El mejor musical del año

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39 La puesta en escena de West Side Story en Ecuador contó con los permisos del Music Theater International. Para la obra se adaptaron las versiones en inglés y español del guionista original, Arthur Laurents, la coreografía es de Alejandro Ibarra y la dirección musical de Ray Fellman. Incluye un coro de treinta personas, veinte bailarines y diez papeles principales. Se proyecta llevarla a Guayaquil y Colombia, y en noviembre de nuevo a Quito. Por José Vaca FOTO: CORTESÍA DE LA FUNDACIÓN TEATRO NACIONAL SUCRE (GONZALO GUAÑA). S algo a cenar después del trabajo. En la entrada al restaurante, veo varios volantes y postales. Tomo el único que llama mi atención, se tra- ta de una convocatoria para formar parte del musical “más grande del año” en el Teatro Nacional Sucre. Apenas me fijo en las fechas del casting y recuerdo que no canto ni en el karaoke, pero presiento un show imperdible. Durante meses todos hablan de lo mismo, el remake de Romeo y Julieta dirigido por Chía Patiño (puede que el nombre no les sea familiar, porque es de esas personas brillantes que prefieren un perfil bajo). Los Es una pieza de arte sexy y moderna que cuenta y canta el amor entre María, cuyo hermano es líder de una pandilla de inmigrantes latinos en Nueva York (Los Sharks), y Tony, exmiembro de una pandilla de residentes (Los Jets). Ambos bandos son eternos rivales y se oponen a esa relación. Hay momentos de humor, de denuncia social, de romance y de tragedia, enmarcados en un ambiente urbano de grafitis, rejas y un par de carros parqueados. En la versión norteamericana hay un happyending de reconciliación, pero el final de la propuesta ecuatoriana es abierto y lo suficientemente sugestivo para quienes conocen lo que concibió Shakespeare. El musical se estrenó en 1957, en el teatro Winter Garden de Broadway. Fue nominado a los Premios Tony e inspiró la película del mismo nom- bre, que ganó diez premios de la Academia. Se presenta frecuentemen- te en Broadway y en todo el mundo. Chía Patiño West Side Story Tras bambalinas El día del musical, horas antes de que empiece, encuentro a Chía dirigiendo a los actores y contando los tiempos en un ensayo técnico, y de repente veo que dirige también la orquesta, cuyos acentos musicales entran en los momentos precisos, hipercoordinados con las luces y las coreografías. Después de una escena de amor, un grupo de bailarines sale desenrollando una cortina. Uno de ellos se enreda y se resbala en el piso. Chía les indica que, si sienten que eso va a pasar, suelten la cortina. Entonces me cuenta que a pesar de los cuidados siempre surgen imprevistos, como el caso de dos lesionados que terminaron en el hospital. Al concluir el ensayo, me deslizo detrás del telón hasta llegar a los camerinos. Cuando cruzo el cartel de “Solo personal autorizado” llego a un mundo distinto, un mundo paralelo, mágico. Veo que van y vienen percheros llenos de ropa, pelucas y maquillaje. Una cama entra sin avisar, pero todos le abren paso. Chía me dice que ahí todo está ordenado, que no hay chance para el caos. Los bailarines pululan vestidos todos de blanco, como pertenecientes a otra especie, haciendo ejercicios de estiramiento. Las actrices coloridas y risueñas se reúnen y cuando música FUCSIA 38 El mejor musical del año medios muestran las audiciones y a veces, cuando paso por los exteriores, veo los ensayos. Voy a comprar mi entrada una semana antes del estreno y me encuentro con que el anuncio de la obra ha tenido mucha acogida o mucha difusión y, por ende, con las justas consigo los dos últimos palcos por menos de cuarenta dólares cada uno. Una obra de esta magnitud bordea los cientos de dólares en Broadway, pero gracias al apoyo-subsidio municipal, el teatro no depende económicamente de la boletería y se logra democratizar el acceso a la cultura. FOTO: CORTESÍA DE LA FUNDACIÓN TEATRO NACIONAL SUCRE (MARÍA CRISTINA MORENO). FOTO: ©GUILLERMO JÁUREGUI/12. Chía Patiño empezó sus estudios desde muy temprana edad. Estudió composición y piano, tiene un máster y doctorado en composición y un máster en artes, con espe- cialidad en dirección escénica. Fue asistente de dirección en Estados Unidos, Italia, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Dubái y Guatemala, entre otros países. Actualmente es la directora ejecutiva de la Fundación Teatro Nacional Sucre. les pido uno foto “natural” me dicen que siguen metidas en el personaje y que todas las fotos salen “posadas”, de paso me confiesan acerca de los romances dentro del elenco. Enseguida, golpeo la puerta del camerino de Anita (Paula Herrera), un pequeño me abre la puerta y la llama: “¡Mami!”. Entonces tengo el gusto de saludarla y decirle mi personalísima opinión de que ella se roba el show. ¡Es que tienen que verla cuando canta América marcando su acento latino! (todas las canciones son en inglés): “I like to be in America. Evertything free in America, for a small fee in America”. Chía coincide conmigo y me revela que Herrera fue escogida en el casting por sobre “dos divas del teatro que daban por hecho que el papel era suyo”. Cuando la obra comienza, las conver- saciones que se susurraban en el ensayo pasan a un silencio sepulcral. María (Vanessa Valladares) sale a escena y yo subo a co- nocer a su eterno enamorado, Tony (Nick Fitzer), quien comparte camerino con su mejor amigo, Action (Andrew Maloney), ambos angloparlantes, con quienes tengo que desempolvar mi inglés para felicitarles y tomarles un par de fotos. Los chicos me dicen que están encantados con Quito y que planean aprovechar sus días libres para ir a Papallacta, mientras comen Sweet sticks. Le digo a Maloney que pensé que era ecuatoriano (como el resto del elenco, que para caracterizar su ascendencia se tinturaron el pelo de rubio) y me contesta: “Gracias”. Entonces entra al cuarto riff (interpretado por Gregory Gerbrandt), el jefe de la cuadrilla norteamericana. Chía me dice: “Ahora ya está muerto (en ese momento de la historia), así que tienes todo el tiempo”, pero Gregory es reservado, aunque, según la directora, es el conquistador del grupo. Cuando me dispongo a salir, una fila de actores vestidos de luto me rebasa camino a la escena del funeral y me siento tentado a seguirles hasta el escenario con mi abrigo y mis guantes negros, pero me quedo en media grada. A mi lado noto algo que parece una telaraña y enseguida uno de los inmaculados bailarines la coge y me dice: “Justo esto estábamos buscando”. Chía, entre risas, me explica que se trataba de una pluma con un hilo que Gregory había perdido y que seguramente se había quedado suspendida en el aire. Definitivamente, había estado en un lugar surreal. Al terminar el musical, aplaudo de pie hasta el momento en el que se cierra el telón. = “Es una producción de la que me siento orgullosa y de la que el país debe estarlo”. Gregory Gerbrandt, Chía Patiño y Andrew Maloney. Paula Herrera. FOTOS: ©JOSÉ VACA/12. De atrás hacia delante, Beth Egnatoff, Nathaly Dávila y Daniela Santos. Andrew Maloney y Nick Fitzer.

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La puesta en escena de West Side Story en Ecuador contó con los permisos del Music Theater International.

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La puesta en escena de West Side Story en Ecuador contó con los permisos del Music Theater International. Para la obra se adaptaron las versiones en inglés y español del guionista original, Arthur Laurents, la coreografía es de Alejandro Ibarra y la dirección musical de Ray Fellman. Incluye un coro de treinta personas, veinte bailarines y diez papeles principales. Se proyecta llevarla a Guayaquil y Colombia, y en noviembre de nuevo a Quito. Por José Vaca

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Salgo a cenar después del trabajo. En la entrada al restaurante, veo varios volantes y postales. Tomo el único que llama mi atención, se tra-

ta de una convocatoria para formar parte del musical “más grande del año” en el Teatro Nacional Sucre. Apenas me fijo en las fechas del casting y recuerdo que no canto ni en el karaoke, pero presiento un show imperdible.

Durante meses todos hablan de lo mismo, el remake de Romeo y Julieta dirigido por Chía Patiño (puede que el nombre no les sea familiar, porque es de esas personas brillantes que prefieren un perfil bajo). Los

Es una pieza de arte sexy y moderna que cuenta y canta el amor entre María, cuyo hermano es líder de una pandilla de inmigrantes latinos en Nueva York (Los Sharks), y Tony, exmiembro de una pandilla de residentes (Los Jets). Ambos bandos son eternos rivales y se oponen a esa relación. Hay momentos de humor, de denuncia social, de romance y de tragedia, enmarcados en un ambiente urbano de grafitis, rejas y un par de carros parqueados. En la versión norteamericana hay un happyending de reconciliación, pero el final de la propuesta ecuatoriana es abierto y lo suficientemente sugestivo para quienes conocen lo que concibió Shakespeare.El musical se estrenó en 1957, en el teatro Winter Garden de Broadway. Fue nominado a los Premios Tony e inspiró la película del mismo nom-bre, que ganó diez premios de la Academia. Se presenta frecuentemen-te en Broadway y en todo el mundo.

Chía Patiño

West Side Story

Tras bambalinasEl día del musical, horas antes de que empiece, encuentro a Chía dirigiendo a los actores y contando los tiempos en un ensayo técnico, y de repente veo que dirige también la orquesta, cuyos acentos musicales entran en los momentos precisos, hipercoordinados con las luces y las coreografías.

Después de una escena de amor, un grupo de bailarines sale desenrollando una cortina. Uno de ellos se enreda y se resbala en el piso. Chía les indica que, si sienten que eso va a pasar, suelten la cortina. Entonces me cuenta que a pesar de los cuidados siempre surgen imprevistos, como el caso de dos lesionados que terminaron en el hospital. Al concluir el ensayo, me deslizo detrás del telón hasta llegar a los camerinos. Cuando cruzo el cartel de “Solo personal autorizado” llego a un mundo distinto, un mundo paralelo, mágico. Veo que van y vienen percheros llenos de ropa, pelucas y maquillaje. Una cama entra sin avisar, pero todos le abren paso. Chía me dice que ahí todo está ordenado, que no hay chance para el caos. Los bailarines pululan vestidos todos de blanco, como pertenecientes a otra especie, haciendo ejercicios de estiramiento. Las actrices coloridas y risueñas se reúnen y cuando

música FUCSIA

38 El mejor musical del año

medios muestran las audiciones y a veces, cuando paso por los exteriores, veo los ensayos. Voy a comprar mi entrada una semana antes del estreno y me encuentro con que el anuncio de la obra ha tenido mucha acogida o mucha difusión y, por ende, con las justas consigo los dos últimos palcos por menos de cuarenta dólares cada uno. Una obra de esta magnitud bordea los cientos de dólares en Broadway, pero gracias al apoyo-subsidio municipal, el teatro no depende económicamente de la boletería y se logra democratizar el acceso a la cultura.

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2. Chía Patiño empezó sus estudios desde muy temprana edad. Estudió composición y piano, tiene un máster y doctorado en composición y un máster en artes, con espe-cialidad en dirección escénica. Fue asistente de dirección en Estados Unidos, Italia, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Dubái y Guatemala, entre otros países. Actualmente es la directora ejecutiva de la Fundación Teatro Nacional Sucre.

les pido uno foto “natural” me dicen que siguen metidas en el personaje y que todas las fotos salen “posadas”, de paso me confiesan acerca de los romances dentro del elenco.

Enseguida, golpeo la puerta del camerino de Anita (Paula Herrera), un pequeño me abre la puerta y la llama: “¡Mami!”. Entonces tengo el gusto de saludarla y decirle mi personalísima opinión de que ella se roba el show. ¡Es que tienen que verla cuando canta América marcando su acento latino! (todas las canciones son en inglés): “I like to be in America. Evertything free in America, for a small fee in America”. Chía coincide conmigo y me revela que Herrera fue escogida en el casting por sobre “dos divas del teatro que daban por hecho que el papel era suyo”.

Cuando la obra comienza, las conver-saciones que se susurraban en el ensayo pasan a un silencio sepulcral. María (Vanessa Valladares) sale a escena y yo subo a co-nocer a su eterno enamorado, Tony (Nick Fitzer), quien comparte camerino con su mejor amigo, Action (Andrew Maloney), ambos angloparlantes, con quienes tengo que desempolvar mi inglés para felicitarles y tomarles un par de fotos.

Los chicos me dicen que están encantados con Quito y que planean aprovechar sus días libres para ir a Papallacta, mientras comen Sweet sticks. Le digo a Maloney que pensé que era ecuatoriano (como el resto del elenco, que para caracterizar su ascendencia se tinturaron el pelo de rubio) y me contesta: “Gracias”.

Entonces entra al cuarto riff (interpretado por Gregory Gerbrandt), el jefe de la cuadrilla norteamericana. Chía me dice: “Ahora ya está muerto (en ese momento de la historia), así que tienes todo el tiempo”, pero Gregory es reservado, aunque, según la directora, es el conquistador del grupo.

Cuando me dispongo a salir, una fila de actores vestidos de luto me rebasa camino a la escena del funeral y me siento tentado a seguirles hasta el escenario con mi abrigo y mis guantes negros, pero me quedo en media grada.

A mi lado noto algo que parece una telaraña y enseguida uno de los inmaculados bailarines la coge y me dice: “Justo esto estábamos buscando”. Chía, entre risas, me explica que se trataba de una pluma con un hilo que Gregory había perdido y que seguramente se había quedado suspendida en el aire. Definitivamente, había estado en un lugar surreal. Al terminar el musical, aplaudo de pie hasta el momento en el que se cierra el telón. =

“Es una producción de la que me siento orgullosa y de la que el país debe estarlo”.

Gregory Gerbrandt,

Chía Patiño

y Andrew Maloney.

Paula Herrera.

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De atrás hacia delante, Beth Egnatoff, Nathaly Dávila y Daniela Santos.

Andrew Maloney y Nick Fitzer.