El numero pi[1] 1

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El numero pi Hacía largo rato que afuera ya era de noche. Normalmente, a estas horas estaría incluso soñando. Pero hoy no, estaba en casa de los abuelos, concretamente en el desván. Aquello era lo que más me gustaba, ya que estaba poblado por muchos recuerdos. Mirando entra cajas una me sorprendió, tenía un extraño símbolo: . Antes incluso de que pudiese abrirla apareció el abuelo. ¡Hay que ver, qué mala suerte tengo! Me miró con sus negros ojos, del color del carbón; siempre observador. Pasado un minuto sus tensos hombros se relajaron y en un tono muy tranquilo me dijo: - ¿Quieres saber la historia, verdad? – Mi abuelo leía mentes. - Sí, ¿Me la contarás? -Está bien, en todo caso, no perderé mucho. –Dijo relajándose, mientras su apenas ya negro pelo se ondeaba. Tal vez, esta forma de empezar la historia no sea la mejor, pero me parece que lo mejor será que os la contase como yo la conocí. Por aquel entonces, corría el año 2010 y yo, a mi edad de 15 años, era un joven despreocupado que cateaba algunas asignaturas. Aunque eso cabrease a mis padres, más lo hacía a los profesores, ya que luego al llegar las recuperaciones del curso aprobaba todo. Está vez era distinto, había cateado mate el año pasado, y si tenía que ir a la recuperación, me quedaba en cuarto. Yo intentaba estudiar mucho, pero mi problema llegó cuando me enseñaron un extraño símbolo: . Decían que se llamaba pi y que era un número que no terminaba, que servía para calcular algo, pero yo, era incapaz de memorizarlo. Poco después de mi descubrimiento de pi, Laura, una chica de mi clase, de la cual estaba enamorado, no vino a clase. Laura, me gustaba, y el no verla me preocupaba. Lo peor de todo era que nuca me había atrevido a decirle lo que sentía. Y ahora, tenía que llevarle los deberes. Estaba volviendo a casa, solo,

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El numero pi Hacía largo rato que afuera ya era de noche. Normalmente, a estas horas

estaría incluso soñando. Pero hoy no, estaba en casa de los abuelos, concretamente en el desván. Aquello era lo que más me gustaba, ya que estaba poblado por muchos recuerdos. Mirando entra cajas una me sorprendió, tenía un extraño símbolo: ∏. Antes incluso de que pudiese abrirla apareció el abuelo. ¡Hay que ver, qué mala suerte tengo! Me miró con sus negros ojos, del color del carbón; siempre observador. Pasado un minuto sus tensos hombros se relajaron y en un tono muy tranquilo me dijo:

- ¿Quieres saber la historia,

verdad? – Mi abuelo leía mentes. - Sí, ¿Me la contarás?

-Está bien, en todo caso, no perderé mucho. –Dijo relajándose, mientras su apenas ya negro pelo se ondeaba.

Tal vez, esta forma de empezar la historia no sea la mejor, pero me parece

que lo mejor será que os la contase como yo la conocí. Por aquel entonces, corría el año 2010 y yo, a mi edad de 15 años, era un

joven despreocupado que cateaba algunas asignaturas. Aunque eso cabrease a mis padres, más lo hacía a los profesores, ya que luego al llegar las recuperaciones del curso aprobaba todo. Está vez era distinto, había cateado mate el año pasado, y si tenía que ir a la recuperación, me quedaba en cuarto.

Yo intentaba estudiar mucho, pero mi problema llegó cuando me enseñaron

un extraño símbolo: ∏. Decían que se llamaba pi y que era un número que no terminaba, que servía para calcular algo, pero yo, era incapaz de memorizarlo.

Poco después de mi descubrimiento de pi, Laura, una chica de mi clase, de

la cual estaba enamorado, no vino a clase. Laura, me gustaba, y el no verla me preocupaba. Lo peor de todo era que nuca me había atrevido a decirle lo que sentía. Y ahora, tenía que llevarle los deberes. Estaba volviendo a casa, solo,

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como de costumbre, ya que aparte de Laura, yo era el único que vivía en aquella zona.

Iba pensando en mis cosas, mientras me fijaba en el suelo. De repente vi

una cinta de pelo en el suelo, cerca de un callejón. Torpemente, la cogí, y vislumbre un nombre: Laura Marceux. No podía creerlo, ¿Cómo había llegado ahí? Todavía estaba lejos de su casa…

“Bah, se la daré cuando llegue” Pensé. Pero, al llegar a su casa y preguntar

por ella, su madre me dijo que todavía no había vuelto del instituto. Eso no tenía buena pinta.

Volví al lugar donde había encontrado la cinta, el cual lo recordaba porque

los números de los portales pasaban del 2 al 4, y en el callejón no parecía haber portales.

En menos de un cuarto de hora llegué a mi destino. Debía darme prisa, su

madre pronto llamaría a la policía y se pondrían a husmear. ¡Qué extraño, eran las cinco y media de la tarde y la callejuela estaba

negra como la boca del loco, tenía que ser invierno…! Avancé poco, esperando a que mis ojos se habituasen, y en cuanto lo

hicieron, continué adelante. Aquello era increíble, algo más grande de lo que parecía… Y con dos portales.

Uno tenía el numero tres, pero el otro solamente tenía unas cifras

pintarrajeadas: 3´141592654… El número estaba terminado por puntos suspensivos y me resultaba

extrañamente familiar. Insensatamente sabía que tenía que ir por ahí. Aunque mi sentido común me decía que no lo hiciese.

Me acerqué, esto era sin duda un sueño… “¡Menuda casualidad!, El cristal de la puerta está destrozado.” Me reí entre

dientes. Genial, ahora hasta mi mente hacía chistes. Avancé despacio, temeroso de una sorpresa desagradable. Nadie a la

derecha, nadie a la izquierda…

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Una bala pasó silbando cerca de mi oído desde arriba. ¡Dichosas escaleras! Conseguí colocarme detrás de un viejo mueble a tiempo que cogía una piedra como mi mano del suelo. “Esperaré, no creo que gaste muchas balas conmigo.” Pensé.

Los 5 minutos que pasé agazapado bajo el viejo mueble se hicieron eternos.

Mi nuevo amigo sabía esperar a su presa como un astuto gato. Habría que morderle la cola al gato. Lancé la piedra hacia su cabeza muy fuerte, Y inesperadamente le di en la mano y el arma le cayó rodando por las escaleras. Corrí como si me fuese la vida en ello y cogí el arma, con la cual apunté a mi nuevo ratón. “No puedo cargar con una muerte sin sentido.” Me dije y de un culatazo lo dejé inconsciente.

Era hora de avanzar, y ya que hacia abajo, no había camino, tuve que ir

escaleras arriba. Fui rápido, pero con precaución. No quería que me volviesen a pillar desprevenido, y no lo harían. Esto empezaba a parecerme algo sin marcha atrás, aunque hace tiempo que sabía que lo era.

Cuando subí, me di cuenta de que era un simple pasillo, pero me anduve con

ojo. Al final del pasillo había unas escaleras que descendían un buen rato. Decidí

seguirlas, porque habiendo llegado hasta aquí, no tenía sentido echarse atrás. Me fijé en algo extraño, la pared del fondo del pasillo tenía un extraño símbolo que se me hacía conocidísimo: ∏. Pero me era imposible saber de qué.

“Bajé” las escaleras, es decir, bajé un par de peldaños de la escalera

vertical y me dejé caer. La caída fue menos desastrosa de lo que esperaba, y salí entero.

“En fin, otra vez un lugar poco iluminado… ¡Mira, una linterna! “ Dije en voz

alta sorprendido. El pasillo se volvía tortuoso y complicado y en media hora llegué a una sala

enorme la cual no sabía debajo de que se encontraba, pero me parecía que el callejón estaba muy lejos.

- ¿Quién eres? – Me dijo una grave voz. - Vengo a buscar a Laura. –Dije intentando hacer que mi voz sonase seria.

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- Tu amiga descubrió algo que no debía descubrir. - ¿Y qué es lo que descubrió? - Como gran parte de los mejores genios del mundo han ido descubriendo que el numero pi tiene un final y nosotros somos la organización secreta que se dedica a hacer desaparecer a la gente que lo descubría. Aunque Laura sea muy joven ha descubierto la verdad y ha estado apunto de descubrirlo al mundo, lo cual, causaría un increíble revuelo en la sociedad y la desestructuraría tal y como la conocemos.

- ¡No puedo dejarte que lo hagas. No puedo permitir que mates a la persona a la que amo!.

- ¡Jaime, huye, no dejes que te atrape. No quiero que tú también mueras!-

Gritó Laura. - ¿Laura? ¿Estás ahí? - Sí, y como veo que voy a morir, tengo que decirte que yo también te

amo, que haría lo que fuese por ti… - ¿No hay otra salida? - Sí que la hay, con una condición: Que nunca contéis nada a nadie.

Nunca.- Dijo la voz grave del principio. - ¿Pero, abuelo, como así que me lo has contado? – Pregunté alarmado. - Porque confío en tí.- Dijo mi abuelo tranquilamente… Entonces la abuela Laura llamó gritándonos: - ¿Es que en esta casa no se cena? En mis labios se dibujó una sonrisa y bajé junto a mi abuelo a donde mi

brillante abuela.

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AITOR CRESPO (2ºD)