El mensajero del desierto

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EL MENSAJERO DEL DESIERTO José Antonio Palomo Molano RELATO CUADERNO DE ACTIVIDADES Enseñanza Secundaria

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EL MENSAJERO

DEL DESIERTO

José Antonio Palomo Molano

RELATO

CUADERNO DE ACTIVIDADES

Enseñanza Secundaria

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El mensajero del desierto

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C A P Í T U L O S

1. Duna 3

2. Bot 4

3. La misión 6

4. Preparativos 7

5. En marcha 9

6. Rhumi, la tormenta de arena 10

7. Trhom, el mar perdido 12

8. El arte de las rocas 13

9. Descanso en Tharem 15

10. Las Montañas del Oeste 16

11. En el palacio de Thar 17

12. El pueblo dividido 18

13. El mensaje 19

14. La arena y el mar 20

Croquis de situación.

© José Antonio Palomo Molano

Edición 2010

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1. Duna

Era la época de la cosecha, así que Duna, la pastora, había subido hasta lo

más alto de la palmera y, cortando los cargados racimos de dátiles con su

lanza, los dejaba caer hasta el suelo. Ágilmente se dedicaba a esta tarea

mientras vigilaba de reojo a su rebaño de cabras, que ramoneaban entre los

arbustos al borde del oasis. A decir verdad, las cabras no eran suyas, sino

que pertenecían a la tribu que habitaba aquella isla verde en medio del

desierto.

Ella había sido encontrada hacía trece años, cuando tan sólo era un

pequeño bebé, a la sombra de una gran duna próxima al oasis. Tal vez por

este motivo fue llamada Duna, aunque había quien afirmaba que su nombre

respondía a su espíritu viajero, que la animaba a desplazarse

continuamente, como las arenas transportadas por el viento. Su crianza fue

encomendada a Hamet, el mercader, cuya esposa había tenido una niña a la

que todavía amamantaba. La intranquila Duna pronto mostró su interés por

conocer otros lugares y cuando su padre se disponía a emprender viaje le

rogaba, primero con bromas y después con llantos, hasta convencerle para

que la dejara acompañarle. Misha, su madre, temerosa de que Duna corriera

algún peligro, cayendo en manos de bandidos, perdiéndose para siempre en

el desierto o siendo engullida por alguna terrible tormenta de arena, pidió a

los jefes de la tribu que concedieran a Duna una tarea en el oasis que la

impidiera acompañar a su padre. Y así, la pequeña Duna se convirtió en

pastora, oficio que la obligaba a mantener rutinarias tareas y permanecer

casi inmóvil durante horas. A partir de entonces sólo en algunos cortos

viajes su padre accedió a llevarla consigo, quedando el rebaño al cuidado

de su hermana Fhasí. Con el tiempo Duna fue acostumbrándose a su trabajo

de pastora y finalmente lo aceptó como un gran honor, pues comprendió

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que, después del agua, las cabras eran lo más importante para la tribu del

oasis. Ellas les proporcionaban alimentos como leche, queso, mantequilla y

carne, aunque esta última solamente la consumían fresca en días señalados.

Además, con sus pieles fabricaban instrumentos de música, calzado,

ataduras para las herramientas, correas para los camellos y odres para

almacenar el agua. Sus excrementos, que Duna recogía cada mañana en el

aprisco, eran utilizados como fértil abono en los huertos. Así, pues, se

consideraba una persona afortunada y ponía todo su esmero en el cuidado

del rebaño.

2. Bot

Por este motivo aquella mañana arrojó al suelo su lanza de pastora con la

que cortaba los pesados racimos de dátiles, descendió vertiginosamente por

el tronco de la palmera y, tras recoger la lanza, inició una veloz carrera

hacia su rebaño. Oteando las dunas, que con la luz clara de la mañana

podían divisarse con nitidez hasta muy lejos, se había percatado de un

ligero movimiento entre las alargadas sombras que proyectaban todavía los

amarillentos montículos de arena. Primero le había parecido adivinar un

extraño animal, que ella sólo había visto antes en alguna lejana ciudad de

las montañas durante alguno de sus viajes con su padre; sin embargo, unos

instantes después observó a una persona que caminaba hacia el oasis. Con

los ojos entrecerrados para ver mejor y la boca abierta por el asombro, vio

aparecer sobre lo alto de una duna las dos figuras, caminando una junto a la

otra, y cuyos pasos se dirigían hacia su rebaño. El temor ante el ataque de

bandidos se apoderó de Duna mientras corría decidida a defenderse y,

llegando hasta donde las cabras pastaban, gritó y silbó intentando asustarlas

para que corrieran hacia la seguridad del oasis. Éstas, sin embargo, la

miraron mientras masticaban las ásperas hojas sin responder a sus

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esfuerzos, hasta que, todas a la vez, emitieron balidos de alarma y corrieron

despavoridas en distintas direcciones. Duna sintió entonces un ronco

sonido a su espalda que, en la calurosa mañana, heló su sangre y la hizo

sentir el miedo recorriendo todo su cuerpo, produciéndole un intenso

cosquilleo en la nuca. Sabía que lo que había detrás de ella, muy cerca, era

un león. "Los viajes son peligrosos, pero ¿acaso los pastores no corren

peligro?", pensó Duna recordando los temores de su madre. Sin darse más

tiempo se giró con rapidez blandiendo su lanza y enfrentándose al enorme

león.

― Si no eres un espejismo no nos hagas daño, por favor.

El que había hablado era un joven que permanecía de pie, a pesar de su

visible agotamiento, junto al león, que aprovechaba el alto para descansar

tumbado a su sombra. Duna comprendió al instante que aquellos

personajes, hombre y animal, no suponían peligro alguno ni para ella ni

para los suyos y, liberada del miedo que la había mantenido en guardia, su

rostro moreno, cubierto de sudor por la carrera y la tensión, quedó

iluminado por una blanca sonrisa.

― No, no soy un espejismo –dijo tímidamente–; sólo soy una

pastora que cuida su rebaño. Temí que fueras un bandido.

Llevándose la mano al corazón, el joven se inclinó ligeramente

diciendo:

― Mi nombre es Bot, y si me concedes tu atención te explicaré

quién soy.

Duna no vislumbraba ya ninguna amenaza en aquel joven tan

educado y por su parte le pareció correcto atender a sus palabras.

Queriendo corresponder a sus modales, Duna hizo una seña al joven para

que la siguiera hasta la sombra de la palmera más próxima, pues se daba

cuenta de que tanto Bot como su león habían soportado muchas horas de

ardiente sol.

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3. La misión

Así era. Una vez acomodados sobre la arena, Bot narró su historia.

Procedía de Zhalé, una ciudad entre las Montañas del Este, muy lejos de

donde ahora se encontraban. Altas cumbres amurallaban el extenso valle

donde se asentaba su ciudad natal, rodeada de huertos que ahora deberían

estar verdes y florecidos. Bot añoraba, después de semanas caminando,

aquellos paisajes, las techumbres de la vieja ciudad que él solía contemplar

desde las descarnadas laderas donde vivía con su león, Sholo. Y recordaba

las perennes nieves de las cumbres donde quedaban grabadas sus huellas al

perseguir alguna cabra de las montañas. Todo eso, ahora, en mitad del

desierto, quedaba oculto por un espeso velo que oscurecía el corazón del

joven y parecía contagiar a su fiel león.

Mientras sus dedos cribaban la fina arena, Bot relató a Duna cómo

fue llevado por la guardia del príncipe ante éste. Uno de los secretarios

reales informó entonces a Bot de que había sido elegido para una misión:

― Tú, Bot, hijo de Fatar, el cazador de leones –leyó el secretario con

voz potente que resonaba en los amplios aposentos de palacio–,

abandonaste la ciudad siendo un niño acompañado por el león que tu padre

te regaló al nacer y del que hasta hoy no te has separado ni un solo día de tu

vida. Preferiste dejar la ciudad, tu rica casa y tu amada familia para ofrecer

a tu león, Sholo, una vida en libertad en las montañas donde crecieron sus

antepasados. Desde entonces, hijo del cazador de leones –continuó el

secretario mientras Bot pensaba con preocupación en Sholo, que esperaba

junto a la cantarina fuente del patio–, desde entonces has sobrevivido sin

ayuda de nadie. Pero hoy debes abandonar este valle y dirigirte hacia las

montañas del oeste, más allá del desierto. Has sido elegido por los sabios

de la ciudad para llevar un mensaje del príncipe al monarca de aquellas

tierras.

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Aunque para Bot la vida errática era sinónimo de libertad, alejarse de

aquellas montañas y valles que le habían visto crecer le llenaba de tristeza.

No obstante, alentado por muchos de sus antiguos conciudadanos y

abrazado con felicidad por su familia, que después de ocho años volvía a

verle convertido en un robusto y apuesto mocetón, se animó a emprender el

urgente viaje. De palacio se le proporcionó un poderoso caballo enjaezado

y pertrechado debidamente para la travesía. Sin embargo, el corcel, poco

habituado a los tortuosos senderos de las montañas, sufrió golpes y

torceduras que le hicieron cojear dolorosamente durante los primeros días

de viaje. Para cuando llegaron a las puertas del desierto, Bot no se sintió

capaz de someter al herido caballo a la muerte segura que le hubiera

esperado en el mar de arena y lo cedió, junto con otras pertenencias que no

podría cargar, a un pueblo de pastores que, con gratitud, le orientaron hacia

el oasis en el que ahora se encontraba con Duna.

Aunque el odre que cargaba a la espalda todavía contenía algunas

gotas de agua, los días transcurridos en el desierto se habían convertido

para Bot en una verdadera pesadilla en la que sólo alcanzaba a ver una luz

cegadora y olas de arena que se agitaban a sus pies. Finalmente, ante los

ojos atónitos de Bot surgían lagos de agua cristalina a los que nunca

llegaba, cuanto más se acercaba a ellos más se alejaban aquellas rebosantes

aguas. Y por último apareció Duna, entre el verde de las palmeras y los

balidos de las cabras, amenazándole con su lanza a la vez que sus negros

ojos le miraban asombrados.

4. Preparativos

Acabada la narración de Bot, Duna sintió ruborizarse, avergonzada de

haberse presentado ante el joven en actitud tan agresiva.

― No sé cómo me las podré arreglar para llegar hasta las Montañas

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del Oeste –se pregunta Bot, acariciando la melena de Sholo–. No conozco

el desierto y seré incapaz de encontrar oasis o manantiales para conseguir

agua.

Nada más escuchar estas palabras, Duna supo qué hacer.

Adelantándose al que ya era su invitado, se presentó en su casa de súbito,

donde su madre y su hermana escucharon con incredulidad la historia que

Duna les contaba apresuradamente. Misha, su madre, quedó atónita al oír la

exclamación con la que Duna terminó:

― ¡Yo seré quien guíe al mensajero!

Y salió de nuevo como un relámpago a la luz del exterior, dejando a

Misha y Fhasí en la penumbra de la casa. No estaban aún recuperadas de

aquellas impresiones cuando Duna regresó acompañada de Bot y Sholo.

Como mensajero del príncipe, Bot fue bien atendido, regalado con un

fresco baño en aguas perfumadas y con sencillos alimentos que le

parecieron ricos manjares. Misha, aunque reacia a dejar partir a Duna, no

quiso negarse, pues consideraba que era un honor y una obligación ayudar

a aquel que era portador de un mensaje del príncipe.

Durante la tarde, mientras Bot descansaba y Sholo se zambullía en el

estanque junto a la noria, Duna realizó con la ayuda de su hermana, quien

se ocuparía en su ausencia del rebaño, todos los preparativos para el viaje.

Su camello, Jahli, la acompañaba en todos sus viajes, y en él cargaron

odres de agua, recipientes con queso, dátiles en abundancia y algunas tiras

de carne seca, además de algunas cuerdas, ropas y alfombras para dormir

sobre la arena. Después Duna se acostó, pero apenas consiguió descansar

pensando, agitada, en las dificultades del viaje que iban a emprender. Ella

sólo sabría llegar hasta Tharem, una aldea a mitad de camino hacia las

Montañas del Oeste. Confiaba en que, una vez allí, los comerciantes

amigos de su padre pudieran ayudarla.

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5. En marcha

A la caída de la tarde se pusieron en marcha dirigiendo sus pasos hacia el

horizonte, donde el sol se escondía. Duna había explicado a Bot la

conveniencia de caminar durante la noche, realizando un alto justo antes

del amanecer para descansar y comer. Después andarían todavía un poco

más, hasta que el sol alcanzara altura suficiente para desorientarles y

quemar su piel. Entonces se proporcionarían sombra al amparo de una

ancha tela sujeta a sus dos lanzas hincadas en la arena. En ese pequeño

cobijo extenderían las alfombras para dormir durante las horas más

calurosas del día. Al final de la tarde volverían a comer antes de ponerse de

nuevo en marcha, para lo que era necesario abrigarse convenientemente,

pues las temperaturas descendían vertiginosamente durante la noche. Todo

el calor acumulado durante el día se perdía en el cielo rápidamente, pues no

había nubes que lo retuvieran sobre la superficie del desierto.

― Para dirigirnos hacia el oeste debemos caminar a espaldas del sol

que nace y mirando de frente al sol que se oculta –explicaba Duna a un

atento Bot–, y durante la noche las estrellas, siempre visibles y luminosas,

nos guiarán indicándonos el norte.

Las noticias, a pesar de todo, vuelan en el desierto como las arenas

sacudidas por el viento. Tal vez porque los bandidos sabían que Bot era el

mensajero del príncipe o porque conocían que aquellos dos jóvenes,

además de carecer de objetos valiosos, disponían de la temible defensa del

león, no hicieron acto de presencia en su recorrido. Sin embargo, al

amanecer de su noveno día de camino, mientras descansaban tras la marcha

nocturna, Duna presintió que algo ocurría. Observando a Jahli, su camello,

comprobó que éste olfateaba el viento que empezaba a soplar ligeramente y

cerraba sus amplios orificios nasales, dejándolos herméticamente sellados.

Aquel comportamiento era un claro indicio de lo que se avecinaba: Rhumi,

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el azote, la tormenta de arena. Sin perder tiempo, Duna se levantó.

6. Rhumi, la tormenta de arena

― Hemos de ponernos en marcha cuanto antes –dijo a Bot– y buscar

un refugio. Antes de que el sol dé en nuestros ojos la arena los habrá

cegado.

― ¿Qué quieres decir, Duna? –preguntó el joven.

― Mira a Sholo y lo comprenderás –respondió Duna.

El león se había levantado también y, nervioso, daba vueltas en torno

al intranquilo camello escrutando el horizonte. Finalmente se quedó

inmóvil y, abriendo sus enormes fauces, lanzó un rugido ensordecedor.

― ¿Algún enemigo? –preguntó Bot.

― El peor –contestó Duna.

La joven pastora había encontrado ya a Rhumi en alguna ocasión,

pero siempre en el oasis protector o viajando con la caravana en compañía

de su padre. En aquellas ocasiones los camellos eran colocados en

pequeños círculos tumbados sobre la arena y en su interior se cobijaban los

hombres protegidos con gruesas telas y cubriéndose completamente el

rostro con gasas humedecidas que les permitían respirar sin tragar arena.

Con la escasa luz del alba que se acercaba, otearon desde lo alto de una

elevada duna buscando algún mínimo refugio. Creyeron adivinar, en la

distancia, unas sombras con formas redondeadas y hacia allí dirigieron sus

pasos. Tan rápido como ellos caminaban se enfurecía el viento que, a cada

momento, les lanzaba golpes de arena hasta obligarles a cogerse

firmemente del brazo para afrontar juntos sus acometidas. Se habían

protegido el rostro con gasas y no podían ver más allá de dos o tres metros,

pero Duna notó un cambio bajo sus pies: estaba pisando sobre arena firme.

Después comenzaron a tropezar, zarandeados por el viento y cegados por la

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arena, con piedras cada vez más numerosas y de mayor tamaño. Finalmente

Jahli se detuvo y a pesar de los esfuerzos de Duna, quien tiraba firmemente

de sus riendas, el camello se negó a dar un paso más. Bot, que había

intentado hacerle reaccionar, se acercó a Duna y gritó entrecortadamente a

su oído:

― Es una roca. Nos protegerá. Debemos quedarnos aquí.

Asintiendo, Duna extendió los brazos hasta tocar la roca y,

palpándola, dio la vuelta a la misma, comprobando que su tamaño y forma

eran adecuados. Enseguida consiguió que Jahli se tumbara y acomodó a

Bot junto a él, dejando un pequeño hueco entre los dos. Sholo protegía el

otro lado. Mientras tanto Duna había cogido una de las cuerdas y, dando

una punta a Bot, rodeó de nuevo la roca, se sentó y unió ambos extremos.

Después de atar a la cuerda las riendas de Jahli, llamó la atención de Bot

para indicarle cómo debía protegerse. Los dos encogieron las piernas y

colocaron la cabeza en el hueco de las mismas, sujetando con ambas manos

la capucha. Afortunadamente, las ropas utilizadas durante la noche contra

el frío, que no habían llegado a quitarse, impedían que la arena azotara su

piel, aunque, a pesar de todo, ésta se colaba por todas partes. El ruido que

imperaba era ensordecedor; el viento aullaba incesantemente y el choque

continuo de millones de partículas de arena generaba un martilleo

permanente. Parecía como si la misma roca que protegía sus espaldas

estuviera descomponiéndose, desprendiéndose de ella uno a uno los granos

de arena.

Sin noción del tiempo, Duna y Bot, acompañados de Jahli y Sholo,

soportaron aquella tormenta de arena que, aunque parecía interminable,

acabó amainando. Levantándose con dificultad, pues habían sido

enterrados casi por completo por la arena, extendieron brazos y piernas,

respiraron hondamente llenando por fin de aire nuevo sus doloridos pechos

y se desprendieron de la ropa más pesada. Para entonces el sol, otra vez

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solo en el cielo despejado, había sobrepasado la mitad del cenit. Con

satisfacción comprobaron que las rocas que les rodeaban eran el adelanto

de las montañas que se erguían en el horizonte.

― No, no son las Montañas del Oeste –dijo Duna–; pero allí está

Tharem.

7. Trhom, el mar perdido

Aquella tarde descansaron y durmieron a la sombra de las rocas. Según las

previsiones de Duna, si caminaban toda la noche estarían al amanecer en

las faldas de las montañas de Tharem. En marcha hacia ellas, todavía con

luz a la caída de la tarde, tropezaban continuamente con angulosas piedras

que parecían haber sido talladas con imágenes de plantas y animales

extraños.

― ¿Quién ha hecho esto, Duna? –preguntó Bot recogiendo una de

aquellas piedras.

― El mar –contestó ella.

Perplejo, Bot no quiso preguntar más. Pero aquella noche, mientras

caminaban hacia las montañas, Duna le contó una increíble historia.

― Este desierto no ha sido siempre así y no lo será tampoco después.

Nosotros, la gente del desierto, sabemos que aquí vivió Trhom, el mar,

hace mucho tiempo. Cansado de su soledad fabricó, como el alfarero

fabrica con sus manos las piezas de barro, plantas y animales con sus olas

batiendo las rocas del fondo. Fueron tantos los seres que poblaron sus

profundidades que decidió retirarse para que éstos ocuparan las tierras

emergidas y, para que pudieran sobrevivir, elevó nubes que transportaron el

agua hasta allí, dejando caer luego las gotas que se reunían en arroyos,

lagos y ríos. Plantas y animales cubrieron la tierra, fertilizada por el agua,

hasta llenarla de bosques repletos de vida. Pero el hombre, creyéndose

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dueño de lo que era obra del agua, destruyó plantas y animales, quiso

cambiar las montañas y los ríos a su antojo. Trhom, enojado, dejó de enviar

nubes hacia donde los hombres vivían y el sol acabó por secar ríos y lagos.

Las plantas murieron y los animales desaparecieron. La fresca brisa de

antaño se convirtió en ardiente viento que arrastraba tierra convertida en

polvo y rocas desmenuzadas en arena. Hoy lo hemos vivido, Bot –terminó

Duna–. Trhom, el mar, volverá aquí sin nosotros y, tal vez, empiece de

nuevo su historia.

8. El arte de las rocas

Sobrecogido por la narración, Bot elevó la mirada hasta la estrella del

norte. El cielo, como cada noche, aparecía repleto de minúsculos puntos de

luz. Cada uno de ellos era algo insignificante; sin embargo, todos juntos

parecían decirle: "También nosotros tenemos una historia: nunca empezó y

nunca termina, pero vivimos en tu mirada."

Cumpliéndose las previsiones de Duna, llegaron al pie de las

montañas al amanecer. Mientras comían y saciaban la sed prepararon los

planes para los próximos días.

― Aprovechemos la mañana para alcanzar la cima de estas

montañas –decía Duna–. El sol no entrará por los estrechos valles hasta la

tarde, entonces efectuaremos nuestro último descanso antes de llegar a

Tharem. Una vez allí nos aprovisionaremos para continuar la marcha

cuanto antes.

Se adentraron, pues, por un angosto valle e iniciaron la subida. A

medida que ascendían le parecía a Bot, mirando al fondo del paso, que

aquel había sido el antiguo lecho de un río, con rocas desnudas y pulidas

por el agua. ¿Tendría algo de cierto la leyenda que Duna le había narrado la

noche anterior?

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Sus dudas, lejos de despejarse, se vieron avivadas cuando Duna

señaló con su lanza hacia las paredes rocosas que les flanqueaban. Atónito,

Bot contempló las figuras pintadas de color rojo y negro, representando

todas ellas animales que desconocía: jirafas, cebras, rinocerontes,

elefantes,... Duna fue dándoles nombre y describiéndolos para Bot, pues

ella los había encontrado durante los viajes con su padre. El rostro de Bot

se iluminó cuando pudo identificar la figura de un león pintada en un gran

saliente. ¿Alguna vez aquellas montañas estuvieron pobladas de estos

animales? Habían encontrado las huellas de los que vivieron bajo el agua,

habían encontrado viejos ríos secos, habían encontrado las imágenes de

grandes animales impropios del desierto,... ¿Era la leyenda de Trhom, el

mar, una simple invención? Bot pensó por un momento que su viaje no se

estaba produciendo en el espacio, sino en el tiempo.

Pero las montañas de Tharem guardaban todavía otra sorpresa para

Duna y Bot. Culminando la roma cima se aproximaron a una gran roca que

parecía ser entrada a una fresca cueva. Dirigiendo sus pasos hacia ella para

descansar el resto del día, comprobaron que lo que habían tomado por

cueva era en realidad un profundo hueco practicado por la mano del

hombre, pues en el fondo del mismo se veía un trono tallado en la misma

roca y, sobre él, ciertos grabados que Duna y Bot, acercándose con temor,

contemplaron estupefactos. En el centro de la imagen aparecía una ciudad

entera a punto de ser engullida por olas enormes de arena que caían sobre

ella, y a ambos lados el grabado representaba a sendos grupos de personas

caminando en direcciones contrarias. El grupo que se dirigía hacia el oeste

estaba encabezado por una figura humana con cabeza de águila y el otro,

que caminaba hacia el este, era conducido por una pareja de leones sobre

los que flotaba la media luna. Bot recordó al instante la entrada principal de

Zhalé, su ciudad natal, cuyas puertas estaban adornadas con dos enormes

leones coronados con medias lunas.

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9. Descanso en Tharem

Los numerosos chiquillos de Tharem se habían congregado alrededor de

Sholo, se empujaban unos a otros para verlo mejor, sin atreverse a

aproximarse demasiado, y reían incansablemente con el nerviosismo

plasmado en sus oscuros rostros. Jahli, lejos de despertar semejante interés,

agradecía sin embargo los cuidados que el joven hijo del mercader local le

dispensaba, y bebía parsimoniosamente pero con fruición el abundante

agua que le ofrecía. En el interior de la casa, Yuhri, el mercader, aceptaba

la pesada bolsa de tela repleta de dátiles que Duna había cargado

expresamente pensando en este trueque. Yuhri, a cambio, les ofreció queso,

mantequilla, carne y frutos secos. Además, como era obligada costumbre

entre aquellas gentes, invitó a Duna y su joven acompañante a comer y

descansar en su casa para reponer fuerzas.

― Sí, te refieres al Altar del Rey –respondía Yuhri a preguntas de

sus invitados tras la reconfortante comida–. Así llamamos a esa enorme

roca; pero no sabemos nada sobre ella ni qué significado tienen sus

grabados. Cuando nuestro pueblo se asentó aquí las montañas ya estaban

vacías de gente.

― Entonces, ¿de dónde vinieron vuestros antepasados? –preguntó

Bot.

― Los más ancianos, que entonces eran chiquillos, creen que

llegaron desde el oeste, pues recuerdan que mientras caminaban el sol se

levantaba delante de ellos cada mañana.

― ¿Qué es lo que hay en las Montañas del Oeste? –preguntó de

nuevo Bot, deseoso de conocer algún detalle sobre su destino.

― Nadie lo recuerda, y desde que nosotros levantamos Tharem

ningún viajero procedente de aquellas tierras nos ha visitado.

Duna y Bot, tras dos días y una noche de descanso, quisieron

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reanudar la marcha y acudieron al manantial para llenar los odres de agua.

En el seco lecho de un antiguo río había un ancho y profundo pozo

rectangular y, excavadas en los laterales, dos escaleras descendían hasta el

nivel del agua, que aparecía limpia en un estrecho estanque. Algunas

mujeres cargaban odres y cántaros para dirigirse costosamente hacia los

diminutos huertos, pues llegaba la hora crepuscular del diario y meticuloso

riego. Duna y Bot se preguntaban qué sería de los habitantes de Tharem sin

aquel manantial, y se daban cuenta de que tampoco ellos podrían llegar

hasta las Montañas del Oeste sin su preciado líquido.

10. Las Montañas del Oeste

Miraban con incredulidad lo que se les presentaba delante. Tras doce

jornadas de dura marcha desde que salieron de Tharem habían llegado, por

fin, a las Montañas del Oeste. Ni una brizna verde las adornaba, nada ni

nadie había dejado sus huellas en las mudas arenas. Y de pronto, entre las

agrestes y abiertas laderas, un ancho valle se abrió a sus pies. Pero su vista

se dirigía al fondo, donde una torre emergía como si hubiera sido clavada

en la arena. De no haber compartido esa visión, Duna y Bot hubieran creído

estar ante un espejismo producido por el agotamiento de aquellos días.

Acababa de amanecer y disponían de las primeras horas de la mañana para

caminar, así, pues, bajaron hasta el arenoso valle y pusieron su meta en la

solitaria torre. La extensa planicie comenzaba a convertirse en un horno

cuando encontraron un cerro que sobresalía de la arena. Sobre su superficie

troncos resecos por el sol y raíces calcinadas se esparcían en abundante

número, y al borde mismo de la colina troncos aún en pie apuntaban hacia

el cielo atrapados en la arena.

Cuando llegaron hasta la torre comprobaron lo que ya sospechaban:

estaba hundida en la arena, o, para ser exactos, la arena había engullido el

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resto del edificio. El valle entero estaba sepultado por la arena, y tal vez

bajo sus pies se encontrara la ciudad que Bot buscaba.

Escasas ventanas daban luz al interior de la torre y Bot se asomó con

precaución a una de ellas, casi a ras de tierra, comprobando que una

estrecha escalera serpenteaba en la penumbra. Tal vez, pensó el mensajero,

este era el final de su viaje, pero no podía marcharse sin cerciorarse.

― Duna –dijo a su compañera–, he de bajar por esta torre y...

― Y no lo harás solo –le interrumpió resuelta Duna.

11. En el palacio de Thar

Sus tenues pasos producían un leve ruido que rompía el silencio absoluto

que allí reinaba. Delante de ellos, con los músculos tensos a la luz de la

antorcha que Duna portaba, abría paso el león, del que sólo se escuchaba la

profunda respiración. La angosta escalera resultaba obstruida por montones

de arena en los tramos próximos a las ventanas y debieron pasar sobre ellos

con toda precaución, pues cualquier desplazamiento de la arena podría

desencadenar una terrible avalancha, cegando el interior de la torre y

sepultándoles para siempre. Afortunadamente llegaron al final de la

escalera, donde un arco ricamente ornamentado anunciaba la entrada. Una

vasta sala poblada de columnas se abría ante la luz de la antorcha, sin

alcanzar a vislumbrarse sus límites.

Bot se agachó frente a Sholo y le habló en voz baja pero

enérgicamente, haciéndole gestos con la mano; después hizo saber a Duna

que había dado orden al león para que se mantuviera silencioso y junto a

ellos, pues era evidente la amenaza de que todo aquello se derrumbara o

resultara inundado de arena a causa del eco que pudiera producir cualquier

ruido. Caminaron a través de aquel bosque de columnas y, en previsión de

tener que regresar por el mismo camino, fueron depositando dátiles secos a

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su paso.

Se dirigieron a una zona donde, entre las columnas, parecía verse

algún otro elemento. Se trataba de un amplio espacio vacío en cuyo centro

se levantaba lo que sin duda un día fue una cantarina fuente, y sobre ellos,

blanca y dorada, una hermosa cúpula les protegía. Siguieron después el

trayecto del pequeño canal que antaño surtiera de agua a la fuente y se

encontraron frente a una elevada pared de la que surgía, perfilándose hacia

ellos, un sólido trono bajo la figura de un enorme águila de alas abiertas.

Sobre cada una de ellas podían leerse dos letras: TH y AR.

― ¡Thar! –exclamó Duna en voz baja.

12. El pueblo dividido

Ahora podían recomponer la historia de aquella gente, de sus antepasados.

Los primeros habitantes habían vivido en las Montañas de Tharem mientras

aquellos parajes dieron vida también a ríos, bosques y animales como los

que habían pintado sobre las rocas. Pero el desierto devoró los campos y

ciudades de las Montañas de Tharem, como atestiguaba el grabado del

Altar del Rey. Sus últimos habitantes se habían dividido en dos grupos,

quizás para disponer de mayores posibilidades de supervivencia. Uno de

ellos era el liderado por Thar, Cabeza de Águila, que fundó en las

Montañas del Oeste su nuevo reino. Aquí, la prosperidad les permitió

construir edificios tan suntuosos como el palacio en el que ahora se

encontraban. Pero finalmente el desierto también acabó con ellos. Sus

moradores, tan escasos como empobrecidos, se vieron obligados a

abandonar sus casas, que lentamente eran engullidas por la arena, y

dirigieron sus pasos a la tierra de sus antepasados. Y ahora sobrevivían en

aquella pequeña aldea de Tharem.

― El otro grupo, el que se dirigió al este encabezado por una pareja

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de leones, está en Zhalé –dijo Bot.

― Sí, ha llegado el momento de entregar tu mensaje –concluyó

Duna.

13. El mensaje

Aunque salvo Duna y Sholo ya no había nadie para escucharlo, Bot leyó el

mensaje con voz tenue frente al trono de Thar:

Hermanos del oeste:

Tal vez hayáis encontrado la prosperidad en esas montañas que no

conocemos y que os dieron cobijo entre sus verdes laderas. Eso pedimos al

cielo que compartimos.

Zhalé, nuestra hermosa tierra, está cultivando, cada vez más, frutos que la

esquilman a ella y que alimentan la tristeza en nuestros corazones. Las

nieves de las montañas, que antes regalaban sus frescas aguas en toda época,

se tornan huidizas de nosotros y ascienden, cada día más, hacia lo alto de los

montes para levantar vuelo después. Las rocas, sin embargo, ruedan laderas

abajo como almas petrificadas de los árboles que desaparecieron. Al final de

su ruidosa caída esperan las mortecinas aguas del río, que pierden su vigor

como un viejo león cuya melena se apaga y su rugido enmudece.

Hombres y mujeres se esfuerzan cada día en conseguir más donde cada

día queda menos.

Hermanos del oeste, mirad hacia donde sale el sol. Mientras él nace

nuevo cada mañana, bajo su luz nosotros nos apagamos.

Nuestra mano se tiende para pedir ayuda. Entregad al mensajero la

respuesta que esperamos recibir.

Príncipe de Zhalé

Al finalizar la lectura, Bot quedó consternado, no sólo porque no podría

llevar ninguna respuesta al príncipe sino también porque para él esta

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lamentable situación de Zhalé era desconocida. Su juventud y la vida en las

montañas junto a Sholo le habían impedido conocer los problemas que el

príncipe describía.

Animado por Duna, decidieron continuar explorando aquellos

aposentos. El pequeño canal de conducción de agua se bifurcaba justo a los

pies del trono y, en sus laterales, se adentraba en sendos pasadizos. A uno

de ellos dirigieron la luz de la antorcha, comprobando que podían moverse

perfectamente en su interior. Aunque hubieran podido desandar el camino,

enseguida se percataron de que el túnel formaba parte de una extensa red

que seguramente se distribuía bajo toda la antigua ciudad y, para tratar de

subir a la superficie cuanto antes, tomaban siempre la ramificación que más

ascendía.

14. La arena y el mar

Así vagaron durante mucho tiempo hasta salir a una ancha cavidad natural.

La luz de la antorcha iluminó sus paredes repletas con cientos de peces

pintados que, por efecto de las sombras, parecían moverse en aguas

transparentes.

Se aproximaron a la entrada de la cueva. La noche había caído ya y el

silencio que reinaba fuera era tan tranquilo como el que dejaban abajo.

Contemplaban desde lo alto un extenso panorama que la luna iluminaba

vagamente. Sobre las innumerables dunas la arena parecía agua y en el

horizonte brillaban sus crestas como olas azules.

Inmóviles, Duna, Bot y Sholo escucharon el apagado sonido del mar

lejano que volvía.

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C U A D E R N O

D E

AC T I V I D A D E S

EL MENSAJERO DEL DESIERTO

ALUMNO/A:

CURSO:

GRUPO:

ENTREGAR ANTES DE: ________________________

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ACTIVIDADES SOBRE EL VOCABULARIO

1. Busca en el diccionario estos verbos y anota aquí su significado:

• Amainar:

• Añorar:

• Congregar:

• Engullir:

• Imperar:

2. Busca en el diccionario estos adjetivos y anota aquí su significado:

• Atónito:

• Consternado:

• Meticuloso:

• Parsimonioso:

• Perplejo:

• Reacio:

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3. Redacta una frase con cada uno de estos verbos, utilizando cualquiera de sus tiempos.

• Otear:

• Divisar:

• Adivinar:

• Observar:

• Vislumbrar:

4. Estas palabras que aparecen en el relato están todas en relación con la actividad

agraria y ganadera. Seguramente en casa te podrán decir qué significan y, sobre todo los abuelos, te podrán contar cosas interesantes sobre ellas. Anótalas aquí.

• Cosecha:

• Ramonear:

• Rebaño:

• Aprisco:

• Abono:

• Huerto:

• Pastar:

• Balido:

CAPÍTULO 1: DUNA 5. Duna vivía junto a su tribu en un oasis, que es definido como una “isla verde en

medio del desierto”. Completa la información:

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• ¿En qué tipo de medio natural se encuentran los oasis? • ¿Qué vegetación es característica de los oasis?

• Dibuja un oasis: 6. ¿Por qué Duna fue llamada así?

7. Tacha los adjetivos que creas que no caracterizan a Duna:

Ágil Miedosa Intranquila Viajera Afortunada Perezosa

8. ¿Qué peligros creía su madre que corría Duna al viajar?

9. Identifica a los miembros de la familia que adoptó a Duna y dibújalos como te los imaginas:

Padre Madre Hermana

Nombre: Nombre: Nombre:

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10. Las cabras eran muy importantes para la tribu de Duna. Cita y dibuja algunos de los productos que obtenían de ellas.

11. Colorea las zonas del mundo que tienen clima desértico y explica cómo son las temperaturas y las precipitaciones en este tipo de clima.

Temperaturas:

Precipitaciones:

CAPÍTULO 2: BOT

12. Bot sufre un espejismo antes de encontrarse con Duna. ¿Puedes explicar qué es eso?

13. Dibuja a Duna, Bot y Sholo tal y como te los imaginas:

Duna Bot Sholo

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CAPÍTULO 3: LA MISIÓN 14. En el párrafo en que Bot narra su historia a Duna aparece una serie de términos que

se refieren al relieve. Sabrás cuáles son completando estas frases de dicho párrafo:

• Zhalé, una ciudad entre las ___________________ del Este.

• Altas ______________ amurallaban el extenso ________________ .

• Las descarnadas ___________________ donde vivía.

Haz un dibujo y sitúa esos elementos:

15. Según el secretario del príncipe, ¿por qué se había ido Bot a vivir a las montañas?

16. Explica en qué consistía la misión que tenía que cumplir Bot.

17. ¿Qué quiere decir que el caballo que le proporcionaron a Bot estaba “enjaezado y pertrechado”?

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18. Explica estas palabras relacionadas con los caballos:

• Mamífero:

• Herbívoro:

• Ungulado:

• Doméstico:

• Crin:

• Relincho:

19. El caballo ha sido un animal muy importante a lo largo de la historia del hombre.

• Cita un caballo famoso de ficción: • Cita un caballo famoso real: • Durante la Edad Media el caballo fue utilizado sobre todo por los nobles, ¿para

qué?

• Gracias a la Revolución Industrial se comenzaron a utilizar máquinas que sustituyeron la fuerza humana y animal. ¿Crees que eso fue beneficioso o perjudicial para los caballos?

CAPÍTULO 4: PREPARATIVOS 20. ¿Por qué Misha no se negó a que Duna acompañara a Bot en su misión?

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21. En el oasis, “Sholo se zambullía en el estanque junto a la noria” . ¿Qué son y para qué pueden servir un estanque y una noria en un oasis?

22. ¿En qué consistió el equipaje que Duna cargó en su camello Jahli al partir? Si fueras tú, ¿habrías añadido algo más?

CAPÍTULO 5: EN MARCHA

23. El plan que Duna hizo para el viaje a través del desierto se basaba en caminar sobre todo durante la noche y descansar de día. Explica si es una buena idea y por qué.

24. Duna le explicó a Bot que “para dirigirnos hacia el oeste debemos caminar a espaldas del sol que nace y mirando de frente al sol que se oculta.” ¿Puedes explicar por qué?

25. Durante la noche se guiarían por las estrellas. ¿Cómo podemos localizar el norte por la noche?

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CAPÍTULO 6: RHUMI, LA TORMENTA DE ARENA

26. Busca información en el blog de Geografía sobre las tormentas de arena y explica en qué consisten.

27. Jahli, el camello de Duna, y Sholo, el león de Bot, se mostraron intranquilos cuando sintieron la proximidad de Rhumi, la tormenta de arena. ¿Qué reacción tuvo cada uno de ellos?

28. Durante la tormenta de arena, “parecía como si la misma roca que protegía sus espaldas estuviera descomponiéndose, desprendiéndose de ella uno a uno los granos de arena.” ¿A qué tipo de erosión se refiere este texto? Explica en qué consiste.

CAPÍTULO 7: TRHOM, EL MAR PERDIDO

29. Las “piedras que parecían haber sido talladas con imágenes de plantas y animales extraños” son fósiles. ¿Puedes explicar qué es un fósil? Busca en Internet la imagen de alguno que te guste y dibújalo.

Explicación sobre los fósiles:

Fósil de: ___________________

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30. Según la leyenda que Duna cuenta sobre Trhom, los seres vivos se originaron en el

mar. ¿Crees que la leyenda tiene algo de cierto? Explica por qué.

31. En la leyenda de Trhom se habla, aunque sin citarlo, del ciclo del agua. Copia aquí las frases que se refieren a dicho ciclo y haz un dibujo esquemático sobre el mismo.

Frases:

CAPÍTULO 8: EL ARTE DE LAS ROCAS 32. En las montañas de Tharem, Bot creyó ver el antiguo lecho de un río. ¿Qué indicios

le llevaron a pensar eso? ¿Qué tipo de erosión sería la causa de esos indicios?

33. En las montañas de Tharem, Duna y Bot encuentran unas pinturas. Completa estas cuestiones sobre el arte rupestre:

• El arte rupestre se originó durante:

□ El Neolítico.

□ El Paleolítico.

□ La Edad de los Metales.

• Busca información sobre las pinturas de la cueva de Altamira y redacta un breve informe sobre las mismas.

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• La cueva de Lascaux (Francia) contiene uno de los conjuntos más importantes

de pintura paleolítica del mundo. Haz la visita virtual a través de su página web y realiza un comentario personal sobre la misma. (Para llegar hasta la web de la cueva, busca en el blog de Historia la palabra “Lascaux” y después pulsa sobre la imagen de las pinturas de esa entrada).

34. Realiza un dibujo representando el grabado que Duna y Bot encontraron sobre el

trono de las montañas de Tharem. CAPÍTULO 9: DESCANSO EN THAREM 35. En Tharem, Duna establece un trueque con Yuhri, el mercader. ¿Qué es un trueque?

¿En qué consistió éste?

36. El agua del pozo de Tharem procede del subsuelo. ¿Puedes explicar qué es un acuífero?

Oeste Este

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CAPÍTULO 10: LAS MONTAÑAS DEL OESTE

37. En un ancho valle, Duna y Bot creyeron estar viendo un espejismo. ¿Qué fue lo que

les sorprendió tanto?

CAPÍTULO 11: EN EL PALACIO DE THAR

38. Para no perderse en el interior del palacio enterrado, Duna y Bot fueron depositando dátiles. ¿Te parece una buena idea? ¿Qué hubieras hecho tú en su caso?

39. En el palacio de Thar se mencionan varios elementos arquitectónicos. Cítalos y escribe a qué tipo de arquitectura podría pertenecer el palacio.

CAPÍTULO 12: EL PUEBLO DIVIDIDO

40. Dibuja con líneas de diferentes colores el camino que siguió cada grupo partiendo de su lugar de origen, las Montañas de Tharem.

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CAPÍTULO 13: EL MENSAJE

41. El mensaje del Príncipe de Zhalé es dramático, pues habla de cambios en la

naturaleza que están causando el fin de su pueblo. ¿Crees que en la actualidad nuestro Planeta está sufriendo problemas similares? Escribe una relación de los principales problemas actuales y explica sus causas y las consecuencias que tienen.

Problema Causas Consecuencias

CONCLUSIÓN

42. Dibuja sobre este croquis una línea representando el recorrido de Bot y Duna a lo largo de esta historia.

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43. Redacta un breve resumen de EL MENSAJERO DEL DESIERTO. 44. ¿Qué te ha parecido el relato? 45. Si has utilizado el ordenador, marca lo que corresponda:

□ Lo he utilizado para descargar el relato desde el blog.

□ Lo he utilizado para descargar el relato desde la página web del instituto.

□ Lo he utilizado para buscar información.

□ Lo he utilizado para _____________________________________________

© José Antonio Palomo Molano

Edición 2010