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EL NEOLIBERALISMO Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga 1. Introducción En el ámbito del pensamiento social, las dos última décadas del siglo veinte ha venido marcadas por un predominio prácticamente generalizado de lo que se ha conocido como neoliberalismo, es decir, una versión más o menos actualizada del liberalismo que ya fue hegemónico a finales del siglo diecinueve. En esta ocasión, sin embargo, podría decirse que su influencia ha sido más decisiva porque ha tenido una vinculación mucho más efectiva a las prácticas de los gobiernos, porque los grandes centros de poder no sólo lo han asumido sin reseras sino que han sido capaces de fomentar y salvaguardar su influencia en todos las fuentes de creación y difusión de pensamiento y, quizá sobre todo, porque se ha logrado que sus postulados hayan sido hechos suyos, siquiera sea en sus versiones más intuitivas y elementales, por el común de los ciudadanos. Todo eso ha permitido que el neoliberalismo sea, al mismo tiempo, una forma de gobernar, una ideología y un abanico de valores sociales que implica un conjunto de propuestas sociales presentadas como indiscutibles y una concepción del mundo que impregna todas las dimensiones de la vida social. Tanto es así, que resulta extraordinariamente difícil encontrar reductos académicos, políticos, institucionales, culturales, mediáticos o gubernamentales en donde sus diferentes expresiones no hayan calado de forma indiscutible. Eso es lo que ha llevado a calificar al neoliberalismo de fin de siglo como un verdadero pensamiento único. Y no sólo por su gran alcance o por su capacidad de convencimiento indiscutible, sino porque, acompañado la mayoría de las veces de una sensible pérdida de debate social y de democracia, ha sido realmente impuesto sin contemplaciones desde todas las fuentes de convencimiento y de legitimación social. De hecho, una de las dimensiones más sorprendentes y características del neoliberalismo (un pensamiento para la acción encaminada a mantener el poder y los privilegios de las minorías sociales más ricas) es que sus postulados han sido asumidos por la mayoría de los colectivos sociales que resultan realmente perjudicados por su aplicación y, entre ellos, por muchos partidos de izquierda, por sindicatos y por líderes que, sin embargo, se manifiestan portadores de una lectura más progresista de los hechos sociales. En este cuaderno trataré de analizar la naturaleza del neoliberalismo, sus orígenes y propósitos y sus efectos sobre la condición de vida de las personas y, finalmente, algunas líneas de pensamiento alternativo sobre las que modestamente considero que podría basarse una civilización distinta a la que ha creado el pensamiento y la política neoliberales. 2. El credo neoliberal De una manera sintética se pueden resumir fácilmente los principales postulados o principios doctrinales del neoliberalismo, que no es sino una versión del liberalismo decimonónico empobrecida desde el punto de vista de la retórica pero tremendamente enriquecida desde la perspectiva de la capacidad de generar consenso y convencimiento sobre los mismos.

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EL NEOLIBERALISMO Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga

1. Introducción

En el ámbito del pensamiento social, las dos última décadas del siglo veinte ha venido marcadas por un predominio prácticamente generalizado de lo que se ha conocido como neoliberalismo, es decir, una versión más o menos actualizada del liberalismo que ya fue hegemónico a finales del siglo diecinueve.

En esta ocasión, sin embargo, podría decirse que su influencia ha sido más decisiva porque ha tenido una vinculación mucho más efectiva a las prácticas de los gobiernos, porque los grandes centros de poder no sólo lo han asumido sin reseras sino que han sido capaces de fomentar y salvaguardar su influencia en todos las fuentes de creación y difusión de pensamiento y, quizá sobre todo, porque se ha logrado que sus postulados hayan sido hechos suyos, siquiera sea en sus versiones más intuitivas y elementales, por el común de los ciudadanos.

Todo eso ha permitido que el neoliberalismo sea, al mismo tiempo, una forma de gobernar, una ideología y un abanico de valores sociales que implica un conjunto de propuestas sociales presentadas como indiscutibles y una concepción del mundo que impregna todas las dimensiones de la vida social.

Tanto es así, que resulta extraordinariamente difícil encontrar reductos académicos, políticos, institucionales, culturales, mediáticos o gubernamentales en donde sus diferentes expresiones no hayan calado de forma indiscutible. Eso es lo que ha llevado a calificar al neoliberalismo de fin de siglo como un verdadero pensamiento único. Y no sólo por su gran alcance o por su capacidad de convencimiento indiscutible, sino porque, acompañado la mayoría de las veces de una sensible pérdida de debate social y de democracia, ha sido realmente impuesto sin contemplaciones desde todas las fuentes de convencimiento y de legitimación social.

De hecho, una de las dimensiones más sorprendentes y características del neoliberalismo (un pensamiento para la acción encaminada a mantener el poder y los privilegios de las minorías sociales más ricas) es que sus postulados han sido asumidos por la mayoría de los colectivos sociales que resultan realmente perjudicados por su aplicación y, entre ellos, por muchos partidos de izquierda, por sindicatos y por líderes que, sin embargo, se manifiestan portadores de una lectura más progresista de los hechos sociales.

En este cuaderno trataré de analizar la naturaleza del neoliberalismo, sus orígenes y propósitos y sus efectos sobre la condición de vida de las personas y, finalmente, algunas líneas de pensamiento alternativo sobre las que modestamente considero que podría basarse una civilización distinta a la que ha creado el pensamiento y la política neoliberales.

2. El credo neoliberal

De una manera sintética se pueden resumir fácilmente los principales postulados o principios doctrinales del neoliberalismo, que no es sino una versión del liberalismo decimonónico empobrecida desde el punto de vista de la retórica pero tremendamente enriquecida desde la perspectiva de la capacidad de generar consenso y convencimiento sobre los mismos.

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El primero de ellos es la creencia de que el mercado es el espacio en donde pueden resolverse todos los problemas sociales. Eso implica una progresiva renuncia a la intervención estatal y, como señalaré enseguida, incluso a la política entendida como forma interrelacionada de abordar sus soluciones. El neoliberalismo entroniza el mercado como la instancia más sublime de las relaciones sociales y al que deben supeditarse todas ellas.

El segundo, y como derivación del anterior, es el privilegio que consiguientemente se le da al individuo por encima de las colectividades, a la acción individual frente a las relaciones cooperativas y solidarias y a la búsqueda del propio interés frente a la definición de políticas sociales entendidas como proyectos comunes de toda la colectividad.

El tercero es la asunción de que el lucro privado es el detonante de la actividad humana encaminada a satisfacer las necesidades, y por ello que el neoliberalismo se convierta en una práctica principalmente orientada a fortalecer la ganancia privada en perjuicio de cualquier otro objetivo vinculado a obtener beneficios sociales.

El cuarto es la predominancia del discurso y de las categorías económicas como ejes centrales, cuando no exclusivos, de lenguaje y de las prácticas sociales. Justamente, en una época en que el pensamiento y el análisis económico se empobrece más que nunca, renunciando a su dimensión moral y vinculándose de la manera más estrecha y acrítica a la ética del capital y del lucro privado.

Estos principios permiten descubrir en el neoliberalismo no sólo una práctica política o una forma de hacer gobernar la economía, sino una auténtica concepción del mundo, de las relaciones sociales, de la naturaleza de los seres humanos y de los valores que orientan la sociabilidad o incluso su vida cotidiana. No es sólo una ideología o una forma de entender el poder sino una antropología y un proyecto de civilización.

En términos más concretos, el neoliberalismo se expresa en un rosario de verdades a medias, de juicios de valor o de simples formulaciones sin la más mínima contrastación empírica, aunque de una enorme y casi mágica capacidad de convencimiento, quizá por su elemental estructura o porque se basan en consideraciones de una lógica aparente muy difícil de combatir en el contexto de un discurso social que elimina los matices y repudia el pensamiento mínimamente complejo.

¿Quién no ha sentido nunca el poder de convicción de formulaciones como que primero hay que agrandar la tarta para luego poder repartirla (cuando en realidad resulta que en economía la tarta se va repartiendo inevitablemente al mismo tiempo que se produce); o que la desigualdad es inevitable, porque así es la naturaleza humana (olvidando que, por el contrario, la desigualdad no es sino el resultado de los poderes establecidos o del tipo de relaciones sociales dominantes, que no tienen por qué ser, ni lo han sido, eternas); o que lo importante es resolver los problemas, con independencia de las ideologías (cuando es obvio que según cuáles sean éstas la solución que se les da a los problemas es completamente distinta)?.

No es de otra naturaleza, en realidad, el abanico de postulados y principios que constituyen el credo neoliberal, como los que suelen guiar el discurso económico dominante que, a su vez, se traslada a todos los ámbitos sociales:

- hay que disminuir la extensión del Estado, para aumentar el protagonismo de la sociedad, como si se tratase de dos instancias situadas en planos diferentes. Y eso, aunque al final los neoliberales no renuncien al Estado para instrumentalizarlo al servicio de los poderosos y de los sectores sociales más privilegiados a través de una regulación diferente, pero regulación intervencionista al fin, de las relaciones sociales y económicas. Pero que da lugar al debilitamiento continuado de las instancias e instituciones sociales en la educación, la sanidad o en la cultura al ponerlas al servicio del beneficio para favorecer los intereses privados.

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- la historia ha llegado a su fin, como si eso mismo fuera posible, y por lo tanto no pudiera ya plantearse la superación de la sociedad capitalista en la que dominan quienes se benefician del discurso neoliberal.

- el liberalismo lleva a la democratización, cuando en realidad el neoliberalismo ha traído consigo una disminución efectiva del alcance de la democracia, si es que no la ha destruido directamente en muchos países.

- el mercado resuelve todos los problemas de la sociedad, cuando es elemental que ni puede hablarse genéricamente de mercado, ni todas las actividades económicas son susceptibles de resolverse de esa forma, o cuando es obvio que los resultados del mercado pueden ser sencillamente indeseables para la mayoría de la sociedad porque la inmensa mayoría de los mercados que conocemos, como quizá no pueda ser de otra forma, son tremendamente imperfectos y opuestos a la concepción idílica y falsa que promueve la ideología neoliberal.

- la política económica (neoliberal) que se lleva a cabo es la única posible, lo que contradice el más elemental principio de diversidad característico de sociedades complejas y con intereses colectivos diferenciados.

- el objetivo principal es subirse al carro de la modernidad, considerando a ésta como un objetivo en sí mismo, sin plantear a qué conduce y qué costes implicará para los diversos grupos sociales.

- hay que insertarse en el mundo y asumir que vivimos en una sociedad globalizada, ocultando, sin embargo, que de lo que se trata es de suscribir una determinada concepción del mundo y de las relaciones sociales que, en todo lo que tiene que ver con el bienestar social y personal no está ni mucho menos globalizada, porque la globalización neoliberal se resume en nada más que libertad global y absoluta para los capitales y para las empresas y para los gobiernos más poderosos.

-el sector privado es el eficiente, las privatizaciones son la solución, lo que sólo termina por fortalecer los intereses de los grandes grupos económicos sin que, finalmente, sean apreciables mejoras en la eficiencia y el bienestar.

- hay que desregular para ganar en competencia y eliminar trabas y restricciones a los intercambios, cuando en realidad se sigue regulando pero con otra ética generando un marco que no gana en competencia sino en libertad para las empresas con más poder de mercado.

A estos grandes principios suelen seguir, en ámbitos más concretos, otros postulados igualmente faltos de rigor y no demostrados, como los que afirman que la causa del paro son los altos salarios, que los excesivos gastos sociales generan el déficit público, que la pobreza es la consecuencia de la falta de iniciativa, o que los países más pobres lo son porque tienen menos recursos... Se trata de fórmulas ideológicas que se autodefinen como verdades, como expresiones de leyes naturales ineluctables a las que ni tan siquiera se les pide contrastación, y en torno a las cuales se ha generado un espectacular consenso intelectual, garantizado a fuerza de dinero, subvenciones, premios, reconocimientos sociales, poder e influencia política, social o académica (y también a fuer de una corrupción demasiado generalizada) garantizados por las instituciones más "prestigiosas" del planeta, esto es, por aquellas donde tienen asiento quienes son beneficiarios directos del actual estado de cosas.

Porque los postulados neoliberales se caracterizan por una radical falta de rigor científico, por carecer de cualquier fundamento que no sea el de su propia retórica ideológica, y eso es precisamente lo que justifica que hayan sido impuestos a la sociedad a través de mecanismos de convencimiento que tienen más que ver con el poder mediático y el monopolio de las instancias de generación de valores, cultura y formación que con el debate social. Sólo gracias a la enorme influencia de la que disponen los centros de poder académico, ideológico, político y cultural ha

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podido ser posible generalizar un tipo de pensamiento y unas ideas sobre la sociedad, la economía y la política cuyo fundamento real es imposible de mantener científicamente y que de hecho ha sido objeto de una crítica radical y contundente aunque convenientemente silenciada, muchas veces de manera antidemocrática o sencillamente dictatorial.

3. La democracia, la política y la naturaleza humana en el neoliberalismo

Como he señalado, el neoliberalismo, aunque se basa fundamentalmente en postulados económicos, no es sólo una práctica económica, sino que implica una concepción global de la sociedad y de los seres humanos. Y eso ha tenido y tiene una trascendencia muy especial a la hora de entender y practicar la democracia y la política, así como desde el punto de vista de la asunción que se realiza de la propia naturaleza humana y de la cual se derivan las prácticas sociales y los valores que envuelven la sociedad en nuestra época.

A partir de los presupuestos ideológicos del neoliberalismo, el concepto operativo de democracia no es el que implica la existencia de las condiciones que garanticen el gobierno efectivo del pueblo, sino simplemente el que garantiza que los mercados funcionen libremente pues, como he dicho, se entiende que el mercado es la instancia social suprema a la que deben supeditarse cualquiera otra y todas las relaciones sociales y políticas.

El pensamiento neoliberal nace del supuesto de que el mercado constituye el mecanismo superior de regulación social y la pre-condición de cualquier democracia. Se parte de considerar que sólo a partir de las relaciones de intercambio, sólo en virtud del comercio, pueden existir seres humanos libres, lo que equivale a indicar que sólo en la medida en que ha existido el mercado puede haber ciudadanos capaces, entonces, para erigirse en sujetos activos de aquella.

De aquí resultan tres connotaciones elementales de la democracia tal y como es entendida por el discurso neoliberal.

La primera es que no existe un sentido de lo democrático que pudiera ser entendido en sí mismo, sino que queda siempre relegado al servicio del orden del mercado.

En segundo lugar, resulta que la propia democracia es un añadido al mercado, al que no puede ni negar ni tan siquiera violentar. Puede decirse sin ambages que la democracia no sólo no es un componente imprescindible del orden social, sino que es claramente relegable al del mercado.

Esto último se reconoce ya sin ningún disimulo en nuestro tiempo. Los economistas suelen hablar de los mercados como titulares del poder que guía el gobierno de nuestras sociedades y quieren ver en ellos la sede de donde surgen, en realidad entienden que de donde deben surgir, las decisiones político económicas: "No es exagerado hablar de una abdicación de las democracias frente a las fuerzas anónimas e incontroladas del mercado". Y algunos pensadores, como el propio Hayek, lo reconocen paladinamente: "Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente".

En tercer lugar, la democracia, para serlo, debe quedar subsumida en el orden del mercado y, entonces, no es ya el voto, sino los precios los que van a pasar a ser la clave de bóveda de todas las relaciones sociales, presumidamente democráticas. Así como los seres humanos encuentran la razón fundamental de su existencia en el comercio y el rango más amplio de su libertad en el mercado, no puede haber una mecánica más efectiva para garantizar su existencia como seres libres que los precios.

La democracia se sustancia solamente en libertad de comercio y se desentiende de la libertad de los seres humanos. Esta se considerará que existe cuando se exprese solamente como un atributo más del mercado capitalista, puesto que se entiende que sin éste no hay individuos libres.

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El drama que implica el pensamiento y la práctica neoliberales, como claramente expresan las declaraciones de Hayek, es que llevan a una consideración mucho más elemental –asumidas sinceramente por Hayek gracias a su coherencia-: si lo que trae consigo orden social y libertad es el mercado y no la democracia, ¿para qué hacer de ésta última un problema?

Ahora bien, para que la democracia pueda subsumirse en el orden del mercado es preciso dar un paso esencial: puesto que el mercado es un espacio done sólo puede actuarse en virtud de estrategias individuales, cualquier tipo de relación social debe poder quedar reducida a la individualidad.

Para lograr entonces la libertad lo imprescindible es resguardar el orden de las relaciones comerciales.

El mercado construye la libertad y no es necesario entonces el escenario adicional del Estado, o de la sociedad en su conjunto. No hay, pues, necesidad de un espacio especial para la política, de la que se puede prescindir sin problema.

La "cuestión política" que el neoliberalismo admite no es la que tiene que ver con la determinación de los fines del cuerpo social, con el establecimiento de medios para lograrlos o con la creación de procesos que garanticen la participación o la codecisión en un mundo donde la capacidad de decidir está muy desigualmente distribuida y donde la posición ante el conflicto es también muy diferente según la condición de cada persona o colectivo social. Es decir, nada tiene que ver con el problema del reparto de poderes o de la democracia.

Todo lo contrario, la cuestión política tal y como es entendida en el entramado neoliberal es la que consiste exclusivamente en eliminar cualquier obstáculo al funcionamiento del mercado.

Y, lógicamente, todo ello sólo puede establecerse si se asume, a su vez, una concepción del ser humano y de su lugar en la sociedad y frente a los demás basada en tres grandes principios.

El primero de ellos es el que tiene que ver con el tipo de comportamiento que se supone consustancial a la naturaleza humana y que, para que el mercado pueda funcionar como instancia global, no puede ser otro que el que está basado en el cálculo económico individual, en el principio de maximización y en la evaluación de costes y beneficios privados como criterio determinante de las actuaciones humanas. El ser humano se reduce a ser simplemente una especie de agencia maximizadora y egoísta.

El segundo, es que la actividad humana orientada al sustento se confunde con la actividad económica que se realiza sólo en el mercado, entendido éste como una simple instancia de intercambio.

De todo ello se deduce la paradoja real y más dramática del neoliberalismo. Aparentemente es el discurso supremo de la libertad pero en realidad entiende la libertad humana de un modo radicalmente sesgado. No admitiendo otra adjetivación de la naturaleza humana que no sea la económica; sin contemplar otro ser que no sea el homo oeconomicus y limitando el campo de la elección humana a la que tiene que ver tan sólo con la producción y el consumo de mercancías, la libertad que se reclama es tan parcial y tan pobre como el individuo mercantilizado al que sirve.

En la concepción liberal no hay más momento de libertad que el del intercambio, no se precisa más democracia que la que facilita que éste se lleve a cabo. Lo que equivale a decir que libertad y democracia, en el orden neoliberal, no son valores de rango universal, ni aspiraciones preferentes de los seres humanos. De hecho, quienes quedan fuera del cambio mercantil no disfrutan de la libertad liberal. Esta es un derecho vinculado a la condición mercantil. Pero como ésta se constituye por definición a partir de un reparto inicial desigual de derechos, recursos y poderes,

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resulta que la libertad liberal no puede ser otra que la libertad desigual, la que no tiene más proyecto que salvaguardar el orden de privilegios sobre el que se sostienen los mercados capitalistas. El neoliberalismo es el discurso en donde la libertad se empobrece de manera absoluta, donde en realidad no hay sitio para la libertad como realización personal y como aspiración efectiva a la satisfacción humana.

Para terminar, no se puede dejar de mencionar otra contradicción intrínseca al pensamiento neoliberal que se basa en una idealización del mercado como mecanismo perfecto cuando en realidad no es sino un espacio en donde los poderes actuantes no hacen sino dirigirlo constantemente hacia la asimetría y hacia el privilegio de los que disponen de más recursos para el intercambio y de más poder para establecer sus normas.

Desde el punto de vista del discurso neoliberal se presupone que el mercado funciona por sí mismo y tendiendo siempre y automáticamente a equilibrios y a simetrías gracias a que la oferta y la demanda se suponen instancias autosuficientes para proporcionar soluciones de satisfacción general sin más requisito previo que el de la libertad de los agentes que intervienen.

Se obvia, sin embargo, que el mercado no es una institución aséptica y neutra, sino el resultado de una regulación específica y particular, es decir, de una determinada preferencia social sobre las condiciones en que puede funcionar; y, por lo tanto, de morfología y condiciones que pueden llegar a ser muy diferentes según sean las condiciones históricas, económicas y de poder en que se constituye. El mercado, y muy específicamente el mercado capitalista, no puede entenderse sin considerar la enorme cobertura de reglas y normas que lo definen. Todas ellas conforman a su alrededor un haz de derechos y obligaciones en virtud de los cuales se establece qué se puede y qué no se puede hacer en las relaciones de intercambio, quién puede poseer y qué garantías quedan definidas para salvaguardar el status de apropiación inicial y sobre el que se desarrolla a posteriori el intercambio mercantil.

Pero esto nunca es relevante para el neoliberalismo que renuncia a preguntas claves como quién establece estos derechos, cómo se definen, quién y cómo podrá disfrutarlos. Y, en consecuencia, no contempla los resultados tan desiguales a que da lugar la diferente posición de los individuos a la hora de definir esos derechos y de disfrutar de los resultados del mercado.

4. El origen y los objetivos del neoliberalismo

Como he señalado, el neoliberalismo no es tan sólo un conjunto de estrategias de carácter puramente económico, sino que se conforma como una estrategia global frente a los problemas sociales. O mejor dicho, que se urde para lograr que, desde todos los recodos de la sociedad, se actúe a favor de la razón económica que se desea imponer y para que se justifique sin resquicios el orden que se establece.

A la postre, el neoliberalismo no es sino la solución de reparto a su favor que el gran capital necesitaba imponer en una coyuntura histórica de crisis económica y social. Y que, precisamente por la naturaleza global de esa crisis, tuvo que ser una respuesta que combinase la política económica y la cultural, la reconversión productiva y la reformulación de los grandes principios en que se habían asentado las sociedades del capitalismo socialdemocratizado propio del keynesianismo. Su singularidad proviene justamente de que ha convertido a lo económico -en su sentido más general- en algo cada vez más dependiente de la sumisión y del consenso.

De hecho, el resultado de aplicar las políticas neoliberales ha sido la modificación del régimen productivo para salvar la obtención de ganancias y, al mismo tiempo, la conformación de un tipo humano diferente, ensimismado, sumiso y conforme con el propio orden social y económico que, sin embargo, es el responsable de su insatisfacción.

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La crisis del modelo de acumulación

A lo largo de los años sesenta se fue larvando una profunda crisis económica que llegaría prácticamente a destruir las bases productivas en que se había sustentado el modelo de crecimiento de la posguerra.

Las causas más importantes que contribuyeron a ello fueron las siguientes.

A finales de los años sesenta las líneas de producción comenzaron a saturarse. El consumo de masas ya no era capaz de corresponderse con las estrategias de producción intensiva y que se habían desarrollado ajenas a cualquier plan de producción que tuviese en cuenta los programas de necesidades de la población y la capacidad real de los mercados antes de llegar a la saturación.

El impulso del crédito, en lugar de favorecer la realización de más productos, daba lugar a una monetización excesiva, a la inestabilidad financiera y al desarrollo exacerbado de la circulación financiera.

Además, al socaire de la acumulación se había modificado la estructura de los mercados mundiales, lo que limitaba las expectativas de realización para las empresas que habían sido hasta esos momentos dominantes. Al igual que sucediera con la deuda familiar y empresarial, las naciones menos desarrolladas (atraídas en su día por los bajos tipos de interés) habían acumulado deudas tan ingentes que al producirse la inestabilidad monetaria internacional veían como sus montantes se elevaban hasta reducir casi a la nada su capacidad de compra y, además, las empresas europeas y japonesas competían ya con las americanas. En suma, los mercados resultaban incapaces de absorber la producción y las empresas comenzaban a sufrir el crecimiento de sus stocks y la caída de sus ventas.

La que se llamó la "cultura del más" propia de aquellos años y que era el resultado del Estado benefactor y permanente suministrador de bienes públicos, de la publicidad y de la expansión del crédito, provocó un auténtico desbordamiento social y productivo. Como tantas veces se ha señalado, el pleno empleo y la abundancia son los peores enemigos de la estabilidad social y de la paz laboral (naturalmente, en una sociedad escindida). Y, efectivamente, al amparo de esa situación se multiplicaban las demandas salariales, se perdía la disciplina en las fábricas y se generaba la rebelión de los trabajadores y ciudadanos que no estaban sino deseosos de satisfacer la necesidad de más bienes, más ocio y más protección que al amparo del consenso se les había ofrecido.

Pero esa relajación laboral (con muy poco coste de oportunidad para el trabajador cuando no hay apenas desempleo) y la pérdida de la medida en las reivindicaciones salariales (cuando no respetan la evolución de la productividad) deterioraba el equipo productivo y reducía drásticamente la productividad hasta el punto en que los beneficios comenzaron a estar amenazados.

La situación se hizo mucho más crítica en los sectores que relativamente empleaban más mano de obra y en los que utilizaban la energía más cara. Pero, puesto que esto había sido precisamente lo habitual en el desarrollo industrial del modelo de posguerra, es fácil imaginarse hasta qué punto la crisis de productividad y de costes se iba a convertir en algo generalizado en las economías occidentales.

En esta situación, los gobiernos no sólo mantenían el ritmo de gasto, sino que al producirse desempleo, al no disminuir la entrada al mercado de nuevas franjas de población activa y al verse en la necesidad de reducir (bien de forma automática o discrecional) los ingresos públicos, incurrían en déficits cada vez más elevados.

El desmantelamiento del estado del bienestar

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Todas las circunstancias que acabo de señalar daban al traste, con mayor o menor amplitud, pero sí que de forma generalizada en las economías occidentales, con los presupuestos básicos en que se había sustentado el Estado social o del bienestar.

La situación se podría resumir en tres grandes resultados que explican la evolución de los hechos a lo largo de los años ochenta y noventa (ver cuadro resumen al final del texto).

En primer lugar, la crisis de la producción. Frente a la saturación de los mercados de consumo en masa, frente a la indisciplina y la relajación laboral y frente a la caída en la productividad, se hacía preciso abrir nuevas líneas de producción con componentes menos costosos.

La incorporación de nuevas tecnologías (la mayoría de las cuales ya se habían venido utilizando en el sector militar o en otros ámbitos novedosos de la producción) permitió reducir el empleo, utilizar el valor añadido de la información como detonante de la mayor productividad y abrir nuevos segmentos de productos más variados que era posible fabricar gracias a la versatilidad que proporcionaban los nuevos usos tecnológicos.

Se trataba fundamentalmente de orientar la producción a la consecución de gamas de productos que, aunque de la misma naturaleza o incluso con semejante utilidad, tuviesen sin embargo distintas envolturas (en el más amplio sentido del término) de forma que, al no ser percibidos por el consumidor seducido por la publicidad como redundantes, pudieran ser entonces vendidos más fácilmente.

Y a los nuevos productos se le añadían nuevos productores, incluso auténticas nuevas industrias (especialmente las de mayor vinculación con las nuevas tecnologías de la información), nuevos tipos de beneficios (de especulación e intermediación de todo tipo), nuevas formas de venta, nuevos segmentos de mercado y, naturalmente, nuevas formas de vida y de comportamientos sociales.

En segundo lugar se produjo una importante crisis financiera. Como consecuencia de la hipertrofia de la circulación monetaria (que llegó a ser cuarenta veces mayor que la circulación real), de la generalización de la especulación financiera que provocaba la huida de los capitales de los destinos productivos, y de la deuda interna y externa que obligaba a realizar una política monetaria orientada a salvaguardar el beneficio de los propietarios de las grandes masas de moneda en continua circulación, la inestabilidad financiera se convirtió en un estado permanente. Y ello, a su vez, fue el caldo de cultivo ideal de las operaciones especulativas que se convirtieron cada vez más en el destino preferentemente buscado por quienes disponían de masivos recursos financieros.

En tercer lugar, hay que considerar una radical crisis del consenso social que se había podido mantener en los años de expansión y pleno empleo anteriores. Su expresión final fue que ya no se podían garantizar altos salarios y consumo elevado. Entonces, cuando la productividad había caído y cuando no sólo estaba sin garantizar el salario, sino incluso el propio puesto de trabajo, el consumo y la pura satisfacción material dejó de ser el cemento integrador que hacía posible la armonía social.

Como es natural, a ello coadyuvó de manera definitiva la multiplicación de los déficits públicos. Los gobiernos, que no renunciaron, sino todo lo contrario, a ayudar a los capitales privados en forma de reducciones fiscales, de privatizaciones o de asunción de las nuevas redes e infraestructuras necesarias para la incorporación de las nuevas tecnologías en condiciones rentables para el interés privado, comenzaron, por el contrario, a desentenderse del capital y de la protección social que habían venido financiando.

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Los millones de desempleados y trabajadores en precario no podían ya conformar el universo de los consumidores.

Pero roto el consenso a través del consumo, la existencia de millones de pobres, de parados o marginados no permitía alcanzar el consenso desde la producción, desde la fábrica. Por lo tanto, no podía lograrse el consenso y la legitimación que cualquier sociedad necesita sino a través de la sumisión, bien mediante la generación de vínculos autoritarios de regulación social que la fuercen, bien a través de la aceptación de la individualidad, de la competencia y del posibilismo como expresión más sublime de los comportamientos humanos.

Fue por eso por lo que la salida a la crisis no sólo exigía nuevos espacios productivos y nuevas formas de producción, sino también distintos comportamientos, valores diferentes y otros tipos de aspiraciones sociales, que llevase consigo políticas económicas de alcance e instrumentos distintos y también nuevos modelos de actuación individual y social.

Porque cuando la insatisfacción del conciudadano es evidente, la rebeldía y el rechazo sólo se pueden evitar si se moldea un ser humano ensimismado, egoísta e insolidario y que no atiende a más estímulo que el de su satisfacción personal. Cuya atención es permanentemente reclamada desde todo tipo de fuentes para hacerle creer que la satisfacción depende del esfuerzo individual y no del tipo de organización social; fomentando para ello la quimera del éxito individualista y el temor al fracaso que conlleva la acción colectiva, y aislándolo comunicacional e incluso físicamente de sus seres humanos más próximos.

5. Las bases económicas del neoliberalismo

En el campo específico de la economía puede percibirse muy claramente cuál es la lógica que gobierna los procesos de cambio que vienen ocurriendo en nuestro mundo neoliberal y cuyas principales componentes se pueden resumir en cinco grandes ejes, principalmente destacables (aunque no constituyan su dimensión más completa) porque conforman los vectores que determinan los procesos económicos, la política y los valores sociales de nuestros días.

La incorporación de una nueva base tecnológica.

A partir de la aplicación generalizada de las tecnologías de la información en el aparato productivo se ha generado una serie de efectos en la estructura productiva, en el uso de los factores y en los resultados de la producción que comportan un espacio económico radicalmente distinto al de la era industrial precedente:

- Se ha podido sustituir el régimen lineal de la producción en masa por otro basado en la versatilidad, en la automatización, en la flexibilización y en la fragmentación.

Gracias a ello, la lógica de la producción cambia hacia la producción diferenciada, única manera de hacer frente a mercados saturados. E, igualmente, se modifica la estrategia de la rentabilización. La ventaja comparativa, la competitividad, no vendrá dada por la economía de la reproducción de la industria tradicional (basada en la obtención de productos más baratos), sino por la economía de la invención y organización de nuevos procesos.

- La nueva base tecnológica facilita además el ahorro de mano de obra y, fundamentalmente, procura una nueva forma de organizar el trabajo.

La posibilidad de segmentar los procesos productivos permite que los intensivos en trabajo y con menor capacidad de generación de valor añadido puedan desplazarse a espacios de salarios más bajos o, simplemente, utilizar mano de obra local muy descualificada y barata (como ocurre en el caso de los servicios), mientras que en los procesos de alto componente de valor el trabajo se

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transforma: requiere una mayor cualificación y se presta en condiciones de alta versatilidad, autonomía y co-determinación.

- Aparecen, además, nuevos sectores, subsectores, ramas y procesos con alta capacidad de generación de valor añadido en virtud, exclusivamente, de su alto componente informacional.

Se genera, así, un nuevo tejido productivo en las economías cuyas características principales son el peso del valor inmaterial o intangible, la disminución de la escala de los procesos, la exigencia de trabajo altamente cualificado, la sujeción a la regla de la innovación permanente, la integración de los sistemas de producción y organización y la demanda de grandes y costosas infraestructuras para la información.

- Finalmente, la posibilidad de fragmentación, la búsqueda permanente de economías de integración mejor que las de escala, la universalidad de los medios de tratamiento de la información y la homogeneización y economía de códigos que permite la producción pre-programada y la multiplicación de redes de comunicación modifican dos conceptos básicos sobre los cuales se sostiene cualquier sistema productivo: el tiempo y el espacio.

El primero deja de ser lineal en los nuevos procesos productivos capitalistas, lo que obliga a hacer un uso de los recursos diferente al típico de los procesos industriales tradicionales. La economía de procesos requiere nuevas fórmulas de economías de tiempo, de manera que es necesario replantear el uso de los factores (especialmente del trabajo) que ahora pueden usarse en condiciones menos intensivas pero mucho más eficientes, lo cual altera la lógica tradicional de la productividad.

Por su lado, la lógica del espacio se modifica igualmente de manera radical, saltan por los aires las fronteras, la distancia deja de ser una limitación y los procesos se convierten en redes reticulares de base planetaria. El mundo como un todo es la nueva base de operaciones de los nuevos procesos productivos.

Libertad de actuación para los capitales

El keynesianismo que había servido de principio articulador de los procesos y las políticas económicas de postguerra se basó en el pacto de rentas. Este fue el que permitió consolidar en los países desarrollados que llevaban la batuta de los procesos económicos el llamado Estado de Bienestar, el establecimiento de redes amplias de solidaridad social y un marco institucional en donde las reglas del juego se encontraban realmente constreñidas, muy particularmente, por el poder alcanzado por las organizaciones sindicales en las condiciones de pleno empleo y de seguridad generalizada en el puesto de trabajo entonces existentes.

Lógicamente, un marco de tan enormes restricciones no podía ser favorable a un necesario proceso de cambio frente a la crisis estructural del capitalismo que requería financiación privilegiada, la mayor libertad de actuación posible, nuevos espacios sociales de relocalización, libertad de movimientos y, sobre todo, las menores ataduras posibles con el régimen de uso de factores hasta entonces existente.

La generación de un nuevo orden productivo, sostenido sobre la base de una tecnología cuya principal característica es la versatilidad, la fragmentabilidad y la extrema dispersibilidad no puede llevarse a cabo bajo las restricciones típicas del Estado bienestarista, burocratizado y generador de un régimen social al cual no se le pide otra contribución al orden productivo que no sea el consenso y la disciplina social.

De ahí, que la generalización de los nuevos espacios productivos, la incorporación de las nuevas tecnologías de la información y, en general, la consolidación del nuevo régimen de producción

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capitalista como el que estamos viviendo demandara y demande la desaparición de restricciones al intercambio, la mayor flexibilidad institucional, la plena movilidad y, en fin, la consolidación de un único espacio económico en donde capital y recursos puedan fluir con la mayor libertad.

Una nueva forma de regulación económica

Un horizonte de nuevas y más favorables formas de producción y organización necesariamente conlleva también la demanda de una manera diferente de regular, de gobernar los macroprocesos de los cuales depende el contexto en el que se pueden llevar a cabo los cambios económicos.

Si se tiene en cuenta, además, que la implantación de la nueva base tecnológica y, en general, la modificación de las estrategias productivas en el sentido arriba señalado no fue un proceso casual, sino la respuesta necesaria a un largo periodo de crisis económica durante el cual se debilitaron hasta el extremo la tasa de beneficio, la dinámica de la inversión, la disciplina social y, en fin, el encuadre general en el que se había desarrollado el hasta entonces exitoso modelo de crecimiento capitalista de la postguerra en todos los países industriales, si se tiene en cuenta todo ello, resultará evidente que una nueva forma de producir requiere inevitablemente un marco de relaciones económicas y sociales también diferente.

Toda una serie de circunstancias que no es posible ni necesario desarrollar aquí (endeudamiento, crisis monetaria, crisis industrial, pérdida de consenso social, agotamiento de los mercados,...) hicieron inservibles los modelos de regulación de tipo keynesiano de la época anterior, al mismo tiempo que exigían nuevos principios y nuevas estrategias de regulación y de gobierno.

Los más importantes, o al menos los que resultan principales para entender las tendencias dominantes, han sido los siguientes.

- La necesidad de fortalecer el proceso de reconversión productiva, necesitado de financiación, de un contexto institucional y normativo adecuado y de condiciones más favorables para el uso privado de los recursos. Todo ello obliga a modificar la lógica de la intervención pública en la economía para procurar el contexto que favorezca más fácilmente el desarrollo de los procesos de transformación. De ahí el cambio de la estrategia fiscal, la flexibilización de las relaciones laborales, la desregulación, la reversión al ámbito privado de actividades rentables bajo dominio público, la modificación de marcos legales, etc. Todo lo cual, que podría incluirse dentro de las que se han denominado "políticas de ajuste", implica una nueva pauta redistributiva, ahora desentendida del pacto de rentas anterior, para poder favorecer la recuperación del beneficio y de la inversión privada sobre los cuales se quiere hacer descansar el impulso principal de la costosa reconversión del aparato productivo.

- La modificación del modo de regulación macroeconómica tradicional. En épocas de turbulencias en el lado de la oferta, de fuerte endeudamiento y crisis monetaria, de tensiones inflacionistas originadas por un conflicto distributivo que presiona los costes al alza de manera permanente, de mayor incidencia de los niveles de productividad y de una mundialización creciente que diluye las fronteras nacionales, las políticas keynesianas tradicionales no sólo resultaban inútiles para favorecer la recuperación de la inversión y la implantación de nuevo orden productivo, sino que constituían un obstáculo casi insalvable.

Estos objetivos, por el contrario, requerían una regulación macroeconómica más ágil, menos dependiente de restricciones institucionales y centrada preferentemente en los nuevos cuellos de botella de las economías: las tensiones inflacionistas y la inestabilidad monetaria. Eso permitió y justificó que la política monetaria se convirtiese en el eje central de la política económica de los gobiernos y que la estabilidad de precios pasase a constituir el objetivo principal de la misma.

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Finalmente, el eficaz desenvolvimiento de esta nueva forma de regulación macroeconómica requiere mucho más automatismo, más independencia de sus operadores e incluso un verdadero distanciamiento de las condiciones en que se desenvuelve, por utilizar el término keynesiano, el mercado de bienes y servicios, lo que ha motivado el menor control público y democrático de sus operadores, así como un enorme "macroeconomicismo" a la hora de definir y aplicar la nueva política económica.

La globalización asimétrica

La permanente disipación de los límites espaciales ha traído consigo la expansión de los espacios de referencia y, muy en particular, de los espacios nacionales. La supranacionalidad es ya una constante de los flujos y de los procesos económicos, de manera que ninguno de estos puede concebirse de manera independiente en el interior de cualquier frontera, sino que desaparecidas éstas -en cualesquiera que hayan sido los niveles- la capacidad de decisión se diluye, las variables de los procesos concretos, regionales, por ejemplo, se multiplican y la capacidad de operar se transforma en un ejercicio de multideterminación, aunque no necesariamente de estrategia compartida.

Todo ello se suele justificar afirmando que el mundo protagoniza un acelerado, afortunado y generalizado proceso de globalización, en cuya virtud es necesario renunciar por ya inútiles a las competencias nacionales de los gobiernos en favor de un terreno de juego internacional en donde apenas existen trabas de cualquier tipo para que los capitales, las mercancías y los códigos culturales que le son propios se muevan en completa libertad.

Pero, a pesar de que el término globalización suele utilizarse para señalar el signo principal de nuestra época, a poco que se contemple con detenimiento la realidad de los intercambios internacionales se puede comprobar hasta qué punto oculta realidades contradictorias y falsificadas. A diferencia de lo que suele afirmarse comúnmente, la evidencia empírica nos muestra que el régimen comercial de nuestros días no está tan globalizado como se quiere hacer creer. Se olvida que los países ricos han disminuido en los últimos años el volumen de importaciones procedentes de países subdesarrollados respecto al consumo interno o que, a pesar del discurso retórico prevaleciente, lo cierto es que se han multiplicado las barreras al comercio, si bien eso no ha sido tanto entre países como entre grandes bloques. Ocurre que más que un verdadero proceso de globalización se ha generado una regionalización del comercio y las inversiones mundiales. Verdaderamente, sólo los flujos de capital se encuentran sometidos a un auténtico régimen de libertad, pero ello, lejos de provocar efectos globales beneficiosos, constituye uno de los problemas más graves que hoy padece la economía mundial.

En puridad, detrás del concepto de globalización se esconde una realidad polisémica y tremendamente equívoca. En primer lugar, porque la economía mundial no responde a la estructura sistémica y globalmente integrada que se quiere dar a entender cuando se habla de globalización. Nuestro planeta refleja más bien una realidad tripolar, porque lo que realmente se articula y organiza en el centro son las tres grandes potencias (EE.UU., Europa y Japón) que ejercen el control compartido sobre la economía mundial, aunque bajo la permanente supremacía estadounidense. De hecho, ni la conformación de espacios regionales, como la Unión Europea, que podrían servir de poderosos contrapesos frente a Estados Unidos, son capaces a la postre de liberarse de los dictados de estos últimos, como se demostró en la guerras del Golfo o de Yugoslavia y en su permanente poder de decisión última en todos los asuntos o instituciones mundiales. En segundo lugar, porque el llamado Tercer Mundo se enfrenta a una creciente fragmentación y heterogeneidad. Sólo una pequeña parte, y hoy día en crisis, de la periferia se ha industrializado, mientras que su mayor parte, más pobre y deprimida, se "desconecta" progresivamente de los centros de gravedad de las relaciones económicas, convirtiéndose en un sub-Mundo sometido a conflictos armados y hambrunas sistemáticas. En tercer lugar, no puede dejarse de considerar que, a diferencia de lo que afirma la retórica neoliberal, el rasgo principal del actual orden económico no es el de la integración progresiva en los ámbitos globalizados sino, por

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el contrario, la existencia de fuerzas centrífugas que se manifiestan explícita e inequívocamente en el incremento de las desigualdades y de la exclusión de todo tipo. Simplemente, no es verdad que la "globalización" constituya un proceso integrador y que abarque al conjunto de las relaciones económicas, sino que esencialmente sólo tiene que ver con el dominio del capital financiero, de los recursos tecnológicos y de la producción cultural y que en realidad se manifiesta como un vector desintegrador de la economía y de la sociedad mundial en su conjunto.

La mercantilización de la cultura

Por último, el nuevo orden tecnológico consagró al sector de la comunicación en uno de los pilares del orden social. La industria cultural, extraordinariamente diversificada y rentable, permite la generación de códigos que pueden ser transmitidos transversalmente y recibidos en cualquier lugar del mundo. Se ha podido, así, homogeneizar las categorías o las claves esenciales del pensamiento de manera que, en cualquier lugar del mundo, se toman como inexcusables las mismas referencias intelectuales: mercado, competitividad, economía-mundo, individualidad, tecnologización,... constituyen los códigos referenciales y omnipresentes de un nuevo lenguaje muy distinto al de la época inmediatamente anterior (Estado, solidaridad, rentas, desarrollo...). Se trata del lenguaje homogéneo, único, del neoliberalismo que se vive en la aldea global y en cuya virtud se explica, se racionaliza y se justifica, al mismo tiempo, el universo de la producción y el microcosmos de la individualidad, cuyo encuentro es absolutamente preciso cuando ha desaparecido la garantía institucional del consenso legitimador de antaño.

6. La degeneración neoliberal del trabajo y el empleo

La condición del trabajo humano es uno de los aspectos sobre los que de una forma más directa han incidido las políticas neoliberales, y por ello merece ser analizado el problema con cierto detenimiento.

Entre las consecuencias más importantes sobre el trabajo de la incorporación de esta nueva base tecnológica que sirvió de detonante de los cambios que vengo analizando, y que han culminado en su auténtica degeneración, me parece que hay que destacar las siguientes.

En primer lugar, la informatización y automatización de los procesos productivos generalizando la llamada "producción flexible", cuyas derivaciones más inmediatas serían la multiplicación de las categorías laborales, la segmentación del trabajo en el interior de la fábrica y en su conjunto y el establecimiento de un nuevo sentido del tiempo que llevaría consigo la posibilidad de establecer horarios quebrados o intensificar el uso del trabajo de manera mucho más rentable para las empresas.

En segundo lugar, la incorporación generalizada de las nuevas tecnologías de la información permitió lograr una amplísima homogeneización espacial gracias a su versatilidad y a su capacidad para desmembrar los procesos sin pérdida de integridad. Eso hizo posible la relocalización selectiva de las industrias, buscando nuevos nichos de mano de obra barata o, en general, de costes de producción más reducidos que provocó una desindustrialización en los espacios de condiciones generales menos competitivas y la crisis de la industria tradicional, sobre la cual había descansado el grueso del empleo industrial.

En este contexto, fue posible, en tercer lugar, desmembrar el propio espacio de la fábrica tradicional, desmantelando lo que hasta ese momento habían sido espacios integrados conformadores de grandes núcleos de población obrera y de gigantescas instalaciones. Así fue posible que literalmente desaparecieran los territorios obreros tradicionales, la acumulación de docenas de miles de trabajadores en espacios comunes. Y eso trajo consigo inevitablemente la desmovilización de los movimientos obreros, con mucha menor capacidad que el capital para poder adaptarse a unas relaciones espacialmente disipadas.

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A partir de esa desmovilización, de la segmentación y de la aparición de condiciones de trabajo mucho más delimitadas se lograba, al mismo tiempo, la individualización de las relaciones de trabajo, un objetivo estratégico esencial para que el dominio del capital se consolidase en el ámbito estratégico de las relaciones laborales a la hora de establecer las condiciones de contratación del trabajo.

En cuarto lugar, la nueva base tecnológica permitiría constituir la producción en torno a redes de empresas y basarla en una potente externalización que haría posible que los núcleos de la empresa se desembarazaran de procesos, tanto para que el papel del trabajo en su seno se difuminara en la mayor medida de lo posible como para lograr unas condiciones de suministro mucho más ventajosas aunque, precisamente por ello, mucho más leoninas para las docenas de miles de empresas de poca dimensión en que se convertía el entramado en red de la nueva gran producción capitalista.

Finalmente, todos estos cambios llevaban consigo una modificación igualmente importante sobre el propio entorno, social, cultural e institucional, en el que se desenvolvía o se había desenvuelto el trabajo de carácter tradicional. Actividades antes incluidas en la lógica de los procesos industriales pasaban ahora a responder a la lógica de los servicios personales y la propia empresa podía disipar mucho más cómodamente su propia estructura empresarial, lo que ha dado lugar a la reaparición de conductas que se creían abandonadas en el albur de los tiempos. Efectivamente, la explotación más aberrante, el trabajo esclavo, la economía sumergida en todas sus dimensiones, la discriminación de género, etc. se convierten en realidades perfectamente integradas en nuestro entorno laboral.

En contra de lo que suele afirmarse en los discursos neoliberales de gran impacto mediático, la incorporación a la economía capitalista de una base tecnológica sofisticada y muy avanzada sólo ha traído condiciones laborales que se puedan calificar de mayor progreso en una capa muy reducida de la población trabajadora. Por lo general, los fenómenos aludidos de fragmentación, desmembramiento, disipación y declive que la han acompañado, así como la banalización que propician de los recursos formacionales en la gran mayoría de los puestos de trabajo, han implicado preferentemente una descualificación progresiva de los trabajadores, una mayor alienación respecto a las claves intelectuales que gobiernan los procesos de trabajo y, en suma, un progresivo empobrecimiento del trabajo, no ya en términos económicos, sino puramente intelectuales y humanos.

Como he señalado, la respuesta neoliberal a la crisis financiera consistió, por un lado, en la aplicación de una nueva forma de regulación macroeconómica basada en la política monetaria y de un conjunto de políticas estructurales, llamadas de "ajuste", que no perseguían sino modificar las condiciones de los mercados para que el capital dispusiera de condiciones mucho más aliviadas en cuanto a movilidad, inversión y rentabilización en general.

La ideología monetarista igualmente desenterrada proporcionó los argumentos teóricos necesarios para justificar la nueva regulación orientada principalmente a abordar el conflicto redistributivo que se manifestaba en los altos niveles de inflación que se iban generando en todas las economías capitalistas.

Así, demonizada la inflación y considerada como el principal enemigo del crecimiento y la estabilidad económica, se justificaba la aplicación de políticas monetarias restrictivas, basadas en tipos de interés elevados que poco a poco deterioraron la demanda agregada y dieron lugar a las altísimas tasas de paro de los años ochenta. Al mismo tiempo, por esta vía se garantizaba el valor de los activos de los grandes propietarios y se podía conceder un poder privilegiado a las autoridades monetarias, que comenzaron a gozar de cada vez más autonomía para imponer sus políticas al margen de los controles parlamentarios y de todo tipo que afectaban a los instrumentos de política económica tradicionales. Finalmente, los criterios antiinflacionistas monetaristas implicaban una constante limitación de los déficits públicos, en particular, y de toda la intervención

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pública en general que derivaba en la pérdida de impulsos fiscales, en la crisis de los Estados de Bienestar y en consecuencia en la modificación de la pauta distributiva para favorecer ahora las retribuciones del capital, justo lo que era necesario para hacer posible que éste último financiara privilegiadamente la transformación productiva.

Puede decirse, pues, que el desempleo generalizado no fue sino una consecuencia de la respuesta neoliberal a la crisis estructural del modelo de crecimiento de la posguerra, el efecto inevitable de las políticas deflacionistas y la solución, no el problema, que permitió hacer frente a la reestructuración capitalista en condiciones más favorables para la gran empresa.

De hecho, el desempleo que generaban las políticas económicas neoliberales, aunque causante a su vez de la caída del consumo y de la actividad, se convertía en un poderosísimo factor de disciplina y control social que, añadido al fortalecimiento del individualismo y del posibilismo como máximos valores sociales, constituían la base de legitimación de la nueva situación económica.

Por último, y esto no es lo menos importante, se ha modificado la propia naturaleza del trabajo en nuestras sociedades capitalistas que, sin dejar de sostenerse sobre el régimen salarial, han logrado quebrar las condiciones en que se presta y su vinculación con la obtención del ingreso.

La primera de esas transformaciones tiene que ver con una mutación esencial en el desarrollo del tiempo de trabajo. La nueva base tecnológica ha permitido fragmentar los procesos, difuminar lo que tradicionalmente eran continuidades y, en definitiva, romper las secuencias de los procesos de trabajo. Y para ello ha sido un factor esencial la descualificación de la gran mayoría de los oficios y actividades que pueden ahora realizarse desarrollando protocolos mucho más mecánicos y más fácilmente fragmentables.

Otro fenómeno singular y en cierta medida paradójico es que la pérdida de resortes e instituciones de bienestar colectivo ha obligado a incrementar el esfuerzo humano (deberíamos decir, el trabajo humano) vinculado a actividades que, sin embargo, quedan fuera del universo mercantil. Es lógico que esto ocurra justamente cuando merman los ingresos del trabajo, que son los únicos que están al alcance de la inmensa mayoría de la población, y cuando la actividad asistencial de los Estados se debilita. O, simplemente, cuando el propio progreso humano implica, por ejemplo, más esperanza de vida, más demanda de relaciones convivenciales, relaciones cotidianas más próximas (aunque a la postre resulten frustradas), o sencillamente una mayor demanda de afectividad y contacto social.

Pero paradójicamente ocurre que el sistema capitalista no puede atender este tipo de necesidades si no es mercantilizando las relaciones humanas, lo que implica que la inmensa mayoría de la población que queda fuera de ellas tenga que procurar su satisfacción de manera informal o desmercantilizada.

Las consecuencias últimas de todo lo que he señalado hasta aquí es que el empleo (trabajo asalariado) deja en una gran medida de ser la fuente que proporciona satisfacción a través del ingreso que lleva consigo y que una gran parte del esfuerzo humano encaminado a obtener satisfacción no se traduce en empleo (trabajo asalariado). El divorcio efectivo entre empleo y satisfacción es completo en nuestra época. Hasta el punto de que la percepción social del empleo es la de algo que tiene valor en sí mismo con independencia del ingreso que proporcione. Como dice con razón Gorz, antes se decía "tengo ingreso, qué me importa el empleo", mientras que ahora se afirmará "tengo empleo, qué me importa el ingreso". El imaginario colectivo de esta naturaleza que ha generado el neoliberalismo es efectivamente lo que permite que los cientos de miles de "trabajadores" contratados por un puñado de horas en las empresas de contratación temporal crean que verdaderamente tienen "trabajo".

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7. Las secuelas del neoliberalismo

No puede decirse que estas estrategias no hayan sido exitosas desde el punto de vista del capital. Todo lo contrario: han modificado adecuadamente el tejido productivo para incorporar una nueva y necesaria forma de producción y competencia en los mercados que restaurase la tasa de beneficio, han logrado, gracias a ello, restaurar la pauta distributiva a favor del capital, han desarticulado suficientemente las capacidades de respuesta social y de hecho han logrado sobrada legitimación social y política. Es más, muy posiblemente, su éxito más notable ha consistido en generar una percepción social de esas mismas políticas como algo ineluctable, de manera que la idea de que "no hay alternativas", de que lo que se hace es la "única política posible" o, sencillamente, de que hemos llegado al "fin de la historia" constituyen hoy día verdaderos presupuestos de la acción social.

Es un completo absurdo, por lo tanto, negar que el neoliberalismo ha conseguido llevar las aguas de la economía, de la política y de los valores sociales al terreno del capital y ello, quizá, de la forma más descarnada posible: logrando que los ciudadanos cuyas condiciones de vida se han visto más desfavorablemente afectadas asuman sin condiciones que esa es una especie de nueva condición natural.

Pero eso no quita contemplar descarnadamente la situación real en la que el neoliberalismo deja a la sociedad, sus profundos efectos de injusticia y desigualdad.

De una manera resumida destacaré sus efectos más significativos sobre el bienestar y sobre la situación efectiva en la que se encuentran nuestras economías.

- Las rentas del trabajo disminuyeron entre 1982 y 1997 en todos los países occidentales.

En el caso alemán, por ejemplo, las rentas del trabajo aumentaron un 2 por cien entre 1982 y 1997, mientras que las del capital lo hicieron un 59 por cien. En Estados Unidos, entre 1977 y 1992, la productividad media del trabajador aumentó un 30 por cien, mientras que los salarios reales bajaron un 13 por cien.

- La reducción de los costes salariales ha estado acompañada de la liberalización y la flexibilización progresiva en los mercados de trabajo encaminadas, como hemos visto, a lograr un uso de este factor mucho más favorable a los intereses empresariales, y ambas circunstancias son las que han permitido generar el nuevo régimen laboral que, finalmente, ha permitido multiplicar la creación de empleos, si bien éstos son extraordinariamente precarios, temporales y sujetos a una gran inseguridad en las condiciones de prestación del trabajo.

- Es cierto que en ese periodo se ha logrado un importante incremento del volumen global del comercio internacional, pero son los países más ricos, que representan tan sólo la quinta parte de la población mundial, los que se han beneficiado del 82 por cien de la ampliación del comercio de exportación y del 68 por cien de la inversión extranjera directa, ésta última, además, concentrada en su mayor parte en una docena de naciones.

Por otro lado, el incremento del comercio internacional en la década de los noventa ha estado cada vez más vinculado a las empresas multinacionales y se ha realizado a costa de un gran incremento de la concentración empresarial. Así, el capital transnacional pasó de representar el 17 por cien del PIB mundial en los años sesenta al 30 por cien en 1995, mientras que sólo ocho países concentraban el 96,5 por cien del negocio de estas empresas.

- Se ha registrado también un incremento, en algunos años espectacular, de la inversión, y en especial de la inversión directa en el extranjero, pero el 90 por cien de esta inversión se ha concentrado en los países desarrollados y sólo en muy pocos países emergentes, como China,

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constituyéndose en uno de los elementos que provocan con más intensidad la concentración espacial y los desequilibrios entre territorios.

- La progresiva (aunque no definitiva) reducción de los tipos de interés no repercutió principalmente en el incremento de la inversión estrictamente productiva, sino que sólo dio lugar a que el capital se dirigiera masivamente a la inversión especulativa en valores bursátiles entonces ya mucho más rentables relativamente. Las bolsas de valores estadounidenses, que habían triplicado su valor entre 1989 y 1997, llegaron a duplicarlo sólo entre 1994 y 1997, lo que da cuenta de las grandes ganancias que allí se generaban y cuyo incremento ha llegado a evaluarse en un 82 por cien en esos trece años.

Tal situación no ha hecho sino acrecentar la financierización de la economía mundial y que en palabras del Informe de las Naciones Unidas para el Desarrollo del año 1999, "lejos de tratarse de incidentes aislados han resultado cada vez más comunes con la difusión y el crecimiento de las corrientes mundiales de capital".

- También ha registrado ritmos notables de crecimiento en la mayoría de los países la demanda privada de consumo, lo que suele interpretarse como un signo adicional de vigor y satisfacción social. Se olvida, sin embargo, las grandes desigualdades que se ocultan tras las cifras macroeconómicas nominales. El Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas ha mostrado en su Informe sobre el Desarrollo Humano que es sólo la quinta parte más rica de la población mundial la que realiza el 86 por cien de los gastos en consumo privado, mientras que al 20 por cien más pobre sólo le corresponde el 1,3 por cien.

- Estas desigualdades no sólo se dan entre países ricos y pobres sino que igualmente son extrapolables al interior de cada uno de ellos, si se tiene en cuenta que en casi todos los países, salvo muy pocas excepciones (sólo Alemania e Italia dentro de la OCDE), han aumentado las desigualdades salariales. La quinta parte de la población más rica en Estados Unidos vio aumentar sus ingresos anuales un 15 por cien entre 1988 y 1998, mientras que los de la quinta parte más pobre sólo lo hicieron un 1,5 por cien.

- La consecuencia, en fin, de todo lo anterior ha sido un incremento sustancial de las desigualdades sociales. Según el Informe sobre el Desarrollo Humano de las Naciones Unidas de 1999, la diferencia de ingreso entre la quinta parte de la población mundial que vive en los países más ricos (en cuyo seno existen también enormes bolsas de pobreza y marginación) y el quinto que vive en los países más pobres era de 30 a 1 en 1960 y en 1997 de 74 a 1.

Ese quinto más rico disfrutaba del 86 por cien del PIB mundial (el más pobre sólo del 1 por cien) y del 68 por cien de la inversión directa (el más pobre del 1 por cien). Sólo los países de la OCDE, el 19 por cien de la población mundial, representan el 71 por cien del comercio mundial y el 91 por cien de todos los usuarios de internet. Incluso en los países más ricos del mundo los niveles de pobreza superan por término medio el 15 por cien de la población. Según la CEPAL, entre 150 y 200 millones de los 446 millones de habitantes de América Latina son pobres y el 16 por cien míseros. Y da definitiva idea de la tremenda brecha entre ricos y pobres el que las doscientas personas más ricas del mundo duplicaran con creces su activo neto, superior al PNB combinado de todos los países menos adelantados que cuentan con 600 millones de habitantes, en los cuatro años anteriores a 1998.

La aplicación globalizada de las políticas neoliberales (pues a eso se reduce más bien la globalización en la que vivimos) no se ha traducido, por lo tanto, tan sólo en una gestión macroeconómica que propicia las crisis recurrentes y que hace cada vez más vulnerables a los grupos de población o a las naciones más pobres. Además, ha fortalecido el uso asimétrico de los recursos tecnológicos, lo que hace aumentar estrepitosamente las diferencias entre las naciones y los grupos sociales a la hora de acceder a las plataformas de las que depende la emancipación y el desarrollo económicos; no se ha traducido en efectiva libertad de movimientos, como muestra el

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constante peligro de que los flujos migratorios desestabilicen a las sociedades más desarrolladas donde aspiran a insertarse legiones de desheredados que al final se estrellan contra la frontera insuperable del racismo o la exclusión social; y ha dado lugar a una verdadera degeneración del trabajo humano en todo el planeta con la multiplicación del empleo precario, de la esclavitud infantil y de todo tipo de actividades laborales clandestinas e ilegales. Por otro lado, y como es bien sabido, la disponibilidad de una nueva base tecnológica no ha repercutido sustancialmente en un mayor equilibrio ambiental, sino que el fortalecimiento de la dinámica de mercado ha provocado un uso mucho más "liberal" de los recursos naturales, lo que equivale a decir que se intensifica su uso y que se está más lejos de respetar su obligada restricción sistémica que sólo puede lograrse a través de una regulación estricta de su uso.

En definitiva, y a diferencia de la connotación de progreso y modernidad que el discurso neoliberal quiere asociar al fenómeno de progresiva liberalización capitalista, lo que está ocurriendo sencillamente es que aumenta cada vez más la explotación. En nuestros días, y precisamente bajo la vigencia del neoliberalismo, la transferencia global de riqueza desde el trabajo al capital, desde las periferias hacia el centro y desde los grupos de población más pobres hacia los más favorecidos alcanza montantes gigantescos y desconocidos en otras etapas históricas, tal y como vienen denunciando los informes más solventes sobre la distribución de los ingresos y la riqueza en nuestro mundo.

Cuanto acabamos de analizar, los efectos tan negativos del neoliberalismo sobre el bienestar, su gran ineficiencia a la hora de poner en funcionamiento la actividad productiva y la globalización tan asimétrica de las relaciones económicas y sociales que domina el planeta, no es sino la otra cara de un mundo en aparente estado de progreso vertiginoso. Otra cara que refleja el despilfarro y la insatisfacción que provoca el actual orden económico y a la que habría que añadir otros fenómenos no estrictamente económicos pero de indudable influencia sobre la actividad productiva y sobre el bienestar socioeconómico, como la pérdida de calidad de las democracias, la emergencia de nuevos e indeseables poderes, la ausencia de mecanismos internacionales de control, el deterioro educacional en todos los países del mundo o la creciente fragilidad de las instituciones básicas para la convivencia social.

Todo ello no puede sino generar multitud de focos de tensión, contradicciones irreversibles y grandes limitaciones a las propias políticas neoliberales. Estas proporcionan grandes ganancias a los más poderosos pero, al mismo tiempo y de manera inevitable, abren profundas grietas en la sociedad pues la insatisfacción siempre tiende a quebrar a largo plazo la legitimación y el consenso, sea por la vía que sea.

Bajo el vendaval neoliberal parece que se ha llegado a la conclusión generalizada de que los individuos han dejado de poder ser dueños de sus destinos, pero en realidad, no hay estabilidad social posible si no se logra la necesaria legitimación y consenso basado en la satisfacción humana más plena.

Es justamente la propia lógica implacable del neoliberalismo, la insatisfacción que desencadena, lo que obliga a esperar, por necesario, que el futuro de la humanidad se diseñe de una forma diferente y lo que obliga a que se fortalezcan nuevos valores para una sociedad civil diferente que sea ciudadana y no sólo mercancía.

GÉNESIS Y NATURALEZA DEL NEOLIBERALISMO: Efectos sobre el trabajo

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La estrategia Los procesos Los resultados Efectos

• Reestructuración productiva a escala internacional

• Nueva base tecnológica

(Nuevas Tecnologías de la Información) Informatización + automatización

• Reorganización procesos productivos:

Toyotismo, producción flexible, post-fordismo

• Relocalización empresarial:

desindustrialización selectiva

• Nuevas estrategias comerciales:

Diferenciación, imagen producto, nueva pauta consumo

• Re-regulación mercados de trabajo:

Liberalización Abaratamiento uso fuerza trabajo Marcos liberales negociación laboral

• Reorganización "tecno-financiera" global:

Reestructuración gerencial y empresarial

• Nuevas industrias alta tecnología:

Valor añadido inmaterial Disminución escala Sustitución Trabajo por Capital Trabajo muy cualificado Especialización Terciarización asociada

• Integración procesos productivos

Versatilidad Flexibilización

• Aparición industrias maquilladoras

(contenido tecnológico medio): Nuevos oficios y tareas Especialización Deslocalización

• Crisis industria tradicional:

Deslocalización Quiebras

• Diseminación espacial actividad productiva

• Competencia compulsiva

La estrategia Los procesos Los resultados Efectos

al

s

and

• Recuperación tasa beneficio • Nueva regulación monetaria

• Freno políticas redistributivas

desfavorables al capital (fiscalidad, Estado Bienestar, Políticas Rentas)

• Políticas antiinflacionistas

Control salarial

• Políticas monetarias activas

Elevación tipos interés

• Políticas ajuste estructural

(mercado trabajo, industrial, fi i )

• Renuncia mecanismos discrecionales

Desfiscalización

• Desprotección social,

Desmantelamiento Estado Bienestar Incremento desigualdades Incremento Pobreza, exclusión social

• Deflación

Freno al crecimiento económico Pérdida impulsos a creación empleo

• Multiplicación de la deuda externa

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o

rabajo ional/

financiera,...) Privatización

• Keynesianismo reaccionario:

Incremento gasto militar Incremento gasto vinculado interés privado

• Fortalecimiento lógica mercado:

Liberalización movimientos capital Liberalización selectiva comercio mundial

• Mundialización relaciones capitalistas • Regionalización:

Búsqueda espacios de dominación regional

Crisis tercer mundo

• Financierización economías

Crisis económicas de origen monetario Especulación generalizada. "Economía de casino"

• Revalorización patrimonios financieros

• Nominalización políticas económicas

Pérdida referentes economía real Renuncia objetivo pleno empleo

• Incremento beneficio empresarial

La estrategia Los procesos Los resultados Efectos

alecki)

s

ciedad

e

• Nuevas formas de legitimación social

• Inversión valores sociales • Modificación pauta de consumo

Segmentación social

• Disciplina social • Mercantilización industrias culturales

• Individualismo

Potenciación conducta egoísta Aislamiento social Privatización procesos solidaridad Desestructuración mecanismos encuentro social Descrédito de lo colectivo Bienestar como aspiración individual

• Fragmentación social • Déficits democráticos

• Tiempo de ocio, tiempo de sumisión

• La "mentalidad sumisa"

• • •

Page 21: NEOLIBERALISMO · EL NEOLIBERALISMO Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga 1. Introducción En el ámbito del pensamiento social, las

Bibliografía

El análisis del neoliberalismo es el análisis la sociedad de nuestra época, de forma que la bibliografía sería muy abundante. En los trabajos que siguen, que no son sino resultado de una selección muy elemental, se pueden encontrar multitud de referencias bibliográficas sobre el particular.

CALCAGNO, A.E. y CALCAGNO, A.F. (1995). El universo neoliberal. Recuento de lugares comunes". Alianza Ed. Buenos Aires.

LE MONDE DIPLOMATIQUE (1998). "Pensamiento crítico vs. pensamiento único". Editorial Debate. Madrid.

MONTES, P. (1996). "El desorden neoliberal". Ed. Trotta. Madrid.

NAVARRO, V. (2000, 3ª edición), "Neoliberalismo y Estado de Bienestar. Ariel. Barcelona.

(2000). "Globalización económica, poder político y Estado del bienestar". Ariel. Barcelona.

ROMANO, V. (1993). "La formación de la mentalidad sumisa". Los libros de la Catarata. Madrid.

SEBASTIÁN, L. de (1997) "Neoliberalismo global. Apuntes críticos de economía internacional". Editorial trotta. Madrid

TORRES, J. (2000, 2ª edición). "Desigualdad y crisis capitalista. El reparto de la tarta". Ed. Sistema. Madrid.

VARIOS AUTORES (1998). "Neoliberalismo vs. democracia". Ediciones la Piqueta. Madrid.