se quedan sin aire. Algo me golpea en el pecho yme tira al suelo. Oigo la voz de una mujer lanzar un grito de guerra y, de pronto, el impacto de unmetal contra otro.

Cupido está luchando con una mujer en bastante buena forma.Tiene el pelo negro y largo, que se balancea con fuerza por su cara. Lleva un vestido ligero que

se mueve y flota al ritmo de sus movimientos ágiles y rápidos. Empuña lo que parece ser unaespada samurái, que Cupido desvía con una flecha que sujeta con ambas manos, a modo deescudo.

Miro nerviosa a mi alrededor. Estamos en un ruedo enorme. Hay siete puertas rodeando elcírculo, incluida por la que acabamos de salir Cupido y yo. En el centro hay una escotilla en elsuelo.

Se me tensa el cuerpo. Tras el sonido de los metales chocando, oigo algo peor; algo que haceque se me pongan los pelos de punta. Es el mismo ruido que oímos antes en el túnel.

«¿Qué es eso?»La chica ha tirado a Cupido contra la pared y la flecha está en el suelo.—Pandora —la llama Cupido levantando las manos—. Pandora, soy yo.Ella se queda mirándolo fijamente durante un momento con sus feroces ojos de gata. Luego

frunce el ceño.—¿Cupido? —dice al mismo tiempo que vuelvo a oír el ruido, esta vez más cerca.—Sí. Hemos venido a sacarte de aquí.Ella lo mira con sospecha.—No hay forma de salir de aquí.El ruido es cada vez más fuerte y viene de la escotilla del centro del ruedo. Me quedo mirando

y me doy cuenta que las puertas empiezan a moverse; como si las empujasen. «Hay algo ahídentro.»

Pandora por fin me ve en el suelo y vuelve a lanzarle una mirada fría a Cupido.

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—Cada hora —dice—, cada hora, hasta donde me alcanza la memoria, un pecado sale de esacaja y tengo que matarlo o dejar que me mate. El próximo es la gula.

Blande su espada y camina hacia la escotilla, que no para de vibrar.—Si de verdad estáis aquí para ayudarme, preparaos para luchar —anuncia—. Llevo mucho

tiempo aquí y estoy cansada.Se me acelera el corazón cuando la escotilla se abre de golpe.—Ah —añade Pandora—, y que no os coma.

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La gula es un gusano gigante. Es carnoso y voluminoso, y está cubierto por una sustancia pegajosasimilar a la grasa, de la que deja rastro conforme avanza. Con cada movimiento, el chapoteo queoí antes resuena en todo el ruedo. El gusano desprende un olor penetrante: una mezcla de sudor,basura podrida y muerte.

Pandora se coloca delante de él, sacudiendo la espada en el aire. Mi cabeza no para de repetirsus palabras una y otra vez: «Que no os coma».

De pronto, la gula se eleva, mostrando una parte inferior completamente cubierta de dientesafilados como agujas. Se queda en esa posición durante un momento, inclinada hacia atrás, con elcuerpo palpitante y, a continuación, se da la vuelta y empieza a avanzar hacia mí.

—¡Lila! —grita Cupido—. ¡Apártate de ahí!Me pongo de pie rápidamente y, de forma instintiva, saco una flecha. La lanzo hacia arriba

mientras la monstruosa criatura ataca. El arma negra se clava en los rollos de grasa de un costadode su cuerpo. Intento sacarla, pero se me queda el brazo atrapado en sus carnes; está húmedo ycaliente, parece gelatina. El hedor es insoportable y la intensa presión contra mi brazo hace queme maree del dolor.

Con un jadeo, Cupido tira de mí y me aleja de la bestia, provocando un sonido de succión alliberarme el brazo de esa prisión viscosa. Nos caemos los dos en el suelo y Pandora da un saltodelante de nosotros, acuchillando al monstruo con su espada y repartiendo trozos de carne portodo el ruedo.

—Qué asco —se queja Cupido.Sin embargo, el monstruo no se detiene. Sigue avanzando cada vez más, obligando a Pandora a

retroceder hasta que le choca la espalda contra la pared. Cada vez que le corta un trozo, su cuerposaca un nuevo rollo de grasa. La velocidad con la que se mueve es impresionante, y no deja derechinar sus dientes.

—Un poco de ayuda no me vendría mal —grita Pandora entre jadeos.Cupido se levanta y coge su arco negro. Mira con asco a la criatura.—Es que es... repugnante.La bestia golpea a Pandora con el lateral de su cuerpo y la tira al otro lado del ruedo.—¡Ya voy! —dice Cupido—. Siempre y cuando no tenga que tocarlo.Lanza una lluvia de flechas hacia el cuerpo hinchado, que retrocede de nuevo y se aparta de

Pandora. Por un momento parece que está olfateando el aire, pero luego se vuelve otra vez hacia

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nosotros.—Dispárale en la boca —grita Pandora, que se ha vuelto a poner de pie—. Entre los dientes.

Es su talón de Aquiles.Cupido hace lo que le recomienda: dispara una flecha tras otra mientras lo persigue. Cuando se

le clavan, el monstruo empieza a zarandearse en el aire. Luego, de pronto, se cae al suelo. Elimpacto hace que explote y el ruedo se llena de una sustancia pegajosa y gelatinosa. Cupido recibeel impacto y queda cubierto de grasa. Se da la vuelta y me mira con una expresión apenada.

—Qué. Asco —dice mientras un trozo viscoso y translúcido le resbala por la cara.Se quita la chaqueta de cuero, se limpia la cara y el pelo con ella y la tira al suelo. Mis ojos

repasan sus brazos musculados. Por algún motivo, está aún más bueno cubierto de esa sustanciaviscosa.

Me pilla mirándolo.—¿Te gusta lo que ves?Pandora avanza y se coloca a su lado, inspeccionándolo con una expresión sombría.—Claro que no. Estás asqueroso y hueles como un contenedor de basura.Sonríe con la cara iluminada. Yo me río. Me encanta esa franqueza repentina.A Cupido le brillan los ojos.—Pandora, esta es Lila —me presenta—. Es mi alma gemela.Pandora aprieta los labios.—Entonces supongo que Venus ha regresado.—Supones bien. Hemos venido a pedirte ayuda. A ti y a todos los que estáis atrapados en las

Sims.La cara de Pandora vuelve a oscurecerse.—Cómo no, quieres liberarnos ahora que necesitas algo. —Limpia la espada en la manga—.

¿Dónde has estado los últimos... no sé cuántos siglos?Cupido se encoge de hombros.—Me desterraron. Puedes echarle la bronca a mi hermano cuando te saquemos.La mirada de Pandora está llena de rabia.—Cal.—¿Conoces a Cal? —pregunto.—Es uno de los que me metió aquí.No sé muy bien cómo reaccionar. Nos quedamos en silencio y Cupido nos mira a las dos.—Seguro que disfrutaremos de un reencuentro nada incómodo cuando salgamos —ironiza—,

pero, malos rollos aparte, Cal ha conectado las cinco Sims, tenemos la Finis y planeamos liberar atodos los prisioneros. Vamos a por Venus. —Hace una pausa y luego añade—: ¿Nos ayudas?

Pandora repasa a Cupido con su mirada de acero, y luego a mí.—Está bien. Pero solo porque me encantaría verla morir.—Excelente —dice Cupido—. Bueno, y ¿cómo salimos de aquí?

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Pandora lo mira.—Pues, evidentemente, no tengo ni idea. He probado todas las puertas, pero son callejones sin

salida que llevan a las habitaciones de los pecados. La escotilla que ha reventado nuestra amiga lagula es donde se encuentran todos los monstruos. —Niega con la cabeza—. ¿De verdad habéisvenido hasta aquí sin saber cómo salir?

Cupido se encoge de hombros.—No hemos sido tan previsores. Pero, cuando se fusionaron las Sims, se crearon enlaces entre

ellas. Tenemos que encontrar algo que esté fuera de lugar.Pandora levanta una ceja.—Pues más vale que nos demos prisa, el siguiente pecado no tardará en llegar.

Los tres inspeccionamos el ruedo durante lo que a mí me parece una eternidad. No paro de mirar ala escotilla del suelo. Pandora dice que el próximo monstruo aparecerá en cinco minutos.

Me obligo a desviar la mirada y mis ojos se van directamente a los grabados de la puerta máscercana. Hay una I tallada en el metal, junto a una criatura parecida a un león. Paso a la siguientepuerta. Esta está marcada con una E, de envidia, con una serpiente rodeando las letras.

Cuando estoy a punto de pasar a la siguiente, algo que brilla en el suelo llama mi atención. Meagacho y sacudo el polvo. Emerge un espejo sucio con una M tallada en el centro.

—Cupido —lo llamo—. En la celda de Medusa había una serpiente.Él deja de mirar la puerta que está examinando y me mira asintiendo.—Sí, siempre la acompañan. Son como su marca.Pandora mira hacia mí mientras Cupido se acerca.—¿Qué es? —pregunta ella.Cupido inspecciona el espejo que está en el suelo; luego las serpientes de la puerta. Sonríe.—El pecado de Medusa debe de estar cerca. La salida tiene que ser esta puerta.Pandora no parece muy convencida.—Si te equivocas, tendremos que enfrentarnos a la envidia. Nos mataremos. —Hace una pausa

—. Bueno..., yo os mataré.Suena el eco de un silbido que sale de la escotilla, que ha empezado a moverse de nuevo.—¿Nos arriesgamos? —sugiere Cupido.Pandora suspira y asiente resignada. Cupido abre la puerta y corremos dentro, dando un

portazo justo cuando algo enorme y horrible —con cabeza de león y piel escamosa— aparece degolpe en el ruedo. Con un gran alivio, miro a mi alrededor. Volvemos a estar en el laberinto.Frente a nosotros, las altas paredes de hormigón desembocan en un cruce. En el ambiente flota elleve sonido de una música festiva. Oigo a Pandora coger aire a mi lado.

—Sí que era la salida.—¿Sienta bien salir de ahí?

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—No te haces una idea —dice mirando el cielo negro sobre nosotros.Caminamos hasta el cruce donde, a la derecha, han reemplazado las paredes del laberinto por

un montón de carros, tiendas y atracciones de feria abandonados. A lo lejos, hay unas extrañasluces blancas y rojas. A lo largo del sendero, a la izquierda, el laberinto se oscurece, amenazador.Me estremezco al ver una sustancia en la pared que se parece sospechosamente a la sangre, oscurae intensa.

—¿Veis el edificio que hay a lo lejos, detrás de la feria? —dice Cupido, señalando a laderecha—. Es la casa de los espejos. Medusa es capaz de convertir a la gente en piedra avoluntad con solo una mirada. No podrá controlar sus poderes aquí dentro. En cuanto mire a unespejo, se convertirá en piedra. —Mira seriamente a Pandora—. Estará ahí.

—Estoy de acuerdo. ¿Quieres que vaya a por ella?Cupido asiente.—Luego dile que hay que encontrar la siguiente Sim e id al centro del laberinto, ahí es donde

está la salida.Pandora se vuelve sin decir una palabra y avanza a través de la feria abandonada. Yo miro a

Cupido.—¿Y ahora qué?—Mientras los demás recogen al resto de los mitos, nosotros vamos a ir al centro del laberinto

a buscar al peor de todos —dice—. Vamos a enfrentarnos al Minotauro.

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Empezamos a caminar por el sendero de la izquierda y nos alejamos de la espeluznante música dela feria para adentrarnos en la oscuridad. El ambiente es frío y silencioso y, a medida queavanzamos, empieza a aparecer una fina capa de niebla que esconde el paisaje. Me danescalofríos al intentar descifrar las formas distorsionadas de edificios en ruinas. A nuestro lado sealza una enorme catedral abovedada y, a lo lejos, se oye el deprimente repicar de las campanasdel reloj de una torre. Un olor industrial se mezcla con la helada brisa: humo, sangre y acero.

El lugar me resulta familiar y al mismo tiempo sé que hay algo que no encaja, pero no puedodecir exactamente qué es. Me estremezco y me froto los brazos para luchar contra el frío.

—¿Cómo sabes que el centro del laberinto es por aquí? —pregunto.—Por la sangre.Sigo la mirada de Cupido y veo los ríos carmín oscuro que recorren los adoquines.Él sonríe con nerviosismo.—Allí donde haya sangre, estará el Minotauro.Ignoro un escalofrío a medida que seguimos el rastro de sangre por un pub viejo y abandonado.

Encima de nosotros, en un lugar indeterminado, un extraño sonido mecánico rompe el silencio. Pormás que busque, no soy capaz de ver nada a través de la densa capa de niebla.

—¿Qué es este sitio?Cupido me mira. El vapor se adhiere a su cara y le da un aspecto casi etéreo.—Diría que estamos en la versión del Minotauro del Londres victoriano. Las cosas no están

bien colocadas y creo que no lo recuerda del todo bien, pero encaja. Pasó bastante tiempo enLondres antes de que lo capturaran.

Asiento al recordar el informe de Crystal en Los relatos de la Finis. El Minotauro estaba enLondres cuando ella le arrebató la flecha dorada.

—Pensaba que Crystal lo había dejado marchar —digo—. ¿Por qué lo capturaron? Debió deocurrir después de que Venus abandonase la Oficina del Amor.

Cupido lleva las manos a las flechas que cuelgan en su hombro desnudo.—¿Te he comentado que es posible que el Minotauro no se alegre demasiado de vernos?—No. Se te debe de haber pasado.Me dedica una media sonrisa y se encoge de hombros.—Fue después de mi destierro. Lo necesitábamos de nuestra parte para derrotar a Venus, pero

es un asesino, Lila. Como muchos de los mitos. A la mayoría los encerraron aquí porque eran

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demasiado peligrosos como para formar parte del mundo exterior.Mientras seguimos el rastro de sangre por un callejón oscuro, vuelvo a oír el extraño sonido

mecánico que viene de delante. Según parece, Cupido también lo ha oído y se detiene.—Eso y el hecho de que el Minotauro tiene un sistema de vigilancia propio.Me empuja de pronto contra la pared y presiona su cuerpo tenso contra el mío. Me pone una

mano sobre la boca y me hace un gesto para que mire hacia arriba. Despacio, lo hago.Sobre nosotros, sobresaliendo de la pared, hay una pequeña cámara. Oigo otra vez el sonido

mecánico cuando se mueve para controlar la zona.—¿Sabe que estamos aquí? —pregunto.Cupido levanta la mirada hacia la cámara y luego vuelve a dirigirla hacia mí.—Casi seguro. Vamos.Me aparta de la pared y continúa caminando hacia delante. Me pongo a su lado y nos

desplazamos por el laberinto de estrechas calles manchadas de sangre. A medida que avanzamos,el sonido mecánico nos sigue. No cabe ninguna duda: nos está vigilando.

Pronto llegamos a un gran puente de acero. Al otro lado hay un edificio en ruinas. Es de colorblanco mate con filas de ventanas oscuras que se asoman como ojos vacíos. En el tejado,ondeando con la brisa, hay una bandera roja con la letra M en el centro.

—Bienvenida al palacio de Buckingham del Minotauro —dice Cupido.—Supongo que la reina no está en casa.El aire que nos rodea tiene un olor metálico. Me acerco titubeante a la barandilla del puente y

siento una repentina oleada de náuseas. Bajo el puente, en lugar del río Támesis, hay un caudal desangre. Cupido tira de mí y me tranquiliza.

—Pensaba que habían encerrado aquí a los mitos para atormentarlos —digo—. Pandora tuvoque luchar contra los pecados, Medusa está atrapada en una casa de espejos..., pero esto esdiferente. —Me quedo mirando el palacio que tenemos enfrente—. Es como si él pudieracontrolar la simulación. Como si la hubiera hecho a su medida.

Cupido asiente.—Allá donde fuera el Minotauro, los humanos empezaban a construir su laberinto. Su mente es

muy poderosa. La Sim no habría sido capaz de engañarlo, por eso nos enfrentamos a una tarea muycomplicada. Y, lo que más me preocupa —Cupido me mira a través de la niebla—: si podía haberescapado en cualquier momento, ¿por qué no lo ha hecho? ¿A qué está esperando?

Cruzamos juntos el puente. Desplomados junto a las enormes puertas de acero del palacio haydos soldados muertos con uniformes rojos y sombreros altos de piel de oso. Les sobresalenflechas del pecho. Cupido examina uno de los cuerpos.

—Crystal ha pasado por aquí.Empuja las puertas y el metal oxidado chirría contra el suelo de adoquines del patio.

Caminamos con determinación hacia la grandiosa entrada tras la cual encontramos un recibidorrancio. Una escalera de piedra cubierta con moqueta roja conduce a un entresuelo y, a nuestro

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alrededor, las paredes están cubiertas de pantallas. Desde ellas se vigilan las partes del laberintopor las que acabamos de pasar.

Algunas muestran las calles de Londres distorsionadas, pero también otras zonas. Dirijo lamirada hacia una de ellas y veo a Pandora y a una chica europea de pelo negro con los ojostapados saliendo de la feria abandonada.

Pero las pantallas se apagan de repente. Cuando vuelven a encenderse, todas proyectan lamisma imagen: Cupido besándome en el suelo de la sala de la lujuria en la Sim de Pandora. Notoque el calor me sube por la cara cuando me veo besándolo apasionadamente mientras él acariciami pelo.

—Sí, lo hemos pillado —grita Cupido—. Llevas tiempo vigilándonos.La imagen se reproduce de nuevo. Agradezco que Cupido evite hacer comentarios sobre

nuestra actuación.Luego vuelven a apagarse las pantallas y empieza a oírse un crujido que llega desde la planta

de arriba.—Por favor, vengan al vestíbulo —dice una voz profunda con acento británico desde un

altavoz en la esquina de la sala—. Tomen el pasillo de la izquierda. Nos encantaría que se unierana nosotros.

Cupido y yo nos miramos mientras avanzamos por el pasillo.—¿Beso bien? —pregunta él—. Eso me ha parecido. En el vídeo, digo.Ya tardaba en comentar algo.—Ahora no es el mejor momento, Cupido.Pone una mueca burlona cuando entramos al vestíbulo. Lo han decorado como un salón de

baile, con mesas circulares ordenadas de tal forma que haya espacio para bailar en el centro. Lasescaleras de piedra llevan a una puerta principal arqueada. Sobre ella, contrastando de formainquietante con los candelabros dorados y plateados y los tapices antiguos, hay una señal luminosade salida de color verde.

La salida.En el centro de vestíbulo, Crystal, con una flecha en la mano, está inmersa en una lucha

silenciosa con un hombre alto. Tiene cara de determinación y le brillan los ojos de pura furia. Elhombre sonríe maléficamente. Lleva una camisa blanca remangada y con los botones de arribadesabrochados; tiene un brazo completamente tatuado —una especie de líneas negras y formas quecrean un laberinto de tinta—. Bajo el ojo izquierdo tiene una cicatriz atroz.

«El Minotauro.»—Cupido, Lila —dice con una voz suave mientras dirige su mirada hacia nosotros—.

Bienvenidos.Cupido avanza.—¿Interrumpimos algo?El Minotauro niega con la cabeza.

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—En absoluto, en absoluto. Crystal y yo solo estamos intentando resolver un tema pendiente.Nos mira con una sonrisa encantadora.—Antes has preguntado que a qué estaba esperando. Es cierto que puedo marcharme cuando

me plazca, pero, verás, he terminado cogiéndole cariño a este lugar. Aquí no me meto enproblemas. Y, tienes razón, estaba esperando algo. A Crystal.

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—Quiere que me quede a vivir con él en su pequeño mundo de fantasía —dice Crystal, poniendolos ojos en blanco—. Pero ni hablar. —Se vuelve de nuevo hacia el Minotauro—. Lo siento,cariño, pero hay cosas en el mundo real que requieren mi atención inmediata. Cosas con las quenos podrías ayudar.

Tras decir eso, me agarra del brazo y me lleva a los escalones junto a la salida.—Y bien, ¿venís o qué?Antes de que a ninguno de los chicos les dé tiempo a responder, Crystal me empuja al otro lado

de la puerta.Abro los ojos de pronto.Estoy en la celda claustrofóbica de rodillas en el suelo de madera. Me siento algo mareada.

Tengo la piel húmeda y la sudadera de Cal sigue atada a mi cuerpo. Noto un zumbido frío en eloído y saco rápidamente el pequeño microchip que me introdujo en la Sim.

Esperaba encontrar las mazmorras de Venus algo más bulliciosas, con los sonidos de los mitosdespertándose, pero está todo tan silencioso como antes. Miro por la pequeña ventana y veo a Calsentado en un taburete de madera, mirándome.

A continuación, la puerta de mi derecha se abre de golpe y aparece Crystal. Tiene el pelodespeinado y el traje blanco lleno de manchas marrones.

Al otro lado de la ventana aparece la cara de Cupido. Abre mi celda y, cuando me ofrece lamano para sacarme, la agarro, dejando que me ayude a levantarme. Estamos casi nariz con nariz yme mira directamente a los ojos. Durante un momento, nos quedamos atrapados en la mirada delotro, en algún lugar alejado de las mazmorras y del peligro inminente.

—¿Se ha despertado algún mito ya? —pregunta Crystal, devolviéndome de golpe a la realidad.—Charlie y Selena están despiertas. Los demás empiezan a dar señales. Puede que tarden un

poco más, llevan años en sus Sims.Siento un alivio inmenso al saber que mi amiga está bien.—Escuchad —dice Cal con preocupación—. Han empezado a llegar los cupidos de las otras

sucursales. Venus los ha llamado para el gran juicio. Vamos a tener que enfrentarnos a muchos másde los que yo pensaba.

Cupido frunce el ceño.—¿Has conseguido que alguno se ponga de tu parte?—Unos cuantos, pero no demasiados. Les asusta demasiado ir contra Venus. —Una expresión

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nerviosa aparece en su cara—. Pero eso no es lo peor —continúa—. El juicio... ella quierecelebrarlo ya mismo. El comandante vendrá a por vosotros en cualquier momento.

Siento un peso en el estómago. Pensaba que tendríamos más tiempo para prepararnos.—Pero los mitos todavía no se han despertado —gruñe Cupido.Crystal también parece preocupada.—Creía que dispondríamos de más tiempo. Escucha, Cal, tengo que decirte algo.Pero él nos manda callar. Nos quedamos en silencio durante unos instantes y, de pronto, ya

entiendo por qué. Empiezan a oírse susurros y murmullos a nuestro alrededor. Muy débiles alprincipio, pero cada vez más y más fuertes. Oímos el crujir de las puertas que se abren por lospasillos oscuros. Hay una risa cercana. Percibo el crujido de la madera podrida y los pasos contrael suelo mohoso.

De pronto la cara de Cupido se ilumina.—Parece que nuestro ejército ya está llegando.

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Las figuras tenebrosas empiezan a salir de las celdas a ambos lados del pasillo. En poco tiempo,quedamos rodeados por el grupo de prisioneros.

Charlie está casi al principio, y la miro. Parece agotada, pero sonríe cuando me ve. No puedoevitar preguntarme qué habrá experimentado en su versión de la Sim.

Selena está detrás de ella, enfadada, y me fijo también en Medusa. Ya no tiene los ojos tapados—supongo que puede controlar su poder fuera de la Sim— y me fijo en ellos, de un azul brillantesobrenatural que destaca sobre su piel bronceada. Tiene una serpiente negra enredada en el brazoderecho.

El grupo se saluda como viejos amigos. Hay un tío rubio charlando animadamente con un grupode gladiadores desaliñados, y Pandora habla precavida con un par de adolescentes lobunos.Apoyado en la pared de atrás, el Minotauro mira a Crystal, dibujando una media sonrisa con loslabios.

Cupido echa un vistazo alrededor.—Supongo que estaréis al tanto de nuestra... situación —dice.El Minotauro desvía su mirada hacia Cupido.—Tu madre ha vuelto y nos has invitado a la reunión familiar —dice—. Qué amable. ¿Tienes

algún plan más allá de eso?Cupido mira de reojo a Cal.—¿Hermano?—El juicio empezará en cualquier momento —explica Cal—. Dejemos que transcurra como

está planeado.—¿Estás de coña? —exclama Crystal—. No voy...Cal la mira con frialdad.—¿Crees que quiero poneros en peligro? Es la única forma de acercar la Finis a Venus. Tengo

que entrar en el tribunal con ella, y no podré hacerlo si nos ponemos a luchar.Se me retuerce el estómago de los nervios. Cupido frunce el ceño y noto un cambio en su

humor. Parece que no se lo esperaba.—Y ¿dónde entramos nosotros, entonces? —pregunta el Minotauro—. Era feliz donde estaba.

—Sus ojos oscuros encuentran a Crystal—. Bueno..., casi.—Estáis aquí como distracción —responde Cal—. Cuando Venus empiece oficialmente el

juicio, entraréis en el tribunal y empezará la batalla. Cuando ella centre su atención en vosotros,

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dispararé la flecha.—Y ¿qué pasa con nuestras armas? —pregunta Pandora.Se oye un murmullo entre los demás.—He conseguido reclutar a un par de agentes —dice Cal—. Cuando nosotros cuatro estemos

en el tribunal, ellos os darán vuestras armas. —Se vuelve hacia Crystal—. ¿Qué es lo que queríasdecirme?

Pero a esta no le da tiempo a responder. Se oye el sonido de unos pasos en el techo de lasmazmorras que hacen temblar las luces artificiales.

—¡A vuestras celdas! —ordena Cal—. Los agentes están yendo al tribunal. Tengo que volverarriba para evitar cualquier sospecha.

Mira a Cupido y a Crystal; luego a mí con una expresión apenada.—Buena suerte —nos desea.Luego se da la vuelta y se aleja atravesando el grupo de mitos.—¿Hermano? —Cupido lo llama, y él mira hacia atrás—. Cuando dispares la flecha... no

falles.Los dos hermanos se quedan mirándose y Cal asiente.Todos se quedan en silencio cuando Cal se va, como si estuvieran contemplando la enormidad

de la batalla que los espera. Cupido avanza.—Será mejor que volvamos a las celdas —dice—. Pueden bajar en cualquier momento a por

nosotros.Se oyen algunas quejas antes de que empiece el movimiento hacia las diminutas habitaciones.

Charlie me toca el brazo cuando pasa por mi lado.—¿Estás bien?Asiento.—Sí. ¿Y tú? ¿Qué ha pasado en tu Sim?—Ha sido horrible —dice con indiferencia—. Estaba atrapada en una clase de historia y no

había ni un solo chico.Hay algo en su mirada que me dice que está mintiendo, pero le sigo el juego.—Suena horrible, sí.Me sonríe y sigue caminando hacia su celda. Se vuelve para mirarme una vez más antes de

entrar.—Ten cuidado, Lila —dice, y cierra la puerta.Unos minutos después, el pasillo está completamente vacío, solo quedamos Cupido y yo. Él se

pone frente a mí y me mira a los ojos con una seriedad poco común en él.—Lo siento, Lila. Te he puesto en peligro.—Así es.—No debería haber venido.—Efectivamente.

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Está cabizbajo, así que me acerco y le toco el brazo.—Pero me alegro de que lo hicieras. Tenías razón —admito—. Me había dado por vencida en

el amor. En todo, creo. Pero tú has puesto mi vida patas arriba, me has puesto en peligro, haspuesto en peligro a mis amigos, has sido egoísta e imprudente, y un plasta de narices... Pero, paselo que pase, no me arrepiento de que hayas venido. Porque creo que me has ayudado a encontrarde nuevo la chispa en mi interior. Y... bueno... me gustas un poco.

Él me acaricia la mejilla con el pulgar.—No voy a dejar que Venus te haga daño. Prefiero empalarme con la última flecha antes de que

te pase nada.Le sonrío.—Mejor no hagamos nada demasiado drástico...Él me sonríe también y apoya su frente contra la mía. Noto el cosquilleo reconfortante de sus

pestañas en la piel. Ojalá pudiéramos quedarnos así para siempre. Ojalá no tuviéramos quearriesgar nuestras vidas en una guerra que él ha empezado.

—Saldrá bien —me asegura—. Mi hermano no fallará.—Lo sé.Se oye un chirrido de piedra en el pasillo.Cupido aparta la cabeza.—Es la hora.Nos miramos durante lo que parece una eternidad. Luego me doy la vuelta y camino hacia mi

celda.—Lila.Cupido me agarra del brazo justo antes de abrir la puerta y me da la vuelta. Con el otro brazo,

me rodea la cintura y me empuja hacia él.—Yo tampoco podría arrepentirme nunca de haber venido. Sé que debería, pero no puedo. Me

da igual lo que pase ahí fuera, no me arrepentiré jamás de haberte conocido. Lo has cambiadotodo.

—Cupido...Antes de que me dé tiempo a terminar la frase, presiona sus labios contra los míos. Agarro la

parte de atrás de su camiseta, arrugando la tela entre mis dedos, y lo beso hasta que se aparta. Lomiro, casi sin respiración, con la sangre palpitándome en los oídos. Se oyen voces en el extremodel pasillo.

—Vuelve a la celda. Ponte el microchip en el oído y haz como si acabaras de salir de la Sim—me indica—. Es lo que estarán esperando. Están programadas para detenerse cuando va aempezar el juicio del prisionero.

Asiento y abro la puerta.—Nos vemos en el otro lado.Vuelvo a sentarme en la silla y me pongo el chip en el oído. Cupido me mira una última vez y

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cierra la puerta, desapareciendo de mi vista. El corazón se me acelera a medida que oigoaproximarse el sonido de las botas militares.

Unos instantes después, la rígida cara del comandante aparece al otro lado de los barrotes. Hayseis guardias armados en posición detrás de él. Me dan náuseas. Quiero ser valiente, pero nopuedo controlar el temblor de las piernas.

—Despierta, dormilona —dice el comandante—. Venus y su ejército están esperando. —Esboza una sonrisa burlona—. Es la hora del juicio.

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El comandante me levanta del asiento agarrándome con fuerza por el brazo y me arrastra hasta elpasillo de la mazmorra.

La rueda está en marcha. Ya no hay vuelta atrás.A Cupido y a Crystal también los han sacado de sus celdas y, mientras los arrastran, gritan e

insultan a los guardias.Cupido me mira mientras cuatro agentes uniformados de blanco lo rodean. Parece que no

quieren arriesgarse lo más mínimo a que se escapen y observo con terror cómo le rasgan la ropa yle dan un puñetazo en el estómago. Me suelto de la mano del comandante en un intento de correr enayuda de Cupido, pero me vuelve a asir y tira de mí hacia atrás.

Cupido no reacciona ante los golpes y apenas me sostiene la mirada. Crystal parece enfadada.Miro cómo pelea contra el agente que está intentando sujetarla.

El comandante me suelta y se coloca frente a nosotros, observando la escena con decepción.—Christian, ata a los prisioneros —ordena una vez que todo el mundo se ha calmado.El agente —supongo que el tal Christian— me coloca un delgado cable negro entre las

muñecas. El material está helado y me muerde la piel. Cuando se acerca para hacer lo mismo conCrystal y Cupido, el comandante esboza una ligera sonrisa.

—Es hora de irse, Venus está esperando.El comandante se pone en marcha a través del húmedo pasillo delante de nosotros y alguien me

empuja hacia delante. Puedo oír el sonido de los pasos de Cupido y Crystal detrás de mí.Miro a través de las barras de las celdas a medida que avanzamos, vislumbrando fragmentos de

los mitos sentados dentro. Cuando pasamos por delante de la celda del Minotauro, me guiña unojo y esboza una sonrisa peligrosa. Me acuerdo de lo que dijo Cupido en el laberinto: «Es unasesino».

La verdad es que no nos vendría mal un asesino. Pero cuando pienso en cómo reaccionóPandora al nombre de Cal en la Sim, y la declaración de Cupido de que la Oficina del Amor fuequien metió a muchos de los mitos en prisión, empiezo a cuestionarme que de verdad esténdispuestos a ayudarnos.

Nos fuerzan a subir los escalones de piedra y entramos en el patio interior. Cuando pasamosfrente a la estatua pienso en la versión real de Venus: su tacto cadavérico, sus ojos siempreabiertos, su fuerza imposible. Deseo con cada fibra de mi ser que el plan de Cal y Cupidofuncione, pero no puedo evitar tener dudas. ¿De verdad vamos a ganar a una diosa?

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Nos llevan por un pasillo amplio y largo que yo no conocía. Las paredes, el suelo y el techoson de baldosas blancas y negras. Al final del todo hay un arco a través del cual llega hastanosotros el sonido lento y rítmico de un tambor muy grande.

El comandante se detiene un segundo y se vuelve para comprobar que todo el mundo esté en sulugar. Luego asiente a los agentes y sigue adelante. Yo respiro hondo, preparándome mentalmente.

Christian me arrastra bajo el arco mientras noto cómo la sangre me bombea en los oídos.Entramos a una habitación enorme que parece una mezcla entre un templo y un tribunal. Delante denosotros, más allá de un gran podio justo al final de la sala, hay una marea de trajes blancos yflechas brillantes: filas y filas de cupidos sentados. Todos nos miran cuando Christian me agarradel brazo y me empuja hacia delante.

A medida que pasamos por los bancos de madera de los jueces, el empalagoso olor de Venusme aturde. Miro hacia arriba y veo que ha decorado el banco con ramos de mirtos y rosas. Estánmustias y tristes, como las flores de un funeral.

Cuando nos suben a una plataforma elevada de piedra, suelto un grito ahogado muy a mi pesar.En el centro hay tres postes de metal negro con un cable colgando de cada uno. Alrededor hay diezagentes, cada uno con un tambor, que golpean con ritmo.

El agente italiano de las Flechas que secuestró a Crystal está preparado. Su arco es mucho másgrande y elaborado que los que he visto usar a Cupido y a Cal, y en la aljaba tiene tres flechasblancas y una dorada: la réplica de la Finis.

Mientras los agentes nos arrastran a Cupido, a Crystal y a mí hacia los postes, soy conscientede que, si Cal no actúa pronto, nos ejecutarán. Christian me coloca bruscamente las manos atadaspor encima de la cabeza y las ata al cable que cuelga de lo alto del poste. Se lo permito, porqueforma parte del plan, pero el pánico me consume en cuanto ya no puedo moverme. Cuando tiro delas amarras, los cables se me clavan en las muñecas. No hay forma de escapar.

—No me gusta esto —oigo que Crystal susurra a Cupido mientras la colocan en el poste de miizquierda—. Tengo que decirte...

Uno de los agentes la acalla de una bofetada.—¡Crystal! —la llamo.Ella me mira con la mejilla sonrojada. Pero antes de que pueda decirle nada, el mismo agente

me mira a los ojos:—Cállate.Al poco tiempo, Cupido cuelga del poste de mi derecha. Aunque también tiene las manos

atadas sobre la cabeza, se vuelve para sonreírme con debilidad. Su camiseta negra de algodónestá rota y tiene dos círculos oscuros bajo los ojos. Me encantaría poder tocarlo.

—¿Estás bien, bichito?Casi no puedo oírlo por el rugir de los tambores. Asiento, pero es mentira; si no estuviera

atada a estos postes, me cederían las piernas. Empiezo a repasar mentalmente las imágenes de mivida, mis amigos, mi padre.

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Debe de estar muy preocupado.«No quiero morir.»Nerviosa, busco a Cal entre la multitud. Por fin lo encuentro de pie al final de la primera fila.

Su cara vuelve a ser una máscara, y su mirada, fría.El golpeteo de los tambores se detiene de repente, dejando la gigantesca sala en un silencio

sepulcral.Venus está de pie tras el banco de flores.Se ha vuelto a trenzar el pelo rojo con flores blancas y mira directamente al frente. Se ha

puesto un vestido muy esclarecedor de tiras blancas que es casi del mismo tono que su piel.Mira a Crystal y a Cupido; luego desliza los ojos hasta mí. Se me pone la piel de gallina

cuando sus labios dibujan una sonrisa cruel.—Y bien, ¿empezamos?

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El tribunal está en el más absoluto silencio.«Cal dijo que los mitos llegarían en cuanto empezara el juicio. ¿Dónde están?»Me retuerzo en las amarras para poder examinar la habitación. Crystal tiene la cara

completamente pálida, pero Cupido sonríe desafiante sin dejar de mirar a su madre. Ella tambiénlo contempla a él durante un momento, sin parpadear, para luego mirarnos a nosotras y, acontinuación, a la fila de agentes que se sientan a nuestra espalda.

—Nos hemos reunido aquí para presenciar el juicio de Cupido, mi hijo; Crystal, la traidora; yLila —vuelve a deslizar su mirada hacia mí, con una sonrisa plena en la cara—, el alma gemela.

Mientras su voz infantil retumba por toda la sala, los cupidos empiezan a golpear los piescontra el suelo. Primero con calma, pero ganando fuerza. Un escalofrío me recorre la columna.

Cuando se desvanece el ruido, Venus coge un mirto blanco del escritorio que tiene delante.—Si son declarados culpables —dice arrancando con violencia los pétalos—, serán

castigados con la muerte.Abre la mano y cae al suelo el tallo de la flor.—Charles, lee los cargos.El asistente personal pelirrojo camina hacia delante y se coloca a su lado. En la mano lleva una

tableta electrónica. Me fijo en que le tiemblan ligeramente las manos.—Cupido. Acusado de violar la política de la empresa.El agente italiano de Las Flechas con el arco elaborado se vuelve hacia Cupido y lo apunta con

su arma. Está claro que él va ser nuestro verdugo.—Lila —continúa Charles. El corazón casi se me sale por la boca, y el verdugo me apunta con

su arco—, acusada de ser el alma gemela.—No veo cómo puede ser eso culpa suya —interviene Cupido—, pero la racionalidad nunca

ha sido tu fuerte, ¿verdad, madre?La indignación se apodera de Venus.—¡QUE ALGUIEN LIDIE CON ESTE INSOLENTE! ¿CAL?Cupido recibe una flecha con la punta roja en el hombro y grita de dolor. Me retuerzo en el

poste, dejando que las esposas se me claven en las muñecas cuando sus gritos llenan la habitación.Cal se mantiene inexpresivo. Mi corazón se llena de rabia, pero lo ignoro. Venus tiene que creerque sigue de su lado.

La diosa suspira, aliviada, y se vuelve para mirar a Charles.

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—¿Y bien? Continúa.Charles tose con nerviosismo al tiempo que los gritos de Cupido se convierten en gemidos.

Tiene la cara pálida y bañada en sudor, pero parece que se le ha aliviado un poco el dolor.—Crystal. Acusada de conspirar contra Venus y la Oficina del Amor.Frunzo el ceño. Hay algo en la formulación de los cargos que no me encaja. Antes, en su

despacho, Venus dijo que a Crystal se la acusaba de «entrometerse en la historia de Cupido y sualma gemela». No dijo nada de conspiración. Venus no sabe que estamos conspirando contra ella,¿verdad?

Vuelvo la cabeza hacia Crystal, que está claramente afectada por el pánico. Dirige la miradadetrás de mí, a Cupido, como si quisiera decirle algo. Él mira fijamente a su madre, pero ya nosonríe.

Los ojos de Crystal se centran en mí. «La Finis —vocaliza—. No está...»Antes de que Charles termine de leer los cargos, y antes de que Crystal pueda terminar lo que

quiera que intentaba decirme, las puertas de la sala se abren de golpe. Una flecha con punta rojavuela por encima de mi cabeza y se clava en el pecho de Charles, que se desploma gritando en elsuelo.

Los ojos de Venus se llenan de ira cuando Cupido estalla en una carcajada.—¿Qué pasa, madre? —dice—. ¿Te sorprende ver a tus viejos amigos?Los mitos han llegado. Veo a Charlie entre ellos, con el arco levantado y apuntando al asistente

de Venus. Tiene un agente a cada lado: el que nos llevó a la mazmorra y Curtis, a quien Cal debede haber convencido para que se ponga de nuestra parte. Levantan los arcos y disparan flechasplateadas y rosas a Crystal y a Cupido.

Entro en pánico al ver volar las flechas, pero me calmo cuando se clavan en los cables quesostienen a mis compañeros y los rompen. Estos se liberan y saltan a la plataforma.

En cuanto recupera el equilibrio, Cupido se lanza hacia delante. Agarra al verdugo por lacabeza y, con un movimiento repentino, le rompe el cuello. Se le abren mucho los ojos antes decaerse desplomado al suelo.

Todo este revuelo hace que la armada de Venus despierte de su letargo y oigo detrás de mí elruido de las sillas golpeando el suelo y las flechas deslizándose por el aire. Los gritos y chillidosresuenan por el tribunal. Cupido, agachado junto al verdugo, me mira.

A continuación, saca una flecha negra de la aljaba y corre hacia mí. Me agarra por la cintura ycorta el cable con la punta. Caigo en sus brazos.

Durante una milésima de segundo, disfruto de la sensación de seguridad, hasta que me agarrapor los hombros y me da la vuelta para que lo mire.

—Lila —dice, casi sin respiración—, vamos.Me impulsa por la cintura y salimos corriendo de la plataforma. De camino, uno de los agentes

que golpeaba un tambor se lanza hacia nosotros, pero Cupido lo deja fuera de combate de uncodazo en la cara.

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Saltamos por encima de su cuerpo y pasamos al lado de Pandora. Está apuntando con un armaun tanto extraña a una mujer que corre hacia ella. Sale una bola de energía que golpea en el pechoa la atacante, quien se desploma contra el suelo. Pandora sonríe.

—La pereza hace que se duerman enseguida.Luego da un salto y golpea con su arma a otro agente en la barbilla.Cupido me aprieta más fuerte la cintura.—Venga.Pasamos al lado de Medusa y la estatua de piedra de un agente con la cara retorcida de dolor y

llegamos a un banco tirado en el suelo bocabajo. Me lanza detrás justo cuando una flecha me pasapegada a la mejilla. Me agarra la cara con las manos.

—¿Estás bien? —susurra, con la voz llena de emoción.—Creo que sí. ¿Y tú? ¿Qué hacemos ahora?Miro por encima del banco y veo una bruma algo borrosa mientras el ejército de cupidos pelea

con los mitos. Las flechas sobrevuelan la habitación, y los mosaicos del suelo están cubiertos decadáveres y sangre. Se me escapa un grito ahogado cuando un agente apunta por la espalda aCrystal con una flecha negra. Estoy a punto de gritarle, pero el Minotauro llega primero, agarra alarquero y lo levanta en volandas. Luego se vuelve y se tira encima de otro agente, incrustándole laflecha en el cuello hasta que este se desploma en el suelo. El Minotauro se da cuenta de que lomiro y me sonríe, con un río de sangre derramándose por su boca. Me vuelvo a agachar paraesconderme.

—Tengo que encontrar a mi hermano —dice Cupido. Se inclina hacia delante y acaricialigeramente mis labios con los suyos—. Enseguida vuelvo.

Empieza a levantarse, pero tiro de él para que se agache de nuevo.—Venus dijo que a Crystal se la acusaba de conspirar contra ella —digo, con la voz casi

anulada por el ruido de la batalla—. ¿Y si sabe lo que estamos haciendo?Cupido me agarra la mano y la aprieta.—Hay algo que no encaja —concuerda—. Por eso tengo que ir a ayudar a Cal. Quédate aquí.

Que no te vean.—Deja que os ayude.Me mira intensamente durante un instante.—Lila, por favor —me ruega—. Soy el cupido original. Puedo con esto.Noto una súplica escondida en su mirada y asiento a regañadientes. Él me sonríe levemente y

se vuelve a meter en la batalla. Miro por encima del banco de madera mientras se va, intentandoencontrar a Cal. Pasan unos minutos sin que pueda verlo entre tanto caos, pero por fin consigolocalizarlo justo cuando se desliza detrás de un grupo de gladiadores.

Se dirige hacia Venus, quien, para mi sorpresa, sigue de pie detrás el escritorio cubierto deflores, esbozando una sonrisa aburrida.

«¿Por qué no hace nada? ¿Por qué está ahí quieta?»

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Me inunda el miedo. Algo no va bien.Veo que Cal llega al borde de la plataforma. Saca la flecha dorada de su aljaba y levanta su

arco justo cuando Cupido se sube al otro lado de la plataforma. Parece que Cal está a punto dedisparar, pero Venus estalla de pronto en una carcajada que resuena completamente antinatural portodo el estrado.

Me tapo los oídos y me doy cuenta de que los mitos que están peleando hacen lo mismo.Con un movimiento inconexo, Venus vuelve la cabeza hacia Cal.—¿De verdad creíais que me podíais engañar?Cal palidece, pero sigue sujetando el arco con firmeza.—Tengo que admitirlo, que sacarais a mis mascotas de las mazmorras me sorprendió, pero ¿de

verdad creíais que no sabía que teníais la Finis? —En su cara aparece una expresión deincredulidad—. Soy una diosa, ¿os acordáis?

Cal la mira con determinación.—Entonces sabrás que cuando te dispare con ella, morirás.Venus se ríe.—Ay, qué tontito. Incluso aunque consiguieras clavármela... ¿en serio no lo sabes? ¿Acaso no

has leído nada sobre la Finis?Cal la mira sin parpadear y ella niega con la cabeza.—Deja que te aclare algo —continúa ella con una voz asquerosamente dulce—. La Finis la

forjó mi aburridísimo marido, el herrero de los dioses. Fue un arma que se elaboró en secreto,diseñada para destruirme a mí y a mi descendencia ilegítima. Y aquí viene el truco: los seresinmortales no pueden aprovecharse de su poder, por lo que ni los dioses, mitos, ni cupidos puedenblandirla; yo no podría destruiros a vosotros con nada con lo que vosotros no pudierais destruirmea mí. Se creó para los humanos.

Mira a Cal con una sonrisa retorcida. Él parece haberlo entendido.—Solo funcionará si la dispara un mortal.Ella sonríe y mira a su alrededor, fijándose en los cadáveres esparcidos por el suelo, y a los

mitos que aún se tapan los oídos con las manos.—Pero me temo que no tenemos ninguno por aquí, ¿no? —dice Venus.Yo aprieto el puño y siento cómo me sube la adrenalina.Soy la única que puede salvarnos.—Guardas, apresad a Cal.Él mira nervioso por la estancia mientras los agentes se acercan entre la multitud. Lo cogen por

los brazos y la Finis se cae al suelo. Él intenta zafarse, pero son demasiados; lo arrastran hastauno de los postes negros y lo atan. En el otro lado de la plataforma, Cupido avanza, pero Venus love y él se detiene.

—Lila —dice Venus. Su voz retumba en mis oídos—. Te hablo a ti. Como la única mortal de lahabitación, necesito que tomes una decisión. Verás, has sido un alma gemela muy mala. No solo

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por emparejarte con mi hijo Cupido, sino por albergar sentimientos también hacia su hermano.Me da un vuelco el corazón. ¿De qué habla? No siento nada por Cal.—Estoy al tanto de todo. Al fin y al cabo, soy la diosa del amor. No puedes esconderte de mí,

incluso aunque pudieras ocultarte de ti misma. —Suelta una carcajada—. Estoy divagando. Nopuedo matar a Cal, pero voy a torturarlo de todas las formas que te puedas imaginar. Deseará estarmuerto.

Cal empieza a forcejear en el poste, con los ojos muy abiertos a causa del pánico. Al otro ladode la plataforma está Cupido, completamente pálido.

—Solo tú puedes hacer que pare, Lila —dice ella—. No obstante, debes hacerme un pequeñofavor: tienes que tomar una decisión. Tienes que elegir a uno de mis hijos.

Agarra la Finis con sus manos pálidas y me la ofrece. Tiene los ojos clavados en los míoscuando miro por encima del banco.

—Para salvar a Cal, tendrás que matar a Cupido.

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Vuelvo a agazaparme detrás del banco, con la espalda apoyada en la madera. El corazón me latecada vez más rápido y tengo la piel helada.

Para salvar a Cal, tengo que matar a Cupido.—Venga, almita gemela, no tenemos todo el día.Hay un silencio sepulcral. Yo no me muevo.—Muy bien. Empezaremos con la Ardor.Se produce una pausa y se oye un silbido; el ambiente se llena con un grito desgarrador. Se me

encoge el corazón.«No puedo dejar que torturen a Cal.»«Pero tampoco puedo disparar a Cupido.»Estoy mareada y no me puedo concentrar. Los alaridos de Cal hacen que pierda el hilo y que se

me retuerza el estómago. Me asomo por encima del banco otra vez. Venus sigue con las manosextendidas, ofreciéndome la flecha dorada.

«Podría disparar a Venus. Soy la única presente capaz de hacerlo.»Casi puedo sentir el deseo de Cupido de que me esconda y encuentre la forma de salir de aquí.

Pero tengo que hacer algo. Respiro hondo y me levanto con determinación.—Eso es, almita gemela —dice Venus—, ven conmigo.Empiezo a caminar hacia la plataforma. Excepto por los gritos de Cal, la sala está en completo

silencio. Noto como todo el mundo me mira.—Lila —dice Cupido cuando paso por su lado—, no cometas ninguna estupidez. Haz lo que

tengas que hacer.Miro para otro lado. No voy a matarlo. No puedo.«Voy a matarla a ella.»—Ahí estás bien —gruñe Venus.Me ha detenido junto a Cal. Se retuerce de dolor y le sangran las muñecas.—Cal —susurro.Él me mira con ojos débiles y desenfocados. Tiene una gota de sangre en la comisura de los

labios. Quiero ayudarlo, nunca me he sentido tan impotente.—Lila...Otra flecha de punta roja se le clava en el estómago. Él grita y yo miro al comandante, al lado

de Venus, que tiene una aljaba colgada sobre el hombro. Venus asiente y él lanza otra flecha al

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muslo de Cal, que vuelve a gritar y empieza a convulsionar.—¡Basta! —grito—. ¡Ya está bien! ¡Dejadlo en paz!Venus sonríe.—Tú puedes hacer que paremos —recuerda—. Mata a Cupido. —Se vuelve hacia una agente

con la cara ensangrentada de la batalla—. Carla, llévale la Finis a nuestra maldita alma gemela ydale tu arco —ordena Venus—. Guardias, traed a Cupido.

Mientras Carla avanza con la flecha dorada, otros cinco agentes rodean a Cupido. Parecenpeligrosos. Él tira a uno al suelo y le da un puñetazo en la mandíbula a otro. Luego coge una flechade la aljaba de Carla y se la clava al agente más próximo. Los dos que quedan retroceden contemor cuando Cupido levanta los brazos.

—No me toquéis —grita—. Voy yo solo.Pasa a su lado y se coloca a unos metros de mí. Yo cojo el arco y la flecha que me da Carla, la

agente ensangrentada, con las manos temblando. La Finis está muy fría.—Y, antes de que te entren ideas en esa cabecita —dice Venus—, soy mucho más rápida y

poderosa de lo que jamás te podrías imaginar. —Me mira con frialdad—. Si me disparas a mí laFinis, la cogeré y luego te mataré con ella. Pero, primero, acabaré con tu familia y con tus amigos.—Su voz suena de pronto infestada de veneno—. Y, en cuanto a tus dos amantes, los torturaréhasta que se olviden de quiénes son.

Al decir esto, esboza una sonrisa retorcida. Recuerdo lo rápida que fue en su oficina y sé quetiene razón: no podría con ella.

—Mátalo, almita gemela. Mátalo y dejaré que tú, Cal y tu familia seáis libres.Miro a Cupido. Está de pie, firme, orgulloso, haciendo como que no tiene la ropa desgarrada

de cuando los agentes lo agarraron en las mazmorras. Me sostiene la mirada. Tiene los ojos comoel mar en calma.

Detrás de mí oigo otro silbido y, a continuación, los alaridos de Cal.Cupido asiente.—No pasa nada, Lila. Hazlo.Me escuecen los ojos.—No puedo —digo, con el arco y la flecha temblando entre mis manos.Él se acerca a mí.—He vivido una vida muy larga —me tranquiliza—. Tienes que hacerlo. Salva a mi hermano.

Sálvate tú.Se me desliza una lágrima por la mejilla y me la seco; no quiero darle a Venus y al resto de los

cupidos la satisfacción de verme llorar. A mi espalda, los gritos de Cal no cesan, ya que no parande lanzarle flechas Ardor.

—Puedes hacer que pare —insiste Cupido, acercándose un poco más—. Mira a mi hermano.Míralo.

Vacilante, me doy la vuelta para contemplar a Cal. Tiene la cara roja de gritar. Ya no tiene una

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gota de sangre en la boca, sino que le sale a borbotones. Se me parte el corazón. Me obligo aapartar la mirada y a volver a centrarme en Cupido.

—Eres la única que puede parar esta locura. Si no, ella te matará. —Niega con la cabezadesesperado—. Y no puedo vivir con eso.

—No quiero que mueras —digo con la voz rota.Él me sonríe y se acerca un poco más, a una distancia a la que nos podemos tocar.—Estáis demasiado cerca —balbucea Venus.Cupido se detiene y yo me quedo comiéndome con los ojos cada parte de su cuerpo. Quiero

acercarme. Quiero que me abrace y me diga que todo va a salir bien.—Tranquila —dice—. Estoy listo. Después de todos estos años de soledad, pensando que el

amor era inútil, por fin te he conocido. —Sonríe—. Por fin he encontrado a mi alma gemela.Los ojos le brillan de emoción. Detrás de mí oigo jadear a Cal, que tose sangre.—¡No! —grita entre bocanadas—. No... mates... a mi hermano.Miro a Cupido y levanto el arco. Él asiente tranquilo, sin apartar los ojos de los míos. Me

tiembla el brazo. Las lágrimas recorren mis mejillas. No puedo evitarlo.—Hazlo —insiste Cupido cuando Cal vuelve a gemir.Respiro hondo.—Sin arrepentimiento —dice con una leve sonrisa.Tenso la flecha en el arco.—Sin arrepentimiento —susurro.Fijo mi mirada en Cupido.Tiene los ojos abiertos de pánico; se ha dado cuenta de lo que voy a hacer. Sacude la cabeza,

pero es demasiado tarde. Con un movimiento rápido, giro el arco hacia Venus y lanzo la flechadorada.

—¡No! —grita Cupido.Todo sucede a cámara lenta: la mancha dorada, el silbido del aire y Cupido saltando de pronto

delante de la Finis. Sus ojos, todavía clavados en los míos, solo muestran sorpresa. Abre la bocacomo si fuera a decir algo.

Y la flecha final se le clava en el corazón.Se oye un ruido ensordecedor cuando su cuerpo golpea el suelo. Grito y se me cae el arco de

las manos.—¡Está muerto! —grita Venus, aplaudiendo con alegría—. ¡Lo ha hecho! ¡Lo ha hecho de

verdad! ¡Ha matado a Cupido! ¡CUPIDO ESTÁ MUERTO!El tribunal de pronto se llena de ruido, pero yo no puedo oír nada. Me tiro hacia su cuerpo,

clavando las rodillas a su lado. Pongo la cabeza encima de su pecho inmóvil.—¡Cupido! —grito—. No puedes estar muerto, ¡no! Yo no quería... No...Noto una mano encima del hombro. Crystal me ha agarrado y está tirando de mí para que la

mire. La aparto de un empujón y ella me da una bofetada. La miro, sobresaltada.

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Venus se está riendo. Detrás de nosotros la batalla entre los mitos y los agentes ha comenzadode nuevo, pero ya no me importa. Me aparto de Crystal y agarro la mano de Cupido. No meimporta lo que quiera decirme. Ya nada importa.

«Cupido está muerto.» Cal sigue gritando de dolor detrás de mí.—Se ha muerto. Yo lo he matado.Crystal se inclina hacia mí y me susurra:—No está muerto.—Lo he matado. Lo... —La miro de repente—. ¿Qué?—Está vivo. Pero no tenemos mucho tiempo —susurra nerviosa—. Antes, en casa de Cupido,

mentí. No traje la réplica de la Finis a la Oficina del Amor, traje la de verdad. Intenté decírselo aCal, en las mazmorras, pero nos interrumpieron. Sabía que Venus se daría cuenta, es muy lista.

—Entonces ¿Cal tenía la réplica?Miro el cuerpo de Cupido en el suelo. Me aprieta la mano. «No está muerto.»—Quédate muerto, Cupido —dice Crystal entre dientes.—Sí, mi capitán —responde él con los ojos aún cerrados.Me vuelve a apretar la mano y aparece una media sonrisa en su cara antes de volver a quedarse

completamente inexpresivo. Qué alivio.Miro a Crystal y luego al cadáver del verdugo que yace a unos metros. En su aljaba, me fijo en

un pequeño resplandor dorado.—Eso quiere decir que la Finis real...Ella asiente, sosteniéndome la mirada.—Eres la única que puede hacerlo, eres la única que la puede matar.A Venus ya no la rodean los agentes; todos están luchando. La diosa me mira y sonríe. Se baja

de la plataforma y se dirige a mí con movimientos exagerados. Mi mirada se desvía otra vez haciael cadáver del verdugo. «¿Me dará tiempo?»

Corro hacia ella con el corazón acelerado.—Has matado a mi hijo —dice Venus en voz baja e infantil—. Pensaste que eso te salvaría...,

pero te mentí.Alcanzo el cuerpo frío mientras ella se acerca cada vez más. «La veo. Veo la Finis.»Venus avanza hacia mí con movimientos rápidos. Su olor empalagoso me abruma y me entran

arcadas, pero consigo agarrar la aljaba contra mi pecho.—Tengo que castigarte, almita gemela.Me agarra con fuerza por el cuello y mis pies dejan de tocar el suelo. Empiezo a ver puntos

negros. No puedo respirar. Con una mano agarro su piel resbaladiza mientras con la otra intentoalcanzar el arma.

—¡No! —grita Cal detrás de mí—. ¡Prometiste que la dejarías marchar! ¡Suéltala!Los labios de Venus se juntan formando una sonrisa cruel. Se ríe mientras la oscuridad

comienza a atraparme. «No puede ser el final. Esto no puede ser lo último que vea.» Mis dedos se

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deslizan torpemente sobre las flechas. Saco una rezando para que sea la correcta. Lucho paramantenerme consciente, aunque empiezo a sentir como mi último aliento se escapa de mispulmones.

Con el último atisbo de fuerza que me queda, le clavo una flecha en el corazón.Y se hace la oscuridad.

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Cuando vuelvo a abrir los ojos, encima de mí flota un techo blanco y se me llenan los oídos con unpitido. Trago saliva. Tengo la sensación de que me arde la garganta y, al intentar levantar lacabeza, parece que me va a estallar.

Vuelvo a cerrar los ojos y me quedo quieta, intentando no provocarme más dolor.«¿Qué está pasando?»Y lo recuerdo todo de pronto. Recuerdo pensar que Cupido estaba muerto. Recuerdo la cara de

Venus a unos centímetros de la mía. Y recuerdo que le clavaba una flecha en el corazón.«¿Era la Finis?»Me incorporo de repente y me quedo sentada, ignorando el dolor. Con los ojos muy abiertos,

miro a mi alrededor. Estoy en un hospital. En la silla de al lado está mi padre, con los ojoscerrados y el pecho moviéndose suavemente. Como si hubiera sentido que me había despertado,abre los ojos.

—Lila —dice aliviado—. Estaba preocupadísimo.Contemplo la habitación con los ojos adormilados. Hay dos figuras tras la puerta, mirando

hacia otro lado.—¿Papá? —digo entre lágrimas.Él se acerca a mí y me abraza. Al oír nuestras voces, las dos figuras del pasillo se dan la vuelta

y me siento extremadamente aliviada. «Cupido y Cal. Están bien.»Cuando entran, me fijo en la cojera de Cal y en las heridas de sus muñecas provocadas por los

cables que lo colgaban del poste.Mi padre se aparta.—Voy a buscar a un médico para decirle que has despertado. Menudo susto nos has dado.

Menos mal que estos dos caballeros te trajeron al hospital. No se han separado de tu cama. —Mira a Cupido con aprobación—. Se te cayó un andamio encima, Lila —dice mi padre al notar miconfusión—. Los médicos han dicho que igual no te acordabas. Voy a ir a buscar a alguien.

Detrás de él, Cupido sonríe cuando mi padre me da un beso en la frente. Se deja caer en la sillaa mi lado, y Cal me mira desde la puerta.

—Tienes que tener cuidado con los andamios, bichito —dice Cupido, guiñándome un ojo.Lleva un pantalón de chándal gris y una camiseta de algodón blanca. Parece cansado, pero

ileso.—¿Qué...? —Toso, mi voz parece un graznido—. ¿Qué ha pasado?

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Me froto la garganta. Cupido coge una jarra de la mesita de noche, vierte agua en un vaso y melo da. Doy un sorbo que me alivia la garganta e intento volver a hablar.

—¿Qué ha pasado? ¿Está muerta?Cupido asiente con la cara muy seria.—Casi te mata. Conseguiste coger la Finis mientras te estrangulaba y se la clavaste en el

corazón. Después de eso, ella implosionó. —Niega con la cabeza—. Saliste disparada por la ondaexpansiva y te golpeaste muy fuerte contra la pared. Por un segundo pensamos... pensamos...

—Pensamos que te habíamos perdido —Cal termina la frase en voz baja desde la puerta.Me sorprende la intensidad de su tono, y cuando miro hacia él, aparta la mirada.—¿Y el ejército de Venus? —pregunto.Cupido se encoge de hombros mientras se sirve un vaso de agua.—En realidad nunca estuvieron de su parte. Una vez que acabaste con ella, algunos de los

agentes más extremos intentaron luchar contra nosotros, como el comandante y algunos miembrosde las Flechas, pero eran muy pocos. No fue difícil acabar con ellos. Hay mucho trabajo que hacerpara que vuelva la normalidad a la Oficina del Amor. Habrá elecciones esta semana para nombrara un nuevo líder. —Cupido mira a Cal, que aún sigue rígido en la puerta—. Seguro que no tepillará por sorpresa que mi hermano, el cumplidor de normas, sea uno de los candidatos a lapresidencia.

Cal mira a Cupido con reproche, pero me doy cuenta de que se esfuerza por reprimir unasonrisa.

—Y ¿qué ha pasado con los demás? ¿Charlie, Crystal...?Cupido asiente.—Están todos bien.Suspiro aliviada y bebo otro sorbo de agua.—Lamento haberte disparado.Cupido esboza una amplia sonrisa y hace un gesto desdeñoso con la mano.—No te preocupes —dice—. La verdad es que fue bastante emocionante. Vi pasar mi vida por

delante de mis ojos y la verdad es que soy un tío bastante interesante. Parecía una película.—Bueno, en realidad fuiste tú quien saltó delante de la flecha.Él se ríe.—Tienes razón. Mira, queremos enseñarte algo.Lo contemplo con curiosidad y me señala con un gesto el pasillo del hospital, donde mi padre

habla con una doctora. Por su expresión, seguro que le ha contado alguno de sus chistes de padre.Ella se ríe y se le ilumina la cara.

«¡¿Está ligando?!»Miro a Cupido.—Es su... ¿es su alma gemela?No me lo creo. Ha estado tan deprimido y tan solo durante tanto tiempo... Cupido asiente. Miro

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a los dos hermanos y luego vuelvo a centrarme en mi padre, que me saluda con la mano desdefuera.

—Pensaba que solo teníamos un alma gemela —replico—. Eso es lo que dijisteis. Que una vezque la compañera de alguien se iba, este se quedaba solo para siempre.

Cupido niega con la cabeza.—Ya no —me aclara—. Ahora que Venus ya no está al mando, las reglas también han

desaparecido. —Sonríe—. Somos libres —Me aprieta la mano—. Nos has liberado a todos. Y nosolo quiere decir que tu padre es libre para volver a enamorarse, sino que nosotros, los cupidos,también podemos emparejarnos.

Los ojos le brillan con picardía.—Espero que eso no arruine el temita del amor prohibido que tan bien me ha venido hasta

ahora.—Entonces ¿te vas a quedar aquí? —pregunto seria.Él asiente.—Me voy a quedar contigo. Me has salvado. Nos has salvado a todos. Ahora el mundo es

diferente.Siento que Cal me mira desde la puerta. En sus ojos plateados se refleja algo nuevo, casi

pasional. La comisura de sus labios se eleva en una media sonrisa.—Todo es diferente —concuerda con suavidad.

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Agradecimientos

Quiero agradecer a todos los que leyeron Cupid’s Match cuando solo era un borrador. Como todoescritor sabe, el mundo editorial es increíblemente competitivo y, cuando publiqué el primerborrador en Wattpad, lo hice únicamente por diversión; ya casi me había resignado a no verlojamás en una estantería. El apoyo, la amabilidad, las bromas, los debates infinitos sobre quépareja era mejor, las proposiciones de matrimonio a Cal, los ruegos para actualizar más rápido y,en general, los comentarios de los demás wattpadders me animaron a seguir escribiendo,sonriendo, y me ayudaron a volver a creer en un sueño que había empezado a desvanecerse. Dudoque hubiera podido escribir este libro sin vosotros.

Me gustaría dar las gracias a todo el equipo maravilloso de Wattpad HQ por ver el potencialde Cupid’s Match incluso en sus fases más desastrosas. En este viaje me ha acompañado muchagente, pero con quienes más de cerca he trabajado han sido mi mánager, Monica Pacheco, yAshleigh Gardner y Deanna McFadden, del equipo editorial. Gracias por responder a todas mispreguntas y por creer en mí y en los cupidos.

También me gustaría darle las gracias a mi editora, Andrea Robinson, que entendió mi sentidodel humor, comprendió lo que intentaba hacer con Cupid’s Match y me ayudó a que la historiaalcanzara el siguiente nivel. Ha sido maravilloso trabajar contigo. Gracias también a micorrectora, Rebecca Mills. No le presto demasiada atención a los detalles y había muchas cosasraras (¡por no mencionar lo raros que son los cupidos en general!) en las páginas de Cupid’sMatch de las que no me habría dado cuenta sin tu ayuda. Y muchas gracias al diseñador de laportada, Greg Tabor, por su trabajo y su arte.

Por último, quiero dar las gracias a mi familia y amigos. A mi compañero, Jamie. Ha sido mimayor apoyo durante todo el proceso de escritura: siempre dispuesto a hablar de cupidos conmigode madrugada, a hacerme reír cuando necesitaba distraerme, a relajarme cuando estaba estresada,a bailar conmigo haciendo el tonto en la cocina cuando estaba emocionada, ¡y a traermeincontables tarrinas de helado! Muchas gracias también a mi padre y a mi hermana por no dudarnunca de que algún día escribiría algo que la gente quisiera leer. Y gracias a mi madre, Debbie,por ser mi fan número uno (¡y la de Cal!). Cuando se enteró de que escribía en Wattpad, se abrióuna cuenta y leyó Cupid’s Match mientras lo iba escribiendo. Siempre agradeceré tu apoyoincondicional.

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Sobre la autora

Cupid’s Match, la serie de romance adolescente sobrenatural de Lauren Palphreyman haacumulado más de cincuenta millones de lecturas online y ha desembocado en un capítulo pilotopara CW Seed. Como miembro del programa de influencia de Wattpad, Wattpad Stars, Lauren hatrabajado para varias empresas, ha dado charlas en la London Wattcon y ha escrito un capítulopara «La guía Wattpad para escritores» de la revista Writer’s Digest. Cuando no está escribiendo,bebiendo café o conspirando para que los cupidos dominen el mundo, puedes encontrarlapublicando los bocetos de sus fantasías románticas en Wattpad como @LEPalphreyman, ocompartiendo sus lecturas en su Instagram @LaurenPalphreyman. Vive y escribe en Londres,Inglaterra.

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El match de CupidoLauren Palphreyman No se permite la reproducción total o parcial de este libro,ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisiónen cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos,sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracciónde los derechos mencionados puede ser constitutiva de delitocontra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientesdel Código Penal) Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos)si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.como por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47 CROSSBOOKSinfoinfantilyjuvenil@planeta.eswww.editorial.planeta.eswww.planetadelibros.comEditado por Editorial Planeta, S. A. Título original: Cupid’s Match© del texto: Alice Oseman, 2019© de la traducción: María Cárcamo, 2020© Editorial Planeta, S. A., 2020Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) Primera edición en libro electrónico (epub): marzo de 2020 ISBN: 978-84-08-22637-6 (epub) Conversión a libro electrónico: Realización Planeta

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