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EL "NEÓSTILO": LA ÚLTIMA CARTA DEL BARROCO MEXICANO Jorge A l b e r t o MANRIQUE El Colegio de México EN LOS PÁRRAFOS que siguen se pretende definir y deslindar una modalidad del barroco mexicano, que corresponde al último momento de ese arte, y que representa —así lo en- tiendo— un esfuerzo extremo por mantener la vigencia de un estilo que durante un siglo y medio había sido la expresión natural y plena de la Nueva España. Cómo y por qué se da ese esfuerzo es algo que trataré de esclarecer en parte en el cuerpo de este artículo. Por lo pronto, y a reserva de expli- car también por qué, me apresuro a bautizar esa modalidad —para mejor hacerme entender en lo que sigue— como mo- dalidad neos lila, y a las obras que produjo como ejemplos de un barroco neóstilo. Entiendo que definir una modalidad dentro de un estilo no tiene más sentido, quizá, que el de dar un instrumen- to capaz de permitir una mejor comprensión de determinado proceso artístico. Soy consciente, por otra parte, de que ya hay gran nú- mero de palabras y términos para definir modos o subestilos dentro del estilo barroco; y sobre todo de que si tales tér- minos no alcanzan una difusión suficiente, y no se aclaran lo bastante, más pueden llevar a confusión que a claridad. Sin embargo, y a riesgo de contribuir más al caos que al orden, me he decidido a esta pequeña tarea. Por una parte es esta para mí una manera de llamar la atención sobre un momento del barroco novohispano que —me parece— no ha sido atendida como se merece por los valores que produjo y por el sitio que tiene dentro de la historia cultural de México.

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EL "NEÓSTILO": LA ÚLTIMA CARTA DEL BARROCO

MEXICANO Jorge A l b e r t o MANRIQUE

El Colegio de México

E N LOS PÁRRAFOS que siguen se pretende d e f i n i r y deslindar una m o d a l i d a d del barroco mexicano, que corresponde al ú l t i m o m o m e n t o de ese arte, y que representa —así lo en­tiendo— u n esfuerzo extremo por mantener l a vigencia de u n estilo que durante u n siglo y medio h a b í a sido la expre s ión n a t u r a l y plena de la Nueva E s p a ñ a . C ó m o y por q u é se da ese esfuerzo es algo que t ra taré de esclarecer en parte en el cuerpo de este ar t ícu lo . Por lo p r o n t o , y a reserva de expl i ­car t a m b i é n por q u é , me apresuro a bautizar esa m o d a l i d a d —para m e j o r hacerme entender en lo que sigue— como mo­d a l i d a d neos lila, y a las obras que p r o d u j o como ejemplos de u n barroco neóstilo.

E n t i e n d o que de f in i r una m o d a l i d a d dentro de u n estilo no tiene m á s sentido, qu izá , que el de dar u n ins t rumen­to capaz de p e r m i t i r una mejor c o m p r e n s i ó n de determinado proceso art í s t ico .

Soy consciente, por o t ra parte, de que ya hay gran nú­mero de palabras y términos para d e f i n i r modos o subestilos dentro del estilo barroco; y sobre todo de que si tales tér­minos no alcanzan una d i fus ión suficiente, y no se aclaran lo bastante, m á s pueden l levar a confus ión que a c lar idad. Sin embargo, y a riesgo de c o n t r i b u i r m á s a l caos que al orden , me he decidido a esta p e q u e ñ a tarea. Por una parte es esta para m í una manera de l l a m a r la a tenc ión sobre u n m o m e n t o de l barroco novohispano que —me parece— no ha sido a tendida como se merece por los valores que p r o d u j o y por el s i t io que tiene dentro de la h i s tor ia c u l t u r a l de M é x i c o .

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Por o t ra parte, creo que la mayor cant idad de términos , a l f i n y al cabo y en ú l t i m a instancia, t endrá que servir para aclarar, d e f i n i r y me jor entender las cosas, aunque en u n pr imer m o m e n t o pueda desconcertar y provocar alguna con­fusión. Quizá no mucho t i empo sea bastante para u n fenó­meno de decantac ión , después del cual se conserven y acep­ten de m o d o general las palabras def iní tor ias que realmente ofrezcan u t i l i d a d , y se desechen las que la ofrezcan menos. N o es necesario decir que si escribo estas p á g i n a s es en la esperanza de que m i neonato neóstilo corra con buena for­tuna, aunque ciertamente no tenga sobre ello n i l a m á s re­mota g a r a n t í a de seguridad.

Cada vez se hace m á s necesaria, parece, una tarea de u n i ­f icación y ac l a rac ión de t é rminos artíst icos, que especialmen­te en e s p a ñ o l resul tan muchas veces ambiguos y poco claros, y que no son de observancia absolutamente general. Quizá otros h a n exper imentado, como yo, la d i f i c u l t a d de leer obras especializadas escritas en pa í ses ajenos, que no dan a las palabras referidas a obras de arte el mismo sentido al que el lector está acostumbrado. Ponerse a proponer u n t é r m i n o m á s pa recer í a en esta circunstancia insensato: por lo menos d e m o s t r a r í a inconciencia del problema. Pero si es verelael que la p r i m e r a tarea se hace necesaria, la conveniencia y aun la urgencia de establecer vocablos que func ionen eficaz­mente en la de scr ipc ión y anál i s i s de la obra de arte es t a m b i é n u n hecho cierto, especialmente por lo que toca a algunas "regiones ar t í s t i cas " , como, en nuestro caso, al arte colonia l mexicano.

E n efecto, no creo que haya habido casi estudioso que seriamente se haya ocupado de nuestro arte co lonia l , que no haya tenido necesidad de inventar términos , o de "redescu­b r i r l o s " , lo que viene a ser para el caso lo mismo. Baste recordar a m o d o de e jemplo el redescubrimiento de la pa­labra " e s t í p i t e " , o l a invenc ión —por Angulo— del " in ter -e s t í p i t e " : vocablos ambos s in los cuales nos ser ía ahora abso­lu tamente impos ib le referirnos a una inmensa cant idad de obras de arte. Es muchedumbre la de los t é rminos que han surgido en cincuenta a ñ o s de h i s tor iogra f ía del arte co lonia l ;

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h a n corr ido suertes m u y diversas; pero si es cierto que a veces h a n c o n t r i b u i d o a crear confusiones, es m á s cierto que en mucl ios casos h a n resultado de la mayor u t i l i d a d y se h a n convert ido en indispensables. L a experiencia nos ha mostrado a todos, creo, la necesidad de acudir a palabras no comprendidas en el léx ico t rad ic iona l de las artes plás­ticas para referirnos y describir determinadas obras. E l caso es patente cuando tiene uno que vérselas con obras barrocas: por la m u y evidente r azón de que el barroco, siendo u n arte tan poco sujeto a normas y tan maleable según los i n ­d iv iduos que lo crearon o los sitios donde floreció, no tiene a ú n el sustento de palabras que puedan describirlo.

E n el caso par t i cu lar de la m o d a l i d a d que a q u í me pre­o c u p a r é por def in i r , puedo decir que se me fue def iniendo a m í mismo a medida que f u i tropezando con obras que no encajaban dentro de n i n g u n a de las modalidades en que se suele enmarcar el barroco mexicano. Así , poco a poco me f u i persuadiendo de l a i m p o r t a n c i a de esas obras, y —lo que para m í re su l tó m á s interesante todavía— que ellas, aparte de su cal idad i n d i v i d u a l , a p a r e c í a n notables como grupo. Esto es, que p o d í a n entenderse todas, en con junto , como una etapa independiente dentro del m o v i m i e n t o general del estilo barroco en el cual sin lugar a lguno a duda cab ía con­siderarlas.

Desde 1967, en una conferencia sustentada en la Facultad de F i lo so f í a y Letras de l a Univer s idad de M é x i c o 1 propuse él t é rmino de neóstilo, y desde entonces lo he venido usando, cuando ha sido el caso, en m i curso de arte colonia l de la misma facultad, en excursiones guiadas, y aun he hecho re­ferencia a él en algunos ar t ícu los . 2 H e podido así comprobar

1 Conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras, dentro del ciclo "Cursos de invierno" , con el título de " E l ú l t imo barroco mexicano", 20 de febrero de 1967. Ya desde Los dominicos y Azcapotzalco, Jalapa, Edi tor ia l de la Universidad Veracruzana, 1963, había yo apuntado el problema (pp. 55 y 56, y 56n.)

2 Cf. J. A . Manrique: ' 'El pesimismo como factor de la indepen­dencia de México" , Conciencia y autenticidad históricas. Escritos en homenaje a Edmundo O'Gorman. México, U N A M , 1968, pp. 177-196.

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—para m í al menos— la func iona l idad del vocablo. L o que e m p e z ó por ser u n expediente que me salvara frente a al­gunas obras mexicanas de finales del siglo XVIII, fue cobrando cuerpo. L a hipótes i s de trabajo se me fue conf i rmando, y por eso ahora me decido a proponer el neóstilo m á s formal­mente.

Debo aclarar que entiendo que si las conclusiones par­ciales a que puedo llegar en este ar t í cu lo resultaran soste-nibles, q u e d a r í a estudiar con detenimiento la moda l idad del barroco neóst i lo . L o que a q u í i n t e n t o es sólo apuntar una serie de característ icas que lo def inen, seña lar aproximada­mente la é p o c a de su vigencia y acotar de alguna manera el sentido que encuentro en esas formas: en real idad, no m á s que l l amar la a tención sobre el prob lema estilístico que re­presenta y hacer u n p r i m e r desbroce que faci l i te , qu izá , tra­bajos posteriores.

Modalidad estilística y estilo

E n t i e n d o una moda l idad como la man i f e s t ac ión part icu­lar de u n estilo en u n t iempo o u n espacio determinados. P o d r í a decirse que una m o d a l i d a d es u n sub-estilo, esto es, la l i m i t a d a vigencia de u n estilo en u n momento o en una é p o c a determinados. Esencialmente no ex i s t i r í a diferencia en­tre los t é r m i n o s estilo y m o d a l i d a d esti l íst ica. Podemos así hablar de l gót ico f l amígero como de una moda l idad del es­t i l o gó t ico , y lo mismo podemos hacer respecto a u n gót ico e spaño l , v. gr., como m o d a l i d a d de ese mismo estilo. E l estilo gót ico es el concepto que engloba a los otros dos, pero los adjetivos " f l a m í g e r o " y " e s p a ñ o l " , que s e ñ a l a n lo que l l amo m o d a l i d a d , ind i can dos particulares maneras de manifestarse de aquel estilo, una en t iempo y o t ra en lugar ; ambas nos sirven para referirnos a dos sistemas de formas diferentes que t u v i e r o n u n a específ ica vigencia, ya a fines de la Edad Me­dia, ya en el t e r r i t o r i o de la p e n í n s u l a I b é r i c a ; esos sistemas determinados de formas, sin embargo, no son ajenos y nos r e m i t e n a l concepto general de gót ico . E n forma s imilar creo que podemos hablar del manier i smo como de una moda l idad

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d e l estilo renacentista: teniendo una personalidad prop ia y respondiendo a condiciones espirituales determinadas, s in embargo no resulta ajeno al Renac imiento . 3

Si entendemos el estilo como u n sistema de formas y con­venciones vá l ida s en una é p o c a y en u n sitio determinado, y que responden a las necesidades a n í m i c a s de ese momento h i s tór ico tanto como a l o que p o d r í a m o s l l amar his tor ia i n ­terna de las formas, la m o d a l i d a d esti l íst ica responde a esas mismas determinantes, con la ú n i c a diferencia de que su vigencia es m á s restr ingida, y por lo tanto su def in ic ión necesariamente m á s vaga.

Entre el concepto de estilo y el de moda l idad , pues, n o hay ciertamente una diferencia m á s que de grado y no esen­c ia l . L a cercanía de ambos es t a l que en veces podemos inter­cambiarlos. Podemos, así, hablar de u n estilo barroco y de la m o d a l i d a d romana o gallega o mexicana de ese estilo, o (para i n t r o d u c i r el factor t iempo) de la m o d a l i d a d rococó. O b ien podemos, como cjuizá ahora parece preferirse, hablar de u n estilo rococó , o de u n barroco e spaño l , o mexicano, etc., en cada u n o de los cuales podemos encontrar diferentes moda­lidades.

Hace a ñ o s M a n u e l Gonzá lez G a l v á n p u b l i c ó u n impor­tante a r t í cu lo que in t i tu ló "Modal idades del barroco mexi ­cano" . 4 L o traigo a q u í a cuento porque, como puede com­prenderse según lo que he dicho arr iba , considero absoluta­mente incorrecto el t í tu lo de ese ar t ícu lo , y el uso que en él se hace de la palabra moda l idad . E n efecto, m u y pocas

3 En años recientes, corno se sabe, se ha destacado la importancia del manierismo y se han emprendido serios estudios sobre él. Reco­nociendo la importancia de ese movimiento y alabando el hecho de que se haya destacado su interés, no puedo estar de acuerdo con al­gunos autores, Hauser entre ellos (Mannerism, Londres, Routledge & Kegan, 1965) , que le dan categoría de estilo artístico: lo entiendo sólo como una modalidad del Renacimiento, puesto que sus formas no llegan a ser totalmente diferentes: y la circunstancia formal es la única que puede determinarnos un estilo.

4 Manuel González Galván: "Modalidades del barroco mexicano", Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, 30 (1961) , pp. 39-68.

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de las "divis iones" que M a n u e l Gonzá lez hace del barroco mexicano alcanzan, a m i modo de ver, la ca tegor ía de mo­d a l i d a d ; en general no l legan a caracterizar una reg ión esti­l íst ica ( reg ión en t iempo o en l u g a r ) . Se hace ahí una d iv i s ión —muy atinada, por o t ra parte— de las diferentes formas de apoyos, pero si es cierto que u n apoyo como la co lumna s a l o m ó n i c a sí corresponde a una moda l idad (con todas las salvedades del caso), no puede decirse lo mismo, v . gr., de l a co lumna que él l l ama " t i t r ó s t i l a " , porque no viene a c o m p a ñ a d a siempre de los mismos o similares com­plejos de formas, únicos que pueden hacernos hablar de modalidades. 5 L o que en el a r t ícu lo citado se hace, a m i parecer —y lo seña lo sólo para hacer m á s clara m i i d e a -es u n ensayo de t e rmino log í a de los apoyos del barroco me­xicano, no uno de modalidades esti l íst icas. Problema de tér­m i n o s / s e d i r á ; posiblemente: por eso yo in ten to de f in i r los míos .

Yo h a b l a r é , pues, del neóst i lo c o n s i d e r á n d o l o una mo­da l idad .

Ins i s t i r en esto no me parece gra tu i to . Si de una manera general ent iendo que a mayores definiciones mejores cono­cimientos, para el caso del arte mexicano me parece todav ía m á s apremiante l a necesidad de de f in i r , precisamente, moda­lidades. Y esto por la r azón de que en la Nueva E s p a ñ a (y m á s cierto es esto por lo que respecta al arte barroco) el

arte se m a n i f e s t ó siempre en movimientos de conjunto , no indiv idua les . E n el barroco mexicano podemos hacer dist in­ciones p o r épocas , podemos t a m b i é n hacerlas por regiones: de hecho casi no podemos hacerlas por personas. E l barroco mexicano es u n arte casi a n ó n i m o ; y no tanto o no sólo porque la carencia de documentos nos i m p i d a saber quiénes fueron los creadores, sino porque ciadas sus característ icas

5 Lo que no quiere decir, desde luego, que el término "tritóst i lo" no sea conveniente y atinado, siempre que se use para describir un t ipo de columna y no para def inir una modalidad. Así ha corrido con merecida fortuna y se viene usando cada vez con mayor frecuencia entre los historiadores del arte mexicanos.

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especiales, en su á m b i t o las personalidades carecen casi de sentido. 6

U n o de los casos m á s evidentes de lo que es u n a moda­l i d a d , y del sentido que las modalidades t ienen dentro de nuestro m e d i o art íst ico es el de la moda l idad es t íp i te del barroco mexicano. E l apoyo est ípite , aparecido p r i m e r o como u n expediente en el barroco i t a l i ano y luego en el e spaño l , es i n t r o d u c i d o en M é x i c o (como tan b ien se sabe) por Bal-b á s y Lorenzo R o d r í g u e z , 7 pero p r o n t o se convir t ió en la fo rma por excelencia del barroco mexicano. E l p o r q u é de que se haya produc ido este f e n ó m e n o —que incluso dis t ingue nuestro barroco de cualquier o t ro s— está en re lac ión con dos constantes de la cu l tura y del arte mexicanos: el f e n ó m e n o que yo he l l amado de " m a l e n t e n d i m i e n t o " de los modelos europeos 9 y el f e n ó m e n o —también fundamental— de l a d i ­fus ión de t ipos de formas a p a r t i r de obras insignes; sobre l o ú l t i m o baste considerar que qu izá nuestro barroco de mediados de l siglo XVIII hub iera sido m u y otro de no haber sido en la catedral de M é x i c o , esto es, en el m o m e n t o m á s insigne de l a Nueva E s p a ñ a , donde se impuso de manera

6 Cf. J. A . Manrique: "Sobre el barroco americano", La Palabra y el Hombre. 19, Jalapa, Universidad Veracruzana, julio-sept. 1961, pp. 441-449; y " A r t i f i c i o del arte: estudio de algunos relieves barrocos mexicanos", Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, 31 (1962) , pp. 19-36.

7 Entre muchos otros, pueden consultarse sobre esto Diego Angulo Iñiguez: Historia del arte hispanoamericano. Vol . I I , Barcelona, Salvat, 1950, pp. 551 y 562, y Francisco de la Maza: El churrigueresco en la ciudad de México. México, Fondo de Cultura Económica, 1969, pp . 7-27.

8 Es u n hecho claro que el estípite, importación europea vía Es­paña, sin embargo en ninguna parte del mundo tuvo la aceptación entusiasta y universal que se le dio en México, especialmente en los exteriores. En el resto de América, desde luego, su uso es más bien excepcional; Cf. Víctor Manuel Villegas: "La tumba del Ale i j ad inho" , Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, 31 (1962) , pp. 37-42.

9 Sobre esta idea podrá verse m i ponencia "Introducción de las formas artísticas españolas en México" , para el I I I Congreso Interna­cional de Hispanistas, México, 1968, cuyas Actas acaba de publicar E l Colegio de México.

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E l barroco neóst i lo c a m b i ó , me parece, el r u m b o del es­t i l o en nuestro pa í s ; fuerte en su dec i s ión de rescatar la c o l u m n a y la pilastra, buscó soluciones barrocas y muchas veces fue m á s lejos —como tra taré de mostrar m á s adelante— que lo que h a b í a n ido las modalidades anteriores. Renova­d o r en muchos sentidos, en otros t o m ó sin dificultades Ta t rad ic ión local , y pudo así crear algo diferente. D i o sin duda u n nuevo rostro a la Nueva E s p a ñ a de finales del siglo XVIII, si b i en sus obras aparentemente se n o t a n menos en el pai­saje mexicano, por ser menos "d i s t ingu ib le s " que las de otras modalidades.

Algunas de las obras que l l a m o neós t i l a s son de ta l ma­nera importantes que no ha habido estudioso del barroco mexicano que no haya tenido cjue ocuparse de ellas. U n mo­n u m e n t o como la capi l la del Pocito, en la V i l l a de Guada­lupe, salida del genio de Francisco Guerrero y Torres (por ci tar u n e j e m p l o ) , no puede carecer de comentario en cual­qu ier t raba jo sobre el arte mexicano del siglo XVIII, n i p o d í a haber dejado de merecer estudios especiales. Pero si ésta y muchas obras se han considerado i n d i v i d u a l m e n t e , me pa­rece que m u y pocas veces se ha v i s lumbrado la re lac ión de unas y otras construcciones neóst i la s ; esto es, juzgo que no se ha visto suficientemente que todas ellas representan, con sus diferencias, u n mismo m o m e n t o y u n mismo espír i tu dent ro de nuestro arte: que const i tuyen una moda l idad esti­l í s t ica con u n sentido perfectamente coherente en la historia de la c u l t u r a mexicana.

E n este como en tantos otros casos, d o n Diego A n g u l o I ñ i g u e z , observador tan cuidadoso y conocedor tan conscien­te, nos puede dar pistas capaces de llevarnos a conclusiones m á s amplias. Re f i r i éndose al santuario de Guadalupe de San L u i s Po tos í hace una observac ión m u y aguda y ú t i l : dice a h í que en San Luis , d e s p u é s del p r e d o m i n i o del es t íp i te en las portadas "sobreviene u n a reacc ión , en cierto modo paralela a la encarnada por la fachada de l a Enseñanza , de Guerrero y Torres , en la capi ta l del v i r r e i n a t o . Dent ro del lu joso barroqui smo dieciochesco, la iglesia de Guadalupe (1772-1801) significa, con la renunc ia a l monstruoso est ípi te ,

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el deseo de cierto clasicismo. Los soportes vuelven a ser columnas de fustes c i l indricos , pero el peso de tanta riqueza volcada durante tantos a ñ o s sobre las portadas potosinas no p e r m i t í a que esos fustes se nos presentasen lisos o simple­mente estriados. Su autor parece d i r i g i r su m i r a d a a las p r i ­meras creaciones de la escuela". 1 5

E n esa p e q u e ñ a anotac ión , A n g u l o plantea varios proble­mas de la mayor i m p o r t a n c i a para entender lo que cons­t i t u y e la m o d a l i d a d neóst i la . Si b ien yo no a c e p t a r í a sin d i scus ión todo lo asentado en la cita, s in embargo, puedo retener tres cosas fundamentales para el desarrollo de m i idea: la r e l ac ión que establece entre obras t an distantes y aparentemente diferentes como la de Guerrero y Torres (aun­que no fuera suya la E n s e ñ a n z a ) y la de Felipe Cleere, autor de Guada lupe ; el hecho de entender ambas obras como una reacc ión a l "monstruoso e s t íp i te " , y por lo tanto la necesidad de ambas de volver a la co lumna; y f ina lmente el apuntar que "parece" haber una in sp i rac ión en obras barrocas ante­riores al barroco est ípi te . De las tres cosas me o c u p a r é m á s adelante.

H e dicho que el barroco neóst i lo es menos d i s t inguib le que su predecesor, el barroco es t íp i te : de ah í que, agregado a eso el no reconocimiento del p r i m e r o como una moda l i ­dad, haya hab ido no pocos errores y confusiones a l considerar obras que pertenecen a él. D o n M a n u e l Toussa int no advir­tió los elementos menores de la portada de San Lorenzo de M é x i c o , n i d io i m p o r t a n c i a a la n o v e d o s í s i m a estructura que presenta, y así comet ió el error de suponerla e jemplar del barroco inc ip iente , por el hecho de que ostentara columnas de fuste l iso; 1 6 e l error s i gu ió r ep i t i éndose por muchos otros, a pesar de que ya A n g u l o h a b í a hecho ver que se trataba de una fachada de fines del siglo XVIII; 1 7 no pocos errores de este t ipo se h a n cometido al considerar monumentos del barroco neós t i lo .

15 Diego Angulo : op. cit., en nota 7, Vo l . I I , p. 810 y pp . 589 ss. 16 Manuel Toussaint: op. cit., en nota 11, 2? ed., p. 102. 17 Diego Angulo : op. cit., en nota 7, Vo l . I I , p. 624.

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Los estudiosos se h a n encontrado a menudo, creo, en una s i tuación dif íci l a l juzgar las realizaciones neóst i las , y h a n ensayado explicaciones que a m i modo de ver resultan con­fusas e insuficientes. Como es lógico suponer, las m á s de las veces se ha optado por presentarlos como productos de " t r á n s i t o " entre el barroco est ípite y el neoclás ico (por la sola razón, desde luego, de que presentan columnas de fuste i n i n t e r r u m p i d o ) . Como e jemplo i lustre puede citarse a don Francisco de la Maza, q u i e n al referirse al mismo san­tuar io de Guadalupe al que alude la cita de A n g u l o que he transcrito arr iba , discierne que "se encuentra en la encru­cijada de los ú l t i m o s dos estilos coloniales: el barroco chu­rrigueresco y el neoc lá s i co " , y que "si hay fachada absurda es esta de San Lu i s P o t o s í " . Ciertamente el neóst i lo se en­cuentra temporalmente situado entre el churrigueresco y el neoclás ico, pero de n i n g u n a manera creo que pueda pen­sarse en las obras de esta m o d a l i d a d como mero " t r á n s i t o " , es decir, que se desatienda el hecho de que son producto de u n momento determinado y perfectamente caracterizado de nuestra cu l tura y a la circunstancia de que constituyen u n sistema completo de formas. T a m p o c o puedo estar de acuer­do con que se t i l d e n de absurdas esas obras, cuando entiendo que corresponden a u n a a c t i t u d clara y consciente ante una s i tuación dada de la evo luc ión del estilo. E l mismo De la Maza, con la aguda in tu i c ión que lo caracteriza, nos da, en el mismo texto que cito, o t ra pista de la mayor u t i l i d a d , al decir que Guadalupe y San Felipe de Querétaro , aunque ejemplos de t rans ic ión , lo fueron t a m b i é n "de c o n j u g a c i ó n de formas, de rebe ld ía , en suma, con su confuso m o m e n t o h i s t ó r i c o " . 1 8

Otras veces, ante el problema que presentan las obras neóst i las , se ha acudido a explicaciones ingeniosas pero que resultan bastante dif íci les de ser aceptadas, como cuando se dice, V. gr., que el re tablo de la iglesia de San J o s é Chiapa,

Francisco De la Maza: La ruta del Padre de la Patria. México, Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1960.

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en Puebla, tiene columnas s a l o m ó n i c a s —a pesar de ser su c o n s t r u c c i ó n de 1669 c— por recuerdo a l venerable obispo Palafox, en cuyo honor se l evantó el t e m p l o . 1 9

La restauración de la columna

L o que m á s nos permite d i s t ingu i r el ú l t i m o momento de l barroco mexicano es el hecho de que tiene una decidida v o l u n t a d de restablecer los fueros de la co lumna y la pilastra. Es eso lo que nos hace recognoscible a p r i m e r a vista la mo­d a l i d a d , y alrededor de lo cual ésta se construye. Ya A n g u l o hizo notar que Guerrero y Torre s "puede considerarse como el restaurador de l a co lumna en la arqui tectura novohis-p a n a " . 2 0 Yo prefer ir ía decir que no es sólo ese notable ar­qu i tec to de la c iudad de M é x i c o , sino con él todos los que t r a b a j a r o n p o r la misma v ía de renovar el estilo, los res­tauradores de la columna, tanto que la m o d a l i d a d misma puede considerarse como la del nuevo apogeo de la co lumna barroca.

Sin embargo, son m á s b ien pocas las veces que en el neós t i lo encontramos columnas clás icas de fuste liso o es­t r i a d o ; pocas las veces que la co lumna obedezca a los cáno­nes y c u m p l a ín tegramente su func ión sustentante; y desde luego, a u n cuando esto suceda (y es m á s b ien la e x c e p c i ó n ) , n u n c a va seguida de los otros elementos —arquitrabe, friso, cornisa— trabajados según i n d i c a n los tratados de arquitec­t u r a c lás ica : n o debemos o lv idar que estamos dentro de la m á s d e f i n i t i v a arqui tectura barroca y que los arquitectos, aunque vue lvan a la columna, no por eso d e s d e ñ a n (antes l o contrar io ) los expedientes que les b r i n d a b a la p rop ia t r a d i c i ó n de l estilo. Ejemplos de columnas de fuste " c l á s i c o " los encontramos en San Lorenzo de M é x i c o , en el c a m a r í n de la iglesia de San Diego de Aguascalientes, en la iglesia de

19 Francisco de la Maza: San José Chiapa. México, Ins t i tuto Na­cional de Antropología e Historia, 1960 (Departamento de Monumen­tos Coloniales, 10) .

20 Diego Angulo : op. cit., en nota 7, V o l . I I , p. 589.

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l a Luz de Puebla. U n a p e q u e ñ a var iac ión , m u y reveladora de l e sp í r i tu de l a moda l idad , puesto que i m p l i c a el regreso a la c o l u m n a pero al mismo t i empo la conciencia de que eso no obl igaba a renunciar al esp ír i tu de o r i g i n a l i d a d del barroco, es la de usar columnas de fuste c i l i n d r i c o pero con estrías j ó n i c a s en el p r i m e r tercio y liso el resto de la co­l u m n a , como en la portada de la pa r roqu ia de Azcapotzalco o en la fachada de Santa Prisca de Taxco . Expediente pa­recido es el de sólo seña lar la d iv i s ión del tercio con u n bocel.

Pero, como he dicho, es mucho m á s frecuente en la mo­da l idad de que me ocupo el "meterse" m á s con la columna, en el sentido de contradecir su sentido o r i g i n a l (necesidad barroca p o r excelencia) , pero conservándo la a l f i n y a l cabo columna. As í , m u y a menudo se acude a ornamentar profu­samente el p r i m e r tercio, como en los casos de la E n s e ñ a n z a de M é x i c o , del Pocito de Guadalupe o de San Felipe de Guadalajara . Ese t i p o de decorac ión se h a b í a usado muchí­simo en el barroco mexicano desde mediados del siglo XVII, y a pesar de la i n t r o d u c c i ó n del apoyo s a l o m ó n i c o perma­neció en boga en rea l idad hasta que, mediando el XVIII, el es t íp i te lo desp lazó completamente; es incluso bastante fre­cuente que fachadas iniciadas con estas columnas que M a n u e l Gonzá lez ha l l amado " t i t ró s t i l a s " 2 1 fueran terminadas en es­típites , como el caso insigne del Carmen de San L u i s P o t o s í . 2 2

E l neós t i lo , necesitado de volver a la co lumna, pero t a m b i é n e m p e ñ a d o en mantenerse barroco, a c u d i ó a ese e jemplo en busca de soluciones viables; ya hemos visto c ó m o A n g u l o entiende que Cleere, el constructor de Guadalupe de San Lu i s Potos í , se in sp i ró en obras m u y anteriores a su t i empo, como la portada lateral de la catedral potosina. Cabe decir, entre paréntes i s , que el f e n ó m e n o que describo es fuente de no pocas confusiones para el his tor iador poco avisado, porque para d i s t i n g u i r una obra de pr inc ip ios del siglo XVIII de otra

2 1 Manuel González, op. cit., en nota 4. 22 Véase la nota 10.

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de finales de esa centur ia tiene que acudir a una observac ión cuidadosa del t ipo de fo l la je que cubre el tercio de la co­l u m n a (ese sí m u y diferente a cincuenta o sesenta a ñ o s de d i s t anc ia ) , o a otros elementos que intervengan en el mo­n u m e n t o de que se trate.

T a m b i é n se rescata, con la co lumna, u n recurso v ie jo en e l barroco mexicano y anter ior a la t i r an ía del e s t íp i te : e l de mover las estrías de una co lumna en forma zigzagueante u ondulante , l o que tiene la v i r t u d de produc i r u n efecto de v ib rac ión y de aprovechar a l m á x i m o los diferentes án­gulos de incidencia de l a luz ; de esta manera se evitaba l a a b r u m a d o r a sencillez de u n fuste simple, t an difícil de acep­tar para nuestro barroco, sea el anter ior a l churrigueresco, sea el neós t i lo de que me ocupo. E j e m p l o del uso de este expediente a fines de l siglo XVIII es el segundo cuerpo de la E n s e ñ a n z a de M é x i c o .

E n ocasiones el neóst i lo usa columnas potentes, fuertes, que manif ies tan orgullosas su carácter de elementos susten­tantes, como en los casos de l a misma Enseñanza , San Lo­renzo, Guadalupe de San L u i s Potos í , o la parroquia de T l a x -cala (ya hoy ca tedra l ) . Otras veces, las m á s , se pref ieren columnas esbeltas y gráci les , aunque sigan siendo exentas y sustentantes, como en San Felipe de Querétaro o el c a m a r í n de San Diego de Aguascalientes. Pero generalmente resulta "absurda" su ut i l i zac ión (absurda respecto a las normas clá­sicas) , pues aunque sean realmente sustentantes casi nunca cargan realmente u n entablamiento o el basamento de u n cuerpo superior o u n át ico , sino que es tán ahí para detener elementos de la m í n i m a impor tanc ia , como puede serlo u n pedazo de entablamiento , sin re l ac ión con el cornisamiento de l resto del edi f ic io (como el caso de la portada de T a x c o o e l del t emplo f i l i p i n o quere tano ) , o u n remate, o cual­q u i e r o t ra cosa menor : en esa par t i cu la r ut i l ización, t íp ica de l neóst i lo , y que p o d r í a m o s calif icar de " b u r l o n a " con respecto a l a ca tegor í a de l a co lumna , puede verse l a manera ambigua de esa m o d a l i d a d .

M u y general es l a ut i l i zac ión, m á s que de columnas exen­tas o que casi parezcan serlo, de medias muestras que des-

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tacan poco del paramento, con lo que se subraya la función decorativa de la columna. Francisco Guerrero y Torres , qu izá el arquitecto con m á s personalidad y genio en la m o d a l i d a d neóst i la , se s irvió preferentemente de este sistema, como pue­de verse en las obras que parecen seguramente de su mano, desde los palacios de San Mateo V a l p a r a í s o o Santiago Cali-maya hasta la renombrada capi l la del Pocito.

Incluso no es infrecuente que se recurra a la co lumna s a l o m ó n i c a . Si ésta, por lo que tiene de espiral y de poco enhiesta es la negac ión misma del apoyo clásico, p o d r í a de­c ír seme que es i m p r o p i o hablar de u n a é p o c a de "restaura­ción de la c o l u m n a " : sin embargo, r e s p o n d e r í a que la salo­m ó n i c a no por eso deja de serlo, y que frente al est ípite queda indudablemente m á s l igada al sentido arqu i tec tónico de los apoyos, a pesar de todo. E n el uso de la co lumna s a l o m ó n i c a el neóst i lo se vale de los m á s diversos expedien­tes. E n muchos casos prefiere usar u n a co lumna simple a la que se enrosca una f i lacteria o banda, o u n a g u í a vegetal (no de parra, sino de l aure l c o m ú n m e n t e ) que le da el mo­

v i m i e n t o hel ico ida l y rompe la s impl i c idad de l fuste. Ejem­plos de esto pueden ser la pa r roqu ia de T l axca l a o el san­tuar io guadalupano de San L u i s Potos í y la caja real de esa misma p o b l a c i ó n (obra t a m b i é n , s e g ú n parece, de Felipe Cleere) . T a m b i é n en el caso descrito vale la pena hacer la obse rvac ión de que se parece algo a l expediente usado en nuestro siglo XVIII, antes de que llegara a implantarse total­mente l a co lumna s a l o m ó n i c a (como en Santa Teresa la A n ­t igua o en las portadas este y oeste de la catedral metropo­l i t ana) ; s in embargo en la m a y o r í a de los ejemplos del siglo XVII la g u í a —casi siempre de p á m p a n o s , como en el le jano modelo berniniano— " o p r i m e " el fuste de l a co lumna y altera su r e c t i t u d , mientras que en los ejemplos de fines de l siglo X V I I I l a banda o la g u í a se atan a u n fuste que se supone r í g i d o (como si realmente se tratara de u n aña­d ido) , y no cambian la l ínea c o n t i n u a de l fuste. Se trata, pues, de lo que estrictamente puede llamarse co lumna "en­torchada" .

E n otros casos los ejemplares del barroco neóst i lo presen-

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t a n la real co lumna sa lomónica , es decir, la que sí retuerce su fuste hel icoidalmente . A u n en estos casos la nueva colum­na ofrece diferencias con los ejemplos sa lomónicos mexicanos anteriores a la impos i c ión del es t íp i te : se trata ahora de u n fuste he l ico ida l pero totalmente desnudo —de lo que no re­cuerdo que haya ejemplos mexicanos anteriores a los finales de l siglo X V I I I — , 2 3 el fuste mismo es siempre m u y delgado y las roscas en que se retuerce es tán m u y separadas entre sí, lo que da por resultado una sensación m u y diferente; es el caso de, por e jemplo, la portada de la par roqu ia de Tax-co, el retablo de tecali de l a capi l la de San J o s é Chiapa en Puebla o la hornac ina del palacio del mayorazgo de Guerrero en la c iudad de M é x i c o . Estas columnas s a lomónica s neós-tilas recuerdan los ejemplares sevillanos de Figueroa en la iglesia de San Luis , o los granadinos de H u r t a d o en el c iprés de l c a m a r í n de la cartuja ; en cambio d i f ieren mucho de los ejemplares mexicanos anteriores a l a vigencia del es t íp i te , que presentan fustes mucho m á s gruesos y las roscas o vuel­tas del t o r c i m i e n t o m u y cercanas entre sí, casi sin dejar gar­ganta entre los senos (de esto ú l t i m o no recuerdo m á s que dos excepciones notables: las portadas laterales de l a gran fachada de la catedral de M é x i c o , y la portada de la capi l la de Lore to en San L u i s P o t o s í ) , y desde luego siempre de­coran su fuste, ya con estrías, ya con petat i l lo , ya con fol la je .

U n curioso caso reg ional que posiblemente h a b r í a que intercalar dent ro del neóst i lo —aunque con prevenciones-es el de Oaxaca, que a finales del siglo XVIII y después de u n m u y breve contacto con la m o d a l i d a d est ípi te , vuelve con gusto a la co lumna, aunque a una co lumna abalaustrada cuya in sp i rac ión h a b r í a que i r a buscar en los ejemplos del siglo XVI. Si la iglesia de San Felipe es m á s en igmát ica , puesto que su fachada —aunque no se conozca l a fecha con certeza—

-3 La única excepción que tengo anotada es la -de la parroquia de Santiago Tianguistengo, cuyas columnas salomónicas tienen estrías, aunque sólo en el pr imer tercio, y desnudo el resto del fuste torcido; por sus características corresponden, j u n t o con toda la fachada, al más evidente estilo neóstilo.

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se supone terminada en 1770, y puesto que conserva en la estructura casi todo el pa r t ido t rad ic iona l , la iglesia de la Com­p a ñ í a , en cambio, con una fachada t an alejada de las t radi­ciones barrocas mexicanas anteriores a l neóst i lo p o d r í a sin d i f i c u l t a d considerarse como perteneciente a esta modal idad .

J u n t o con la vuel ta a la co lumna, en el neóst i lo se da t a m b i é n , aunque mucho menos frecuente, una p r e o c u p a c i ó n p o r volver a la pi lastra de fuste recto o, por l o menos, a u n a pi lastra que no tenga q u é ver con el est ípite . E l sentido de ambos fenómenos es el mi smo : se trata en todo caso de o l v i d a r el "pecado" de haberse entregado a los desvarios chu­rriguerescos, y de volver a apoyos m á s "racionales". Las so­luciones que en el neós t i lo se dan a l a pilastra son tan con­tradictorias como las que se apl ican a la co lumna; se rescata l a pilastra, ciertamente, pero t a m b i é n se le niega general­mente su condic ión clás ica de elemento sustentante. Como e jemplo de esto puede citarse l a capi l la del Tercer O r d e n de San Francisco, en San L u i s Potos í , compuesta toda de pilastras rectas, pero m u y poco resaltadas, y cuyos fustes se i n t e r r u m p e n en ocasiones por elementos rococó o por óvalos de guirnaldas . 2 4 E n veces el fuste de l a pi lastra se recubre de fo l l a je (recordando los viejos ejemplos poblanos de yese­r ía ) , como en el palacio del conde Heras y Soto en M é x i c o , o en el caso extremo y curioso de l a iglesia de Metepec, que inscribe en u n esquema neós t i lo la t rad ic ión popular del paramento decorado de argamasa. L a iglesia de San J o s é de l C a r m e n de V a l l a d o l i d - M o r e l i a puede entenderse como la s imple c o n t i n u a c i ó n de u n a t r ad ic ión local entregada a l uso de l a pi lastra recta, pero q u i z á t a m b i é n (no o lv idar que el es t íp i te l legó a darse en la misma M o r e l i a : la Merced) como una feliz c o m b i n a c i ó n de esa costumbre regional con

24 Don Francisco de la Maza la supone de 1694, por una fecha inscrita en el sotocoro, en E l arte colonial en San Luis Potosí, México, U N A M , 1969 (Inst i tuto de Investigaciones Estéticas) , p. 49. Por lo que digo en el texto, y por lo dislocado de la composición de toda la fachada, creo poder asegurar que la construcción de ésta es poste­r io r a 1775 c.

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la nueva m o d a l i d a d del tardo siglo XVIII. E n f i n , recordemos que t a m b i é n en el neós t i lo se d io la "p i l a s t ra sa lomóni­ca", que u só Guerrero y Torre s en las portadas laterales de la iglesia de l Pocito, inspirado t a l vez en los ejemplos de Cus­tod io Durán, m á s de medio siglo anteriores aunque, como puede suponerse, no sigan f ielmente ese modelo .

De todo l o anter ior puede concluirse que el barroco neós­t i l o tiene u n decidido y consciente e m p e ñ o por abandonar la pi lastra es t íp i te y el t i p o de soluciones "disolventes" (p i­lastra n icho , pilastra hornacina, etc . ) , que p a r e c í a n no te­ner m á s f u t u r o . Ese e m p e ñ o es el que de manera m á s evi­dente lo caracteriza, y por eso creo adecuado e l n o m b r e que propongo para t a l moda l idad . Parece haber u n a convicción en esos a ñ o s casi finales del siglo XVIII de que cont inuar el camino " n o r m a l " del estilo barroco en M é x i c o conduc i r í a a callejones sin salida, y por eso se produce la reacc ión del ú l t i m o barroco mexicano. Pero, como ha p o d i d o verse, el rescate de l a co lumna no deja de ser u n curioso rescate: no se la usa en sentido clásico, sino acudiendo a expedientes barrocos que ya h a b í a n atacado su i n t e g r i d a d desde los i n i ­cios del barroco mexicano (aunque, según queda explicado, ciando u n a nueva in terpre tac ión de esos expedientes) , y tam­b i é n encontrando otros dentro de la misma idea de destruc­c ión del fuste clásico. E n este sentido ú l t i m o son ejemplares algunas obras, como la fachada de San Fel ipe de Querétaro , que ostenta unos fustes bulbosos en fo rma de puerro o ce­bol la . Por eso mismo puedo ya a q u í adelantar m i convicción de que la vuel ta a la co lumna no tiene nada que ver, fun­damentalmente , con la cercanía del neoc lá s ico ; por l o tanto c o n f i r m o m i o p i n i ó n de que es u n error de in te rpre tac ión el considerar, como casi siempre se ha hecho, las obras neós-tilas como de t rans ic ión entre dos estilos.

E n descargo p r o p i o debo decir que —como puede com­prenderse fáci lmente— para m e j o r expl icar m i idea he presen­tado el r á p i d o esquema que antecede haciendo cuenta de que antes de 1775 c. toda l a Nueva E s p a ñ a estaba plena y to­ta lmente entregada a l a arqui tectura es t íp i te . Sabemos que no fue exactamente así, que hay excepciones regionales, como

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las de V a l l a d o l i d (a pesar de la referencia que he hecho a San J o s é del Carmen) o Oaxaca en donde el est ípi te no tuvo el auge que en otras partes; en la misma zona poblana, aunque el est ípi te fue m u y aceptado, no dejaron de seguirse usando pilastras o columnas de fuste recto durante todo el siglo XVIII; y desde luego, a q u í y a l l á en todo el t e r r i t o r i o novohispano pueden encontrarse ejemplares del segundo ter­cio del siglo XVIII que no presentan estípites , como el caso de la C o m p a ñ í a de Zacatecas (cuya fecha: 1746-1749 no deja de sorprender) . Pese a esas salvedades, no creo que pueda contradecirse la a f i r m a c i ó n general (que no es sólo m í a , sino de muchos otros) de que la m o d a l i d a d est íp i te d o m i n ó def in i t ivamente todo u n p e r í o d o de la arqui tec tura mexicana. Por eso puede decirse que la m o d a l i d a d neós t i l a fue una reacc ión general contra a q u é l l a , si b ien no haya desaparecido nunca una déb i l c o n t i n u i d a d del uso de la co­l u m n a y la pi lastra de fuste recto.

Otras características del neóstila

L o que m á s l l a m a la a tenc ión frente a una obra neós t i l a es el hecho de que ostente columnas. Pero dado que se trata de una m o d a l i d a d barroca, e l neós t i lo no se desentend ió de todo el r i q u í s i m o acervo de formas que le br indaba l a tra­d ic ión barroca mexicana. Muchas veces se sirvió de esas for­mas, m á s generalmente las desar ro l ló en una manera que sobrepasa lo que se h a b í a hecho en M é x i c o antes, en no pocos casos i n v e n t ó elementos o estructuras que no t ienen antecedente directo en nuestro pa í s .

E l elemento m á s notable que conservó la nueva moda l i ­dad es el interes t íp i te . Resulta absurdo darle ese n o m b r e cuando ha desaparecido el es t íp i te , pero sin embargo lo re­tengo provis ionalmente , porque, por una parte, en su f u n ­ción y en su forma, el que usa la ú l t i m a arqui tectura barroca mexicana es i g u a l a l que h a b í a usado l a arqui tectura chu­rrigueresca, y por o t ra parte es la manera que tengo de po­derme hacer entender. Se trata de ese elemento ver t ica l que inventó Lorenzo R o d r í g u e z en el Sagrario M e t r o p o l i t a n o , t an

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b i e n descrito por A n g u l o (su baustista) , 2 5 que substituye a l a an t igua hornac ina del i n t e r c o l u m n i o y que tiene la fun­c ión fundamenta l de resaltar la escultura que alberga, dar v i d a a u n espacio tradic ionalmente pasivo, y acentuar, por su ver t i ca l idad , el sentido ascencional de una fachada o u n re tab lo . Muchas veces la arqui tectura neóst i la , cambiando el e s t íp i te por la columna, conservó sin embargo el " inteiest í ­p i t e " , con e l mismo sentido de dar v i d a a las entrecalles y para mantener las posibilidades decorativas que ese expe­diente le br indaba . Este hecho es q u i z á u n o de los que m á s nos p e r m i t e n observar c ó m o la nueva m o d a l i d a d no era negadora de todas las experiencias barrocas, sino todo lo con­t r a r i o . E l uso de " s e u d o i n t e r e s t í p i t e s " entre columnas lo te­nemos en el caso insigne de Taxco , q u i z á el sit io en que su empleo es m á s afortunado, pero t a m b i é n en la fachada de la catedral de Tlaxca la , en la fachada de la par roqu ia de San Fel ipe y Santiago de Azcapotzalco 2 6 y en muchos otros casos. A l g o que p o d r í a m o s considerar var iante de este f enómeno es el de colocar en los in te rco lumnios una co lumna más , aunque de fuste diferente al de las columnas bás icas ; es lo que se hace en Querétaro o en Santiago Tianguis tengo, don­de la c o l u m n a " i n t e r c o l u m n i a " es s a l o m ó n i c a y sube m á s a l l á del entablamiento de las otras; digo que podemos con­siderarlo u n a variante, porque el sentido de este expediente es el mismo del interes t íp i te : activar la superficie de las calles y acentuar el sentido ascencional.

Otros muchos elementos del barroco anter ior conserva y desarrolla el neóst i lo , como la guardamalleta, a la que a veces da u n desarrollo ex t raord inar io (en San Lorenzo de M é x i c o , en el re tab lo de San J o s é Chiapa , en Azcapotzalco, en San Fel ipe de Querétaro , etc., y desde luego con m á x i m o esplen­d o r en T a x c o ) ; o el uso de u n a l m o h a d i l l a d o m i x t i l í n e o .

Retiene t a m b i é n el neós t i lo muchas veces la claraboya

25 Diego Angulo: op. cit., en nota 7, Vol. I , p. 565. 26 Cf. J. A. Manrique: Los dominicos y Azcapotzalco, citado en

la nota 1, pp. 53-56.

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y, lo mismo que en otros casos, no pocas veces explota el recurso en m o d o que n o se h a b í a a trevido a hacer el c h u r r i ­gueresco: recuérdese el Pocito, l a p o r t a d i l l a en cha f l án de l a catedral de Jalapa o, especialmente, l a E n s e ñ a n z a , donde le da u n sentido novedoso y que p o d r í a m o s —por las ondu­laciones de su per f i l— calif icar de rococoizante.

E l barroco mexicano del siglo XVIII h a b í a inventado u n nuevo t i p o de fol la je , y u n nuevo t i p o de decorac ión , angu­losa, de perfiles agudos, de placas superpuestas, que segura­mente no es su menor aporte al desarrollo del estilo. E n la gran m a y o r í a de los casos el neós t i lo ut i l izó t a m b i é n ese t i p o de tal la , a la que i n c o r p o r ó muchas veces u n reper tor io de t i p o rococó que ya t a m b i é n h a b í a empezado a introducir se en M é x i c o desde los t iempos del barroco "d i so lvente" . H a y que recordar, s in embargo, que nuestra m o d a l i d a d en nume­rosas ocasiones pref i r ió reduc i r muc ho esa decorac ión , como en San Lorenzo, o prescindir de ella del todo, como en l a L u z de Puebla o l a pa r roqu ia de Chalco (de Ignac io Caste-r a ) , o servirse de u n t i p o de fo l la je inspirado en obras de fines del siglo XVII o pr inc ip ios del XVIII, como l o hizo Gue­r r e r o y T o r r e s en el Pocito.

Sin embargo de tocio l o dicho, indudab lemente la gran a p o r t a c i ó n de l barroco dieciochesco que recog ió y e x p l o t ó a saciedad el neóst i lo es el uso de l a línea mixta. L í n e a m i x t a encontramos en el neós t i lo cont inuamente y en las formas y sitios m á s variados: en el recorte de placas (Azcapotzalco), en los vanos de ingresos o ventanas (la E n s e ñ a n z a , Taxco , Guada lupe de San Lui s , e tc . ) , en cornisas y entabla-mientos (San Fel ipe de Querétaro , Santiago T i a n g u i s t e n g o ) , en altos p i ñ o n e s que coronan fachadas (San Felipe de Gua-da l a j a ra ) . E n tantos casos, frente a l desconcierto en que pue­de colocarnos u n a obra neóst i la , basta con atender a esa l í n e a retozona, curva y quebrada, para asegurarnos de la fecha de l m o n u m e n t o y reconocer el e sp í r i tu que lo i n f o r m a .

H E D I C H O que muchas veces el barroco neóst i lo va m á s lejos que sus antecesores, ya sea porque expr ime al m á x i m o las posibil idades de u n reper tor io que hereda, ya porque inventa

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elementos nuevos. Entre estos ú l t i m o s , el m á s notable e i n ­teresante es el a t rev id í s imo uso que hace de las molduras . E n la m o d a l i d a d de que hablamos las molduras son ondulantes, zigzagueantes o de trazo m i x t o ; serpentean, se qu iebran o se enroscan a v o l u n t a d , o n d u l a n en entablamientos, sobre las cornisas, en las entrecalles o por los guardapolvos. L a " m o l ­d u r a m ó v i l " —l lamémos la así— parece ser t íp ica y pr iva t iva del barroco neóst i lo , y es una de sus grandes aportaciones (dentro de la aparente insignif icancia de u n elemento me­

nor ) a l barroco; por lo menos no recuerdo casos anteriores en que se presente. Su or igen h a b r í a que buscarlo en las obras rococó , especialmente centroeuropeas, que gustan de l a s inuosidad de las cornisas. Pero la " m o l d u r a m ó v i l " mexi­cana es m u y diferente: en lugar de una o n d u l a c i ó n ampl ia , prefiere u n serpenteo y u n qu iebro m u c h o m á s menudo , que a veces casi hace que se asemeje a u n a greca. De todos modos vale la pena seña lar que se trata de u n e jemplo m á s de que el neós t i l o estaba bastante i n f o r m a d o del r eper tor io ro­cocó; lo cual , sin embargo, no creo que sea suficiente para poder cal i f icar de rococó la m o d a l i d a d misma. D i g o que es u n avance notable en el desarrollo del estilo, p o i q u e si éste h a b í a basado en M é x i c o sus transformaciones en e l ataque a los apoyos clásicos, su ú l t i m a etapa, a l mismo t i empo que restaura l a co lumna, ataca q u i z á el ú n i c o elemento que se h a b í a conservado íntegro . E l resultado del empleo de " m o l ­duras m ó v i l e s " es el de p roduc i r u n efecto de desconcierto, de absurdo que invade casi impercept ib lemente u n a fachada o u n re tab lo ; de tales obras se desprende una sensac ión de v i b r a c i ó n cont inua , de m o v i l i d a d subyacente. Baste recordar, como ejemplos, los palacios mexicanos de Guerrero y Torres y su escuela (las molduras del de San Mateo V a l p a r a í s o y del de Jara l de Ber r io son q u i z á los productos m á s acaba­dos) , el Pocito , San Felipe de Queré taro .

EL BARROCO NEÓSTILO t a m b i é n va m á s a l l á del es t íp i te en cuanto que llega a romper , por f i n , la estructura r í g i d a de las fachadas y retablos reticulados. Es u n hecho, creo que reconocido por todos, que el barroco mexicano, t an abun-

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g u i r t raba jando por los mismos caminos que h a b í a trazado el barroco est íp i te (como es el caso de l barroco "disolven­te") , el neós t i lo tiene una especie de "nueva conciencia", u n sentido de revis ión. Y desde luego se muestra siempre menos encerrado y localista (aunque, como hemos visto, n u n ­ca d e s d e ñ a , sino que aprovecha las tradiciones locales). Re­sulta m u c h o m á s in formado y abreva — aunque seguramente de m o d o indirecto— en las experiencias rococós de Europa central y en las b ú s q u e d a s de nuevos espacios de l a escuela de B o r r o m i n i . Su buena i n f o r m a c i ó n t a m b i é n podemos verla en otros casos, como el del Pocito: d o n M a n u e l Toussaint e n c o n t r ó l a in sp i rac ión de Guerrero y Torre s en u n a ant i ­gua p l a n t a romana publ icada por Serlio; o t ro caso parecido es el d e l c a m a r í n de San Diego de Aguascalientes (que m u y probablemente tenga t a m b i é n antecedentes similares) ; en una obra m e n o r encontramos una s i tuac ión s imi lar : el b a l c ó n de una casa potosina que d o n Francisco de l a Maza ha encon­trado copiada (aunque no igual) de u n a chimenea serliana. P o d r í a pensarse que en todos estos ejemplos cabe alegar una i n t e n c i ó n c lás ica o neoclás ica ; personalmente no lo creo en absoluto: el hecho de que el m i s m í s i m o B o r r o m i n i se haya insp i rado t a m b i é n en plantas romanas de la é p o c a de A d r i a n o no le q u i t a u n áp ice de barroco.

Observaciones y explicaciones

Considero que para la m o d a l i d a d neós t i l a se pueden dar tentat ivamente fechas que van entre 1770-1775 y 1790-1795. E n ese p e r í o d o de veinte años el pa í s se puebla increíble­mente de obras neóst i las . E l f e n ó m e n o es s imilar , aunque sin d u d a —a pesar de l o que he dicho— menos notable, al f e n ó m e n o del barroco est ípi te , cuya vigencia de veinte o t re in ta a ñ o s t a m b i é n ba s tó para no dejar casi s i t io habi tado sin obras churriguerescas. Debe tenerse en cuenta que si la p r i m e r a fecha, dentro de su vaguedad, es m á s precisa, la data ante quarri t iene necesariamente que ser m á s vaga, porque el proceso de t e r m i n a c i ó n de una obra a r q u i t e c t ó n i c a puede i n t e r r u m p i r s e por m i l eventualidades. De m o d o que no po-

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cas obras de la moda l idad que estudio fueron concluidas hasta los pr imeros años de l a centur ia siguiente, como Gua­da lupe de San Lui s Potosí , San Felipe de Querétaro , la Luz de Puebla, y otras. Esto hace t a m b i é n que a veces aparezcan en ellas ya elementos neoclás icos (cartelas de San Felipe de Q u e r é t a r o , hornac ina de la C o m p a ñ í a de Oaxaca, v. g r . ) , l o que p a r e c e r í a reforzar la tesis de que esas obras son de " t r a n s i c i ó n " ; para m í la a p a r i c i ó n de esos elementos neo­clás icos es justamente una prueba de lo cont ra r io : su i n ­c lu s ión en u n a fachada neóst i l a basta para advert i r el m u y di ferente sentido que i n f o r m a unos y otros elementos; a los neoc lá s icos los sentimos ajenos e intrusos.

T a m b i é n es necesario aclarar que el neós t i lo se empalma muchas veces con el barroco "d i so lvente" , u l t rabarroco o barroco a n á s t i l o o como se le quiera l l amar ; es decir, se dan s i m u l t á n e a m e n t e dos movimientos contrarios : el de con­t i n u a r las derivaciones del est ípi te y el de reaccionar contra ellas. N o es r a r o que mientras en las ciudades se dé la re­acc ión , en las p e q u e ñ a s poblaciones se siga con la "v ie j a escuela". E l barroco neóst i lo se p r e o c u p ó , a l restaurar la co lumna , a l buscar nuevos ambientes estructurales, por re­cuperar el carác ter a rqu i tec tón ico que t e n d í a peligrosamente a desaparecer de fachadas y retablos; pero ciertamente se interesó m u c h o m á s por las fachadas y los espacios (lo espe­c í f i c amente a rqu i tec tón ico ) que p o r los retablos; muchas veces no e n c o n t r ó m a l que u n edif ic io de l a nueva arquitec­t u r a l levara retablos que siguieran la v ie ja escuela: muchas veces e n t e n d i ó que aquel lo estaba b ien para retablos, aunque n o para edificios, como en Taxco , la E n s e ñ a n z a y tantas otras. Es m á s b i en por excepc ión que hay retablos neóst i los : San Diego de Aguascalientes, San J o s é Chiapa , 2 9 l a b ib l io ­teca Palafoxiana de P u e b l a . . .

A l lector atento y conocedor de l a l i t e r a t u r a sobre arte

29 E l caso de San Jo sé Chiapa es una curiosa excepción: ahí es el retablo lo que es neóstilo, mientras que la fachada sigue ostentando estípites.

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colonial mexicano no debe haber dejado de sorprenderle que comprenda dentro del p e r í o d o 1770-1790 obras para las que se suelen dar fechas anteriores, y que cambie algunas a t r ibu­ciones t rad ic iona lmente aceptadas. Ser ía m u y p r o l i j o referir­me a q u í a todos los casos en los que lo he hecho, pero debo advert ir que cuando así he procedido ha sido a p a r t i r del anál is i s de las formas art íst icas , y teniendo en cuenta que muchas veces las fechas dadas no t ienen c o n f i r m a c i ó n pre­cisa. Los dos casos que pueden haber causado m á s sorpresa son los de la p a r r o q u i a de T a x c o y la iglesia de l a Ense­ñanza . Para la p r i m e r a Toussaint dedujo la fecha de 1751-1758 y ésa ha sido tomada sin di scus ión como buena; del estudio de la fachada yo creo poder aventurar l a idea de que ésta no debe haberse construido antes de 1770 c , cualquiera que sea la validez que se suponga al documento que d io origen a l error : los estilos d i f í c i lmente pueden e n g a ñ a r . 3 0 L a enseñanza t a m b i é n fue a t r ibu ida , sin n i n g ú n apoyo docu­menta l , por el mismo Toussaint a Francisco de Guerrero y Torres , y A n g u l o acep tó entusiasta esa a t r i b u c i ó n : yo con­sidero que n i por el uso de las columnas, t an diferente en las obras de l maestro guadalupano, n i por el p a r t i d o general de la obra, n i p o r el t i p o de fol la je empleado puede man­tenerse su pa tern idad ; a m i m o d o de ver la a t r i b u c i ó n es u n equ ívoco que proviene, o t ra vez, del desconocimiento del neóst i lo como una m o d a l i d a d específ ica y diferente.

UNA OBSERVACIÓN notable que t a m b i é n cabe hacer acerca del neóst i lo es que aparentemente no tiene u n a correspondencia clara en E s p a ñ a . Es sabido que la a rqui tec tura mexicana, h i j a n a t u r a l de la e spaño la , l levó siempre u n curso relativa­mente paralelo a a q u é l l a , aunque no igual , p r inc ipa lmente

3 0 Elisa Vargas Tugo, que estudia actualmente el monumento de Taxco, en su reciente y por tantos conceptos úti l l i b ro de Las por­tadas religiosas de México. México, U N A M , 1969 (Inst i tuto de Inves­tigaciones Estéticas, Estudios y Fuentes del Arte en México, X X V I I ) , p. 119, mantiene la fecha dada por Toussaint; verbalmente me ha confirmado su convicción de que esa fecha es cierta.

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por e l proceso de " m a l e n t e n d i m i e n t o " de los modelos, a que me he refer ido, y por la persistencia de modos y escuelas locales. Pero en el caso del neós t i lo no parece haber u n m o d e l o e s p a ñ o l que seguir. Dice K u b l e r que con anter ior i ­d a d a 1750 en la P e n í n s u l a los acontecimientos " h a b í a n des­v iado a l a arqui tectura h i s p á n i c a de su curso n a t u r a l " ; 3 1 ese r o m p i m i e n t o casi to ta l con la t r ad ic ión p r o p i a y ese "des­v í o " d e l curso n a t u r a l puede decirse que se p r o d u j o en Mé­x ico con la llegada del neoclás ico , pero no antes, como he c r e í d o demostrar. L a gran diferencia está, justamente, en que a l l á se abandonaron del todo los modos propios, des­p u é s de Ribera , para seguir los que p r o p o n í a n italianos, fla­mencos y austr íacos , mientras que el cambio a q u í nunca sig­ni f icó u n desentendimiento de los logros anteriores, sino hasta el neoc lás ico . Sin embargo, t a m b i é n en E s p a ñ a parece haber algunos casos en que se hace u n a arqui tec tura barroca, i n f o r m a d a ya de las novedades de al lende los Pirineos, pero no d e l todo desligada de los antecedentes locales; A l b e r t o C h u r r i g u e r a en la plaza de Salamanca y A n d r é s G a r c í a de Q u i ñ o n e s (activo 1750-1755) en el pa t io de l a C lerec ía y el A y u n t a m i e n t o de esa misma c iudad, por una parte, y por o t r a u n edi f ic io de la i m p o r t a n c i a de l a f ábr ica de Tabacos de Sevil la (en la que i n t e r v i n i e r o n Ignacio Sala, Diego Bor-click y S e b a s t i á n van del Beer o B o r c h —a q u i e n se a tr ibuye la fachada— entre 1726 y 1757), a m é n de la personal y ais­lada obra de Narciso T o m é , t an inspirada en modelos ita­l ianos : esos son los ejemplos e s p a ñ o l e s que a lguna re lac ión pueden tener con el f e n ó m e n o mexicano de l barroco neós­t i l o , aunque no me i n c l i n o p o r nada a considerar éste como u n a d e r i v a c i ó n de esos casos aislados.

EL BARROCO NEÓSTILO se enmarca en u n m o m e n t o preciso y

m u y especial de la c u l t u r a mexicana. Desde el siglo XVII la

31 George Kubler: Arquitectura de los siglos XVII y XVIII, Ma­drid, Plus U l t r a , 1957 (Ars Hispaniae. Historia Universal del arte hispánico, 14) , p. 199.

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Nueva E s p a ñ a , necesitada de u n sustento para su ser y an­siosa de 'Justificarse'' como prop ia y diferente frente a Eu­ropa en general y frente a E s p a ñ a en par t icu lar , h a b í a optado por aferrarse a tradiciones que ya h a b í a hecho propias, y que le ofrec ían, en té rminos de conciencia, u n a seguridad. As í , h a b í a conseguido una especie de "congelamiento" cul­t u r a l (que por o t r a parte, tampoco es q u i z á tota lmente ajeno al congelamiento de E s p a ñ a ) . Muchas cosas pasaron, en lo social, en lo pol í t ico , en lo económico , en lo c u l t u r a l , du­rante m á s de siglo y med io : pero ellas se enmarcaron siem­pre en ciertos esquemas básicos , casi invariables. E n la his­tor i a del arte y de la arqui tectura se presenta reflejado este f e n ó m e n o ; cierto es, las formas decorativas, los apoyos, ha­b í a n cambiado constantemente; se h a b í a n rec ibido y acep­tado (aunque muchas veces con reticencia y parsimonia) las novedades venidas de allende el mar , pero se h a b í a siempre encontrado la manera de inc lu i r la s en nuestros esquemas bá­sicos: la p lanta cruci forme de las iglesias, la c ú p u l a del cru­cero, las torres integradas a las fachadas, las superficies "ac­t ivas" y "pasivas", y —dentro de fachadas y retablos— el re t i cu lado de la d i s t r ibuc ión manierista . T o d o eso confir ió a nuestro barroco, m á s a l l á de su incre íb le riqueza decora­t iva , u n estatismo de base.

A l acercarse el tercer tercio del siglo XVIII en la Nueva E s p a ñ a se da u n f enómeno interesante. A p a r t e una relat iva desconfianza sobre aquellos viejos valores tan largamente acariciados; se da u n nuevo sentido crít ico y ya no se está t an seguro de aquello que cons t i tu ía la só l ida v ida novo-hispana. H a y todo u n espír i tu de apertura y de reformismo, que i n t e n t a sacudir una c u l t u r a que a esos hombres les apa­rec ía como mortec ina (reformismo t a l vez no ajeno, sino coincidente con toda l a é p o c a de Carlos I I I ) . Sin embargo es necesario advert i r que este m o v i m i e n t o no tiene nada que ver con la I lu s t rac ión posterior, negadora de toda la c u l t u r a p r o p i a : en el caso que t ra to se i n t e n t a abr i r puer­tas y de sacudir situaciones, pero no se quiere negar total­mente l a c u l t u r a de los mayores, sino aprovecharla en la fo r j a de algo nuevo.

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A la I lu s t r ac ión de fines del siglo y pr inc ip ios del XIX corresponde el estilo neoclás ico . A l a s i tuac ión que describo, de re forma y renovac ión , pero no de abandono de l a esen­cia de la c u l t u r a propia , corresponde, entiendo, el barroco n e ó s t i l o . 3 2

Los pár ra fo s anteriores no son sino u n leve i n t e n t o de carac ter izac ión de la correspondencia entre una ac t i tud cul­t u r a l y su ref le jo en los estilos a rqu i tec tónicos . Como esbozo es necesariamente generalizador e impreciso: n o es u n a tesis, sino u n a h ipó te s i s que propongo, para su u l t e r i o r desarrollo.

3 2 Para la discusión de esto remito a mi artículo "El pesimismo como factor de la independencia de México", citado en la nota 2.