El medio pollico
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EL MEDIO POLLICO
Abel Chiva Mañes
EL MEDIO POLLICO
La mañana hacía rato que había comenzado. La posada,
con sus puertas abiertas de par en par, permanecía tranquila y
silenciosa. Carreteros, tratantes, vendedores y viajeros
estaban ya en su faena y sólo las boñigas en la puerta y por la
calle delataban su paso por el recinto. El sol, cual descarado
invasor, se adentraba hasta mitad del pasillo.
Al final de una empinada escalera, a la izquierda de la
entrada, en la cocina, Fina se encontraba preparando el
almuerzo cuando unas voces llamaron su atención:
- ¡¡Tía Fina!!, ¡¡tía Fina!!
- ¿Quién es? -contestó mientras se secaba las manos con
el delantal y abría la puerta de cristales.
- Soy yo.
- ¿Túuu?, ¿qué quieres a estas horas?, con la faena que
tengo ahora.
- Mire, hace más de seis meses que su madre me debe
dos reales y ya me ha toreao dos meses, vamos, que se hace la
remolona y no me los quiere pagar, así que me los paga usted
o voy a cobrarlos ahora mismo aunque tenga que ir a Sacañet.
Pero luego no diga que le he dado un disgusto de muerte a la
tía Genoveva y que tengo la culpa de todos sus males. Como
resulta que es su madre siempre la defiende, y a mí esta vez
me lo paga...¡vaya que me lo paga!
- Pero qué pesadico que estás últimamente, arrea, que la
Macarena te guíe que yo no te doy ni un chavo y me voy a
preparar el almuerzo antes de que vengan los tíos.
En aquel momento una sombra se perfiló en la entrada
y el Medio Pollico se quedó helado:
- ¿Qué haces tú por aquí, perillán?
- Nada, a hablar con su mujer de la tía Genoveva.
- Vaya conversación que has elegido, ahora que si es a
cobrar lo que te debe, o te vas echando chispas o en el cocido
de Frasquito hoy va a haber carne...
Sin acabar de escuchar lo que decía el tío Marcial, como
alma que lleva el diablo, el Medio Pollico echó a correr calle
Mayor arriba y no paró hasta Santa Bárbara. El tío Marcial era
el tío Marcial y muy gracioso, muy gracioso, pero cuando se le
torcía el morro... mejor desaparecer, que ya sabía que la tía
Genoveva no era santo de su devoción.
Una vez que hubo recuperado el resuello, tranquilo y
decidido se encaminó a Sacañet, dándose ánimos y como
aquél que va a conquistar el mundo.
En ello estaba cuando a su paso por la Pedrera una voz le
pegó un susto que casi se cae de medio culo:
- ¿Adónde vas, Medio Pollico? -, era una vieja maza
olvidada en un ribazo.
- A Sacañet, a cobrar lo que me debe la tía Genoveva.
- ¿Y puedo ir contigo? Aquí siempre sola me aburro
mucho.
- Pues métete entre mis plumas y arreando, no se nos
haga tarde.
Reanudó el camino más contento que unas pascuas, mira
por dónde ya no estaba solo para enfrentarse a la tacaña de la
tía sacañetera. Y en estas estaba cuando pararon a tomar un
poco de agua en la Balsa Silvestre:
- ¿Dónde vais a estas horas y con la solina que cae?
- A Sacañet, a cobrarle a la tía Genoveva.
- Eso no me lo pierdo. Si quieres, ahora cuando almorcéis
un poco, me llevas y así me paseo un poco de paso, que todo el
día aquí aguantando a estas ranas tan pesás...
- Pues vamos.
Y el agua se metió entre las plumas, y una vez acabado el
escaso almuerzo que llevaba tomaron el sendero para subir
hasta las Peñas de Domingo, desde donde ya se notaba el aire
fresco, donde la agradable sensación de sentir en su media
cara secarse el sudor y la proximidad de su destino le daban
alas pese a ir cargado con sus dos amigos o colaboradores.
Cuando más confiado estaba y le daba la sensación de ir
volando, algo en medio del sendero le hizo frenar en seco y su
pobre medio corazón a punto estuvo de estamparse contra el
pino en el que se apoyó para no caerse:
- Hola, ¿dónde la echas a estas horas? -le dijo una zorra
que a él le pareció un burro de lo grande que era.
Al principio no sabía que decir pero enseguida
comprendió, por la expresión de la cara, que la zorra no le iba
a hacer ningún mal. Le explicó lo que pretendía, que eran
demasiadas veces las que la tía Genoveva le mandaba hacer
recaos con promesas de pago que luego nunca llegaba a
cumplir, pero que su paciencia se había acabado, escamao
como estaba de anteriores veces, la última le había tenido que
jurar y perjurar que le daría dos reales, y esos, por lo menos,
los quería cobrar aunque fuera lo último que hiciera,
¡¡bastante cachondeo se llevaban los alcublanos con la
tomadura de pelo al Medio Pollico!!
La zorra le confesó que sabía su historia ya que era
famoso en toda la comarca, pero ella también se la tenía
jurada porque una vez que se acercó por su casa, al olor de las
gallinas, le pegó tal paliza que aunque pudo escapar no fue
zorra durante mucho tiempo, y todavía padecía una pequeña
cojera que le hacía más difícil la vida de raposa.
- Mira, zorra, en el camino se me han unido una maza y el
agua, si quieres te puedes venir entre mis plumas y vamos a
plantar cara a nuestro destino.
Y allá que se metió la zorra y ocultos en el Medio Pollico
llegaron todos juntos a Sacañet.
Era mediodía, hora de hacer la comida, cuando llegaron a
la puerta de la casa. Nadie en la calle. Tan sólo a las afueras se
oía aullar a un perro protestando por su encierro. Al pasar por
delante de la capilla, antes de torcer a la izquierda, se había
santiguao y como los toreros le había pedido suerte a San
Antón, patrón de los animales, que aunque estuviera en
Sacañet era el de su pueblo.
- ¡Tía! –gritó, a la vez que tocaba.
- ¿Quién va?
- Soy yo, el Medio Pollico.
- Entra, entra, que estoy con la comida y me dices lo que
se te ofrece.
Tanta amabilidad no le hizo confiarse, lentamente y
mirando a los lados llegó hasta la cocina y se quedó mirando
el perol que tenía en el fuego con agua y verduras, un perol
grande como si preparara comida para un regimiento.
- Anda, siéntate aquí, chiquillo
Y aún no había llegado a la sillita, al lado del hogar,
cuando lo enganchó del cuello y lo quería meter en el perol.
- ¡¡Agua, sal!! -apenas pudo decir.
Y al momento empezó a salir agua, haciendo que todo el
contenido del perol se derramara, apagó el fuego y todos los
carbones y palos se esparcieron por la cocina.
¡Vaya desastre! La reacción inmediata de la tía Genoveva
fue salir corriendo al corral, casi se cae al abrir la puerta de
doble hoja, y en el cociol que había en la salida, bajo de la
canal, sumergir al Medio Pollico:
- ¿No te gusta el agua? ¡Pues toma agua hasta que te
hartes!
Con el cuello atenazao y bajo del agua, lo único que pudo
hacer es mover su única ala y gritar más con la cabeza que con
el pico:
- ¡Maza, sal! -y al momento el cociol quedó hecho añicos.
Los hechos se sucedían a un ritmo vertiginoso. Todavía
con el atontamiento del ahogo y la inmersión, sin apenas
recuperarse, se vio cogido por la pata en volandas yendo a
parar en medio del gallinero.
- Ahora, valiente, ahora vamos a ver cómo te va con las
gallinas y mi gallo Lucero, ahora sí que te van a poner como un
zaquito a picotazos -le gritaba desde la puerta con el sofocón
que llevaba la tía Genoveva.
- ¡Zorra, sal!!
Y lo dijo con rabia, con la satisfacción del que se sabe
ganador con un golpe definitivo, con la certeza de que allí se
acababa la pelea. Sí, se acababa la batalla igual que la zorra
acabó con varias gallinas y salió en dos saltos de la casa
llevando al gallo entre los dientes.
La tía Genoveva metió la mano en el bolsillo del delantal
y le dio los dos reales que le debía, y nunca más encargó
recados a nadie, aquel día aprendió que no hay enemigo
pequeño.
El Medio Pollico volvió a Alcublas más contento que unas
pascuas y ya nunca, nunca, nadie dejó de pagarle los recados.
Él también aprendió una hermosa lección aquel día:
EL RESPETO NI SE COMPRA NI SE REGALA, SE
CONSIGUE Y SE GANA.