El Mito Del Cerebro

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Psicothema 2012. Vci. 24, n" 1, pp. 177-181 www.psicothema.com ISSN 0214 - 9915 CODEN PSOTEG Copyright © 2012 Psicothema REVISION DE LIBROS El mito del cerebro creador. Cuerpo, conducta y cultura Marino Pérez Alvarez (2011) Madrid: Alianza Editorial 240 páginas. ISBN: 978-84-206-5266-5 Que desde el último cuarto del siglo xx el cerebro ha venido convirtiéndose en una de las figuras más destacadas del «dramatis personae» de las ciencias de la conducta es algo de lo que, a estas alturas de la película neurocientífica, no puede quedar duda alguna. Que esta circunstancia se deba, al menos en parte, a la entrada en escena de las más flamantes técnicas de neuroimagen (tomografía axial computerizada, tomografía por emisión de positrones, reso- nancia magnética funcional, electroencefalograma, magnetoence- falograma, etc.), las cuales, triunfando precisamente allí donde la mayoría de escuelas psicológicas parecían haber fracasado muy rotundamente, aparentaban ser capaces de conectar científica- mente el pasillo abierto entre la biología orgánica y la conducta, haciendo de paso por fin justicia a la vieja máxima de Johannes Müller según la cual Nemo psychologus nisi physiologus es algo que ningún conocedor del recorrido reciente de las neurociencias podrá dejar de reconocer razonablemente. De hecho parece que hoy, cuando tales procedimientos de construcción de imágenes neurales han entrado por derecho propio en la caja de herramientas de la psicología de la conducta, son legión los estudiosos del cere- bro —desde Antonio Damascio hasta Zemir Zeki, desde Francisco Mora a Giaccomo Rizzolati o Vilayanur Ramachandran— que dan carta de naturaleza al establecimiento de disciplinas científicas con nombres tan sonoros (y en el fondo tan equívocos) como «neuroes- tética», «neuroética», «neuroeconomía», aun «neuroteología», etc. Y en cierto modo es natural que así sea. A fin de cuentas, valdría razonar en este punto, si es verdad que como pudo sugerirlo en su momento el co-descubridor de la estructura helicoidal de la molé- cula de ADN, Francis Crick en su libro La btisqueda científica del alma, Una hipótesis revolucionaria para el siglo xxi, «Usted, sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y sus ambiciones, su propio sentido de la identidad personal y su libre albedrío, no son más que el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosas y moléculas asociadas», entonces, no habrá ya mayor motivo para resistirse, por caso en virtud de la defensa de espurios intereses gremialistas, a la reducción sin resto del campo de la psicología por parte de la neurofisiología, entendida como nueva ciencia del «yo» dado que, como es sabido, «el cerebro creó al hombre» para decirio con la fórmula debida a Antonio Damascio. Sencillamente, se dirá, lo contrario sería tanto como recaer en un «dualismo» de factura claramente metafísica (aunque venga avalada por nombres tan prestigiosos como los de K. Popper y J.C. Eccles) o, acaso to- davía peor, en una metodología mentalista propia de la psicología introspeccionista «de sofá» contra la que dispararon la totalidad de las psicologías objetivas del siglo xx. Pues bien. Precisaijiente es a este voluminoso cúmulo de «evi- dencias» neurocientíficas cerebralistas a lo que el profesor Marino Pérez Alvarez, de la Universidad de Oviedo, ha decidido oponer los hilos analíticos, extraordinariamente finos, que se entretejen en la composición de su libro El mito del cerebro creador. Y es que, para empezar, según Pérez Alvarez demuestra muy oportu- namente, ni es cierto que las referidas tecnologías de producción de neuroimágenes abran, salvo metáfora impropia, «ventanas al cerebro» (ni mucho menos a la «mente» o a los propios «fenóme- nos psicológicos» como se dice a veces evidenciando con ello el espiritualismo indocto de las premisas desde las que se procede) puesto que solo ofrecen —y ya sería bastante— imágenes prome- dio, estadísticamente construidas, del flujo sanguíneo en determi- nadas zonas corticales, ni tampoco puede olvidarse que si Damas- cio y otros neurocientíficos han podido encontrar el «yo» en las estructuras cerebrales correspondientes (por ejemplo, en la corteza prefrontal media), ello solo se debe a que en realidad habrían parti- do dialécticamente de él (es decir, del propio «yo autobiográfico») tal y como aparece constituido institucionalmente a escala social e histórica, para después proyectarlo sobre los fenómenos cere- brales obtenidos (mejor: construidos) por medio de las técnicas de formación de imágenes. Con ello, se diría, no es tanto que unas tales tecnologías carezcan de importancia psicológica —pues es claro que su alcance resulta muy difícil de desconocer— cuanto que dicha importancia, aun cuando comience por reconocerse, solo podrá ser medida con precisión a la luz de las propias funciones conductuales que tales tecnologías pretendían reducir. Como dice Marino Pérez Alvarez: «En realidad, las funciones psicológicas o actividades conductuales sirven en mayor medida para estudiar el cerebro, que el estudio del cerebro sirve para conocer las funciones psicológicas» (p. 36). En otras ocasiones (o las más de las veces: simultáneamente) los neurocientíficos de referencia tenderán a concebir, diríamos mito- poiéticamente, el propio cerebro como una suerte de homúnculo capaz de ejecutar secuencias operatorias tales como «engañar» (suponemos que al resto del organismo que en tales condiciones habrá de aparecer como anencefálico y sin embargo capaz de ser engañado por su cerebro), «construir la gran ilusión del mundo» (con lo que parecería que el cerebro comenzaría a verse como una suerte de «genio maligno» sustancialista) o incluso «ver» (olvi- dando que la visión, como cualquier otra modalidad perceptiva, en realidad con un conjunto de operaciones conductuales ejercidas por un sujeto orgánico dotado, sí, de sistema nervioso, pero tam- bién de musculatura estriada, de fotoreceptores, de sistema digesti- vo, etc., al margen de los cuales el propio cerebro carecería del más mínimo sentido anatomo-fisiológico), o a concebirio en fin como una suerte de ordenador según una metáfora de hechuras más me-

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Psicothema 2012. Vci. 24, n" 1, pp. 177-181www.psicothema.com

ISSN 0214 - 9915 CODEN PSOTEGCopyright © 2012 Psicothema

REVISION DE LIBROS

El mito del cerebro creador.Cuerpo, conducta y cultura

Marino Pérez Alvarez (2011)

Madrid: Alianza Editorial240 páginas. ISBN: 978-84-206-5266-5

Que desde el último cuarto del siglo xx el cerebro ha venidoconvirtiéndose en una de las figuras más destacadas del «dramatispersonae» de las ciencias de la conducta es algo de lo que, a estasalturas de la película neurocientífica, no puede quedar duda alguna.Que esta circunstancia se deba, al menos en parte, a la entrada enescena de las más flamantes técnicas de neuroimagen (tomografíaaxial computerizada, tomografía por emisión de positrones, reso-nancia magnética funcional, electroencefalograma, magnetoence-falograma, etc.), las cuales, triunfando precisamente allí donde lamayoría de escuelas psicológicas parecían haber fracasado muyrotundamente, aparentaban ser capaces de conectar científica-mente el pasillo abierto entre la biología orgánica y la conducta,haciendo de paso por fin justicia a la vieja máxima de JohannesMüller según la cual Nemo psychologus nisi physiologus es algoque ningún conocedor del recorrido reciente de las neurocienciaspodrá dejar de reconocer razonablemente. De hecho parece quehoy, cuando tales procedimientos de construcción de imágenesneurales han entrado por derecho propio en la caja de herramientasde la psicología de la conducta, son legión los estudiosos del cere-bro —desde Antonio Damascio hasta Zemir Zeki, desde FranciscoMora a Giaccomo Rizzolati o Vilayanur Ramachandran— que dancarta de naturaleza al establecimiento de disciplinas científicas connombres tan sonoros (y en el fondo tan equívocos) como «neuroes-tética», «neuroética», «neuroeconomía», aun «neuroteología», etc.Y en cierto modo es natural que así sea. A fin de cuentas, valdríarazonar en este punto, si es verdad que como pudo sugerirlo en sumomento el co-descubridor de la estructura helicoidal de la molé-cula de ADN, Francis Crick en su libro La btisqueda científica delalma, Una hipótesis revolucionaria para el siglo xxi, «Usted, susalegrías y sus penas, sus recuerdos y sus ambiciones, su propiosentido de la identidad personal y su libre albedrío, no son másque el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosasy moléculas asociadas», entonces, no habrá ya mayor motivo pararesistirse, por caso en virtud de la defensa de espurios interesesgremialistas, a la reducción sin resto del campo de la psicologíapor parte de la neurofisiología, entendida como nueva ciencia del«yo» dado que, como es sabido, «el cerebro creó al hombre» paradecirio con la fórmula debida a Antonio Damascio. Sencillamente,se dirá, lo contrario sería tanto como recaer en un «dualismo» defactura claramente metafísica (aunque venga avalada por nombres

tan prestigiosos como los de K. Popper y J.C. Eccles) o, acaso to-davía peor, en una metodología mentalista propia de la psicologíaintrospeccionista «de sofá» contra la que dispararon la totalidad delas psicologías objetivas del siglo xx.

Pues bien. Precisaijiente es a este voluminoso cúmulo de «evi-dencias» neurocientíficas cerebralistas a lo que el profesor MarinoPérez Alvarez, de la Universidad de Oviedo, ha decidido oponerlos hilos analíticos, extraordinariamente finos, que se entretejenen la composición de su libro El mito del cerebro creador. Y esque, para empezar, según Pérez Alvarez demuestra muy oportu-namente, ni es cierto que las referidas tecnologías de producciónde neuroimágenes abran, salvo metáfora impropia, «ventanas alcerebro» (ni mucho menos a la «mente» o a los propios «fenóme-nos psicológicos» como se dice a veces evidenciando con ello elespiritualismo indocto de las premisas desde las que se procede)puesto que solo ofrecen —y ya sería bastante— imágenes prome-dio, estadísticamente construidas, del flujo sanguíneo en determi-nadas zonas corticales, ni tampoco puede olvidarse que si Damas-cio y otros neurocientíficos han podido encontrar el «yo» en lasestructuras cerebrales correspondientes (por ejemplo, en la cortezaprefrontal media), ello solo se debe a que en realidad habrían parti-do dialécticamente de él (es decir, del propio «yo autobiográfico»)tal y como aparece constituido institucionalmente a escala sociale histórica, para después proyectarlo sobre los fenómenos cere-brales obtenidos (mejor: construidos) por medio de las técnicasde formación de imágenes. Con ello, se diría, no es tanto que unastales tecnologías carezcan de importancia psicológica —pues esclaro que su alcance resulta muy difícil de desconocer— cuantoque dicha importancia, aun cuando comience por reconocerse, solopodrá ser medida con precisión a la luz de las propias funcionesconductuales que tales tecnologías pretendían reducir. Como diceMarino Pérez Alvarez: «En realidad, las funciones psicológicas oactividades conductuales sirven en mayor medida para estudiar elcerebro, que el estudio del cerebro sirve para conocer las funcionespsicológicas» (p. 36).

En otras ocasiones (o las más de las veces: simultáneamente) losneurocientíficos de referencia tenderán a concebir, diríamos mito-poiéticamente, el propio cerebro como una suerte de homúnculocapaz de ejecutar secuencias operatorias tales como «engañar»(suponemos que al resto del organismo que en tales condicioneshabrá de aparecer como anencefálico y sin embargo capaz de serengañado por su cerebro), «construir la gran ilusión del mundo»(con lo que parecería que el cerebro comenzaría a verse como unasuerte de «genio maligno» sustancialista) o incluso «ver» (olvi-dando que la visión, como cualquier otra modalidad perceptiva,en realidad con un conjunto de operaciones conductuales ejercidaspor un sujeto orgánico dotado, sí, de sistema nervioso, pero tam-bién de musculatura estriada, de fotoreceptores, de sistema digesti-vo, etc., al margen de los cuales el propio cerebro carecería del másmínimo sentido anatomo-fisiológico), o a concebirio en fin comouna suerte de ordenador según una metáfora de hechuras más me-

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canicistas que fisiológicas. Cuando esto sucede, los «científicos»que proceden de este modo, según concluye Pérez Alvarez, habránquedado presos de una «falacia mereológica» consistente en atri-buir a las partes atributos que solo pueden referirse al todo de re-ferencia, salvando de este modo el escollo del dualismo cartesianoque separase radicalmente el alma y el cuerpo solo para reproducir,a otra escala, un dualismo todavía más oscurantista e igualmentesustancializador en el que el cerebro o bien se contempla comouna sustancia omnipotente desembarazada del organismo o bien seconcibe como un teatro cartesiano que monitorizara las accionesdel propio cuerpo.

Ahora bien, la verdadera cuestión, al decir de Pérez Alvarez, noes obviamente tanto evitar los equívocos mitológicos del monismofisicalista propio del cerebralismo recuperando al efecto el dualis-mo tradicional (pues ello, en el fondo implicaría incurrir en unasustantificación paralela del cerebro y de la mente al estilo de Leib-niz con su armonía preestablecida o del viejo «paralelismo psicofí-sico»), cuanto en desbloquear los términos mismos en los que se haplanteado el problema regresando a una ontología suficientementepotente como para dar cuenta de los entretejimientos recíprocosentre el cuerpo (no ya el cerebro), la conducta y la cultura. MarinoPérez Alvarez opta, en este sentido, por hacer uso a partir del capí-tulo 2 de su libro de los contenidos doctrinales ontológicos del ma-terialismo filosófico defendido por Gustavo Bueno. Se trata de unsistema de coordenadas ontológicas de las que el autor de El mitodel cerebro creador obtiene excelentes frutos a la hora de «ponerel cerebro en su sitio». Simplemente sucederá que sin perjuicio deque sea efectivamente cierto que la conducta no puede entendersesin el cerebro, también es verdad que el propio cerebro permaneceenvuelto no solo por la conducta individual (según los mecanismosde plasticidad cerebral a los que Marino Pérez pasa revista en elcapítulo 5 de su obra), sino también, y esto creemos resulta no me-nos esencial, por la misma praxis humana tal y como ésta resultapautada histórica, cultural, institucionalmente. Desde esta perspec-tiva, el autor concluye su análisis reivindicando de manera menossorprendente de lo que pudiera parecer a primera vista la doctrinapsicológica de Aristóteles (en el fondo, tal y como demuestra muyconvincentemente Pérez Alvarez, enteramente hermanada con elconductismo radical de F.B. Skinner) en el último capítulo de su li-bro. Y efectivamente: no se tratará de que el alma esté en el cerebrocomo pretende el reduccionismo descendente de tantos neurocien-tíficos, porque aunque no sea desde luego separable de él cuantoque el cerebro y con él el resto del cuerpo aparece envuelto por elalma, es decir, por la conducta de los organismos animados.

Con ello, Pérez Alvarez da curso a una hipótesis extraordina-riamente fecunda que se enriquece notablemente al calor de unarelectura muy interesante de mecanismos como el de la «selecciónorgánica» de Bladwin tal y como ha sido reaprovechada a su vezen nuestros días por investigadores muy diversos (los nombresde Eva Jablonka, Shuan Gallagher, Steven Rose o Juan Bautis-ta Fuentes son solo algunas de las firmas que Pérez Alvarez haconsiderado); una hipótesis que abreviando al máximo la cuestiónnos atreveríamos a apalabrar por nuestra parte del modo siguiente:puede que, en efecto, la psicología sea inseparable de la biología(puesto que al menos si nos resistimos a aceptar la posibilidad de laexistencia de vivientes incorpóreos, es decir, de espíritus, resultaráobviamente cierto que toda función psicológica involucra de unmodo u otro a un sujeto operatorio corpóreo, esto es, a un organis-mo), pero ello no obstante, la inversa no es menos cierta al menosdesde el momento en que la propia biología aparece entretejida in-

ternamente con la propia conducta —etológica o psicológica— delos organismos animales que necesitan operar conductualmentepara enfrentarse al proceso eco-etológico que llamamos selecciónnatural (y ello empezando por las cadenas tróficas y terminandopor el cortejo). El presente libro de Marino Pérez Alvarez consti-tuye un instrumento imprescindible para comenzar a calibrar lasconsecuencias de esta hipótesis.

Revisado por:íñigo Ongay de FelipeProfesor de Filosofla en el American School of Bilbao (Bilbao)

e investigador de la Fundación Gustavo Bueno (Oviedo)

Medición en Ciencias Socialesy de la Salud

Francisco J. Abad, Julio Olea, Vicente Ponsoda y Carmen García(2011)

Madrid: Editorial Síntesis555 páginas

La implantación de los planes de estudios correspondientes alEspacio Europeo de Educación Superior, tanto en el nivel de gradocomo en el de posgrado, es un acicate para el desarrollo de mate-riales que faciliten la labor docente de los profesores y el trabajoautónomo de los estudiantes. En este marco, tal como se manifiestaen el prólogo, se insertan las intenciones de los autores de estelibro, que lo han estructurado en dos partes bien diferenciadas: lossiete primeros capítulos constituyen un bloque, calificado comoPsicometria fundamental, con los contenidos básicos para lasasignaturas troncales de grado. La segunda parte (capítulos 8-15),denominada por los autores Psicometria aplicada avanzada, estáintegrada por cuestiones más acordes con la formación de posgra-do, en las que se profundiza en los aspectos más técnicos de algu-nos temas introducidos en la primera parte o se exponen temas deespecial interés para los investigadores y usuarios de las medidasen Ciencias Sociales y de la Salud (fiabilidad interjueces, medicióndel cambio, análisis del funcionamiento diferencial de los ítems,análisis factorial confirmatorio, tests informatizados, etc.).

Aunque los autores previenen al lector de que la mayor parte delos conceptos y los métodos psicométricos tratados son aplicablesa cualquiera de los tipos de medidas utilizadas en la psicología, lasCiencias Sociales y de la Salud, el énfasis se centra principalmenteen los fundamentos, los desarrollos y las aplicaciones de las teo-rías de los tests. Este enfoque está justificado por la extraordinariaimportancia histórica y actual de estos instrumentos en la investi-gación y la práctica profesional. Así, tras introducir brevementeen el primer tema el concepto de la disciplina de Psicometria y losprincipales hitos de su devenir histórico, se le presentan inmedia-tamente al lector la definición de test, sus tipos y sus ámbitos deaplicación.

La secuenciación de los contenidos de la primera parte está di-rigida al constructor de tests, más que al mero usuario de pruebas(aunque su frecuencia sea mayor en el ámbito profesional). De he-cho, tras el capítulo introductorio, se exponen en el segundo capí-

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