El Movimiento Revolucionario de Los Comuneros

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El Movimiento Revolucionario de los Comuneros Francisco Posada Díaz

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Versión digital/2014 Bogotá – Colombia

Digitalización: Álvaro Hernández Andrade

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Francisco Posada Díaz (1934-1970)

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(Bogotá, 1934-1970)

Fue uno de esos intelectuales que produjo la mejor actitud revisionista y humanística del marxismo europeo de los años cincuentas y sesentas (Garaudy, Merlau-Ponty). Pues siendo muy joven, Posada viajó a Europa, concretamente a Francia y Alemania, para complementar sus estudios de Filosofía, después de haber pasado por la Universidad Nacional de Colombia y de haber estudiado Derecho en la Universidad del Rosario.

Pero sin duda el espacio propio de Posada fue la agitada universidad pública de los sesentas, que en parte le presta un carácter, nada esquemático, a sus investigaciones y ensayos: el rigor académico, la carga ideológica y el sentido crítico. Pero ni el rigor ni el compromiso ideológico se convierten, en los trabajos de Posada, en lastres que escamoteen el carácter ensayístico de su propuesta: una lucidez a toda prueba y una voluntad de elaboración prosística, unidas a una indudable afirmación personal (aun en el manejo de los datos objetivos) presiden sus investigaciones históricas, pioneras en la aplicación cuidadosa de los métodos de la sociología militante marxista, en particular sus estudios sobre la historia de Colombia: sobre los chibchas, sobre los Comuneros o sobre todo el movimiento social-agrario en el siglo XX.

A su muerte temprana, causada por una leucemia, el joven de 36 años ya había publicado sus trabajos en importantes editoriales de España y Argentina (y póstumamente se publicaría en Siglo XXI de México su ensayo histórico sobre los Comuneros), y en revistas europeas y norteamericanas, y había sido director del Departamento de Filosofía y decano de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia.

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Bibliografía Francisco Posada Díaz

El ensayo "Ideas sobre la cultura nacional y el arte realista" fue publicado por la revista Letras Nacionales, dirigida por Manuel Zapata Olivella, en el número de enero-febrero de 1965.

• Bibliografía ensayística:

— Los orígenes del pensamiento marxista en Latino-américa. Política y cultura en José Carlos Mariátegui. Madrid, Ciencia Nueva, 1968.

— Colombia: violencia y subdesarrollo. Bogotá, Tercer Mundo, 1968.

— "El camino chibcha a la sociedad de clases" y "Familia y cultura en las comunidades chibchas". En: Ensayos marxistas sobre la sociedad chibcha. Bogotá, Ediciones Los Comuneros, [s.f.] Coautor con Diego Montaña y Sergio Santis.

— Lukács, Brecht y la situación actual del realismo socialista. Buenos Aires, Galerna, 1969.

— El movimiento revolucionario de los Comuneros. México, Siglo XXI, 1971. Póstumo.

---Julio Carrizosa en el libro “Colombia de lo imaginario a lo complejo” publicado por la Universidad Nacional cap. 2 sobre “La insostenibilidad social” en el aparte “Materialismo y Violencia” dice: Según Francisco Posada Díaz, la violen-cia de 1947 a 1957 está al servicio del latifundismo y de la especulación, y tuvo como respuesta la guerrilla, las invasiones de tierras y el bandolerismo, Francisco Posada considera errónea la tesis frecuente en su tiempo que consideraba la violencia como el fruto del desen-volvimiento capitalista.

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La revista “Tierra Firme” dirigida por Francisco Posada Díaz en 1958 y que fue creada para la difusión de las ciencias humanas aparece como una de las primeras publicaciones concebidas con el rigor necesario para estar a la altura de las revistas internacionales del momento.

Dos bloques temáticos resaltan en esta revista: el Psicoanálisis y la Filosofía. El primer número de la revista contiene tres artículos en los que se hace referencia a la obra de Freud y otros dos en los que se toma como centro de reflexión la filosofía,

Una segunda característica es que la casi totalidad de los artículos corresponde a textos escritos por los pensadores más importantes del momento. Se publicaron trabajos de Maurce Merleau Ponty, Jean Hippolite, Martin Heidegger.

El número de los colaboradores colombianos se limitó a los aportes de Gutiérrez Girardot, Jorge Child, Eduardo Cote Lamus, y José Olmedo.

En el libro “Pensamiento y acción” de la Universidad Pedagógica, 1968, nombran el trabajo de Francisco Posada, “La tentativa de la revolución burguesa en Colombia” y sus resultados “Ideas y valores”, Bogotá 27 de enero – marzo de 1967, pp. 125 a 170.

Hemeroteca Universidad Nacional, Bibliotecas:

Orlando Fals-Borda en su libro “El marxismo en Colombia” Universidad Nacional 1984 cita a Francisco Posada en la pp. 239.

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En el libro “Historia socio-económica de Colombia” de Rafael Salcedo Corredor, cita a Francisco Posada referente a su obra “Violencia y subdesarrollo” Universidad de Antioquia, pp. 289 – 1988.

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Prologo

En la historia de una nación siempre existen figuras quienes se niegan a perder vigencia; sus vidas y obras fueron relevantes no solamente en el pasado, sino siguen siéndolo también en el presente, así que cada generación las reclama como propias para su momento vital. Una figura colombiana quien, sin duda, lleva esta distinción es José Antonio Galán, el líder del movimiento de los Comuneros, quien vivió y murió hace más de doscientos años. La lucha de Galán, que tuvo lugar en la época tardía de la colonia española, fue guiada por la inteligencia y la fortaleza, inconfundibles dones que aun caracterizan los campesinos y artesanos colombianos. La rebeldía de los Comuneros contra la represión ejercido por el gobierno español de ese entonces ha hecho eco entre todas las siguientes generaciones de colombianos, y su bandera ha sido llevada no solamente por agricultores y trabajadores, sino también por políticos, académicos, estudiantes intelectuales y artistas, cuyos reclamos en el siglo 21 por una sociedad más justa se elevan con la misma voz de Galán y sus Comuneros.

Ésta fuerte identificación por parte de muchos miembros de distintos niveles socio-económicos del país con José Antonio Galán ha contribuido al hecho de que cada cuanto aparecen nuevos estudios sobre su lucha y su pertinencia a la actualidad. La larga historia de los movimientos que reclaman una distribución de la tierra más equitativa y los protestantes que marchan todos los días en las ciudades y en los campos colombianos exhortando por una sociedad más justa evocan la vida y sacrificio de estos antepasados luchadores.

En la década de los sesenta del siglo veinte, estos mismos anhelos se hicieron más agudos en toda América Latina, en gran parte debido a los acontecimientos como fueron la Revolución Cubana y la llegada a la presidencia de los Estados Unidos de John F. Kennedy: hechos que despertaron esperanzas sobre un nuevo amanecer en toda la región de las Américas. Colombia se encontraba en el eje de este momento de turbulencia ideológica; eran años de fuertes movimien-tos estudiantiles que se habían forjado en la resistencia a la dictadura de Rojas Pinilla durante la década de los cincuenta, y dicha juventud fue testigo en primer plano de las olas de anti-colonialismo y de liberación nacional que se extendieron por África, el Medio y Lejano Oriente y por América del Sur, América Central y el Caribe después de la Segunda Guerra Mundial. Fue también en este momento cuando grandes sectores del país político-económico fijaron su visiones sobre cual debería ser el futuro de Colombia: puntos de vista cuyas consecuencias dieron lugar a una polarización extremista que se vive hasta hoy día.

Fue en aquel ambiente políticamente enrarecido que el filósofo, sociólogo, y académico, Francisco Posada Díaz, se puso a rumiar sombre el espejo de Galán y los Comuneros dejado como legado a la generación colombiana de la intensamente politizada década de los años sesenta. Sin duda este ejemplar intelectual del siglo veinte tomó la lucha de Galán, que tuvo lugar en el Socorro y en otras zonas de Santander, para luego llegar al altiplano Cundi-boyacense, la misma tierra de los ancestros de Francisco Posada Díaz, como una réplica de muchas luchas en que él mismo participaba, y que también, como en los tiempos de Galán, fueron cargándose de intrigas,

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peleas internas, accidentes y casualidades, y que casi siempre, como fue el caso de los Comuneros, llegaron a dolorosos desenlaces. El movimiento de los Comuneros tema digno para la mente analítica de Francisco Posada Díaz, aportándole una oportunidad para reflexionar desde su cátedra en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá en donde fue nombrado el primer Decano de Humanidades en 1968, sobre los nudos casi desentrañables de la sociedad que le rodeaba.

El José Antonio Galán que encontramos en este tomo de Francisco Posada-Díaz es un actor superior a sus detractores contemporáneos, quienes incrustados en sus despachos del virreinato tramaron la traición a Galán y al pueblo colombiano y que terminó con la inconmensurablemente cruel ejecución en la plaza pública del protagonista principal. De esta manera precisa y amena, inclusive a veces con humor, Francisco Posada Díaz nos coloca en los escenarios de los Comuneros y nos revela, desde su privilegiada atalaya intelectual, como fue el desenvolvimiento de los acontecimientos en la ruta de los Comuneros y simultáneamente los de Bogotá.

Este volumen fue publicado póstumamente y desde entonces ha entrado al selecto grupo de textos colombianos que cruzan las fronteras y cobran vida nueva en las manos de nuevos lectores en todo el mundo. Ha sido traducido al inglés y sigue siendo incluido en numerosas bibliografías internacionales sobre temas latinoamericanos. Con esta digitalización del texto original, en conmemoración a los ochenta años del nacimiento de Francisco Posada Díaz (1.934,) se pone de nuevo a la disposición de los lectores colombianos e internacionales la historia no de un solo hombre sino la de los muchos hombres y mujeres, y quienes, como el espectro progenitor de Hamlet, nos hace señas entre las luces y sombras del pasado para que difundamos la verdad sobre lo que realmente nos ocurrió y sobre la que nos sigue ocurriendo.

Steven Bayless, Bogotá, diciembre de 2013.

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Palabras Preliminares

Este trabajo muestra un hecho decisivo en la historia de los pueblos de América Latina a los inicios de sus movimientos de liberación del colonialismo y el neocolonialismo. El proceso cuyos gérmenes se desenvuelven en el siglo XXVIII, más exactamente: en su segunda mitad, está indisolublemente ligado a las guerras de emancipación de España ocurridas en las primeras décadas del siglo XIX y todo ello forma una cadena histórica que enlaza esas muchas luchas con las más actuales y más imperiosas de nuestro tiempo. Podría, entonces, titularse perfectamente: Los comienzos de la liberación nacional de Hispanoamérica: el movimiento revolucionario de los Comuneros neo-granadinos en el año de 1781.

Hemos introducido en el tratamiento del tema la noción de “época revolucionaria” que los autores marxistas que se han ocupado del asunto dejan de lado, sin reparar que su origen se halla en la Contribución a la crítica de la economía política y que su aplicación es frecuente en los textos de Marx, Engels y Lenin, Ello nos ha conducido a la conclusión de que el movimiento revolucionario de los Comuneros, como el de Tupac Amarú en el Perú y otros si-milares, no sólo están enlazados por pertenecer y originarse en la crisis general del colonialismo hispánico, sino porque ellos abren la etapa revolucionaria que culmina con la batalla de Ayacucho en 1826. No pueden ser calificados, como hacen los historiadores liberales y los marxistas que tratan el punto como meras agitaciones “precursoras”: se inscriben en un marco histórico, en una etapa de transición que, lógicamente habría de desbordarse hacia nuevas estructuras socio-económicas y políticas. Igualmente está implícito el concepto de “sobredeterminación” (Althusser), el cual nos permite explicar por qué este y otros movimientos similares no triunfaron:

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faltaba la exasperación de la contradicción, debido a la presencia de factores “ajenos” a ella, y que se dio en 1809-10 en América Hispana. Hemos tratado de poner de presente la riqueza ideológico-política de este movimiento, sus antagonismos de clase y aquella peculiaridad del Nuevo Reino de Granada (hoy Colombia) en donde nos tropezamos con unas numerosas “capas medias”, eventual prerrequisito de una burguesía nacional, que no pudo madurar ni durante la independencia, ni posteriormente, pero que facilitan comprender la indudable base democrática que tuvo la guerra de emancipación neogranadina.

Bogotá, junio de 1970.

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EL MARCO HISTORICO-SOCIAL DEL

MOVIMIENTO

Diversos factores internos y externos modelaron la coyuntura que contribuyó a gestar la insurrección de los Comuneros de la Nueva Granada, acaecida en el año 1781. Conformaron ellos un ambiente político tal que, unido a otros fenómenos que adelante veremos, alimentaron el más grande levantamiento de masas de toda la etapa colonial en el país, y uno de los más notables de América Latina. La guerra que por ese entonces entablaron España e Inglaterra debe incluirse en el conjunto de las tensiones y choques propios de un tiempo agitado en cuyo seno se debatían, a nivel internacional, las grandes fuerzas históricas del drama de la Edad Moderna. Inglaterra se había lanzado desde el siglo XVI a la conquista de los mares, como indispensable presupuesto de un acariciado predominio marítimo; España fue ya en ese mismo momento su gran rival y lo continuó siendo a lo largo de mucho tiempo. A medida que Inglaterra desarrollaba su industria y ampliaba el radio de sus operaciones mercantiles eran por lo mismo más imperiosas sus necesidades de control de tráfico marítimo internacional. Después de infructuosas negociaciones entre los dos gobiernos, el embajador español en Londres entregó el 16 de junio de 1778 por orden del rey Carlos III, a la Corona británica, el manifiesto de declaración de guerra. Este acto repercute también, posteriormente, en la agravación de las contra-dicciónes existentes en la sociedad neogranadina, en especial de aquellas entre sus naturales y los intereses ligados al colonialismo español.

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Por esos días era virrey de la Nueva Granada Manuel Antonio Flórez Maldonado, designado por real cédula del 24 de agosto de 1775. El nuevo mandatario remplazaba a Manuel Guirior, y asumió sus funciones el 10 de febrero de 1776. El señor Flórez fue un típico representante del grupo de virreyes ilustrados que gobernaron al Nuevo Reino en la segunda mitad del siglo XVIII como fruto de la actividad de algunas zonas de esa burguesía española que había logrado escalar importantes posiciones en la Corte madrileña de los príncipes borbones. Las medidas que alcanzó a tomar el mandatario antes de la declaratoria de guerra, a que nos referimos ya, eviden-temente suponían no sólo una nueva mentalidad sino una correcta comprensión de los cambios socioeconómicos que afloraban en las tierras encomendadas a su guarda.

Así por ejemplo, el señor Flórez dio preferente atención al problema de las comunicaciones, abriendo nuevos caminos y mejo-rando los que ya existían. Su idea fue la de hacer más expedita la interconexión de las regiones periféricas del Virreinato con las del interior. La famosa Pragmática del comercio libre, que modificó un tanto las condiciones del tráfico mercantil, fue celebrada y entu-siastamente acatada por él; no sobra recordar que el señor Flórez logró hacer extensivas sus medidas al resto de los territorios españoles de América. Su preocupación por esta importante acti-vidad le llevó a apreciar el valor del malecón de Bocagrande, en Cartagena de Indias; para la continuación de esta obra ordenó la asignación de ocho mil pesos mensuales.

El Virrey trabajó igualmente en beneficio del fomento de la agricultura, del desenvolvimiento del comercio local, de las manu-facturas y artesanías autóctonas; a su iniciativa se debe la organi-zación de las instituciones gremiales de artesanos, con sus respec-tivos reglamentos. Los estancos de aguardiente y tabaco los reorga-

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nizó por el sistema de administración. Incorporó las salinas de Zipaquirá y Tausa a la Real Hacienda y destinó su producto al sostenimiento de instituciones de caridad; las salinas de Nemocón las dejó en manos de los indígenas para su beneficio. Emprendió una tecnificación de las milicias del Reino. Fue pacificada, por el mariscal de campo Antonio de Arévalo, la tribu de los cocinas.

En el sector cultural de su política cabe destacar que durante su administración se implantó la imprenta en Santafé y arribaron los primeros impresores.

En la “Relación del estado del Nuevo Reino de Granada” que hizo el arzobispo-virrey Antonio Caballero y Góngora a su sucesor el virrey Francisco Gil y Lemos, en el año de 1789, se leen estas pala-bras sobre la labor desplegada por Flórez Maldonado: “Apenas podrían hallarse presagios más seguros de la próxima prosperidad del Reino que las benéficas y acertadas providencias con que abrió su gobierno el Excmo. Sr. D. Manuel Antonio de Flórez, mi inmediato antecesor… Había encontrado en mayor decadencia de lo que esperaba la agricultura, trató en Junta de Tribunales de los medios de su fomento, y ofreció premios a los labradores para que no faltasen víveres á esta plaza… No le merecieron menor atención la arbitrariedad y absoluta inacción de los corregidores en el fomento de sus jurisdicciones o partidos y el abandono en que hasta entonces habían permanecido los artesanos de la capital. Formó gremios de éstos con sus respectivas constituciones para su gobierno económico. En sus días concedió el rey el comercio libre á Santa Marta, y á su representación se extendió esta gracia á la provincia de Riohacha, y aun manifestó lo importante que sería se extendiese a todo el Virreinato. La Real Hacienda, abandonada hasta sus días a las codiciosas manos de los arrendadores, tomó mejor aspecto y notable incremento… Sucesivamente puso en administración y formó instrucciones para la renta de tabacos conforme estaba mandado por S. M., practicando lo mismo con las de aguardiente y alcabalas. Tan de raíz tomó el fomento de las rentas reales en un país en que los habitantes son tan pobres y ociosos y las atenciones del Erario mucho mayores que su ingreso,

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que creyó debía empezarse por fomentar la agricultura, minas y comercio, como lo representó a la Corte. 1.

Estas medidas reformistas del virrey Flórez seguramente hu-bieran surtido eficaces resultados y en una época normal hubieran podido consolidarse y, luego, quizás, acrecentarse. Pero la segunda mitad del siglo XVIII no fue una época normal. La guerra anglo-hispana echo por el suelo los proyectos del mandatario. Las nece-sidades del conflicto llevaron a la Corona a una política fiscal muy gravosa para la Nueva Granada ante la cual se estrellaron, anulán-dose, las iniciativas benéficas de Flórez, lo que vino a darle un curso bastante agitado a lo que en un comienzo pareció ser una pacífica administración. La lógica de la contradicción global con el capita-lismo era implacable y no podía ser enviada; de ahí el fracaso del reformismo del Virrey. La perspicacia de Caballero y Góngora lo re-conoce en su citada Relación: “De este modo todo prosperaba en sus manos, y en todo se veía una feliz resolución. La Real Hacienda se engrosaba, el comercio se extendía, las rudas artes mejoraban, la agricultura florecía, las Provincias se comunicaban, todo anunciaba una próxima felicidad” Y añade: “Pero cuando empezaban a verse los deseados efectos de estas benéficas providencias; cuando se iba a coger el fruto de sus tareas y desvelos; cuando daba más extensión a sus ideas y proyectos se declaró la guerra a la Gran Bretaña y se fulminó (si me es lícito expresarme así ) contra el Nuevo Reino de Granada”.

En 1776 fue nombrado Regente de la Audiencia de Santafé don Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, quien hacía parte del Consejo del Rey, por Cédula del día 6 de abril; a fines de ese mismo año fue designado también visitador general con amplísimos poderes gubernamentales y fiscales. La personalidad de Gutiérrez de Piñe-

1 Relaciones de Mando de los Virreyes de la Nueva Granada / Memorias económicas, Bogotá, 1954, pp. 98s.

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res puede sintetizarse diciendo que como diplomático no poseyó especiales condiciones, dado su carácter difícil, pero su constancia y extrema dedicación le hacían muy eficiente en labores de índole administrativa.

Las prerrogativas de los regentes llegaban muy lejos, hasta el punto de colocar la potestad de los virreyes en una posición sub-alterna. Bien puede asegurarse que la institución de la Regencia en las colonias hispanas obedeció a los requerimientos de una época particularmente borrascosa y agitada, en la cual el régimen de excepción debía superponerse a las tradiciones de gobierno. Fran-cisco Silvestre, funcionario español del Nuevo Reino, en un tiempo secretario de cámara del susodicho virrey Flórez, se refirió así al asunto de que tratamos:

“Con las regencias y su institución quedó reducido a sólo el nombre o a un fantasma la autoridad del Virrey, que siempre conviene para la seguridad de las Américas, que en las sustancias y en el hecho representa la de Soberano… Sin aquélla y con sólo el nombre del Oidor Decano se ha hecho cerca de trescientos años lo mismo que podría hacerse con el Regente, ahorrando al erario muchos y considerables sueldos, que se han aumentado y son carga siempre de los pueblos” 2 No sobra advertir que este funcio-

2 F. Silvestre, Descripción del Reyno de Santa Fé de Bogotá, 1968. La pugna entre los citados funcionarios fue descrita con las siguientes palabras: “Como sus instrucciones eran secretas y sus facultades extraordinarias [las del Regente-Visitador], sabiendo el Sr. Flórez aquí lo que sucedía al Sr. Guirior en Lima, con motivo de hacerse presente algunos inconvenientes que debían esperarse, no se resolvió a contradecir cosa alguna de cuando le proponían los Visitadores, sabiendo que éstos estaban sostenidos y seguían ciegamente las órdenes del Sr. Gálvez. El recelo de éste, que no dejaba de traslucirse, hacía decaer y aún despreciable la autoridad del Virrey y engreía la de los Visitadores y Regentes:

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nario no tenía por qué preocuparse “de los pueblos” y que más bien seguramente esta razón y las otras a que alude contra la Regencia expresaban el punto de vista del Virrey y las inquietudes de éste, muy explicables dada la presencia de un personaje como Gutiérrez de Piñeres, cuya misión y tarea, por fuerza de acontecimientos que tanto a él como al enviado regio evidentemente escapaban, iba en detrimento de sus medidas neocolonialistas y de las reformas que aspiraba introducir. Se puede casi palpar en este caso, como en otros muchos, una de las contradicciones más dramáticas de la política colonial de España: por un lado, una tendencia minoritaria, que deseaba que las colonias adquiriesen un nuevo papel dentro del conjunto de la economía, papel que fuese sobre todo complementario en lo referente a los mercados y a las expor-taciones americanas, con una buena demanda de artículos importados por parte de los naturales de América y, por otro, la tendencia dominante, y que a la postre se impuso, la cual no quería

siendo lo peor, que éstos mandaban y disponían cuando les pareciera y era conforme sus instrucciones; y saliendo órdenes y providencias a nombre del Virrey, en la mayor parte gravosas o considerándolas los pueblos tales, el odio público caía sobre el inocente Virrey… En estas circunstancias se declaró la guerra a la Inglaterra: y el Sr. Flórez para estar más inmediato y al frente de los enemigos, y libertarse de los desaires que padece su autoridad, bajó a la plaza de Cartagena, dejando a cargo al Sr. Piñeres, Visitador…, los negocios que pendían del superior gobierno” (p 88). La política del ministro José de Gálvez explica perfectamente la razón de por qué gentes de la mentalidad de Flórez, en ese momento, no se atrevían a presentar un frente directo; más bien procuraban apartarse, como lo hizo el virrey Flórez, del centro de los acontecimientos litigiosos u obrar dentro del marco de posibilidades limitadas que tenía para tratar de enderezar las cargas.

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alteración alguna en el rodaje centenario de la maquinaria colonial. El neocolonialismo era política de determinadas capas de la bur-guesía y secreta aspiración de las flacas fuerzas de la industria na-cional española; el colonialismo a la antigua era política del tradicional despotismo peninsular.

El virrey Manuel Antonio Flórez intentó infructuosamente hacer comprender a la Corte de Madrid las alternativas que se des-prenderían de una política distinta a la que él estaba consagrando sus esfuerzos. El mismo mandatario, sin efecto alguno también, pretendió llegar a la inteligencia de Gutiérrez de Piñeres con sus reflexiones; lo único que se obtuvo fue un rompimiento entre los dos. Pero el problema no se reducía a la mayor o menor capacidad de comprensión de la Corte o de su enviado. El Arzobispo-Virrey describe así estos conflictos a los cuales los historiadores asignan por lo general un lugar secundario: “Ni sus mismos cuidados y desvelos por el aumento y prosperidad de la Real Hacienda [se refiere a Flórez] merecieron la real aprobación, contestándosele solamente que no se hiciera novedad en las rentas reales hasta llegada del Regente-Visitador, con cuyo acuerdo se verificasen las reformas y establecimientos que se juzgasen convenientes. Pero sea en uso de las facultades que aún se le conservaban en el arreglo de rentas, sea por el mayor conocimiento que tenía del genio y facultades de los habitantes del Reino, ambos jefes discordaron en el modo y tiempo del nuevo establecimiento, y de sus resultas Flórez tuvo el sinsabor de oír de la corte que el modo de no quedar responsable y de merecer la real gratitud era que providenciase en todo con arreglo al dictamen del Regente-Visitador en cuanto perteneciese a la Real Hacienda, y desde este momento suscribió ciegamente a todo lo que este Ministro le propuso, dejando a su cuidado proveer de caudales para los gastos de la guerra, que de día en día iban recreciendo”.3 Del texto citado se desprenden, además, otras importantes conclusiones. Flórez no era un adversario enconado de

3 Relaciones, pp. 102 s.

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nuevas tributaciones; pero él consideraba conveniente imponerlas después de que una serie de medidas suyas hubiesen sido puestas en práctica. Luego, resulta aparentemente inexplicable por qué el mismo funcionario –en este caso Flórez- estuviese en la obligación de ejecutar, por orden de Rey, dos políticas tan diferentes, una con y otra contra su parecer. En verdad el Rey mismo había sido llevado a rectificarse por presión de los acontecimientos.

El 19 de enero de 1778, Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres toma posesión de sus cargos ante la Real Audiencia de Santafé e inmediatamente entra a las providencias que consideró necesarias. Cuando se tuvo noticia de que habían sido abiertos los fuegos entre las dos potencias beligerantes, el virrey Flórez delegó en el Regen-te-Visitador y en la Real Audiencia todas las funciones adminis-trativas, quedando él con la jefatura militar de Cartagena y los negocios relativos a la “Capitanía General y al Real Patronato”. Esto sucedió el 11 de agosto de 1779. El día 26 llegó a Cartagena. En la capital del Nuevo Reino vivió apenas tres años.

Veamos las principales medidas adoptadas por Gutiérrez de Piñeres, enderezadas ellas a facilitar la defensa de la región geográ-fica beligerante y, por ende, la defensa del Reino y del Imperio. Sobra decir que estas medidas se justificaron ampliamente. Volva-mos a la “Relación” de Caballero y Góngora, adecuado fruto de su sagaz inteligencia. “Y en efecto –asegura-, a los reparos y nuevas obras en las fortificaciones de estas y demás plazas del Reino, el acopio de víveres y pertrechos, a los armamentos y apresto de buques, al hecho mismo de multiplicarse gastos y disminuirse contribuyentes, con ponerse milicias a sueldo, sacándolas del campo y de los talleres, era muy consiguiente se fuese sintiendo escasez en el Real Erario, y que no hubiese reglamentos ni reformas que alcanzasen”.4 Los desastrosos efectos de la guerra para la econo-

4 Relaciones, p.103.

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mía virreinal deben referirse tanto al empobrecimiento directo ocasionado por las exacciones tributarias, como, tal cual lo señala Caballero y Góngora, a la limitación de sus posibilidades del normal desarrollo vegetativo, debida al retiro de fuerza de trabajo de sectores de la producción para ser incorporados a la milicia. Y añade Caballero y Góngora: “Desde los primeros pasos de la guerra se empezaron a experimentar necesidades. El Sr. Flórez pedía dinero al Regente-Visitador, y éste duplicaba sus esfuerzos y providencias para recoger de las cajas reales cuanto pudiera; pero muy presto se acabaron de apurar, y hubo necesidad de echar mano del fondo de las Casas de Moneda de Santafé y Popayán, reduciéndolos a sólo trescientos pesos, con los que hubieron de juntarse doscientos mil para socorrer las mayores necesidades, cantidad corta para un tiempo en que sólo en esta plaza consumía la caja de guerra más de cincuenta mil pesos mensuales. Ocurrióse al comercio, y éste franqueó otros doscientos mil, con calidad de que se tuvieran como enterados en Cádiz; pero al momento prohibió estrechamente la Corte se tomasen caudales con semejante condición, sin la que se negaba el comercio a facilitar alguna otra cantidad. Los caudales de temporalidades, de cruzadas, de vacantes eclesiásticas y cuantos fondos hay privilegiados fueron llamados al socorro de la urgentísima necesidad; pero nada alcanzaba. Entre tanto se tiraban planes de economía, y hubo pensamiento de reducir a toda la oficialidad a medio sueldo, lo que sólo tuvo efecto en el mismo Sr. Flórez y sus hijos. El Regente-Visitador, en quien tenían [sic] puestas todas sus esperanzas este General, se las acabó de desvanecer con los estados que le remitió de los productos, gastos y atenciones de la Real Hacienda en el Reino, en que se manifestaba que para cubrir sólo las cargas ordinarias de tiempo de paz faltaban más de ciento setenta mil pesos al año. Esto en lo más encendido de la guerra, a tiempo que tres fragatas inglesas no cesaban de cruzar en las costas de Santa Marta, y aun intentaban forzar aquel puerto, y cuando en las de Caracas se había visto una escuadra de noventa a cien velas sin conocerse su bandera.”5 Estas líneas llaman la atención además porque destacan otros aspectos del asunto.

5 Relaciones, loc. cit.

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Piénsese lo exangües que quedaron los fondos de las Casas de Moneda de Santafé y Popayán, las cuales acuñaron, por ejemplo en las dos últimas décadas del siglo, una media anual aproximada de casi novecientos mil pesos; en el tiempo de que tratamos sus fondos llegaron conjuntamente a trescientos pesos. Por otra parte, la guerra demandaba a los contribuyentes algo así como seiscientos mil pesos anuales de más. Lo que representaba aproximadamente el total de una anualidad de rentas del Virreinato. El texto citado nos revela que la Corona hacía descargar el peso del sostenimiento de la guerra en los hombros de los neogranadinos, y que prohibió la aplicación de la carga impositiva que las autoridades del Virreinato de modo indirecto iban a hacer recaer en comerciantes penin-sulares. Política discriminatoria, o lo que es lo mismo, política colonialista. La situación, empero, forzó al Regente-Visitador a una conducta aún más estricta para el cobro y la discriminación de las rentas reales. “La infeliz concurrencia –afirmó Caballero y Góngora- de esta absoluta necesidad de consumirlos obligó al Regente-Visitador a estrechar sus providencias en el establecimiento de las rentas reales bajo aquel ventajoso pie y en aquel breve término que exigían las urgencias del Erario”. 6

Hagamos un resumen de las principales medidas dictadas por Gutiérrez de Piñeres para atender en general las urgencias del fisco y en particular los gastos de la guerra.

El 29 de mayo de 1780 ordenó elevar en dos reales el precio de la libra de tabaco en rama. También en dos reales ordenó elevar el precio de cada azumbre de aguardiente de caña. Obraba de conformidad con órdenes reales de 20 y 22 de octubre del año anterior.

6 Relaciones, pp. 103 s.

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El 12 de octubre de 1780 expide la: La Instrucción General para el más exacto manejo de la Rentas Reales de Alcabala y Armada de Barlovento, en todo el distrito actualmente sujeto y dependiente del Tribunal y Real Audiencia de Cuentas de Nuevo Reino de Granada. La citada Instrucción era extremadamente minuciosa y regulaba y reglamentaba el cobro de estas tributaciones en “67 fojas manuscritas”. Para iniciar el tema, recordemos lo que fue el impuesto de la alcabala. El origen de este gravamen se remonta a los árabes. Fue introducido en el Nuevo Reino en 1592, durante la presidencia de Antonio González, y originó una ola de descontento entre las gentes acomodadas, de la región de Tunja en particular. Gravaba las transacciones comerciales, excepto las que cobijaron impuestos como el de almojarifazgo –similar al que hoy conocemos como de aduanas- tonelada, avería, etc. El impuesto de Armada de Barlovento se había establecido en 1635 sobre las mercancías, muy similar por tanto al de alcabala, y cuyo producto se asignó al sostenimiento de una flota para defender de los ataques de los piratas la navegación comercial española y amparar a las colonias. Empero, con el tiempo, en la recaudación no se distinguían estos dos impuestos; después de 1720 se fundió el segundo en el primero, percibiéndose ambos con el nombre conjunto de alcabala. Aunque en los con-tratos con los rematadores se hacía la separación, el que ambos gravámenes fueran contratados en común llevaba aún más confusión a las gentes. De ahí que pueda afirmarse que el Regente-Visitador no haya establecido una recaudación nueva; pero la población neogranadina apenas si sabía de la existencia de la Armada de Barlovento y cuando se conoció la disposición del citado funcionario la reacción fue como si se hubiera implantado un nuevo impuesto.

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El 6 de diciembre el Regente-Visitador dictó el Auto resolutivo para la cobranza del derecho de Armada de Barlovento, por separado de la de la alcabala, por edictos. El 7 de diciembre resta-bleció los Aranceles para la exacción de este derecho en Santafé, Tunja, Leiva, San Gil, El Socorro, Muzo, Vélez, Pamplona, Salazar de las Palmas y Girón, San Juan de los Llanos y el Coguan, Tocaima, Neiva, Mariquita, Ibagué, La Palma, Los Remedios, Antioquia, Zaragoza, Guamocó, Anserma, Cartago, Todo y Arma, con sus distritos. O sea, en lo esencial aquella zona oriental del país, que se caracterizaba como feudal y semifeudal –pequeños colonos, hacendados, latifundistas, importancia relativa de la artesanía, etc.

La alcabala se hizo extensiva a varios artículos, lo que agravó aún más la situación. “En este año se sublevó la villa del Socorro [dice el cronista Caballero refiriéndose al de 1780, lo que es inexacto; quizá confundió fechas y más bien a lo que aludía era al año de la emisión de los impuestos] por causa de que el Regente Piñeres puso pecho hasta del hilo y huevos”, y añade que las ventas estaban gravadas con una proporción porcentual; así, por medio real de venta el fisco tomaba el 50%; por un real, un cuartillo, y así sucesivamente.7 Los más afectados con

7 J. M. Caballero, Particularidades de Santafé, Bogotá, 1946, pp. 21 s. Por ejemplo en la reglamentación de la carga de la Armada de Barlovento, que gravaba al comercio, hallamos lo siguiente: “De cada arroba de velas de cebo que se vendiere, dos reales sin que se cargue al común. / De cada arroba de sal, un cuartillo. / Los paños y peyetas en cuatro reales. / La arroba de conserva, medio real. / De cada botija de miel, medio real. / Cada ‘bestia mula’, dos reales y si se vendiese en cincuenta pesos, cuatro reales. / De cada arroba de jabón, un cuartillo. / De cada fardo de ropa de la tierra, dos reales. / De cada tercio de alpargatas, un real. / De cada arroba de quesos, un cuartillo. / De cada baraja de naipes, un real. / De cada cordobán medio real. / De cada baqueta, un cuartillo. / De cada arroba de azúcar, un real. / De cada

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estas proporciones eran los pobres. Exactamente lo mismo ocurrió con el gracioso donativo, según el cual el indio estaba obligado a un peso más para el sostenimiento de la guerra, en cambio “el Marqués de San Jorge que tiene mil indios a su servicio, solamente debe entregar dos pesos”. 8

Pero analicemos algunos factores, que si bien no incidieron de modo directo en la revuelta del Socorro, primera fase de la insurre-cción de los Comuneros, puede servir para apreciar el clima general de la época, el fardo angustioso del coloniaje, factores que, por un lado, debieron inevitablemente contribuir a gestar el descontento difuso que se plasmó en la citada población el 16 de marzo de 1781, y que por otro, revivificados por los sucesos de esa fecha y días inmediatamente subsiguientes, sirvieron para agregarle al movimiento un cada vez más vasto número de inconformes, de seres que por una u otra razón sentíanse insatisfechos con el régimen reinante. Si bien la causa “próxima” de la insurrección fue-

arroba de algodón sin hilar, tres cuartillos y si fuere hilado, tres reales, y siendo hilo gordo, dos reales”. Después de dispendiosa lista de gravá-menes, el Regente-Visitador añade: “Estos años se cobrarán con puntual arreglo a su imposición en todo el distrito que comprende la jurisdicción de la ciudad de Tunja, y las dos villas de San Gil y El Socorro, como también en la de la Villa de Leiva” (AHNC, Fondo “Los Comuneros”, t. I, f. 334). En los otros folios continúan especificaciones similares, seguramente de acuerdo con la índole de la circulación y producción de las zonas, para Muzo, Vélez, Salazar de las Palmas, Timaná, etcétera. En general el tomo I contiene muchas disposiciones de igual tenor. 8 H. Rodríguez Plata, Los comuneros, trabajo publicado en el Curso Superior de Historia de Colombia (1781-1830), t. I, vol. II, Bogotá, 1950, p. 38. Los folios 349 a 354 establecen las disposiciones disciplinarias y penales a que hubiese lugar para “los defraudadores de las Rentas Reales” (AHNC, loc. cit., t, I,).

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ron las medidas del Regente-Visitador sobre Armada Barlovento y alcabala conocidas a mediados de marzo en la villa del Socorro, las causas “remotas” deben situarse en todas aquellas medidas colonialistas lesivas de los diversos núcleos sociales. Pero una concepción como las que nos mueve no acepta una reducción casual de índole lineal y unívoca, sino pretende ver más bien el mutuo condicionamiento de factores lejanos y cercanos obrando en el marco histórico de la época. Además, los factores “lejanos” fueron obrando dinámicamente a lo largo del desarrollo del movimiento dándole un carácter cada vez más amplio, que puede verse en las diversas direcciones clasistas que lo agitaron y, en fin de cuentas, lo neutralizaron.

El fiscal en lo civil y protector de indios Francisco Moreno y Escandón fue el impulsor, hacia mediados de la séptima década del siglo XVIII, de una política arbitraria en detrimento directo de los indígenas. Sabíamos que una de las funciones más importantes que cumplieron las tierras de los resguardos era la de haber servido como reserva de ingresos para la Hacienda Real. El fiscal Moreno y Escandón privó de tierras y por tanto de sus posibilidades de manutención a muchas familias campesinas. El virrey Manuel de Guirior escribe en su Relación que el “fiscal protector don Francisco Moreno y Escandón, para que suprimiendo y uniendo los corregimientos cortos y numerados los indios, se hagan arregladas demarcaciones y se formen planos de las Provincias”. 9 Además, debemos traer de nuevo a cuento que en la región boyacense y cundinamarquesa –puesto que las medidas a que nos referimos del señor Moreno y Escandón ocurrieron “en varias parroquias sufragáneas del Socorro y San Gil”- se estaba operando un proceso de conversión de la tierra por el cual se gestaba una pequeña burguesía a expensas de los 9 resguar-

9 Relaciones, p. 78.

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dos. ¿Es éste el motivo de una “tremenda revolución tenencial” que produjo “el resquemor social” que debió impregnar la movilización de indígenas vinculada al movimiento comunero, o como dice Fals Borda: “…encontrara cauce expedito… en 1781, cuando sin ambages los sufridos indios declararon que preferían regresar a la primitiva indianidad, olvidaron al rey español y proclamaron como a su propio príncipe y señor de Chía al supuesto descendiente de los zipas, don Ambrosio Pisco? 10 Volviendo a la cuestión específica de las actividades de Moreno de Escandón, el autor de “Crónicas de Bogotá”, Pedro María Ibáñez, destacó en el pasado este importante factor en los siguientes términos: “Coincidieron todos estos motivos de desagrado popular con el descontento que había producido la visita de Moreno de Escandón en la clase indígena, que hacia suprimir los caseríos y aldeas de poca población agregándolos a los de mayor consideración e importancia. Tuvieron que abandonar los lugares donde habían nacido, donde habían pasado los años de la infancia, donde estaban sus sepulcros de sus mayores, para habitar aldeas a las cuales no los ligaba ningún recuerdo, sintiéndose en ellas como en un lugar de confinamiento" 11 Estas tierras vacantes se vendían luego en subastas públicas.

En el año de 1776 la región del Socorro fue azotada por una epidemia de viruela que afectó mucho la producción y el nivel de vi- da de la pobrería. Seis mil personas pobres murieron; de las que se salvaron muchas quedaron casi arruinadas.

En las regiones de San Gil y el Socorro el tabaco cobró un grande incremento en el tiempo inmediatamente anterior a las medidas que convirtieron su explotación en un estanco. Gutiérrez

10 O. Fals Borda, El hombre y las tierras en Boyacá, Bogotá, 1957, p. 89. 11 P. M. Ibáñez, Crónica de Bogotá, t. I, Bogotá, 1913, p. 456.

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de Piñeres prohibió el cultivo de la planta a lo largo del oriente de la Nueva Granada, exceptuando la zona de la población de Girón. Incluso antes de la señalada prohibición las autoridades coloniales dieron orden de destruir las siembras de algunas regiones (como en Simacota y La Robada), con el evidente perjuicio que se derivaba para los cosecheros. La aspiración del Regente-Visitador era la de encarecer el artículo para lograr un mayor ingreso fiscal y rebajar el costo de las erogaciones del estanco. “Limitado por el estanco, el cultivo de tabaco y disfrutando la economía agrícola del Oriente, por los hechos explicados en el primer capítulo, de una fuerte tendencia a la expansión, era muy justo que en los campesinos de la aludida región surgiera vigorosa y nítida la inclinación, la aspiración política a la desaparición de los monopolios coloniales. Por eso, el significado de la insurrección de los comuneros lo explican, lo muestran, los hechos que la produjeron en algunas ciudades y aldeas, y que están indicando que evidentemente el monopolio era un traba al desarrollo de la economía neogranadina.”

En cumplimento de las instrucciones oficiales, el Visitador de los resguardos de San Gil y del Socorro mandó destruir dos taba-cales que ascendían a 2100 matas en el punto de Guadalupe; además, confiscaron en la quebrada Montusa 1200 tangos de tabaco. “Talaban los guardas los plantíos de tabaco arrancando de raíz las matas y quemándolas al tiempo con las semillas, en los distritos de las jurisdicciones del Socorro, Simacota, La Robada, Charalá y El Valle, San Gil y Barichara, y en todo los demás terrenos excluidos del beneficio de las siembras, y perseguían, maltrataban y estropeaban a los labradores y cosecheros, encarcelándolos luego. Por sólo uno o dos manojos de tabaco que les encontrase, de los que solían llevar consigo cuando a sus casas volvían de las faenas, en los terrenos donde estaban permitidas las siembras, los ponían en prisión por uno o varios meses, y padeciendo hambres y trabajos al igual que sus familiares. Los administradores formalizaban los sumarios e imponían penas secundarias sin moderación ni equidad.”12 Los campesinos

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resistieron por diversos medios estas medidas. La forma más elevada de lucha fue la que se plasmó en el movimiento comunero de 1781, pero durante el año de 1780 hubo brotes de descontento por la región santandereana. Su protesta se manifestaba también en los cultivos clandestinos en las zonas alejadas o en donde la vigilancia de la autoridad permitía burlar las disposiciones. Finestrad hace una lamentable descripción de la vida de los moradores de esa región en los tiempos inmediatamente anteriores a la insurrección de los comuneros. Su alimentación especial es objeto de vivas críticas por parte del religioso. Lo singular de las apreciaciones de Finestrad radica en que ellos en ningún momento pretenden exagerar los aspectos desfavorables de la economía santandereana; antes por el contrario, algunas de sus actividades son puestas por él como ejemplo de laboriosidad y

12 P. E. Cárdenas Acosta, El movimiento comunal del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, 1960, p. 90. Gutiérrez de Piñeres invitaba “a los indios a que cumplan con las órdenes superiores y a que no se dejen llevar de las sugestiones de los vecinos blancos [¿acaso de los pequeños agricultores mestizos?] que no tienen otro objeto que el de su propia utilidad” les aconseja que abandonen sus plantíos de tabaco, se dediquen al cultivo de otras plantas que producen aquellos terrenos con cuyos frutos podrán hacer un comercio libre sin agravio al Monarca, ni infracción a lo mandado.” (AHNC, loc. cit., t. II f, 131). Dos anotaciones interesantes: (a) el Regente-Visitador creía en la posibilidad de separar del todo la indiada de los vecinos libres y mestizos, olvidando acaso que las composiciones de tierras por razones fiscales habían creado un gran descontento entre aquel sector social; y (b) su oferta obedece –frente a Flórez, por ejemplo, quien fomentaba o quiso fomentar la acumulación de riquezas- al criterio fiscalista de los estancos y la promesa de una cierta liberalidad para el comercio de otros frutos sólo puede interpretarse como una maniobra de distracción.

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consagración al trabajo. Lo cual nos permite deducir la existencia de dos tendencias en este complejo proceso: por parte aquella netamente progresiva, que se plasmaba sobre todo en el desenvolvimiento de la pequeña industria, los cultivos vinculados a ella y el comercio interzonal, y la otra, integrada principalmente por las medidas coloniales –impuestos, restricciones, etc.- y que frenaba el desarrollo de la producción. En otras palabras: las fuerzas productivas que pugnaban por su crecimiento y frente a ellas el dique de anacrónicas estructuras cuya función no era la del beneficio de la sociedad neogranadina propiamente dicha, ni siquiera el de capas apreciables de su población, sino la de desviar el fruto de la labor de sus gentes de trabajo hacia el mayor beneficio posible de la Corona española. Dice así “El vasallo instruido”: “Ellos [los moradores de la región] parecen frailes victoriosos precisados a una exacta abstinencia de carnes, alimentándose de un insustancial ajiaco (éste es el nombre de la comida) o de su insípida mazamorra, composición de turmas y harina de maíz o panizo, molido a brazo y hecho una masa de sémola. Tienen por bebida la chicha [que] tiene embotada la estimación, engrosando los humores, impedidas las potencias y entorpecidos los sentidos, siempre madre fecunda del desorden y de la ociosidad”. 13

Hacia el año 1780 muchos pobres se vieron compelidos, para lograr sobrevivir, a dedicarse a los cultivos de algodón y de maíz, junto con algunas artesanías, como las de los hilados y tejidos. Las mujeres que se consagraban en gran parte a estas faenas arte-sanales gastaban libra y media de algodón en rama para hilar media libra, en el lapso de un día. Piénsese lo que quedaría a la infeliz familia indígena con las deducciones reglamentarias derivadas de

13 J Finestrad, El vasallo instruido, libro transcrito en E. Posada y P. M. Ibáñez, Los comuneros, Bogotá, 1905, pp. 105 ss.

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las nuevas normas fiscales del Regente-Visitador. Los hilos gordo y delgado llegaron a ser tan importantes económicamente que fue ron usados como moneda en los intercambios entre la plebe, y por medio de ellos podían adquirir los artículos de vital necesidad.

El odioso comportamiento de los recaudadores y alcabaleros, los atropellos de los guardas de rentas estancadas coadyuvaron a formar la creciente animadversión al gobierno. Salvador Plata, el acaudalado personaje que fue dirigente a regañadientes de los Comuneros, pese a sus notorias convicciones realistas, trató en su defensa de reducir la causa de los desórdenes de 1781 única y exclusivamente a la irregular actitud de los empleados ya señalados. No obstante su evaluación, los datos que aporta bien sirven para apreciar los justos resentimientos populares creados o, mejor, atizados por recaudadores, alcabaleros y guardas de rentas estancadas. Dice así Plata: “Otros con más razón fijan su origen [el de la insurrección de los Comuneros en 1781] en la conducta que se observaba en la custodia y administración de las mismas rentas. En efecto, si extendemos a ella nuestras reflexiones, se dirá con V. Excelencia, que tantos clamores se originaron de la intolerable aspereza, rusticidad y grosería solamente propias de siglos bárbaros, con que procedían a la exacción los dependientes.” Y continúa más adelante: “Si tal juicio se hace de los ministros destinados únicamente a la recaudación de los reales derechos, ¿Qué diremos de aquellos asalariados para su custodia, cuyo número cundió no poco para la infelicidad del Reino? Tantas quejas tuvieron los pueblos contra estos que sofocaron, que no hacían mención de la que tenían contra los primeros. Su abominable conducta hizo tan execrable y tan odiado el nombre de guardas, que las gentes le reputaban como característico de unos bárbaros, enemigos de nuestro linaje… Negaban su autoridad a los jueces y los vejaban, atropellaban a los particulares y eran sostenidos por sus inmediatos superiores”. 14 No podríamos olvidar el factor sociológico –luego de

14 S. Plata, Defensa, numerales 40 ss. Las partes reproducidas las hemos tomado de la obra citada de P. E. Cárdenas Acosta.

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haber visto las grandes contradicciones entre España y el Nuevo Reino- que le dio a las gentes de la región, en especial a las de Santander, un carácter propio que influyó en el curso de los acontecimientos de 1781. De las ideas expuestas por José María Samper en el siglo XIX cabe hacer la siguiente sinopsis:

a) En el oriente del país, en especial en la región de pequeños y medios propietarios de la tierra, la esclavitud de la raza negra no sentó sus reales, como sí lo había hecho en los valles del Cauca y del Magdalena.

b) La división territorial podía considerarse tan acusada, que ella creó una mentalidad de pequeños propietarios, libres y altivos, con un alto sentido democrático y anhelos de igualitarismo social.

c) A estas actitudes de pequeños propietarios se unían las de pequeños productores, impulsadas por el gran desarrollo que vivió la zona en materia de artesanías locales. Es lógico pensar que estos fenómenos se acompañaron de un pequeño mercado que hacía las veces de catalizador, o de sistema distribuidor de los equilibrios.

d) Las perspectivas de ascenso social que abría la propiedad contrarrestaban el igualitarismo; esta contradicción forjaba la mentalidad del hidalgo, el orgullo tradicional de la región, no exento de un sentido de casta; el indio era considerado un ser inferior.

Por otro lado, los sectores acomodados que participaron agre-garon al movimiento en marcha sus propias reivindicaciones. La aristocracia criolla deseaba igualdad con los españoles, sobre todo para ocupar los altos cargos del Virreinato y a través de ellos, adelantar sin excesivas trabas su enriquecimiento.

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A mediados de julio de 1781 el virrey Flórez comprobaba la irradiación que en las mentes de los criollos –seguramente de los de mejor posición- comenzaba a tener la independencia de las colonias inglesas de América del Norte. Dice así su comunicación a José de Gálvez, enviado a La Habana desde la ciudad de Cartagena: “… y de mis recelos porque la especie de independencia de las colonias inglesas de América del Norte anda de boca en boca de todos en el tumulto, y aunque no son capaces de formalizarla, sin embargo en estos asuntos conviene no despreciar en los principios ni la menor chispa”.15

Pese a todo, fue la gran insurrección popular del Virrei-nato del Perú, dirigida por el soberano inca José Gabriel Tupac Amarú, la que más impacto tuvo en el movimiento comunero neogranadino de 1781, la que inclusive llegó a radicalizar algunos sectores descontentos hasta el punto de proceder a tomar medidas de índole francamente independentista. En el pueblo de Tinta los indios de la sierra se levantaron, orientados por el caudillo, ajusticiaron al Corregidor, luego pusieron sitio a la vieja ciudad im-perial de Cuzco y proclamaron desbordantes de júbilo a Tupac Amarú como José I. De este gran movimiento de masas se tuvo no-ticia en el Virreinato de la Nueva Granada.16

En carta al monarca español Caballero y Góngora, cuando aún no había sido designado virrey –por tanto se la supone vinculada a un tiempo inmediatamente precedente al de la insurrección-, des-

15 J. M. Pérez Ayala, Antonio Caballero y Góngora, Bogotá, 1951, p. 71. 16 En la “Declaración rendida por Salvador Plata el 13 de marzo de 1783 en Santafé” (AHNC, loc. cit., t. XVIII, f. 503) se lee: “Que en la villa del Socorro donde es vecino se esparcieron con mucha anticipación los progresos y ventajas que en el Perú conseguía el rebelde Tupac Amarú contra las armas del Rey, cuyas noticias se sabían y esparcían”.

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cribe la situación del Reino y de sus habitantes: “No es posible, Señor, que la Soberana Real Clemencia de V. M. esté verdaderamente noticiosa de los trabajos de estos pueblos… Abrumados estos moribundos vasallos con tan pesada carga, no pueden ya llevarla sin la costa de acabar de perder sus débiles haciendas y trabajosas vidas. Yo soy testigo de esta lástima, pues arrancadas del todo la mayor parte de raíces para cumplir con las contribuciones de hoy, quedan sin sangre para poder satisfacer las de mañana”.

Dejemos así reseñados los factores más importantes de índole estructural y aquellos datos de coyuntura que saturaron el am-biente político de comienzos de la penúltima década del siglo XVIII y desencadenaron la rebelión comunera de Santander y Boyacá. Colocado este trascendental movimiento dentro de su marco económico-social e histórico acaso tome perfiles que no pueden verse a la luz de los enfoques tradicionales.

Pero pasemos a tratar el desenvolvimiento y las etapas del movimiento mismo.

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II

DE LOS “MAGNATES DE LA PLAZUELA” AL TRIUNFO DE PUENTE REAL

Nos hallamos en enero de 1781. El día 19 el Regente-Visitador da orden al Corregidor de la Provincia de Tunja de publicar por edicto “El Arancel para el cobro del derecho de la Armada de Barlovento”, junto con el auto resolutorio de 6 de diciembre del año pasado, a más de insertar allí mismo las cédulas reales (de 2/5/1635 y de 4/9/1637) por las cuales se legisló a este respecto. El edicto debía ser dado a conocer en el distrito de la ciudad de Tunja y en las villas de Leiva, San Gil y El Socorro, en los partidos de Sogamoso y Duitama y en las parroquias de Málaga, Molagavita, Valle de Enciso, Capitanejo, Valle de la Miel, Macaravita y el pueblo de Tequia. El 15 de febrero ya había sido obedecida la orden por parte del Cabildo de Tunja y se sacaron cuatro copias autenticadas para los cabildos de las villas de Leiva, San Gil y El Socorro, y para el Corregidor de los partidos de Sogamoso y Duitama. A mediados de marzo dispuso el Cabildo del Socorro, obedeciendo los mandatos del Regente-Visitador y del Corregidor y Justicia Mayor de la Providencia de Tunja, colocar en uno de los lados de la puerta de la Recaudación de Alcabalas, ubicada junto a la residencia del Alcalde ordinario de primera nominación, José Ignacio de Angulo y Olarte, el edicto con el Auto Resolutivo y el Arancel.

Es el momento de complementar algunas de las tesis que ya se habían expuesto en relación con El Socorro y la zona de Santander, con el objeto de mostrar, a más de los rasgos econó-micos y sociales, las actitudes de las gentes de la región.

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La opinión de Pedro Fermín de Vargas acerca del tipo de propiedad agraria existente la expresa en sus “Pensamientos polí-ticos”. Indica que: “ha sido milenaria experiencia que los pueblos, plantados en territorios difíciles e impropicios para labores de cultivo, progresen no sólo en la agricultura y ganadería sino también en la industria; y que, en cambio, tierras fértiles y ubérrimas sirven para el afianzamiento de la gran propiedad y de clases ociosas y decadentes”. De la misma opinión en este punto concreto fue el religioso Finestrad. El Socorro, dice, “es una de las villas más abundantes e industriosas, sin embargo de ser su campo ingrato, estéril; pero la aplicación en beneficio le hacen abundante y fecundo”. Naturalmente que se requiere una evaluación más precisa de otros factores (como la índole de las comunidades indígenas que habitaban la zona; o el carácter de la inmigración española plebeya, con fuertes sentimientos democráticos y autonomistas, como correspondía al pequeño campesino, muy numeroso , de la Edad Media ibérica), pero lo que sí es un hecho evidente es que la estructura económica de la gran propiedad feudal determina una bajísima tasa de inversión, lo cual la inclina a instalarse en terrenos fértiles.

Finestrad nos presenta el panorama de un pueblo dinámico y en crecimiento. “Es notoria la multiplicación todos los años. Se calculan anualmente 800 los nacidos, 300 los muertos y como unos 200 los casa-mientos, según el informe verídico que me dio el cura de dicha villa. Por noticias más exactas que tengo de aquel Cabildo, no intervino emigración de pobladores que viniesen de otro clima, ni de otra provincia para establecerse en esa villa.”

Este otro documento sirve para apreciar el carácter y el sis-tema de valores de esta pequeña burguesía, importante factor de la formación del Movimiento de los Comuneros y especialmente, en el papel que tuvieron gentes ligadas o extraídas de este sector

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social como líderes de la revuelta. “Debe sin duda ese pueblo a su naturaleza activa y frugal, elementos genitores de excelentes cualidades, su carácter digno, en el cual resalta la independencia individual, signo de energía y baluarte bastante eficaz contra las agresiones personales o gubernamentales; y bien puede atribuirse a su peregrinante existencia, lo mismo que al frecuente examen de los fenómenos económicos del cambio y a la cultura que trae consigo el ejercicio del comercio, su espíritu práctico, sus tendencias cosmopolitas, su decisión por el sistema republicano, su entusiasmo por las mejoras materiales, su convencimiento respecto de la conveniencia de los Gobiernos modestos y respetuosos por la ley, de la supresión de los monopolios y de todo aquello que tienda a facilitar el vuelo del espíritu humano en sus múltiples manifestaciones.” “Fueron llamados los socorranos… los catalanes de la Nueva Granada, honor merecido a su vigor en el trabajo; convertido aquel en energía política, bien puede denominarseles los aragoneses colombianos, no menos briosos que Lanuza en la defensa de los fueros populares.” 1

El día del mercado, viernes, 16 de marzo, dos mil personas se sublevaron, encabezadas por el tejedor de mantas José Delgadillo, con un tambor en la primera fila, los carniceros de la villa Ignacio Ardila, el zarco, Roque Cristancho, Pablo Ardila, el cojo, y Miguel Uribe, a quienes se les daba el apodo, muy significativo, de los “Magnates de la Plazuela”. Junto con ellos, quien después ocupó un papel muy destacado en la segunda insurrección de los Comuneros dirigida por José Antonio Galán, e Isidro Molina. Estos individuos personifican la masa de artesanos, de pequeños comer-ciantes y de trabajadores golpeados por las rígidas medidas tribu-tarias de Gutiérrez de Piñeres, individuos que además se conocían como agitadores y bochinchosos.

1 Boletín de Historia y Antigüedades de la Academia Colombiana de Historia, Bogotá, No. 59, pp. 659 ss.

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Así por ejemplo, el negocio de Ignacio Ardila y sus hermanos, de Roque Cristancho y Miguel Uribe –testificó el alcalde Angulo y Olarte- consistía en comprar el ganado que entraba a la villa. Y añade que “con el motivo de ser allí escasa la carne y depender de ellos la venta, tienen a todas las gentes plebeyas subordinadas”.

La importancia de los Ardila la dio a conocer la “Defensa” de Salvador Plata. Su papel en la organización del movimiento fue des-tacado. Además, se llega al impresión de que el jefe máximo de la primera insurrección de los comunes, Juan Francisco Berbeo, tenía íntimos lazos con ellos, y no debe excluirse la posibilidad de que conjuntamente hubieran planeado el pronunciamiento de aquel memorable viernes, así como de que la consigna del momento (muy bien elaborada y adecuada tácticamente) hubiera procedido del propio Berbeo. Los lazos de Berbeo fueron muy estrechos con esta pequeña burguesía que encabezaba el descontento. De la “Defensa” de don Salvador Plata reproducimos este texto reve-lador. “El, Berbeo, nombra por su Secretario a Joseph Ignacio Ardila, su sobrino carnal del Escribano, y por su Cabo a Ignacio Ardila y Olarte, primo hermano del Escribano. El Berbeo, nombró por Capitán de Volantes a Isidro Molina, pariente del Escribano, quien asistía en su casa (la de Berbeo) y comía a su mesa. ¿No se infiere, pues, que la elección de Capitanes y toda esta tramoya de sublevación, se hizo de acuerdo entre Berbeo y los Ardilas?". 2

2 S. Plata, Defensa, numeral 214. AHNC, loc. cit., VI. “…toda la gente de la plebe estaba contaminada de rebelión” (f. 241), acaudillada por “los de la Plazuela”. Los denominados Magnates de la Plazuela aparecen alborotando la turbamulta también en los folios 122 s. Plata sostiene en su “Declaración” que en casa de Berbeo se acopiaban los fondos monetarios necesarios para la sublevación (AHNC, loc. cit., t. XVIII f. 503).

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El grito de protesta expresa muy bien el carácter inicial de las reivindicaciones, y es la primera manifestación ideológica de la ple-be socorrana: ¡Viva nuestro Rey de España, pero no admitimos el nuevo impuesto de Barlovento!” Reacción que alberga objetivos amplios, que además no se reduce al mero problema planteado por el edicto recién puesto en la puerta de la Recaudación de Rentas. En el citado grito, a pesar de la admisión de la preeminencia del Rey de España, se desconocía la potestad del gobierno colonial al negarse a admitir el llamado “nuevo impuesto”.

Este desconocimiento se hace aún más patente con el acto de Manuela Beltrán. La multitud se dirigió a la casa del Alcalde ordina-rio, el señor Angulo y Olarte, quien además era Recaudador del nuevo derecho. El Alcalde Ordinario, trató de sosegar los ánimos con palabras conciliadoras y vagas promesas, lo que infundió a la gente una indignación aún mayor: le increparon duramente y jura-ban a gritos morir antes que aceptar otro impuesto. En ese instante Manuela Beltrán arrancó airadamente el Edicto con el Arancel y los rompió; la plebe la acompaño con su algarabía y luego se dedicó a recorrer las calles con dos gritos que parecen haber salido directa y espontáneamente del curso que iban tomando los aconteci-mientos: “¡Muera el Regente!” y “¡Muera el Fiscal Moreno!”. En ellos puede distinguirse dos elementos nuevos:

1) un mayor grado de radicalización, puesto que ya se plantea el remplazo de la autoridad –en este caso el Regente-Visitador- y no su mero desconocimiento.

2) Una ampliación de los móviles de la lucha, por cuanto la alusión al Fiscal señor Moreno y Escandón implicaba la cuestión de tierras, lo cual rebasa el nivel de la reivindicación por los tributos. En lo referente a Manuela Beltrán, el comentario del general Fran-cisco de Miranda relacionado con los sucesos del viernes 16 de

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marzo deja traslucir que esta mujer obró no por mera irascibilidad o llevada por los acontecimientos; ella tenía justos motivos para estar resentida ya que, de los primeros, sufrió el impacto del Edicto del Arancel. “La viejecilla –dice el general Miranda- de que aquí se habla… comenzó porque… le hicieron los guardas de alcabalas derramar un poco de arroz que había comprado con un ovillo de hilo, del cual pretendían aquellos no había pagado la alcabala”.3

3 AHNC, -loc. cit., t. VI. “…y solo conoció a Manuela Beltrán que rompió el Edicto” (f. 241). F. de Miranda, Archivo / Negociaciones, t. XV, Caracas, 1938, p. 28. El general Miranda se basó en las informaciones suministradas por el Protector de Indios de Santafé, Manuel Silvestre Martínez. El “Dictamen sobre las Capitulaciones” (2 de julio de 1781 ) de Gutiérrez de Piñeres sostiene que “la referida asociación criminal se formó” en las villas del Socorro y San Gil. Acerca de las consignas señala que su “sola enunciativa incluye el delito más atroz que los vasallos puedan cometer contra su legítimo Monarca, pues confiesa una asociación criminal y armada para usurpar los derechos sagrados de la soberanía”. Puede concluirse, con el citado funcionario, que la plebe santandereana se alzó en abierta y franca rebelión para desconocer los cimientos mismos de autoridad legítima. Ahora bien, conviene decir que en ese preciso punto –el de que el alzamiento comunero implicó el desconocimiento de los supuestos mismos del gobierno virreinal- los diversos sectores de la administración (tanto los “halcones” como las “palomas”) coincidían perfectamente. Veremos luego que sus discrepancias vuelven a surgir respecto a la táctica más adecuada después de la firma de las Capitulaciones –personificadas las discrepancias en Gutiérrez de Piñeres y Flórez.

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El ambiente general para la asonada del 16 de marzo de 1781 en la villa del Socorro –fecha que puede señalarse como la del comienzo del levantamiento comunero- fue ayudado a formar por una serie de motines y protestas ocurridos en el año anterior en varias poblaciones santandereanas. Sin llegar a compartir las erró-neas y exageradas tesis de José Fulgencio Gutiérrez, 4 en el sentido de subestimar la importancia del 16 de marzo en el Socorro para fijar la fecha y lugar del inicio de la revuelta en el mes de octubre de 1780 en Mogotes, no debe tampoco suprimírseles irradiación a los sucesos a los cuales hace mención. Empero, Gutiérrez yerra en la cronología de estos motines de 1780, por cuanto el primero no fue el de Mogotes sino el de Simacota, el 22 de octubre. Estos dos tu-vieron como causa el problema del tabaco y no la Instrucción General de Gutiérrez de Piñeres. En Simacota ocurrió en esa fecha una reyerta entre “cinco defraudadores” y el guarda Joaquín Sepúl-veda e Ignacio Uribe. Los cinco citados sujetos, que al parecer co-merciaban en el contrabando de la hoja, habían sido afectados por la denuncia que Uribe hizo de la actividad ilícita de uno de ellos, quien “había ido a la Robada a traer tabaco para Chima”. El guarda y el soplón fueron fuertemente aporreados, según el informe de Ignacio Arriaga al Regente-Visitador (8 de noviembre de 1780).

4 J. F. Gutiérrez, Galán y los Comuneros, Bucaramanga, 1939, cap. XIII. En esta obra se hacen reparos serios al escrito de Germán Arciniegas sobre los Comuneros: empero, la de Gutiérrez adolece también de defectos de enfoque, documentación y presentación técnica, aun cuando es un trabajo de cierta calidad.

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El 29 de octubre de 1780 –diez y siete días después de la expedición en Santafé de la Instrucción general de Gutiérrez de Piñeres, pero cuando ésta no podía ser conocida porque el despa-cho al Corregidor de Tunja sólo fue librado casi tres meses más tarde –dos vasallos fueron ultrajados por guardas de rentas, con la connivencia del propio Alcalde. Los guardas habían ido -cuatro- a confirmar la existencia de la venta pública de tabaco de contraban-do. Custodio Arenales y José Ignacio Gualdrón reunieron “como 400 a 500 hombres, todos armados”, según afirma Ignacio de Ardila, funcio-nario virreinal en comunicación al Regente-Visitador, fechada el 8 de noviembre de 1780.

En cambio, el motín de Charalá, encabezado por Pedro Nieto, poseyó otro carácter, aunque no debe destacarse su contribución al clima del cual hablamos. Documentos fehacientes que reposan en el Archivo Nacional comprueban que Nieto trató de levantar el vecindario para encubrir el déficit en que había incurrido como Juez de Fabrica para la construcción de la iglesia de la localidad. El Vica-rio General del Arzobispado fue quien puso al descubierto la irregularidad.5 Así, pues aun cuando la chispa que originó el levantamiento de los Comuneros tuvo una índole inmediatamente fiscal, el ambiente político-social que lo precedió en toda la región, el caldo de cultivo del descontento, se refirió a una problemática más extensa.

Pero avancemos de nuevo hasta marzo de 1781. Las protestas del Socorro se reprodujeron muy rápidamente en toda la región. En el pueblo de Santa Bárbara de Simacota se organizó una asonada contra el Administrador de la renta de tabaco, Diego Berenguer, y

5 H. Rodríguez Plata, op. Cit., pp. 46ss.

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sus guardas. Alrededor de mil quinientas personas coreaban los si-guientes gritos: “¡Viva el Rey y su Corona y mueran sus órdenes y los ladrones que están aquí!” Hallamos acá los mismos elementos Ideológicos de las protestas del Socorro, aunque referidos a la lucha contra el monopolio del tabaco. Luego de varias vueltas a la plaza fue atacada la casa en donde se encontraban los funcionarios seña-lados por el pueblo, a los gritos de “¡mueran!”, “¡perros”, “¡ladrones!”. Se lanzaron algunas piedras, de la casa respondieron con siete disparos, lo que causó varios heridos; pero se contratacó con más piedras. Aquí ya se presentan los primeros elementos de acción violenta contra las autoridades coloniales, rasgo éste que fue inherente a la insurrección de los Comuneros. La ardentía cedió luego un tanto, sobre todo con motivo de una procesión que se efectuaba en honor de la Virgen. El Alcalde, ayudado por treinta vecinos, logró sacar del poblado al señor Berenguer y los guardas, quienes se dirigieron el día 18 a la ciudad del Socorro.

El grupo del Socorro –los Ardilas, Berbeo, etc.- envió a dos de los suyos a la vecina población de San Gil a alborotar la plebe. “Molina (Isidro) –reveló Salvador Plata- dice que Berbeo lo mandó con Tavera (Ignacio) a levantar a San Gil”.6 Los motines comenzaron

6 S. Plata, loc. cit., numeral 235. Los diversos emisarios de los Comuneros del Socorro crearon o facilitaron la creación de un ambiente de revuelta. En el tomo IV del Fondo “Los Comuneros” del AHNC (“Cuadernos de cartas reservadas”), denotan las respuestas lo siguiente:

a) Berbeo aparece como el jefe indiscutido del movimiento (de Curití respondieron al “Señor Comandante General Don Juan Francisco Berbeo” [el 20 de junio] así: “Muy señor mío, aunque en verdad, que así yo, como los demás vecinos de la parroquia, debíamos en personales a ponernos a sus pies en acción de

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el 24, día del mercado. A las once de la mañana aproximadamente fue-ron destrozados el Edicto y el Arancel. La gente se quejaba de que a más de la prohibición de las siembras de tabaco y de su comercio, que los había arruinado, ahora les fueran dados pechos al algodón y las hilazas. Quemó tabaco, irrespetó a la autoridad, y como lo señala don Salvador Plata se amplió aún más el radio de las reivindicaciones populares: “San Gil se sublevó primero que El Socorro contra las Rea-les administraciones de Alcabalas, Tabaco, Aguardiente y Naipes.”.7

agradecidos al beneficio que de su protección recibimos en la libertad de Pechos…” [f. 38]; y

b) la existencia del ánimo “de seguir para Santafé, le aviso para su gobierno [en este caso se dirigen Salvador Plata – F. P.] que todo este común estamos pronto a acompañarlo y defenderlo hasta rendir la vida, avisándonos a la hora que sea menester para yo prevenir a mis soldados… (loc. cic.). El 8 de mayo comunican de Pamplona a los “Señores Capitanes Generales de la villa de Nuestra Señora del Socorro” que “habiendo recibido la muy apreciable de Uds… el verdadero amor de hermanos me hace prorrumpir en ecos loables… por saber en todo somos participantes, como asidos por una misma cadena… No sólo he juntado para que siga a la ciudad de Santafé a 25 hombres que eran los pedidos por Uds., sino que le puse al frente de Suatá a 500 hombres armados… “ (p. 71).

7 S. Plata, loc. cit

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El 25 de marzo, a las ocho de la noche, en la viceparroquia de Pinchote, la multitud invadió el local de la Administración del estanco, sacó de allí el tabaco y al son de las campanas lo quemó en la plaza pública.

El 30 de marzo, de nuevo mercado, estalló otro motín en el Socorro. Ya por la mañana habían aparecido unos pasquines manuscritos, en prosa, cuyo nivel ideológico no rebasaba el que hasta ese momento había sido usual: los pasquines apenas insulta-ban a los funcionarios y a los guardas de las Reales Rentas. Como a las doce del día se reunieron en la plaza –llamada de Chiquinquirá- gentes de la localidad y de Simacota, Chima, la Robada y otros pueblos, armados en su mayoría con “hondas y mochilas de piedras, bordones, garrotes, sables, espadas, chafarotes, machete y bocas de fuego” en un número que se ha calculado en cuatro mil. En seguida sacaron una carga de tabaco y comenzaron a comerciar con ella; el sobrante fue puesto en un costal y Juan Agustín Serrano, con un amenazante puñal en la mano, encabezó un desfile a los gritos de “Viva el Tabaco”; los tumultuarios se desparramaron por la villa coreando vivas al tabaco de a cuartillo y mueras a los guardas.

Uno de los hechos más singulares del día fue el forcejeo entre el pueblo y los factores de poder, con miras absolutamente contra-puestas. Cuando el tumulto estaba en la plaza mayor en donde se hallaba la Administración de la renta, el maestro Joaquín de Arrojo, cura incongruo, ordenó tocar a plegaria y salió a pasearse con el Santísimo Sacramento. Apenas se hubo topado con la multitud, Joaquín de Arrojo comenzó a lanzar vivas a Dios, al Rey y a la paz, y a exhortar a que cesara el desorden. La gente poco coreó sus exclamaciones y luego le siguió hasta el recinto de la iglesia en donde predicó en favor de la normalidad. Empero, una mujer

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mulata, según la muy explicable calificación de Berenguer: “tan despreciable que no hay términos con que calificarla”, adoptó la actitud de neutralizar la labor del cura. En voz alta comenzó a increpar: “¿Hay quien defienda las Armas del Rey?”, “¿Hay quien se ponga a la defensa de la Renta de Tabaco?”, “¿Hay quien defienda este estanco?”, La multitud iba respondiendo con un “¡No!” cada vez más rotundo. La mujer, seguramente sintiéndose respaldada por el auditorio, lanzó una pedrada contra las Armas Reales. Una lluvia de proyectiles, y luego los puntapiés de la plebe, destrozaron los símbolos del poder colonial. La mujer se llamaba la vieja Magdalena. De no demostrar-se –como aún no se ha logrado- la afirmación del historiador Brice-ño de que Lorenzo Alcantuz arrancó, piso y rompió las Armadas Reales en el motín de Simacota, la feliz actuación de la vieja Magdalena comprobadamente habría hecho adelantar de modo muy señalado el crecimiento de la conciencia del pueblo santande-reano en este año de 1781. El cura quedó desde ese momento relegado. Trató de convencer a la enardecida turba, la amenazó con la excomunión de no poner término a los excesos. Nada valió. El tabaco fue quemado, el mostrador de la Tercera fue destrozado lo mismo que algunos de sus enseres. El sacerdote dominico fray Buenaventura de Cárdenas de rodillas trató de disuadir de tan exacerbada conducta a los amotinados; otra mulata bien por el contrario reviró con amenazas de golpearlo y si no llevó a cabo sus propósitos fue por la rápida acción de uno de los integrantes del grupo. El cura, señor de Arrojo, volvió a sus pláticas, esta vez con un tono moderado; la gente dijo acceder a sus peticiones si los presos por tabaco eran liberados. La presión obligó al alcalde Angulo a ceder a este requerimiento.

Como entre las nueve y las diez de la noche hubo más mani-festaciones; esta vez se exigía la libertad inmediata de José Velan-

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dia, quien se hallaba preso. El alcalde Angulo manifestó que se re-sistía a entregar al mencionado sujeto. Salvador de Lamos, jefe del tumulto, ordenó arremeter contra la cárcel y todo el que preten-diera oponerse. El cura señor de Arrojo tocó nuevamente a plegaria y expuso para la adoración de los fieles el Santísimo Sacramento una vez más. El pueblo no se intimidó en esta ocasión, sino que, por el contrario, apedreó al señor de Arrojo y a sus acompañantes y les gritó: “¡Mueran que Dios perdona!” El Regente-Visitador dijo lo sigui-ente en referencia a los sucesos de que tratamos: “…insolencia que indica una especie de subversión del vasallaje y de la subordinación a la soberanía” 8 Entre los participantes del motín

8 S. Plata, loc. cit., numeral 92. El testimonio del cura de la parroquia del Páramo, Fernando Fernández de Saavedra, es clarificador respecto de los sucesos del Socorro: “La época fatal de estos desatinos fue el día diez y seis de marzo en la referida villa del Socorro. Y está tan obstinada en reducir a su partido a los lugares, que por edictos públicos los ha amenazado con la pena de abrasarlos y de acabar con las vidas, en caso de no observar sus pensamientos y de no declararse con entusiasmo bajo su comando. Este temor ha humillado las cervices de las parroquias más sosegadas como lo ha sido entre ellas esta mía, la que se mantuvo inflexible a fuerza de mis exhortaciones, hasta que el día veinte, en el que virubus et posse, los alistaron a estos vecinos dos capitanes nombrados por los levantados del Socorro, llamando el uno don Antonio de Uribe y el otro Fermín de Ardila”. (Carta del Arzobispo de Santafé a José de Gálvez, 20 de junio de 1781, Archivo de Indias, Testimonio No. 9 - 117-2-1) Este documento indica:

a) Que la plebe socarrona efectuó labores de agitación y propaganda por toda la región.

b) Que se colocó como cabeza del movimiento subversivo.

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del 30 de marzo figuraron Salvador de Lamos, Ignacio Ardila, Roque Cristancho, Pedro Campos, Miguel de Uribe y José Delgadillo. Va-rios, pues, de los elementos que se reunían en casa de Berbeo.

Un día después ocurrió otro tumulto en Simacota: asalto y saqueo de las administraciones de tabaco y aguardiente, asalto y saqueó de la casa de Fulgencio Vargas, a quien despojaron las gen-tes de doce cargas de tabaco, quema pública de la hoja y orden de venta a bajo precio de los sobrantes en toda la región.

El primero de abril hubo motín en el pueblo de Confines. Pese a las exhortaciones del cura párroco, la multitud después de varios in-tentos asaltó el estanquillo de tabaco y quemó todo el género que encontró en plena plaza.

El mismo día en Barichara, el vecindario hizo lo mismo a los gritos de “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!”.

También el mismo día ocurrió otro tumulto en Chima con asalto de los estancos de aguardiente y tabaco. Lo peculiar de esta movilización fue el carácter violento que tuvo, ya que hubo diez y

c) Que, pese a las “exhortaciones” del religioso la gente no hizo caso y se enroló en la revuelta. Al Virrey le fue comunicado desde Santafé, el 15 de abril lo siguiente: “Con motivo de los insultos ocasionados en las villas del Socorro, San Gil, y algunas otras por sus habitantes contra las Reales Rentas, y sus ministros, llegando a tanto extremo sus desórdenes que profanaron el Santo Templo, y hasta lo más horroroso herir al sacerdote que en procesión había sacado a Dios Sacramentado, para por este medio reducirlos a la obediencia, y paz” (AHNC, loc. cit., t. II f. 171). El documento deja traducir además la indignación del señor Regente-Visitador para con “semejantes maldades” contra la iglesia y la Monarquía. Este dato nos servirá para apreciar el exacto papel que desempeño en el Movimiento de los Comuneros la cuestión religiosa.

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seis heridos como resultado de la refriega con los estanqueros.

Al día siguiente en el pueblo de Ciba, como a las once de la mañana, comenzaron las protestas. Después de asaltar el estánqui-llo de tabaco, de poner en fuga a los guardas, de que el Alcalde temeroso se ocultara, fueron liberados los presos.

El martes 3 de abril el pueblo de San José de La Robada fue escenario de las constantes actividades insurreccionales. Vecinos de Simacota se apoderaron del tabaco de la Subfactoría en cantidad aproximada de cuarenta cargas, y la llevaron para ser vendida a bajo precio al Socorro y San Gil y otros pueblos cercanos.

El día 6 de nuevo hubo en Simacota franco desconocimiento de la autoridad. Los pesos y medidas, junto con los papeles y cuen-tas de la Administración de Alcabalas, fueron destrozados o quema-dos.

Noticias de algunos de estos acontecimientos debió tener el señor Gutiérrez de Piñeres, lo que se refleja claramente en la políti-ca contradictoria con trazos de habilidosa que pretendió llevar a cabo, quizás para apagar lo que amenazaban ser las primeras chis-pas de un grande incendio.

El 2 de abril dispuso que el algodón y las hilazas no pagaran impuesto de Barlovento “porque la principal industria con que se sostienen [los pobres] es la de reducir algodón a hilo, como porque éste se reputa regularmente como moneda en tratos y cambios, y sirve de equivalente para adquirir lo demás que los mismos pobres necesitan para sostenerse”. El pecho fue levantado en las ciudades de Muzo, Vélez, y Tunja, las villas de Leiva, San Gil y El Socorro y la provincia de los Llanos de Casanare. Primera concesión de importancia que se veía obligado a hacer el gobierno colonial ante la presión.

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Pero la concesión era aparente, una especie de operación táctica. El gobierno no se encontraba en buena posición en virtud del grave conflicto exterior que afrontaba. Tenía, de consiguiente, que valerse de medidas conciliatorias para evitar peores eventua-lidades.

El Real Acuerdo de Justicia dispuso el 3 de abril que el Regente -Visitador librase orden al Corregidor y Justicia Mayor de la provin-cia de Tunja para que en persona diera a conocer en las villas del Socorro y San Gil la dispensa del derecho de alcabala para el algo-dón y las hilazas. Con todo, lo principal de su misión habría de con-sistir en indagar con toda cautela y sigilo el origen de los disturbios, sus autores y otros pormenores.

Gutiérrez de Piñeres había puesto su vela a Dios; ahora ponía la otra al Diablo: el 6 de abril expidió la Instrucción para el cobro del gracioso donativo, establecido por la real cédula de 17 de agosto de 1780, que gravaba a los indios en un peso y a los españoles y nobles en dos.

El lunes 9 de abril el Real Acuerdo de Justicia convino en orde-nar al Corregidor de Tunja, sabedor ya aquél de los sucesos del So-corro el 30 de marzo, que tomara las medidas que juzgase conve-niente para contener la plebe insolentada; junto con la orden el Real Acuerdo declaró enviarle pólvora y armas.

Ese mismo día el Real Acuerdo autorizó el Regente-Visitador para designar uno de los Ministros de la Real Audiencia como jefe encargado de restablecer el orden en la región alzada. Fue nom-brado oidor y alcalde de corte José Osorio, quien aceptó. Para el mando militar de la expedición que debía partir a Santafé el Regen-te-Visitador designo al Capitán de Granaderos del Regimiento Fijo

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de Cartagena y de la Guardia de los Alabarderos del Virrey, Joaquín de la Barrera, quien dio su asentimiento el día 10.

La fuerza militar que en ese momento había en la capital era ciertamente muy reducida y de ningún modo apropiada como des-pués hubo de demostrarse en el encuentro de Puente Real, para la ingente empresa de someter los ánimos soliviantados de las gentes. En Santafé no hubo otra tropa que la guardia de presidentes de la Audiencia y virreyes. La de los virreyes estaba compuesta por dos compañías la de caballería y la de alabarderos, que servían también de fusileros, con cincuenta hombres cada una de ellas. Flórez llevó consigo la primera de las citadas compañías a la ciudad de Carta-gena, de tal modo que el Regente-Visitador sólo tuvo a su dispo-sición los cincuenta hombres restantes de la otra compañía.

Otro de los factores que debió hacer reflexionar al Real Acuer-do y al Regente-Visitador sobre la conveniencia de restablecer cuanto antes la normalidad en la región señalada fue el de la agita-ción que podía observarse ya en la propia capital del Virreinato. El día 7 de abril fue hallado en el puente de San Francisco fijado sobre un poste el famoso pasquín de que trataremos más adelante y que sirvió como catalizador ideológico de las actitudes, ideas o precon-ceptos un tanto dispersos de los amotinados del Socorro y demás lugares. En él se atacaba al Regente-Visitador, se atizaba el descon-tento, se describían una serie de problemas económicos y políticos, se incitaba al desconocimiento de la autoridad colonial. Este pas-quín revela una actitud mucho más consciente y una comprensión global de la situación.

En otros pasquines se consignaron estos planteamientos:

¿Santafé es: tanto aguantar?

No en balde os llaman patojos,

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pues, pulgas, niguas y piojos

no os dejan levantar.

Estas líneas expresan una rebeldía económica y tienen por objeto no dar soluciones o proponer metas, sino hacer caer en cuenta a la gente de su miserable situación. El contenido no es tampoco el de la promesa; describe, para exacerbar.

Otro pasquín en cambio, posee un sentido prospectivo:

¡Las indias volarán

el Regente morirá! y

¡El incendio proseguirá!

Tales frases implican serias advertencias a Gutiérrez de Piñe-res. Las amenazas al Regente están acompañadas por dos más de alcance muy amplio, veladas, un tanto, es cierto, pero que no dejan lugar a dudas sobre su significación si las compramos con los versos de la “Cédula del Pueblo” como fue llamado el otro largo pasquín procedente de Santafé. Las dos amenazas son: una, la de continuar la movilización; y la otra, la de independencia de las Indias. Pero volvamos al Socorro.

El lunes 16 de abril estalló un nuevo motín allí contra las ren-tas reales. Por sus repercusiones políticas e ideológicas bien puede calificársele como un momento decisivo del desarrollo de los suce-sos. El 16 de abril se plasmaron, al calor de las ideas procedentes de Santafé, que interpretaban muy bien las de los pueblos comar-canos, y al calor de las movilizaciones de las masas, los objetivos básicos de la insurrección y creose el ambiente favorable para que un día después el 17, el pueblo se decidiera a defender sus anhelos y el día 18 se definiera la organización política y militar del

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levantamiento a través de una organización centralizada. Veamos el desenvolvimiento de los importantes acontecimientos.

A la una de la tarde se amotinaron los vecinos del Socorro, San Gil y otras poblaciones, en un número calculado mayor al visto en cualquier otro tumulto –más de dos mil personas. Iban armados con hondas y mochilas de piedra, borbones, lanzas, chafarotes, espadas y bocas de fuego. En la Administración de Tabaco se reunieron el Alcalde, Angulo y Olarte, el Administrador, Diego Berenguer, el Guarda Mayor Visitador, Ignacio de Arriaga, Salvador Plata y los guardas de la renta. Los tumultuarios enviaron de manera casi oficial un mensaje en el cual se pedía al Administrador y a los guardas que dejaran lo más rápido posible la villa. Seguida-mente alrededor de setecientas personas ocuparon la plaza prin-cipal y pidieron se les entregara un tercio de tabaco. Prometieron que nada más solicitarían. Luego lo quemaron y destruyeron al mismo tiempo las balanzas, romanas, pesos y medidas. La gente que aún no había entrado en la plaza hizo su irrupción y con piedras o machetazos quiso echar abajo la puerta, exigiendo al unísono la entrega de todo el tabaco depositado en el local de la Adminis-tración. El estado de ánimo había subido. Lanzaron a la plaza nuevas cargas y un tercio, parte de lo cual fue tomada por la turbamulta y otra parte quemada airadamente, junto con algunas docenas de barajas. Acto seguido se dirigieron a la Administración de alcabalas y de aguardiente, que era la misma casa de Angulo y Olarte, sacaron las guías y las tornaguías de las oficinas, con el sello de los lienzos, destrozándolos y quemándolo todo. Derramaron el aguardiente y le intimaron no cobrar más de un real y un cuartillo por los derechos de los encarcelados. De nuevo tornaron a exigir el abandono de la villa por el Administrador y los guardas, so pena de ser ejecutados.

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En esta ocasión, se conoció un pasquín, largo y en verso, procedente de la capital, el cual fue acogido con gran entusiasmo y júbilo por el pueblo. Varios nombres recibió y en todos ellos se consigna la aceptación que tuvo: Nuestra Cédula, El Superior Despacho, La Santísima Gaceta y otros. Rodríguez Plata señala con inexactitud que el papelón fue leído en 30 de marzo. 9 Quien lo envió de Santafé a la región fue José de Alba con un individuo de apellido Girón y llegó a Simacota, lugar que no sólo era uno de los centros de la revuelta sino el destino de la correspondencia secreta de Santafé. Allí se sacaron muchas copias, y una de ellas la remitió Juan Bernardo Plata de Acevedo al Socorro al escribano Mateo Ardila. Otras copias cayeron en poder de Isidro Molina y de otro elemento de plebe de apellido Martínez, apodado el tosco, Molina al son de un tambor leía en plena plaza el mencionado pasquín; igual hicieron Juan Agustín Serrano y otros del tumulto.

¿Quién fue el autor del tal pasquín y por qué fue distribuido en la forma como se hizo? Indudablemente los que intervinieron en todo este asunto en Santafé eran gentes con un sagaz sentido polí-tico. Los versos en cuestión tocaban putos centrales agitados por el pueblo y formulaban otras reivindicaciones contra el régimen colonial, que incidían también sobre la economía de la Sabana de Bogotá. Algunos historiadores han formulado la hipótesis de que Jorge Miguel Lozano de Peralta, Marqués de San Jorge, es o el autor o el inspirador de la Cédula del Pueblo. Digámoslo de una vez: todo está encaminado en la argumentación del aludido papelón a disponer las baterías contra el régimen colonial.

A más de que si estos dominios tienen

sus propios dueños, señores naturales,

9 H. Rodríguez Plata, op. cit., p. 58.

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¿Por qué razón a gobernarnos vienen

de otras regiones malditos nacionales?

Al comienzo del escrito, en unos versos alusivos a otro tópico, van intercalando estos dos versos que se ajustan perfectamente a los ya citados:

¿Pero cómo, si no eres propietario,

así intentas del país su destrucción?

Estos conceptos traducen una idea de independencia; tienen el carácter de una afirmación de nacionalidad. Ellas implican que la relación colonial no es algo natural o lógico. Tan no es algo lógico y natural que, según el autor, otros pueblos la desconocen. Lo propio y adecuado es que los nacionales se gobiernen a sí mismos y no que, como a salvajes, gentes de otro país pretendan hacer suyos un pueblo y un territorio. Y añade: por el continente se está exten-diendo una ola de descontento.

Con que ánimo, que gente en contra nuestra,

que no hay por Dios me atrevo a asegurarlo,

pues Quito, Popayán y su palestra

a Tupacmaro gritaron por amarlo

por no tener acaso en esta diestra

alguno a quien poder patrocinarlo.

¿Conque si nosotros no amamos la opresión,

quien contendrá nuestra resolución?

Unos versos más adelante se destaca en términos más netos esta situación:

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Sólo nosotros estamos de pendejos.

en las Indias las vainas aguantando,

pues a Méjico y Lima por espejos

tenemos de que ya vanse levantando

la voz de su dolor y sus aquejos,

conque ya de sus llagas van sanando

y así, por Dios, librémonos de ultrajes

y dejemos el don de ser salvajes.

El pasquín no vacila en situar las causas de la infelicidad del Reino en esta relación colonial. De acuerdo con el carácter y la orientación del escrito, todos los males provienen de que el país está regido por un gobierno que no es “disciplinado”:

Y para vivir desarreglados,

gobiernos hay también disciplinados.

¿El remedio? La unidad, y el cambio de mando en el estado. Dentro del estilo peculiar de su texto, estos versos lo afirman con resolución de neto corte radical:

De estos nuestras desdichas provienen,

y así, para excusar fines fatales,

Unámonos, por Dios, si les parece,

y veamos el Reino a quien le pertenece.

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El mal gobierno es la causa de que los socorranos y los santafereños padezcan, de que los indios y los clérigos estén en mala situación, de que a nadie se le cumpla lo prometido. Aquí, allá, acullá aparecen dardos, piedras, fuegos contra el “pícaro Regente”, contra el fiscal Moreno y Escandón, “otro demonio que hay”, en fin contra el gobierno.

¿Qué se hizo con los estudios? Confundirlos,

¿Qué intentó con los frailes? Acabarlos,

¿Qué piensa con los clérigos? Destruirlos,

¿Qué con los monasterios? Destrozarlos.

Y prosigue con amargas descripciones:

¿Y que con los vasallos? El fundirlos,

ya que por si no puede degollarlos.

Las frases que siguen iban dirigidas especialmente al señor Moreno y Escandón y finalizan con una conseja que indudablemen-te no tiene más ocasión de conocerla sino quienes están mezclados con los altos círculos en donde salen a relucir los problemas de familia de los gobernantes y políticos. El que el señor Moreno y Escandón había conseguido la locura de su padre.

Pero no hay que admirar que esto le cuadre,

cuando gustoso enloqueció a su padre.

Pasa en seguida a tratar la cuestión indígena.

Bien se sabe que en amplias capas de aborígenes el prestigio de la Corona era inmenso, debido a algunas de sus medidas. Este prestigio se conservaba parcialmente en el siglo XVIII. La posición política de los aborígenes no era por esa época marcadamente

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anticolonial. La problemática colonial, que era la predominante en las capas medias de las aldeas, villas y ciudades, que era la única decisiva para los sectores inconformes de la aristocracia criolla (tipo Marqués de San Jorge, v. gr.), dentro de las masas indígenas gozaba apenas de una aceptación indirecta y parcializada. Un romance nos ha dejado consignadas las inquietudes básicas de la actitud indí-gena en donde aún no se había desarrollado la posición radical, que comienza a introducir el movimiento de 1781, para que el aborigen pudiera incorporarse más efectivamente a las luchas sociales decisi-vas de su tiempo. Estas fueron las inquietudes básicas a que aludí-amos:

Tira la cabra pal monte

y el monte tira pal cielo:

el cielo no sé pa onde

ni hay quien lo sepa ahora mesmo.

El rico le tira al pobre;

al indio que vale menos,

ricos y pobres le tiran

al partirlo medio a medio

Resta al indio querellante

como su mero consuelo

el de rey de España y las Indias,

¡pero el rey está tan lejos!

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Los versos que vamos a citar demuestran que ya se puede adivinar una diferenciación primera, la forma menos desarrollada de anticolonialismo –la de elementos virtualmente anticolonialis-tas-: culpar a los funcionarios públicos, dejando por fuera, intacta, la bondadosa y lejana presencia del Monarca. El odiado corregidor es el más señalado en este romance.

Presto le advierte el fiscal

que al alcalde vaya luego;

el alcalde lo transporta,

surcando valles y cerros,

para que al corregidor

él le confiese sus duelos.

El corregidor lo empunta

cargando de muchos pliegos

diciendo que el protector

es quien atiende sus ruegos;

y el protector lo dirige

al oidor santafereño,

oidor que no tiene orejas

y que acuerda sin acuerdo. 10

10 A. Pardo Tovar, La poesía popular colombiana y sus orígenes españoles, Bogotá 1966, p. 62.

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La cédula del pueblo ya había desenvuelto esos elementos, décadas atrás. Quienes arrastrar al indio, quién vacilante, aún no ha tomado partido. Pero el indio debe tomar partido ya que la relación colonial lo afecta; la desapropiación de los resguardos por razones fiscales es un ejemplo fehaciente de que el único que lo explotaba no era el criollo rico. Y el criollo rico que se supone inspiró o con-feccionó La cédula del pueblo quiera mostrárselo. Exagerárselo. Táctica de doblez, pero de doblez sin significación: los hechos la simplificaban.

Lo que hay de que tener mayor dolor

en estos hechos de tanta tiranía.

es mirar de los indios el rigor,

con que lleno de infame villanía,

a la socapa de ser su protector,

los destruye con cruel alevosía.

¿Qué agravios, que desaires, que deslices

podría hallar en aquellos infelices?

De nuevo los inculpados son el señor Moreno y Escandón y sus composiciones de las parcialidades aborígenes… siguen los versos:

Es verdad que ninguno pudo hallar,

sino sólo el de su ansia: hacer prejuicio,

atenido siempre ha de encontrar

quien patrocine su maldad y vicio.

Y si no, ¿Qué tesoro va a buscar?

¿Qué premio, que favor, que beneficio?

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En regalar cinco mil escudos,

porque los indios permanezcan desnudos?

¡Aquí infinito Dios de la piedad,

se queda el corazón yerto y pasmado

de ver donde alcanza su bondad,

al tener compasión de un obstinado!

¿No era digno el Regente y su maldad,

de estar en el abismo sepultado?

Sí, señor, pero finca sin esperanza

en saber que no entiendes de venganza.

¿A dónde está el amor y compasión,

que de los indios obliga y precipita

a establecer aquella pretensión

de que se trueque y anule la visita,

por la mala conducta y sin razón

con que a esta grey lo suyo se le quita?

Por lo demás es de notarse el tono paternalista que empleó el versificador de La cédula del pueblo en referencia a los indios, muy distinto del que hizo uso para la gente plebeya del Socorro. A la cual se dirigió por medio de exhortaciones directas 11

El autor del pasquín protestaba en términos vehementes por las cargas fiscales que eran la causa del desasosiego entre las pobla-ciones atrás referidas:

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Pretender socorrer el Erario

a costa de una injusta introducción,

que sin tener derecho hereditario,

logró el rigor, la envidia y ambición.

Lo célebre es que cuando estáis pidiendo

algún socorro para el Erario Real,

estáis a la callada disponiendo

otro nuevo método de hurtar.

El papelón brinda todo su respaldo a las movilizaciones del Socorro, villa que elogia entusiastamente. Y les da de antemano el apoyo de la capital. “La toma de Santafé” es la consigna implícita de esta parte del texto.

11 La cuestión religiosa no aparece en La cédula del pueblo, ya que lo que se planteaba era una lucha social y anticolonial desligada de implicaciones sobrenaturales. Bien puede afirmarse, entonces, que cuando las gentes de la plebe reaccionaban, como lo hemos visto, contra el uso que de la religión y la Iglesia hacían clérigos partidarios del statu quo, esa reacción no era el fruto de reflejos antirreligiosos –ni, mucho menos ateos-, sino la defensa espontánea de sus alegaciones socioeconómicas. Sin embargo, al propio tiempo, en el corazón de las masas latía una inconformidad para con este proceder de la clerecía que, por ejemplo, percibimos en el romance Mariquita la morena:

Los frailes a comer yerba,

los burros a predicar. (A. Pardo Tovar, op. cit., p. 63).

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Finalmente, oh Socorro primoroso,

en cuyo esmero, valor y bizarría

Que te aclama el invicto valeroso

por esta acción de tal cortesanía,

fincamos la esperanza de un reposo

que eternice tu fama y gallardía.

No cedas, por quien eres, de la empresa,

pues tienes quien guarde tu cabeza.

Si tu resuelves por pura caridad

a usar de los consejos referidos,

y marchas como digo a esta ciudad,

yo te juro que nos verás rendidos,

pues aunque por fuerza de lealtad

a tu frente nos halles prevenidos,

las armas blancas en ti no cortarán

y los fusiles mojados estarán 12

12 P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. I pp 121 a 130. Finestrad llama a La cédula del pueblo, con muy buen criterio, “el pasquín general”, queriendo indicar que allí quedaron consignadas las reivindicaciones básicas del Movimiento de los Comuneros, que hasta ese instante, podrían resumirse en una: “independencia”. Dice así el perspicaz clérigo: “¿Cómo ha de vivir el rey y morir el mal gobierno cuándo en el pasquín general se intenta destronizar a la real familia de Borbón del natural dominio y señorío?... Otros son los ocultos designios disfrazados por los amigos de la independencia”. Los Comuneros, “preocupados con

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En este mismo día (el 16 de abril) fue notable el entusiasmo que logró llevar a los ánimos la lectura de la cédula del pueblo. Catalizó y concretó las ideas dispersas en un cuerpo ideológico más o menos coherente, con una meta definida: la toma de la capital. Alrededor de esta meta, más que de ninguna otra, se fue organi-zando luego la actividad de los Comuneros. El Alcalde, Angulo y Olarte, en carta dirigida de Suaita al Regente-Visitador sintetizó algunos aspectos del papelón: “Lo que más alza y soberbia dio a la plebe fue un pasquín que mandaron de esa ciudad [Santafé], apoyando sus maldades, convidándolos para que fuesen a ésa donde los coadyuvarían con novecientos orejones: y que aunque viniese Campuzano con gente, no le temiesen; y que si al Común de Santafé lo precisaban a la defensa, no temiesen, que las bulas irían a las nubes, y las armas blancas no cortarían contra ellos”. 13

Los actos del 17 de abril en el Socorro son importantes ya que manifiestan la decisión de los comuneros de constituirse como movimiento organizado.

Se esparció la nueva de que el corregidor Campuzano haría su entrada a la villa para someterla de modo violento. La reacción del vecindario fue la de resistir con todos los medios a su alcance. Las gentes del Socorro y de San Gil, así las de las poblaciones del corre-

una falsa inteligencia del patriotismo, quieren estrellar el dominio y señorío de los reyes católicos en el Nuevo Mundo… No ignoro que éste fue el pensamiento de los autores de la sedición y de los partidarios de su tirana facción, bajo cuya perniciosa doctrina militaba ya casi la mayor parte del Virreinato. 13 Carta del Dr. José Ignacio Angulo y Olarte dirigida desde la población de Suita al Regente-Visitador el día 19 de abril de 1781.

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gimiento de Sogamoso, se congregaron, previa una convocatoria, en el sitio denominado La Polonia. Llevaban sus armas, las únicas que poseían: hondas y mochilas de piedra, chafarotes, chuzos, borbones, lanzas y puñales, espadas y algunas bocas de fuego. Ese día de modo oficial, se definió la jefatura de quien luego iba a ser el Generalísimo de los ejércitos comuneros: Juan Francisco Berbeo. Él, junto con Juan Miguel González, Ignacio Calvino, Antonio José de Araque, Pedro Fabio de Archila, Melchor de Rueda, Gregorio Rubio y Miguel Monsalve, capitaneaban la resistencia. Berbeo ordenó se erigiera una fuerte estacada a la salida del puente de Oiba hacia el Socorro, con varios parapetos y fajinas. Dio orden igualmente de inutilizar los puentes de San Bartolomé y de Vargas y, en general, de obstruir las vías que pudieran servir como acceso de las fuerzas del Corregidor a la villa del Socorro. Dispuso interceptar el correo procedente de la capital y registrar la correspondencia oficial. Esta actitud de beligerancia por parte de la plebe y sus jefes determinó el derrumbe del poder local: ese mismo día, a altas horas de la noche, abandonó la villa el Alcalde, señor Angulo y Olarte.

Paralelamente a los hechos del Socorro se desató otro motín en Chitaraque (día 16). Durante la noche se hicieron presentes allí gentes armadas y asaltaron los estancos de tabaco y aguardiente, quemando el primero de los géneros y derramando el segundo a los gritos inusuales de protesta y de sedición.

También por esos días persistía el rumor de la sublevación de Tupac Amarú en el Perú. La gente supo que cuatro meses atrás el jefe inca se había levantado contra los pechos y ponía en jaque la centenaria dominación hispana sobre su raza. Quien asumió la tarea de divulgar estas noticias en la capital fue Melchor Guzmán, un artesano de Lima, culto según parece, y que recibía informa-

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ciones desde su ciudad natal. 14 Ya vimos que La cédula del pueblo presentó una relación sobre el mismo hecho y que, inclusive, trató de dar la imagen como si todo fuera un gran levantamiento cuasi continental, tanto más importante cuando demostraba a las claras que el colonialismo español había entrado en el comienzo de su fase de crisis general.

La formación de un mundo unificado central se imponía como una necesidad apremiante. Un día después, el 18 de abril, una enorme multitud se reunió en el Socorro a fin de llevar a buen tér-mino esta iniciativa. La jornada fue memorable. De diversos puntos llegaban los capitanes del pueblo con sus tropas, los cuales eran recibidos con inmenso júbilo: gritos, cohetes, repiques de campanas. En este ambiente de democracia directa, con la asis-tencia de más de cuatro mil campesinos, artesanos, pequeños comerciantes y elementos de otros sectores sociales, los adictos a Berbeo, Isidro Molina, Ignacio Ardila, el zarco, y Pablo Ardila, el cojo, encabezaron la marcha hacia la plaza mayor. Allí, al son del tambor, Manuel José Ortiz, portero mayor del Cabildo, leyó un pronunciamiento, escrito de su puño y letra, por el cual se desig-naban jefes, en su orden, “a Don Juan Francisco Berbeo, a Don Salvador Plata, a Don Antonio Monsalve, a Don Diego de Ardila”, quien por no hallarse presente en la villa fue sustituido por Francisco Rosillo.

El documento se halla suscrito por “Nos el Común”. Ello señala implícitamente que los Comuneros consideraron sus autoridades erigidas no por preeminencias de rango y san-gre. Sus autoridades fueron establecidas por medios genuina-mente democráticos. “Nos el común de toda esta jurisdicción de la villa del Socorro – tal es el encabezamiento del documento en cuestión- por cuando hallarnos esperando avance

14 H. Rodríguez Plata, op. cit. p. 64.

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que nos viene prometido, de venir a asolar, agotar y destruir nuestra villa y sus moradores, para cuya defensa tenemos ordenado y dispuesto, para gobierno y quietud de los soldados, y buenos ordenamientos, hemos tenido a bien nombrar y elegir… Capitanes Generales” 15

¿Cuáles son las relaciones que el citado texto establece entre autoridad y base? Por un lado, el Común promete obediencia y fidelidad a sus jefes. “A los cuales dichos capitanes nos sometemos a rendir obediencia, como a nuestros superiores, bajo penas que ellos hallaren y tuvieren a bien imponernos; y nos obligamos a la defensa de que no se consentirá que ultrajen la persona de ninguno de ellos, ni se les falte al respeto”. Por otro lado, el pueblo queda como como poseedor de la autoridad y los delegados de ésta, los jefes, no pueden salirse de los límites de una especie de acuerdo que tiene límites obvios y elementales: los de no traicionar la causa cuya capitanía se les ha encomendado. “Bien entendido que todo esto sea anexo al uso de defensa de nuestra empresa, y que de lo contrario usaremos de nuestro derecho con todo rigor contra el capitán que se nos rebelare en contra nuestra”.

Por su parte, la Regencia y el Real Acuerdo decidieron ocupar el Puente Real, por ser este lugar estratégico en el camino del Soco-rro a la capital. Convencidos acaso de que la fuerza de los insurgentes era menor de la que en realidad resultó, creyeron que las fuerzas que allí enviaron lograban superar algunas deficiencias de dicha población desde el punto de vista militar, como la de los terrenos aledaños, piojosos de colinas, lo que naturalmente facilita-ba un sitio.

La expedición a Puente Real salió dividida en dos secciones, una con el Oidor y otra al mando del ayudante Francisco Ponce. En cinco días estuvo Osorio en el Puente Real. Por el camino no todo

15 Este documento se halla también en el Fondo de “Los Comuneros”, AHNC. “El Común” y “al nombre del Común” son expresiones que aparecen con frecuencia (p. ej., en AHNC, loc. cit., t. v, ff. 83 ss).

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fue fácil para él: así por ejemplo, había pedido a la villa de Leiva que cooperase al buen suceso de su empresa con cincuenta hombres. El Cabildo de dicha población dio una negativa indirecta. El cinco de mayo Osorio fue notificado de que los rebeldes marchaban sobre el Puente Real. Esta marcha había sido dispuesta por Berbeo, como consta en documentos. En declaración hecha en Tunja el 24 de enero de 1782 Francisco Rosillo, uno de los Capitanes Generales, reveló “que quien fue a Oiba fue don Juan Francisco Berbeo , y que aunque concurrió mucha gente a resistir la entrada del señor Corregidor, del Socorro fueron muy pocos, y que en donde se junta-ban las gentes levantadas era en casa del dicho Juan Francisco Berbeo, y allí fue donde se hizo la junta de dinero y que es cierto que el declarante concurrió a dicha junta, acompañado de don Antonio Monsalve, pero que fue de miedo que el expresado Berbeo y por su orden, y que el dinero que se recogió se lo entregaron al expresado Berbeo por encima de su mesa, para los gastos de la rebelión. Que el primero que comenzó a librar títulos de capitanes fue don Juan Francisco Berbeo, y que en casa del enunciado Berbeo asistían los capitanes volantes Molina y Tavera y que comían en su mesa”. 16

La movilización de tropas comenzó el 10 de mayo de 1781. Estas tropas eran comandadas por capitanes como Ignacio Calviño, Antonio José Araque, Gregorio José Rubio, Ignacio José Tavera, Pedro Fabio de Archila, Melchor José de Rueda, Miguel Monsalve e Isidro Molina. En su defensa Salvador Plata alude a la coordinada actividad de Berbeo, que procuraba atacar al Corregidor, señor Campuzano, procedente de Tunja, al oidor Osorio, en Puente Real, y hacer viable la posibilidad de marchar a Santafé. “En casa de Berbeo se hizo esta junta de capitanes. Es una misma la salida de gentes a resistir al corregidor Campuzano y al oidor Osorio; y ya hemos visto los movimientos de Berbeo, para intentar y ejecutar aquella. [Nosotros igualmente.] Consta, ade-

16 P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. I, pp 155 ss.

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más de esto, que con fecha cuatro de mayo escribió Berbeo a Cincelada, que para lograr la victoria tuviese juntas las gentes a cualquier orden, y prontas las mulas con sus toldos, para si fuese necesario ir a Santafé o dar auxilio a la gente que anda arriba, es decir para el Puente Real.” 17

Al propio tiempo que Berbeo disponía el avance sobre el Puente Real, sus adictos los aclamaron Superintendente y Comán-date General, y le confirieron el mando supremo de toda la tropa y oficialidad con el títulos de Generalísimo, nuevas que fueron noticiadas por toda la región alzada al son de caja y voz de prego-nero. El dos de mayo fue constituido un Supremo Consejo de Guerra, a esfuerzos de Berbeo, e integrado por los capitanes José Antonio Estévez –quien remplazaba al señor Plata- y Ramón Ramírez, a más de los capitanes generales escogidos el 18 de abril en el Socorro; como Secretario de Estado del Consejo fue electo Joaquín Fernández Álvarez. El Consejo asumió las funciones propias del Real Acuerdo de la Audiencia en lo tocante a los asuntos polí-ticos, y fue cuerpo consultivo en lo referente a la insurrección. Por ejemplo, emitió aquellas medidas tendientes a organizar las tropas y a introducir disciplina en ellas a través de multas, azotes e incluso la pena de muerte. Fue organismo de confirmación de aquellas designaciones hechas por medio de la aclamación de la plebe y, en su calidad de tal, expedía los títulos definitivos. El enfrentamiento entre las tropas comuneras y el ejército virreinal, al mando de Osorio y Campuzano, desalojó la fase de la espontaneidad política y fue cediendo paso a la de la organización político-militar. Berbeo y sus gentes iban llegando a la convicción de que era indispensable para obtener sus objetivos el tener un instrumento de lucha capaz de enfrentarse al poder colonial: eso que llamamos la organización

17 S. Plata, loc. cit., numeral 211.

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político-militar de los comunes. El padre Finestrad, autor de “El vasallo instruido”, afirmó que la insurrección “declaró su independencia, quiso gobernarse como república soberana, nombró magistrados, estableció un Consejo Supremo… saliendo de este subrepticio tribunal los títulos de tenientes generales, de sargentos mayores, de capi-tanes, con las ordenanzas para las tropas y los reglamentos para los comunes, con apercibimiento de multas pecuniarias, de azotes y hasta la vida. Se firmaban títulos de capitanes volantes, se mandaban órdenes rigurosas de comisión para que los Cabildos y pueblos prestasen juramento de fidelidad y obediencia a los capitanes generales del Socorro, amenazando con graves penas a los que se oponían. El supremo figurado consejo era el tribunal en donde se trataba de quejas y se conocía de apelación sin atender a la Real Audiencia para estos actos de jurisdicción”.18

Al mismo tiempo Berber envió a su capitán el doctor Ramón Ramírez a la localidad de Girón, en donde había estallado por esos días una verdadera “contrarrevolución” (Rodríguez Plata). El 21 de mayo el capitán Ramírez fue atacado por las gentes de Girón en Guatiguará, zona que estaba levantando precisamente, propinán-dole una derrota, que incluyo tres bajas. El capitán Ramírez y su gente huyen a Curití, allí se reorganiza y con una tropa de más de cuatro mil hombres invade a Girón; pero sus habitantes, sabedores de la marcha, habían abandonado la población. Los Comuneros querían tomar la terrible represalia de quemarla en su totalidad; a última hora parece que las reflexiones de los doctores Eloy Valenzuela y Felipe Salgar los disuadieron de tan drástica resolu-ción. Empero, saquearon tabaco, sal, naipes, y aguardiente. El general Miranda apreció así algunas de estas actividades: “No se puede negar que los insurgentes formaron sus planes con inteligencia. Viendo que entre todos los valles que forman los distritos de Tunja y Girón, sólo había esta sola ciudad que parecía oponerse a sus ideas, determinaron subyugarla por la fuerza. Girón quedaba a espaldas del camino por donde ellos debían

18 J. Finestrad, op. cit.

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marchar, y por su posición abría entrada a los auxilios que podían venir de Cartagena. Era pues importantísima su posesión”. 19

La instrucción y plan para el acompañamiento de la tropa y de su ejecu-ción, suscrito por los notables de la localidad, Pablo Antonio Valenzuela, Antonio Salgar y Nicolás del Villar, en San Juan de Gi-rón, ya desde 2 de mayo de 1781, es una práctica declaración de guerra al movimiento del Socorro: “Supuesto que las noticias que se tienen del intento de las gentes de las villas de San Gil, Socorro y parroquias de su jurisdicción, es de venir a esta ciudad a quitar (como dicen) el estanco de tabaco, aguardiente, alcabala y sisa y demás que están mandados observar y se observan, y que para este fin abren los archivos, rompen los papeles que tratan sobre los dicho y se apoderan y disponen del dinero que encuentran en dichos ramos, exhortando a las gentes para que amistosa-mente les sigan… Que S. M. no excusara oírlos es sus pretensiones, dándoles remedio a sus quejas, con que haciéndolo en los términos que son permitidos se excusen de incurrir en su real indignación, la que siempre es temible, y eficaz su ejecución… Que esta ciudad le tiene jurado y obedece sus leyes y órdenes se sus Ministros; que no ha intentado, intenta ni intentará en manera alguna contra ellas, observando en fidelidad su vasallaje”.

Alrededor de las 8 de la mañana fue la hora en que el oidor Osorio vio, el día 7 de mayo, desde la iglesia parroquial de Puente Real, gruesos pelotones de comuneros que acamparon en la altura enfrente de la localidad. Lo hacían en medio de un gran alboroto, estallando cohetes. En las horas siguientes el señor Cura Vicario de la Parroquia, Andrés Martín Borrel, y Osorio recibieron comedidas pero enérgicas notas, según las cuales iban a tomarse el pueblo con o sin resistencia por parte de sus ocupantes y de las autoridades. Además prevenían al primero de los citadinos que convenía consu-mir las especies sacramentales. El oidor contestó que atendería a

19 F. de Miranda, op. cit., t. XV.

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“dos o cuatro sujetos de su satisfacción e inteligencia” para conferenciar con ellos. Esta propuesta fue rechazada por los Capitanes de retaguardia. Una comisión compuesta por el Cura Vicario y el presbítero José de Bárcenas logró persuadir a los alza-dos que enviaran una comisión a parlamentar con el Oidor, la cual fue integrada por cinco miembros, dos de la retaguardia y tres del grupo que encabezaba Calviño. Los comisionados formularon sus quejas y el Oidor ofreció atender a sus demandas, señalando la conveniencia de presentarlas por escrito; para facilitar su estudio, sugirió que se desistiese de la idea de tomar la capital y que se restableciera la calma por medio del regreso de todos a sus hoga-res. Además, prometió seguir al Socorro y conferenciar con los Capitanes principales a fin de aliviar la penosa situación ocasionada por los pechos y restricciones. Por la tarde, el Oidor se presentó en persona a ambos campamentos en donde repitió sus promesas. Algunos del común le respondieron que toda con conclusión debía estar condicionada a la no resistencia por parte de la autoridad virreinal a la ocupación de Santafé por las tropas rebeldes. Esta opinión se impuso luego de que el Oidor dejó los campamentos.

Al día siguiente Osorio recibió esta tajante comunicación, firmada por los capitanes Calviño, Tavera y Camacho, por Antonio Becerra y Blas Antonio Torres: “Participamos a Vmd. cómo hoy no pode-mos contener al común; y así salga de esa parroquia VC. y eso dentro de una hora, porque hemos alzado todos los más lugares, esto es, quitando todos los estancos, hasta nueva orden: y así avisamos hacer los mismo con ese lugar; y si alguno se opone al común, será castigado y el lugar convertido en cenizas; y las armas de V.S. tiene, entregarlas prontamente, con la pólvora y balas. Esta es la última razón”. 20 La firme decisión de los insurgentes decidió en su favor la situación: los soldados, guardas y administradores de

20 P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. I p. 177.

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estancos habían huido, y los primeros abandonaron el armamento puesto a su cuidado. Alborotado el pueblo penetró a la localidad y se apoderó de los pertrechos que habían pertenecido a los rea-listas.

La trascendencia del triunfo de Puente Real fue extraor-dinaria: llenó de pánico a Santafé, debilitó aún más la escasísima moral del gobierno capitalino, colmó de júbilo y confianza a las huestes comuneras y dejó libre el camino hacia el sur.

Los pertrechos que dejaron las tropas virreinales se elevaban a 148 fusiles, una cifra semejante de bayonetas, buena cantidad de chuzos, sables, espadas, pistolas, bocas de fuego, veinte mil cartuchos con balas, cuatro cajas con pólvora, equipo, vestuario y bagaje.

Este triunfo precipitó la decisión más importante desde el punto de vista militar: la toma de Santafé. Salvador Plata dijo en su Defensa: “El día 8 de mayo fue la derrota de la expedición de Puente Real pero ya el día 3 había pedido Berbeo auxilio contra ella y si fuera necesario ir a Santafé como consta en las cartas citadas de Cincelada y Zapatoca. De ellas se infiere lo primero, pero no sólo dio órdenes para resistir a la expedición, sino también previno gentes para que le acometiesen otra vez, si aquella venciese. Lo segundo, que fue obra suya [de Berbeo] la invasión de la capital”. En el mismo documento de Plata: “…luego a un mismo tiempo recibió Araque de Berbeo las órdenes contra aquella expedición [la del oidor Osorio] y esta capital [Santafé]”. Afirmaba Plata: “Ya Berbeo se precipita hacia la capital, y una gran porción de rebeldes del Reino se desprende y baja con apresuración de sus pueblos para seguirle. Todo el mundo juzga, y juzga bien, que no se trata ya sino de apoderarse de la capital y hacerse dueños de la autoridad soberana que reside en su Real Audiencia” 21 Que ésta era la

21 S. Plata, loc. cit., numeral 480. F. Silvestre le da una gran importancia al encuentro de Puente Real ya “que fue el principio

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significación que las gentes le daban a la operación conquista de la capital lo prueban otros documentos. Recordemos que en los pas-quines más importantes se alude a la sustitución de gobiernos; a esa idea querían acomodar sus acciones, según la Relación verda-dera .22

En Puente Real Berbeo dispuso además la marcha hacia Tunja del cuerpo vencedor. En efecto, las tropas de los capitanes Calviño y Araque recorrieron triunfalmente la región, y el 17 de mayo entraron a Tunja. En varias poblaciones pusieron en libertad a los presos, incitaron a nombrar capitanes y efectuaron los consabidos asaltos a los expendios de tabaco y aguardiente. En Tunja se hicie-ron recibir por el cabildo y propiciaron la designación de Juan Agustín Niño y Álvarez, Juan José Saravia, Francisco José Vargas y León y Joaquín del Castillo y Santa María como capitanes de los comunes de la ciudad. Por medio de bando declararon abolidos los pechos que había impuesto el Regente-Visitador, los aumentos decretados por éste sobre el tabaco y el aguardiente y la admisión de un derecho de alcabala de un dos por ciento. Vendieron tabaco y barajas y dispusieron de algunos fondos públicos. Antes de seguir la marcha hacia Nemocón, las fuerzas del Socorro levantaron algu-nos pueblos del vecindario. A estas fuerzas se incorporaron las de la villa de Leiva y otras localidades.

de los desórdenes posteriores, y con lo que cobraron valor los mismos que sólo llevaban consigo miedo” (op. cit., p. 93).

22 Relación verdadera de los hechos ocurridos en la sublevación de los pueblos, ciudades y villas en el año de 1781. Este documento ha sido editado en la recopilación que lleva por nombre Proceso histórico del 20 de julio (Bogotá, 1960, p. 15).

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La suerte estaba echada y para las gentes de Santander el porvenir aparecía promisorio y el horizonte político despejado.

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III

LA DIVISIÓN COMUNERA Y LA DISPERSIÓN DEL MOVIMIENTO

El levantamiento de las poblaciones del Oriente de Nuevo Reino fue vasto, variado y heterogéneo. Las gentes que integraron sus tumul-tuosos ejércitos y los jefes político-militares que los encabezaron procedían de variados estratos sociales. Los amplios sectores de capas medias no eran homogéneos ya que los componían no sólo los pequeños y medios agricultores y artesanos, sino igualmente los pequeños y medios burócratas, el clero bajo, los comerciantes, etc. Pero hasta el momento del triunfo en el Puente Real las diferencias en el seno de las capas medias y, sobre todo, los antagonismos de estas con otras clases –especialmente con la de los terratenientes feudales- no se habían presentado. Las diferencias de toda índole (rivalidades internas, enfrentamientos de intereses traducidos a asuntos de estrategia política, contradicciones con la autoridad virreinal, etc.) comienzan a aflorar después del encuentro de Puente Real, y son estas peripecias, de definitiva incidencia en el buen suceso de la acción comunera, lo que nos va a ocupar en las líneas que siguen.

En acto que habría de ser decisivo históricamente, Berbeo dispuso que el capitán volante José Antonio Galán, marchara con un grupo de hombres sobre los pueblos de Chiquinquirá, Fúquene, Ubaté y Tausa. Los lugares fueron debidamente sublevados, el común designó a sus personeros, efectuándose la venta rebajada del tabaco y aguardiente, y se hizo conocer a los moradores que por orden del Generalísimo no habría de ahí en adelante más pechos ni cargas injustificadas.

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Plata se refiere en su defensa a estas dos expediciones en los términos que a continuación se transcriben: “Se sabe que Tavera, Molina y Galán, por mandato del mismo Berbeo, vinieron sublevando todos los pueblos: aquellos, los que hay desde Vélez, por Leiva, a Tunja; y Galán los que hay del mismo Vélez, por Ubaté, a Nemocón” y añade: “Galán declara que por orden de Berbeo, intimado por don Gregorio Rubio, pasó por Chiquinquira, Fúquene, Ubaté, Tausa, y otros lugares”.

El cuerpo principal del ejército comunero, al mando del Generalísimo salió del Socorro el día 14 de mayo. Según el texto de una carta situada sobre población de Mogotes, dizque Berbeo había declarado textualmente: “Yo salgo para la Corte el lunes, que se cuentan catorce del corriente, a de una vez salir de dudas”. 1

La ruta tomada por Berbeo y sus seguidores fue la de Oiba, Moniquirá, Ráquira, Guachetá, Lenguazaque y Nemocón. Y a su paso iba sembrando la semilla de la insurrección.

De acuerdo con esta política de expansión de la rebeldía, designó como capitán volante a Luis Francisco Quirós, para que sublevara y organizara fuerzas insurgentes en los pueblos de Pamplona y Salazar de las Palmas, así como entre las localidades indígenas, especialmente la de Silos.

El general Miranda ha transcrito esta impresión de las monto-neras desbordándose hacia Santafé: “A este fin habiendo comenzado la sublevación en la citada villa [El Socorro], ha ido juntándose y agregándose a las gentes de todos los lugares y parroquias circunvecinas de los territorios del Socorro y provincias de Tunja y Sogamoso, que pasando de veinte lugares han juntado un ejército de más de diez y seis mil hombres, que repartidos por las muchas leguas a que se extiende su vasta jurisdicción, tienen ocupa-dos los sitios con tanto dominio que no dudan de venir avisando sus pensa-mientos y con tanta satisfacción que se dice haber dentro de esta misma

1 P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t I p. 233.

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capital más de quinientos hombres levantados”. 2

Sabedores los Comuneros de que el arzobispo Caballero y Góngora saldría a su encuentro, temieron que quisiera excomul-garlos y, según se desprende de la correspondencia respectiva, habían tomado la firme decisión de desterrarlo si tal eventualidad ocurriera y de inmediato “tocar sede vacante”.

El 23 de mayo llegaron a Nemocón las tropas vencedoras de Puente Real.

El 24 arribaron Galán y sus hombres. Éste fue acusado por las gentes de Charalá de diversos hechos y por las mismas, despojado del mando que tenía y puesto en la cárcel.

El día 25 acampó Berbeo en una hacienda distante a media hora del pueblo en referencia. Parece que Berbeo confiaba en Galán puesto que enterado de que el Regente-Visitador había salido de Santafé hacia Cartagena, por la vía de Honda, el día 13, le hizo poner en libertad y a la cabeza de cien hombres le ordenó que fuera a detener a Gutiérrez de Piñeres, por la vía de Facatativá. A Galán lo acompañó el teniente Nicolás José de Vesga y Gómez, oficial de confianza del Generalísimo, y su hermano Hilario Galán. Cinco días después Berbeo determinó reforzar el grupo de Galán con cincuenta hombres más al mando del capitán Gregorio Montañés. Pesó mucho en la determinación de Berbeo el valor y la osadía reconocida de Galán, su experiencia y los conocimientos adquiridos como soldado del Regimiento Fijo de Cartagena.

¿Qué pasos llevaron a la transacción que implicó la firma de las Capitulaciones?

El 14 de mayo la Junta Superior de Tribunales, constituida en 2 F. Miranda, op. cit., t. XV, p. 31

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a capital, sanciona varias medidas tendientes a sosegar los ánimos enardecidos de las gentes; las medidas consistieron en la elimina-ción de algunos impuestos y en la rebaja de otros. Empero, esto no tuvo efecto alguno sobre la decisión de marchar a Santafé y ocuparla.

En Leiva el capitán Ignacio Calviño decide sublevar a las gentes de Tunja y para tal efecto ordena a los capitanes Isidro Molina y Benigno Plata –personas directamente vinculadas a los des-heredados- marchar sobre la citada población; la compañía Molina y Plata fue recibida con júbilo por parte de los sectores populares, lo cual permite que muy rápidamente el fuego de la insurrección se extienda; ya el 17 de mayo la presión del común y de las tropas invasoras obligó a la aristocracia local a participar en la revuelta. Aconteció entonces que, reunido lo más representativo del vecindario en el recinto de la sala de sesiones del Cabildo Secular, fueron designados como capitanes Juan Agustín Niño y Álvarez, Juan José Saravia, Francisco José Vargas y León y Joaquín del Casti-llo y Santa María de la más rancia nobleza lugareña. En las horas de la noche los citados capitanes suscribieron una Exclamación, en donde justifican su conducta, la cual depositaron en custodia de uno de los escribanos. El 23 de mayo se consuma otra maniobra para dejar al pueblo sin representación entre los dirigentes comuneros de la localidad: el Ayuntamiento de Tunja, reunido en Cabildo Abierto, designa diputados ante el movimiento a los prestantes vecinos: regidor fiel ejecutor Fernando Pabón y Gallo, Agustín Justo de Medina, Juan Salvador Rodríguez de Lago y doctor Juan Bautista de Vargas. Sin embargo, dos de ellos personificaban un matiz más avanzado dentro de la aristocracia y, por orden de Berbeo, redactaron el proyecto de Capitulaciones. Estas elecciones se producían en un ambiente caldeado por el descontento que

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entre los poderosos había suscitado la sublevación socorrana, como lo demuestra la Protesta de los principales vecinos de Tunja contra el alzamiento de los comuneros 3 del 18 de mayo.

El mismo día tiene noticias Berbeo, cuando iba a la altura de la población de Ráquira, de que los comisionados del Real Acuerdo y Junta Superior, ya en Zipaquirá, querían reunirse con los jefes comuneros a parlamentar. Berbeo consiente oírlos pero una vez instalados en el pueblo de Nemocón.

A fin de entrevistarse con Berbeo los comisionados del Supremo Acuerdo, el oidor Joaquín Vasco y Vargas y Eustaquio Galvis, alcalde ordinario de primer voto, se trasladaron de Zipaquirá en donde se hallaban, a Nemocón el día 26 de mayo. Junto con ellos fue el arzobispo Caballero y Góngora. Caballero pretendía disuadir a los Comuneros de su intención de tomar la capital. Pero recibió una amenazante negativa y las seguridades de que no variarían los Comuneros la determinación. “Conseguí –dice Caballero y Góngora en carta del mismo 26 de mayo al oidor decano- hablar largamente con el referido Berbeo, distintos otros que vienen en calidad de capitanes y mucha parte de la tropa, que se acercó a la puerta de su habita-ción; y como en los particulares que tocase, como el de mi mayor atención fuese el contener su entrada con la gente a esa capital, impuesto de mi intención y deseo me significó ser indispensable, para la mayor seguridad de los tratados y la firmeza de los pactos que se acordasen, el conducirse con las tropas a esa misma ciudad. En este estado, conociendo el que no tendría efecto mi instancia; le propuse que para los fines de asegurarse como apetecían, bastaría el que con algunos capitanes se trasladase en compañía de los señores Comisionados, pero ni aún esto tuvo efecto, por los recelos y sospechas que manifestaron tener nacidos de las sugestiones de algunos, que les han asegurado que mi idea y la de los referidos señores Comisionados, se encamina a engañarlos, y a que verificada la entrada en los términos pro-

3 BHA, No. 56, pp. 481 s.

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puestos, sería aprehendidos y aun entregados a cuchillo”. 4 Bien puede apreciarse por este documento que, hasta este momento, la decisión de los Comuneros y de su jefe, señor Berbeo, respecto a la determinación de invadir a Santafé, era firmísima, no minada aún por ningún otro factor contrarrestante, producto de una total confianza en sus propias fuerzas y en la unidad de los sectores que las integraban. Aún no se habían presentado las decisorias diferen-cias de que más adelante trataremos.

Los Comisionados y el Arzobispo llegan pues presurosos el día 26 a Nemocón. Sin previo aviso, Caballero se hace presente en el campamento, distante a media hora de la población –porque era sabedor de la repugnancia manifestada por Berbeo para entre-vistarse-, y logra dialogar con el Generalísimo; sin embargo, no se llega a conclusión alguna que satisficiera al hábil religioso. Los Comisionados le dirigen un oficio a Berbeo en el cual le imponen de su llegada y de su deseo de negociar; Berbeo se hace dirigir otra comunicación en la que los delegados de Santafé le informan que la casa en donde habrá de verificarse la entrevista será la del Teniente Corregidor. El día 27 comienzan las conversaciones, sin resultado alguno. Berbeo resuelve interrumpirlas hasta tanto no hayan llegado todas las tropas comuneras a Nemocón. Y acto seguido, el mismo día se coloca el Generalísimo en las faldas del campo del Mortiño, el lugar lógicamente más adecuado para acampar.

Sólo hasta el día 27 recibió Berbeo a los Comisionados, a causa, según sus palabras, de “que el cuidado de mis tropas no me permite el que en el día de hoy haya de salir de este campamento”. Añadía que la entrevista podría celebrarse en “Enemocón” cuando continuara él su camino con las huestes comuneras. “A los comisionados les manifesté

4 Carta de Caballero y Góngora al oidor decano fechada en día 26 del mes en curso.

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que no podría celebrar ningún convenio antes de que llegaran las fuerzas procedentes de los demás puestos”.

Luego de la entrevista, ese mismo día, Berbeo trasladó las tropas a Nemocón al sitio denominado el Mortiño. Algunos historiadores han emitido la hipótesis de que dicho traslado obe-deció a un plan para debilitar físicamente y moralmente a los hom-bres. Pero debe distinguirse entre el “sitio del Mortiño”, “en el recuesto de la colina que arranca de Nemocón a Zipaquirá”, y el “Llano del Mortiño”, lugar que estaba anegado entonces. El sitio del Mortiño parecía excelente para hacer acampar un ejército tan numeroso, de alrede-dor de veinte mil hombres, y poder proveerlo sin excesivas dificul-tades, ya que se encontraba cerca de los pueblos de Nemocón, Zipaquirá, Cogua, Tausa, Suesca, Sesquilé, Cajicá, Chía, Gachancipá, Tocancipá y Sopó. El lugar se hallaba cubierto por un tapete de grama, salpicado de labranzas y de chozas y además estaba al cubierto de las inclemencias del tiempo, pues los ríos, debido al fuerte volumen de aguas del invierno, se habían desbordado inundando grandes sectores. “Nunca en la guerra de Independencia ni en las siguientes se reunió una tan grande multitud como aquella. Necesaria-mente tenía que haber una Jefatura y una disciplina, porque de otra manera uno no se explica cómo allí permanecieron por más de quince días, sin cometer abusos ni depredaciones. Hay que pensar no más lo significaba alimentar toda aquella gente”.

Ese mismo día los Comisionados y el Arzobispo resolvieron retornar a Zipaquirá, a fin de obstruir la ocupación de Santafé por parte de tan formidable ejército, ocupación que evidentemente hubiera tenido incidencias imprevisibles para la política colonial española. Pero igualmente ese mismo día Berbeo hace acto de presencia en la citada población con todo su estado mayor, significado con ello que Zipaquirá quedaba bajo su jurisdicción. Ese acto, junto con la noticia de que los Capitanes del Socorro piden a

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Berbeo extrañamiento de Caballero y Góngora y que se toque a sede vacante, determinan la sublevación de la plebe zipaquireña. En tales condiciones el 29 de mayo tanto el señor Arzobispo como los Comisionados se hallaban en una situación cercana a la prisión. Es en este momento cuando Berbeo encomienda al capitán Gregorio Montañés, con cincuenta hombres, la tarea de reforzar a Galán, quien había partido días antes a bloquear el camino a Carta-gena, ocupar Honda y aprehender al Regente-Visitador.

El 28 de mayo prosiguieron las conversaciones entre los Comi-sionados y Berbeo, quien se asesoró de algunos capitanes. Por su lado, el Arzobispo destacó a varios religiosos para que le mantu-vieran al corriente. Empero, al día siguiente Berbeo cortó abrup-tamente los parlamentos, manifestando que ellos eran inútiles ya que la decisión de marchar a Santafé tenía carácter definitivo e inmodificable; añadió que ése era el requerimiento del común y de los Capitanes Generales del Socorro. Recordó que en caso de que el Arzobispo se opusiera a esta pretensión tocaría a sede vacante y el prelado sería desterrado. “La oferta contiene –afirmó el oidor decano, de proceder luego a presentar la Capitulaciones, alivio el desconsuelo de que aún pretendiesen entrar en esta capital, confiando en que con este hecho calmarían los desórdenes y se restituirían a sus respectivos domicilios; pero a muy poco volvió el dicho Berbeo a insistir en la empresa de conducir a esta capital, con más de diez mil hombres de tropa, que están acampados en las inmediaciones de Zipaquirá, fundando su resolución en el contenido de la carta que confidencialmente manifestó a los Comisionados, y el desenfreno de la multitud de gentes que clamaban por venir, atribuyendo a Berbeo soborno en las persuasiones que les hacía para lo contrario”. Caballero y Góngora relata, por su parte, que entre la gente comunera corrió la especie de que él había conseguido sobornar a Berbeo; y dizque indignado uno de la multitud había exclamado: “¡Todo se compone con las balas, una al Arzobispo, otra al General!” El sujeto fue encar-

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celado por orden del capitán. La versión del Arzobispo ha sido recti-ficada en el sentido de que el capitán Serrano, de las tropas del Socorro, profirió sus palabras de amenaza solamente contra Caballero y no incluyó en ellas al Generalísimo. También se ha demostrado documentalmente que luego fue puesto en libertad por otros capitanes, y que Berbeo al tener noticia de esto les había dado de cintarazos hasta “dejarlos medio muertos en presencia de sus tropas”. Pero ese mismo día los Diputados del Cabildo de Tunja, los Capitanes y las tropas de esa localidad acamparon cerca de Nemocón. Berbeo, a quien no se ocultaba el giro que habían toma-do los acontecimientos en esas regiones boyacenses y quien además, conocía muy bien la situación política allí existente (recordemos que el Socorro era una villa dependiente de Tunja y que a la aristocracia de ésta no podría parecerle suceso conve-niente una sublevación triunfante capitaneada por las gentes santandereanas), se puso en contacto con ellos y logró arrancarles el 30 de mayo las promesas de involucrar sus huestes a las tropas comuneras y de acompañarlo en la empresa de entrar a la capital del Nuevo Reino. Pese a la promesa dada ese día, el comporta-miento ulterior no fue consecuente con lo acordado en lo referente a la ocupación. Es bueno anotar que las huestes tunjantes se distinguían por su organización y unidad, lo mismo que por su dotación. Caballero y Góngora señaló que ellas eran la parte “más lucida” del ejército de los Comuneros. “la más esforzada y subordinada a sus jefes”.

El caudillo indígena, Ambrosio Pisco, al mando de cuatro mil hombres, se puso a las órdenes de Berbeo. Enrolado a la revolú-ción por las presiones de algunos capitanes santandereanos al momento mismo de la acción de Puente Real, Pisco fue aclamado por los aborígenes como Cacique y Señor; él mismo firmó una carta como Señor de Chía y Cacique de Bogotá. Pretendía el cacicazgo en

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virtud de la abdicación que de él había hecho su sobrino en su favor.

Aquí comienza uno de los momentos más apasionantes de esta importante insurrección.

Ya Berbeo se había percatado de las diferencias que lo separa-ban de los capitanes y diputados de Tunja y Sogamoso, de ahí que haya procurado animar la rebelión en el propio seno de la capital. Berbeo creyó que la fuerza de los insurgentes en Santafé, por noti-cias enviadas desde allí y por las promesas de La cédula del pueblo, era mayor de lo que en verdad resulto ser a la postre.

Al día siguiente Berbeo refuerza su mando sobre Zipaquirá al hacer designar como capitanes a Cosme Damián de Espinosa, Ber-nardo Romero, Ubaldo Macías y Francisco Riaño. Ordena además, a Ambrosio Pisco que se ubique en las afueras de la capital y haga colocar horcas en las entradas de San Diego y San Victorino para “evitar la conmoción de este lugar”, según palabras del Oidor Decano del Virrey; seguidamente manifiesta el Oidor Decano que de “tan extraño procedimiento”, “injuria de los Tribunales de Justicia”, podrían derivarse “fatales consecuencias”. Ello, añade, tiene otras intenciones: es “un nuevo insulto” “para reagravar los excesos”, Se ve, pues, que este día Berbeo mantenía aun la decisión de invadir a Santafé. También solicita Berbeo la designación de Capitanes del Común de Santafé, lo mismo que la presencia de Jorge Lozano de Peralta. Pisco, con todo, se detuvo en Suba antes de cumplir su encargo por contraorden del propio Berbeo, quien creyó más conveniente reunir todas las fuerzas para la salvaguarde del plan de Capitulaciones que ya se estaba elaborando.

El 31 de mayo dispone Berbeo que las Salinas de Zipaquirá fueran administradas temporalmente en beneficio de las tropas

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comuneras por los capitanes de esa localidad. La Real Audiencia, en su Informe al soberano español, acusa en términos bien definito-rios algunos de los actos de gobierno de Berbeo, entre ellos el que acabamos de destacar. Dice así en lo sustancial la comunicación aludida del 31 de julio de 1781.

“Al mismo tiempo Berbeo estaba usurpando vuestra Real Autoridad y rentas, y ofendiendo gravemente la que representaban los comisionados y los jueces de la parroquia porque él expidió títulos nombrando cuatro capitanes de aquel vecindario [Zipaquirá], concediéndoles jurisdicción militar sobre sus habitantes, con todas las honras y prerrogativas propias de estos empleos, y le mando publicar solemnemente, aunque con la protesta contraria a su hecho, y de que no lo hacía por faltar a la obediencia y reconocimiento debido a V. M., sino por buscar la libertad en las opresiones. Él se apoderó de las pingües salinas que se administran por cuenta de vuestra Real Hacienda, y proveyó auto para que las manejasen los nuevos capitanes por el término de dos meses, aplicando su producto para los gastos de sus tropas. En fin, abusando de lo más sagrado de Vuestra Real Jurisdicción, con pretexto de la quietud de esta Ciudad y evitar que por sus gentes se alborotase, se propasó a librar un género de despachos dando comisión a don Ambrosio Pisco, de la casa de los principales Caciques de Bogotá (y aun llamado el Cacicazgo que en el día disputa y de cuyas facultades se dice haber usado en el pueblo de Ubaté a su tránsito con los socorreños) para que pasase personalmente con gentes hasta las goteras de esa ciudad a impedir la entrada y contener a los que quisieran insultarla o robarla, y que a este fin pudiese poner horcas en sus entradas. A tan irregulares excesos que el más inadvertido e incauto conocería que no nacían de las causas que para ello se pretextaban, sino de pensamientos muy altos pero atrocísimos y execrables.”

Los capitanes Ignacio Tavera y Marcelo Ardila, junto con otros adictos a Berbeo y por encomienda suya, comenzaron, en la mañana del 30 de mayo, a provocar una agitación entre los hom-bres acampados a fin de insuflar en sus ánimos de nuevo la idea de marchar sobre la capital.

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Caballero y Góngora, en compañía de varios clérigos, dándose clara cuenta de que la situación era ya insostenible, se encaminó en las horas de la tarde a Mortiño en donde tuvo una larga conferencia con los principales caudillos de la revuelta. No se le ocultó al señor Arzobispo que la hora de las definiciones estaba ya apareciendo, porque, pese a las humillaciones y los insultos que tuvo que sufrir, condujo sus entrevistas hacia la finalidad que posteriormente confesó se proponía con central: ganarse para sus razones a los dirigentes de Tunja y Sogamoso y a otros, a quienes bastaba la promesa dela disminución de los pechos o de su supresión y otras reivindicaciones de cuantía, pero a quienes aparecía excesiva la decisión de ocupar Santafé.

Logró el Arzobispo introducir la división en el frente comu-nero, que, como veíamos, era integrado por las más diversas zonas sociales, ligadas por el efecto negativo que sobre ellas habían ejercido las medidas del gobierno virreinal y las insatisfacciones derivadas de los otros factores ya reseñados. Así, pues, puede verse que ese día las tres grandes fuerzas de la insurrección se hallaban frente a frente o separadas, andando en prosecución de sus objeti-vos propios. El éxito de Caballero consistió en haber sabido valerse de la división y de las contradicciones comuneras.

Por un lado, el grupo de las capas medias citadinas y aldeanas, cuyo líder era indiscutiblemente Berbeo, y que sostenía la conve-niencia de entrar en Santafé y negociar allí las Capitulaciones. Frente a Berbeo los diputados Agustín Justo de Medina, Juan Bautista de Vargas y el capitán Francisco José de Vargas y León, el capitán Joaquín del Castillo y Santa María y los diputados Fernando Pabón Gallo y Juan Salvador Rodríguez de Lago, de la jurisdicción de Tunja, sostuvieron que la toma de Santafé era innecesaria e incon-veniente, que lo más adecuado era suscribir de inmediato las

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capitulaciones; ésa era la posición de la aristocracia criolla que anhelaba determinados cambios, pero no evidentemente la com-pleta supresión del régimen. Ellos representaban la aristocracia local que deseaba alcanzar algunas reivindicaciones, pero la cual podía vivir en el marco del colonialismo. Finalmente tenemos a Galán, personero de los esclavos y los campesinos más pobres, para quien la lucha anticolonial era lucha social, es decir, debía acarrear una transformación –que no definió- en las relaciones de produ-cción y en las formas de trabajo. Sin la unión el movimiento anti-colonial no estaba en condiciones de triunfar, como efectivamente no triunfó. Aún no se habían presentado todos los factores para el éxito.

El señor Caballero describió así los acontecimientos del 30 de mayo, fecha decisiva en la que se desvió el curso del movimiento. “Viéndolos ya resueltos a marchar a Santafé y temiendo verificasen sus ideas de pasar de allí a Popayán y Quito, poniendo en combustión todo el continente, determiné volver con los capitanes. Fueron incomparables los trabajos, indecibles los insultos que en esta segunda conferencia sufrí de aquellas gentes, las de más infame extracción y aún de más infames pensamientos; pero en fin, a costa de una inalterable paciencia logré no sólo aquietarlos y admitir capitulaciones, sino que también don Juan Francisco Berbeo me prometiese se reglaría ésta también en Zipaquirá, sin mover su acampamento, contra el dictamen de muchos que acaso para poner en ejecución sus siniestros fines, intentaban que fuese Santafé… Los de la comprensión de Tunja, Sogamoso, y San Gil, que componían el considerable número de cinco a seis mil hombres, se adhirieron a mi estipulación con Berbeo, y la hicieron valer contra el sentimiento del partido contrario; pues aunque éste les excedía en el número de gentes, ellos les llevaban otras ventajas… Estos me coadyuvaron bastantemente en mi empresa, o porque en perjuicio suyo se pretendía erigir en gobierno la villa del Socorro, o porque los más de ellos, especialmente los de Tunja y Sogamoso, venían por fuerza” 5 El

5 P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. II, pp. 8s.

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texto de Caballero es revelador. En el salta a los ojos la división de clases que se debatía en el seno del movimiento. “Hallándolos así divididos –sigue el Arzobispo- por sus propios intereses, me aproveché con felicidad de su misma división, a fin de contener con su respeto a los otros, si intentasen pasar adelante, y tener a ellos siempre a raya y bajo mis órdenes, para que efectuasen las capitulaciones en Zipaquirá… Procuré separarlos de los demás, y ejecutaron con el pretexto de serles necesario mudar de sitio para que pastasen sus caballos y para librarse de alguna peste que podría introducirse por la multitud.” En este párrafo muestra el prelado su innegable habilidad y perspicacia políticas y su conocimiento de la situación. “En este estado me hubiera sido muy fácil (y aun algunos ofrecieron contribuir a ello), empeñar los unos contra los otros, si aquellos instasen ir a la capital; pero este medio, que tiene bastantes ejemplares en los anales de las naciones, a más de parecerme muy contrario a las piadosas intenciones del Rey y ser muy ajeno a la mansedumbre de mi santo ministerio, no podría producir otra cosa que hacerles soltar de una vez las riendas a la independencia y rebelión”.

Los diputados del Cabildo de Tunja, Pabón y Gallo y Rodríguez de Lago, demuestran su firmeza en la siguiente manifestación del 2 de julio de 1871: “... y nos parece que aplicamos en unión de don Joaquín del Castillo y Santa María (quien manifestó y [sic] hizo clara su conducta y cristiano celo) todas nuestras fuerzas a fin de liberar a la capital de Santafé de insulto y ultraje que por aquellas gentes que con agitada rabia se le procuraba; en que no poco se trabajó y parece que la divina omnipotencia nos favoreció, pues al fin se consiguió”. 6

El ya citado Archivo Miranda trae este autorizado testimonio del protector de indios Manuel Silvestre Martínez: “Y a la verdad, como el ejercito de aquellos se compone de tan diversas gentes, se dice que queriendo las del Socorro y sus parroquias entrar en la ciudad, se les han

6 P. E. Cárdenas Acosta, loc. cit.

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opuesto las de Tunja y Sogamoso, en número de cuatro mil, como poniéndose en nuestro favor, y aquí se teme un tumulto intestino entre sus tropas”. 7

A su vez, el Regente-Visitador en su Dictamen deja translucir el enfrentamiento de clases:”… siendo lo más probable que los vecinos y hacendados nobles de cada territorio giman bajo la opresión y violencia de una vil canalla, y que solo aguardan el feliz instante de ser sostenidos y auxiliados por fuerza suficiente autorizada, para mostrar su lealtad y oponerse a los insultos de los tumultuantes”. 8

El 2 de junio el grupo de los Comuneros de Tunja y Sogamoso se desplazó al pueblo de Cajicá ubicado en el camino a Santafé. El destino de la insurrección estaba ya definido: esto significó la primera acción para un eventual bloqueo de la ruta hacia la capital.

Berbeo maniobra desesperadamente: debía aceptar las negó-ciaciones. No le cabían otras posibilidades. Entonces, y a fin de comprometer las gentes de la capital en las obligaciones que de aquéllas resultasen, solicita que concurran a Zipaquirá, Francisco de Vergara, Jorge Lozano de Peralta y Ignacio de Arce, o sus repre-sentantes, y todo el Cabildo secular de Santafé. El Real Acuerdo dispuso que podían ir a Zipaquirá tanto el Cabildo secular como Jorge Lozano y Peralta, Francisco Santa María y el doctor Francisco Antonio Vélez. Berbeo les designó, en medio de los vítores de la plebe, capitanes del común, con el evidente propósito de reforzar su posición.

El Generalísimo encargó de confeccionar el proyecto de Capitulaciones a Agustín de Medina y al doctor Juan Bautista de Vargas, diputados del Cabildo de Tunja, quienes eran conocidos,

7 F de Miranda, op. cit., t. XV, p. 39. 8 “Dictamen sobre las Capitulaciones” del Regente-Visitador fechado el dos de julio de 1781.

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pese a su procedencia, como partidarios de la marcha sobre la capi-tal. El doctor Vargas, jurista de méritos, fue quien le dio forma a las reivindicaciones fundamentales. El proyecto citado se basó en un anteproyecto hecho por Berbeo y don Pedro Nieto, cuyos principales pueden sintetizarse así:

1) abolición del derecho de Barlovento y del estanco de tabaco.

2) Rebaja de los precios de la sal y el aguardiente.

3) Rebaja de los tributos de los indios.

4) Extrañamiento perpetuo del Regente-Visitador.

5) Prelación de los criollos sobre los europeos en lo referente a los empleos públicos.

6) Confirmación de los grados militares para todos los jefes y oficiales del ejército y la facultad para darles entrenamiento militar.

7) Nombramiento de Corregidor Justicia Mayor para las villas del Socorro y San Gil, independiente del de Tunja.

Las peticiones señaladas envuelven la misma filosofía que va-mos a hallar más adelante en el texto definitivo de las Capitu-laciones. Ante todo, la posición en materias económicas en bene-ficio de la parte neogranadina y la existencia de igualdad entre americanos y europeos en materias gubernativas. La ambición de que el pueblo mantuviera su propio aparato militar, elemento muy importante de efectiva fiscalización y vigilancia de las medidas y disposiciones del Virreinato. Se reivindicaba la existencia de una especie de poder doble.

Así, pues, el oficial Francisco Becerra lleva a los Comisionados, alrededor de las diez de la noche, a la población de Zipaquirá, un proyecto de Capitulaciones firmado por “El Capitán General

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Comandante de las ciudades, villas, parroquias y pueblos que por comunidades componen la mayor parte de este reino, y a nombre de las demás restantes, por las cuales presto voz y caución”, con lo cual Berbeo no denegaba un ápice de su autoridad. El texto constaba de 35 artículos. Al día siguiente el aludido texto fue conocido en la capital por los miembros del Real Acuerdo de Justicia y Junta Superior de Tribunales reunidos para estudiar el documento. Éste fue devuelto por carecer de las justificaciones que sirvieran para demostrar que los Comisionados habían hecho uso de las facultades que les eran propias; se indicaba también que debían introducirse modifi-caciones en algunos artículos abiertamente subversivos. El 7 de junio Berbeo decide no ceder respecto al texto de las Capitu-laciones y sabedor de las reservas del Real Acuerdo y Junta Superior ocupa Zipaquirá con sus tropas. Acá se muestra la habilidad de Caballero y Góngora ya que convence a Berbeo y a los capitanes de la necesidad de negociar de inmediato; a las doce del día se reúnen en la Casa Parroquial los ya citados, junto con los Comisionados y los miembros del Cabildo Secular de Santafé. Son aprobados los 14 primeros artículos, con ligeras modificaciones. Empero, un grupo de capitanes considera que debe aprobarse la totalidad del articulado; salen airados de la Casa Parroquial y amotinan al pueblo a los gritos de “¡Guerra! ¡Guerra a Santafé!” Los soldados se precipitan sobre la Casa e introducen sus fusiles por las ventanas amenazando, de no aprobarse por parte de las autoridades el texto completo, con hacer fuego. El señor Caballero pide a los Comisionados que obedezcan los deseos de las exaltadas turbas. Berbeo solicita de inmediato –y ello permite suponer que era del mismo parecer de quienes habían promovido la acción descrita- que las Capitulaciones, ya aceptadas por los Comisionados a nombre precisamente del Real Acuerdo y Junta Superior, sean juradas en Santafé.

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Al conductor de los pliegos le hizo acompañar por el capitán Ignacio Tavera, uno de los más ligados a Berbeo, para que presen-ciara en la capital la confirmación exigida. A las once de la noche los miembros del Real Acuerdo y la Junta Superior “admiten, aprueban y confirman” la literalidad de los papeles enviados de Zipaquirá “y en fe de que la admisión, aprobación y confirmación tendrá puntual cumplimiento, juraron por Dios y los Santos Evangelios, puestas las manos sobre ellos”. Pero más tarde los mismos individuos, en sesión secreta, aprobaron otra cosa, incriminatoria de la anterior, en donde manifestaron “la notoria repugnancia y monstruosidad” de las Capitulaciones. Y añade el acta: que se “procedió a la admisión, aprobación y confirmación, bajo el seguro concepto de su nulidad, pues a no haber intervenido tan poderosos motivos, lejos de convenir en ella, ni dispensar su aprobación, habría procedido a escarmentar tan execrable delito de la mera proposición con penas severas”. El 8 de junio llega a Berbeo la noticia de la aproba-ción en Santafé y el mismo día se celebró en Zipaquirá una misa solemne con Te Deum en acción de gracias, repique general de campanas y bendición general para celebrar el arreglo y luego de la ceremonia de toma del juramento hecho sobre los Comisionados, la cual le correspondió al ilustrísimo señor Arzobispo.

¿De qué trata el “repugnante y monstruoso” documento de las Capitulaciones? ¿Qué concesiones había hecho Berbeo y qué quedaba del espíritu inaugural de la rebelión?

Las Capitulaciones fueron elaboradas en forma relativamente ordenada, yendo sus peticiones y exigencias de lo más urgente y acosador para los desheredados y las masas populares en general hasta los puntos estratégicos desde el ángulo de enfoque político-militar para finalizar con la solicitud de exculpación a todos quienes habían tomado parte de los acontecimientos. Para destacar los diversos y más salientes aspectos peticionados en el documento, vamos a hacer una división de ellos, que por sí sola permite

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comprender el grado de radicalismo de las Capitulaciones. Los dirigentes comuneros ciertamente tuvieron que ceder en no menos trascendentes postulados (toma de Santafé, autonomía política, etc.), expresados anteriormente en pasquines y consignas.

1. Reivindicaciones económicas (capitulaciones 1, 2, 3, 4, 5, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 19, 21, 23, 24, 27, 28, 29, 31, 32, 33, 34)

a) Cuestión fiscal. Fue exigida la cesación inmediata de los siguientes impuestos: Barlovento, guías, capitación, al comercio de barajas, pontazgos, medias anatas, peajes, a la entrada de Santafé para vecinos del Socorro, Vélez, Tunja, los cuales implicaban una carga para los negociantes de estas localidades en beneficio de la administración; fue exigida, también, la rebaja de la tasa por botella de aguardiente, en el papel sellado para indios y eclesiásticos, en la tarifa de correos, en la Bula de Cruzada, en los derechos notariales, en la libra de pólvora, en los correspondiente a la salida de la prisión, ya que en ocasiones se ponía a la gente bajo custodia sin haber cometido delito o infracción alguno sólo para cobrar los derechos respectivos; se pedía la no redención de censos y una mejora en el cobro del gravamen por pesos y medidas, lo mismo que la aplicación cumplida de las instrucciones en materia de impuestos sagrados a los visitantes eclesiásticos a fin de evitar abusos por parte de éstos.

b) Monopolios oficiales. Abolición del detestado estanco de tabaco, oneroso, según los comuneros, para los cultivadores y los intermediarios y poco beneficio para la Real Hacienda, y estable-cimiento de un precio determinado para el salitre paipano.

c) Comercio. Acabamos de indicar que los comuneros exigían la abolición del estanco de tabaco, valiéndose entre otras razones de aquellas que lo sindicaban como una traba para el comercio.

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Es interesante señalar que las Capitulaciones no consideraron de por si nocivos a los impuestos e inclusive solicitaron el estable-cimiento de uno, siempre y cuando su producto fuera destinado a la construcción de obras de utilidad común (por ejemplo puentes).

La capitulación vigésima sexta es muy reveladora de la ideología que informó muchas de las expectativas del Movimiento; al reivindicar la libertad de comercio, se tocaban otros aspectos de las estructuras existentes sin que tal cosa hubiera sido eludida. “Que los dueños de tierras por las cuales median y siguen los caminos reales para el tráfico y el comercio de este Reino, se les obligue a dar francas las rancherías y pastos para las muladas, mediante a experimentarse que cada particular tiene cercadas sus tierras, dejando los caminos reales sin libre territorio para las rancherías. Para evitar este perjuicio se mande, por punto general, que puntualmente se franqueen los territorios, y que de no ejecutar el dueño de tierras, pueda el viandante demoler las cercas”. Se aprecia que la gran propiedad territorial era un obstáculo a la expansión del comercio y que, por lo mismo, las capas medias exigían una limitación del feudalismo en obsequio del desenvolvimiento de las nuevas actividades. (Razón de más para que los Comuneros aristócratas no vieran con buenos ojos el triunfo de la plebe santandereana, bajo su jurisdicción)

Igualmente se solicita favorecer a “los hombres y mujeres que con muy corto interés ponen una tiendecilla de pulpería” descargándolos de excesivos gravámenes”.

2. El Problema indígena (capitulaciones 7, 14).

Se anota que los indios están “en el estado más deplorable de miseria”. Con aquel complejo de superioridad propio de la plebe de raigambre española, hablase de lo “limitado de sus luces y tenues facultades”. Se denuncia la explotación a que los someten los corregidores y curas, y se solicita una rebaja de los tributos a que

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están obligados. Además se hacen partícipes las Capitulaciones de la aspiración aborigen no solo al mantenimiento de los actuales resguardos sino a la devolución de aquellas tierras que no siendo habitadas en la actualidad no hayan sido objeto de venta o permuta. Plantea también la devolución de las Salinas de Zipaquirá a los indios, como sus naturales e inmemoriales dueños.

3. Exigencia de trato justo (capitulaciones 20, 22).

El texto demanda la aplicación de las normas vigentes sobre resistencia de extranjeros y naturalización de los mismos.

En una importante solicitud, aflora nítida la aspiración de los sectores acomodados de las capas medias y de la aristocracia avanzada por ocupar o compartir el poder político, ya que piden “que en los empleos de primera, segunda y tercera plana hayan de ser privilegiados los nacionales de esta América a los europeos”. Añade la capitulación que debe llevarse a la práctica una igualdad real en el vasallaje pues los peninsulares “están creyendo ignorantemente que ellos son los amos y los Americanos todos, sin distinción, sus inferiores criados”. Se preveen sanciones (“separado de nuestra sociabilidad”) para quien atente contra la mentada “igualdad”. Esta idea de coparticipación y de igualdad significa ciertamente un retroceso frente a la independencia exigida en La Cédula del pueblo; pero se coloca al mismo nivel de las exigencias consignadas en el Memorial de Agravios de Camilo Torres.

4. Reivindicaciones políticas (capitulaciones 16, 17, 18, 25, 30, 35).

Si ligamos lo anteriormente dicho con la exigencia de que las “personas que nos manden y traten con semejante rigor e imprudencia” no deben ser aceptadas y que a ellas “todo el Reino, ligado y conferenciado”, debe “atajar cualesquiera opresión que nuevo (…) se nos

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pretenda hacer”, arribamos a la conclusión de que si bien los Comuneros no llegaron a exigir el establecimiento de un nuevo “pacto social”, si buscaban una especie de “pacto de gobierno” que debía incluir como puntos fundamentales los siguientes:

a) derecho a la rebelión cuando el gobernante designado no satisficiera a la gente del Nuevo Reino.

b) acuerdo con los habitantes del país en lo referente a las personas de nacionalidad extranjera candidatas a los más altos cargos del Virreinato.

c) coparticipación del poder político.

d) supresión del cargo de Regente-Visitador que implicaba una súbita fiscalización sobre las autoridades que habían logrado compenetrarse mejor con el medio americano (igualmente pedían, en el caso del señor Gutiérrez de Piñeres, su destierro).

e) la más radical exigencia de todos los pliegos, contenida en la capitulación décima octava:

“Que todos los empleados y nombrados en la presente expedición de Comandante General, Capitanes Generales, Capitanes Territoriales, sus Tenientes, Alféreces, Sargentos y Cabos, hayan de permanecer en sus respectivos nombramientos, y éstos, cada uno en los que le toque , hayan de ser obligados en el Domingo en la tarde de cada semana, a juntar su Compañía y ejercitarla en las armas, así de fuego como blancas, ofensivas y defensivas, tanto por si pretendiere quebrantar los Concordatos que de presente nos hallamos aprontados a hacer de buena fe, cuanto para la necesidad que ocurra en el servicio de Nuestro Católico Monarca”. Lo cual en buen romance quiere decir que los Comuneros aspiraban a que sus montoneras se tornaran en ejército regular y que este pie de fuerza se tornara, a su vez, en el ejército oficial del Reino.

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Las reivindicaciones militares de los Comuneros contenidas en el texto de las Capitulaciones, fueron algo ampliamente sentido por las muchedumbres y que recibieron una respuesta favorable e inmediata. La Proclama encabezada con la frase “Nós los Capitanes generales de esta Villa de Nuestra Señora del Socorro y sus comunes anexos, etc.”, del día 10 de junio, velada por respaldar, ante todo, la instrucción militar y la disciplina del ejército comunero. Cada Capi-tán territorial debe tener sus respectivos oficiales. La finalidad de la organización, así como de su entrenamiento en “el manejo de las armas, así blancas como de fuego, ofensivas y defensivas”, es “la defensa de alguna parte de los dominios de nuestro Monarca o para defender nuestra Patria y libertad cuando se considere necesario” 9 Estas últimas palabras no denotan la reafirmación de la autoridad colonial sino más bien la refrendación sinuosa de la voluntad de autonomía y auto-determinación de los Comuneros. Luego se ordena la defensa de “los intereses pertenecientes al real Erario”, así como la integridad física e intelectual de la Iglesia. La selección del personal debe efectuarse según métodos de la “democracia directa”. Por eso dice la citada Proclama: “Asimismo declaramos que para formar las listas de dichos Capitanes territoriales dejarán en libertad a los soldados para que a su arbitrio se matriculen y se alisten en una de las Compañías que se formaren hasta completar el número de que cada una se componga”.

9 BHA. No. 51, pp. 184 ss. El texto original de las Capitulaciones se halla en el AHNC, loc. cit., t. III, ff.81 a 93.

En la “Declaración” de don Salvador Plata rendida el 13 de marzo de 1783 (AHNC, loc. cit., t. XVIII) se lee: “… las Capitulaciones hechas en Zipaquirá… confirman los títulos de Capitanes dados a los Comunes y a consecuencia se les permitía a todos los rebeldes mantenerse armados y que se ejercitasen todos los domingos… con lo cual la gente no respetaba más autoridad que las de los Capitanes… “ (f. 389).

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Así, pues, si bien es cierto que la idea de la independencia no aparece en las Capitulaciones, los términos de la relación colonial debían, de acuerdo con los puntos reseñados, variar sustan-cialmente. De haber sido llevados a la práctica, acaso se hubiera establecido, políticamente hablando, una especie de Common-wealth hispánico.

Otras reivindicación importante es la del nombramiento de Corregidor y Justicia Mayor para el Socorro, para sacar tutelaje de Tunja a la citada región.

Solicitaba que el cobro de los impuestos se efectuara dentro de los cánones de justicia y equidad que evitaran el abuso de las autoridades; y en el terreno de la administración de justicia, se proponía el establecimiento del recurso de queja ante los tribu-nales y la supresión de los jueces de residencia.

La discusión acerca del carácter ideológico de las Capitula-ciones ha avanzado y al respecto se han formulado varias hipótesis.

En esencia dos grandes tendencias se han disputado su lectu-ra: una, de carácter conservador, no ve en ellas ninguna ruptura manifiesta con las tradiciones católicas e hispánicas en materia política y filosófica; otra de índole liberal-burguesa, las ubica en el seno mismo de la agitación dieciochesca de ideas y las ve como su eco. Pero las limitaciones de estas hipótesis no sólo son patentes, sino su desdén por las comprobaciones de hecho es aún mayor.

Para el P. Gómez Hoyos las Capitulaciones traducen las ideas de Suárez acerca de la sociedad como “corpus mysticum” 10 Más radical en su interpretación conservadora, el profesor Victor Frankl

10 R Gómez Hoyos, La Revolución Granadina de 1810, t I, Bogotá, 1962, p. 183.

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pretende quitarle alcances al Movimiento, prevalido de dos aseveraciones. Según él, “el objeto originario de la Revolución” no fue la independencia. Y segundo, que puede apreciarse “una fuente común, de carácter filosófico” entre las tesis comuneras y el pensamiento del arzobispo Caballero y Góngora respecto a la organización social y del Estado: “La filosofía tomista” 11 Pero ¿cabe hablar de “Revolución” como habla Frankl, y, en las condiciones históricas de fines del siglo XVIII, no aludir automáticamente a la noción de independencia? Además, ni Frankl, ni Gómez Hoyos aportan elemento documental alguno para demostrar la base escolástica de la ideología comunera. ¿No es andar a tientas por aquella noche donde todos los gatos son pardos decir que Santo Tomás, Suárez, Caballero y los Comuneros se inspiraban “en el principio general de la superioridad incondicional del bien común sobre el bien individual y el interés particular”? ´¿Dónde viene a quedar el contenido concreto de clase y de grupo que obro en la elaboración de las Capitulaciones, contenido refractado por una situación específica, la de mediados de 1781 en el Nuevo Reino de Granada?

Tampoco como dice Rodríguez Plata, 12 precedieron las Capi-tulaciones a la consagración iluminista de la Revolución Francesa de 1789 (“Se anticiparon a la promulgación de los Derechos del Hombre”). No existe base empírica para tal afirmación.

11 V. Frank, “La filosofía social tomista del Arzobispo-Virrey Caballero y la de los Comuneros”, revista Bolívar, No. 14, Bogotá, 1952.

12 H. Rodríguez Plata, op. cit.

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Las Capitulaciones expresan una serie de reivindicaciones surgidas de la entraña misma de la crisis del sistema colonial español (cuestión fiscal, comercial, administrativa, indígena, etc.) a la par que pretenden crear un conjunto de mecanismos políticos que le segregaban a la autoridad parte de su competencia, a fin de compartir el gobierno, dado que ya la aspiración de la indepen-dencia era inalcanzable. Por su texto recorre un aire de igualdad social (entre europeos y americanos, por ejemplo), que deja entrever la noción misma de la ciudadanía. Pero conviene no inter-pretar esta presencia de la igualdad con descomedimiento ya que ella se encuentra restringida por una cierta capitis diminutio en lo concerniente a los indígenas. Allí aparecen como súbditos de segunda clase y aunque no se hayan desprovistos de derechos, sí hay un cierto aire paternalista que permite suponer que su status, si no jurídico sí social, no se había alterado en la mente de los Comuneros. En documentos procedentes de la Edad Media ibérica hallamos que las rebeliones de las “comunas” se daban contra la nobleza, buscando limpiar sus privilegios y desafueros, y en busca de la obtención de determinadas reivindicaciones. Pero en el Movimiento de los Comuneros neogranadinos esta oposición (comunas/nobleza terrateniente) no ocurre; inclusive, como ya vimos, la aristocracia criolla, dividida, hizo parte del levantamiento. Se presenta entonces una igualdad entre las capas medias y este sector social, que se acerca ciertamente a una igualdad “moderna” (burguesa), sin llegar empero todavía a situarse por entero en dicho nivel. Así, pues las relaciones sociales entre las capas medias y la aristocracia no eran relaciones de vasallaje y los Comuneros expresan ese equiparamiento político-social, aun cuando estemos aún lejos de las ideas de ciudadanía.

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Otro elemento doctrinal de gran interés debe anotarse. La oposición entre los Comuneros y la autoridad colonial implica, por ese mismo hecho, un rebasamiento de la noción de “vecino”, de su estrechez y de su inherente provincianismo. Nos tropezamos con algo más avanzado que una simple democracia feudal; henos ante una vasta configuración regional, la cual, en virtud de las circuns-tancias, se llamó “Nos el Común” y en otro lugar (La cédula del pueblo) “Las Indias”. ¿No hay acá una especie de protoconciencia nacional, el momento fundador de una configuración ideológica nueva y eminentemente subversiva del orden establecido? La de las autori-dades, ya fuera ésta en su matiz moderado o en su matiz ultra-conservador, es tan sintomática como unánime. Podría hablarse de un influjo –acogido en virtud de la situación concreta del Nuevo Reino- de carácter liberal-burgués; pero este influjo es difuso y no cabe darle una filiación precisa. 13

13 Las capas media vivieron intensamente, en las décadas siguientes, la relación objetiva de sus anhelos y tentativas con la lucha de los Comuneros. Por ejemplo, en el poema Avisos y quejas al Rey Nuestro Señor, el cual fue redactado “dejando a entender que su autor poseía alguna cultura gramatical” (Hernández de Alba), y proveniente casi con seguridad del año de 1809, se alude no sólo a las sublevaciones de la plebe, sino que se reivindican aquellas libertades elementales e indispensables para la subsistencia de este sector social: “estancos y derechos”, “aduanas y pechos”. Las soluciones propuestas son igualmente significativas de ese anhelo de libertad:

dando al comercio fuertes fomentos,

a las minas incrementos,

y a las provincias, auxilios.

(G. Hernández de Alba, Poesía popular y culta ante la emanci-pación colombiana (1781-1829), Bogotá, 1961, pp. 6 y 10.)

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Por todo lo anterior es exagerada la tesis de Nieto Arteta que ve en los Comuneros algo “ingenuo” y “tosco” 14 si reparamos en la amplitud de miras de La Cédula del pueblo y otros pasquines o si examinamos las Capitulaciones a la luz de la problemática socio-económica de la época. Son textos que, tomando en cuenta el nivel cultural del país en ese momento, rivalizan perfectamente con escritos de la época misma de la Independencia.

El punto de vista del Regente-Visitador, en el Dictamen que ya hemos citado en apoyo a otros puntos, es una rigurosa apreciación de lo que las Capitulaciones significaban para la autoridad y el prestigio de la Corona española. Luego de indicar que el alzamiento abarcó “la mayor parte del Reino”, señala que la transacción a que llegaron no se hizo según el agrado ni de los Comuneros, ni de los legítimos representantes del Monarca. No sólo porque este último era víctima de una “usurpación de soberanía”, sino además, en virtud de que las eventuales concesiones que los tumultuarios pudieron haber hecho fueron en contra de su inicial propósito (la rebelión tiene “diverso principio y objeto del que se aparenta”). Pero inclusive el conjunto de exigencias que encierra el documento aprobado es de todo punto de vista inaceptable

“El contexto de las Capitulaciones –indica- que propuso el Jefe de los rebeldes es tan insolente que no tengo valor para repetirlo, ni lo creo necesario, pues a su simple lectura y sin más explicación conocerá cualquiera la exorbitancia, desacato y atrevimiento que respiran, reduciéndose sustan-cialmente a intentar dar ley a su Soberano, a trastornar arbitrariamente todas las reglas establecidas, y romper los vínculos del vasallaje y la sub-ordinación sin el menor respeto, no aun miramiento por la autoridad real” La exigencia que más reprobable, y repudiable, le pareció fue la dé-

14 L. E. Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia, Bogotá, 1942, p 50.

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cima octava, en la cual se pide el mantenimiento del ejército comunero como ejército regular. “Esto equivale a capitular que la rebelión ha de ser permanente que se ha de permitir dentro del Estado una asociación siempre armada para sostenerla; que los individuos de tal asociación no han de conocer otra autoridad ni poder que el que hayan querido usurpar, y en una palabra que no haya Rey, Ley ni Patria."

El juicio del virrey Flórez sobre las Capitulaciones 15 se separa del emitido por Gutiérrez de Piñeres. Obró en él un diferente refle-jo que no se redujo a la mera condenación de los insurgentes. Se trasluce que Flórez pudo haber estado de acuerdo con algunas de las reivindicaciones, ya que ellas se encaminaban a suscitar el proceso de desarrollo económico, benéfico a sus ojos. Es cierta-mente firme en la defensa del Monarca y de las prerrogativas inherentes a su persona. “De cuantos desatinos –dice- pusieron los sediciosos en las capitulaciones ninguno me da cuidado, sino el de querer que permanezcan los generales y capitanes (como ellos llaman a los que eligieron y nombraron) de las asociaciones, con sus Compañías de gentes en cada pueblo, para hacerse cumplir por fuerza lo que han capitulado. Esto es, que si el Rey quisiera disponer otra cosa diferente no se le obedezca, y con las armas en la mano”.

15 “Informe” del virrey Flórez al ministro de Indias José Gálvez del 11 de junio de 1781. No parece que, vista la cuestión de España, el comportamiento haya sido diferente al de rechazar las Capitulaciones y al de obrar con prudencia pero con entera firmeza. Gálvez al referirse al levantamiento de Galán (“las nuevas conmociones surgidas en varios lugares de ese Reino”), añade sobre las Capitulaciones que ellas fueron “violentas y forzadas”, suscritas bajo presión de los “amotinados”. Afirma la necesidad de vigilar, sobre todo, el puerto de Honda, vía natural de comunicación hacia Cartagena, con 500 hombres. La carta está fechada el 21 de enero de 1782 (AHNC, loc. cit., t X, f. 73)

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Esto determinó una singular actitud en el Virrey. Fue desde un primer momento partidario de desconocer la pactado con los Comuneros y de ahí que, pese a carecer de autoridad para improbar las Capitulaciones (debido a que por decreto del 11 de agosto de 1779 había subdelegado parte de sus facultades a la Real Audiencia y al Regente-Visitador, reservándose apenas lo relativo a la Capitanía General y al Real Patronato), en circular del 6 de julio de 1781, enviada a los Cabildos de Tunja, El Socorro, San Gil, Leiva, Pamplona, Honda, Mariquita, Antioquia, Popayán, Ocaña, y Santafé, señalara que “por todas las razones expuestas se sigue no poderse ni deberse llevar a efecto lo acordado en ellas”. Pero en un Informe al ministro Gálvez preconiza una política dúctil en frontal oposición a la defendida por el Regente-Visitador General –sostiene Flórez- u otros serán de dictamen contrario al mío y las intenciones que me he propuesto como conformes con las del Rey en el gobierno de sus súbditos, y escribirán cuanto les parezca, porque pintan las cosas en el papel con tanta facilidad como en la imaginación de quien las dicta, pero que no sabrá reducir al al práctica sin muchas dificultades ni mayores males”, Dos líneas de conducta dibujaban su enfrentamiento: para mantener las colonias en un estado de sujeción se requerían medidas no solamente represivas, sino el fomento de las artes prácticas, el comercio, la artesanía, la economía en general y la cultura; pero, para Gutiérrez, bastaba con el simple uso de la fuerza para someter a vasallos que por una especie de perversión del entendimiento se levantaban contra el “suave yugo” del amado Monarca. El señor Flórez no se opone a la violencia oficial, sólo que debe el gobernante valerse de ella con discreción y buen juicio. “Y que así como las Indias se conquista-ron con la violencia y se han conservado con la suavidad y la tal cual libertad que ofrecen sus vastos terrenos, así podrán solamente por iguales equivalen-tes medios conservarse”. Pero Flórez estaba ya desalentado y se sentía

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incapaz de asumir más responsabilidades. En la misma comunica-ción finalizaba solicitando la remoción del cargo.

Caballero y Góngora, a su vez, tampoco estuvo de acuerdo con el texto de las Capitulaciones y las calificó de “vergonzosas e inso-lentes”.

La agitación no cesó a lo largo de los meses de abril y mayo. El nombre de José Antonio Galán se halla vinculado decisivamente al mantenimiento de la actividad insurgente en este lapso.

El pueblo de Guaduas fue conmovido en la noche del 24 de mayo por un grupo de mulatos, que ascendía a veintiocho, proce-dente de la Palma. Armados de sables y lanzas instalaron una venta de tabaco. En este levantamiento, sin embargo, estuvieron ausen-tes los usuales saqueos y destrozos de géneros y oficinas públicas. Los rebeldes tomaron posesión de dos pedreros que Santafé había enviado para la defensa de Honda la Junta Superior de Tribunales, al igual que de las balas. Sabedor el Regente-Visitador de estos acontecimientos, ordenó que parte de la tropa de Honda se despla-zara a Guaduas a proveer el restablecimiento de la normalidad.

La región de rio Magdalena –escenario que iba a ser en los días subsiguientes el de las primeras hazañas de José Antonio Galán- bullía animada por una ola de calor subversivo que pesaba de Guaduas a la Palma, de ahí a Nocaimá, a la Peña y a Quebrada-negra.

El 24 del mismo mes de mayo la ciudad de Ibagué presenció un violento tumulto. A las siete de la noche, la plebe, provista de las armas de que ya se hizo mención, tocó repetidamente las campa-nas de la iglesia parroquial; acto seguido liberaron a dos hombres y una mujer que habían sido arrestadas por el Administrador de las Rentas Reales acusados de venta ilegal de tabaco. A los gritos de

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“¡Viva el Rey y muera el mal gobierno!” destrozaron las puertas y ventanas del local de la Administración y sacaron el tabaco, que fue quemado, junto con las botijas de aguardiente, las que a su turno fueron derramadas. Varios religiosos, junto con el Vicario y el Alcalde, trataron de sofrenar el ímpetu de la turba, evidentemente sin lograrlo. El Administrador fue resguardado por el Vivario; al día siguiente puso pies en polvorosa hacia las tres de la tarde, seguido por la multitud vociferante. Las gentes persistieron en su actividad: ahora exigían la abolición de todos los pechos, so pena de prender fuego a la ciudad, excepto el de la Alcabala. Las autoridades se reunieron con los religiosos ya citados y convinieron en presentarse al Cabildo Abierto para tratar de serenar los espíritus. Nada consi-guieron y se vieron obligados a aceptar las peticiones del común. El día 26 se restableció la calma.

Nueve días después entra Galán a Guaduas, acompañado de don Nicolás Vesga, de Manuel Ortiz, el arrojado portero del Cabildo del Socorro, y de sus hermanos Juan Nepomuceno e Hilario. En Facatativá depuso a las autoridades, tomó posesión de la Adminis-tración de Rentas, prohijó la formación de las organizaciones comu-neras y la designación de sus mandos, procuró interceptar la correspondencia hacia Cartagena. Es decir, efectuó los mismos actos que desde marzo se venían llevando a cabo. De Facatativá salió para Villeta en donde dirigió acciones similares. En Guaduas fortaleció sus tropas con hombres y armas.

Empero, Galán cometió un acto que no ha sido suficiente-mente analizado. Hizo saber al Regente-Visitador, por lo menos a través de dos conductos comprobados, de cuáles eran las órdenes que el Generalísimo Berbeo le había dado, con lo cual facilitó la fuga del señor Gutiérrez de Piñeres. ¿Revela esta actitud una supuesta traición? Galán siguió luchando activamente contra el

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poder colonial y con una orientación radical ya que ligaba la revolución social a la revolución antiespañola. Puede verse en este acto de Galán, de la misma manera como aconteció con actitudes semejantes de otros jefes comuneros, esa postura ambigua que buscaba, en medio de la rebelión, garantizar la propia seguridad personal. Galán prefirió dejar esta puerta a guisa de coartada y al propio tiempo darle un mayor énfasis a su propia lucha.

El Regente-Visitador tuvo conocimiento de las dos cartas men-cionadas al día 8 de junio. (Estas cartas estaban fechadas con el 7 en la población Guaduas). Para prevenir ulteriores fracasos, dispu-so la defensa del puerto de Honda, cuya importancia lógica era reconocida. A las tres de la tarde de ese día dejó Gutiérrez de Piñeres la población, cuyo valor militar y estratégico describió así al Virrey:

“Si por desgracia llegasen los rebeldes a apoderarse de esta villa serían muy fatales las consecuencias, por lo ventajoso de su situación, que dificultaría desalojarlos, y porque siendo la garganta del Reino, se cortaría del todo la comunicación y comercio con otras provincias y esa plaza”. 16

Pero la rebelión en Honda se precipitaba y el Magdalena ardía en otros lugares: Espinal. Nilo y Melgar; Santa Rosa, Llano Grande y Coello; Chaparral y Guamo. El Virreinato, a pesar de las Capitu-laciones de Zipaquirá, seguía en convulsión con movimientos aislados y espontáneos que de pronto afloraban en una u otra zona. La efervescencia tendía su roja mancha por la faz del país.

El 13 de junio dejo Galán y su gente la población de las Guaduas y se dirigió a Mariquita. Queda ésta aproximadamente a

16 P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t II, p. 83.

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cuatro leguas al norte de Honda. El día 18 del mismo mes ocupó la hacienda La Niña y las minas de Malpaso, bienes de Vicente Diago, y, a más de incautar algunos objetos de valor del citado terra-teniente, que posteriormente devolvió por intermedio del Alcalde de Ambalema, otorgó libertad a los esclavos. El 17 de junio, luego de que Galán hubiera dejado el lugar, se amotinó la gente con un clarísimo deseo de persistir en la revolución social que el líder comunero espontáneamente estaba efectuando; su objetivo era el de tomar bienes de los blancos y acabar simultáneamente con ellos. 17 Atacó las Rentas Reales y violentó la cárcel a fin de poner en libertad algunos inculpados de delitos contra las disposiciones coloniales. El Gobernador de Mariquita decía en su informe a la Real Audiencia: “¡Han enarbolado bandera! ¡Vuestras reales armas a machetazos, hechas astillas! Las reales administraciones robadas, yo perseguido, mi hacienda robada, la cuadrilla de negros sublevada, mi familia dispersa.” El informe enviado al General Miranda revela el levantamiento producido entre los espíritus indígenas por Galán, quien había incitado a los campesinos pobres a desconocer al gobierno, a sus amos y a rehusar el pago de los tributos. Al destaca-mento enviado luego por las autoridades contra Galán “les salieron todos los indios, indias, mestizos, mulatos y hasta muchachos armados de piedras, palos y cuantos instrumentos toparon y estrechándolos entre dos vallas los obligaron a una sangrienta defensa”.18

El 19 de junio se publicaron las Capitulaciones en la villa de Honda. De ahí que, cuando el capitán Pedro Antonio Nieto llegara a ella a fines de junio con el objeto de disuadir a Galán de sus empe-ños y por orden de Berbeo, tuvo la nueva de que el Capitán chara-

17 J. F. Gutiérrez, op. cit., p. 259. 18 F. de Miranda, op. cit., XV, p. 35.

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leño licenció su gente en Ambalema y con varios de sus hombres había tomado la ruta de Madalena arriba.

A pesar del acuerdo a que se llegó con las Capitulaciones, el pueblo santafereño tenía urdida una conspiración para el 14 de junio, cuyos designios –se decía- eran harto sangrientos y contra la estabilidad de las autoridades del Virreinato. El Comandante de Armas de Santafé, Pedro Catani, dispuso apresuradamente la defensa del orden recién pero, aún no del todo, restablecido y el 15 en la mañana dio la orden de tomar prisionero a Juan José de España, escribano de las Cajas Reales; en la noche de este mismo día personalmente aprehendió a Nicolás Lozano, pulpero, y a Juan Manuel de Zornosa; fueron también puestos presos Joaquín Silva y Francisco Porras. Numerosos conspiradores fueron enviados a Cartagena en octubre de 1781.

La malograda revuelta santafereña parece haber sido origina-da en los medios de la plebe, dada la extracción social de quienes estuvieron implicados en ella. Esta plebe tenía como uno sus problemas principales el de la competencia ruinosa que ciertos peninsulares hacían a sus actividades comerciales y manufactu-reras. En esa fecha aparecieron fijados en varios lugares de la capital pasquines con textos como estos:

Santafé está listo

aunque lo impida el Arzobispo

Si en el bando no mandan salir los chapetones,

de nada servirán las capitulaciones.

Y hagan bien, por don Jorge

el capitán de Santafé

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Ante todo destaquemos la adhesión que daban estos sectores plebeyos al señor Lozano de Peralta.

Uno de los organizadores, Nicolás Lozano, dueño de una pulpería y venta de aguardiente en la calle San Juan de Dios, había sido el autor intelectual de un memorial dirigido a Berbeo en el cual se indicaba la urgencia de desterrar a los Domínguez por su influjo en la decisión del establecimiento del pecho de Alcabala; además, se pedía al Generalísimo que incluyera como uno de los objetivos de la insurrección el de la expulsión de la casi totalidad de los españoles que vivían en Santafé, con excepción de diez y nueve más los Oidores.

Entre otros implicados tenemos a José Medardo Bonofonte, sargento mayor del Socorro, a José Villegas, estudiante de teología, a Juan José Espada, oficial de las Casas Reales, a Lucas Campuzano, estudiante de letras, a Joaquín Silva y José Miguel Rojas, plateros, y a Francisco Rodríguez.

El capitán Luis Francisco Quirós tuvo a su cargo la sublevación de las regiones de Pamplona y Salazar de la Palmas. Quirós merece destacarse como uno de los mejores lideres comuneros. No solamente supo proveer lo necesario para extender el descontento en el mayor número de pueblos y veredas, sino que, yendo en la lucha anticolonial tan lejos como nadie había sabido ir, ordenó al capitán del pueblo Silos, Agustín Peña, el total desconocimiento de Rey de España y la proclamación formal de la autoridad de Tupac Amarú.

En la orden que vamos a transcribir del capitán Quirós hallamos una depurada manifestación del anhelo libertario en el movimiento de los Comuneros. La cédula del pueblo se distingue por su visión de conjunto, por su oportunidad, por haber planteado

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la independencia, aun cuando de modo vago. En los actos y algunas cartas de Galán nos tropezamos con una escueta apreciación de la estrategia y con la más decidida voluntad de darle al movimiento contra la autoridad un neto contenido social. En las Capitulaciones se expresa el conjunto de los pedimentos y reivindicaciones del pueblo neogranadino, animados de un espíritu democrático, lo cual les valieron los peores epítetos. El documento del capitán Quirós y los hechos que suscitó como exacto reflejo suyo deben señalarse por su radicalismo y su clara decisión. El Capitán produjo este documento declaratorio de independencia de la Nueva Granada, el cual reza así en su parte pertinente:

“Jueves, que contamos catorce del que corre, después de misa, juntos todos los indios de su pueblo en la plaza, tocando caja y chirimías, batiréis la bandera diciendo en voz alta: ¡Viva el Rey Inca y muera el Rey de España y todos los que le defendieren!, sin que persona alguna le estorbe, y si el Cura loa intentase lo mandaréis que se entre en su Iglesia y la gobierne, pues de no hacerlos así seréis castigados a mi arbitrio, que así lo proveo y mando,

Yo el Capitán Luis Quirós” 19

Además de otros elementos, no sobra recalcar en la formula-ción sucinta y elemental, pero muy firme, la separación de la Iglesia de la actividad política y su confinamiento, aún forzado, al universo exclusivamente religioso.

Dicha orden no se quedó escrita en el papel. Al pie de la letra fue llevada a cabo y traducida en hechos por los capitanes Agustín Peña y Juan Ignacio Ortega. El 14 de junio de 1781 se proclamó oficialmente en la Nueva Granada un rey diferente al de España, con la que se desconocía case dos siglos y medio de vasallaje. El

19 P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t, II, p. 92.

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acta acerca de los hechos acaecidos el 14 de junio en el pueblo de Silos, suscrita por Peña y Ortega, reza:

“En el pueblo de Silos, en catorce días del mes de junio del año de mil setecientos ochenta y uno, se juntaron todos los del común de este mencionado pueblo. En voz alta, con bandera, pífano y tambor se hizo voz:

¡Que viva el Rey Inca y muera el Rey de España y todo su mal gobierno y quien saliese a su defensa¡

Esto lo hicimos en obediencia de una papelera fecha del Capitán de Pamplona Luis Quirós.

Y por lo que conste firmé Yo el Teniente, en nombre de todo el común.

Agustín Peña.

Paso por el Capitán de Cepitá, Juan Ignacio Ortega.

Y sigan estos conductores su destino, Teniente y Capitán de Silos” 20

El 19 de junio estallo la revuelta en la ciudad de Neiva, la cual se organizó en el lugar denominado Guasimal de la hacienda de Villavieja. Como a la una de la tarde prorrumpieron varios sujetos en la ciudad con el objeto de asaltar los estancos de tabaco y aguar-diente e iban armados. Las botijas de aguardiente fueron destro-zadas. Cuando el gobernador don Policarpo Fernández trató de oponer resistencia fue alcanzado y muerto por la lanza del capitán común Toribio Zapata. El criado del Gobernador fue herido al acudir a su defensa. Luego se trenzó en combate con los guardas de tabaco y los administradores de rentas, del que salieron derrotados los escasos efectivos insurgentes, con la muerte del mencionado Zapata y de otro capitán, Gerardo Cardoso.

20 Ivid., pp. 93 s.

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El 14 de mayo hubo en Pasto un intento de sedición. El día 22 se encendió aún más la agitación en la localidad. Los indios estaban inquietos y la fuerza armada virreinal quiso aplacar los ánimos ape-lando a la violencia con el resultado de tres personas muertas y varios heridos. Pero la multitud la obligó a refugiarse en el antiguo edificio del Colegio de la Compañía de Jesús. Aprovechando una circunstancia favorable el teniente gobernador de Popayán, José Ignacio Peredo y sus soldados salieron de Pasto, aunque per-seguidos por los indios que lograron dar muerte a cuatro de aquéllos. El propio Peredo pereció apaleado en el pueblo de Catambuco.

Como ya vimos, el 19 de junio se dieron a conocer las Capitulaciones en la Villa de Honda. Sus vecinos las recibieron sin alborozo ya que ellas no habían abolido el estanco de aguardiente, ni los derechos de pasos reales, ni el pontazgo de Gualí. Luego de haber planeado la rebelión, inusitadamente los insurgentes se presentaron en varios lugares con ánimo muy exaltado; atacaron la cárcel, liberaron los presos y retornaron a procurar de nuevo el asalto de la Administración de aguardiente y de la casa del Alcalde. En estos sucesos hubo varios muertos.

El descontento ya se había extendido a Antioquia, en donde los mineros derramaron el aguardiente y prorrumpieron también contra las autoridades constituidas.

Una de las acciones más importantes fue la del socorrano Miguel Suárez, quien desde Pamplona encabeza la peregrinación hacía Cúcuta. Con ochocientos hombres ocupa esta población, hace derramar el aguardiente y quema el tabaco, y promueve la designación de jefes comuneros. Suárez no se queda ahí. Pasa luego a Venezuela y allí levanta a las gentes en rebelión; en San Cristóbal destituyo al Alcalde, en la Grita, unido a los indios de la

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localidad, apresa al Administrador del estanco, dirige el asalto a Bailadores y en Mérida establece su cuartel general. De un docu-mento por el cual se notició a Flórez de los sucesos promovidos por Suárez, leamos lo siguiente: “Silvestre Camero, Bodeguero de la ciudad de Pamplona, y Miguel Suárez, vecino de la Villa del Socorro… han logrado sublevar las ciudades de Mérida, la Grita, y Villa de San Cristóbal con sus jurisdicciones, causando con estos atentados los notabilísimos perjuicios que dejo a la alta comprensión de vuestra Excelencia.” Así se refiere el apoyo que el señalado movimiento halló entre las masas: “…estos daños se aumentaron por la ninguna resistencia ni oposición de los provincianos” 21

Una vez más nos tropezamos con pruebas del grande arraigo que la insurrección de los Comuneros tuvo entre las poblaciones de Nuevo Reino.

Pero regresemos a lo que acontecía al grueso de las tropas comandadas por Berbeo.

A instancias de los principales capitanes, Berbeo solicitó, de conformidad con las Capitulaciones, el nombramiento de Corregi-dor y Justicia Mayor de las villas del Socorro y San Gil. El 22 de junio tomó Berbeo posesión de su nuevo cargo y poco tiempo después lo hizo ante los Cabildos de tales poblaciones. El Regente-Visitador no se mostró conforme con esta decisión, entre otras razones porque Berbeo había solicitado la dignidad militar de Maestre de Campo. “Es lo mismo que autorizarlo para que continúe la rebelión”, dijo. En su carácter de Corregidor, Berbeo procuró darle cumplimiento pre-cisamente a una de las capitulaciones más discutidas, la número 18. Plata habla así de la gestión de Berbeo: “Responde que después de haber ido de Corregir al Socorro Berbeo, se aumentó el espíritu de sedición, en virtud de mandarse por esta Audiencia guardar las Capitulaciones hechas en Zipaquirá, pues en ellas se confirmaban los títulos de Capitanes dados por

21 H. Rodríguez Plata, op. cit., pp. 126 s.

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los comunes, y por consecuencia se permitía a los rebeldes mantenerse armados y que se ejercitasen todos los domingos en el manejo de las armas, con lo cual no respetaba la gente más autoridad que la de los Capitanes.” En cumplimiento de esta política de Berbeo, el Cabildo del Socorro comunicó al señor Flórez la inutilidad de hacer llegar la tropa al mando del Coronel Bernet, ya que, según la citada corporación, se había formado una milicia compuesta por gente muy diestra de la villa y que se ejercitaba semanalmente. El Real Acuerdo en oficio de 31 de marzo de 1783 se refirió a estas actividades de Berbeo de momo que vamos a detallar: “… unía, sacrílegamente, el de Corregidor y Justicia Mayor de Su Majestad, firmando así varios libramientos contra la Real Hacienda, y dando a entender con este hecho [que] era tan legítimo Capitán General como Corregidor del Socorro, descubriendo con poco reato su infiel y depravado ánimo de continuar sus hostilidades y fomentar entre aquella gente rústica el fuego de la rebelión”. 22

El 25 de junio dejó el señor Arzobispo la capital, acompañado por varios religiosos capuchinos y franciscanos (entre ellos estaba fray Joaquín de Finestrad) a fin de concluir la obra de apaci-guamiento de los exaltados espíritus poco tiempo antes en franca insurrección. El 14 de junio llegó al Socorro. La intensa prédica dio los resultados apetecidos por el tenaz prelado.

Seis días antes de la partida del señor Caballero, el Real Acuerdo de Justicia había ordenado la captura de José Antonio Galán, de sus hermanos Hilario y Nepomuceno, y la del segundo jefe, Javier Reyes, pese a la gracia que las Capitulaciones habían concedido a los cuerpos insurgentes. Galán era reo por haber “sublevado y juntado –decía el mencionado organismo- a su mando varias gentes con que ha perpetrado insultos, robos, y atrocidades por diversos parajes y jurisdicciones de Tocaima, Neiva e Ibagué, y que últimamente había subido por el río de la Magdalena arriba, desde Ambale-

22 P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. II, p. 104.

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ma, después de haber hecho cuantiosos hurtos en la ciudad de Mariquita”. 23 Como encargado de llevar a cabo dicha empresa fue designado Juan Antonio Fernández Recamán, “que deberá aguerrir en nombre del Rey, para su propia ayuda y custodia”. Luego de licenciar sus tropas, una vez conocida la noticia de acuerdo entre Comuneros y gobierno, Galán decidió volver a su tierra. Aun cuando no había aprobado con su firma las Capitulaciones, creyó sin embargo que su actividad carecía de toda perspectiva. De regreso, no obstante lo que aparentaba ser su firme decisión en contrario, continuaba levantan-do los ánimos: en el Espinal nombró como capitanes a Juan Virgen, Jerónimo Romero y Julián Arteaga y a Manuel Ortiz como teniente; en Coello elevó al rango de capitán igualmente a Juan Antonio Romero, con poderes para asignarles capitanes a los demás pueblos del sector.

Al día siguiente de la partida de Caballero y Góngora, el Real Acuerdo tomó otra determinación del mismo carácter de la ante-rior, esta vez respecto a otro líder: el capitán general Francisco Javier Mendoza. Decidió el Real Acuerdo enviar a Casanare unos comisionados, los cuales tenían como verdadera misión no la de llegar a un compromiso con el insurgente sino la de aprehenderlo vivo o muerto, y para facilitar este propósito su cabeza fue puesta al precio de quinientos patacones, “que se pagarán puntualmente”. Añadía el Real Acuerdo que en este asunto debía obrarse “con seguridad, maña y secreto, y dando las providencias que la prudencia y maña dicten”.

La agitación persistía. En la segunda quincena de junio la 23 Ibid., pp. 148 s

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insurrección se extendió por la región de Pamplona. Tomaron los rebeldes las medidas usuales y desarmaron a las autoridades regias. Luego vinieron los sucesivos levantamientos de la región de Maracaibo, de los que tomó noticia el virrey Flórez en el mes de agosto. La lectura de las Capitulaciones, tanto en una como en la otra zona llenaron de entusiasmo a los sediciosos, lo cual indica que servían para levantar los ánimos.

Sin suficientes fundamentos legales, puesto que sobre él pesaba apenas la acusación de haber prometido a los indígenas de Nemocón la adquisición de la salida de la localidad, fue reducido a prisión don Ambrosio Pisco la noche del 4 de septiembre en su posada.

Al mismo tiempo, comenzaban las tentativas populares para la aplicación de las disposiciones contenidas en el acuerdo de Zipaquirá. La capitulación 14 señaló que las salinas pasaran a poder de los indios, sus antiguos dueños.

Así se presentó una comisión de indígenas en la capital a tratar el asunto con la Real Audiencia, de la cual no recibieron una respuesta satisfactoria. Entonces comenzó de nuevo la rebelión. Los ataques se desataron sobre el administrador de la salina Juan Raimundo Cabrera e Insiarte, y prepararon un motín para el 2 de septiembre, entre cuyos móviles estaba la muerte de Cabrera y la ocupación de la salina. La Real Audiencia destinó la Compañía de Granaderos del Regimiento Fijo al mando al comandante Blas de Soria con dos pedreros y dos artilleros, la cual se hizo presente en Nemocón el primero de septiembre en la madrugada. A las ocho de la mañana se amotinaron los indios en el pueblo y destrozaron parcialmente la casa del Administrador. Las tropas no debilitaron la osadía de los insurgentes, sino que, por el contrario, los tornaron más arrogantes ya que conminaron a los soldados a rendir las

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armas como lo habían hecho en Puente Real; acto seguido llovió sobre estos últimos una granizada de piedra. La tropa disparó sobre la muchedumbre hiriendo a varios hombres y matando a cinco de ellos, sin contar las bajas ocurridas entre las mujeres. Luego de prender fuego a la casa del Administrador, los indios se disper-saron. En la refriega murieron Manuel Luna, Francisco Mendieta, José Ignacio García e Ignacio Marruco, cuyas cabezas fueron trans-portadas a Santafé. El 4 de septiembre, día de su arribo, estuvieron colocadas en maderos a la entrada de la capital y en los caminos reales. Fueron reducidos a prisión en Cartagena el teniente Antonio Luna, Manuel Morales, José Gómez, Juan Antonio Bernardino y Manuel Galicia. Excepto el último de los mencionados, que regresó al interior, los otros murieron. Estos mártires comuneros han sido olvidados de modo injustificado por la historiografía consagrada al culto de determinados caudillos y que olvida la diversidad y complejidad de este movimiento.

El primero de julio los capitanes generales del Socorro, Plata, Monsalve, Rosillo y Franqui, los doctores Ramírez y Cáceres y otros, enviaron al Virrey y a la Real Audiencia sendas comunicaciones en las cuales planteaban los siguientes:

1) Absoluta lealtad al Rey.

2) Se declaraban partidarios del cobro de una “justa contribución de alcabalas y estancos de aguardiente”, ofrecían sus servicios para llevar a cabo tal empresa.

3) Ponen a disposición de las autoridades al ascendiente ganado en los acontecimientos inmediatamente pasados. Berbeo no firmó estas comunicaciones. El Virrey no recibió con buena disposición la citada misiva, y admite la posibilidad de “que dimane del recelo o temor castigo”. El 17 de septiembre Plata, Monsalve y Rosillo volvían de

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nuevo a enviar al Virrey un documento similar al anterior, en el que sostuvieron la tesis de que “nosotros fuimos las más tristes victimas del furor” de los Comuneros, y hacían el recuento de supuestas violen-cias o de gravísimas presiones ejercidas sobre ellos para obligarles a aceptar sus anteriores mandatos de Capitanes Generales.

Por su parte, Caballero y Góngora había conseguido que algunos Capitanes Generales y Procuradores del Común (Plata, Rosillo, Monsalve, Ramírez, etc.) le otorgaran poder para modificar las Capitulaciones. Berbeo tampoco suscribió el texto donde se dio el susodicho poder.

La actitud de Berbeo llevó al Arzobispo a la convicción de que podía convertirse en un obstáculo para la tarea de disuasión y serenamiento que, con la ayuda de otros pastores, estaba llevando a cabo. Caballero y Góngora tomó la determinación de alejarlo de la provincia, pues otra diferente era, por múltiples razones, inade-cuada. Berbeo fue encargado entonces de divulgar las Capitu-laciones, explicarlas, y en general pacificar las regiones de Pamplona, Salazar de las Palmas y Ocaña, las cuales se hallaban aun fuertemente agitadas. El antiguo Generalísimo partió para Pam-plona a comienzos de septiembre, acompañado de algunos de sus antiguos capitanes. En efecto, Berbeo logró, a más de apaciguar los ánimos, el que fueran acogidos con benevolencia aquellos insur-gentes de la región de Maracaibo que habían tomado el camino de la Nueva Granada. Berbeo regresó al Socorro el 4 de octubre.

El 31 de agosto recibió el Cabildo de San Gil la orden del Virrey de no dar cumplimento a las Capitulaciones; la citada orden llegó a manos de los cabildantes del Socorro una semana después. Consultado el Arzobispo por los Cabildos de estas poblaciones respondió que, en vista de las continuas sediciones que ocurrían por esos días, lo mejor era aplazar (textualmente dijo en una

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comunicación al Virrey “suspender”) la publicación de la providencia en referencia.

El Virrey persistía en llevar a cabo, aún en parte, su política liberal. Así Flórez, atendiendo las representaciones hechas por el Ayuntamiento del Socorro, dispuso que las medidas de la Junta General de Tribunales, del 14 de mayo, y que comprometían con sus beneficios villas del Socorro y San Gil, las ciudades de Tunja, Vélez, Pamplona, Girón, la villa de Leiva y los pueblos de Zipaquirá y Sogamoso, mantuvieran toda su vigencia. Ellas, según el propio alto funcionario, se reducían a las siguientes:

1) Suspensión del cobro del derecho de la Armada de Barlovento y restablecimiento del viejo porcentaje para Alcabala (2%).

2) Supresión de las formalidades exigidas para las Guías y Tornaguías, “y que sigan las cosas como antes”.

3) Libertad de cultivo de tabaco, de acuerdo como reglamentación que determinaba a cada cosechero una cuota de siembra, la obligación de venderlo al gobierno y otras restricciones.

4) Rebaja de los precios de venta del tabaco y el aguardiente al precio anterior al señalado, con motivo de la guerra con la Gran Bretaña por el Regente-Visitador.

5) Publicación del “Indulto de Perdón General”. Con lo cual “parece quedar atendidos esos comunes en los alivios que pretenden; y que por lo mismo no dudo que agradados y agradecidos a este beneficio, se mantendrán quietos y pacíficos, dedicados a sus labores e industrias”. 24

24 Es conveniente anotar que las contradicciones entre Flórez y Gutiérrez fueron algo público y sabido por la época. F. Silvestre habla “de los desaires que padece la autoridad” (la del Virrey) a manos del

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Pero las cosas se empeoraron vertiginosamente. La noticia de la muerte de los indios de Nemocón se extendió con la rapidez que es de suponer, llenando de pánico o de ira a los recelosos o estupefactos pobladores del Oriente del Nuevo Reino. La idea de una nueva insurrección iría a plasmar se en José Antonio Galán, quien no participó en las conversaciones de Zipaquirá, ni tampoco había aceptado el texto de las Capitulaciones allí suscrito y quien además poseía un sólido prestigio fundado en las medidas tomadas durante su campaña en la hoya del Magdalena.

Galán se hizo presente en Mogotes a comienzos de mes de septiembre. Iba perseguido y ni es erróneo suponer que esta situación facilitó mucho su espíritu para las resoluciones que habría de tomar seguidamente. Desde un comienzo hallamos una relativa coordinación entre Galán y otros elementos del Común. Así, Juan Manuel Roxas, quien fue apresado por el Alcalde de Mogotes el 11 de ese mismo mes, fue quien llevó a Galán a esta población. Otros

Regente-Visitador (op. cit., p 88). Un tiempo más adelante tuvieron diferencias de otro orden, pero que sirven para ejemplificar el asunto de que nos ocupamos; estas diferencias surgieron por lo relativo a las agregaciones de pueblos y resguardos. Gutiérrez y el Fiscal de la Real Audiencia, Joaquín Vasco y Vargas, se oponían a la extinción de 33 pueblos: el señor Flórez se plegó a la tesis del Regente-Visitador y del Fiscal, pero probablemente a sabiendas de que la Real Audiencia, debido a las evidentes ventajas que ello representaba, iría a favorecer una determinación que implicase la ruina de una institución clásica e inherente al viejo orden, que los neocolonialistas (Berdugo y Oquendo, Moreno y Escandón, los Virreyes ilustrados, etc.) no veían con buenos ojos. (G. Colmenares en su trabajo “Antecedentes sociales de la historia de la tierra en Colombia” Revista de la Universidad Nacional, No. 4, Bogotá, 1969, pp. 131 s. aporta lo referente a la discusión sobre los 33 pueblos).

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Comuneros compañeros suyos estaban agitando varias localidades de la región: Manuel Ortiz, Isidro Molina, Miguel Monsalve, Lorenzo Alcantuz, Juan Dionisio Plata y sus hijos, e Ignacio Ardila en el Socorro; José María Franqui y Esteban Ochoa en Málaga; José de los Santos Carvajal en Enciso; y Baltasar Cala en el pueblo del Pára-mo. Pocos días después se entrevistaron con Galán, en Mogotes, Juan Dionisio Plata y sus hijos, junto con Isidro Molina, quienes le aseguraron a aquél haber levantado las poblaciones del Valle de San José, Pinchote, Confines, Simacota, y Chima.

Pero, pese a todo, se notaba que el ambiente no era el del mes de octubre el mismo en el cual Galán había actuado antes de la suscripción de las Capitulaciones y de la actividad pacificadora del arzobispo Caballero y Góngora. Galán cambia de táctica. Bien que él no aceptó los compromisos de Zipaquirá, ahora, luego de enterarse que el Virrey dio orden de suspender la ejecución de las Capitu-laciones, alzó la bandera de su intransigente defensa.

Comienza a organizar un ejército en Mogotes, asesorado por los capitanes Juan Manuel de Roxas, Miquel Rafael Sandoval, Custo-dio Arenales, Buenaventura Gutiérrez, Juan Ignacio Gualdrón, los hermanos Altamar y otros. Se procede a hacer la designación de los mandos del nuevo grupo armado, y la jefatura recae en Galán por aclamación; Manuel Ortiz quedó de segundo, Ignacio Ardila de Tercero y Miguel Monsalve de cuarto. Fue nombrado secretario del primer capitán José Camacho.

Como capitanes para Mogotes resultaron electos Miguel Rafael Sandoval y Custodio Arenales, quienes dirigieron inmediata-mente una comunicación a los “lugares circunmarcanos” iniciándolos a la rebelión.

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El 23 de septiembre Galán y su gente de Mogotes dirigen a sus capitanes del Socorro un carta en la que urge actuar (“Esto supuesto, señores, ¿qué es lo que hacemos? ¿A que esperamos?”). Los peligros de la falta de coordinación y de rápida preparación son puestos de pre-sente por Galán: “A que Santafé se abaste de todos surtimientos y que lleguen tropas de abajo, que están al salir, y vengan nos aniquilen sin reserva, ni aun de los inocentes, como lo tienen prometido.” Otro aspecto intere-sante de la carta lo constituye la pérdida de toda confianza en la posibilidad de un arreglo con las autoridades del Virreinato; así pues, para contrarrestar “este pernicioso cáncer, que amenaza nuestra ruina en honra y haciendas, cuando no las vidas el infame borrón y sucesivo reato de una sonrojada esclavitud”, no cabe otra posibilidad que la de utilizar los mismos métodos represivos de que se ha valido el gobierno contra los pueblos. O con las palabras textuales de la carta: “A mal desesperado, desatinado remedio”. El telón de fondo de las que califica como “más maduras reflexiones”, fruto del hecho de que los elementos integrantes del nuevo movimiento son “ya experimen-tados”, es la descripción de las falacias y los dobleces de que han sido víctimas los Comuneros: “…el malogrado avance de la vez pasada, con que nos han dejado vendidos avariciosos, picaros, traidores, a lo que no hallamos otro remedio que volver a acometer” 25 Esta misiva para mejor dibujar la silueta de su posición política.

El primero de septiembre la Real Audiencia ordenó la captura de Galán. El 6 de octubre dictaron los Alcaldes del Socorro el auto prisión contra el caudillo comunero. Para llevar a cabo la tarea de la aprehensión fue designado Salvador Plata, quien salió del Soco-rro el 9 de octubre. El 11 llego a Mogotes donde el Alcalde le informó que Galán había abandonado la localidad con diez y nueve o veinte hombres. Galán estaba en situación desesperada, ya que

25 P. E. Cárdenas Acosta, Los Comuneros, Bogotá, 1945, p. 293.

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los Comuneros de otras regiones no se decidieron a ayudarle. “Las tropas que esperaban a Galán para el día 10 de octubre o se resistieron o no se movieron de sus pueblos. Los lugares que se ofrecían abandonaron sus empresas”, aseguró posteriormente en su Defensa el señor Plata. El día 13, luego de haber dejado a Mogotes, sus espías tomaron presos a Hilario Galán, Francisco Antonio Mesa, Francisco Pañuela y Julián José Losada, quienes en Onzaga se habían separado de Ga-lán.

Galán ya sin recursos, decidió tomar el camino de los Llanos de Casanare. Pero ese mismo día, como a las diez de la noche, fue aprehendido luego de una corta refriega, en la cual cayeron heridos el propio Galán y Manuel Salvador Álvarez, y muerto Andrés Galán. Junto con el líder quedaron prisioneros Ignacio Parada, José Velan-dia, José Tomás Velandia, Miguel Fulgencio de Vargas, Nicolás Gui-llermo Pedraza y Baltazar de los Reyes.

El 20 de octubre, Flórez concedió la gracia del indulto a todos los comprometidos en el movimiento de los Comuneros de los meses anteriores, por la intercesión del señor Arzobispo. Pero en lo referente a nuevas sublevaciones estaba decidido a aplicar una política fuerte. En carta de 20 de octubre dirigida a Bernet le exhortaba a tomar drásticas medidas contra desordenes de reciente ocurrencia. “Lo que importaría mucho para atacar este nuevo fuego, que va encendiéndose, es quitar de en medio al que lo fomenta; y atribuyéndose todo al rebelde José Antonio Galán, sería muy conveniente que V. S. tomase sus medidas para sorprender o acabar con éste y sus inmediatos secuaces, valiéndose de los medios más reservados y oportunos.” 26

26 P. F. Cárdenas Acosta, El movimiento comunal, t II, p 165. Queremos indicar que la sentencia completa de Galán puede verse en el AHNC, loc. cit., t. X ff 90 a 92.

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El aludido indulto no cobijó por lo tanto a Galán y a sus compañeros. El 30 de enero de 1782 fueron ellos sentenciados a la pena capital.

En la sentencia se refieren algunas de las hazañas del caudillo, se le acusa de horribles crímenes, pero, al propio tiempo, se revela el concepto en el cual se tenían sus actividades, (“Y últimamente un monstruo de maldad y objeto de abominación, cuyo nombre y memoria debe ser proscrito y borrado del número de aquellos felices vasallos que ha tenido la dicha de nacer en los dominios de un Rey, el más Piadoso, el más Benigno, el más Amante y más Digno de ser Amado de todos sus Súbditos, como el que la Divina Providencia nos ha dispensado”) El castigo manifiesta el afán de impresionar con su crudelísima índole la mentalidad de los revoltosos neogranadinos: “…condenamos a José Antonio Galán a que sea sacado de la cárcel, arrastrado y llevado al lugar del suplicio, donde sea puesto en la Horca hasta que naturalmente muera; que bajado se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes, y pasado el resto por las llamas (para lo que se encenderá una hoguera delante del patíbulo); su cabeza será conducida a Guaduas, Teatro de sus escandalosos insultos; la mano derecha puesta en la plaza del Socorro; la izquierda en la villa de San Gil; el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento; y el pie izquierdo en el lugar de Mogotes; declarada infame su descendencia, ocupados todos sus bienes, y aplicados al Real Fisco; asolada su Casa y sembrada en sal, para que de esta manera se dé olvido su infame nombre, y acabe con tan vil Persona, tan detestable memoria, sin que quede otra que del odio y espanto que inspira la fealdad del delito!” Junto con Galán fueron condenados a muerte Isidro Molina, Lorenzo Alcantuz y Manuel Ortiz.

La sentencia fue ejecutada en la plaza mayor de la capital el primero de febrero de 1782. El Regente-Visitador retornó a la capital el día 13. El 31 de marzo el virrey Flórez dio posesión a su sucesor el mariscal de campo Juan Pimienta, gobernador de la Plaza de Cartagena de Indias.

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La política que Gutiérrez de Piñeres quiso dejarle instalada a Pimienta tuvo las mismas características de la que había sido usual en este funcionario. El 21 de febrero reunió al Real Acuerdo y en la sesión se acordó una prevención que fue promulgada por bando y carteles, en la que se atemorizaba a los vasallos, se les invitaba a la delación y se conminaba a entregar los escritos o papeles subver-sivos surgidos en la pasada revuelta comunera. “Pues de lo contrario –se advierte en tono perentorio-, si es persona vil, será sacado a la vergüenza y condenado por seis años a presidio; y si es noble, multado en quinientos pesos y desterrado por seis años”. El 18 de marzo el Regente-Visitador logró que el Real Acuerdo desconociera la política del virrey Flórez, quien, como lo veíamos, se resistió a aceptar las Capitulaciones de Zipaquirá, pero estimuló una conducta concilia-toria de parte de las autoridades. “Acordaron declarar -se lee en el auto respectivo- …por nulas, insubsistentes y de ningún valor ni efecto todas las gracias, dispensas y rebajas de reales derechos y formalidades para recaudarlos, que concedió la Junta que hubo en esta capital, por la sesión celebrada el día catorce de mayo año próximo pasado, y las inicuas Capitulaciones propuestas por el jefe de los rebeldes, cuando se hallaban unidos en forma de ejército cerca de Zipaquirá.” En la misma sesión y en el mismo documento del Real Acuerdo se convino la destitución de Berbeo del cargo de Corregidor que tenía en virtud de las Capitu-laciones. “Que desde luego y sin pérdida de tiempo se libren reales provisiones por separado a los Cabildos del Socorro y San Gil, para que recojan y remitan el título de Corregidor que se expidió a favor de Juan Francisco Berbeo, tilden y borren las actas que en su cumplimiento y para ponerle en posesión, se hayan celebrado, y le hagan saber cese en el ejercicio de este empleo.” 27

El nuevo Virrey no alcanzo a ejercer sus funciones debida- 27 P. E. Cárdenas Acosta, op. cit., t. II, pp. 192 s.

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mente, pues falleció cuatro días después de su arribo a la capital el día 11 de junio. En estas condiciones el Real Acuerdo de Justicia de-terminó que la Real Audiencia se encargara del Superior Gobierno y el Regente-Visitador de la Capitanía General.

Le correspondió al sucesor del virrey Pimienta, el arzobispo Caballero y Góngora, la aplicación de las medidas más eficaces para la guarda del orden. Ellas están en un edicto del día 6 de agosto de 1782. Allí toma un camino intermedio entre una línea de gobierno demasiado liberal y una línea de represalias a ultranza. Si bien concede indulto, perdón general y amnistía a todos los que hicieron parte de las sublevaciones, en el aspecto económico siguió los pasos no de Flórez, sino los de Gutiérrez de Piñeres. Los impuestos quedaron restablecidos y reglamentados del modo como estaban en el Nuevo Reino antes del 16 de marzo de 1781. Además, en virtud de su labor pacificadora Caballero y Góngora logró obtener promesas en favor del fisco según las cuales éste se resarcía de los perjuicios que había sufrido durante el tiempo de la insurrección de los Comuneros. La diligente actividad del Arzobispo-Virrey hizo posible, igualmente, que el monto de las rentas estancadas aumen-tasen en relación con los niveles anteriores al año de 1781.

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IV

CONTENIDO POLITICO-SOCIAL DEL

MOVIMIENTO

La dificultad en la adquisición de nuevos documentos que precisen mejor las peripecias de la insurrección de las montoneras neo-granadinas, lo mismo que las motivaciones de ciertos compor-tamientos de los líderes en uno u otro momento, han sido un factor limitante para la interpretación de este definitorio hecho histórico. Nosotros hemos adoptado una perspectiva que evalúa el Movi-miento en relación directa con los factores socio-económicos de la época, globales y de coyuntura, para ver y ubicar la sublevación dentro de un marco menos lábil y mejor observable; y partimos del supuesto, a nuestro ver ya comprobado, de la existencia de tres grandes grupos, cerrados o fluctuantes, como los componentes tanto de las huestes militares como de la base social que halló en determinados caudillos o en los “papelones” y en las Capitulaciones su “expresión” política; tales grupos fueron los de las “capas medias”, los indígenas y los terratenientes feudales. Estas dos nuevas variables en el análisis permiten clarificar puntos discutibles y arri-bar a conclusiones menos inestables.

Veamos el caso de tres de los personajes más significativos vinculados al Movimiento: Lozano de Peralta, Berbeo, y José Anto-nio Galán, a la luz del enfoque que proponemos.

¿Quién fue el famoso Marqués de San Jorge? Su historia se identifica con la de una nueva aristocracia criolla en crecimiento, que buscaba el mejor poder económico posible y anhelaba, ya en esta época, obtener una influencia decisiva en el gobierno para

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utilizarlo en su propio servicio. En otras palabras: compartir el poder, partido en dos, una parte para su clase, otra para los colonizadores. Pero esta ambición no era, ni mucho menos fácil-mente realizable. El colonialismo dejaba llevar a la aristocracia una vida política periférica; se servía de ella para labores estatales, pero en las decisiones básicas debía adaptarse, sin posibilidades de influjo directo, cuando se presentan roces o fricciones entre los intereses contrapuestos de criollos ricos y de españoles acomo-dados.

El 13 de diciembre de 1731 vino al mundo Lozano de Peralta, en la ciudad de Santafé. Vástago de una familia ilustre, nació en medio de comodidades y holguras. A los once años recibió una beca del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en la espe-ranza de tornarse jurista. “Ancló más o menos, en la de las armas” 1 Todavía joven hizo parte del Cabildo. A los 24 años contrajo matrimonio con María Tadea González Manrique, hija de quien fuera Presidente de la Nueva Granada. Matrimonio conveniente ya que le abrió muchas puertas. Fue designado Alférez Real (1758). Y antes en 1754, había ocupado el cargo de Regidor del Cabildo. El éxito político andaba a la par con el éxito financiero; decimos mal: iba mejor el segundo que el primero. El historiador Camilo Pardo Umaña hizo la siguiente relación de sus propiedades: “Tal vez un historiador minucioso pudiera precisar los términos que ocuparon la Sabana las primeras encomiendas. Pero hay una, la del Alférez Real de la Conquista, capitán Antón de Olalla, tronco que fue de muchas de las principales familias de la aristocracia bogotana, que merece una explicación a espacio, ya que de ella nació el Mayorazgo de Bogotá, la primera y más importante hacienda de la Sabana, de nombre “El Novillero”, cuyos términos abarcaron caso en totalidad los actuales municipios de Funza, Serrezuela y Mosquera. El Alférez

1 A. Abella, El florero de Llorente, Medellín, 1964, p. 33.

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Real obtuvo su título definitivo y la Encomienda de Bogotá de Alonso Luis de Lugo. Más tarde contrajo matrimonio con doña María de Orrego y Valdaya, de la nobleza de Portugal, quien fue una de las primeras damas que vino a la naciente ciudad de Santafé y de ellos fue hija la célebre encomendera de Bogotá doña Gerónima de Orrego y Castro… Casáronse don Fernando y doña Gerónima en 1581, y a pocas semanas murió aquel, víctima de perniciosa calentura y sin dejar descendencia. Doña Gerónima soportó corta viudez y contrajo de nuevo matrimonio con el Almirante de la armada don Francisco Maldonado de Mendoza, quien con sus propios bienes y con los cuantio-sísimos de su esposa fundo el Mayorazgo de la Dehesa de Bogotá que posteriormente paso a su hijo Antonio, después a su nieta María, y así sucesivamente hasta llegar a don Jorge Miguel Lozano de Peralta y Varáez Maldonado de Mendoza y Olalla, octavo poseedor del Mayorazgo”.

El principal negocio de Lozano de Peralta fue el de los llamados “abastos” de carne a la capital, el cual reportó todas las ventajas de un verdadero monopolio. De ahí, entonces, que surgieran pugnas, de las cuales bien puede afirmarse su índole recurrente, con el gobierno colonial ya que éste en ocasiones pre-tendió explicable y justificadamente establecer precios razonables a la venta de carne y señalar un volumen normal de abastos. Esta tirantez, inevitable dadas las pretensiones exageradas del ambi-cioso criollo, llevó al Marqués de San Jorge a una actitud que a primera vista puede juzgarse curiosa pero que en verdad se explica por si sola.

“Desde que se inició su vida de contratista con el gobierno [virreinal] supo ser un enemigo soterrado del gobierno.” 2

En el año 1758 lo vemos sosteniendo una posición absurda valiéndose de su calidad de Procurador: se opuso al traslado de

2 C. Liévano Aguirre, Los grandes conflictos económicos y sociales de nuestra historia, Ediciones “La Nueva Prensa”, Bogotá, t. III, p. 15.

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ganado de la región de Popayán, Neiva, La Plata y Timaná: Lozano de Peralta, pues, no quería tolerar ni la más leve competencia. La introducción de ganado de otras zonas del Reino podría perjudicar el suministro de carnes del cual “El Novillero” era privilegiado abas-tecedor con la concomiante baja de unos precios, consagrados por una voluntad monopolista; el Marqués sabía que, a mayor oferta, precios de competencia; y, por consiguiente, caída de los niveles dados por el monopolio.

Pero Lozano de Peralta sufrió muchos desengaños prove-nientes de la administración virreinal; como es perfectamente legí-timo en quienes detentan un poder económico, aspiraba él a obte-ner crédito fácil para ensanchar sus negocios. Hizo una petición en 1784; en mayo de ese mismo año, sin embargo, fue rechazada. La carencia de poder político perjudicaba, pues, sus aspiraciones de poder económico.

En 1776 se encargó del negocio del suministro de velas para los cuarteles oficiales. Dos años más tarde le llegó otro contrato: el aprovisionamiento de las caballerías de la guardia virreinal. Dicho contrato fue por el término de cinco años y a razón de novecientos pesos por año.

En 1768 tuvo un fuerte incidente con el capitán de corazas y regidor José Groot de Vargas; éste le humilló tachándole su linaje y le hizo graves acusaciones políticas y personales, las cuales en el fondo también incidían políticamente. Por un lado, le llamó “enemigo de los chapetones”, palabreja ésta que ya se hallaba en circulación. Por otro, le increpó “que tenía mancha de la tierra…, y que no tenía fe de bautismo”. El Marqués de San Jorge nunca le perdonó al insolente peninsular tan desmedidos insultos. Pero los asimiló: el

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problema era más de fondo que una simple reyerta personal en la cual su vida inclusive llegó a peligrar.

Pasemos a la historia del marquesado. La Corte decidió repartir entre personas notables de las Indias una serie de títulos nobiliarios para celebrar condignamente el nacimiento del príncipe Carlos de Asturias. El personaje americano señalado debía pagar por la distinción impuestos equivalentes a los de media anata y lanzas, ya que la Corona busco hacer de dichos títulos nobiliarios un medio para obtener recursos fiscales. Lozano de Peralta aceptó el marquesado y celebró con fiestas y pompa su ascenso a la nobleza; mandó colocar, además, el escudo en su casa. Pero cuando la Real Audiencia le hizo saber que el disfrute de la distinción implicaba, por parte suya, el cumplimiento de obligaciones ya prescritas, Lozano de Peralta alegó que ella la poseía “por sus propios méritos”. El Marqués de San Jorge fue entonces demandado y tuvo que soportar un fallo en su contra emitido por la Real Audiencia. En 1777 volvió a la plebeyez después de su fugaz paso por el reino de la nobleza. Esto acontecía a escasos cuatro años del Movimiento de los Comuneros.

Pero no todo era sinsabores para el ambicioso criollo. Viudo, su segundo matrimonio lo emparenta con Magdalena Cabrera, hija del escribano de la gobernación José Miguel Cabrera y Subia y biznieta de Gil Cabrera y Dávalos, quien fuera presidente del Nuevo Reino.

Las medidas fiscales del Regente-Visitador causaron explicable revuelo y descontento en los medios de la aristocracia criolla. Y no entre quienes, como Lozano de Peralta habían tenido sus líos con las autoridades y las gentes españolas debido a la riqueza y la preeminencia alcanzadas –riqueza y preeminencia que, por una implacable lógica, conducían a sustentar reivindicaciones de carác-

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ter político y administrativo-, sino al igual entre los antiguos terratenientes que de tiempo atrás alcanzaron una especie de aceptable modus vivendi con la Corona.

Pero tales medidas fiscales eran, a más de una confirmación del tradicional colonialismo inaceptable para un sector que como el representado por el Marqués anhelaba una política compartida de índole neocolonialista, un obstáculo real para el desenvolvimiento de las actividades lucrativas y una limitación a las aspiraciones de enriquecimiento, perfectamente legítimas a los ojos de los criollos. La aristocracia se involucra al Movimiento de los Comuneros, y naturalmente lo hace con sus propios objetivos e ideales.

El caso de Lozano de Peralta es, sin embargo, más relevante históricamente que el de los Comuneros feudales de Tunja y Soga-moso, los cuales se conforman con la no aplicación de las medidas restablecidas por Gutiérrez de Piñeres. El Marqués personificó aquella ala de la aristocracia que no se satisfacía más que con llegar al poder político, fuera este ascenso una coparticipación o tuviera el carácter de la genuina autonomía. Por eso, una vez que Lozano tuvo noticia del descontento y la indignación suscitados en las regiones santandereanas, empezó a conspirar siguiendo caminos complejos, sinuosos, difíciles de detectar.

Lo primero que hizo el Marqués fue poner a funcionar sus contactos. Así por ejemplo, Manuel García Olano, español em-parentado con él, era, en su calidad de Administrador de los Correos de Santafé, el vínculo que poseía con Simacota y de ahí con el resto de los sectores sublevados. La suposición no ha sido demostrada documentalmente en forma directa, pero los datos que se tienen permiten sospechar que de algún modo, Juan Francisco Berbeo –quien por lo demás ya había alcanzado una cierta organización de sus partidarios antes del memorable motín

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del 16 de marzo en el Socorro- y Lozano establecieron contactos. García Olano, aun cuando español, guardaba fidelidad al Marqués dados sus lazos familiares; estaba casado con Joaquina Álvarez del Casal, cuñada de Josefa Lozano, hija legítima del difícil personaje. García Olano bien pudo enviar los pasquines a las regiones en alzamiento, ser el vínculo para las noticias frescas, servir de vehículo difusor a las gravísimas nuevas provenientes del Perú y que daban cuenta del levantamiento de Tupac Amarú. García Olano aseguraba que él, como español, no temía la toma y el asalto de la capital por parte de los Comuneros, porque su casa si sería respetada. Llegó inclusive a decir que si los socorranos y demás comunes derrocaban la autoridad y designaban una nueva, la reina escogida era su mujer doña Josefina. Como no ocultaba sus simpa-tías por los rebeldes, recibió, por parte de los demás españoles, el calificativo de “traidor”. Así pues, García Olano fue para el Marqués alguien de especial importancia como enlace.

Silvestre, en la obra ya citada, trae lo siguiente que, en nuestro concepto, es una clara alusión al Marqués, a su conducta en la conspiración organizada en Santafé para apoyar a los Comuneros santandereanos. “Durante estos sucesos, se fomentó en la Capital una secreta sedición por algunos mestizos y gente de poco viso [en otras palabras: una sedición de la plebe], ni reputación en ella, en que acaso pudieron tener parte otros imprudentes [Lozano de Peralta], que, creyendo a Rio Revuelto levantarse a mayores y conseguir lo que no podían imaginar, intentaron una conspiración y acabar con todos los vecinos principales, dueños de la Capital, y, sustrayéndose del dominio del Rey, erigirse ellos mismos en Magistrados.”

Pero abandonemos este punto para pasar al referente al papel del Marqués en el caso de La cédula del pueblo. Es indudable que el pasquín fue redactado en Santafé y de acá enviado (como vimos, valiéndose del señor García Olano en su calidad de Adminis-

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trador de Correos), a Santander. Pero es muy interesante examinar el papel del Marqués en la relación misma del papelón. No cabe menos afirmar –como ya lo hicimos- que La cedula del pueblo sirvió para condenar las aspiraciones ideológicas de los Comuneros en un momento en el que, en vías de integración (mediados de abril), el movimiento no había rebasado el plano de las consignas. La cedula del pueblo no solamente formuló un programa, completo aun cuando de índole general, sino sirvió para clarificar objetivos y metas políticas.

Varios datos permiten colegir una intervención del señor Lozano en la elaboración del pasquín. Ante todo, es bueno indicar que la situación en Santafé estaba lejos de ser la de un pacífico político. Un documento de la época sustenta la idea de la existencia de una gran agitación en la capital, correlativa e imbricada a la agitación comunera.

Dice la Relación verdadera que “la principal fermentación estaba dentro de la capital, donde se cree se formaron pasquines y se comunicaban frecuentemente los avisos al cuerpo de sublevados” 3 Estas palabras permiten, además, ubicar la fuente originaria de los pasquines en la capital virreinal. Se sabe que el Arzobispo-Virrey le siguió un proceso reservado al señor Lozano debido a su actividad como enlace y conspirador durante los acontecimientos de 1871. Cuando las tropas se encontraban acampando en el Mortiño, Berbeo pide que sean designados Capitanes de los comunes de Santafé. El se-

3 Relación verdadera, p 22. En el Archivo Miranda (t. XV, p28) aparece: “…se dice haber dentro de la capital más de 500 hombres de los levantados”. Ello demostraría un buen apoyo para los insurgentes del norte en caso de que hubiera conseguido entrar en la ciudad de Santafé.

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ñor Lozano obtiene esta distinción. Cuando las negociaciones, en ese mismo momento, eran más intensas entre Berbeo y las autoridades, al hacer el Marqués acto de presencia en los campa-mentos fue ruidosamente ovacionado por la plebe. También intervino en la preparación de la redacción definitiva de las Capitulaciones que fue entregada a los comisionados del gobierno para su aprobación. Que la popularidad que gozó el Marqués cuando visitó las tropas incidiera en el incoamiento de dicho juicio –popularidad sólo explicable por actos positivos suyos en favor de la causa plebeya-, está fuera de duda; pero igualmente, debe estar fuera de duda el hecho de que la participación que Caballero y Góngora le adjudica en la relación de La cédula del pueblo fue otro importante factor tenido en cuenta por el gobernante para buscar sanciones para el Marqués. Caballero y Góngora envió después de la sedición una comunicación a José de Gálvez, el ministro de Indias, y que dice así en la parte pertinente: “Pero en vista de la activa parte tomada por don Jorge Lozano de Peralta, que con sus escritos sediciosos conmovió al Reino y regó la semilla de la deslealtad, ordena a V. E. se le reduzca a prisión y se le encierre de por vida en el castillo de San Felipe de Barajas, de Cartagena, sin más fórmula de juicio, guardándole en la prisión las consideraciones de su nobleza.” 4 La sanción drástica debía ser pena condigna de las ofensas arrojadas a la autoridad. Para algunos historiadores el verdadero redactor fue el lego fray Ciriaco de Archila, del convento de Santo Domingo.

Salvador Plata hace alusión a esto en su Declaración; sostiene “que no sabe quién sea el autor de dicho pasquín en verso, que se remitió de

4 M. Briceño, Los Comuneros. Historia de la insurrección de 1781, Bogotá, 1880, pp. 19 s.

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esta Corte, ni quien lo entregó al nominado Alba, ni los sujetos que tengan correspondencia desde Simacota con personas de esta capital; pero que lo que puede decir es que Pedro Fabián Archila, Capitán de Simacota, tiene un hermano religioso, lego de Santo Domingo de esta ciudad, llamado fray Ciriaco de Archila”. 5 De todas maneras, el citado clérigo era íntimo amigo y confidente del señor Marqués. De modo que si este último no lo escribió, cuando menos pudo sugerir sus tesis. En la comuni-cación de Caballero al ministro Gálvez se lee además esto: “Asimismo su confidente Fray Ciriaco de Archila será confinado a uno de los conventos de su Orden de esta Corte”.

La cedula del pueblo deja translucir una mentalidad hábil, informada de la problemática que se estaba viviendo y, sobre todo, deseosa no de circunscribirse al radio de sus particulares aspira-ciones sino buscando explotar los más diversos motivos de descon-tento. La posición que se defiende no es la de una aristocracia enfeudada al colonialismo, sino planteamientos como los que en líneas generales se encuentran en la Capitulaciones, aun cuando

5 S. Plata, “Declaración”, AHNC, loc. cit., t. XVIII. Afirma el señor Plata que del “pasquín en verso… se sacaron algunas copias… que veía que la mayor parte de las gentes sublevadas las tenían y algunos colgadas al cuello con el Rosario, diciendo unos eran la Cédula, otros Superior Despacho, y otros Santísima Gaceta…” (f. 374). Esto demuestra el influjo grande e inmediato que ejerció este pasquín como vehículo aglutinador de conciencias y esbozo de unas metas político-sociales para el Movimiento de los Comuneros. Y lo dice Plata: “…hacer ver los males que los papeles habían originado, pues positivamente cree el declarante [que] fue esto lo que acabó de precipitar los pueblos sublevados…” (f. 375). Más adelante indica que Berbeo poseía y utilizaba el papelón en sus actividades (ff. 375 s.). La sugerencia sobre la eventual redacción por parte de fray Ciriaco de Archila, amigo del Marqués de San Jorge y hermano de un capitán comunero, está en el folio 376.

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la afirmación sobre autonomía o autogobierno es clara en la Cédula. Como texto ideológico representativo de la aristocracia, este papelón supera, pese a su nivel conceptual menos elaborado y erudito, el más famoso documento de este grupo social en la etapa histórica de la Independencia: nos referimos al Memorial de agra-vios de Camilo Torres, el cual también en materia de autonomía o autogobierno fue mucho más tímido que la Cédula del pueblo. Es evidente, pues, que un mayor análisis de tan importante pasquín –importante tanto por su influjo en este momento como por lo que representa en cuanto hito doctrinario- debe conducir a una revaluación no sólo de la controvertible y sinuosa personalidad del Marqués de San Jorge, sino de la especificación cronológica de los grandes textos ideológicos de la época.

Esto no implica que Lozano fuera el hombre integérrimo, con una línea de conducta personal y política, invariable. El vaivén fue característica suya y prefería seguir, en medio de los más difíciles acontecimientos, un curso zigzagueante, guardarse las espaldas y aprovechar al máximo la situación, que definirse sin posibilidad de retorno por uno u otro bando en los enfrentamientos. Pero ni siquiera en los más connotados caudillos de este tiempo hallamos cosa diferente; baste revisar las biografías de Berbeo, Galán, Pedro Fermín de Vargas, el cura Rosillo o Nariño para ver, acaso en menores proporciones, una existencia agitada y tortuosa. Era el signo de la época y podemos decir que ha sido el signo de las épocas revolucionarias. Y así al lado de actos de independencia hallamos en el Marqués los más sumisos ruegos, también éstos buscando obtener los mismos objetivos acariciados por su perma-nente ambición de honores y gloria. En su posterior defensa ante el gobierno español, tratando de exculparse de los cargos que le habían sido formulados en el Nuevo Reino de Granada, decía: “¿De qué, señor, nos sirven en esta parte del mundo, los méritos y servicios? ¿De

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qué la sangre gloriosamente vertida por nuestros antepasados en servicio de Dios nuestro señor y V. M.?... De que aquí los Virreyes y respectivos superiores nos atropellen, mofen, desnuden y opriman… En fin, señor, los pobres americanos cuando más distinguidos más padecen; ya les han destruido la hacienda, ahora asestan a su honor y fama, maculándolos con excluirlos de todo oficio honorífico que pueda juzgarse de entidad” 6

Pasados los nubarrones del Movimiento de los Comuneros, Lozano de Peralta proseguía su incansable búsqueda de prebendas. Ahora solicita su nombramiento como coronel del regimiento de caballería de Santafé. La petición, naturalmente, le fue negada. Vuelve entonces a la carga y continúa soterradamente sus activi-dades conspirativas buscando nada menos que la desmembración del Nuevo Reino del tronco común de España. Las autoridades lo vigilan, lo tienen puesto entre ceja y ceja.

Al propio tiempo, insiste por el lado económico. Denuncia en 1783 una persecución “incesante” por la “envidia” que se le tiene, por ser dueño de “El Novillero”; esa propiedad dice, es una cruz y no da satisfacción alguna. Es un poco cómica la relación que hace de sus servicios para defenderse; su alegato parece una especie de balance comercial. “Debo hacer presente a la piedad de V. E., que desde 8 de febrero de 1783 hasta el primero de junio de 1770 consta, en el primer cuaderno, que abastece con tres mil novecientas seis reses fuera de cuarenta y ocho semanas, en que por los diputados no se especifica número de ganado, que se introdujo en carnicerías y a este respecto componen dos mil ochocientas ochenta las que juntas con las antecedentes, montan seis mil setecientas setenta y seis reses que en poco más de siete años se han reducido de mi dehesa del Novillero para el abasto de esta capital. Y en segundo cuaderno parece que desde el 24 de mayo de 1771 hasta el 7 de diciembre de 1782 he proveído setenta y cinco semanas con tres mil ciento setenta y siete reses, que unidas con las antecedentes hacen 9.953”. Afirma que sus malquerientes aspiran dejarlo en la “mendicidad”.

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El Marqués resuelve el 30 de abril de 1785 enviar directa-mente al Rey una especie de “memorial de agravios”. El 28 de octubre le hace llegar otro por intermedio del confesor real. Pero el señor Marqués estaba ya pedido: la paciencia de las autoridades había llegado al límite. Debió traspasar en tres días los negocios a su hijo mayor, José María, y fue encarcelado en el castillo de Bara-jas en Cartagena. El hombre había fracasado pero su dinastía conti-nuó.

El caso del señor Marqués nos ha revelado un hecho incon-testable: comenzaba a esbozarse una división en el seno de la aristocracia criolla. Un grupo de los pura sangre no se sentía a satis-facción dentro de la Nueva Granada como provincia ultramarina de España, y pugnaba por llegar más lejos de los marcos de un deca-dente colonialismo. Cuando este sector fue ya el mayoritario dentro de la clase nobiliaria criolla se presentó otro de factores que, para la Independencia, faltó en 1871, pero que sí se dio en 1810.

La figura de Berbeo es una de las más controvertidas de su tiempo. Empero, la evolución negativa que de las actuaciones del citado personaje se había hecho tradicionalmente obedeció a una concepción romántico-populista surgida en el siglo XIX y que prolonga, un tanto obstinadamente, sus razonamientos hasta el presente. Esta evaluación parte y culmina en parangón con Galán. A Berbeo se le censuran principalmente dos actos: su manifestación del 18 de abril ante la Notaría del Socorro y el haber negociado con los comisionados gubernamentales en Zipaquirá y no proseguir hasta Santafé con sus hombres. A Galán, en cambio se le proyecta como el caudillo por excelencia y se dibuja una imagen impoluta que, de pronto, con los nuevos datos que se poseen ha sufrido un inexplicable borrón. Pero el defecto de este enfoque es, a más de

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su inspiración básica, el razonamiento por analogía: si Berbeo es exaltado, esto disminuye a Galán, o al contrario. Nada más erró-neo.

Vamos a estudiar el “caso Berbeo” tomando en consideración tres aspectos, a nuestro ver fundamentales: lo que representó como líder social; su papel político y militar en la revuelta; y sus relaciones con Galán.

Berbeo fue un acomodado hacendado de la región socorrana. Ya sabemos que esta región fue uno de los sustentáculos de las “capas medias”. Ahora bien, ¿qué fueron estas ya tan mentadas “capas medias” Como quedó reseñado, ellas formaron un extenso, el mayor quizá, conglomerado, extremadamente vario en su com-posición, cuya característica sobresaliente sociológicamente hablando fue la de hallarse ubicada entre la aristocracia y los secto-res de esclavos negros o los siervos indígenas. (Ello no quiere decir que no hubiese indígenas en las capas medias; los había, ya fuese como pequeños propietarios o, sobre todo, en labores de artesanía popular. Pero a esta categoría de indígenas no nos referimos, ya que ella poseería, entonces, un carácter diferente, ligado a la nueva estratificación social acaecida en el siglo XVIII.) Pese a que allí encontraron elementos que perfectamente se catalogarían como burgueses o pequeñoburgueses, sin embargo, aún no tenían por este tiempo el carácter de una clase social ya estructurada; era más bien una protoclase, o el “prerrequisito” (concepto utilizado por Marx y Lenin, precisamente para describir este tipo de fenómenos precapitalistas) para el nacimiento de la burguesía nacional. El Movimiento de los Comuneros y la Independencia fueron dos gigantescas y decisivas etapas en el desenvolvimiento y maduración de las aspiraciones, ideología y luchas de estas capas medias; sin embargo, la relativa frustración que fue la propia Independencia, la

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inclusión de Colombia en el mercado mundial ya a mediados del siglo XIX, lo cual trajo como consecuencia la división profunda e irreconciliable entre la burguesía manufacturera y la burguesía comercial, la reforma agraria “espontanea” pero muy limitativa que operó con motivo de la colonización antioqueña y del monocultivo cafetero y la conformación político-social que fue la Regeneración, impidieron la integración de los subgrupos más o menos dispersos (manufactureros, artesanos, comerciantes, burócratas, pequeños y medios propietarios agrarios, intelectuales, etc.) en una burguesía dinámica y progresiva. 7 Este rodeo era para decir lo siguiente: Berbeo fue, en su tiempo, el intérprete y cabeza de las capas medias. Examinemos algunos datos.

Berbeo hizo de dirigente de aquel grupo de bochinchosos conocidos como los “Magnates de la Plazuela”, típica encarnación de la plebe. A este aspecto ya nos referimos, pero regresemos a don Salvador Plata para que nos ilumine un poco más a este respecto.

“13ª. Preguntado. ¿Quién fue el que propuso se nombrase a don Juan Francisco Berbeo por Comandante General de las gentes sublevadas?

“Responde. Que después de haber nombrado de Capitán a Berbeo, por aclamación de la plebe, en casa de Vega, como deja declarado, al tiempo que se pensaba ir al Puente Real fue aclamado por los primeros rebeldes de la plazuela por Comandante General, los cuales estaban desde que le eligieron Capitán siempre en su casa, con rejones en mano, y haciéndole centinela a la puerta”. Y añade: “Su amado y favorito Molina [Isidro] confiesa que él mismo [Berbeo] dijo lo proclamasen capitán. ¿No se infiere, pues, que la elección de Capitanes y toda esta tramoya de sublevación, se hizo de acuerdo

7 F. Posada, Colombia: violencia y subdesarrollo, Bogotá, 1969, capítulos I y II.

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entre Berbeo y los Ardilas? Sabemos muy bien las conferencias que tuvo sobre esto [Berbeo], mucho antes de la primera conspiración [la del 16 de marzo de 1781]; y su mismo tío carnal de Berbeo, Christobal Martín, se ha jactado públicamente, después del perdón, que a él [Berbeo] se le debe la quita de Barlovento, pues con los Ardilas convocó la gente con ese fin”. Y refiriéndose a Berbeo sostiene: “¿Quién te creerá que los comunes te violentaron con pena de muerte que fueses capitán, si es constante que tú mismo te brindaste y que por tu malignidad nos violentaron con pena de muerte a los demás?” 8 Plata aduce un importante argumento para demostrar la confianza y popularidad de Berbeo entre la plebe: “Cómo fue que unos hombres tan desalmados que ni a Dios ni al Rey, ni a sus Ministros respetaban, obedecieron tan repentinamente a Berbeo, promulgando el auto de nombramiento de Capitanes, una hora después que salieron de la casa de Vega? Todos estos son misterios, todos son enigmas; pero la verdad brilla, y sus reflejos son tanto más vivos, cuando más espesas son las sombras que intentan oprimirlas”. 9 “Puedo hacer prueba –sostiene el señor Plata- de que la misma mujer de Berbeo [María Rodríguez Therán], anduvo solicitando fiadores para dos mil pesos, persuadiéndolos que se dirigían a una obra interesante al bien público, en que estaba tan empeñada que fincarían sus pro-pias prendas; pero no habiendo hallado fiadores, hipotecó Berbeo, con sus dos capitanes [Monsalve y Rosillo] la Real Hacienda”. 10

De lo anterior cabe inferir que:

1) Berbeo, era una especie de jefe natural de la plebe, ya que ésta, tan díscola y energúmena, no hubiera obedecido a alguien que por una u otra razón careciera de una caracterización definida.

2) Tenía antecedentes de individuo descontento con la situación e incluso llegó a acariciar proyectos subversivos.

8 S. Plata, “Defensa”, numeral 233. 9 Ibid., numeral 213. 10 Ibid., numeral 307.

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3) Mantenía un núcleo de organización, listo a emerger al momento propicio.

4) Se comprometió financieramente en el Movimiento Comunero.

El teniente corregidor de la villa, Clemente Estévez, fue compelido a dar su aprobación a los nombramientos de Genera-lísimo y capitanes efectuados por “el Común”. El funcionario consignó en documento pertinente que fue duramente amenazado y al propio tiempo que manifestaba una vez más su fidelidad al Monarca; protestó que tal cosa hacía para evitar mayores males. Plata indica a Berbeo, igualmente, como el principal instigador de las presiones que llevaron a Estévez a la legalización de los citados nombramientos. Por su parte, Francisco Silvestre se pronuncia en su libro con energía censurando la usurpación de autoridad hecha por el Consejo rebelde del Socorro.

Algunos historiadores han acusado a Berbeo de traición por haber suscrito el mismo 18 de abril y protocolizado en la Notaría del Socorro un ya conocido documento que en su parte pertinente reza así: “Dígnese V. A. guardar no por deslealtad la admisión de los supuestos empleos de Capitanes, sino tan sólo por dolo legal, que el tiempo y su diferencia los pusieron en el teatro en tan urgente como extrema nece-sidad con el fin de evadir otros más perjudiciales resultados; y sin otra máxima que la de nuestro sencillo proceder, se ve canonizado por San Pablo, cuando en sus tiempos dijo a los de Corintho lo que nosotros decimos a V. A. que ejecutamos: Cum essen estatus dolo vox caepi. Uso al apóstol del buen dolo o trampa legal, y de ella nos valimos para el fin de defender y mirar por estos dominios que se hallaban cual otro Scyla Charibdis en las más voraces y crespas revoluciones, para su perdición… Que por todo lo referido, temerosos de recibir la muerte con sus familias, a manos de los tumultuarios, y por éstos violentados y contra su voluntad, sin que se entienda incurrir en la fea nota de traidores del Rey (que Dios guarde), y antes si con el comando en que les constituyeron, pueden por medios lícitos y suaves, contener, sosegar y

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subordinar a los abanderizados”. Este documento fue firmado además por los señores Plata, Monsalve y Rosillo. Con todo, ¿merece califi-carse este acto como traición, cuando más parece haber sido un astuto zigzag político, para protegerse por detrás, él, caracterizado promotor de desórdenes, rodeado de enemigos (Plata, etc.) o de pusilánimes?

Pasemos ahora a la actitud de Berbeo a lo largo del desen-volvimiento de los acontecimientos, lo cual ayuda a explicar por qué algunos historiadores han variado su apreciación de la figura del Generalísimo. 11

Una vez acogido casi plebiscitariamente su nombre, Berbeo asumió de inmediato sus funciones, al igual que Monsalve y Rosillo. Y entro a mandar de veras. Sigamos con las declaraciones de Plata. “Nos dijera Berbeo –pregunta- ¿por qué no se excusó como Vega [de servir la Capitanía]? ¿Por qué admitió su nombramiento sin otro efugio que el graciosísimo que nos anuncia Vega? Si su intención fue gobernar las gentes, para que con sus disparates e insultos no nos perdieran, ¿por qué siquiera una vez no auxilió a la justicia para contenerlas? 12 En otro lugar de su Defensa declaró: “Ellos, Berbeo, Monsalve, y Rosillo, desde el primer día usaron bastón, insignia que significaba el ejercicio de sus empleos”. Berbeo se dio prisa para que lo reconocieran por General en todo el territorio del Reino. En efecto, los tres, Berbeo, Monsalve y Rosillo, en calidad de tales capitanes generales, libraron títulos desde los principios de la sublevación, eligiendo en todas partes capitanes y otros oficiales que la sostuviesen, fomentasen y adelantasen. “Los de Bucaramanga suponían rendida la capital por el Generalísimo Berbeo. Los de Matanza le escribieron a Berbeo calificándolo de Comandante y Capitán General. El mismo título y el de Señor Comandante le dan los de Cépita. Los

11 H. Rodríguez Plata, op. cit., pp. 65 s.

12 S Plata, loc. cit., numeral 213

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de Girón lo gradúan de Superintendente General. El mismo, parece, quiso distinguirse de esta suerte, pues estaba siempre escoltado de los plazueleros, primeros sublevados, y éstos, como declaran Rosillo y Monsalve, lo aclamaron después r su Comandante”. 13

Los principales actos de gobierno de Berbeo fueron los siguien-tes y pueden calificarse como bien significativos del ánimo que le llevaba en esta empresa.

1) Organizó el ejército al establecer en El Socorro un Supremo Consejo de Guerra; se hizo proclamar Generalísimo y designó capitanes y oficiales cuandoquiera lo requiriesen las necesidades de la estructuración de las fuerzas comuneras; envió finalmente emisarios a diversos lugares para exaltar los ánimos y reclutar soldados, a veces estableciendo un número de leva preciso para una determinada población.

2) Con mano fuerte sancionó a quienes no cooperasen con la revolución, y fue él quien dispuso la marcha de las fuerzas comuneras sobre Puente Real para detener las fuerzas que desde Santafé dirigía el oidor Osorio; dispuso igualmente, una expedición punitiva sobre la población de Girón, que, por las razones que ya vimos permanecía adicta al gobierno; decretó un empréstito forzoso, que se hizo por los demás efectivo en la región socorrana; incauto las rentas públicas (reales, diezmos, etc.) para financiar las urgencias de sus tropas.

3) Estableció como insignia de los Comuneros la de la plebeya bandera carmesí. Ordenó que los oficiales vistiesen uniformes azules con vueltas rojas y galón de plata en las bocamangas.

4) Dispuso la marcha hacia Santafé con el fin de tomar a la ciudad bajo su control, destacó a Galán para perseguir al Regente-Visitador y apode-rarse de la villa de Honda y así cortar las comunicaciones con Car-tagena; y para infundir temor en la Corte virreinal ordenó al cacique Ambrosio Pisco que colocara horcas en la entrada de la capital.

13 S. Plata, loc. cit., numeral 214.

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La resolución del espíritu de Berbeo es resaltada repetidamente por su propio enemigo Salvador Plata: “¿Luego fue cierto que los pedimentos del Procurador dimanaban de secretas prevenciones de Berbeo? ¿Luego es verdad que Berbeo se mantenía siempre escoltado por los rebeldes? ¿Luego en su casa se tenían todas las conferencias? ¿Luego dice bien Rosillo que se hacían temibles sus resoluciones? ¿Luego él no sólo compelió a los demás Capitanes, sino también a todo aquel Cabildo?”.

Aquello que más le ha sido criticado a Berbeo se refiere a su comportamiento en las goteras de Santafé cuando aceptó en vez de marchar sobre la ciudad como era el caso, negociar con las autori-dades. Es conveniente indicar que los historiadores han enfocado esta negociación desde dos principales ángulos de enfoque. Se culpa al señor Caballero y Góngora de maquiavélico, desleal y perjuro –este último cargo no se ha podido demostrar documental-mente-, y se le reprocha la lealtad y fidelidad que dicho personaje debía guardar al Rey, como si tuviera que ser mayor esa lealtad y fidelidad frente a una turba insolentada que la debida a su propio y natural Soberano. En una modalidad un poco más sutil se afirma que “el Arzobispo tocó en el momento oportuno, y con gran lucidez, el punto débil de estas gentes simples. Y no para nada era español: el sentimiento religioso siempre presente en la historia de España”. Y agrega: que ahí reside “el secreto de la victoria de las autoridades sobre el Movimiento de los Comuneros”. 14 Pero es sorprendente que ésta pudiera ser la nueva “causa” también adjudicada a la malas artes de Caballero, cuando vimos los irrespetos de que fueron víctimas los clérigos a todo lo largo de la sublevación. Aún más sorprendente que en un trabajo como éste es que la división que se operó entre las capas medias y los latifundistas haya sido soslayada. En verdad nos halla-

14 C. Pinto, La participación des classes populaires dans les mouvements d’Indépendance dans le Noveau Royaume de Grénade, tesis, Universidad de París, 1969, pp. 206 ss. (editada en mimeógrafo)

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mos acá con un tradicional prejuicio antiberbeísta y la sublimación de Galán, lo cual conduce a desestimar los factores de clase que actuaron en el levantamiento. Otro enfoque (Liévano, v. gr.) establece un secreto e inasible vínculo entre el “traidor” Berbeo y el arzobispo Caballero por el mero hecho de que el primero de los mentados “pacto”, dejando de lado las causas que llevaron a tal compromiso. Las dos vertientes historiográficas, pues bordean los linderos de las suposiciones; nosotros consideramos que la con-frontación de las informaciones documentales puede ser mejor valorada a la luz de una concepción socioeconómica como la que hemos venido proponiendo.

Refirámonos ahora al punto de las relaciones entre Berbeo y Galán. Ya sabemos que por arbitrariedades que había cometido Galán fue despojado de su bastón de capitán y, con la anuencia de sus hombres, encarcelado por los capitanes Calviño y Araque y Blas Antonio de Torres (24 de mayo). Berbeo, pese a lo anterior, parecía tener confianza en el arrojo y las dotes de Galán, ya que al día siguiente, una vez en Nemocón, le designa Capitán Comandante de la tropa del Socorro y le encomienda, con cien hombres, la delicada misión de interceptar el camino a Cartagena ocupando a Honda y apresando al regente Gutiérrez de Piñeres. Esta acción de Berbeo demuestra su determinación de deponer la autoridad constituida y ocurre apenas nueve días antes de la división de los Comuneros, lo cual precipita el arreglo con los comisionados de Santafé. Por lo anterior, se ve con perfecta claridad que Berbeo fue de la opinión de aprovechar adecuadamente las dotes de sus hombres, al igual que su grado de instrucción –en Galán una instrucción relativa-mente elevada, incluso en el plano militar, habida cuenta de que procedía del campesinado de la capa inferior. No puede suponerse, por lo mismo, animadversión alguna de Berbeo hacia Galán.

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Serios historiadores (como Boleslao Lewin, Manuel Briceño, Cárdenas Acosta) han tomado con todo rigor la explicación y clarifi-cación de hechos posteriores a los acontecimientos de 1781 y que demuestran la existencia de una conspiración cuya finalidad era la del desmembramiento de la Nueva Granada del común tronco del Imperio español, y en la cual asumieran sitio relevante precisa-mente los señores Lozano de Peralta y Juan Francisco Berbeo.

Una vez apagado el incendio comunero, estos dos personajes procuraron tomar contacto con el gobierno inglés por intermedio del Capitán de navío Luis Vidalle, de nacionalidad italiana. La fina-lidad principal de las negociaciones se circunscribía a obtener el auxilio necesario, incluso militar, con el objeto de preparar y desatar una guerra contra España.

Entremos a glosar las “Observaciones” 15 que Vidalle hizo de las propuestas de los dos aludidos personajes y luego examinemos otros aspectos de este tan dicente epilogo de la insurrección de los Comuneros. Las “Observaciones” comienzan por indicar que las fuerzas comuneras insurrectas habían estado dirigidas por “dos caballeros”, quienes aparecen bajo los nombres de Vicente Aguiar y Dionisio de Contreras. A pesar de sus esfuerzos y del ascendiente

15 AHNC, loc. cit., t XV, ff. 1121 s. Vicente de Aguiar y Dionisio de Contreras son descritos como “vecinos criollos en el Nuevo Reino de Santafé o Nuevo Reino de Granada, hombres de talento, ricos y respetables, los primeros Generales que dicho Reino nombró en las disputas que tuvo con España en el año de 1780 [sic]” (f.107). Además, por exclusión, y según los términos que describen sus personalidades y posición social, lo más lógico es pensar en quienes se ha ya indicado y no en otras personas (como Salvador Plata o Ambrosio Pisco), quienes por razones de hecho o por su idiosincrasia estaban en imposibilidad de asumir un papel histórico semejante.

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de que gozaban entre sus hombres para acometer la empresa de hacer “libres” e “independientes” a las gentes del Nuevo Reino, llegaron al convencimiento de que la superioridad técnico-militar del ejército español los habría que derrotar. De ahí que hubiera considerado como lo más pertinente acudir a Inglaterra, “nación muy reverenciada por ellos”, en busca de aquel armamento del que estaban privados. Temían, además, que toda tentativa de sub-versión del orden establecido fuera conjurada, por las tropas coloniales de España y de Francia, pues “era muy natural el suponer que éstas acudirían a socorrer en los límites de dicho Reino”.

Luego entra a describir sucintamente el proceso que culminó en la Capitulación de Zipaquirá. Los dirigentes del Común y Vicente de Aguiar (se trata de Berbeo) estaban convencidos de que el Arzobispo de Santafé hacía las ofertas y aceptaba las Capitulaciones “meramente para engañar y entretenerlos y para adquirirse algún mérito por lo que se esparcía de haberse salvado un Reino tan interesante a la España, por sus buenos oficios”. Sus gestiones ante los Comuneros le dieron un muy sólido prestigio, hasta el punto “que a los ocho meses le fue conferido el título de Virrey de Santafé y Gobernador y Capitán General del Nuevo Reino de Granada, circunstancia no sabida jamás de que a un eclesiás-tico se le hubiese revestido de autoridad”. Se señala igualmente que el susodicho Vicente de Aguiar negoció las Capitulaciones con el Arzobispo en una llanura de Zipaquirá, en presencia de ventidos mil quinientos hombres armados.

Las Capitulaciones, empero sólo sirvieron para “procurar con maña poner presos a los principales habitantes del país”. También relata que el señor de Aguiar luego de retirarse a una casa de campo por insinuación de un funcionario virreinal amigo suyo, tuvo noticia de que la Real Audiencia había aprisionado a “ocho habitantes”, los cuales sin embargo fueron puestos inmediatamente en libertad debido a sus

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amenazas de hacer “tocar generala en todo el Reino, y conseguir a viva fuerza la libertad que se rehusase”.

Vicente de Aguiar y Dionisio de Contreras, prosigue Vidalle, tuvieron constantes relaciones con José Gabriel Tupac Amarú. Y comenta: “lo que hay que admirar es que casi al mismo tiempo de sublevarse el Reino de Santafé, se rebeló también el Reino de Lima, y cuando Vicente se retiró con su ejército, el Cacique recogió también el suyo. No fue éste, sin embargo, tan prudente como el General de Santafé, pues pasó a cuchillo crecido número de tropas españolas, y lo que tenía exasperado al mismo Cacique era la muerte ignominiosa de su tío… El haberse calmado en parte el rencor del Inca Tupac Amarú, fue por las cartas que le escribió don Vicente, alegando que sería muy a propósito obrar con moderación, pero nunca con tanto furor, a fin de ponerse en estado de tomar mejores disposiciones”. El lector puede darse cuenta que las informaciones suministradas a Vidalle eran evidentemente o exageradas o acomodaticias en algunos aspectos, y como tal hay que tomarlas. Pasemos ahora a la topografía doctrinaria de las “Observaciones” en donde hallamos una notable similitud de objetivos con aquellos que fueron propios del señor Berbeo durante el año de 1781 o que aparecen en La cédula del pueblo, lo cual va a permitirnos redondear la problemática ideológica del Movimiento de los Comuneros.

Las tesis económicas de que hace eco el capitán Vidalle son bien significativas del espíritu de la época. La idea de la libertad aparece en este escrito como una casi alucinación para los criollos. “En vista de la libertad de que todo hombre goza –dice Vidalle- especialmente en las Islas Británicas, no hay criollo español en el continente que no apetezca ser inglés, aunque debiese pagar dobles los impuestos”. Pero esta ansía ferviente tanto de independencia política como de autonomía personal no responde a ningún sentimiento innato anclado en sus corazones, ni al influjo meramente de nobles

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ideales. La causa de querer adquirir la libertad la describe Vidalle como condicionada por esas fallas de libertad de comercio inherente al colonialismo español. “Aquellos distritos… sin tener asomo de libertad de comercio, siendo todo ello una absoluta opresión, que sólo puede creerse por quien lo haya palpado, y sería en verdad el hombre muy hábil cuyo pincel pusiese representar la esclavitud bajo la cual penan los americanos españoles”.

Pone en boca de Vicente Aguiar las siguientes palabras sobre el mismo tema, pronunciadas en una asamblea ocurrida en marzo de 1783 en la isla de Curazao. Luego de haber hecho una defensa de Inglaterra y su libertad política. Aguiar dijo: “Si vosotros caballeros americanos septentrionales, quienes habéis tomado las armas contra vuestro Rey y Patria, que os hacían bien, os protegían y os concedían tanta libertad, ¿qué habremos de decir nosotros los americanos españoles, faltando solo una tasa para acabar de gravarnos, cual es sobre la facultad de dormir con nuestras mujeres? Privados de toda libertad de comercio, tenemos un Intendente y Gobernador que nos arruinan y empobrecen con cualquier pretexto, a pesar de que estemos enriqueciendo a la España con oro, plata, perlas, cochinilla, añil, índigo, pieles, azúcar, plata de tinte y otros frutos exquisitos, etc.”. Tres formulaciones descuellan en tales palabras, en las cuales, digámoslo de paso, se percibe con toda claridad el trasunto filosófico del laissez faire. No afirmamos que un autor especial haya influido directa o indirectamente en Juan Francisco Berbeo; de seguro que no existe una filiación intelectual nominada para el jefe comunero. Pero el ambiente de la época y los proble-mas que albergaba los vivió Berbeo en el agitado seno de una colonia hispana, y los sintió de un modo peculiar. El liberalismo de Berbeo puede sintetizarse así: 1) oposición y critica al régimen tributario de las colonias, lo cual ya se observaba en las Capitu-laciones. 2) Libertad de comercio, mejor formulada ahora que durante la insurrección de 1781 y con carácter más amplio. 3) Ad-

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hesión entusiasta a la política de la liberal y burguesa Inglaterra, contra la absolutista España.

Y es precisamente aquí donde es indispensable llamar la atención sobre una de las proposiciones que el Capitán Vidalle debía poner en conocimiento del gobierno de S. M. Británica. Para sus inspiradores, “vecinos criollos del Reino de Santafé o Nuevo Reino de Granada, hombres de talento, ricos y respetables, los primeros Generales que dicho Reino nombró en las disputas que tuvo con España”, Inglaterra no personificaba aquella potencia capitalista en ascenso, ávida de controlar los mares y tener bajo su dominio directo o indirecto la economía de los más vastos territorios; por el contrario personi-ficaba, parece, la vía del progreso y asociación con ella, aún la más íntima les parecía desprovista de todo peligro. El entusiasmo con que acogieron las ideas liberales –que por lo demás coincidían con sus intereses- les llevo a subestimar precipitadamente lo que podría llamarse el cambio de metrópoli. De ahí que hayan propuesto al gobierno inglés, a cambio de la ayuda la subordinación del Reino neogranadino a su sistema político y administrativo. Para ellos este nuevo colonialismo era la mejor expresión de la libertad. (Ilusión típica de estos momentos históricos en que las fuerzas sociales aún no se han desarrollado plenamente, no exhiben sino sus aspectos positivos y producen en las mentes humanas las alucinaciones acerca de mundos utópicos o excepcionales.) “Que el Ministerio inglés –comienzan así Aguiar y Contreras-, perdonando la libertad de estas proposiciones, que dimanan de corazones llenos de afecto a S. M. Británica, y a sus leales súbditos… imploramos nos conceda su asistencia… a fin de a lo menos nuestros hijos se vean liberados de tanta opresión, al cabo de haber nosotros padecido tantos años, cuya asistencia será recibida con la mayor veneración, silencio y perpetuo reconocimiento, haciendo promesa, bajo el juramento más solemne, que si en tiempo alguno hubiésemos de conquistar, mediante nuestro casi infalible proyecto, el Reino de Santafé, las provincias de Maracaibo, Santa Marta y Cartagena, las entregaremos a S. M. Británica,

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sin reservarnos cosa alguna, excepto la religión y los mismos privilegios a que todo súbdito inglés tiene derecho, y los individuos de ambas religiones, así católicos como protestantes, gozarán de iguales prerrogativas, sin distinción alguna” Libertad para obrar, para negociar, para comerciar, para cultivar, tal la filosofía económica de este documento el que a más de epílogo es prólogo, ya que abre la sinuosa y vasta crónica de lo que va a ser la colaboración de los grupos comerciantes acomo-dados con los sectores descontentos de la aristocracia criolla. Lo que durante el año de 1781 apenas si era perceptible, una década después tornase menos difuso.

En el mes de mayo de 1784 desembarcaron cerca de Londres Vidalle y sus compañeros. El Capitán se valió de su amistad con el general Dalling, exgobernador de Jamaica, para ser llevado junto con sus compañeros ante Lord Sidney. Con el pomposo título de “Comisión de Comuneros del Nuevo Reino de Granada” se presentó el grupo de emisarios a la entrevista con el funcionario inglés, a quien le entregaron las “Proposiciones”. Pero por infidencias y de-laciones los proyectos de los criollos neogranadinos llegaron a conocimiento de altos funcionarios de la Corona española y naufragaron sin pena ni gloria.

La imagen histórica de José Antonio Galán ha sufrido una serie de peripecias. En general, para las primeras generaciones de histo-riadores, principalmente para aquellos que estuvieron vinculados más o menos directamente al proceso de Independencia, la insurre-cción comunera aparecía un tanto desdibujada y con un carácter disminuido, acaso por el interés en centrar el análisis o las observa-ciones alrededor de lo ocurrido a partir de 1810. Pero ya a fines del siglo XIX el valioso trabajo de Briceño sobre los Comuneros, y posteriormente la biografía de Ángel María Galán sobre el caudillo de la plebe, la sacaron a éste del relativo anonimato en que se

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hallaba. Sin embargo, esto condujo, dada la índole de su enfoque, a una exaltación desmedida de Galán y, como tuvimos ocasión de indicarlo, a un demérito de otras facetas del movimiento comu-nero. En la actualidad ya se tienen mejores elementos de juicio para una evaluación más objetiva de la actuación de Galán. Nos proponemos en las líneas que siguen procurar adscribirle a su comportamiento político una significación socioeconómica.

El origen social de Galán no podía ser menos encumbrado. Procedía de los sectores bajos del campesinado santandereano, aun cuando del grupo de agricultores “libres”, es decir, de aquellos que no estaban bajo el yugo de una forma cualquiera de dependencia servil o semiesclavista. Fue, además, fruto de esa evolución hacia el mestizaje que fue la característica racial del siglo XVIII, 16 y que contribuyo a desatar ese proceso de fluidez social que acompañaba la gestación de las capas medias. “La agricultura fue –se ha dicho- la industria que, por inclinación o por herencia, como sucede las más de las veces, adoptaron los padres de Galán, y a que se dedicaron también los ocho hijos”. 17 La educación que recibió Galán de su familia fue necesariamente muy rudimentaria. Lo cual agravó el hecho de haber vivido con su familia hasta los diez y nueve años, cuando contrajo matrimonio. En 1779 ocurre algo que tuvo decisivo influjo en su existencia: fue reclutado para el Regimiento Fijo de Carta-gena. Allí aprendió prácticamente todo –excepto el conocimiento de su gente y las bases del castellano-, lo que más tarde durante la insurrección comunera habría de servirle para destacarse entre sus iguales: sentido del mando y la organización; nociones de estrategia

16 J Jaramillo Uribe en Mestizaje y difenciación social en el Nuevo Reino de Granada (Ensayos sobre historia social colombiana, Bogotá, 1969, pp. 163 a 169). 17 Cf. A. M. Galán, José Antonio Galán (1749-1782), Bogotá, 1905.

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militar; instrucción en el manejo de armas. La citada biografía aña-de que, debido a las penalidades que pasaba su familia, Galán se vio obligado a desertar. Y que al tiempo intermedio entre su deserción y su participación en la revuelta de 1781 lo tuvo que pasar en muy difíciles circunstancias personales. Cierta o no la hipótesis, lo evidente es que la deserción lo había enfrentado ya a las autoridades.

Permítasenos una corta digresión acerca de la manera como estaba siendo integrado el ejército de la Nueva Granda en la segunda mitad del siglo XVIII. Ello nos hará comprender que el reclutamiento de Galán fue objeto si a él le sirvió de mucho para el desarrollo de su personalidad no era suceso extraño o extrava-gante.

La composición de las fuerzas militares acantonadas en Portobelo en 1762, según detallada descripción de documento de la época, nos muestra este espectro racial (social) en cuanto a sus miembros se refiere: 9% “blancos españoles”, 36% de “cuaren-tones” y el resto (55%) lo formaban los negros. Vemos, por estos datos, 18 que la casi totalidad de los soldados eran extraídos de las capas más bajas de la población (pero que también existía una zona plebeya de “blancos españoles”). Otro dato interesante es que ya en el siglo XVIII los negros, pardos, etc., habían logrado –claro que de modo muy reducido- llegar a cargos intermedios (suboficiales, etc.) de las fuerzas militares del Virreinato, lo cual testimonia una elevación en la capacidad de ciertas zonas populares.

Dos hechos decisivos le han dado a Galán el lustre histórico de que goza. En primer lugar, su campaña por la hoya del rio Mag-

18 AHNC, Fondo “Empleados públicos/Miscelánea”, t. XXVIII, f. 90.

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dalena. Allí el caudillo comunero efectuó una importante labor de agitación y afianzamiento de la sublevación y ligó la cuestión política a la cuestión social. Al violentar el derecho de propiedad como lo hizo (en especial, la liberación de los esclavos), tornose en el abanderado de las capas más pobres y oprimidas de la población del Virreinato. Pero sería inexactitud dejar de ubicar el gesto de Galán al dar libertad al grupo de esclavos dentro del movimiento global de insurrección de este sector social y de no parangonarlo, por ejemplo, con casos tan importantes como el del presbítero Erazo quien incitó a sus esclavos a gritar mueras al mal gobierno. 19 Empero, el acto de Galán si bien no es original del todo, sí es profundo desde el punto de vista social ya que aparece como vinculado al liderato de una plebe insurrecta, organizada políticamente, y no como una actitud de desesperación individual (al modo de Lorenzo de Agudelo o del presbítero Erazo).

El censurable acto de comunicar a Gutiérrez de las órdenes que llevaba de apresarlo no debe ser disculpado ni ocultado. Pero ya indicábamos como elemento atenuante que, en esa época, era de común ocurrencia el que los comprometidos en actos sediciosos se protegieran a través de actos paralelos de sumisión al gobierno legítimo.

La actitud de Galán se condensa en su obstinación a continuar en la lucha, para lo cual procura organizar un nuevo ejército. Su pensamiento se concretó en la carta que suscribió conjuntamente con los capitanes de Mogotes Buenaventura Gutiérrez, Custodio Arenales, Juan Ignacio Gualdrón y Manuel Rojas. Allí manifiesta su total desconfianza hacia las autoridades lo cual implicaba decir que éstas irían a desconocer las Capitulaciones, como efectivamente aconteció. Tacha en términos enérgicos –y, aunque justificables debido a la diferente línea política que asumía, injustos- a los

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dirigentes comuneros que llegaron al acuerdo de Zipaquirá. La única solución que ve la de reiniciar la lucha armada con el objetivo de la toma y ocupación de Santafé. Galán, ciertamente, se encon-traba en situación desesperada; pero no sólo no subestimó el letar-go que en la conciencia de las montoneras había suscitado el acuerdo de las Capitulaciones, y su desmovilización casi total, sino que allí incita a no cejar, a conmover, a agitar, a estimular el odio hacia el opresor. Es importante, para finalizar, tener presente que Galán no discrimina sus aspiraciones en términos de instituciones políticas, medidas administrativas o nuevas formas financieras; tampoco habla de independencia política al modo de La cédula del pueblo. El problema central fue para él la opresión político-social (o con sus propias palabras: la “sonrojada esclavitud”), que cobijaba todo lo anterior en un mismo complejo. Esta línea plebeya se distingue de las concepciones, radicales ciertamente, que hallamos en los pasquines, los folios de Zipaquirá y los informes del capitán Vidalle, ya que une libertad y liberación. Pero se une a todas ellas, al propio tiempo, y nos exhibe una amplia gama de orientaciones en la lucha comunera.

La carta comentada reza así: “hacemos saber a ustedes [a los adeptos en el Socorro] que esta pobre parroquia y su común nos hallamos en una confusa Babilonia con el sonido general de tantas amenazas con lo que vivimos con el desconsuelo de no haber tenido hasta ahora una instrucción de esa villa y sin que nos sirva de consuelo para aplicar el más conveniente remedio a la ruina que nos amenaza la corte de Santafé y todo el reino por el malogrado avance de la vez pasada que nos han dejado vendidos, avariciosos, picaros, traidores, a lo que no encontramos otro remedio que volver a acometer con más maduras reflexiones como ya experimentados”. Y añade la carta: “Y siendo así que ese común y sus capitanes nos recordaron a la ejecutada sublevación, se nos ha hecho digno de gran reparo el que ahora se estén en el letargo de profundo sueño; sin merecerles una sola razón de sus intenciones, siendo la nuestra que ustedes alienten en sus corazones y

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volvamos a seguir nueva empresa y de no, como dicen (a mal desesperado, desatinado remedio) se hará preciso en la vil ocasión de nuestra perdición acometernos unos a otros, y tengan por seguro que estamos cerciorándonos que todo el reino está esperando que nos conmovamos acá, con deseos auxiliares a nuestro favor… Esto supuesto señores, ¿Qué es lo que hacemos? ¿A que esperamos? ¿A qué Santafé se abaste de todos sentimientos y que lleguen tropas de abajo que están a salir y vengan y nos aniquilen sin reserva ni aún de los inocentes como lo tienen prometido? Alentemos, pues, y veamos si a costa de nuestras vidas atajamos este pernicioso cáncer que amenaza nuestra ruina y honra y haciendas, y cuando no las vidas el infame borrón y sucesivo reato de una sonrojada esclavitud. Y para poder nosotros de aquí movernos y a otros comunes, participemos una instrucción con relación jurada de lo que debemos hacer y mapa por donde hemos de caminar, por donde, cómo y cuándo y lo que resultare de esta exclamación se nos dé pronta noticia, sin el embeleso [sic] de que dentro de un mes, ni veinte, ni quince días, porque según nos parece no dará el tiempo ese lugar y porque esperamos de ustedes la más exacta providencia. Parroquias de Mogotes, septiembre 23 de 81 años”.

¿Cuál es el carácter histórico del Movimiento de los Comuneros? ¿Tratase de un suceso “precursor” de la emancipación hispano-americana –al igual que otros similares ocurridos en los dominios ibéricos de ultramar- o fue más bien una revolución, frustrada acaso, pero, como algunos sostienen decepcionados por lo que aprecian como poquedad de logros de la Independencia, algo incluso de mayores proyecciones populares que las propias guerras contra España? Nuestra historiografía se ha debatido entre estas alternativas en forma un tanto monótona y, en consecuencia, infructífera científicamente.

Las diversas insurrecciones contra el poder español o portu-gués (en Chile contra los altos impuestos y las arbitrariedades del clero durante el año de 1776; en el Perú y regiones vecinas, de

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1780 a 1783, la gran rebelión de indios y mestizos, que llegó a conmover ochenta mil naturales, dirigida primero por José Gabriel Tupac Amarú y luego por Diego Cristóbal, su primo; en 1781 de nuevo conspiraciones libertarias en Chile; y en el Brasil en 1789, las turbaciones acaudilladas por Tiradentes; en Venezuela, durante 1797, otra revuelta de criollos; (a más de los múltiples intentos subversivos que se van acentuando al doblar la centuria) indican en ausencia de otros síntomas, la patente crisis de la estructura colonial ibérica. Los intentos reformistas de la burguesía española fracasaron y unas décadas más tarde el imperio se vino abajo arrastrando consigo sus hábitos e instituciones obsoletas. Marx indica que cuando en una estructura socioeconómica se presenta una contradicción entre las fuerzas productivas, en crecimiento o ya desarrolladas, y las establecidas relaciones de producción, “se abre una época de revolución social”. 20 Es, pues, esta noción decisiva la que aparece en la Contribución a la crítica de la economía política: “eine Epoche”. La revolución no es vista como un instante mágico o como un salto mortal de la historia, sino como una etapa, como un ciclo de acontecimientos durante el cual “de manera más o menos rápida” las inmensas construcciones que integran las relaciones de producción y las ideológicas se ajustan a la base material. Es debido a eso, precisamente, que el radicalismo de una fase de revolución social puede ser mayor o menor según las características y los desenlaces que hayan tenido las luchas de las clases y los grupos dentro de ellas. No existe automatismo histórico alguno. Hay una historia abierta en donde se descomponen estructuras y se crean otras nuevas con rasgos específicos. Ahora bien, lo que a partir de la séptima década del siglo XVIII se presenta en el marco del Imperio colonial español es la irrupción de un ciclo revolú-cionario tanto en España como en América, el cual, por otra parte, era principalísimo elemento del proceso de instauración del

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capitalismo a escala mundial y de los comienzos de la liquidación (o integración) de las formaciones precapitalistas en especial a nivel de Europa.

En estas condiciones el Movimiento de los Comuneros se inscribe como el punto de partida del ciclo revolucionario en el Nuevo Reino de Granada (ciclo que acá iría de 1781 a 1819), y por ello no podría legítimamente calificarse como suceso precursor, ya que es parte de una totalidad, ni tampoco como “revolución” sensu stricto o como revolución “frustrada” –si es que remplazamos, de acuerdo con Marx, o la identificamos por comodidad, esta noción por la “época de revolución social” la cual, además, no admite el criterio de frustración por inútil científicamente. Apreciar el Movimiento de los Comuneros como hecho precursor proviene de la historiografía liberal decimonónica que ha pretendido siempre demostrar que la emancipación americana obedece a una serie de factores (“influencias”, sobre todo, de la independencia de Norte-américa, de Francia y de Inglaterra, a más de legítimo deseo de “igualdad” de los criollos) generalmente de carácter ideológico; la crisis de estructuras del colonialismo es así escamoteada. El populismo historiográfico, de raíces románticas, exalta desmedida-mente la imagen de los Comuneros, en vez de darles un lugar dentro de un proceso revolucionario, perdiéndose así toda perspectiva de análisis serio.

Como sucede en muchas ocasiones, los testigos de la época o los actores de la misma han emitido juicios muy acertados sobre determinados asuntos. Así en el informe del coronel Blas Lamota, dirigido al Rey y fechado 11 de agosto de 1815 21 se alude a la interconexión de fenómenos propia de esta etapa revolucionaria y

20 Zur Kritik der politischen (Ekonomie, Berlin, 1958, p.13.

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llega a establecerse un lazo, como sostiene Friede, “entre la lucha y los patriotas y el levantamiento de los comuneros en 1781”. 22 En reservado informe, el conde de Torre Velarde, oidor de la Audiencia de Santafé al Rey, en 1797, habla de “como las revoluciones pasadas” tienen “conexión” con las presentes actividades subversivas o de que “la sublevación del año de 1781 ha sido la más ruidosa y considerable; y se puede decir que se continúa hasta ahora; porque sofocada y no extinguida, ella renació en 1794 y ahora en 1797”. 23 Consideramos que este enfoque, apoyado en consideraciones de orden teórico y en testi-monios documentales, facilita una mejor comprensión del Mov-imiento de los Comuneros.

A partir de 1871 el Virreinato de la Nueva Granada vive un lapso de agitación social y política permanente. La clase alta y la “gente popular” señala el conde Torre Velarde, son “propensos a la rebelión” y pide drásticas medidas de represión, seguramente como respuesta a la política reformista de los virreyes ilustrados. Señala, además, el estímulo que para la causa de la independencia, incluso ya desde el alzamiento de la plebe comunera, significaba la tolerancia de Inglaterra. Por su lado, el coronel Lamota dice así en la misiva ya citada: “Caracas y Quito presentan varios casos de ella [sublevación] de sesenta años a esta parte. De todas ellas hay autos en el Consejo de las Indias. Y si vuestra majestad pidiese los autos y expedientes de la sublevación que en los años de 1780 [sic] consternó la capital de Santafé, hallará vuestra majestad en ellos, que fueron las cabecillas de ellos los padres y parientes de los que han promovido y mantenido la del año 1810”.

21 Archivo General de Indias, Sevilla, “Santafé”, Leg. 549 Silvestre Martínez dice que “no se puede negar que éste es uno de los levantamientos más graves, más extensos, más temibles, más meditados y dispuestos” (F. Miranda, op. cit., t, XV, p. 31).

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22 J. Friede, “España y la Independencia de América” en el Boletín Cultural y Bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, No. 12, Bogotá, 1965, p. 1815.

23 Colección de documentos para la historia de Colombia (compilados por S. E. Ortiz), t, II, Bogotá, 1965, pp. 14 y 15.

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