El Padre Mamón

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El Padre Mamón Por Nelson E. Barrios D. Hace muchos años, tantos años, que yo no había nacido, ni mis padres, ni mis abuelos, ni mis bisabuelos. Se encontraba en una hacienda, un conuco donde había un árbol de mamón que tenía muchas ramas, pero muchas ramas, llenas de hojas y de mamones, esos mamones eran tomados por los hombres para comerlos y venderlos en el mercado. Este árbol era el más viejo de todo el conjunto, con los frutos había poblado todo ese terreno, convirtiéndolo en un pequeño bosque. Todos los árboles o llamaban el mayor y él con su sabiduría había hecho felices a todos los habitantes del conuco, los pajaritos tenían sus nidos en sus ramas, las abejas sus colmenas y los hombres descansaban bajo la sombra del gran árbol. Sí, era un excelente padre que había dado su cobijo y amor a muchas generaciones, su amor era infinito, jamás dañó a nadie y sus hojas secas enriquecían el suelo con su abono. Pero el Padre Mamón ya tenía muchos años, estaba viejo y débil, ya le era difícil producir la misma cantidad de fruta, él sabía que no duraría mucho, entonces dijo. --Ya estoy viejo y mis raíces no aguantarán por mucho tiempo el peso de mi tronco y de mis ramas y un día no muy lejano caeré, si antes no soy talado por los hombres. Todos los árboles se entristecieron por las palabras del Padre Mamón, pues no querían que a él lo mutilaran como hacen los hombres con lo que ya no les sirve. --Tu nos has dado vida y gracias a ti, conocimos la brisa, las caricias del Sol que con sus rayos nos ama y tenemos nuestros frutos, por ti conocemos el canto de los pájaros y los colores de las mariposas. Si te llevan, dejaremos de producir fruto para ir contigo. --No hijos míos, vuestra labor es producir fruto, para eso estáis aquí, Dios me tiene un sitio muy bonito que he de ocupar ahora, aquí ya no soy útil, vosotros si, sois mis hijos y debéis continuar con la labor que yo comencé hace muchos años, es nuestro deber el proteger a los pájaros y alimentar a los hombres, para eso fuimos creados. --Entonces dijo el segundo árbol en antigüedad Que permita el hombre que tus días terminen aquí, entre nosotros, donde podrás descansar y que a la hora de volver a la tierra, tu espíritu se funda con el nuestro.

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El Padre Mamón Por Nelson E. Barrios D.

Hace muchos años, tantos años, que yo no había nacido, ni mis padres, ni mis abuelos, ni mis bisabuelos.

Se encontraba en una hacienda, un conuco donde había un árbol de mamón que tenía muchas ramas, pero muchas ramas, llenas de hojas y de mamones, esos mamones eran tomados por los hombres para comerlos y venderlos en el mercado. Este árbol era el más viejo de todo el conjunto, con los frutos había poblado todo ese terreno, convirtiéndolo en un pequeño bosque.

Todos los árboles o llamaban el mayor y él con su sabiduría había hecho felices a todos los habitantes del conuco, los pajaritos tenían sus nidos en sus ramas, las abejas sus colmenas y los hombres descansaban bajo la sombra del gran árbol. Sí, era un excelente padre que había dado su cobijo y amor a muchas generaciones, su amor era infinito, jamás dañó a nadie y sus hojas secas enriquecían el suelo con su abono.

Pero el Padre Mamón ya tenía muchos años, estaba viejo y débil, ya le era difícil producir la misma cantidad de fruta, él sabía que no duraría mucho, entonces dijo. --Ya estoy viejo y mis raíces no aguantarán por mucho tiempo el peso de mi tronco y de mis ramas y un día no muy lejano caeré, si antes no soy talado por los hombres.

Todos los árboles se entristecieron por las palabras del Padre Mamón, pues no querían que a él lo mutilaran como hacen los hombres con lo que ya no les sirve. --Tu nos has dado vida y gracias a ti, conocimos la brisa, las caricias del Sol que con sus rayos nos ama y tenemos nuestros frutos, por ti conocemos el canto de los pájaros y los colores de las mariposas. Si te llevan, dejaremos de producir fruto para ir contigo. --No hijos míos, vuestra labor es producir fruto, para eso estáis aquí, Dios me tiene un sitio muy bonito que he de ocupar ahora, aquí ya no soy útil, vosotros si, sois mis hijos y debéis continuar con la labor que yo comencé hace muchos años, es nuestro deber el proteger a los pájaros y alimentar a los hombres, para eso fuimos creados. --Entonces dijo el segundo árbol en antigüedad Que permita el hombre que tus días terminen aquí, entre nosotros, donde podrás descansar y que a la hora de volver a la tierra, tu espíritu se funda con el nuestro.

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--Tus palabras son mayores, hijo mío, has aprendido bien los principios de Dios y de nuestra madre, la Naturaleza, pero la ignorancia del hombre no le permite ver más allá de sus narices. Nosotros no tenemos el sentido de la vista y sin embargo, vemos más que él. Solo cuando el hombre cierre los ojos, podrá ver como nosotros Así habló el árbol Padre.

Los pajaritos que escuchaban la conversación, se entristecieron, ellos querían ayudar al Padre Mamón pero eran muy pequeños.

Cierto día, llegó a la hacienda, un jovencito llamado Eduardo, procedía él de un lugar apartado del pueblo, estaba buscando trabajo para llevarle comida a su madre. Se presentó ante el dueño y le dijo que estaba dispuesto a trabajar en lo que él lo mandara. El chico conocía el trabajo del campo, era lo único que sabía hacer, pues siendo tan pobre nunca supo lo que era la escuela y su madre lo único que le pudo enseñar fue a leer y a escribir.

El hombre al ver la disposición del chico, le dio el trabajo. --Muy bien muchacho, encárgate de la cosecha de los mamones y véndelos, yo no he tenido tiempo de encargarme de ellos.

El chico se puso muy contento por haber conseguido el trabajo, agradeciéndole mucho al patrón por su ayuda. Se dirigió al conuco donde estaban los árboles de mamón, pero cuando los animales que vivían en los árboles lo vieron se prepararon para atacarlo, las abejas estaban en guardia para picarlo, no querían que ningún hombre se acercara a molestar al Padre Mamón. --No molestéis a ese niño que su corazón es bueno, él no nos hará ningún daño previno el Padre Mamón Su corazón pertenece a nuestro reino, él se ha criado entre las plantas.

Los árboles no entendieron que quiso decir el árbol Padre, pero por respeto a él, bajaron la guardia. --No quiero que os parezcáis al hombre, nosotros no debemos tener odio a un ser inferior a nosotros, ni envidia al que es más sabio, al contrario, aprended de éstos y haceos también sabios.

El chico llegó al pie del Padre Mamón, y este que aun tenía frutos muy dulces, dejó caer uno justo frente a él. El muchacho lo tomó y lo miró --¡Que grande es! exclamó no había visto ninguno así.

Era grande, muy grande, y su cáscara era lisa y brillante. Con cuidado el muchacho lo mordió para abrirlo, los dedos se le humedecieron con el jugo, en su interior estaba una exquisita pulpa; se lo llevó a la boca y sintió lo dulce que era, era la primera vez que disfrutaba el sabor de un mamón tan especial como ese.

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Una ligera brisa sopló y las ramas del Padre Mamón susurraron. Esta

era la bienvenida al nuevo amigo del árbol Padre, quien se quedó con la semilla en su boca, observando hacia arriba, dibujó una sonrisa en su rostro y comenzó a trepar el tronco del imponente árbol Padre.

El chico tomaba con cuidado los pequeños frutos y el Padre Mamón notó lo especial que era aquel ser, juvenil, tierno, juguetón --eres un árbol muy grande y viejo, se ve pero tu fruto es muy bueno dijo el joven.

Es difícil ver sonreír a un árbol, pero si utilizáis la imaginación, podréis ver como el Padre Mamón sonreía al muchacho por las palabras que había dicho, --Cuantos cuentos te sabrás, abuelo de los árboles, cuantos como yo habrán estado en tus ramas.

Sí, el chico sintió algo extraño, tanto que decidió cuidar al árbol y visitarlo de vez en cuando, aunque no fuera temporada de cosecha, le gustaba estar en las ramas del Padre Mamón, y como cosa extraña, el chico siempre encontraba un ramito de hermosos mamones.

¿Cómo era posible que él siempre encontrara mamones aunque no fuera la época? El chico nunca comentó eso con nadie esto será nuestro secretole dijo al árbol.

El patrón notaba lo fundamentoso que resultó ser el chico en el trabajo, un día notó algo en el cuello que no tenía antes. --¿Qué es eso que tienes en el cuello? --Es una semilla de mamón, señor. --No lo hubiera imaginado, es muy bonita, bueno, ve a comer.

Nuestro amiguito había guardado la semilla del primer mamón que el árbol Padre le dio y con un cordel se la colgó del cuello. Los árboles ahora sí le tenían confianza al chico, todos lo querían, los animalitos tampoco le temían. --Esa es la prueba dijo el árbol Padre el chico es como nosotros. --Tienes razón Padre, este muchacho no parece un hombre sino un árbol.

Llegó la hora de comer y el muchacho se apresuró por el hambre que tenía, después iría a descansar debajo del árbol y tocar una vieja armónica que le había regalado su abuelo muchos años atrás. Mientras comía, sentado en la parte de atrás de la casa, el chico escuchó al patrón hablar con sus empleados. --Ese viejo árbol de mamón está ocupando un terreno que podemos utilizar para hacer un germinadero, hay que cortarlo.

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--¿Y cuando será ese trabajo, patrón? --posiblemente el mes que viene, antes quiero terminar unos negocios en el pueblo. --Así se hará pues.

El chico no terminó de comer, salió corriendo a donde estaba el árbol Padre, este al verlo llorar, comprendió que su fin estaba cerca. El pobre muchacho lloró amargamente, pues le había tomado un gran cariño al árbol que siempre le había obsequiado sus frutos y que por él, había obtenido trabajo. --¡No! gritaba el chico--¡No quiero que te corten!, Eres un árbol viejo y sabio, y yo no puedo hacer nada para evitarlo, porque perdería el trabajo que tanto necesito.

El chico lloraba sin para, al Padre Mamón se le desprendió una hoja marchita que cayó cerca del chico. Aunque no lo crean, el Padre Mamón también estaba llorando, no por el destino que le esperaba, sino por el sufrimiento del muchacho a quien consideraba como un hijo.

La brisa no sopló, ni los pájaros cantaron, las abejas no zumbaban, las flores no expedían su aroma; todo estaba quieto como el silencio del cementerio de los humanos.

--Padre dijo un árbol yo me dejaré secar, pues prefiero la muerte a que usted nos deje, si lo cortan que mi tronco también sea cortado. --No, hijo mío respondió el Padre Mamón No hagas más doloroso mi final.

El gran Padre tuvo que persuadir a los árboles de su alocada idea, porque si él moría antes de cambiarles sus pensamientos, estos cumplirían su palabra. La promesa de los árboles se cumple al pie de la letra cuando toman una decisión.

De tanto llorar, Eduardo se quedó dormido al pie del Árbol Padre, allí estaba, indefenso, con el corazón reprimido y sin poderse oponer a los designios del patrón. Mientras dormía, tuvo un sueño que no era un sueño.

Un hombre se paró frente al chico dormido y estas palabras le dijo . --Hijo, levántate.

El chico abrió los ojos y vio a un hombre, que parecía venir de otro sitio. --¿Qué pasa? preguntó, mientras se frotaba los ojos.

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El hombre era viejo, tenía dibujada una sonrisa muy tierna en el rostro,

vestía con una chaqueta verde y una franela blanca, un pantalón de caqui, estaba descalzo, pero sus pies no se veían maltratados por el suelo, su cara era morena adornada por una barba blanca como las nubes, unos ojos muy pequeños, pero con un hermoso brillo de vida y su canosa cabeza estaba cubierta por un sombrero de hojas verdes. --¿Quien es usted? preguntó Eduardo. --Levántate hijo repitió el amable anciano, dándole un mamón toma para que reconfortes.

El chico al ver el mamón se asombró. El chico no podía creer lo que le estaba pasando, se volteo y allí vio al imponente árbol, con sus ramas, igualito, pero distinguió algo extraño, no sabía que era y se quedó observándolo por un momento, se percató de que parecía faltarle un pedazo. El Padre Mamón había salido del árbol. --¡No es posible! Volteo otra vez para mirar al viejo es usted. --¿Quién hijo? --¡El viejo del mamón! --Ven, acompáñame a caminar un rato.

Le tendió la mano para que terminara de incorporarse; su mano era fuerte a pesar de la edad que aparentaba aquel señor. --¿Quieres mucho a estos árboles, verdad?- --Sí se limitó a decir Eduardo. --Ese árbol es muy viejo, ya no es útil dijo el viejo, mirando al Padre Mamón Es necesario que sea cortado y sus raíces sacadas para que el terreno sirva para otra siembra. --¡No! dijo Eduardo, Alterado No quiero que lo corten, es una crueldad. --tienes razón, pero hay algo que puedes hacer dijo el extraño anciano. --¿Qué?, Dígame por favor. --Pon atención; el Padre Mamón como todos los árboles, producen un fruto muy especial cuando saben que les queda poco tiempo de vida, ese fruto necesita una mano bondadosa que la plante para convertirse después en un nuevo árbol. ¡Yo quiero hacerlo! Dijo Eduardo con entusiasmo Y quiero sembrarlo aquí mismo. --Toma hijo El viejo le extendió otro mamón el Padre Mamón va a crear un hermoso fruto para ti, espéralo.

Volvieron a donde estaba el árbol mayor, y el anciano le vio la armónica al chico y le pidió que le tocara una canción; sentóse el muchacho y comenzó a tocar y así estuvo durante un largo rato, la brisa se dejaba sentir y un pajarito se posó encima del sombrero del anciano. Después d un rato, el

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chico dejó de tocar y poco a poco, se fue quedando dormido por el cansancio que produce el llanto al llorar antes de que el anciano apareciera.

La tarde cayó y el patrón no sabía nada del muchacho, así que, fue hacía los árboles y lo encontró dormido al pie del Padre Mamón. --mijo, levántate le dijo --¡Ha!

Al ver al patrón se asustó. --¿Qué té pasa, viste un espanto? --No señor. --Anda, ve a tu casa y vuelve mañana, ya es tarde, mañana te diré unas cosas. --¿Y el viejo? --¿Qué viejo? --Aquí estaba un viejo, yo lo vi. --Todavía estás dormido, anda, ve a tu casa. --Si señor.

El muchacho se preguntaba si el viejo era verdad o lo había soñado, ¿Qué creen ustedes?

Al día siguiente, el chico se presentó frente al patrón para preguntarle por qué iba a cortar el árbol y decirle que el no quería que lo cortaran. --Es necesario mijo, ese árbol ya no es útil. --¿Y todo lo que ha dado, ¿Ya no cuenta? --Ah niño, es necesario, hay que poner a producir la tierra, sino ¿De qué vivimos? --Sólo es un árbol, solo uno, si fueran varios sería diferente. Eres obstinado muchacho, consuélate porque será el próximo que mandaré a cortarlo.

El chico se retiró a sus quehaceres sin decir nada más, para no molestar al patrón. Pasaron los días y el chico diariamente se dirigía a ver al árbol mayor y después de comer, se recostaba a su pie a descansar y a tocar la armónica.

Un día el chico se acordó lo que el viejo le había dicho, entonces, subió al árbol y se paseó por todas las ramas, pero no encontró al tan deseado fruto especial. Al otro día hizo lo mismo y tampoco encontró nada, así que no siguió buscando. --Fue sólo un sueño pensó.

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Los días seguían transcurriendo, pero el Padre Mamón no volvió a dar

el racimo de mamones que el muchacho siempre encontraba. --Hijos míos habló el Padre Mamón, dirigiéndose a sus árboles No quiero que os pongáis tristes cuando talen la vieja madera de este árbol, vosotros sois parte de mí y yo no los voy a dejar, quiero que sigáis el ejemplo que yo os he dado, dad los frutos, los mejores que produzcáis, cobijad a las criaturas de Dios para que embellezcan el mundo como lo hacemos nosotros. --Padre, ¿Qué haremos sin tus consejos? --Ya vosotros sois grandes y ya han dado fruto en todos estos años, podréis valeros por vosotros mismos agregó Observad cuando ya las hojas han cumplido con su labor, ellas caen porque ya no son útiles en el árbol, así le dan paso a nuevas que crecerán, en cambio, esas que han caído, se funden con la tierra y vuelven a vosotros alimentando el suelo. Yo dejaré espacio para que otro árbol crezca y también de fruto, no os aflijáis, mi espíritu estará con vosotros, yo sólo cambiaré de apariencia.

Los árboles se resignaron con las palabras del Padre Mamón, prometiendo cumplir con lo que él les había pedido.

Una tarde, después de la comida, Eduardo fue a su sitio acostumbrado a tocar su armónica, he aquí que la brisa sopló fuerte y mientras él tocaba, le cayó un mamón en la cabeza. --¡Ay! se quejó

Miró al suelo y vio la fruta, la tomó en sus manos, era grande, un mamón modelo. En ese preciso momento se acordó del anciano. El chico se lo comió, dejando intacta la semilla, la cual se llevó a su casa y la sembró en una maceta que regaba todos los días.

El día fatal llegó, esa mañana no apareció el Sol, el día amenazaba con lluvia, pero eso no detuvo a los obreros, se subieron en varias ramas y comenzaron a talar, lo único que se escuchaba era el ruido de los machetes, todo lo demás era silencio. El chico observaba triste, como las ramas del viejo árbol eran mutiladas, las lágrimas corrían por sus mejillas. El patrón se le acercó por la espalda y se dio cuenta de que el chico lloraba. --Se ve que querías mucho a ese árbol y la semilla es de él, ¿Verdad? --Si señor se limitó a decir Eduardo.

Era un trabajo duro y la tala duró varios días, para dejar el terreno totalmente limpio para trabajar en él.

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En la maceta de nuestro amigo, sucedió lo esperado, una nueva planta

de mamón hacía su aparición, una delgada planta con sólo dos grandes hojas. Al ver la nueva planta, el chico se alegró y vio en ella la cara de aquel viejo con una sonrisa. Esperó varios días para hablar con su patrón. --Señor. ¿Usted no ha utilizado el terreno donde estaba el viejo árbol? --No hijo, hay que tratarlo porque sufrió mucho el terreno. --Patrón..., yo...,--Eduardo tartamudeaba, no sabía como hacer la petición. --Habla ya, ¿Qué quieres? --Yo...,--hizo otra pausa Quisiera sembrar allí otro árbol de mamón. --No es posible. --¿Por qué no, Patrón? --Yo tengo otros planes para ese terreno contestó. --Por favor, patrón suplicó Eduardo Haré todo el trabajo, cuidaré de él y todo lo que usted mande, no importa si es mucho trabajo. --No Respondió el patrón.

El chico bajó la cabeza, se sentía derrotado, su deseo de sembrar, como había pensado, no sería posible. Anda a trabajar dijo el patrón Limpia la hierba del carotal. --Si señor Eduardo se retiró sin dejar de mirar el suelo.

Después de la hora de comer, nuestro amigo se dirigió al conuco, los árboles notaron su tristeza. --No pude hacer nada decía Eduardo a los árboles, seguro de que lo escuchaban. Se acercó al árbol que quedaba más cerca del terreno vacío y comenzó a llorar. Los árboles lo sentían y se entristecían de ver al pobre muchacho sufrir por no lograr su propósito. --Jamás había visto humano más noble dijo uno de los árboles. --Es preciso que lo ayudemos. --¡Sí! contestaron todos.

¿CÓMO?

En la casa, el patrón pensaba: ¿Por qué ese muchacho se empeña en sembrar ese condenado árbol? .

Hace mucho tiempo, el patrón contrajo matrimonio con una bella muchacha del pueblo, quien le dio dos hermosos hijos, una hembrita a quien llamaron Ana Rosa y al varoncito, Andrés. Pero en el parto de Andrés, ella perdió la vida, esa fue la primera gran pena que tuvo el patrón. Pasaron los

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años y los niños crecían felices, Ana Rosa se estaba convirtiendo en una hermosa señorita y Andrés en un muchacho fuerte.

Andrés era como nuestro amigo Eduardo, amaba a aquellos árboles y siempre se encaramaba en ellos. Un día, Andrés descubrió una gran colmena de abejas silvestres y en lo primero que pensó, fue en la miel de estos insectos, y después de ponerse un traje con malla, intentó agarrar la colmena; pero uno de los minúsculos insectos se filtró por un pequeño hueco que tenía la malla y lo picó. Andrés, al sentir el ardiente aguijonazo cayó al suelo; uno de los peones vio lo que estaba ocurriendo desde el sembradío, así que mandó a otro a que avisara al patrón, mientras él iba a auxiliar Andrés. Cuando el patrón se enteró de lo ocurrido, corrió a donde estaba su hijo, pero era demasiado tarde, Andrés había muerto por fractura del cuello. --¡Andrés, hijo mío! gritó--¡Nooo...! estaba ahogado en lágrimas.

Allí, al pie del árbol Padre Mamón, Andrés perdió la vida.

Desde esa vez, el patrón no se volvió a ocupar de los árboles de mamón hasta que llegó nuestro amigo. Envió a su hija a estudiar a la ciudad para evitar cualquier otro accidente en la finca. Durante las vacaciones, él la buscaba para que pasara allí los meses que duraban. De ese desafortunado accidente, ya habían transcurrido diez largos años.

Pasaban los días y nuestro amigo cuidaba del pequeño árbol que tenía en la maceta. Durante varios días, estuvo limpiando el carotal que le había indicado el patrón; una tarde, uno de los obreros le avisó a Eduardo que el patrón quería verlo, así que se presentó al instante. --Mande usted dijo Eduardo cuando llegó. --Mijo comenzó el viejo Usted es el más joven de todos mis empleados y se ha portado bien. --¿Me dejará plantar el árbol, patrón? dijo el chico entusiasmado. --¿Qué te hace pensar eso? respondió el viejo. --No, nada patrón contestó el chico con su semblante decaído. --Pues mijo, He decidido hacerte un regalo por tus servicios le dijo Un terreno para que lo cultives y construyas una casa para tu mamá y para ti, la mitad de la cosecha será tuya. --Es muy generoso de su parte, pero cambiaría todo eso por sembrar el árbol de mamón, donde estaba el anterior. --Eres obstinado muchacho dijo el patrón arrugando la cara Pues ahora tendrás doble trabajo. --Si señor se limitó a decir Eduardo.

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Él estaba esperando que el patrón lo mandara a retirarse para seguir en

sus labores

--¿No vas a reclamar por tu castigo? --No señor Que chico este , pensó el viejo, es demasiado noble .

--Muy bien, ¿entonces estas resignado a trabajar el doble?. --Necesito el trabajo señor. --Bien, entonces escucha, aceptarás el terreno quieras o no, construirás allí una casa para tu mamá y sembrarás el terreno con maíz y...,--Hizo una pausa--.., Bueno, ¿Qué más?..., ¡Ah sí!, Si, y sembrarás el árbol que tanto quieres en el terreno de los mamones.

Se pueden imaginar la cara que puso nuestro amigo cuando escuchó eso. --¿De verdad, patrón?

--Si hijo, sembrarás un nuevo árbol de mamón como tu quieres, pero eso sí, tendrás que encargarte de la cosecha de ellos cada año, además de trabajar la tierra que te ofrecí.

El chico se retiró corriendo lleno de felicidad ha buscar la planta para hacer por fin realidad su deseo. El patrón se quedó observando como el chico salía, sus ojos se le humedecieron, jamás había visto la felicidad manifestada de esa manera. --Es como mi hijo Andrés decía dentro de sí.

Han pasado varios años y nuestro amigo sembró el árbol de mamón, recibió del patrón el terreno y lo sembró con maíz como acordaron y ya había tenido sus primeras ganancias propias, dando sus mejores cosechas. Hizo una hermosa casa donde se mudó con su madre, y a la cual la señora rodeó con muchas flores. El patrón se sentía orgulloso del muchacho. Casi todos los días, les hacía una visita para ver si les faltaba algo, pues con ellos se sentía en familia.

Ana Rosa regresó de la ciudad, convertida en una hermosa señorita universitaria. Un día logró ver a nuestro amigo que por cierto se había convertido en un apuesto hombre. --Papá, ¿Quién es ese joven que pasó a caballo cerca de los sembradíos? --Eduardo, el caporal, mi hombre de confianza respondió el viejo.

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Si, el patrón le dio el puesto de caporal, él ya estaba viejo y necesitaba a

alguien de confianza que manejara los negocios de la finca.

A medida que pasaba el tiempo, Ana Rosa conoció más a nuestro amigo, y como cosa curiosa, se enamoraron y terminaron casándose, dándole al patrón una mayor felicidad con unos hermosos nietos a quienes dedicaba todo su tiempo.

El árbol de mamón creció fuerte y de nuevo su sombra daba cobijo a los hombres, era igual que su padre. Los demás árboles estaban felices, pues el espíritu del Padre Mamón se encontraba en él, por todas partes. El patrón descansaba bajo la sombra del nuevo árbol que el muchacho había sembrado, y, como cosa curiosa, un día apareció algo extraño en la corteza, el viejo se acercó para ver que era, fue tanta la emoción que sintió al ver la forma, que comenzó a llorar..., había sido un simple árbol el que le había llenado de felicidad. --Gracias fue lo único que pudo decir.

La madre de nuestro muchacho, se cercó a donde estaba el patrón para darle café y lo encontró llorando.

--¿Qué le pasa? dijo la señora. --Venga y vea lo que está aquí, mi señora dijo el patrón sollozando No puede haber algo que quite la felicidad que siento en mi corazón.

La señora se acercó y vio la extraña forma. --¡Dios Bendito! Exclamó

No hubo más palabras, solo alegría y admiración.

--Abuelita, abuelito dijeron los niños que se acercaron corriendo a donde estaban los viejos. --Cuéntanos un cuento, abuelito y allí sentados, el abuelito y la abuelita, comenzó un hermoso cuento.

Había una vez, hace muchísimos años, un árbol de mamones muy grande, que tenía muchas ramas, había muchos nidos de pajaritos y..., ya saben la historia.

FIN APÉNDICE

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--Papá dijo un chiquillo--¿Qué pasó con lo que vieron los ancianos? --Sí, verdad dijo una niña y también con el papá Mamón, ¿lo botaron? --No hijos, no lo botaron --Termina el cuento, papá dijeron los niños. --Está bien, pongan atención. La formación que vieron los dos abuelitos, fue el nombre de Andrés, que de esa forma le daba las gracias a su padre por permitir que el chico sembrara el árbol. El gran tronco de Papá Mamón, lo utilizaron para hacer las dos mecedoras donde se sentaban los abuelos bajo la sombra de árbol, y, lo que hizo que el patrón cambiara de parecer, fue un sueño que los árboles de mamón le dieron al patrón una noche, en el que vio a su esposa y a su hijo, sin olvidar al viejo del mamón, que resultó ser el abuelo del patrón, y quien había plantado al Gran Padre Mamón, y según cuentan mis abuelos, el viejo desapareció sin que nadie lo volviera a ver más.

--Sí, --dijeron los niños El viejo se fue a vivir dentro del Papá Mamón. --Posiblemente haya sido así, mis pequeños Eso les demuestra, niños, que los árboles sienten y que en ellos también hay vida y sentimiento, por eso no hay que maltratarlos. Bueno niños, ahora a dormir, que mañana comienzan clases. --Sí respondieron Pero antes dinos, ¿Quién fue ese muchacho que tanto dio para sembrar el árbol? --Era tu bisabuelo respondió ahora a dormir.

Es difícil dar prueba a este relato, pero si alguna vez se acercan por Trujillo, llegaos a Campo Alegre, donde se encuentra una casa que tiene un extenso patio, allí quedan todavía algunos mamones que fueron el techo natural y testigos silenciosos de este relato. Yo Soy el nieto del que dio vida a esa casa, con su esposa, la mujer que heredó de aquél patrón, mi Bisabuelo.

Muchas generaciones han salido y muchas más seguirán

Que Dios bendiga al reino Natural y a todos aquellos que luchan por conservarlo

Eduardo Baster

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DEDICADO

Al Padre de tres Generaciones

Robert Edward de Bourg Dyer

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